3. DAVID, PASTOR: David un hombre según el Corazón de Dios según la Escritura y el Midrash
Emiliano Jiménez Hernández
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Belleza y talento, los dones de Adán a David, no libraron a David de
dificultades. Eliab, el hermano mayor de David, encendido en cólera, le
apostrofó:
-¿A quién has dejado el rebaño en el desierto? ¿Qué has venido a hacer aquí?
Ya conozco tu atrevimiento inconsciente y la maldad de tu corazón. Has
venido a curiosear, a ver la batalla.
Es el hermano mayor, el primogénito, alto y fuerte, que no tiene ojos para
el hermano pequeño. Le ciega el orgullo y la cólera. Por ello ofende
injustamente a David, que con calma le responde:
-Dime, ¿qué he hecho? ¿Es que no se puede hablar?
Y mientras responde a su hermano, que no le escucha, David entra en su
interior, donde Dios dirige su mirada, y ora: "Examíname, Señor, ponme a
prueba, sondea mis entrañas y mi corazón, porque tengo ante los ojos tu
bondad". Y Dios realmente fija sus ojos en el corazón de David lo mismo que
examina el corazón de sus hermanos. Sus hermanos mayores, orgullo de su
padre, son presentados a Samuel y, más tarde, enviados al ejército de Saúl.
Son grandes y fuertes, hombres de guerra. David es el pequeño, que nadie
invita al sacrificio de Samuel ni se cuenta con él para luchar contra los
filisteos. En cambio, David, el pequeño, va y viene, va a la corte del rey y
vuelve a cuidar el rebaño de ovejas. Pero no va con armas, sino con su arpa;
no se le invita a la guerra contra los extranjeros, sino a sanar con la
música el corazón del rey de sus enemigos internos.
Ante la mirada de Dios, David se sentía libre. Y esa libertad se expresaba
en sus ojos limpios y ardientes como el arco iris, formado de sol y lluvia.
Por ello el corazón le latía al ritmo de la sangre y sus labios susurraban
salmos, casi sin darse cuenta, algo así como brotan y maduran las frutas en
los árboles. Las notas y las sílabas iban cayendo como gotas de rocío que el
viento arranca de las palmeras de Engadí.
David era un joven apuesto, inteligente y valiente. Por ello, su padre,
Isaí, le encomendó el cuidado de su rebaño de ovejas, aunque era el más
joven de sus hijos. Esto es lo que dicen los sabios, bendita su memoria.
Pero no todos piensan como ellos. David no estuvo libre de sospechas
infamantes. Su cabello rojizo le hizo sufrir el desprecio de sus mismos
hermanos. Las sospechas de que fuera hijo de una esclava, afirman las malas
lenguas, fue la causa de que fuera alejado de la compañía de sus hermanos y
mandado al desierto, donde pasó sus días pastoreando el rebaño de su padre.
Pero el Santo escribe derecho con líneas torcidas. A Dios le gusta el juego
del columpio. Lo pobre y despreciado, lo que no pesa es lo que sube y es
ensalzado, mientras que la arrogancia hace al hombre pesado y en el columpio
del Señor baja hasta quedar en tierra. Fue la vida de pastor lo que llevó a
David a su exaltación. David se dedicaba al pastoreo con gran amor. Se
levantaba al alba y, recitadas sus plegarias, con el zurrón al hombro y el
cayado en la mano, se dirigía al aprisco, sacaba el rebaño y le llevaba a
los pastos del campo.
Belén está situada en una zona radiante de montes en la región de Judea. A
Belén se la llama casa del pan, posada de reposo, campo de pastores. Al
salir el sol, el rocío brilla en la amplia campaña que circunda la ciudad.
La llanura de trigo verde comenzaba a dorarse, cuando una bandada de palomas
torcaces, alborotadas, revoloteó entre los olivos. En las grutas calientes y
umbrías penetra el sonido de las esquilas de las ovejas, que se desperezan
al alba. Los hilos de las arañas se trenzan entre las briznas de paja y
heno... Todo el paisaje de Belén entraba por los ojos de David hasta hacer
vibrar su alma. La alegría pujaba entonces incontenible hasta convertirse en
canto. Transportado, en armonía dedos y labios, brotaban música y palabras
desde el hondón de su ser.
El corazón del joven pastor rebosaba de contento ante la vista del luminoso
paisaje. Delante del rebaño, al comienzo, y detrás de él, más tarde, David
iba canturreando las melodías, que luego serían los "salmos de David". El
salmo brota en el corazón de Belén silenciosamente como los sueños de la
hierba en la noche.
No le gustaba a David detenerse en los prados cercanos a los campos
cultivados de trigo; temía que las ovejas se le escaparan y pisotearan las
espigas. Por ello, prefería caminar hasta los pastos, aunque fueran lejanos,
pero no cultivados de cereales. A lo largo del camino se distraía arrancando
melodías a la cítara, sosteniendo con la música el cansancio de las ovejas
más débiles.
Su oído excelente le permitía distinguir y reproducir los más variados
sonidos de la naturaleza: el piar de las aves, el roce de las mieses, el
susurro del viento en los árboles, el murmullo de las aguas. Pasaba largas
horas escuchando la palabra del árbol y el eco de las piedras rodando por el
arroyo; tras noches enteras escuchando la ininterrumpida plática del cielo
con la tierra, de los abismos con las estrellas, nadie mejor que el pastor
conoce el idioma de los bosques, de los vientos y las nubes: "El cielo
proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos; el
día pasa el mensaje al día; la noche se lo susurra a la noche".
