SAN BRUNO - MELODIA DEL SILENCIO: 8. ORGANIZACIÓN DE LA CARTUJA
Emiliano Jiménez Hernández
Contenido
8. ORGANIZACIÓN DE LA
CARTUJA
a) Soledad del cuerpo y del
corazón
b) El prior,
espejo para todos del amor de Cristo
c) La mortificación,
milagro de equilibrio
d) El silencio de los cartujos
e) La oración
f) La liturgia lenta y pausada
a) Soledad del cuerpo
y del corazón
Bruno y sus compañeros abandonan el mundo y lo que hay en el mundo: la
concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de
la vida. Para vencer la soberbia, que es la fuente de todo pecado, y sus
hijas, la envidia, la ambición y la vana gloria, se hacen vestidos cortos y
angostos de grueso paño blanco, rudo y astroso, que les hace aparecer
andrajosos y despreciables. Y para vencer la ambición, que es la raíz de
todos los males, y la avaricia, que arrastra a la idolatría, se imponen no
transpasar los límites de sus tierras áridas y casi improductivas, fijando
además el número máximo de animales y ovejas que pueden poseer. Para domar
la concupiscencia de la carne, que combate contra el espíritu, se ciñen de
cilicio y de ayunos. Lunes, miércoles y viernes se contentan con pan, agua y
sal. Los demás días añeden legumbres y vino bastante aguado. El jueves comen
además queso o pescado, si lo reciben en limosna. Se priban totalmente de la
carne en toda situación, de salud o de enfermedad. Tampoco comen pan blanco,
sino sólo el tostado.
Los cartujos visten saga blanca y hacen vida solitaria y comunitaria,
dedicados a la oración, al estudio y al trabajo manual. Son una mezcla de
cenobitas y de eremitas. Como eremitas viven en casas individuales e
independientes. Se trata de una celda de estudio y oración, taller de
trabajo, depósito de carbón y leña y unas brazas de tierra de cultivo. Como
cenobitas se reúnen en el coro para el rezo largo y solemne de Maitines y
Laudes a media noche, para la Eucaristía conventual y para las vísperas; las
demás horas las rezan en privado. Se juntan también para las comidas de los
días festivos, aunque lo hacen en silencio. Los hermanos legos viven en
comunidad, bajo la dirección del padre procurador.
El Papa Pablo VI, escribiendo a los Cartujos, les dice: "Justamente se
afirma que han elegido la parte mejor (Lc 10,41) aquellos que, liberados del
afán de las cosas del mundo, sirven a Dios con una consagración total en la
soledad del cuerpo y del corazón. Pues ellos, despojándose de lo que en el
tumulto de la muchedumbre frena al alma en la contemplación de las verdades
divinas, pueden vivir con más facilidad aquello que, como ha afirmado
espléndidamente san Teodoro Estudita, es el fin específico del monje: "El
monje es el que fija la mirada sólo en Dios, desea ardientemente sólo a
Dios, se ha consagrado sólo a Dios y se esfuerza por rendirle un culto
indiviso; está en paz con Dios y se convierte en fuente de paz para los
demás".
Para estar, como María, a los pies de Jesús, en contemplación del misterio
de Dios, los cartujos tienen hermanos conversos, que hacen votos solemnes, y
hermanos donados, que también son verdaderos religiosos. De ellos escribe
Guigo:
Quien, a ejemplo de Marta de la que ha recibido el oficio, se debe
necesariamente ocupar de muchas cosas, no abandona completamente el silencio
y la quietud de la celda, como si sintiera horror de ella, sino que apenas
los menesteres de la casa se lo permiten, vuelve a la celda, como a la
ensenada segura y tranquila del puerto.
b) El
prior, espejo para todos del amor de Cristo
Cada Cartuja es dirigida por un prior, elegido por todos los monjes, padres
y hermanos. El tiene la responsabilidad del monasterio en todos sus
aspectos, espirituales y materiales. El es el padre a quien se ha confiado
el cuidado de unos hijos. Según los Estatutos, "el prior, por su obediencia
al Espíritu, debe ser para todos un espejo del amor de Cristo".
