CANTAR DE LOS CANTARES -RESONANCIAS BIBLICAS: 9. ¡ASÍ ES MI AMADO! : 5,9-6,3
Emiliano Jiménez Hernández
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¡ASÍ ES MI AMADO!: 5,9-6,3 105
a) Eres el más bello de los hombres
b) Su cabeza es oro finísimo
c) Sus ojos como palomas
d) Sus labios destilan mirra
e) Sus manos, aros de oro
f) Sus piernas, columnas de alabastro
g) Ven y lo verás
h) Yo soy para mi amado
a) Eres el más bello de los hombres
Contemplando las señales del amado, marcadas en el rostro de la amada,
las hijas de Jerusalén, deseosas de conocerle, preguntan: ¿En qué se
distingue tu Amado de los otros, oh la más bella de las mujeres? ¿En qué
se distingue tu Amado de los otros, para que así nos conjures? La
esposa, que guarda en su memoria bien custodiada la imagen del amado, le
describe a las hijas de Jerusalén con la pasión de su amor. Su retrato
es casi un calco del elogio que él ha hecho antes de ella (Cant 4). ¿No
es ella su cuerpo, una sola carne con él?
Dice San Gregorio de Nisa: Si somos hijos de
Sin embargo, el amigo siguió amándonos a nosotros que, dudando de su
amor, pecamos; por nosotros dio la vida en la cruz. Con gozo la esposa
se muestra herida por su amor. Dios es amor (1Jn 4,16) y su amor penetra
el corazón mediante la flecha de la fe: este dardo, que hiere a la
esposa, es la fe que actúa en la caridad (Gál 5,6). Tal herida de amor
hace brillar el rostro de la esposa, haciéndola la más bella de las
mujeres. Su esplendor lleva a las hijas de Jerusalén a dar gloria al
Esposo (Mt 5,16); por ello preguntan: ¿En qué se distingue tu Amado
de los otros, oh la más bella de las mujeres? ¿Cómo podremos
conocerlo, si no es posible hallarlo, si no responde cuando se le llama,
si no se deja aferrar cuando se le halla? Quítanos también a nosotras el
velo de los ojos, como han hecho contigo los guardias de la ciudad, para
que podamos caminar tras él. Indícanos las señales para que también
nosotras podamos amarlo, heridas con la flecha de su amor.
La esposa, herida de amor, exclama: "Me brota del corazón un poema
bello, recito mis versos a un rey. Eres el más bello de los hombres, en
tus labios se derrama la gracia..." (Sal 44,1ss). Y vuelta a las hijas
de Jerusalén, despojada del velo, con los ojos del espíritu iluminados
(2Cor 3,13-16), les describe los rasgos del cuerpo glorioso de Cristo
(Flp 3,21), el Esposo amado: Mi Amado es fulgurante y encendido,
distinguido entre diez mil. Mi Amado, por quien todo fue hecho (Jn
1,1-4), "se hizo carne y puso su morada entre nosotros y hemos
contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14-15). ¡Grande es el misterio de la
piedad: El se ha manifestado en la carne! (1Tim 3,16). "Siendo de
condición divina, se despojó de sí mismo tomando la condición de siervo,
haciéndose semejante a los hombres; se humilló a sí mismo, obedeciendo
hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó
el Nombre que está sobre todo nombre" (Flp 2,6ss).
El amado, "sentado sobre su trono de llamas, con ruedas de fuego
fulgurante, se envuelve de día en un manto cándido como la nieve" (Dn
7,9) y en la noche su rostro se enciende de luz; el esplendor de su
Gloria, irradiado por su rostro, es como el fuego (Ez 1,27s). Así se
distingue entre todos. Supera a José que "era hermoso y de buen aspecto"
(Gén 39,6), a David, que "era de buen color, de ojos hermosos y buen
aspecto" (1Sam 16,12;17,42), a Absalón "aunque no había en todo Israel
hombre más apuesto ni tan admirado como él; de pies a cabeza no tenía un
defecto" (2Sam 14,25).
