SAN BRUNO - MELODIA DEL SILENCIO: 1. PRIMEROS AÑOS DE BRUNO
Emiliano Jiménez Hernández
Contenido
1) Primeros Años de Bruno
a) Bruno nace en Colonia
b) Estudiante en Reims
1. PRIMEROS AÑOS DE BRUNO
a) Bruno nace en Colonia
De los primeros años de Maestro Bruno, como le llaman los documentos
antiguos, no sabemos casi nada. Manasés, el arzobispo simoníaco de Reims,
acusado ante el delegado pontificio Hugo de Die y ante el concilio de Lyon
en febrero de 1080, en la Apología que hace de sí mismo, dice: "El tal Bruno
no pertenece a mi clero; ni siquiera ha nacido ni ha sido bautizado en mi
diócesis; es canónigo de San Cuniberto en Colonia, reino teutónico".
Por no saber, no se sabe ni la fecha de su nacimiento. En cambio, sí se sabe
la fecha de su muerte: 6 de octubre de 1101. A partir de esta fecha y,
teniendo en cuenta algunos acontecimientos de su vida, se puede conjeturar
que Bruno nació entre 1024 y 1031. La fecha más probable, por ser la que
mejor armoniza los hechos que jalonan su vida, es el año 1030.
Se sabe que nació en Colonia, ciudad de Alemania, en la provincia prusiana
del Rhin, digamos que en 1030. Sus padres eran ricos y conocidos en la
ciudad. Bruno vive, pues, sus primeros años en Colonia, la antigua Colonia
Claudia que los romanos levantaron entre el Rhin y el Mosa. Otón había
elevado a la sede episcopal a su propio hermano Bruno, otorgándole la alta
justicia y los derechos condales, tanto a él como a los arzobispos que les
sucedieran. El arzobispo Bruno rigió la diócesis desde el año 953 al 965.
Con su genio organizador, Bruno I hizo de Colonia, no sólo la primera ciudad
de Alemania, sino una ciudad de importancia mundial. Hermano del emperador
Otón, era un hombre de Estado, pero al mismo tiempo era un hombre muy
espiritual. Favoreció el eremitismo y el monaquismo, construyó iglesias y
fundó cabildos, tanto que la ciudad llegó a recibir el nombre de "Santa
Colonia" o de "Roma alemana". Cuando Bruno, el futuro cartujo, era niño,
Colonia vivía aún de ese resurgimiento espiritual que le había dado el
arzobispo de su mismo nombre. La ciudad contaba con nueve colegiatas, cuatro
abadías y diecinueve iglesias parroquiales.
Cuando nace Bruno, el futuro fundador de los cartujos, el arzobispo de
Colonia se llamaba Piligrim, que coronó en 1028 a Enrique III como
emperador, adquiriendo así para los arzobispos de Colonia el derecho de
coronar al emperador. Este privilegio era un lazo para la vida de la Iglesia
de Colonia. La tentación de los beneficios del arzobispado se prestaba
fácilmente a caer en la simonía, lacra tan difundida en aquella época. En la
vocación de Bruno a la soledad del desierto este hecho tiene una gran
influencia. Entre el Arzobispado de Colonia y el de Reims, las dos diócesis
donde Bruno transcurre la vida antes de retirarse del mundo, se da una gran
coincidencia.
Al mismo tiempo que el arzobispo Manasés provocaba en Reims, por su elección
y conducta simoníaca, graves perturbaciones en la Iglesia, en las que Bruno
se vio dolorosamente envuelto, la Iglesia de Colonia pasaba por una
situación análoga. El arzobispo Hildulfo (1076-1078) se ponía de parte del
emperador Enrique IV de Alemania contra el Papa Gregorio VII, precisamente
en la disputa de las investiduras. Y los arzobispos sucesores de Hildulfo,
Sigewin (1078-1089) y Herimann III (1089-1099) continuaron la misma
política.
Durante el período de 1072 a 1082, muy probablemente Bruno mantuvo
relaciones con sus parientes de Colonia. Seguramente, pues, estuvo al
corriente de lo que pasaba en su ciudad natal. El gran conflicto de
conciencia, que le indujo a abandonar todo y recluirse en la soledad, le
llegaba de las dos Iglesias que le eran más queridas.