El prior, dicen Las Consuetudines, es un monje como los demás, primus inter
pares, el primero entre iguales, encargado de presidir y servir a los demás
monjes. Su sede en el coro o silla en el refectorio, lo mismo que el hábito
en nada se diferencian de las de los otros monjes. Con su vida y su palabra
cuida solícitamente de la paz y estabilidad del eremitorio. Su elección está
presidida por varios días de ayuno y por la celebración de la misa del
Espíritu Santo. Concluida la elección, los monjes celebran con gozo todo un
día la aceptación del prior que Dios les ha dado, teniendo una comida en
común en el refectorio. En la Gran Cartuja el prior pasaba cuatro semanas
con los monjes y una con los hermanos conversos, instruyéndoles y
participando de sus trabajos. Más tarde esta tarea se encomendó al vicario.
En las cosas leves el prior decide por sí mismo o escuchando a los más
ancianos, que forman su consejo. Pero en las cosas graves, el prior reúne a
todos los monjes y escucha su parecer, sin excluir a ninguno. Escuchados
todos los monjes, el prior decide lo más conveniente.
Si con todos los monjes el prior se comporta como padre, "con los enfermos,
los débiles o quienes pasan por una grave tentación" debe ser como una madre
solícita del bien de sus hijos. Por sí mismo o encomendando a otros el
cuidado de estos monjes, les sirve con el amor de Cristo "que vino como
médico no para los sanos, sino para los enfermos" (Mt 11,12). Quien cuida a
los enfermos ha de ver en ellos a Cristo y servirles con misericordia. A su
vez, los enfermos son invitados a unir su dolor al sufrimiento de Cristo,
sin pedir cosas superfluas o imposibles ni murmurar de quienes les atienden.
La misericordia de uno y la paciencia del otro es la ofrenda, que agrada a
Dios.
Al prior le ayudan en su ministerio algunos monjes, a quienes confía
diversos servicios. En primer lugar está su vicario, que suele ser un padre
anciano o el anterior prior. "El vicario, dicen los Estatutos, debe ser con
su testimonio y con su palabra un guía luminoso para los otros y mantener a
todos en la observancia de la regla y en una santa paz". El prior y su
vicario tienen además con ellos un pequeño Consejo, formado por el
procurador y por dos padres o hermanos, elegidos uno por el prior y otro por
la comunidad.
El procurador es el monje a quien el prior delega para todas las cuestiones
materiales del monasterio. El es el único que, durante el período de su
cargo, tiene contacto con el exterior. El organiza y controla el trabajo de
los hermanos, se ocupa de la conservación de la casa y de llevar la
contabilidad del monasterio. Con dolor, pero con amor a los demás, debe
renunciar con frecuencia a la soledad y al silencio, para que los demás
monjes puedan disfrutar de ellos. El monje sabe que la humildad y la caridad
son las dos alas, el principio y el fin, de su vida en el espíritu. Sin
ellas todo su alejamiento del mundo no les acerca al Dios que habita en los
cielos.
El procurador, se lee en Las Consuetudines, se encarga de la dirección de
los trabajos de los hermanos. El recibe el oficio de Marta. Sin embargo,
apenas sus muchas ocupaciones se lo permiten, se refugia en el silencio de
la celda, donde vuelve como a puerto seguro, para entregarse a la lectura, a
la oración y meditación, para serenar el ánimo fácilmente turbado en la
administración de las cosas temporales a que tiene que dedicarse y, de este
modo, poder instruir a los hermanos, que, cuanto menos ciencia poseen, más
necesitan de la predicación.
En la Gran Cartuja, al habitar los hermanos conversos en otra casa, separada
de la de los monjes, el procurador hace en ella las veces de prior, recibe a
los huéspedes con el beso de la paz, y sólo a algunos, "si son dignos, es
decir, religiosos", les presenta al prior. El procurador, aunque sea día de
ayuno conventual, por hospitalidad, come con los huéspedes. También se
encarga de dar limosna o comida a los pobres que llegan al monasterio, "sólo
muy raramente les ofrece cama para pasar la noche", sino que les facilita lo
necesario para que busquen habitación en una localidad cercana. El
procurador debe defender el carisma de la soledad del monasterio, amenazada
por los monjes jiróvagos que buscan comida y techo yendo de monasterio en
monasterio. Un eremitorio no se puede convertir en una casa de huéspedes.
