Imitación de Cristo (Tomás de Kempis) (Clic para saltar al capítulo deseado. Para volver al índice
haga clic en la flecha "regresar" de su navegador. Para ver una breve presentación vaya a la Introducción) De la imitación de Cristo, y desprecio de todas las vanidades del
mundo. De la prudencia en las acciones. De la lección de las Santas Escrituras. Cómo se ha de huir la vana esperanza y la soberbia. Cómo se ha de evitar la mucha familiaridad. Como se ha de cercenar la demasía de las palabras. Cómo se ha de adquirir la paz, y del celo de aprovechar. Del provecho de las adversidades. Cómo se ha de resistir a las tentaciones. Cómo se deben evitar los juicios temerarios. De las cosas hechas por caridad. Del sufrimiento de los defectos ajenos. Del ejemplo de los Santos Padres. De los ejercicios del buen religioso. Del amor de la soledad y silencio. Consideración de la miseria humana. De la meditación de la muerte. Del juicio y penas de los pecadores. De la fervorosa enmienda de toda nuestra vida. Del corazón puro y sencilla intención. De la consideración de sí mismo. La alegría de la buena conciencia. Del amor de Jesús sobre todas las cosas. De la familiar amistad con Jesús. Del carecimiento de toda consolación. Del agradecimiento por la gracia de Dios. Cuán pocos son los que aman la Cruz de Cristo. Del camino real de la Santa Cruz. Del habla interior de Cristo al alma fiel. Cómo la verdad habla dentro del alma sin sonido de palabras. Que las palabras de Dios se deben oír con humildad, y cómo muchos
no las consideran como deben. Debemos conversar delante de Dios con verdad y humildad. Del maravilloso afecto del divino amor. De la prueba del verdadero amor. Cómo se ha de encubrir la gracia bajo el velo de la humildad. De la baja estimación de sí mismo ante los ojos de Dios. En despreciando el mundo, es dulce cosa servir a Dios. Los deseos del corazón se deben examinar y moderar. Declárase qué cosa sea paciencia y la lucha contra el apetito. De la obediencia del súbdito humilde a ejemplo de Jesucristo. Cómo se han de considerar los secretos juicios de Dios, para que
no nos envanezcamos. Cómo se debe uno haber y decir en todas las cosas que deseare. En sólo Dios se debe buscar el verdadero consuelo. Toda nuestra atención se ha de poner en sólo Dios. Que sufran con serenidad de ánimo las miserias temporales, a
ejemplo de Cristo. De la tolerancia de las injurias, y cómo se prueba el verdadero
paciente. De la confesión de la propia flaqueza y de las miserias de esta
vida. Sólo se ha de descansar en Dios sobre todas las cosas. De la memoria de los innumerables beneficios de Dios. Cómo se ha de evitar la curiosidad de saber las vidas ajenas. En qué consiste la paz firme del corazón, y el verdadero
aprovechamiento. El amor propio nos desvía mucho del bien eterno. Contra las lenguas maldicientes. Cómo debemos llamar a Dios y bendecirle en el tiempo de la
tribulación. Cómo se ha de pedir el favor divino, y de la confianza de recobrar
la gracia. Del desprecio de todas las criaturas para hallar al Criador. De la abnegación de sí mismo, y abdicación de todo apetito. De la inconstancia del corazón, y que la intención final se ha de
dirigir a Dios. Que Dios es para quien lo ama, más delicioso que todo, y en todo. En esta vida no hay seguridad de carecer de tentaciones. Contra los vanos juicios de los hombres. De la pura y entera renuncia de sí mismo para alcanzar la libertad
del corazón. Del buen régimen en las cosas exteriores y del recurso a Dios en
los peligros. Que el hombre no sea importuno en los negocios. Que ningún bien tiene el hombre suyo ni cosa alguna de qué
alabarse. Del desprecio de toda honra temporal. Que nuestra paz no debe depender de los hombres. Contra la ciencia vana del mundo. No se deben buscar las cosas exteriores. Que no se debe creer a todos; y cómo fácilmente se resbala en las
palabras. De la confianza que debemos tener en Dios cuando nos dicen
injurias. Todas las cosas pasadas se deben padecer por la vida eterna. Del día de la eternidad y de las angustias de esta vida. Del deseo de la vida eterna, y cuántos bienes están prometidos a
los que pelean. Cómo se debe ofrecer en las manos de Dios el hombre desconsolado. Que debemos emplearnos en ejercicios humildes cuando no podemos en
los sublimes. La gracia de Dios no se mezcla con el gusto de las cosas terrenas. De los diversos movimientos de la naturaleza y de la gracia. De la corrupción de la naturaleza, de la eficacia de la gracia
divina. QUE DEBEMOS NEGARNOS A NOSOTROS MISMOS, Y ASEMEJARNOS A CRISTO POR
LA CRUZ. No debe acobardarse demasiado el que cae en algunas faltas. NO SE DEBEN ESCUDRIÑAR LAS COSAS ALTAS Y LOS JUICIOS OCULTOS DE
DIOS Toda la esperanza y confianza se debe poner en sólo Dios. Santísimo Sacramento del Altar EXHORTACIÓN DEVOTA PARA LA SAGRADA COMUNIÓN. De la bondad y caridad de Dios, que se manifiesta en este
Sacramento para con los hombres. Que es provechoso comulgar con frecuencia. De los muchos bienes que se conceden a los que devotamente
comulgan. De la dignidad del Sacramento y del estado del sacerdocio. Ejercicios para antes de la Comunión. Del examen de la propia conciencia y del propósito de la enmienda. Del ofrecimiento de Cristo en la cruz, y de la propia resignación. Que debemos ofrecernos a Dios con todas nuestras cosas y rogarle
por todos. No se debe dejar fácilmente la sagrada Comunión. El cuerpo de Cristo y la sagrada escritura son muy necesarios al
alma fiel. Debe disponerse con gran diligencia el que ha de recibir a Cristo. Cómo el alma devota debe desear con todo su corazón unirse a
Cristo en el Sacramento. Del ansia con que algunos devotos desean el cuerpo de Cristo. Que la devoción se alcanza con la humildad y abnegación de sí
mismo. Que debemos manifestar a Cristo nuestras necesidades y pedirle su
gracia. Del amor fervoroso y vehemente deseo de recibir a Cristo Libro Primero
Capítulo I
De la imitación de Cristo, y desprecio de todas las vanidades del
mundo.