La Iglesia vive en plena lucha por su libertad amenazada por la nobleza
romana y la realeza germánica. Es la época de la lucha contra las
investiduras. Los papas Esteban IX, León IX, Nicolás II, Alejandro II,
Víctor III, Urbano II, Pascual II, Gelasio II y Calixto II son, junto con la
figura central de Gregorio VII, los papas de este período. Desde siglos la
Iglesia, que se encontraba en estado de sumisión ante el poder imperial e
incluso feudal, sentía la exigencia de un cambio profundo. Gregorio VII es
el principal intérprete de esta exigencia. Con espíritu y coraje se enfrentó
al Imperio y rehabilitó a la Iglesia. La reforma gregoriana, rompiendo el
confuso lazo del Estado con la Iglesia, marcó el comienzo de una nueva era
para la Iglesia.
Es también la época de la lucha contra la corrupción del clero, sobre todo
contra la simonía. El desorden de las costumbres clericales o nicolaísmo
(concubinato) y la simonía o venta de las dignidades eclesiásticas eran los
dos abusos que asolaban internamente a la Iglesia. San Pedro Damián, abad
del monasterio de Fonte Avellana, no cesó de predicar con toda su vehemencia
a los papas la necesidad de erradicar de la Iglesia estos dos males. Desea
hacer volver al clero a la continencia y a la pobreza evangélica. Bruno es
coetáneo de San Hugo, fundador de Cluny, de San Bernardo, del nacimiento del
Císter, y de otros muchos santos empeñados en la reforma de la Iglesia.
b) Estudiante en Reims
Volviendo a la infancia de Bruno, conviene recordar que en aquella época
sólo los monasterios y las iglesias tenían escuelas, donde los niños
pudieran iniciarse en las letras humanas, al mismo tiempo que participaban
en las celebraciones litúrgicas. Bruno, muy probablemente, asistió a la
escuela de la Colegiata de San Cuniberto, porque sabemos que más tarde fue
nombrado canónigo de ella.
Bruno, desde sus primeros años, reveló unas dotes intelectuales
sobresalientes. Muy joven aún -"tierno alumno", dicen de él los canónigos de
Reims- deja su ciudad de Colonia, para completar sus estudios en la célebre
escuela de la Catedral de Reims, que entonces era uno de los centros
culturales más importantes de Europa. Las escuelas de Reims, y en particular
la catedralicia, que frecuenta Bruno, tenían mucha fama desde hacía siglos.
Gerberto, el futuro Papa Silvestre II, había sido su rector, iluminándola
con su genio. A mediados del siglo IX, el arzobispo Guy de Chastillón dio a
los estudios un nuevo impulso. Cuando Bruno llega a Reims para estudiar, las
escuelas de Reims están en su pleno apogeo. A ellas afluyen alumnos de
Alemania, de Italia y, en general, de toda Europa. Entre toda esa masa de
estudiantes, Bruno llamó la atención de sus maestros. Atraído por el afán de
saber, se entrega al estudio con toda su alma.
En esta época el saber es enciclopédico. Se estudian todas las ciencias
humanas, como preámbulo de la teología. Después de aprender gramática,
retórica y filosofía, es decir, superado el llamado trivium, el estudiante
se dedicaba a la aritmética, música, geometría y astronomía, que constituían
el quadrivium. Sólo después se pasaba al estudio de la teología, como
coronamiento de todo el saber humano. Con frecuencia, un mismo maestro
seguía a los alumnos en todo el círculo de sus estudios.
El método de enseñanza era la lectio, la lectura comentada de los autores
antiguos, considerados como autoridad en la materia. En teología se seguía
el mismo método: se partía de la lectura de la Sagrada Escritura, que el
profesor comentaba con los Padres de la Iglesia.
Estos son los estudios que siguió Bruno. En aquel tiempo el maestrescuela,
-responsable general de los estudios-, de Reims se llamaba Hermann, que, si
no tenía el genio de un Gerberto, gozaba al menos de fama como gran teólogo.
Por los Títulos Fúnebres sabemos que Bruno sobresalía como filósofo y
teólogo. Y las cartas que se conservan de él prueban que dominaba también la
retórica. La Crónica Magister dice de él: "Bruno, hombre sólidamente
formado, tanto en las letras humanas como en las divinas".
De este período de estudios data una breve elegía Sobre el menosprecio del
mundo, donde Bruno revela por primera vez la llamada de Dios a retirarse del
mundo. El poema está escrito en dícticos elegantes y sobrios, bien ritmados.