Así seguía al rebaño, sin perderlo de vista por un instante. Se cuidaba de
que los corderillos no se quedasen rezagados y, si alguno se cansaba y no
conseguía mantener el paso, David lo cargaba en torno a su cuello. Llegado
al lugar de los pastos, se preocupaba de que todos encontraran su alimento;
él mismo cortaba el pasto y se lo daba en la boca a las ovejas recién
paridas o a los corderillos. Al mediodía, escuchando a los pájaros, el
pastor se duerme contemplando sus alas. En otras ocasiones, el olor a lluvia
del campo le penetra en el corazón, ablandándolo y dilatándolo para acoger
la vida y sembrarse de esperanzas. Las nubes gotean el gozo y el amor de lo
alto. Dios dibuja y desdibuja su nombre para su pastor en el firmamento.
Así, día a día, de sábado a sábado, se va llenando el corazón de David del
canto al Señor, del mismo modo que, al caer la tarde entre los montes, las
sombras se van acomodando por todos los rincones.
El elegido del Señor se prepara a su misión de rey de Israel, ejercitándose
como pastor del rebaño de su padre, tomando cada día conciencia de su
pequeñez; aprendiendo a cuidar de los hombres que le serán encomendados,
cuidando ahora de las ovejas y corderos; abandonándose con confianza a Dios,
se va vistiendo cada día las armas de la fe y la obediencia.
Se cuenta que en cierta ocasión no logró encontrar más que un campo de
malezas y arbustos. ¿Qué hizo? Por temor a que las ovejas más jóvenes y
fuertes se comieran los tallos más tiernos y que las demás no encontraran
luego nada qué comer, David hizo entrar primero sólo a los corderos para que
se nutrieran de lo más tierno del pasto; luego hizo entrar a las ovejas más
viejas y achacosas y, finalmente, cuando éstas se hubieron saciado, dejó
pastar a las jóvenes, que podían triscar y comer hasta de las hierbas más
duras o difíciles de alcanzar. De este modo consiguió saciar a todo el
rebaño...
Yahveh, que escruta al justo, examinaba a David en el pastoreo. Así el Señor
apreció el comportamiento de David con el ganado y, viendo su corazón de
pastor, se dijo el Santo, bendito sea su nombre:
-Quien sabe apacentar a cada oveja según sus fuerzas, será el que apaciente
a mi pueblo.
Así Yahveh "eligió a David su servidor, le sacó de los apriscos del rebaño,
le tomó de detrás de las ovejas, para pastorear a su pueblo Jacob, y a
Israel, su heredad. El los pastoreaba con corazón perfecto, y con mano
diestra los guiaba". Los sabios, bendita su memoria, nos narran la
sorprendente actuación de Dios muchas veces con palabras transmitidas de los
labios al oído, en cadena ininterrumpida. Así despiertan la espera vigilante
de la intervención de Dios en el momento menos esperado:
-Uno sale de casa a buscar unas asnas perdidas y vuelve transformado en rey,
en "otro hombre". Como le sucede a un joven pastor con la única pasión de
cantar a las estrellas y lanzar piedras con la honda...
David ve pasar los días, sin darse cuenta de que cada día le acerca al
cumplimiento de la profecía. Sin pensar en Jacob, su antepasado, "ata a la
vid su asno". Ve cómo la luna crece y mengua mes tras mes y canta: "Toda
carne es como hierba del campo; su magnificencia, como flor que brota y
enseguida se seca y desaparece". Pero esto no le impide amar a las flores y
a las estrellas, al agua que corre y canta, las ondulaciones del desierto
sobre las que cabalga su alma. La poesía polícroma de la jornada se le hace
música y silencio. Sí, al final de su vida podrá confesar: "He amado la
belleza, transformándola en salmos; he amado apasionadamente, con vehemencia
la vida y las cosas, sin importarme su fragilidad, más aún, su fragilidad
aumentaba mi amor por ellas".
Con un trozo de pan, un puñado de aceitunas y medio queso se sentía feliz
cada mañana. Con los ojos cerrados podía recorrer el camino, orientado por
los olores diversos, que conocía de memoria: desde los aromas de los
jazmines hasta el hedor de los troncos podridos. Y luego, con los brazos
cruzados bajo la nuca, ¡cuantas horas mirando al cielo! A veces sin una nube
que amortiguara el fuego del mediodía, cuando hasta los pájaros y los
insectos callan, esperaba que se alargaran las sombras del peñasco y de los
arbustos para sacar a su rebaño de la modorra. Otras veces se deleitaba con
el fuerte sabor de los dátiles. Y ¿cómo olvidar los días de esquileo, en que
se come bien y se bebe aún más? Todo es una invitación al canto:
¡Sabed que Yahveh mima a su amigo,
Yahveh escucha cuando yo le invoco!
Muchos dicen: ¿Quien nos hará ver la dicha?
¡Alza sobre nosotros la luz de tu rostro!
Yahveh, tú has dado a mi corazón más alegría
que cuando abundan el trigo y el vino nuevo.
En paz yo me acuesto y me duermo,
pues tú solo, Yahveh, me haces vivir tranquilo.
Contra el cielo del atardecer se alzaba la roca de Sión, como "alas de
paloma, revestidas de plata, cuyas plumas con reflejos de oro" envuelven el
sueño del pequeño pastor. La sinfonía de los insectos no turbaba el silencio
de la noche. Así, los días, semanas y lunas se iban desgranando lentamente
como una espiga de cebada.