1. Quien Me sigue no anda en tinieblas, dice el Señor. Estas
palabras son de Cristo, con las cuales nos amonesta que imitemos su vida y
costumbres, si queremos verdaderamente ser alumbrados y libres de toda la
ceguedad del corazón. Sea, pues, nuestro estudio, pensar en la vida de Jesús. 2. La doctrina de Cristo excede a la de todos los Santos; y el que
tuviese espíritu hallará en ella maná escondido. Mas acaece que muchos, aunque a menudo oigan el Evangelio, gustan
poco de él, porque no tienen el espíritu de Cristo. Conviéneles que procuren conformar con él toda su vida. 3. ¿Qué te aprovecha disputar altas cosas de la Trinidad, si no eres humilde, por donde desagradas a la Trinidad? Por cierto las palabras subidas no hacen santo ni justo; mas la
virtuosa vida hace al hombre amable a Dios. Más deseo sentir la contrición que saber definirla. Si supieses toda la Biblia a la letra y los dichos de todos los
filósofos, ¿qué te aprovecharía todo sin caridad y gracia de Dios? Vanidad de vanidades, y todo vanidad, sino amar y servir solamente
a Dios. Suma sabiduría es, por el desprecio del mundo, ir a los reinos
celestiales. 4. Y pues así es, vanidad en buscar riquezas perecederas, y
esperar en ellas. También es vanidad desear honras y ensalzarse vanamente. Vanidad es seguir el apetito de la carne, y desear aquello por
donde después te sea necesario ser castigado gravemente. Vanidad es desear larga vida, y no cuidar que sea buena. Vanidad es mirar solamente a esta presente vida, y no prever a lo
venidero. Vanidad es amar lo que tan presto se pasa, y no buscar con
solicitud el gozo perdurable. 5. Acuérdate frecuentemente de aquel dicho de la Escritura: No se
harta la vida de ver, ni el oído de oír. Procura, pues, desviar tu corazón de lo visible, y traspasarlo a
lo invisible; porque los que siguen su sensualidad, manchan su conciencia y
pierden la gracia de Dios. Capítulo II
Del bajo aprecio de sí mismo.
1. Todos los hombres naturalmente desean saber. Mas ¿qué aprovecha la ciencia sin el temor de Dios?. Por cierto mejor es el rústico humilde que le sirve, que el
soberbio filósofo que, dejando de conocerse, considera el curso del cielo. El que bien se conoce, tiénese por vil y no se deleita en
alabanzas humanas. Si yo supiese cuanto hay en el mundo, y no estuviese en caridad,
¿qué me aprovecharía delante de Dios, que me juzgará según mis obras? 2. No tengas deseo demasiado de saber, porque en ello se halla
grande estorbo y engaño. Los letrados gustan de ser vistos y tenidos por tales. Muchas cosas hay que el saberlas, poco o nada aprovecha al alma. Y muy loco es el que en otras cosas entiende, sino en las que
tocan a la salvación. Las muchas palabras no hartan el alma; mas la buena vida le da
refrigerio; y la pura conciencia causa gran confianza en Dios. 3. Cuanto más y mejor entiendes, tanto más gravemente serás
juzgado, si no vivieres santamente. Por esto no te ensalces por alguna de las artes o ciencias; mas
teme del conocimiento que de ellas de te ha dado. Si te parece que sabes mucho y entiendes muy bien, ten por cierto
que es mucho más lo que ignoras. No quieras con presunción saber cosas altas; mas confiesa tu
ignorancia. ¿Por qué te quieres tener por más que otro, hallándose muchos más
doctos y sabios en la ley que tú? Si quieres saber y aprender algo provechosamente, desea que no te
conozcan ni te estimen. 4. El verdadero conocimiento y desprecio de sí mismo, es altísima
y doctísima lección. Gran sabiduría y perfección es sentir siempre bien y grandes cosas
de otros, y tenerse y reputarse en nada. Si vieres alguno pecar públicamente, o cometer culpas graves, no
te debes juzgar por mejor; porque no sabes cuánto podrás perseverar en el bien. Todos somos flacos; mas tú a nadie tengas por más flaco que a ti. Capítulo III
De la doctrina de la verdad.