Este es el Amado,
El es la primicia de la nueva creación. "Y si las primicias son santas,
también lo es la cosecha; y si la raíz es santa, también lo son las
ramas" (Rom 11,16). La cosecha y las ramas son quienes, unidos a él por
la fe y el bautismo, forman su cuerpo,
Su cabeza es oro finísimo; sus rizos, racimos de palmera, negros como el
cuervo.
Su cabeza, Sabiduría de Dios, que la "creó al comienzo de su camino,
antes que sus obras más antiguas" (Pr 8,22), es más deseable que el oro
puro, "más que mucho oro fino" (Sal 19,11). Sus palabras, para quien las
cumplen, son blancas como la nieve, pero para quienes no las observan
son negras como las plumas del cuervo (Sal 111,10). De
En la "gran nube de testigos" (Heb 12,1) destacan los apóstoles, que
fueron primeramente negros como el cuervo: uno publicano, otro ladrón,
otro perseguidor, carnívoros y que "sacan los ojos" (Pr 30,17). Así lo
testimonia Pablo: "Vosotros estabais muertos en vuestros delitos y
pecados, viviendo según el proceder de este mundo; así vivíamos también
nosotros en otro tiempo, en las concupiscencias de nuestra carne,
siguiendo las apetencias de la carne y de los malos pensamientos,
destinados como los demás a
Sus ojos como palomas junto a corrientes de agua, bañándose en leche,
posadas junto a un estanque.
Sus ojos, como palomas que se detienen junto a las corrientes de agua,
miran siempre a Jerusalén para bendecirla (1Re 8,29). Los ojos del amado
son idénticos a los de la amada (4,2; 6,6), pues, mirándose, se reflejan
mutuamente. Es el deseo permanente de la esposa: "¡Oh cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados formases de repente los ojos
deseados que llevo en mis entrañas dibujados!" (S. Juan de
Los ojos, según el Apóstol, están unidos a las manos, pues "no puede el
ojo decir a la mano: ¡no te necesito!" (1Cor 12,21). Los ojos, cuya
misión es ver, son los encargados de guiar la acción de las manos. Los
ojos son puestos como centinelas (Ez 3,17; 33,7) para vigilar la vida de
los fieles de
Sus mejillas son bancal de balsameras, semilleros de plantas
aromáticas. Sus labios son lirios, que destilan mirra fluida.
Jardín de flores perfumadas son sus mejillas, todas salpicadas de
aromas: "como el ungüento fino que baja por la barba, por la barba de
Aarón, hasta la orla de sus vestiduras" (Sal 133,2). Gregorio de Nisa
lee mandíbulas en lugar de mejillas. Y sobre esa palabra hace su
comentario. Pablo, como una madre (1Tes 2,7), nutre a "los niños en
Cristo" (1Cor 3,1-2) con leche y reserva el pan de la sabiduría para
quienes se han hecho adultos en cuanto al hombre interior (1Cor 2,6). En
el Cuerpo de Cristo es necesario que haya mandíbulas para alimentar a
quienes, destetados, desean el alimento sólido. Para que este alimento
nutra, es necesario que las mandíbulas desmenucen y mastiquen la palabra
hasta hacerla exhalar todos los jugos y aromas, adaptados a todos los
oyentes. De este modo "la palabra del Señor es segura, instruye a los
sencillos; es luminosa e ilumina el corazón" (Sal 18,8-9). La palabra,
desmenuzada, apta para nutrir a quien la recibe, es ofrecida en el vaso,
que forman las mandíbulas. Pablo, despojado de las escamas de sus ojos,
lleno del Espíritu Santo, es constituido vaso de elección para
difundir el perfume del Señor ante los gentiles, los reyes y los hijos
de Israel (He 9,15). El desmenuzaba
Esta palabra de vida para todos es la que anuncia el enviado del Señor.
