La Cruz gloriosa – antología de textos
José María Iraburu
Blog 'Reforma o apostasía'
–Este artículo resume quince artículos suyos ya publicados en este mismo
blog Reforma o apostasía (142-156).
–Sí, ya me había dado cuenta. Va especialmente dedicado con afecto y
oración a los muchos teólogos, sacerdotes, obispos, laicos y religiosos
que hoy se obstinan en sacar de la vida cristiana la cruz: «son enemigos
de la cruz de Cristo» (Flp 3,18). «Padre, perdónalos, porque no saben lo
que hacen» (Lc 23,34).
San Pablo (+67)
«Cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios… nunca entre
vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste
crucificado» (1Cor 2,1-2). «En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no
es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo está
crucificado para mí, y yo para el mundo» (Gal 6,14).
San Clemente Romano (+101)
«Fijémonos atentamente en la sangre de Cristo y reconozcamos cuán valiosa es
a los ojos de Dios y Padre suyo, ya que, derramada por nuestra salvación,
ofreció a todo el mundo la gracia de la conversión» (Cta. a Corintios 6).
–San Cipriano (+258)
«Como sabéis, desde el comienzo del mundo las cosas han sido dispuestas de
tal forma que la justicia sufre aquí una lucha con el siglo. Ya desde el
mismo comienzo, el justo Abel fue asesinado, y a partir de él siguen el
mismo camino los justos, los profetas y los apóstoles. El mismo Señor ha
sido en sí mismo el ejemplar para todos ellos, enseñando que ninguno puede
llegar a su reino sino aquellos que sigan su mismo camino: “El que se ama a
sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se
guardará para la vida eterna” (Mt 16,24-25)» (Carta 6, 1-2).
–San Basilio Magno (+379)
«Nuestro Dios y Salvador realizó su plan de salvar el hombre levantándolo de
su caída y haciendo que pasara del estado de alejamiento, al que le había
llevado su desobediencia, al estado de familiaridad con Dios. Éste fue el
motivo de la venida de Cristo en la carne, de sus ejemplos de vida
evangélica, de sus sufrimientos, de su cruz, de su sepultura y de su
resurrección: que el hombre, una vez salvado, recobrara, por la imitación de
Cristo, su antigua condición de hijo adoptivo» (Libro sobre el Espíritu
Santo 15,35)
San Cirilo de Jerusalén (+386)
«Él no perdió la vida coaccionado ni fue muerto a la fuerza, sino
voluntariamente. Oye lo que dice: “soy libre para dar mi vida y libre para
volverla a tomar. Tengo poder para entregar mi vida y tengo poder para
recuperarla” (Jn 10,17-18). Fue, pues, a la pasión por su libre
determinación, contento con la gran obra que iba a realizar, consciente del
triunfo que iba a obtener, gozoso por la salvación de los hombres; al no
rechazar la cruz, daba la salvación al mundo. El que sufría no era un hombre
vil, sino el Dios humanado, que luchaba por el premio de su obediencia»
(Catequesis de Jerusalén 13)
San Agustín (+430)
«¡Oh, cómo nos amaste, Padre bueno, que “no perdonaste a tu Hijo único, sino
que lo entregaste por nosotros”, que éramos impíos [Rm 8,32]!… Por nosotros
se hizo ante ti vencedor y víctima: vencedor, precisamente por ser víctima.
Por nosotros se hizo ante ti sacerdote y sacrificio: sacerdote, precisamente
del sacrificio que fue él mismo. Siendo tu Hijo, se hizo nuestro servidor, y
nos transformó, para ti, de esclavos en hijos. Con razón tengo puesta en él
la firme esperanza de que sanarás todas mis dolencias por medio de él, que
está “sentado a tu diestra y que intercede por nosotros” [Rm 8,34]»
(Confesiones 10,32)
San León Magno (+461)
«¡Oh admirable poder de la cruz! ¡Oh inefable gloria de la pasión! En ella
podemos admirar el tribunal del Señor, el juicio del mundo y el poder del
Crucificado. Atrajiste a todos hacia ti, Señor, porque la devoción de todas
las naciones de la tierra puede celebrar ahora con sacramentos eficaces y de
claro significado, lo que antes solo podía celebrarse en el templo de
Jerusalén y únicamente por medio de símbolos y figuras. Ahora,
efectivamente, es mayor la grandeza de los sacerdotes, más santa la unción
de los pontífices, porque tu cruz es ahora fuente de todas las bendiciones y
origen de todas las gracias: por ella los creyentes encuentran fuerza en la
debilidad, gloria en el oprobio, vida en la misma muerte» (Sermón 8, sobre
la Pasión del Señor).