1. Bienaventurado aquel a quien la verdad por sí mismo enseña, no
por figuras y voces que se pasan, sino así como es. Nuestra estimación y nuestro sentimiento a menudo nos engañan y
conocen poco. ¿Qué aprovecha la curiosidad de saber cosas obscuras y ocultas,
pues que del no saberlas no seremos en el día del juicio reprendidos? Gran locura es que, dejadas las cosas útiles y necesarias,
entendamos con gusto en las curiosas y dañosas. Verdaderamente teniendo ojos no
vemos. 2. ¿Qué se nos da de los géneros y especies de los lógicos? Aquel a quien habla en Verbo Eterno, de muchas opiniones se
desembaraza. De aqueste Verbo salen todas las cosas, y todas predican este uno,
y este es el principio que nos habla. Ninguno entiende o juzga sin él rectamente. Aquel a quien todas las cosas le fueron uno, y trajere a uno, y
las viere en uno, podrá ser estable y firme de corazón, y permanecer pacífico
en Dios. ¡Oh verdadero Dios! hazme permanecer uno contigo en caridad
perpetua. Enójame muchas veces leer y oír muchas cosas; en Ti está todo lo
que quiero y deseo. Callen todos los doctores; no me hablen las criaturas en Tu
presencia, háblame Tú solo. 3. Cuando alguno fuere más unido contigo, y más sencillo en su
corazón, tanto más y mayores cosas entenderá sin trabajo; porque de arriba
recibe la luz de la inteligencia. El espíritu puro, sencillo y constante no se distrae, aunque
entienda en muchas cosas, porque todo lo hace a honra de Dios; y esfuérzase a
estar desocupado en sí de toda sensualidad. ¿Quién más te impide y molesta que la afición de tu corazón no
mortificada? El hombre bueno y devoto primero ordena dentro de sí las obras que
debe hacer de fuera. Y ellas no le llevan a deseos de inclinación viciosa; mas él las
trae al albedrío de la recta razón. ¿Quién tiene mayor combate que el que se esfuerza a vencerse a sí
mismo? Y esto debería ser nuestro negocio; querer vencerse a sí mismo, y
cada día hacerse más fuerte, y aprovechar en mejorarse. 4. Toda la perfección de esta vida tiene consigo cierta
imperfección; y toda nuestra especulación no carece de alguna obscuridad. El humilde conocimiento de ti mismo es más cierto camino para ir a
Dios, que escudriñar la profundidad de la ciencia. No es de culpar la ciencia, ni cualquier otro conocimiento de lo
que en sí considerado es bueno y ordenado de Dios; mas siempre se ha de
anteponer la buena conciencia y la vida virtuosa. Porque muchos estudian más para saber, que para bien vivir; y
yerran muchas veces, y poco o ningún fruto hacen. 5. Si tanta diligencia pusieran en desarraigar los vicios y
sembrar las virtudes como en mover cuestiones, no se harían tantos males y
escándalos en el pueblo, ni habría tanta disolución en los monasterios. Ciertamente en el día del juicio no nos preguntarán qué leímos,
sino qué hicimos; ni cuán bien hablábamos, sino cuán honestamente hubiéramos
vivido. Dime, ¿dónde están ahora todos aquellos señores y maestros que tú
conociste, cuando vivían y florecían en los estudios? Ya poseen otros sus rentas, y por ventura no hay quien de ellos se
acuerde. En su vida parecían algo, ya no hay de ellos memoria. 6. ¡Oh! ¡Cuán presto se pasa a la gloria del mundo! Pluguiera a
Dios que su vida concordara con su ciencia; y entonces hubieran estudiado y
leído bien. ¿Cuántos perecen en este siglo por su vana ciencia, que cuidaron
poco del servicio de Dios? Y porque eligen ser más grandes que humildes, se hacen vanos en
sus pensamientos. Verdaderamente es grande el que tiene grande caridad. Verdaderamente es grande el que se tiene por pequeño y tiene en
nada la cumbre de la honra. Verdaderamente es prudente el que todo lo terreno tiene por
estiércol para ganar a Cristo. Y verdaderamente es sabio aquel que hace la voluntad de Dios, y
deja la suya. Capítulo IV
De la prudencia en las acciones.
1. No se debe dar crédito a cualquier palabra ni a cualquier
espíritu: mas con prudencia y espacio se deben, según Dios, examinar las cosas. Mucho es de doler que las más veces se cree y se dice el mal del
prójimo que el bien. ¡Tan flacos somos! Mas los varones perfectos no creen de ligero cualquier cosa que
les cuentan; porque saben ser la flaqueza humana presta al mal y muy deleznable
en las palabras. Gran sabiduría es no ser el hombre inconsiderado en lo que ha de
hacer, ni tampoco porfiado en su propio sentir. A esta sabiduría también pertenece no creer a cualesquiera
palabras de hombres, ni decir luego a los otros lo que oye o cree. Toma consejo del hombre sabio y de buena conciencia; y apetece más
ser enseñado de otro mejor, que seguir tu parecer. La buena vida hace al hombre sabio, según Dios, y experimentado en
muchas cosas. Cuanto alguno fuere más humilde en sí, y más sujeto a Dios, tanto
será más sabio y sosegado en todo. Capítulo V
De la lección de las Santas Escrituras.
