15. LUCHA CONTRA LA IDOLATRIA: David un hombre según el Corazón de Dios segúna la Escritura y el Midrash
Emiliano Jiménez Hernández
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Tres años después de la muerte de Saúl hubo una gran carestía en todo el
país. Los campos, amarillos y resecos por la sequía, herían la vista. Fue
una sequía tan desoladora que se cuenta entre las diez más severas que ha
habido desde Adán hasta el Mesías. David, en su corazón, buscaba la razón de
esa triste situación.
Primero David investigó las condiciones morales de su reino, porque la
lujuria acarrea el castigo de cerrar las compuertas de la lluvia. No era esa
la causa. Pensó entonces que tal vez el pueblo se había olvidado de la
limosna, que es otra de las causas que provocan el hambre, pero tampoco era
esa la razón de la sequía. En vista de sus fallos, consultó al Señor, que le
dijo:
-¿No fue Saúl un rey ungido con el óleo santo? ¿Acaso no abolió la
idolatría? ¿Y no sabes que es compañero de Samuel en el paraíso? Y mientras
tú habitas en tierra de Israel, ¡él está aún sepultado fuera de Israel,
entre los idólatras!
Inmediatamente David, acompañado de los sabios y nobles del reino, se fue a
Yabés de Galaad, desenterró los restos de Saúl y Jonatán y solemnemente
fueron llevados en procesión a la tierra de Israel, donde fueron enterrados
en la heredad de Benjamín. Este acto de afecto, que Israel rindió a su rey
fallecido, suscitó la compasión de Dios, que mandó a las nubes descargar sus
aguas sobre el campo reseco.
Aún no fue suficiente para acabar con el hambre. Se había hecho justicia con
Saúl, pero aún quedaba por reparar la culpa de Saúl contra los Guibeitas.
David se quejó ante Dios:
-¿Es que vas a castigar a tu pueblo por causa de los prosélitos?
Dios le replicó:
-Si tú no atraes a los que están lejos, se te marcharán los que están cerca.
David tuvo que dar satisfacción a los Guibeitas por los crímenes de Saúl
contra ellos. Entonces los paganos reconocieron:
-No hay dios como el Dios de Israel, no hay nación como la nación de Israel.
La culpa infligida contra los despreciados prosélitos ha sido expiada por
hijos de reyes.
A través de estos hechos, David descubrió que la sequía había sido una señal
del cielo. El Señor quería barrer la idolatría, quizás aún no extinguida del
todo. Le vino a la memoria la palabra del Señor: "Si dais culto a otros
dioses y os inclináis ante ellos se encenderá mi ira contra vosotros,
cerraré el cielo y cesará la lluvia de modo que la tierra no os dará sus
frutos".
El rey David ordenó que se indagase por todo el país a ver si quedaban
idólatras entre sus súbditos. Sus mensajeros recorrieron todo el reino,
ciudades y aldeas, investigando a toda la población. Pero no encontraron ni
una persona que rindiera culto a los ídolos. Cuando regresaron y refirieron
a David que en todo su reino no quedaba ni huella de idolatría, David exultó
de alegría, pero, al mismo tiempo, quedó confundido: ¿cuál era, entonces, la
causa de la sequía?
Así pronto se descubrió la causa. Un día un tal Jonatán, hijo de Geresción,
se puso en camino en busca de trabajo. Con sorpresa descubrió que en la
región de Dan la gente se postraba ante una imagen. Con tal de trabajar,
pidió que le nombraran sacerdote de aquel culto. Los fieles aceptaron sin
más su ofrecimiento.
Pero, al poco tiempo, los habitantes de Dan se dieron cuenta de la extraña
conducta de aquel sacerdote, contraria e incompatible con su función. Por
ejemplo, cuando llegó una pareja a adorar al ídolo, llevando valiosos
obsequios para el sacerdote, éste les preguntó por su edad. El marido
respondió:
-Mi esposa tiene cincuenta años y yo sesenta.