"Como no puede darse nieve caliente, pues al calentarse deja de ser nieve,
así el eremo deja de ser lo que es si se convierte en lugar de acogida de
todos". El oficio de Marta es elogiable, pero con su afán perturba la
quietud de María que, recogida a los pies de Cristo, escucha con deleite sus
palabras. El Señor mismo defiende su paz de todo afán y solicitudes incluso
piadosas: "María ha elegido la mejor parte y nadie se la arrebatará".
Sin embargo, si el obispo o un abad de otra orden visitan la Cartuja, les
recibe el prior y entonces dispensa del ayuno a todos los monjes en señal de
hospitalidad. El obispo y el abad ocupan la sede del prior cuando participan
en el rezo del coro. Al obispo, en señal de reverencia, se le concede dar la
bendición. Al prior, en cambio, sólo se le concede el lugar de honor, pero
la bendición la da el monje al que corresponde aquella semana presidir la
oración. Con los demás huéspedes, -"cuantos menos se reciban mejor"-, sólo
el prior les acompaña en la comida, mientras que los demás monjes siguen el
ritmo de vida habitual.
El procurador organiza los trabajos manuales ayudado por el encargado del
molino, el esquilador de las ovejas, el mayoral encargado de los trabajos
agrícolas, y el mayoral de los pastores. Y, dado que vive normalmente en la
casa de los hermanos conversos, en la casa de los monjes le sustituye el
cocinero o ecónomo, que custodia la puerta y recibe a quienes llegan y
llaman a ella. Si es alguien que pide limosna le manda al procurador. El
ecónomo es el guardián de todas las cosas destinadas al uso común. El es el
único a quien se puede hablar para pedirle lo necesario para prepararse la
comida de la celda o para el trabajo manual. Pero las Consuetudines le
recuerdan que no debe hablar más de lo necesario y que no puede entrar en la
celda de los demás, a no ser para atender a los enfermos. Y una vez cumplida
su tarea se encierra diligentemente en su celda, que es para el cartujo
"como el agua para los peces".
Otro oficio importante y necesario es el de maestro de novicios, que se
ocupa de la guía espiritual y de la formación de los novicios. En toda
Cartuja hay también un sacristán que se ocupa de la iglesia y de tocar la
campana para las varias funciones. El servicio litúrgico es encomendado a
dos cantores, que dirigen el canto del coro. También hay un monje que se
encarga de la dirección de la Biblioteca, que suele ser rica y amplia en
todas las Cartujas.
Los cartujos están exentos de la obediencia a los obispos del lugar donde se
encuentra la cartuja. Cada prior responde directamente al prior de la Gran
Cartuja, conocido como Reverendo Padre. Un procurador general es el
encargado de mantener los contactos con el Papa y los organismos de la Santa
Sede. Cada monasterio es independiente y autónomo, dependiendo sólo del
capítulo general, que se reúne cada dos años en la Gran Cartuja de Grenoble.
El prior de ésta es también el prior general de toda la Orden, preside los
capítulos, asistido por sus ocho definidores, y nombra cada dos años los
visitadores, que hacen la visita canónica de las cartujas.
Cada dos años se reúne en la Gran Cartuja el Capítulo general, en el que
participan todos los priores y algunos representantes de los hermanos.
Durante unas dos semanas examinan la marcha de la Orden y buscan las
soluciones a los problemas tanto espirituales como materiales. Además del
Capítulo general, para asegurarse de que los monasterios vivan en perfecta
observancia, dos Visitadores, provenientes de otros monasterios, hacen cada
dos años la "visita pastoral" de todos los monasterios. Ni siquiera el
General de la Orden, el prior de la Gran Cartuja, está exento de esta visita
y, en obediencia, debe aceptar las observaciones que le hagan, si los
visitadores encuentran motivos para ello. Y hasta podría ser destituido del
cargo si encontrasen que no respeta con total fidelidad las reglas de la
Orden.
Si es verdad que la Cartuja nunca ha sido reformada, porque nunca se ha
deformado, también es verdad lo contrario. La cartuja se reforma
continuamente, pues la mínima tendencia a alterar algún aspecto de la regla
de vida es corregida ya antes de que brote y se extienda.
c) La
mortificación, milagro de equilibrio
La austeridad de los cartujos, según el modelo de los Padres del desierto,
se orienta a poner el alma en contacto con la bondad de Dios, y, por medio
de la penitencia, también el cuerpo es elevado al reino del espíritu. La
mortificación consiste sobre todo en no apegarse a sí mismo, venciendo
aquellos demonios de los que Cristo dice en el Evangelio: "Esta raza no se
arroja si no es con la oración y el ayuno" (Mt 17,21).
