20. CONVERSION DE DAVID: David un hombre según el Corazón de Dios según la Escritura y el Midrash
Emiliano Jiménez Hernández
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Cuando el Señor dividió las aguas, colocó una mitad arriba y la otra mitad
abajo. Las aguas que puso en lo alto se regocijaron y dijeron: somos felices
por estar cerca de nuestro Creador, muy cerca, bajo el Trono de la Gloria.
Volaban con alegría en alas de las nubes y entonaban constantemente
alabanzas al Señor.
Las que puso abajo, en cambio, comenzaron a llorar, diciendo:
-¡Ay de nosotras, que no hemos merecido estar cerca de nuestro Creador!
Con atrevimiento quisieron subir hacia arriba, pero el Santo las reprendió y
las puso bajo las plantas de sus pies. Entonces "las aguas que lloran"
dijeron al Señor:
-Señor, por ti y por amor de tu gloria hemos obrado así.
El Señor se compadeció de ellas y les dijo:
-Puesto que lo habéis hecho por amor de mi gloria, en adelante no consentiré
a las aguas superiores entonar el cántico ante mí hasta que os hayan pedido
permiso e invitado a cantar con ellas. Así queda escrito: "Levantan los
ríos, Señor, levantan los ríos su voz, levantan los ríos su fragor; pero más
que la voz de aguas caudalosas, más potente que el oleaje del mar, más
potente en el cielo es el Señor".
En todas las cosas se encierra un misterio. El hombre piadoso es el que sabe
descubrirlo. También hay un misterio en el pecado de David. Dios, potente en
el amor, quería mostrar en David el camino de la conversión, para ejercer el
perdón con los pecadores. A todos los pecadores, que se presentan ante él
confundidos, Dios les dice:
-Id donde David y aprended de él el camino de la conversión.
Por lo demás, el episodio de Betsabé fue un castigo a la excesiva confianza
de David en sí mismo. Cuando los soldados salieron a combate y él se quedó
en Jerusalén, se sentía solo y aburrido, y comenzó a desvariar en su mente.
Una tarde se quejó ante Dios:
-Oh Señor, ¿por qué la gente dice "el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el
Dios de Jacob" y no dice el Dios de David? Tú has levantado el trono de tu
gloria sobre los tres Patriarcas, pero un trono con tres patas es inestable,
incorpórame a ellos y así tú trono estará firme para siempre, "pues mi pie
está firme en suelo llano".
El Señor le respondió:
-Abraham, Isaac y Jacob fueron probados y se mantuvieron fieles. Tú, en
cambio, aún no has sido probado.
David repuso:
-Entonces, Señor, pruébame con la tentación y yo te mostraré mi constancia:
Escrútame, Yahveh, ponme a prueba,
pasa al crisol mis riñones y mi corazón:
verás que camino en tu verdad
y que tengo ante mis ojos tu amor.
Y Dios, que le conocía, le dijo:
-Te probaré, como deseas, pero ya te lo anuncio: caerás en la tentación.
Entonces Satanás se le apareció a David en forma de pájaro. David, con su
honda, le disparó un guijarro. Pero, por primera vez, falló la puntería de
David y, en vez de golpear al pájaro, el guijarro fue a dar contra una
pantalla, que se rasgó. Tras la pantalla estaba Betsabé, que salía del baño
y, a su vista tan de improviso, se encendió la pasión del rey y cayó en la
tentación. El profeta Natán le despertó la conciencia dormida y lloró su
pecado comiendo su pan con cenizas. Acusado por sus enemigos y acosado por
sus dudas interiores, David apela a la justicia de Dios, que él sabe que le
ha perdonado:
Escucha, Yahveh, mi apelación,
atiende a mi clamor, presta oído a mi plegaria,
que en mis labios no hay engaño:
emane de ti la sentencia, pues tus ojos ven con rectitud.
De noche me visitas y sondeas mi corazón,
me pruebas al crisol sin hallar maldad en mí.
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío;
muestra las maravillas de tu misericordia,
tú que me salvas de los que me atacan,
pues yo me refugio a tu derecha.
Guárdame como a las niñas de tus ojos,
escóndeme a la sombra de tus alas,
protégeme de los malvados que me acosan,
del enemigo mortal que me cerca.
Avanzan contra mí, ya me cercan,
me clavan sus ojos para derribarme,
como un león ávido de presa,
como cachorro agazapado en su guarida.
¡Levántate, Yahveh, hazle frente, derríbale,
libra mi alma de sus enemigos!
Y a mis enemigos, mortales de este mundo,
cuyo lote es esta vida, llénales el vientre,
que se sacien ellos y también sus hijos.
Pero yo, con mi apelación vengo a tu presencia,
y al despertar me saciaré de tu semblante.