Por ello, a continuación, la esposa se fija en los labios: Sus labios
son lirios, que destilan mirra fluida. La mirra, que destila de la
boca y nutre a quienes la acogen, es la llamada a conversión, a dar
muerte al hombre de pecado, para resucitar a una vida nueva,
esplendorosa como los lirios. Así se presentó Pedro, lleno del Espíritu
Santo, el día de Pentecostés, suscitando la compunción en quienes le
escuchaban, de modo que preguntaron: ¿Qué hemos de hacer, hermanos? Y
Pedro les contestó: "Convertíos y que cada uno de vosotros se haga
bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados,
y recibiréis el don del Espíritu Santo" (He 2,37ss). Lo mismo hizo en
casa de Cornelio, donde, apenas escuchada su palabra, cuantos estaban
congregados fueron sepultados con Cristo mediante el bautismo y
recibieron la vida de resucitados, mediante el don del Espíritu Santo
(He 10,34-38;
Sus manos, aros de oro, engastados de piedras de Tarsis. Su vientre,
bloque de marfil, recubierto de zafiros.
Las doce tribus de Jacob están en torno al pectoral de la santa diadema
de oro (Ex 28,36), engastadas en doce gemas, con los tres padres del
mundo: Abraham, Isaac y Jacob (Ex 28,15-21). Rubén está engastado en
rubí; Simeón, en coral; Judá, en antimonio; Isacar, en esmeralda;
Zabulón, en perla; Dan, en berilo; Neftalí, en zafiro; Gad, en topacio;
Aser, en turquesa; José, en ónice; y Benjamín, en jaspe. Se asemejan a
las doce constelaciones: lucientes como cristal y esplendentes como
marfil, brillan como zafiros.
La palabra se hace vida. Las manos llevan a la práctica lo que los ojos
ven y los labios anuncian. La palabra de la fe se hace amor; de este
modo el oyente de la palabra se asemeja a Cristo, Palabra encarnada. Las
manos, de oro, hacen a los creyentes semejantes a
Estas son las manos de oro del Cuerpo de Cristo. No son manos de Cristo
las que buscan agradar a los hombres y se enredan en el amor al dinero,
la gloria, la vana apariencia, el lujo, el placer. Estas no se asemejan
a
Su vientre, bloque de marfil, recubierto de zafiros.
El Señor le dijo a Moisés: "Sube hasta mí, al monte; quédate allí y te
daré las tablas de piedra" (Ex 24,12), en las que estaban grabadas las
letras divinas. Luego, en el Evangelio, las Palabras divinas no fueron
escritas en tablas de piedra, sino en bloque de marfil, recubierto de
zafiros. Este es el vientre, el interior del hombre, el corazón,
donde el Espíritu graba las letras divinas. El Señor dijo al profeta
Ezequiel: "come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar
a la casa de Israel". Y añade: "Yo abrí mi boca y él me hizo comer el
rollo, y me dijo: Aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy. Lo
comí y fue en mi boca dulce como la miel" (Ez 3,1-3). La escena se
repite en el Apocalipsis: "La voz del cielo me dijo: Vete, toma el
librito y devóralo; te amargará las entrañas, pero en tu boca será dulce
como la miel" (Ap 10,8ss). Jeremías identifica vientre y corazón: "Me
duelen las entrañas, me duelen las entretelas del corazón, se me salta
el corazón del pecho" (Jr 4,19). En el vientre o en el corazón es donde
penetra la palabra de Dios y hace correr raudales de agua viva: "De su
seno correrán ríos de agua viva. Esto lo decía Jesús refiriéndose al
Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él" (Jn 7,38-39). El
vientre de que habla la esposa coincide con el corazón, en el que es
escrita la ley del Señor (Rom 2,15), "no con tinta sino con el Espíritu
del Dios vivo, no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los
corazones" (2Cor 3,3).
Tras el elogio del vientre sigue la alabanza de las piernas: Sus
piernas, columnas de alabastro, asentadas sobre bases de oro puro.
Siete columnas tiene la casa de
Pablo llamó columnas de
Pero así como la Ley tenía muchas columnas, sobre las que se alzaba el
edificio de la Sabiduría, las columnas de la Iglesia, casa del Dios vivo
(1Tim 3,15), el Evangelio las ha sintetizado en dos: "De estos dos
mandamientos penden toda la ley y los profetas" (Mt 22,40): "el primero
y mayor es amar al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el
alma y con todas las fuerzas y el segundo, semejante a éste, es amar
al prójimo como a sí mismo" (Mt 22,37-39). Pablo, invitando a Timoteo a
ser morada de Dios, coloca como columnas la fe y la conciencia (1Tim
1,19). Con la fe indica el amor a Dios y con la conciencia señala la
disposición interior de amor al prójimo. Quien vive estos dos
mandamientos se convierte en columna firme de la verdad (1Tim 3,15). Las
dos columnas se asientan sobre Cristo, base firme de oro. Por ello Juan
une los dos mandamientos en uno: "Y este es su mandamiento: que creamos
en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros como él
nos lo mandó" (1Jn 3,23).