Siendo una vida sumamente áspera y dura, no se admite en la orden a quien no
haya cumplido al menos veinte años, la edad militar, en expresión de Las
Consuetudines, para luchar en estos campamentos de Dios contra los enemigos
del alma.No se admite tampoco, por lo general, a nadie superior a los
cuarenta y cinco. Pero la austeridad de los cartujos es un milagro de
equilibrio. Ciertamente, su vida no es para todos, sino sólo para personas
sanas de mente y de cuerpo. El cartujo abandona para siempre el mundo y se
entrega totalmente a Dios. Esto, como para todo religioso, supone abandonar
la propia familia. Pero esto no significa que la olvide en sus oraciones;
además, al lado de la Cartuja, hay una casa para huéspedes, en la que los
miembros de la familia de los monjes pueden pasar algunos días cada año y
encontrarse con ellos.
Los cartujos dejan a sus espaldas el mundo y no leen periódicos ni revistas,
pero los Estatutos establecen que los monjes deben estar informados de las
noticias de mayor importancia. Para ello, el prior lee algún periódico o
revista semanal y, según su discreción, informa a los demás de los
acontecimientos del mundo exterior.
El cartujo, para lograr la independencia de todo y entregarse con mente,
corazón y fuerzas a Dios, trata de pasar lo más desapercibido posible. Nunca
busca despertar olas de admiración. A sus ojos todo es vanidad de vanidades.
Guarda y defiende celosamente su soledad. Mejor que nadie vive lo que
escribe Nietzsche, "vive una vida escondida y solitaria, ignorando todo
aquello que es importantísimo para el propio siglo. Para poder vivir
perpetuamente esa vida, pon entre ti y el mundo actual, por lo menos, la
distancia de tres siglos. Así la algarabía de hoy y el estruendo de las
guerras y de las revoluciones serán para ti un pequeño murmullo". El cartujo
no interpone tres siglos de distancia, sino que salta los linderos de la
muerte y comienza a vivir en la eternidad.
Sin embargo, no es el odio al mundo la característica de los cartujos, sino,
como Guigo escribe en Las Consuetudines, "no trabar relaciones con ninguna
de las cosas, porque de lo contrario, el hombre queda muy pronto seducido o
arruinado por ellas. Quien crea que ama a Dios, amando a las criaturas,
sufre un terrible desengaño, al no ver las falsas apariencias con que le
halaga el mundo". El cartujo ante cualquier cosa se pregunta: ¿es esto
esencial? Y si una cosa no es necesaria, prescinde de ella. Así se libra del
peligro de ir tras una quimera y aprende a fijar la mirada en lo permanente
y duradero. La independencia de las cosas es la condición previa para la
conversación filial y confiada con Dios.
d) El silencio de los
cartujos
El silencio de los cartujos es provervial. Sin embargo el silencio se rompe
en la Cartuja mucho más de lo que la gente piensa. En primer lugar y sobre
todo rompen el silencio con el canto del Oficio divino. Y también durante el
trabajo pueden cambiar algunas palabras, si necesitan pedir algo. Los
domingos, después de la comida y de la lectura de algún trozo de los
Estatutos, los monjes se reúnen durante algo más de una hora para la llamada
"recreación", en la que pueden hablar entre ellos. Los padres hablan también
el lunes cuando salen del monasterio para el paseo de algunas horas; y los
hermanos, que ya hacen ejercicio físico diariamente y necesitan menos
esparcimiento que los padres, tienen también un paseo análogo una vez al
mes. Y toda la comunidad, una vez al año, participa en el llamado "largo
paseo", pasando todo un día fuera del monasterio, comiendo juntos y
charlando entre ellos.
Los cartujos sólo permiten el acceso a sus claustros a dos clases de
hombres: a los amigos de la casa y a los pecadores notorios. Los Estatutos
prohíben expresamente la visita de las mujeres, "de cualquier edad y
condición; aunque sean de las clases altas y poderosas, ante las que tantas
puertas se abren". Los cartujos no permiten, por más que lo rueguen, que
ellas pisen los umbrales de sus casas. Pues, según dicen Las Consuetudines:
"Consciente de que ni el sabio (Salomón), ni el profeta (David), ni el juez
(Sansón), ni el huésped de Dios (Lot), ni el hombre formado por las mismas
manos de Dios (Adán) se libraron de la tentación de la mujer, el monje, que
no se siente más fuerte que ellos, evita la tentación, pues sabe que no se
puede esconder el fuego en el pecho sin que se quemen los vestidos, ni
caminar sobre los cardos sin clavarse las espinas, ni tomar el betún en las
manos sin mancharlas".
