14. LA DANZA ANTE EL ARCA: David un hombre según el Corazón de Dios según la Escritura y el Midrash
Emiliano Jiménez Hernández
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Elí era muy anciano y apenas se levantaba de su silla, colocada a la entrada
del Santuario de Silo. Sus dos hijos, Jofní y Pinjás, ejercían el
sacerdocio. Burlándose de Dios y de su padre anciano, los dos hijos abusaban
de los fieles que llegaban al Santuario con sus ofrendas. Dios, defensor de
los débiles oprimidos, decidió la muerte de los perversos sacerdotes.
Fue entonces cuando los filisteos se reunieron para combatir a Israel y los
israelitas salieron a su encuentro para el combate, acampando cerca de
Mispá, mientras que los filisteos habían acampado en Afeca, al norte de su
territorio. Allí se libró una gran batalla e Israel fue batido por los
filisteos, muriendo a campo abierto cerca de cuatro mil israelitas.
Ante tal derrota, los ancianos de Israel se reunieron en consejo y
discutieron con los jefes militares la causa de la derrota. No, no era la
fuerza de los filisteos la causa de tantas muertes. Todos concluyeron con
una pregunta, que expresaba el motivo de su fracaso: ¿Por qué nos ha
derrotado hoy el Señor ante los filisteos?
Yahveh les había derrotado. Habían ido a la guerra sin contar con El,
apoyados en su propia fuerza. Esto era verdad. Pero no entendieron al Señor.
Siguieron sin convertirse al Señor, aunque los ancianos de Israel decidieron
llevar el Arca del Señor al campo de batalla. El Arca es capturada por los
filisteos y llevada hasta Asdot, al templo de Dagón, colocándola junto a
Dagón. Pero "la mano del Señor" triunfa de las manos cortadas de Dagón,
derribándolo por tierra. Comienza entonces la larga peregrinación del Arca
cautiva. El Señor hiere a los filisteos con plagas, pero ellos se endurecen
y, en vez de devolverla, la van paseando por su territorio. Como la plaga
también recorre el territorio, los filisteos atemorizados deciden soltar el
Arca:
-No debe quedarse entre nosotros el Arca del Dios de Israel, porque su mano
es dura con nosotros y con nuestro dios Dagón.
Todo el pueblo era presa de un pánico mortal. Los siete meses que estuvo el
Arca en poder de los filisteos fue un sucederse de desgracias. Convocaron a
los príncipes y les dijeron:
-Devolved a su sitio el Arca del Dios de Israel; si no, nos va a matar a
nosotros con nuestras familias.
Los príncipes llamaron a los sacerdotes y adivinos y les consultaron:
-¿Qué hacemos con el Arca del Señor? Indicadnos cómo podemos mandarla a su
sitio?
Respondieron:
-Elegid dos vacas, que estén criando, y uncidlas al carro que lleve el Arca,
dejando encerrados en el establo sus terneros. Las vacas querrán volver al
establo donde están sus crías. Si el Dios de Israel desea recuperar el Arca,
le toca a El arrastrar a las vacas hacia sí. Si no lo hace es que no tiene
fuerza y no tenemos por qué temerlo.
Siguiendo el consejo de los sacerdotes, cogieron dos vacas, que estaban
criando, y las uncieron a un carro, dejando los terneros encerrados en los
establos. En el carro colocaron el Arca y los presentes ofrecidos al Dios de
Israel. Ante tal desafío, el pueblo se quedó sorprendido, viendo cómo las
vacas tiraron derechas, sin desviarse a derecha ni izquierda, hasta llegar a
Bet Semes, en el confín de Israel. Los mugidos de las vacas aturdían los
oídos de los filisteos, que iban detrás del carro.
De Bet Semes el Arca fue llevada a Quiryat Yearim. Es la primera etapa de la
peregrinación del Arca por tierra de Israel, peregrinación que durará muchos
años y culminará con su entrada en Jerusalén.
David, aclamado y ungido rey por todas las tribus de Israel, decide el lugar
de la nueva capital. Para no suscitar celos entre las tribus elige como
capital una ciudad independiente y céntrica. Hebrón no puede ser: está en
territorio de su tribu, de Judá.
En la cima de una colina, entre el norte y el sur, estaba la ciudad de
Jerusalén. Todo el territorio en torno a ella pertenecía a los israelitas,
pero Jerusalén seguía aún en poder de los enemigos. Ninguno había podido
conquistarla. David sabía que mientras la ciudad situada en el centro del
país no perteneciera a Israel, el pueblo no gozaría de una paz segura. Por
ello convocó a su ejército para marchar a conquistarla.
Jerusalén es una ciudad fuertemente fortificada. Está ocupada por los
jebuseos. Es casi inexpugnable, situada como está sobre una enorme roca, que
forma la colina de Sión. Por el oriente, la circunda el torrente Cedrón y,
por el occidente, la rodea el valle de la Gehenna. Los valles del Cedrón y
de la Gehenna confluyen envolviendo la colina y se dirigen hacia el sur. La
ciudad era, por tanto, una roca fuerte en medio de dos valles profundísimos.
Los jebuseos se sentían seguros. Cuando les llegan rumores de su asedio se
echan a reír, pues estaban seguros de que hasta los ciegos y cojos podían
defenderla.
No es lo que piensa David, que con sus hombres se puso en marcha hacia
Jerusalén. Los jebuseos, asomados sobre los muros, se burlan de David:
-No entrarás aquí. Te rechazarán los ciegos y cojos.