Después del elogio de cada miembro en particular la esposa dirige su
mirada a todo el Cuerpo, "pues todos los miembros del cuerpo, no
obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también
Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no
formar más que un solo Cuerpo" (1Cor 12,12-13): Su porte es como el
Líbano, esbelto como un cedro. Su boca es muy dulce y todo El es un
encanto. Así es mi Amado, así mi amigo, hijas de Jerusalén. Líbano
elegido es el aspecto del Esposo. Pues el Líbano es ambivalente en la
Escritura: tiene su significado negativo, de altivez, y entonces la
palabra de Dios desgaja su cedros (Sal 28,5), y su significado positivo
como Líbano elegido y precioso, símbolo del justo "que, plantado en la
casa de Dios, crece como un cedro del Líbano" (Sal 91,13-14). Así
florecen en los atrios de nuestro Dios quienes han puesto las raíces de
su fe en Cristo, el verdadero justo. Cristo Cabeza y sus miembros, los
cedros, dan al Esposo el aspecto esbelto del Líbano. El vástago, que
brota del tronco de Jesé, sobre el que reposa el espíritu de Dios (Is
11,1ss), reconcilia al lobo y al cordero, al leopardo y al cabrito, la
baca y la osa, pues nadie hará daño en todo el monte santo de Dios (Is
11,6ss). Todo ello gracias al hijo que ha nacido y nos ha sido dado, y
que lleva sobre sus hombros el señorío (Is 9,5). Es el niño que
anunciaron todos los profetas, en quienes hablaba el Espíritu de Dios.
De él dice la esposa: así es mi Amado, así mi amigo, hijas de
Jerusalén. Todo él es un encanto.
¿A dónde se ha ido tu Amado, la más bella de las mujeres? ¿A dónde se ha
dirigido, para que le busquemos contigo?
La vida cristiana es una realidad nupcial. De un modo especial los
sacramentos realizan la unión del fiel con Cristo. La invitación
"corred, amigos, bebed" (5,1) es figura de la iniciación cristiana. En
las catequesis bautismales se instruía a los catecúmenos sobre los
sacramentos con el Cantar. La entrada solemne en el bautismo es lo que
la amada dice: "El rey me ha introducido en su alcoba" (1,4). Así
comienza una catequesis San Juan Crisóstomo: "Así, pues, vamos a
hablaros como a la esposa que va a ser introducida en la santa alcoba de
sus bodas, dándoos a conocer la riqueza sobreabundante del esposo y la
bondad inefable que atestigua a la esposa y los bienes que ella va a
disfrutar". La iniciación cristiana es realmente una configuración con
Cristo resucitado que sube al Padre.
Las hijas de Jerusalén, que antes han preguntado a la esposa quién era
su Amado, ahora, después de haber oído su testimonio, preguntan dónde se
encuentra. El testimonio de la esposa les ha suscitado el deseo de
verlo. Es la misma súplica del salmista: "Muéstranos tu rostro y seremos
salvos" (Sal 79,4). La esposa, fiel discípula del Maestro, responde con
él: "Venid y lo veréis" (Jn 1,39). Juan se encontraba con dos
discípulos. Fijándose en Jesús, que pasaba, dice: "He ahí el Cordero de
Dios". Los dos discípulos lo oyeron y siguieron a Jesús. Jesús se volvió
y, al ver que le seguían, les dice: "¿Qué buscáis?" Ellos le
respondieron: "Maestro, ¿dónde vives?" Les respondió: "Venid y lo
veréis" (Jn 1,35ss). Luego Jesús se encuentra con Felipe y le dice:
"Sígueme". Felipe, entrando en la luz verdadera, que ilumina a todo
hombre, se hizo lámpara, que alumbra a los demás. Se encuentra con
Natanael y le dice: "Ese del que escribió Moisés en la Ley, y también
los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, el hijo de José, el de
Nazaret". Le respondió Natanael: "¿De Nazaret puede venir algo bueno?".