El profeta Natán ha escuchado, pues, la confesión de David y le ha anunciado
el perdón del Señor. Pero el pecado siempre tiene sus consecuencias amargas:
-Has asesinado. La espada no se apartará jamás de tu casa. En tu propia casa
encontrarás tu desgracia. Y lo que tú has hecho a escondidas, te harán a ti
a la luz del día.
El profeta se fue a su casa. Pero los sabios, consejeros de David, no
tuvieron la discreción del profeta. Todos tenían una palabra para el rey:
-No irritará el hombre a su Creador ni le enojará con malas acciones ni
pondrá su mirada en mujer ajena. Si alguien quiere permanecer puro, será
asistido desde los cielos y el Señor lo acompañará en su santidad y no
dejará que la inclinación al mal lo domine.
-Has pecado, pero, si el Señor te ha perdonado, no lo proclames para que no
se calumnie a tus hijos.
David, sin arrogancia, pero con firmeza les replicó:
-Si os escucho a vosotros, el Santo, bendito sea, no perdonará nunca mis
pecados, pues está escrito: "Quien encubre sus pecados no prosperará".
David no ocultará su pecado. Lo tiene siempre presente. Y no es sólo el
adulterio o el asesinato. A la luz de este doble pecado David ha entrado
dentro de sí y ha visto su vida de pecado, "desde que en pecado lo concibió
su madre". Desde lo hondo de su ser grita a Dios:
-Señor, ¿quién conoce sus propios extravíos? Líbrame de las faltas ocultas.
Desde su pecado, David comprende que los juicios del Señor son justos. Su
arrogancia cede ante el Señor, que le hace experimentar la muerte que ha
sembrado su pecado. El niño, nacido de su adulterio, cayó gravemente
enfermo. David, entonces, suplicó a Dios por el niño, prolongando su ayuno y
acostándose en el suelo. Los ancianos de su casa le suplican que se levante
del suelo y coma, pero él se niega. En su lecho se debate y suplica al
Señor: Señor, he pecado y es justo tu castigo. Pero no me corrijas con ira,
no me castigues con furor. Ten piedad de mí que estoy postrado y sin
fuerzas. Sé que necesito los dolores, que me mandas, para desatar mi alma de
los lazos del pecado. Pero mis huesos están desmoronados, abatida mi alma, y
tú, Yahveh, ¿hasta cuando? Estoy extenuado de gemir, cada noche lavo con mis
lágrimas el lecho que manché pecando con Betsabé. Mira mis ojos, los "bellos
ojos" que tú me diste, ahora hundidos y apagados, y escucha mis sollozos.
Siete días David ha orado y ayunado, hasta que al séptimo día el niño murió.
Nadie se atrevía a darle la noticia, pues se decían:
-Si cuando el niño estaba vivo, no nos escuchaba, ¿cómo le diremos ahora que
ha muerto? ¡Hará un desatino!
Pero David, dándose cuenta de los cuchicheos de sus servidores, comprendió
que el niño había muerto. Se alzó y dijo a sus servidores:
-¿Es que ha muerto el niño?
Con una inclinación de cabeza se lo confesaron. Entonces David se lavó, se
ungió y se cambió de vestidos. Se fue al templo y adoró al Señor; luego
volvió al palacio y pidió que le sirvieran la comida. Los servidores, sin
entender la conducta del rey, le sirvieron y él comió y bebió. Los
servidores le dijeron:
-¿Qué es lo que haces? Cuando el niño aún vivía, ayunabas y llorabas, y
ahora que ha muerto, te levantas y comes.
Les respondió:
-Mientras el niño vivía, ayuné y lloré, pues me decía: ¿Quién sabe si Yahveh
tendrá compasión de mí y el niño vivirá? Pero ahora que ha muerto, ¿por qué
he de ayunar? ¿podré hacer que vuelva? Yo iré donde él, pero él no volverá a
mí.
Luego se fue a consolar a Betsabé, se acostó con ella, que le dio un hijo.
David le puso por nombre Salomón, amado de Yahveh. Este hijo era la garantía
del perdón de Dios. Cuando en su interior le asalten los remordimientos y
las dudas sobre el amor de Dios, Salomón será un memorial visible de su
amor.
Y no le faltarán esos momentos de congoja, en que, asaltado por las dudas,
tiene que gritar:
Como busca la cierva corrientes de agua,
así mi alma te busca a ti, Dios mío.
Tiene sed de Dios, del Dios vivo,
¿cuando entraré a ver el rostro de Dios?
Las lágrimas son mi pan noche y día,
mientras todo el día me repiten:
¿Dónde está tu Dios?
¿Por qué te acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
Salud de mi rostro, Dios mío.
Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué me olvidas?