Pero David tenía su plan bien pensado. Había descubierto un túnel
subterráneo que conducía el agua a la ciudad. Dos valientes soldados
penetraron a través del túnel en la ciudad y, en medio de la noche, abrieron
sus puertas, permitiendo penetrar por ellas al rey con sus tropas.
Así David conquistó el alcázar de Sión. Se instaló allí y desde entonces se
llama Ciudad de David. Enseguida, David fortificó la ciudad con una muralla
en torno y se construyó un espléndido palacio real. Así comprendió David que
el Señor lo establecía como rey de Israel y que engrandecía su reino por
amor a su pueblo, Israel. Había llegado la hora de trasladar el Arca del
Señor a Jerusalén. La ciudad de David será la Ciudad Santa de Yahveh. David
juró e hizo voto ante el Señor:
No entraré bajo el techo de mi casa,
no subiré al lecho de mi descanso,
no daré sueño a mis ojos ni reposo a mis párpados,
hasta que encuentre un lugar para el Señor,
una morada para el Fuerte de Jacob.
David reunió a todo lo mejor de Israel, treinta mil hombres, se levantó y
partió a Baalá de Judá, para subir desde allí el Arca de Dios que lleva el
nombre del Señor de los ejércitos que se sienta sobre los serafines.
Cargaron el Arca de Dios en una carreta nueva y la llevaron procesionalmente
de casa de Abinadab hacia Jerusalén. Uzzá y Ajyó, hijos de Abinadab,
conducían la carreta con el Arca de Dios. David y toda la casa de Dios
bailaban delante del Señor con todas sus fuerzas, cantando con cítaras,
arpas, adufes, sistros y címbalos. Mientras el Arca pasaba lentamente de
pueblo en pueblo, deteniéndose en cada aldea, todos cantaban:
Oímos que estaba en Efrata,
la encontramos en el Soto de Jaar:
entremos en su morada,
postrémonos ante el estrado de sus pies.
Y los cantores, al partir de cada lugar, entonaban:
Levántate, Señor, ven a tu mansión,
ven con el Arca de tu poder:
que tus sacerdotes se vistan de gala,
que tus fieles te aclamen.
Y el pueblo exclamaba:
Por amor a tu siervo David,
no niegues audiencia a tu Ungido.
Y los sacerdotes respondían a coro:
El Señor ha jurado a David una promesa
que no retractará: A uno de tu linaje
pondré sobre mi trono por siempre.
Y David, alborozado, hacía de solista:
Porque el Señor ha elegido a Sión,
ha deseado vivir en ella. El me dijo:
Esta será mi mansión por siempre,
en Sión viviré, porque la deseo.
Y los sacerdotes bendecían al pueblo:
El Señor bendiga vuestras provisiones,
a los pobres los sacie de pan.
Y el pueblo aclamaba con vítores:
Vestirá a sus sacerdotes de gala.
Y todos en coro cantaban su esperanza:
Haré germinar el vigor de David,
enciendo una lámpara para mi Ungido,
sobre El brillará la diadema del Señor,
que vestirá a sus enemigos de ignominia.
El Señor ha elegido a Sión,
ha deseado vivir en ella.
Así, de etapa en etapa, entre cantos y danzas, iba avanzando el Arca hasta
la Ciudad Santa. Al divisar la colina de Sión, los portadores del Arca se
detenían cada seis pasos y se sacrificaba un novillo y un ternero. David iba
danzando ante el Señor con todo entusiasmo, vestido con un efod de lino, y
todos acompañaban al Arca con vítores al sonido de trompetas.
Instalaron el Arca del Señor en el centro de la tienda que David había
preparado para ella. Y David ofreció holocaustos y sacrificios de comunión
al Señor. Luego repartió a todos, hombres y mujeres, una torta de pan, un
pastel de dátiles y un pan de uvas pasas a cada uno. Cuando todos se
marcharon, cada cual a su casa, también David se fue a casa.
Pero, cuando el Arca del Señor entraba en la Santa Ciudad, Mikal estaba
asomada a la ventana y, al ver al rey dando saltos y cabriolas delante del
Señor, lo despreció en su corazón. Cuando David llegó a casa, gozoso de la
fiesta, Mikal le salió al encuentro y le dijo:
-¡Cómo se ha cubierto hoy de gloria el rey de Israel, descubriéndose a la
vista de las criadas de sus servidores, como lo haría un cualquiera!
David le respondió:
-Ante el Señor, que me prefirió a tu padre y a toda tu familia, yo bailaré y
todavía me rebajaré más. Si a ti te parece despreciable, seré honrado ante
las criadas de que hablas.
Mikal, la hija de Saúl, es conocida con el apelativo de Eglah, "ternera".
Era de una belleza encantadora y, al mismo tiempo, modelo de esposa amante.
Cuando su padre quería matar a David, ella le salvó de las manos de su
padre. Era tan buena como hermosa. Mostró su bondad, por ejemplo, con los
niños huérfanos de su hermana Merad, que la Escritura dice que Mikal "dio a
Adriel", que no era su esposo, sino su cuñado. Pero es que ella los trató y
cuidó como si fueran hijos propios.
Pero, a pesar de tanta belleza y bondad, Dios la castigó por haberse burlado
de David y haberle reprochado que danzara ante el Arca en honor del Señor.
Durante mucho tiempo no volvió a tener hijos y, por fin, cuando fue
bendecida con un niño, perdió su propia vida al darle a luz.