La soledad impresionante del paraje, el silencio sobrecogedor del
monasterio, interrumpido solamente por el gorjeo de los pájaros, la
sobriedad de las celdas, separadas unas de otras, todo envuelve a los
visitantes en un ambiente insuperable y asombroso. Todo cuanto el hombre de
mundo ama, cuanto cuenta para él, como el arte, la ciencia, el deporte y la
moda, todo eso es despreciado por el cartujo, que vive en otro mundo. Los
cartujos viven totalmente ajenos a todo lo interesante y sugestivo, pues se
mantienen siempre alerta a los espejismos de la fantasía. Sólo lo eterno
tiene vigencia en la Cartuja.
Recordemos que la morada, donde el cartujo pasa toda su vida, está
constituida por un pasillo, un vestíbulo y una celda. El pasillo les sirve
para hacer ejercicio en tiempo de frío. Bajo la celda hay un depósito de
madera, un taller de carpintería con sus herramientas. En él trabaja todos
los días al menos una hora, aunque con frecuencia se limita a cortar la
madera en virutas para la estufa, con que se calienta en invierno. Ante la
casa hay un pequeño huerto, rodeado de un alto muro, que impide ver los
otros huertos. El mobiliario de la celda es extremamente sencillo y pobre:
una cama con un jergón de paja, unas mantas y una cubierta de lana, un baúl
y un libro de rezos. También está provista la celda de una mesa con una
estantería de libros y de una estufa de leña. Junto a la puerta hay una
ventana, por donde un hermano entrega al monje, sin mediar una palabra, la
comida que ha sido preparada en la cocina del monasterio y que cada monje
consume en la soledad de la celda, excepto los domingos y días de fiesta. En
esta casita pasa su vida el cartujo que, ante todo, es un ermitaño con las
ventajas de la vida comunitaria.
Toda la cartuja es una gran celda en medio del mundo. En ella han encontrado
los hijos de san Bruno la paz y el sosiego, el silencio que los antiguos
ermitaños buscaron en el desierto. Sin embargo, el monje cartujo no
considera la soledad como una carga, pues cree firmemente que nunca está
menos solo que cuando está a solas con Dios. "Si no dejases de mirar a tu
interior, jamás saldrías al exterior", escribe Guigo. Cuanto más larga es la
permanencia del monje en su celda, tanto mayor y más íntimo es el amor que
siente por ella. La paz de que goza en la celda le lleva a verla como la
defensa de su vida interior.
e) La oración
En las veinticuatro horas del día, el monje abandona su celda tres veces,
para trasladarse a la iglesia. Todas las noches, a las once en punto,
interrumpe su sueño, atraviesa los pasillos del monasterio, iluminados con
la luz pálida de una pequeña linterna y se dirige al coro para cantar, hasta
las dos, las alabanzas divinas. Levantarse del lecho noche tras noche y año
tras año es un vencimiento permanente de sí mismo.
El silencio del monasterio se interrumpe en medio de la noche por el canto
del Oficio divino. Emilio Bauman comenta el canto del Oficio divino en la
iglesia, apenas iluminada, con estas palabras: "Estos hombres que elevan sus
oraciones al Omnipotente, mientras los demás están entregados al descanso,
son los centinelas de la eternidad. Ellos nos recuerdan las vigilias
angélicas y pastoriles de Belén". Estas vigilias, para el hombre que en el
lecho de la enfermedad no puede conciliar el sueño, son un gran consuelo,
con sólo pensar que en aquellas mismas horas los monjes blancos velan y
elevan sus oraciones a Dios.