Le dice Felipe: "Ven y lo verás" (Jn 1,43ss). Natanael entonces, dejando
la higuera de la Ley, cuya sombra le impedía ver la luz verdadera, se
llegó a Aquel que estaba secando las hojas de la higuera, incapaz de dar
buenos frutos (Mt 21,10). Y Jesús, viendo en él un verdadero hijo del
patriarca Israel (Gén 25,28), le acogió diciéndole: "He aquí un
verdadero israelita en el que no hay engaño" (Jn 1,47).
La esposa responde a las hijas de Jerusalén: buscad al Señor en las
Escrituras: "todos
vosotros, humildes de la tierra, buscad la humildad y hallaréis cobijo
el día de la Cólera del Señor" (Sof 2,3). Buscad también en mí que no os
ocultaré dónde ha ido. Hoy mismo podéis estar con él en el paraíso (Lc
23,43) si confesáis vuestro pecado y confiáis en él. El apacienta sus
ovejas entre los lirios, que siguen al Cordero
con vestiduras blancas y palmas en las manos (Ap 7,9), después de
haber pasado la gran tribulación y blanqueado sus túnicas en la sangre
del Cordero (Ap 7,14). El Cordero los apacienta y guía a los manantiales
de las aguas de la vida (Ap 7,17).
La esposa misma conduce a sus compañeras al encuentro con el Señor:
Mi Amado ha bajado a su jardín, a la era de las balsameras, a pastorear
en su huertos y recoger los lirios. Mi amado ha bajado, pues "siendo
de condición divina no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que
se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose
semejante a los hombres y apareciendo como hombre; se humilló a sí
mismo, obedeciendo hasta la muerte, y muerte de cruz. Por elllo, Dios lo
exaltó y le otorgó el Nombre sobre todo nombre. Para que al nombre de
Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los
abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de
Dios Padre" (Flp 2,6-11).
Descendió y vino a este mundo, a su viña, la que plantó su diestra (Sal
79,9.16), a su casa, a su jardín, a la plantación de Dios (1Cor 3,9),
que había devastado el jabalí salvaje (Sal 79,14). Descendió, "se hizo
carne y puso su Morada entre nosotros" (Jn 1,9ss). El, la luz de lo
alto, "descendió para iluminar a los que habitábamos en las tinieblas y
sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz" (Lc
1,78-79). Descendió como buen samaritano en busca del hombre malherido
que, bajando de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de salteadores
quienes, después de despojarlo y golpearlo, le abandonaron dejándole
medio muerto. Como la Ley, -el sacerdote y el levita-, no pudo sanar sus
heridas, pues la sangre de cabritos y toros no quita el pecado (He
9,11ss), entonces él, movido a compasión, se acercó y vendó sus heridas,
echando en ellas aceite y vino; luego, montándolo sobre su propia
cabalgadura, es decir, sobre su propia carne, lo llevó a la posada y
cuidó de él (Lc 10,30ss). Cristo hace la misma bajada del hombre, desde
la Jerusalén celestial a Jericó, desde cielo al mundo de los hombres,
haciéndose hombre para salvarnos. Pues "así como los hombres participan
de la carne y de la sangre, así también participó él de las mismas, para
aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al Diablo,
y libertar a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida
sometidos a esclavitud" (Heb 2,14-15).