La traducción pierde el ritmo y la forma, pero nos permite descubrir el
contenido de lo que Dios está ya insinuando en el espíritu de Bruno:
El Señor ha creado todos los mortales en la luz,
ofreciendo a sus méritos los goces supremos del cielo.
Feliz quien se lanza directo hacia las cumbres,
guardándose de todo mal.
Pero feliz también el que se arrepiente después de la caída,
y el que llora con frecuencia su falta.
¡Ay! Los hombres viven como si la muerte no siguiera a la vida,
como si el infierno no fuera más que una vana conseja.
La experiencia, sin embargo, nos muestra que toda vida termina en la muerte,
y la Escritura divina da fe de las penas del Erebo.
Desgraciado, insensato, quien vive sin temer tales penas;
una vez muerto, se verá envuelto en sus llamas.
Mortales, procurad vivir todos
de suerte que no tengáis que temer el lago del infierno.
Cuando Bruno tenía unos veinte años, siendo aún estudiante en la escuela
catedralicia, ocurrió un suceso que debió dejar honda huella en su
sensibilidad: el Papa León IX visitó Reims y celebró allí un concilio. (Ese
mismo año el Papa visitó también Colonia). El treinta de septiembre de 1049,
el Papa llega a Reims. El uno de octubre hace el traslado de las reliquias
de San Remigio que, durante las incursiones normandas, Hincmar había mandado
trasladar a Eperny. Ahora volvían a su célebre abadía de San Remigio. El dos
de octubre, León IX consagra la nueva iglesia de la abadía.
Podemos imaginarnos a Bruno, estudiante de teología, participando en todos
estos actos como acólito, aunque ninguna crónica recuerde -ni entonces ni
ahora- a los acólitos. Pero conocemos incidentalmente la gran devoción de
Bruno a San Remigio. En una carta que Bruno escribe, mucho más tarde, casi
al final de su vida, desde Calabria a Raúl le Verd, le dice: "Te ruego me
envíes la Vida de San Remigio, que aquí no se encuentra por ninguna parte".
Apenas terminadas las fiestas de San Remigio, el 3 de octubre, León IX
inauguró el Concilio. Numerosos arzobispos, obispos y abades participan en
él. Se trató, sobre todo, de la simonía, que entonces minaba la Iglesia y
urgía extirpar. En el Concilio comparecieron varios obispos, convictos de
haber comprado su obispado. El Papa y el Concilio los depusieron y
excomulgaron. Y después se tomaron las medidas disciplinares para acabar con
ese mal. Bruno siguió el Concilio y sus medidas y decisiones, a las que la
presencia del Papa daba una autoridad y solemnidad excepcionales, y se le
grabaron en lo íntimo del corazón.
Bruno, en este momento crucial de su vida, cuando se está abriendo a la
misión de la Iglesia, descubre los graves problemas que gravitan sobre la
Iglesia y sobre su conciencia. Profundamente piadoso y recto, penetrado de
la Sagrada Escritura y de la fe de la Iglesia, no puede dejar de pensar en
la situación de la Iglesia, sobre la necesidad de reforma y sobre la
orientación que debe dar a su vida. De momento cree que Dios le invita a
profundizar en los estudios de la teología, allí en Reims. Estudia y
participa de lleno en la vida de la diócesis.
Terminados sus estudios, Bruno vuelve a Colonia, donde recibe las Ordenes
sagradas, es nombrado canónigo de San Cuniberto y se dedica a la predicación
al pueblo. Con los estudios y títulos de la escuela de Reims, "le llaman de
diversas regiones para predicar al pueblo".
Bruno docto y piadoso está satisfecho de sí mismo, sin sospechar siquiera
los designios de Dios sobre su vida. Hasta ahora ha vivido, ciertamente
conducido por Dios, pero siguiendo los deseos de su corazón. Está haciendo
carrera, construyendo alta la torre de su yo que un día tendrá que derruir
el Señor, descendiendo hasta él para confundir su espíritu. Dios, con ese
barro común a todos nosotros, se preparará el sacrificio aceptable, el
sacrificio de alabanza que él desea. En Bruno será glorificado, cuando
sacrifique su ciencia e incluso sus aspiraciones eclesiásticas. El salmo,
que Bruno comenta sin aún comprender, le dice: "Inmola a Dios un sacrificio
de alabanza", "pues el sacrificio de alabanza es el que me glorifica" (Sal
49,14.23). Dios es glorificado en las maravillas que hace en sus santos, es
decir, haciendo santos a los que, por sí mismos, nunca llegarían a serlo.