ABRAHÁN EL CREYENTE SEGÚN LA ESCRITURA Y EL MIDRASH (José Pons.-Emiliano Jiménez)
12. NACIMIENTO DE ISMAEL
Abraham, angustiado por la carestía, ha abandonado, sin más, la tierra que el Señor le había prometido, viviendo fuera de Israel. Es explicable que no le nazca el hijo de la promesa. Pero, después de llevar diez años en la tierra prometida, no se explica por qué no llega el hijo deseado y prometido. Sara se da cuenta de que la causa está en su esterilidad.
Sara, pues, dado que Abraham, a pesar de su deseo de un hijo, no tomaba ninguna iniciativa, se decidió a resolver el problema. Tomó a Agar, la esclava que le había regalado el Faraón, y se la dio como mujer a Abraham, diciéndole:
-Mira, Yahveh me ha hecho estéril. Llégate, pues, te ruego, a mi esclava. Quizá podré tener hijos de ella, haciendo que dé a luz sobre mis rodillas.
Abraham, que no había pensado en lograr la descendencia prometida a través de Agar, escuchó la voz de su esposa Sara. Así, al cabo de diez años viviendo en Canaán, Sara, mujer de Abraham, tomó a su esclava Agar, la egipcia, y se la dio por mujer a su marido Abraham.
Agar, con diez años junto a Sara, había aprendido de su señora los buenos modales y se comportaba como una señora, aunque fuera humilde y fiel como una sierva. Abraham tenía 85 años. Se llegó, pues, a Agar, la cual en seguida quedó encinta. El gozo invadió a Sara y también a Agar por la buena nueva. Pero, desde ese momento, algo cambió en la relación de Agar para con su señora. En el corazón de Agar se insinuó el desprecio a Sara. Se decía, en sus adentros, Agar:
-Se habla tanto de Sara y Abraham, esta pareja tan querida para el Señor, pero si fuera así, ¿cómo es que en todos estos años Sara no ha quedado encinta, mientras que yo en tan pocos días...El Señor sabe y provee con el fruto del vientre a quienes le agradan.
Pronto, los pensamientos le fueron saliendo por la boca, murmurando a las espaldas de Sara, entre los de la casa y con las vecinas. Así los susurros de Agar llegaron a oídos de Sara, que, fijándose en su sierva, comenzó a ver en ella el orgullo y el desprecio con que la trataba. A Sara se le llenó el corazón de celos y envidia hasta llevarla al furor. A medida que a Agar se le iba redondeando el vientre, Sara veía que su andar se hacía más solemne, sus ojos más grandes y sus caprichos mayores, como si se sintiese ya una princesa. Cuando el corazón de Sara ya no pudo contener los celos, que le crecían como el niño en el seno de Agar, Sara explotó ante Abraham:
-Mi agravio recaiga sobre ti. Yo puse mi esclava en tu seno, pero al verse ella encinta me mira con desprecio. Juzgue Yahveh entre nosotros dos.
-Pero, si..., intentó explicar Abraham, sin conseguirlo, pues le cortó en seco Sara:
-No, no, calla, y déjame, por una vez, decir lo que pienso. Sé lo que quieres decir, pero es que tú sólo prestas oídos a lo que va diciendo Agar y para mí ya no tienes tiempo. Pero, ¿te has dado cuenta de que por ti he dejado mi tierra, mis familiares y te he seguido fielmente en tus locos viajes, yendo de acá para allá, siempre en medio de extranjeros? ¿Acaso ya has olvidado de que en Egipto, para salvar tu vida, he fingido ser tu hermana, poniendo en peligro mi integridad? ¿Acaso no he sido yo quien te ha concedido esa esclavucha egipcia, para dar satisfacción a tus sueños, que no eran otra cosa que el deseo de un hijo? Y, ahora, dime, ¿qué es lo que recibo por todo lo que he hecho?
-Pero, déjame decir...