¿por qué voy andando sombrío,
hostigado por mi enemigo?
Se me rompen los huesos por las burlas
de quienes todo el día me preguntan:
¿Dónde está tu Dios?
Este interrogante lo provocan sus hijos. Son muchos los hijos de David,
hermanos de padre, pero no de madre, pues son también muchas sus mujeres.
Absalón y la bella Tamar son hermanos de padre y madre. Ammón se enamoró
locamente de Tamar, hermosa como una palmera, según el significado del
nombre que lleva. Es tal la pasión que siente por ella que se enfermó hasta
notársele en la cara. Su primo Jonadab, amigo y confidente, lo notó y le
dijo:
-¿Qué le pasa al príncipe que cada día está más afligido? ¿No me lo vas a
contar?
Ammón le respondió:
-Estoy enamorado de Tamar, hermana de mi hermano Absalón.
Entonces Jonadab le propuso:
-Acuéstate, fingiendo que estás enfermo, y pide a tu padre que mande a Tamar
a darte de comer. Así, mientras te prepara de comer, podrás verla.
Ammón siguió el mal consejo del amigo y se acarreó la muerte. Se fingió
enfermo y se acostó. El rey fue a verlo y Ammón le dijo:
-Por favor, que venga mi hermana Tamar y me prepare aquí delante dos
pasteles y yo los comeré de su mano.
El rey se lo comunicó a Tamar, que inocentemente preparó la fritura y se la
llevó a su hermano a la alcoba. Pero, al acercarse, Ammón la sujetó y le
dijo:
-Ven, hermana mía, acuéstate conmigo.
Ella replicó:
-No, hermano mío. No me fuerces, que eso no se hace en Israel. No cometas
esa infamia. ¿Dónde iré yo con mi deshonra? Y tú quedarás como un infame en
Israel. Por favor, díselo al rey, que no se opondrá a que yo sea tuya.
Pero Ammón no quiso hacerle caso. La forzó violentamente y se acostó con
ella. Después sintió un terrible aborrecimiento hacia ella, mayor incluso
que el amor que había sentido por ella. La ciega pasión, que Ammón había
confundido con el amor, le había llevado al delito y a la locura. Le arrojó
sus vestidos y le dijo:
-¡Levántate, vete!
Pero ella le suplicó:
-No, hermano. Despacharme ahora sería una maldad más grave que la que acabas
de hacer conmigo.
Pero él llamó a un sirviente y le ordenó:
-¡Echame a ésa a la calle! ¡Y cierra la puerta!
Tamar se echó polvo en la cabeza, se rasgó la túnica y se fue gritando, con
las manos en la cabeza. Su hermano Absalón le preguntó:
-¿Ha estado contigo tu hermano Ammón? Bien, hermana, tú calla; es tu
hermano, no te atormentes por eso.
Tamar, desolada, se quedó en casa de su hermano Absalón. El rey David oyó lo
que había pasado y se indignó. Pero comprendió que su primogénito heredaba
sus defectos. El era el culpable. Tras su adulterio, seguía el incesto de su
hijo. La maldición de su origen pesaba sobre su familia. ¿No era
descendiente de Judá y de su nuera, también llamada Tamar?
En la casa de David no faltará la vergüenza ni la sangre. La violencia
engendra violencia. Absalón, de momento, no dirigió una palabra, ni buena ni
mala, a Ammón, pero le guardó rencor y esperó el momento oportuno para
vengar la injuria hecha a su hermana Tamar. Y la ocasión se presentó dos
años después, durante el esquileo de las ovejas de Absalón. Absalón invitó a
todos los hijos del rey. Preparó un banquete regio, pero ordenó a sus
criados:
-Mirad, cuando Ammón esté ya bebido y yo os dé la orden de herirlo, lo
matáis. No temáis, os lo mando yo.
Los criados cumplieron la orden de Absalón y mataron a Ammón. Los otros
hijos del rey emprendieron la huida cada uno en su mulo. Mientras aún
estaban de camino, llegó la noticia al rey:
-¡Absalón ha matado a todos los hijos del rey y no queda ninguno!
El rey se levantó, se rasgó las vestiduras y se echó por tierra. Así estuvo
hasta que llegaron los hijos del rey gritando y llorando:
-Absalón ha dado muerte a Ammón, como había decidido el día en que fue
violada su hermana.
El rey y toda su corte lloraron inconsolablemente. Por tres años hizo luto
el rey por su hijo Ammón. Y después de calmar su dolor por la muerte de
Ammón, el rey cesó en su cólera contra Absalón. Este había huido a
refugiarse en el territorio de Talmay. David mandó a Joab a buscar a Absalón
para que no viviera en tierra extrajera, como a él le había tocado vivir.
Pero no lo recibe en su casa.