18. LA PROFECIA DE NATAN: David un hombre según el Corazón de Dios según la Escritura y el Midrash
Emiliano Jiménez Hernández
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Natán es el profeta de corte, simpático profeta, pero hombre libre que
sabrá, arriesgando su vida, apuntar el índice contra David. Es el destino de
todo verdadero profeta. Frente a la tentación del poder, que amenaza a todos
los reyes, el profeta es como la conciencia que remuerde, que no deja a los
reyes dormir en paz sobre sus atropellos.
David tiene su casa en Jerusalén, la capital del reino. Pero aún le falta el
templo. David quiere construirlo y lo consulta con el profeta Natán:
-Mira, yo estoy viviendo en una casa de cedro, mientras el arca de Dios vive
en una tienda.
A primera vista a Natán le parece justo que David construya un templo. Y así
se lo dice a David:
-Haz lo que dice tu corazón, porque Yahveh está contigo.
Pero en la noche el Señor visita al profeta y le dice:
-Vete rápido a detener a David. Yo lo conozco bien y sé que en él la acción
pisa los talones al pensamiento.
Natán quedó sorprendido y preguntó:
-Pero, Señor, ¿no te agrada que David edifique una casa para ti?
El Señor le respondió:
-No, David no puede construir el templo. Si lo edifica él, el templo será
eterno e indestructible.
Y el profeta, sorprendido, replicó:
-¿Y no sería eso excelente?
-Mira, estamos perdiendo mucho tiempo y me temo que David ya esté
disponiéndose a la ejecución de sus planes. Te diré por qué no quiero que
David edifique el templo. Cuando, en el futuro, el pueblo peque, yo para
corregirlo descargaré mi ira sobre ellos; pero, si David edifica el templo
eterno, se refugiarían en él, y yo no podría castigar sus pecados. Eso está
reservado para su sucesor, el Mesías. Pero, para que David no se aflija, el
templo que me construya su hijo, se llamará templo de David.
No entendía muy bien lo que el Señor le decía, por eso no se decidía a salir
de la presencia del Señor, que tuvo que insistirle:
-Anda, ve a decir a mi siervo David: Así dice el Señor: ¿Eres tú quien me
vas a construir una casa para que habite en ella? Desde el día en que saqué
a Israel de Egipto hasta hoy no he habitado en una casa, sino que he ido de
acá para allá en una tienda. Nunca he mandado a nadie que me construyera una
casa de cedro. Y en cuanto a ti, David, siervo mío: Yo te saqué de los
apriscos, de andar tras las ovejas, para ponerte al frente de mi pueblo
Israel. He estado contigo en todas tus empresas, te he liberado de tus
enemigos. Te ensalzaré aún más y, cuando hayas llegado al final de tus días
y descanses con tus padres, estableceré una descendencia tuya, nacida de tus
entrañas, y consolidaré tu reino. El, tu descendiente, edificará un templo
en mi honor y yo consolidaré su trono real para siempre. Yo seré para él
padre y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi
presencia.
Al escuchar esta profecía de labios de Natán, David se postró ante el Señor
y dijo:
-¿Quién soy yo, mi Señor, para que me hayas hecho llegar hasta aquí? Y, como
si fuera poco, haces a la casa de tu siervo esta profecía para el futuro.
¡Realmente has sido magnánimo con tu siervo! ¡Verdaderamente no hay Dios
fuera de ti! Ahora, pues, Señor Dios, mantén por siempre la promesa que has
hecho a tu siervo y a su familia. Cumple tu palabra y que tu nombre sea
siempre memorable. Ya que tú me has prometido "edificarme un casa", dígnate
bendecir la casa de tu siervo, para que camine siempre en tu presencia. Ya
que tú, mi Señor, lo has dicho, sea siempre bendita la casa de tu siervo,
pues lo que tú bendices queda bendito para siempre.
La promesa de Dios y la súplica de David suscitó en Israel una esperanza
firme. Incluso cuando desapareció la monarquía esta esperanza pervivió.
Podían estar sin rey. Pero, algún día, surgiría un descendiente de David
para recoger su herencia y salvar al pueblo. Esta esperanza contra toda
esperanza, fruto de la promesa gratuita de Dios, basada en el amor de Dios a
David, se mantuvo viva a lo largo de los siglos. La promesa de Dios es
incondicional. El Señor no se retractará por nada. El rey esperado, el hijo
de David, no será un simple descendiente de David. Será el salvador
definitivo, el Ungido de Dios, el Mesías.
El espíritu de David se sintió transido de esta esperanza y, bajo la
inspiración del Señor, oteando el futuro al son de la cítara, cantó:
Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.
Que los montes traigan paz,
y los collados justicia;
que él defienda a los humildes,
socorra a los hijos del pobre
y quebrante al explotador.
Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna.
Que los reyes de Tarsis y de las islas
le paguen tributo.
Que los reyes de Saba y de Arabia
le ofrezcan sus dones;
que se postren ante él todos los reyes,
y que todos los pueblos le sirvan.
El librará al pobre que clama
y al afligido que no tiene protector.
El rescatará sus vidas de la violencia,
su sangre será preciosa a sus ojos.
Que su nombre sea eterno,
que él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen bendito todas las razas de la tierra.