San Andrés de Creta (+740)
«La cruz es cosa grande y preciosa. Grande, porque ella es el origen de
innumerables bienes, tanto más numerosos, cuanto que los milagros y
sufrimientos de Cristo juegan un papel decisivo en su obra de salvación.
Preciosa, porque la cruz significa a la vez el sufrimiento y la victoria del
mismo Dios: el sufrimiento, porque en ella sufrió una muerte voluntaria; y
la victoria, porque en ella quedó herido de muerte el demonio y, con él, fue
vencida la muerte. En la cruz fueron demolidas las puertas de la región de
los muertos, y la cruz se convirtió en salvación universal para todo el
mundo» (Sermón 10).
San Francisco de Asís (+1230)
«Rogaron por aquel tiempo a Francisco sus discípulos que les enseñase a
orar… A ello contestó: “cuando oréis, decid: Padre nuestro, y también
Adorámoste, Cristo, en todas las iglesia que hay en el mundo entero, y te
bendecimos, pues por tu santa cruz redimiste al mundo”» (II Vida Tomás de
Celano p.I, c.18,45). Según el mismo Autor, compañero suyo, «el santo Padre
se vio sellado en cinco partes del cuerpo con la señal de la cruz, no de
otro modo que si, juntamente con el Hijo de Dios, hubiera pendido del
sagrado madero. Este maravilloso prodigio evidencia la distinción suma de su
encendido amor» (I Vida II, 1,90). Con razón la Iglesia en la oración del
ofertorio de la misa del Santo dice: «Al presentarte, Señor, nuestras
ofrendas, te rogamos nos dispongas para celebrar dignamente el misterio de
la cruz, al que se consagró San Francisco de Asís con el corazón abrasado en
tu amor» (4 octubre).
–Santo Tomás de Aquino (+1274)
«¿Era necesario que el Hijo de Dios padeciera por nosotros? Lo era,
ciertamente, y por dos razones fáciles de deducir: la una, para remediar
nuestros pecados; la otra, para darnos ejemplo de cómo hemos de obrar. Para
remediar nuestros pecados, en efecto, porque en la pasión de Cristo
encontramos el remedio contra todos los males que nos sobrevienen a causa
del pecado. La segunda razón tiene también su importancia, ya que la pasión
de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida. Pues todo
aquel que quiera llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que
despreciar lo que Cristo despreció en la cruz y apetecer lo que Cristo
apeteció. En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes. Conferencia
6 sobre el Credo).
Santa Brígida (+1373)
«Alabanza eterna a ti, mi Señor Jesucristo, por todos y cada uno de los
momentos que, en la cruz, sufriste las mayores amarguras y angustias por
nosotros, pecadores; porque los dolores agudísimos procedentes de tus
heridas penetraban intensamente en tu alma bienaventurada y atravesaban
cruelmente tu corazón sagrado, hasta que dejó de latir y exhalaste el
espíritu e, inclinando la cabeza, lo encomendaste humildemente a Dios, tu
Padre, quedando tu cuerpo invadido por la rigidez de muerte. Bendito seas
tú, mi Señor Jesucristo, que con tu sangre preciosa y tu muerte sagrada
redimiste las almas y, por tu misericordia, las llevaste del destierro a la
vida eterna» (Oración 2. Revelaciones de Sta. Brígida, lib. 2).