De la obscuridad, tibiamente iluminada, se eleva el canto austero y firme,
sin acompañamiento de instrumento musical alguno. Con los ojos en la tierra
y el corazón en el cielo elevan a Dios su alabanza y sus ruegos. Todo su
ser, tanto exterior como interior, está fijo en Dios. El hábito, la voz, el
rostro y todo lo que envuelve su espíritu es una ayuda para desprenderse de
este mundo y elevarse al corazón de Dios, para permanecer con Jusucristo en
el seno del Padre. La liturgia de la cartuja es hoy día la misma que se
practicaba en los años del siglo XI. De las gargantas de los cartujos brotan
graves y solemnes las notas del antiguo canto gregoriano. Las constituciones
dicen expresamente acerca del canto: "Como es más propio del monje austero
llorar que cantar, queremos hacer tal uso de nuestra voz que suscite en el
alma la alegría interior que procede del llanto y no de las alegrías
espirituales, propias de la armonía musical. Por eso, evitaremos, con la
ayuda de Dios, todo aquello que pueda suscitar esos sentimientos de
satisfacción natural y que no son absolutamente necesarios".
Esto responde al espíritu de Bruno, reflejado en el comentario al salmo 32:
"Dad gracias al Señor con la cítara", es decir, alabadme con la
mortificación de vuestra carne. Y "salmodiad con el arpa de diez cuerdas",
es decir, con toda vuestra mente. "Cantad un cántico nuevo", es decir,
"despojaos del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las
concupiscencias y revestíos del hombre nuevo, creado según Dios" (Ef 4,22s).
Dios se complace en el canto de este hombre nuevo, "que ama a sus enemigos y
bendice a quienes le maldicen" (Lc 4,27), "vende cuanto tiene y lo da a los
pobres para seguir al Señor" (Mt 5,44).
Cuando un cartujo cierra sus ojos a la luz de este mundo, es enterrado en el
cementerio del monasterio con el mismo hábito que ha llevado durante su
vida. Se le echa la capucha sobre la cabeza y, después de sujetar su hábito
con clavos a una tabla, se le entierra sin féretro. Y como corresponde a
quien quiso vivir en el olvido del mundo, sobre su tumba se coloca una
sencilla cruz de madera sin nombre, sin inscripción alguna.
Así describen este momento Las Consuetudines: Cuando está para morir un
monje, quienes le están cuidando, avisan al prior y todos los monjes se
reúnen en torno al difunto. El prior, ayudado por otros dos monjes, le
colocan sobre la ceniza bendecida y todos cantan las letanías de los santos,
rogando por el moribundo. Cuando muere siguen la oración con el canto del
oficio de difuntos, mientras se lava el cadáver y se le viste con el hábito
y se le lleva a la iglesia, sin interrumpir el canto de los salmos y
responsorios. En la iglesia se canta la misa por el difunto y se le da
sepultura si es posible en el mismo día de su muerte. Si no es posible, los
monjes se dividen en grupos para velar al difunto, sin interrumpir la
salmodia hasta el momento de sepultarlo. En señal de alegría por el hermano
que ha pasado de este mundo al Padre, los monjes no se retiran a sus celdas,
sino que se reúnen todos en el comedor y lo celebran con una comida
especial.
El monje ha pasado su vida suspirando por el cielo y la muerte es la puerta
que le abre el acceso al encuentro con el amor de Dios. Todos sus hermanos
se alegran con él. La vida contemplativa que llevan ya les ha anticipado ese
momento. En frase de Gregorio Magno "la vida contemplativa consiste en
unirse a los ciudadanos del cielo y gozar de su eterna pureza ante Dios".
Por ello, después del sepelio se reúnen los hermanos en el refectorio y
tienen una comida en común en señal de alegría, por haber llegado al puerto
un hermano suyo. La vida de unión con Dios suprime todo espíritu de
tristeza. En sus rostros reflejan destellos de alegría incontenible. Son los
destellos de la vida divina que se transparenta en ellos. Por los claustros
de la cartuja se ven rostros radiantes de alegría, sin los ajetreos,
inquietudes y agitaciones del mundo.
f) La liturgia lenta y
pausada
La liturgia es sencilla, austera, desnuda de elementos decorativos y
musicales. Es particularmente original en Maitines y Vísperas. El cartujo
reza además el oficio de la Virgen diariamente y el de difuntos, a excepción
de ciertas festividades.