1. En las Santas Escrituras se debe buscar la verdad, y no la
elocuencia. Toda la Escritura santa se debe leer con el espíritu que se hizo. Más debemos buscar el provecho en la Escritura, que no la sutileza
de las palabras. De tan buena gana debemos leer los libros sencillos y devotos,
como los grandes y profundos. No te mueva la autoridad del que escribe si es de pequeña o grande
ciencia; mas convídete a leer el amor de la pura verdad. No mires quién lo ha dicho; mas atiende qué tal es lo que se dijo. 2. Los hombres pasan: la verdad del Señor permanece para siempre. De las diversas maneras nos habla Dios, sin acepción de personas. Nuestra curiosidad nos impide muchas veces el provecho que saca en
leer las Escrituras, cuando queremos entender y escudriñar lo que llanamente se
debía creer. Si quieres aprovechar, lee con humildad, fiel y sencillamente, y
nunca desees nombre de letrado. Pregunta de buena voluntad, y oye callando las palabras de los
Santos; y no te desagraden las sentencias de los viejos, porque no las dicen
sin causa. Capítulo VI
De los deseos desordenados.
1. Cuantas veces desea el hombre desordenadamente alguna cosa,
luego pierde el sosiego. El soberbio y el avariento nunca están quietos: el pobre y humilde
de espíritu vive en mucha paz. El hombre que no es perfectamente mortificado en sí, presto es
tentado y vencido de las cosas pequeñas y viles. El flaco de espíritu, y que aún está inclinado a lo animal y
sensible, con dificultad se puede abstener totalmente de los deseos terrenos. Y cuando se abstiene, recibe muchas veces tristeza; y se enoja
presto si alguno le contradice 2. Pero si alcanza lo que deseaba, siente luego pesadumbre por el
remordimiento de la conciencia, porque siguió a su apetito, el cual nada
aprovecha para alcanzar la paz que buscaba. En resistir, pues, a las naciones,
se halla la verdadera paz del corazón, y no en seguirlas. Pues no hay paz en el corazón del hombre carnal, ni del que se
ocupa en lo exterior, sino el que es fervoroso y espiritual. Capítulo VII
Cómo se ha de huir la vana esperanza y la soberbia.
1. Vano es el que pone su esperanza en los hombres o en otra cosa
creada. No te avergüences de servir a otro por amor de Jesucristo, y
parecer pobre en este siglo. No confíes de ti mismo, sino pon tu esperanza en Dios. Haz lo que puedas y Dios favorecerá tu buena voluntad. No confíes en tu ciencia, ni en la astucia de ningún viviente,
sino en la gracia de Dios, que ayuda a los humildes y abate a los presumidos. 2. Si tienes riquezas, no te gloríes en ellas, ni en los amigos,
aunque sean poderosos, sino en Dios, que todo lo da, y sobre todo, se desea dar
a Sí mismo. No te ensalces por la gallardía y hermosa disposición del cuerpo,
que con pequeña enfermedad se destruye y afea. No te engrías de tu habilidad o ingenio, no sea que desagrades a
Dios, de quien es todo bien natural que tuvieres. 3. No te estimes por mejor que otros, porque no seas quizá tenido
por peor delante de Dios, que sabe lo que hay en el hombre. No te ensoberbezcas de tus buenas obras; porque de otra manera son
los juicios de Dios que los de los hombres, y a El muchas veces desagrada lo
que a éstos les contenta. Si tuvieres algo bueno, piensa que son mejores los otros, porque
así conserves la humildad. No te daña si te pusieres debajo de todos, mas es muy dañoso si te
antepones a sólo uno. Continua paz tiene el humilde; mas en el corazón del soberbio hay
emulación y saña frecuente. Capítulo VIII
Cómo se ha de evitar la mucha familiaridad.
1. No descubras tu corazón a cualquiera: mas comunica tus cosas
con el sabio y temeroso de Dios. Con los jóvenes y extraños conversa poco. Con los ricos no seas linsojero; ni estés de buena gana delante de
los grandes. Acompáñate con los humildes y sencillos, y con los devotos y bien
acostumbrados, y trata con ellos cosas de edificación. No tengas familiaridad con ninguna mujer; mas en general,
encomienda a Dios todas las buenas. Desea ser familiar a sólo Dios y a sus ángeles, y huye de ser
conocido de los hombres. 2. Justo es tener caridad con todos; pero no conviene la
familiaridad con muchos. Algunas veces sucede que la persona no conocida resplandece por la
buena fama; pero su presencia suele parecer mucho menos. Pensamos algunas veces agradar a los otros con nuestra
conversación, y más los ofendemos, porque ven en nosotros costumbres menos ordenadas. Capítulo IX
De la obediencia y sujeción.