Santa Catalina de Siena (+1380)
En cierta ocasión «un demonio la atacaba diciéndole: “¿qué pretendes,
desgraciada? ¿Quieres vivir toda la vida en ese estado miserable [de
penitencias]?” Y ella, dispuesta y segura, le contestó: “por mi alegría he
elegido los dolores. No me es difícil soportar ésta y otras persecuciones en
nombre del Salvador, mientras así lo quiera su Majestad. Más todavía, ¡son
mi gozo!”» (109). Huyó el demonio y la habitación quedó toda iluminada: «en
medio de la luz estaba el mismo Jesucristo clavado en la cruz, sangrando
como lo estuvo en el tiempo de su crucifixión. Sin bajar de la cruz, llamó a
la santa virgen diciéndole: “hija mía, Catalina, ¿ves cuánto he sufrido por
ti? No te disguste, por tanto, sufrir por mí”» (Bto. Raimundo de Capua, OP,
su director espiritual: Legenda maior 110).
San Juan de Dios (+1550)
Carta a doña María de Mendoza, afligida por muchas penas: «Confiad sólo en
Jesucristo: “maldito sea el hombre que confía en el hombre” [Jer 17,5]; de
los hombres has de ser desamparado, que quieras o no; mas de Jesucristo no,
que es fiel y durable: todo perece sino las buenas obras… No estéis
desconsolada, consolaos con solo Jesucristo; no querais consuelo en esta
vida sino en el cielo, y lo que Dios os quisiera acá dar dadle siempre
gracias por ello. Cuando os vieres apasionada [sufriendo], recorred a la
Pasión de Jesucristo, nuestro Señor, y a sus preciosas llagas y sentireis
gran consolación. Mirad toda su vida, ¿qué fue sino trabajos para darnos
ejemplo? De día predicaba y de noche oraba; pues nosotros, pecadorcitos y
gusanitos, ¿para qué queremos descanso y riqueza?, pues que aunque
tuviésemos todo el mundo por nuestro no nos haría un punto mejores, ni nos
contentaríamos con más que tuviésemos. Sólo aquel está contento que
despreciadas todas las cosas ama a Jesucristo. Dadlo todo por el todo que es
Jesucristo, como vos lo dais y lo quereis dar, buena Duquesa, y decid que
más queréis a Jesucristo que a todo el mundo, fiando siempre en él, y por él
queréis a todos para que se salven». San Juan de Dios, a la hora de morir,
estando solo, bajó de la cama al suelo, y allí murió de rodillas. Varios
testigos oculares ue así lo hallaron, dieron de ello testimonio unánime en
su Proceso de beatificación.
San Juan de Ávila (+1569)
«¿Quieres, hermano, que tu corazón arda en viva llama de amor de Dios? Toma
una rajica [astilla] de la cruz de Jesucristo. Unos [en la oración] piensan
en la creación del mundo, otros en el cielo, otros en diversas cosas buenas;
todo es bueno; pero es frío en comparación de la cruz. La cruz de Jesucristo
hace hervir el corazón, arder el ánima en devoción» (Sermón 38).
Santa Teresa de Jesús (1582)
En el último capítulo de su Vida declara: «Estaba una vez en oración y vino
la hora de ir a dormir, y yo estaba con hartos dolores… vime tan fatigada
que comencé a llorar mucho y a afligirme… Estando en esta pena, me apareció
el Señor y regaló mucho, y me dijo que hiciese yo estas cosas por amor de Él
y lo pasase, que era menester ahora mi vida. Y así me parece que nunca me vi
en pena después que estoy determinada a servir con todas mis fuerzas a este
Señor y consolador mío… Y así ahora no me parece que hay para qué vivir sino
para esto, y [es] lo que más de voluntad pido a Dios. Le digo algunas veces
con toda ella: “Señor, o morir o padecer; no os pido otra cosa para mí”.
Dame consuelo oír el reloj, porque me parece que me allego un poquito más
para ver a Dios, de que veo ser pasada aquella hora de la vida» (Vida
40,20). De ella es la siguiente poesía:
–«En la cruz está la vida y el consuelo, - y ella sola es el camino para el
cielo.
«En la cruz está el Señor de cielo y tierra - y el gozar de mucha paz,
aunque haya guerra. / Todos los males destierra en este suelo, - y ella sola
es el camino para el cielo. […] El alma que a Dios está toda rendida, - y
muy de veras del mundo desasida, / la cruz le es árbol de vida y de
consuelo, - y un camino deleitoso para el cielo. […] Después que se puso en
cruz el Salvador, - en la cruz está la gloria y el honor, / y en el padecer
dolor, vida y consuelo, - y el camino más seguro para el cielo».