Entonces él, sin consideración alguna, les reprochó:
-¡Viejos ignorantes! ¿No os da vergüenza inclinaros ante un ídolo de menos
de dos años?
Tan confundidos quedaron los dos ante esta observación que se marcharon
mortificados y decididos a no volver a dar culto a los ídolos.
En otra ocasión se presentó ante el sacerdote un hombre, ciego de un ojo, y
le explicó:
-Vengo a adorar al ídolo. Aquí traigo mi ofrenda de flor de harina.
Implóralo por mí para que me devuelva del todo la vista.
Entonces el sacerdote, en tono irónico, le replicó:
-¿Dónde tienes la cabeza? ¿Pides que te devuelva la vista de un ojo a quien
es ciego de los dos ojos?
El pobre hombre se sintió avergonzado y se alejó del santuario, convencido
de que era inútil esperar auxilio de un ídolo hecho por manos de hombre.
Pocos días después, se presentó una mujer con su hijo en brazos, paralítico
de nacimiento. Se inclinó ante la imagen y le suplicó que diera fuerzas a
las piernas de su hijo para que pudiera caminar como todos los otros niños.
Jonatán, al oír las palabras de la madre, compadecido de ella, pero con su
aire burlón se le acercó y le dijo:
-No es así como debes orar. Pide a este ídolo que se mueva de su sitio y
muestre así a tu hijo cómo se mueven las piernas. ¡Díle que le dé ejemplo a
tu hijo!
También esta mujer se marchó desilusionada. Por todos estos casos, que
enseguida corrían de boca en boca, se difundió la voz de que el sacerdote
despreciaba al ídolo y se burlaba de cuantos iban a darle culto o a implorar
su ayuda. Esto no se puede tolerar, se dijeron los habitantes del lugar. Se
presentaron ante él y, sin consideración a su sacerdocio, le preguntaron:
-¿Cómo es posible que tú alejes a la gente del ídolo del que eres sacerdote?
Jonatán les respondió:
-Me he puesto al servicio del ídolo sólo para ganarme el pan. Si me
hubierais prometido una paga por arrancarle los ojos, lo hubiera hecho lo
mismo...
Cuando el rey David se enteró de lo que estaba sucediendo en la tribu de
Dan, llamó a aquel extraño sacerdote y, con tono de reproche, le preguntó:
-¿Cómo es posible que un levita como tú se ponga a servir a un ídolo?
Jonatán, sin inmutarse, replicó al rey:
-He aceptado el encargo sólo porque necesitaba ganarme el pan, pero en
realidad mi sacerdocio consiste en hacer volver a los hijos de Israel al
recto camino.
David se sintió conmovido por su declaración y, para que pudiera dedicarse
enteramente al culto del Señor, le nombró superintendente de los depósitos
del reino. Este cambio radical de vida del sacerdote, significó también la
desaparición de la idolatría en todo el reino de David. Las nubes se
abrieron y la lluvia cayó sobre los campos áridos, bañándolos de
bendiciones. David, agradecido, cambió a Jonatán su nombre, llamándolo
"Scevuel": retornado al Dios eterno. David le invitó a cantar con él, al son
del arpa:
Yo digo a Yahveh: "Tú eres mi Señor,
mi bien, nada hay fuera de ti.
A los ídolos que se veneran en la tierra,
y a todos los que a ellos se dedican
les lloverán desgracias y saldrán huyendo.
Yo jamás derramaré sus libaciones de sangre,
jamás tomaré sus nombres en mis labios.
Yahveh es la parte de mi heredad y mi copa,
me ha tocado una parcela de delicias.
Bendeciré por siempre al Señor,
que hasta de noche me instruye y aconseja.
Tendré siempre presente al Señor
y con El a mi derecha no vacilaré.
Con El se me alegra el corazón
y hasta mi carne descansa serena.
El me enseña el sendero de la vida,
me colma de gozo en su presencia,
de alegría perpetua a su derecha.