Guigo, amigo de san Bernardo, codificó en las Consuetudines los usos
litúrgicos de los cartujos. Durante los siglos siguientes, los liturgistas
de la Orden se han conformado con mantener los magníficos libros litúrgicos
que conservan fielmente la liturgia de los comienzos. Entre las
particularidades de la liturgia de los cartujos está la oración Del costado
de nuestro Señor Jesucristo brotó sangre y agua, recitada antes de derramar
agua sobre el cáliz. En Navidad, durante tres meses, la epístola va
precedida de una lectura del Antiguo Testamento, tomada casi siempre del
profeta Isaías. El celebrante, durante la plegaria eucarística, ora con los
brazos extendidos en forma de cruz. Durante el primer período los monjes,
que participan en la Eucaristía desde el coro, permanecen siempre de pie.
Más tarde se ha introducido la práctica de una profunda postración en
ciertos momentos.
Los ornamentos del celebrante son muy simples. Los únicos ornamentos algo
más lujosos, que se conservan en las Cartujas, son los que han recibido como
donación. El oro y la plata sólo se permitían para el cáliz. Los signos
dorados, en cambio, se permiten para las estolas y también para las señales
de los libros. En cuanto a la iluminación, en un principio, estaba reducida
a la mínima expresión: un sólo cirio para toda la iglesia y dos más sobre el
altar. Más tarde se ha aumentado, aunque sigue siendo muy simple.
En un principio, la misa conventual no se celebraba más que los domingos y
días festivos. Desde 1222 se celebra diariamente. El Oficio divino, como
regla general, sobre todo en cuanto a la salmodia, sigue el orden
benedictino; pero, en su aplicación, las diferencias son notables. El
antifonario, sobre todo, introduce muchas variantes, pues los cartujos, en
su oficio, sólo admiten textos de la Escritura y de los Santos Padres,
excluyendo las composiciones eclesiásticas. Posteriormente se ha aceptado
algún himno, aunque muy pocos.
El orden de los Salmos en el Oficio nocturno es el de la Regla de San
Benito. Las lecturas del oficio ferial se toman de la Escritura; en cambio
en los días festivos las doce lecturas son de los Santos Padres, salvo en
algunas fiestas en que las lecturas del primer nocturno siguen siendo de la
Escritura. Cada semana se canta todo el Salterio. Y cada año se proclama
toda la Escritura. Para ello las lecturas son frecuentemente largas. En la
repartición de los textos, durante el invierno las lecturas son más largas
que en verano. A veces se completa la lectura bíblica en el comedor, aunque
algunos libros, como el de Isaías, se leen sólo en la iglesia. Cuando cae
una fiesta en medio de la semana, interrumpiendo la lectura continua de la
Escritura, o cuando Navidad acorta la última semana de Adviento, se doblan
los Oficios, para no interrumpir el libro que se está proclamando.
Durante el Te Deum, el Benedictus y el Magnificat, los cartujos se quitan la
capucha, con la que normalmente cubren la cabeza durante la oración. También
se quita la capucha el lector, mientas proclama la lectura. Las fiestas se
clasifican en fiestas de tres lecturas, de doce lecturas simples, de doce
lecturas con luz tenue y fiestas candelarias, pues en ellas se enciendes dos
cirios o candelas durante la misa.
Durante el canto del Oficio divino, a una señal, todos caen en tierra. No
caen de rodillas, sino postrados por tierra, con la capucha echada sobre la
cabeza. El monje se humilla hasta hundirse en el polvo de la tierra y
recuerda la actitud orante de Jesús en el huerto de Getsemaní.
Los cartujos han conservado la fisonomía austera y venerable de su liturgia.
La liturgia ferial ha mantenido la continuidad y fidelidad del tiempo
ordinario más que el resto de la liturgia eclesial. El santoral es muy
reducido y no interrumpe el ritmo del año litúrgico. Los cartujos, en vez de
aumentar las fiestas de los santos de la propia Orden, como han hecho otras
Ordenes, apenas si se han preocupado de la canonización de sus hermanos
muertos en olor de santidad.
El canto ha tenido una gran importancia en la liturgia de la Cartuja. Es un
canto austero, sin acompañamiento de instrumentos musicales; tampoco han
admitido nunca la polifonía. Los monjes, a partir de un cierto tiempo,
cantan los salmos, cánticos y responsorios de memoria; de este modo, pueden
recordar y meditar los textos después del Oficio. De todos modos un enorme
leccionario está iluminado en medio del coro para aquellos que les falle la
memoria. El ritmo del canto es lento y pausado.