En la posada, en la Iglesia, que es casa de la misericordia, se encuentra el
Amado, para acoger a los pecadores y sanarles de sus heridas con el aceite y
el vino de sus manos sacramentales. En la Iglesia está la copa de la
salvación, el vino que recrea el corazón del hombre y el aceite que da
brillo a su rostro (Sal 103, 15), el ungüento del amor, que desciende por la
barba de Aarón. La Iglesia es el aprisco donde pastorea y recoge las ovejas
perdidas, cargándolas sobre sus hombros (Jn 10,11ss). Como buen pastor no
empuja a su rebaño a lugares desérticos y espinosos, no le nutre con pastos
secos, sino con el lirio de la Palabra de Dios que permanece para siempre
(Is 40,6-8). El mismo se da como alimento de sus ovejas: "yo doy mi vida por
las ovejas" (Jn 10,15). En Cristo los fieles encuentran todo cuanto hay de
verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto
es virtud y cosa digna de elogio (Flp 4,8). Por ello confiesa la esposa:
Yo soy para mi Amado y mi Amado es para mí, El pastorea entre lirios. No
necesita buscar nada fuera de él, pues en él lo encuentra todo: "El Señor es
mi pastor, nada me falta. Por prados de fresca hierba me apacienta. Hacia
las aguas de reposo me conduce y conforta mi alma. Prepara para mí una mesa
frente a mis adversarios, unge con óleo mi cabeza y mi copa rebosa. Sí,
dicha y gracia me acompañan todos los días de mi vida; mi morada será la
casa de Dios a lo largo de mis días" (Sal 22) ¡Qué amables son tus moradas,
Señor, mi corazón se alegra en sus atrios. Un solo día en tu casa vale más
que mil fuera de ella, mejores son sus umbrales que los palacios de los
potentes! (Sal 83). Santa Teresa desea "arrojarse
en los brazos del Señor, tan abrasado en amor nuestro y hacer un
concierto con él: que mire yo a mi Amado y mi Amado a mí, y que mire El por
mis cosas y yo por las suyas".
En la morada de la misericordia, el amor transforma a la esposa, hasta
llevarla a reproducir la imagen
del Esposo (Rom 8,29). Así es transformado Pablo, muerto al pecado, y vivo
sólo para Dios en Cristo Jesús (Rom 6,11): "En efecto, con Cristo estoy
crucificado y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que
vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó
y se entregó a sí mismo por mí" (Gál 2,19-20). "Para mí la vida es Cristo"
(Flp 1,21). Yo soy para mi Amado y mi Amado es para mí. En Pablo, en
la esposa y en cuantos hacen de Cristo su vida, brilla el esplendor del
Señor (Sal 89,16). A quienes glorifican al Señor, él les cubre de gloria
(1Sam 2,30).
La esposa, con su agradecido memorial del esposo, le ha hecho presente (Cant
6,4). Hacer memorial del amado
no es sólo recordarle, sino hacerlo presente. El tiempo de Dios, en su
unicidad, se desenvuelve y desarrolla
en acontecimientos únicos, que no se repiten ni se pierden, es
decir, que no pasan, pues quedan en la "memoria‑anamnesis" de la liturgia
con su propia virtualidad y eficacia salvífica. En la liturgia, los eventos
salvíficos, superando el tiempo, son siempre actuales, presentes en el
hoy del memorial. Así el tiempo litúrgico testimonia que la salvación
es una realidad que se actualiza continuamente. El tiempo litúrgico es el
tiempo de la actuación de Cristo mediante su Espíritu presente en la
Iglesia. En la liturgia Cristo está presente y actúa. El es el liturgo en la
Iglesia, en su cuerpo eclesial. En Cristo, los siglos, el año, la semana, el
día, las horas, los instantes son kairos para el cristiano, porque
pertenecen a Aquel que vive "en los siglos de los siglos". El, colocado en
el centro, da sentido al año. El ritma las semanas con el día que se llama
Domingo: día del Señor. El es el hoy en el que la Iglesia celebra
los sacramentos y la liturgia de las horas. El llena cada latido del corazón
de los fieles.
La liturgia transfigura los días del creyente, convirtiéndolos en momentos
favorables de configuración con el Señor que vive y reina por los siglos de
los siglos. El hoy litúrgico ritma la existencia rescatada y redimida del
cristiano. El memorial continuo de los acontecimientos de salvación, al
actualizarlos, los transforma en encuentros con Cristo, Señor del tiempo y
de la historia. El memorial del futuro anticipado y del pasado vivido se
hace presente en el hoy de la gracia. Por ello, a continuación, el Esposo
abre su boca y se deshace en elogios a la esposa.