Gran cosa es estar en obediencia, vivir debajo de un superior, y
no tener voluntad propia. Mucho más seguro es estar sujeto que en el mando. Muchos están en obediencia más por necesidad que por caridad, los
cuales tienen trabajo y ligeramente murmuran; y nunca tendrán libertad de
ánimo, si no se sujetan por Dios de todo corazón. Anda de una parte a otra, y no hallarás descanso sino en la
humilde sujeción al superior. La imaginación y mudanza de lugar a muchos han engañado. 2. Verdad es que cada uno se rige de buena gana por su propio parecer, y se inclina más a los que siguen su
sentir. Mas si Dios está entre nosotros, necesario es que dejemos algunas
veces nuestro parecer por el bien de la paz. ¿Quién es tan sabio que lo sepa todo enteramente? Pues no quieras confiar demasiadamente en tu sentido; mas gusta
también oír de buena gana el parecer de otro. Si tu parecer es bueno, y lo dejas por Dios, y sigues el ajeno,
más aprovecharás de esta manera. 3. Porque muchas veces he oído decir, ser más seguro oír y tomar
consejo, que darlo. Bien puede también acaecer que sea bueno el parecer de uno; mas no
querer sentir con los otros cuando la razón o la causa lo demanda, es señal de
soberbia y pertinacia. Capítulo X
Como se ha de cercenar la demasía de las palabras.
1. Excusa cuanto pudieres el ruido de los hombres; pues mucho
estorba el tratar de las cosas del siglo, aunque se digan con buena intención. Porque presto somos amancillados y cautivos de la vanidad. Muchas veces quisiera haber callado, y no haber estado entre los
hombres. Pero ¿cuál es la causa por que tan de gana hablamos y platicamos
unos con otros: viendo cuán pocas veces volvemos al silencio sin daño de la
conciencia? La razón es que por el hablar buscamos ser consolados unos de
otros, y deseamos aliviar el corazón fatigado de pensamientos diversos. Y de muy buena gana nos detenemos en hablar o pensar de las cosas
que amamos o de las adversas que sentimos. 2. Mas ¡ay dolor! que muchas veces sucede vanamente y sin fruto,
porque esta exterior consolación es de gran detrimento la interior y divina. Por eso velemos y oremos, no se nos pase el tiempo en balde. Si puedes y conviene hablar, sea de cosas que edifiquen. La mala costumbre y el descuido en aprovechar ayudan mucho a la
poca guarda de nuestra lengua. Pero no poco servirá para nuestro espiritual aprovechamiento, la
devota plática de cosas espirituales, especialmente cuando muchos de un mismo
espíritu y corazón se juntan en Dios. Capítulo XI
Cómo se ha de adquirir la paz, y del celo de aprovechar.
1. Mucha paz tendríamos, sin en los dichos y hechos ajenos que no
nos pertenecen, no quisiésemos meternos. ¿Cómo quiere estar en paz mucho tiempo el que se entremete en
cuidados ajenos, y busca ocasiones exteriores; y dentro de sí poco o tarde se
recoge? Bienaventurados los sencillos, porque tendrán mucha paz. 2. ¿Cuál fue la causa por que muchos de los Santos fueron tan
perfectos y contemplativos? Porque estudiaron en mortificarse totalmente a todo deseo terreno;
y por eso pudieron con lo íntimo del corazón allegarse a Dios y ocuparse
libremente en sí mismos. Nosotros nos ocupamos mucho con nuestras pasiones, y tenemos
demasiado cuidado de lo que es transitorio. Y también pocas veces vencemos un vicio perfectamente; ni nos
alentamos para aprovechar cada día; y por esto nos quedamos tibios y aun fríos. 3. Si fuésemos perfectamente muertos a nosotros mismos, y en lo
interior desocupados, entonces podríamos gustar de las cosas divinas, y
experimentar algo de la contemplación celestial. El impedimento mayor es, que somos esclavos de nuestras
inclinaciones y deseos, y no trabajamos por entrar en el camino perfecto de los
Santos. Y también cuando alguna adversidad se nos ofrece, muy presto nos
desalentamos, y nos volvemos a las consolaciones humanas. 4. Si nos esforzásemos más en la batalla a pelear como fuertes
varones, veríamos sin duda la ayuda del Señor que viene desde el cielo sobre
nosotros. Porque dispuesto está a socorrer a los que pelean y esperan en su
gracia, y nos procura ocasiones de pelear para que alcancemos victoria. Si solamente en las observancias de fuera ponemos el
aprovechamiento de la vida religiosa, presto se nos acabará la devoción que
teníamos. Mas pongamos segur a la raíz, porque libres de las pasiones
poseamos pacíficas nuestras almas. 5. Si cada año desarraigásemos un vicio, presto seríamos
perfectos. Mas ahora, al contrario, muchas veces experimentamos que fuimos
mejores y más puros en el principio de nuestra conversión, que después de
muchos años de profesos. Nuestro fervor y aprovechamiento cada día debe crecer; mas ahora
va nos parece mucho conservar alguna parte del primer fervor. Si al principio hiciésemos algún esfuerzo, podríamos después
hacerlo todo con facilidad y gozo. 6. Grave cosa es dejar la costumbre; pero más grave es ir contra
la propia voluntad. Mas si no vences las cosas pequeñas y ligeras, ¿cómo vencerás las
dificultosas? Resiste en los principios a tu inclinación, y deja la mala
costumbre, porque no te lleve poco a poco a mayor dificultad. ¡Oh! ¡Si mirases cuánta paz a ti mismo, y cuánta alegría darías a
los otros rigiéndote bien, yo creo que serías más solícito en el
aprovechamiento espiritual! Capítulo XII
Del provecho de las adversidades.
1. Bueno es que algunas veces nos sucedan cosas adversas, y vengan
contrariedades, porque suelen atraer al hombre a sí mismo, para que se conozca
desterrado, y no ponga su esperanza en cosa alguna del mundo. Bueno es que padezcamos a veces contradicciones, y que sientan de
nosotros mal e imperfectamente, aunque hagamos bien y tengamos buena intención.