San Juan de la Cruz (+1591)
«Mi yugo es suave y mi carga ligera [Mt 11,30], la cual es la cruz. Porque
si el hombre se determina a sujetarse a llevar esta cruz, […] hallará grande
alivio y suavidad para andar este camino así, desnudo de todo, sin querer
nada; empero si pretende tener algo, ahora de Dios, ahora de otra cosa con
propiedad alguna, no va desnudo ni negado en todo, y así, ni cabrá ni podrá
subir por esta senda angosta hacia arriba» (2Subida 7,7). «La puerta es la
cruz, que es angosta, y desear entrar por ella es de pocos, mas desear los
deleites a que se viene por ella es de muchos» (Cántico 36,13).
Santa Rosa de Lima (+1617)
«El divino Salvador, con inmensa majestad, me dijo: “que todos sepan que la
tribulación va seguida de la gracia; que todos se convenzan que sin el peso
de la aflicción no se puede llegar a la cima de la gracia; que todos
comprendan que la medida de los carismas aumenta en proporción con el
incremento de las fatigas. Guárdense los hombres de pecar y de equivocarse:
ésta es la única escala del paraíso, y sin la cruz no se encuentra el camino
de subir al cielo».
«Apenas escuché estas palabras, experimenté un fuerte impulso de ir en medio
de las plazas, a gritar muy fuerte a toda persona de cualquier edad, sexo o
condición: “Escuchad, pueblos, escuchad todos. Por mandato del Señor, con
las mismas palabras de su boca, os exhorto. No podemos alcanzar la gracia,
si no soportamos la aflicción; es necesario unir trabajos y fatigas para
alcanzar la íntima participación en la naturaleza divina, la gloria de los
hijos de Dios y la perfecta felicidad del espíritu”». (Al doctor Castillo,
su médico).
San Luis María Grignion de Montfort (+1717)
«Sois miembros de Jesucristo. ¡Qué honor, pero qué necesidad hay en ello de
sufrir! Si la Cabeza está coronada de espinas ¿estarán los miembros
coronados de rosas? Si la Cabeza es escarnecida y ensuciada por el barro
camino del Calvario ¿se verán los miembros cubiertos de perfumes sobre un
trono?… No, no, mis queridos Compañeros de la Cruz, no os engañéis: esos
cristianos que veis por todas partes, vestidos a la moda, altivos y
engreídos hasta el exceso, no son verdaderos discípulos de Jesús
crucificado. Y si pensarais de otro modo, ofenderíais a esa Cabeza coronada
de espinas y a la verdad del Evangelio. ¡Ay Dios mío, cuántas caricaturas de
cristianos, que pretenden ser miembros del Salvador, son sus más alevosos
perseguidores!» (Carta a los Amigos de la Cruz, una cofradía de laicos por
él fundada, 27).
Santa Teresa del Niño Jesús (+1897)
Dos meses antes de morir, estando en la enfermería del convento: «He
encontrado la felicidad y la alegría aquí en la tierra, pero únicamente en
el sufrimiento, pues he sufrido mucho aquí abajo. Habrá que hacerlo saber a
las almas… Desde mi primera comunión, cuando pedí a Jesús que me cambiara en
amargura todas las alegrías de la tierra, he tenido un deseo continuo de
sufrir. Pero no pensaba cifrar en ello mi alegría. Ésta es una gracia que no
se me concedió hasta más tarde» (Últimas conversaciones 31-VII-1897, 13). Y
el mismo día en que murió: «Todo lo que he escrito sobre mis deseos de
sufrir es una gran verdad… Y no me arrepiento de haberme entregado al Amor»
(ib. 30-IX-1897).