-Sí, ya sé lo que quieres decir. Lo sé que has pedido al Señor muchas veces que te diera descendencia. Sí, lo sé, sé que lo has hecho con toda esa fe que hace de ti, según dicen todos, un hombre excepcional. Eso ya lo sé. Pero, dime, ¿has pedido, al menos una vez, que te concediese esa famosa descendencia mediante mi vientre, que sigue vacío, anheloso de llenarse? No me parece. Cuando has orado al Señor, le has dicho: "¿Qué me darás? Yo me voy sin hijos" (Gn 15,2). Tendrías que haber orado por los dos y de ese modo yo hubiera sido escuchada contigo. Pero no, no lo hiciste. Y, ahora, que me ves despreciada, tú te quedas en silencio conmigo. En cambio, con Agar...
Las lágrimas sofocadas ahogaron su voz y Abraham aprovechó para preguntar:
-¿Y qué quieres que haga?
-¿Qué hacer? En primer lugar quiero que te des cuenta que no tenemos ninguna necesidad de un hijo de una esclava, que, por lo demás, pertenece a la misma generación de los paganos que te arrojaron al horno de fuego. Antes, -¡qué ilusa!-, creí que podría haber recibido sobre mis rodillas y educado como mío su hijo, pero ahora lo veo claro...
Abraham, abrumado por este ataque de celos de su esposa, no supo hacer otra cosa más que poner a Agar en manos de Sara:
-Mira, ahí tienes a tu esclava en tus manos. Haz con ella como mejor te plazca.
Abraham vio, con sorpresa, que su cabeza amaneció un día blanca como un campo de lino. El sufrimiento de su corazón se manifestaba hasta en sus cabellos. Sara tampoco reía ya, como había hecho siempre. Estaba siempre de malhumor y maltrataba a Agar, tratándola ahora como no la había tratado nunca, como a una esclava. Durante la noche, Sara tenía sueños oscuros, que le abrumaban y alimentaban su odio contra Agar. Sara en sueños veía dos tamarindos con sus flores dulces y hermosas, pero, en seguida, uno de ellos se agostaba. Otras veces, veía dos tórtolas con sus patas rojas, posadas sobre el brocal del pozo de la entrada de la tienda, pero, de repente, una de ellas recibía una saeta que la traspasaba el corazón. Y siempre al tamarindo, que seguía verde y con flores, o a la paloma no alcanzada por la flecha, le brillaban unos ojos grandes y oscuros como los de Agar o los del hijo que ella traería al mundo.
Así, un día, Agar, viendo los ojos rojos de sueño y cólera de Sara, que le miraba fijamente, sintió miedo y huyó de casa. Sólo que ¿adónde podría ir una esclava egipcia encinta, por el desierto y bajo el sol?
Un día los descendientes de Sara, esclavos en Egipto, experimentarán en su carne las mismas penas que su madre infligió a la esclava egipcia.
Agar, pues, huyó, por el desierto, camino de Egipto. Pero, junto a la fuente de agua que hay en el camino de Sur, la alcanzó un ángel de Yahveh y le preguntó:
-Agar, esclava de Sara, ¿de dónde vienes y a dónde vas?
-Voy huyendo de la presencia de mi señora Sara.
-Vuelve a tu señora y sométete a ella. Yahveh multiplicará de tal modo tu descendencia que no podrá ser contada.
Y, ante la sorpresa de Agar, el ángel añadió:
-Mira que has concebido, y darás a luz un hijo, al que llamarás Ismael, porque Yahveh ha oído tu aflicción. Sus descendientes habitarán el desierto, independientes y vagabundos como el onagro, que se ríe del tumulto de las ciudades, no oye los gritos de los arrieros y explora las montañas, pasto suyo, en busca de toda hierba verde (Jb 39,5-8). Plantará su tienda enfrente de todos sus hermanos, levantando su mano contra todos, que a su vez la levantarán todos contra él.
Agar dio a Yahveh, que le había hablado, el nombre de El Roí, pues se dijo: ¿acaso no he visto aquí las espaldas de aquel que me ve? Y por ello llamó a aquel pozo: "Pozo de Lajay Roí": el pozo del "Viviente que me ve".
Confortada por el ángel del Señor, Agar regresó a casa de Sara, a la que se le habían calmado los celos. Agar dio a luz un hijo sobre las rodillas de Sara. Y Abraham llamó al hijo que Agar le había dado Ismael. Tenía Abraham ochenta y seis años cuando Agar le dio su hijo Ismael.