Estas cosas de ordinario nos ayuden a ser humildes, y nos apartan de la
vanagloria. Porque entonces mejor buscamos a Dios por testigo interior, cuando
por fuera somos despreciados de los hombres, y no nos dan crédito. 2. Por eso debía uno afirmarse de tal manera en Dios, que no le
fuese necesario buscar muchas consolaciones humanas. Cuando el hombre de buena voluntad es atribulado, o tentado, o
afligido con los malos pensamientos, entonces conoce tener de Dios mayor
necesidad, experimentando que sin El no puede nada bueno. Entonces se entristece, gime y ora a Dios por las miserias que
padece. Entonces le es molesta la vida larga, y desea hallar la muerte
para ser desatado de este cuerpo y estar con Cristo. Entonces también conoce que no puede haber en el mundo perfecta
seguridad ni cumplida paz. Capítulo XIII
Cómo se ha de resistir a las tentaciones.
1. Mientras en el mundo vivimos no podemos estar sin tribulaciones
y tentaciones. Por lo cual está escrito en Job: Tentación es la vida del hombre
sobre la tierra. Por eso cada uno debe tener mucho cuidado acerca de la tentación,
y velar en oración porque no halle el demonio lugar de engañarle, que nunca
duerme, sino busca por todos lados a quien tragarse. Ninguno hay tan santo ni tan perfecto, que no tenga algunas veces
tentaciones, y no podemos vivir sin ellas. 2. Mas las tentaciones son muchas veces utilísimas al hombre,
aunque sean graves y pesadas; porque en ellas es uno humillado, purgado y
enseñado. Todos los Santos por muchas tribulaciones y tentaciones pasaron, y
aprovecharon. Y los que nos las quisieron sufrir y llevar bien, fueron tenidos
por malos y desfallecieron. No hay orden o religión tan santa, ni lugar tan secreto, donde no
haya tentaciones y adversidades. 3. No hay hombre seguro del todo de tentaciones mientras que vive;
porque en nosotros mismos está la causa de donde vienen, pues que nacimos con
la inclinación al pecado. Pasada una tentación o tribulación, sobreviene otra, y siempre
tendremos que sufrir, porque se perdió el bien de nuestra primera felicidad. Muchos quieren huir las tentaciones, y caen en ellas más
gravemente. No se pueden vencer sólo con huirlas: con paciencia y verdadera
humildad nos hacemos más fuertes que todos los enemigos. 4. El que solamente quita lo que se ve y no arranca la raíz, poco
aprovechará; antes tornarán a él más presto las tentaciones, y se hallará peor. Poco a poco, con paciencia y buen ánimo, vencerás (con el favor
divino) mejor que no con tu propio conato y fatiga. Toma muchas veces consejo en la tentación, y no seas desabrido con
el que está tentado; antes procura consolarle como tú quisieras para ti. 5. El principio de toda tentación es la inconstancia del ánimo y
la poca confianza en Dios. Porque como la nave sin timón la lleva a una y otra parte las
olas, así el hombre descuidado y que desiste de su propósito, es tentado de
diversas maneras. El fuego prueba el hierro, y la tentación al hombre justo. Muchas veces no sabemos lo que podemos; mas la tentación descubre
lo que somos. Debemos, pues, velar principalmente al venir la tentación; porque
entonces más fácilmente es vencido el enemigo cuando no le dejamos pasar de la
puerta del alma, y se le resiste al umbral luego que toca. Atajar al principio el mal procura; Si llega a echar raíz, tarde se cura. Porque primeramente se ofrece al ánima sólo el pensamiento
sencillo; después la importuna imaginación; luego la delectación y el torpe
movimiento, y el consentimiento. Y así se entra poco a poco el maligno enemigo, y se apodera de
todo por no resistirle al principio. Y cuanto más tiempo fuere uno perezoso en resistir, tanto se hace
cada día más flaco, y el enemigo contra él más fuerte. 6. Algunos padecen graves tentaciones al principio de su
conversión, y otros al fin. Pero otros son molestados casi por toda su vida. Algunos son tentados blandamente, según la sabiduría y el juicio
de la divina Providencia, que mide el estado y los méritos de los hombres, y
todo lo tiene ordenado para la salvación de sus escogidos. 7. Por eso no debemos desconfiar cuando somos tentados; sino antes
rogar a Dios con mayor fervor, que sea servido de ayudarnos en toda
tribulación; el cual, sin duda, según el dicho de San Pablo, nos dará el
auxilio junto con la tentación para que podamos resistir. Humillemos, pues, nuestras almas bajo de la mano de Dios en toda
tribulación y tentación. Porque El salvará y engrandecerá los humildes de
espíritu. 8. En las tentaciones y adversidades se ve cuánto uno ha
aprovechado, y en ellas consiste el mayor merecimiento y se conoce mejor la
virtud. No es mucho ser un hombre devoto y fervoroso, cuando no siente
pesadumbre, mas si en el tiempo de la adversidad se sufre con paciencia,
esperanza es de gran provecho. Algunos no se rinden a grandes tentaciones, y son vencidos a
menudo en las menores y comunes, para que humillados nunca confíen de sí en
cosas grandes, siendo flacos en las pequeñas. Capítulo XIV
Cómo se deben evitar los juicios temerarios.