No, no será David quien edifique el templo de Jerusalén. Pero David adquiere
el terreno, reúne los materiales para la construcción, organiza los levitas,
sacerdotes, cantores y guardianes. Y cuando, con su ejemplo, mueve a todas
las familias a ofrecer sus contribuciones para la edificación del templo,
David bendijo al Señor en presencia de toda la comunidad, diciendo:
-Bendito seas, Señor, Dios de nuestro padre Israel, desde siempre y para
siempre. A ti, Señor, la grandeza, el poder, el honor, la majestad y la
gloria, porque tuyo es cuanto hay en cielo y tierra. Tuyo el reino y el que
está por encima de todos. Riqueza y gloria vienen de ti. En tus manos están
la fuerza y el poder. Nosotros, Dios nuestro, te damos gracias y alabamos tu
nombre glorioso. Ni yo ni mi pueblo somos nada para ofrecerte todo esto,
porque todo es tuyo, y te ofrecemos lo que tu mano nos ha dado. Nuestra vida
terrena no es más que una sombra sin esperanza. Todo lo que hemos preparado
para construir un templo a tu santo nombre viene de tus manos y a ti
pertenece. Sé, Dios mío, que sondeas el corazón y amas la sinceridad. Con
sincero corazón te ofrezco todo esto, y veo con alegría a tu pueblo aquí
reunido ofreciéndote sus dones. Señor, Dios de nuestros padres Abraham,
Isaac e Israel, conserva siempre en tu pueblo esta forma de pensar y de
sentir, mantén sus corazones fieles a ti. Concede a mi hijo Salomón un
corazón íntegro para poner en práctica todos tus preceptos y para edificarte
este templo que he proyectado.
Una vez que haya preparado todo para la construcción del templo, David ya
podrá morir en paz. Pero esta paz está aún lejos de David. Antes tendrá que
purificarse con el sufrimiento para poder "dormir en paz con sus padres".
Satán se alzó contra Israel e incitó a David a hacer el censo de Israel,
desde Berseba hasta Dan. David desea saber cuanta gente tiene. Pero a Dios
no le agradó esta arrogancia de David y le diezmó la gente mandando la peste
a Israel.
David comprendió su locura e imploró a Dios piedad para Israel. El ángel del
Señor se encontraba junto a la era de Ornán, el jebuseo. David alzó los ojos
y vio al ángel del Señor erguido entre el cielo y la tierra, con la espada
desnuda en su mano, apuntando a Jerusalén. Cubierto de saco, rostro en
tierra, David oró a Dios:
-Soy yo quien ha pecado. Soy yo el culpable. ¿Qué han hecho estas ovejas?
Dios mío, descarga tu mano sobre mí y sobre mi familia, pero no hieras a tu
pueblo.
David se levantó, se acercó a Ornán y le dijo:
-Dame la era para construir un altar al Señor, para que cese la peste en el
pueblo. Te pagaré su precio exacto.
Ornán le respondió:
-Tómela su majestad y haga lo que le parezca.
Pero el rey le dijo:
-No, no. La compraré por su justo precio. No voy a coger lo tuyo para
ofrecer al Señor víctimas que no me cuestan.
David levantó un altar y ofreció holocaustos y sacrificios de comunión,
invocó al Señor, que escuchó su súplica. El Señor mandó al ángel que
envainase la espada. Al ver David que el Señor le escuchaba en la era de
Ornán, dijo:
-Aquí se alzará el templo del Señor y el altar de los holocaustos de Israel.
Desde entonces, David se dedicó a buscar canteros y a reunir materiales de
hierro y madera para la construcción del templo, pues pensaba: "Salomón, mi
hijo, es todavía joven y débil. Y el templo que hay que construir al Señor
debe ser grandioso, para que su gloria se extienda por todas las naciones.
Voy a comenzar los preparativos". Llamó a su hijo Salomón y le dijo:
-Hijo mío, yo tenía pensado edificar un templo en honor del Señor, mi Dios.
Pero él me dijo: "Has derramado mucha sangre y has combatido en muchas
batallas. No edificarás tú un templo en mi honor. Pero tendrás un hijo que
será un hombre pacífico y le haré vivir en paz con todos los enemigos de
alrededor. El edificará un templo en mi honor". Hijo mío, que el Señor esté
contigo y te ayude a construir un templo al Señor, tu Dios, según sus
designios sobre ti. ¡Animo, no te asustes ni acobardes! Yo he ido reuniendo
para su construcción treinta y cuatro mil toneladas de oro, trescientas
cuarenta mil toneladas de plata, bronce y hierro en cantidad incalculable;
además madera y piedra. Tú añadirás aún más. Dispones también de gran
cantidad de artesanos: canteros, albañiles, carpinteros y obreros de todas
las especialidades. Hay oro, plata, bronce y hierro de sobra. Manos a la
obra y que el Señor te acompañe.
David, a solas, imagina el templo ya levantado y compone un salmo para el
momento en que en él sea entronizada el Arca del Señor:
De Yahveh es la tierra y cuanto hay en ella,
el orbe y todos sus habitantes.
¿Quién subirá al monte de Yahveh?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El de manos limpias y puro corazón.
El recibirá la bendición de Yahveh.
¡Portones, alzad los dinteles,
alzaos, puertas eternas,
va a entrar el rey de la gloria.