Concepción Cabrera de Armida (+1937)
Mexicana, esposa, madre de familia y fundadora de institutos religiosos. «El
que es el Amor quiere hacernos felices por medio de la Cruz, escala única
que después del pecado nos conduce, nos aprieta, une e identifica con el
mismo Amor… ¿Por qué, ay, el lamentable engaño de que las almas huyan de la
Cruz y, por tanto, del amor, haciéndose desgraciadas?… ¡Amor, Amor! me grita
cuanto me rodea, y cuando veo a las criaturas engolfarse en las vanidades de
la tierra, en el vicio, y en todo lo que no es Él, siento una pena inmensa
que me traspasa y una sacudida del corazón me grita: “¡sálvalas…muéstrales
la Cruz… santifícate por ellas en el silencio y la oscuridad”… Y crece en mi
pobre pecho el amor de celo y quisiera correr y gritar y mostrarles el Amor…
Quisiera levantar muy alto el estandarte de la Cruz y recorrer el mundo
enseñando que ahí está el camino para llegar al Amor, que sólo por el Dolor,
por las espinas y la sangre y el sufrimiento se sube a la unión con el
Espíritu Santo. (Escritos enero 1903).
Santa Benedicta María de la Cruz (Edith Stein) (+1937)
Judía conversa, carmelita. Meditación escrita en el día de la Exaltación de
la Cruz (14-IX-1939), día en que se renovaban los votos en su comunidad.
«Hoy más que nunca la cruz se presenta como un signo de contradicción. Los
seguidores del Anticristo la ultrajan mucho más que los persas cuando
robaron la cruz [en la batalla de Hattin, 1187]. Deshonran la imagen de la
cruz y se esfuerzan todo lo posible para arrancar la cruz del corazón de los
cristianos. Y muy frecuentemente lo consiguen, incluso entre los que, como
nosotras, hicieron un día voto de seguir a Cristo cargando con la cruz. Por
eso hoy el Salvador nos mira seriamente y examinándonos, y nos pregunta a
cada una de nosotras: ¿Quieres permanecer fiel al Crucificado? ¡Piénsalo
bien! El mundo está en llamas [cf. Sta. Teresa, Camino 1,5], el combate
entre Cristo y el Anticristo ha estallado abiertamente. Si te decides por
Cristo, te puede costar la vida».
«Ave Crux, spes unica! El mundo está en llamas. ¿Te sientes impulsada a
apagarlas? Mira la cruz. Desde el corazón abierto brota la sangre del
Redentor. Haz libre tu corazón con el fiel cumplimiento de tus votos;
entonces se derramará en tu corazón el caudal del Amor divino hasta inundar
y hacer fecundos todos los confines de la tierra… Son innumerables, grandes
y diversos los sufrimientos y males del mundo. Mira al Crucificado… Unida a
él eres omnipresente como él. Tú no puedes ayudar como el médico, la
enfermera o el sacerdote aquí o allí. En el poder de la cruz puedes estar en
todos los frentes, en todos los lugares de aflicción; a todas partes te
llevará tu amor misericordioso, el amor del corazón divino, que en todas
partes derrama su preciosísima sangre, sangre que alivia, santifica y salva.
«Los ojos del Crucificado te están mirando, interrogándote y poniéndote a
prueba. ¿Quieres sellar de nuevo y con toda seriedad la alianza con el
Crucificado? ¿Cuál será tu respuesta? “Señor, ¿a quién iríamos? Tú solo
tienes palabras de vida eterna” [Jn 6,68]. Ave Crux, spes unica!» (Ob.
compl. V, 632-634).
Santo Padre Pío de Pietrelcina (+1968)
Primer sacerdote estigmatizado. Al celebrar la Santa Misa, el P. Pío revivía
la Pasión de Cristo cada día. El sacerdote don Alejandro Lingua hizo esta
descripción: «Desde el primer momento en que hace la señal de la cruz, y en
toda la celebración, se ve que está participando plenamente, con toda la
emoción vital posible, en el misterio de la Pasión de Cristo… En el
ofertorio se puede observar cómo se adentra más y más en Dios, en ese Dios
que, en un pacto de dolor y de amor, acepta los sufrimientos que en estos
momentos padece. La consagración señala el momento culminante del martirio
de Cristo y del celebrante… La comunión era otro de los momentos
impresionantes de la misa del padre Pío. Aquí sí que parecía que el Divino
Crucificado se unía con unión intensísima con el fraile estigmatizado;
crucificado también él en su carne con Cristo» (L. Sáez de Ocáriz,
capuchino, Pío de Pietrelcina, S. Pablo, Madrid 1999, 257-259).
José María Iraburu, sacerdote