1. Pon los ojos en ti mismo y guárdate de juzgar las obras ajenas.
En juzgar a otro se ocupa uno en vano, yerra muchas veces y peca fácilmente;
mas juzgando y examinándose a sí mismo, se emplea siempre con fruto. Muchas veces juzgamos de las cosas según el gusto o disgusto que
nos causan, pues fácilmente perdemos el verdadero juicio de ellas por el amor
propio. Si fuese Dios siempre el fin puramente de nuestro deseo, no nos
turbaría tan presto la contradicción de nuestra sensualidad. 2. Muchas veces tenemos algo dentro escondido, o de fuera se
ofrece, en cuya afición nos lleva tras sí. Muchos buscan secretamente su propia comodidad en las obras que
hacen, y son necios que no lo entienden. También les parece estar en cumplida paz cuando se hacen las cosas
a su voluntad y gusto; mas si de otra manera suceden, presto se alteran y
entristecen. Por la diversidad de los pareceres y opiniones, muchas veces se
levantan discordias entre los amigos y vecinos, entre los religiosos y devotos. 3. La costumbre antigua con dificultad se quita, y ninguno deja de
buena gana su propio parecer. Si en tu razón e industria te apoyas más que en la virtud de la
sujeción de Cristo, tarde y pocas veces serás ilustrado, porque quiere Dios que
nos sujetemos a El perfectamente, y que prescindamos de toda razón, inflamados
de su amor. Capítulo XV
De las cosas hechas por caridad.
1. No se debe hacer lo que es malo por ninguna cosa del mundo, ni
por amor de alguno; mas por el provecho de quien lo hubiere menester, alguna
vez se puede interrumpir la buena obra, o también emprender otra más perfecta. De esta suerte no se deja de obrar bien, sino que se muda mejor. La obra exterior sin caridad no aprovecha; pero lo que se hace con
caridad, por poco y despreciable que sea, se hace todo fructuoso. Pues ciertamente más mira Dios al corazón que a la obra que se
hace. 2. Mucho hace el que mucho ama. Mucho hace el que todo lo hace bien. Bien hace el que sirve más al bien común que a su voluntad propia. Muchas veces parece caridad lo que más es amor propio; porque la
inclinación de la naturaleza, la propia voluntad, la esperanza de la
recompensa, el gusto de la comodidad, rara vez nos abandonan. 3. El que tiene verdadera y perfecta caridad, en ninguna cosa se
busca a sí mismo, sino que desea que Dios sea glorificado en todas. De nadie tiene envidia, porque no ama gusto alguno particular, ni
se quiere gozar en sí; mas desea sobre todas las cosas gozar de Dios. A nadie atribuye ningún bien, mas refiérelo todo a Dios, el cual,
como de fuente, manan todas las cosas, en el que finalmente, todos los Santos
descansan con perfecto gozo. ¡Oh! ¡Quién tuviese una centella de verdadera caridad! Por cierto
que sentiría estar todas las cosas llenas de vanidad. Capítulo XVI
Del sufrimiento de los defectos ajenos.
1. Lo que no puede un hombre enmendar en sí ni en los otros, débelo
sufrir con paciencia hasta que Dios lo ordene de otro modo. Piensa que por ventura te está así mejor para tu probación y
paciencia, sin la cual son de mucha estimación nuestros merecimientos. Mas debe rogar a Dios por estos estorbos, porque tenga por bien de
socorrerte para que buenamente los toleres. 2. Si alguno, amonestado una vez o dos, no se enmendaré, no
porfíes con él, sino encomiéndalo todo a Dios para que se haga su voluntad, y
El sea honrado en todos sus siervos, que sabe sacar de los malos bienes. Estudia y aprende a sufrir con paciencia cualesquiera defectos y
flaquezas ajenas: pues que tú también tienes mucho en que te sufran los otros. Si no puedes hacerte a ti cual deseas, ¿cómo quieres tener a otro
a la medida de tu deseo? De buena gana queremos a los otros perfectos, y no enmendamos los
defectos propios. 3. Queremos que los otros sean castigados con rigor, y nosotros no
queremos ser corregidos. Parécenos mal si a los otros se les da larga licencia, y nosotros
no queremos que cosa que pedimos, se nos niegue. Queremos que los demás estén sujetos a las ordenanzas, pero
nosotros no sufrimos que nos sea prohibido cosa alguna. Así parece claro cuán pocas veces amamos al prójimo como a
nosotros mismos. Si todos fuesen perfectos, ¿qué teníamos que sufrir por Dios de
nuestros hermanos? 4. Pero así lo ordenó Dios para que aprendamos a llevar
recíprocamente nuestras cargas; porque ninguno hay sin ellas, ninguno sin
defecto, ninguno es suficiente ni cumplidamente sabio para sí: importa
llevarnos, consolarnos y juntamente ayudarnos unos a otros, instruirnos y
amonestarnos. De cuánta virtud sea cada uno, mejor se descubre en la ocasión de
la adversidad. Porque las ocasiones no hacen al hombre flaco, pero declaran lo
que es. Capítulo XVII
De la vida monástica.
1. Conviene que aprendas a quebrantarte en muchas cosas, si
quieres tener paz y concordia con otros. No es poco morar en los monasterios y congregaciones, y allí
conversar sin quejas, y perseverar fielmente hasta la muerte. Bienaventurado es el que vive allí bien, y acaba dichosamente. Si quieres estar bien y aprovechar, mírate como desterrado y
peregrino sobre la tierra. Conviene hacerte simple por Jesucristo, si quieres seguir la vida
religiosa. 2. El hábito y la corona poco hacen: mas la mudanza de las
costumbres y la entera mortificación de las pasiones, hacen al hombre verdadero
religioso. El que busca algo fuera de Dios y la salvación de su alma, no
hallará sino tribulación y dolor. No puede estar mucho tiempo en paz el que no procura ser el menor
y el más sujeto a todos. 3. Viniste a servir, no a mandar: persuádete que fuiste llamado
para trabajar y padecer, no para holgar y parlar. Pues aquí se prueban los hombres como el oro en el crisol. Aquí no pudo estar alguno, si no quiere de todo corazón humillarse
por Dios. Capítulo XVIII
Del ejemplo de los Santos Padres.
1. Considera bien los heroicos ejemplos de los Santos Padres, en
los cuales resplandece la verdadera perfección y religión, y verás cuán poco o
casi nada es lo que hacemos. ¡Ay de nosotros! ¿Qué es nuestra vida comparada con la suya? Los Santos y amigos de Cristo sirvieron al Señor en hambre, en
sed, en frío y desnudez, en trabajos y fatigas, en vigilias y ayunos, en
oraciones y santas meditaciones, en persecuciones y muchos oprobios. ¡Oh! ¡Cuán graves y muchas tribulaciones padecieron los apóstoles,
mártires, confesores, vírgenes, y todos los demás que quisieron seguir las
pisadas de Jesucristo! Pues en esta vida aborrecieron sus vidas para poseer sus almas en
la eterna. ¡Oh! ¡Cuán estrecha y retirada vida hicieron los Santos Padres en
el yermo! ¡Cuán largas y graves tentaciones padecieron! ¡Cuán de ordinario
fueron atormentados del enemigo! ¡Cuán continuas y fervientes oraciones
ofrecieron a Dios! ¡Cuán rigurosas abstinencias cumplieron! ¡Cuán gran celo y
fervor tuvieron en su aprovechamiento espiritual! ¡Cuán fuertes peleas pasaron
para vencer los vicios! ¡Cuán pura y recta intención tuvieron con Dios! De día trabajaban, y por la noche se ocupaban en larga oración; y
aunque trabajando, no cesaban de la oración mental. 3. Todo el tiempo gastaban bien; las horas les parecían cortas
para darse a Dios; y por la gran dulzura de la contemplación, se olvidaban de
la necesidad del mantenimiento corporal. Renunciaban todas las riquezas, honras, dignidades, parientes y
amigos: ninguna cosa querían del mundo; apenas tomaban lo necesario para la
vida, y les era pesado servir a su cuerpo, aun en las cosas más necesarias. De modo que eran pobres de lo temporal, pero riquísimos en gracia
y virtudes. En lo de fuera eran necesitados, pero en lo interior estaban con
la gracia y divinas consolaciones recreados. 4. Ajenos eran al mundo; mas muy allegados a Dios, del cual eran
familiares amigos. Teníanse por nada cuanto a sí mismos, y para con el mundo eran
despreciados; mas en los ojos de Dios eran muy preciosos y amados. Estaban en verdadera humildad; vivían en sencilla obediencia;
andaban en caridad y paciencia; y por eso cada día crecían en espíritu, y
alcanzaban mucha gracia delante de Dios. Fueron puestos por dechados a todos los religiosos; y más nos
deben mover para aprovechar en el bien, que no la muchedumbre de los tibios
para aflojar y descaecer. 5. ¡Oh! ¡Cuán grande fue el fervor de todos los religiosos al
principio de sus sagrados institutos! ¡Cuánta la devoción de la oración! ¡Cuánto el celo de la virtud!
¡Cuánta disciplina floreció! ¡Cuánta reverencia y obediencia al superior hubo
en todas las cosas! Aun hasta ahora dan testimonio de ello las señales que quedaron,
de que fueron verdaderamente varones santos y perfectos que, peleando tan
esforzadamente, vencieron al mundo. Ahora ya se estima en mucho aquel que no es transgresor, y si con
paciencia puede sufrir lo que aceptó por su voluntad. 6. ¡Oh tibieza y negligencia de nuestro estado, que tan presto declinamos
del fervor primero, y nos es molesto el vivir por nuestra flojedad y tibieza! ¡Pluguiese a Dios que no durmiese en ti el aprovechamiento de las
virtudes, pues viste muchas veces tantos ejemplos de devotos! Capítulo XIX
De los ejercicios del buen religioso.
1. La vida del buen religioso debe resplandecer en toda virtud, y
que sea tal en lo interior cual parece de fuera. Y con razón deber ser más en lo interior que lo que se mira
exteriormente, porque nos mira Dios, a quien debemos suma reverencia dondequiera
que estuviéremos, y debemos andar tan puros como los ángeles en su presencia. Cada día debemos renovar nuestro propósito, y excitarnos a mayor
fervor, como si hoy fuese el primer día de nuestra conversión, y decir: Señor, Dios mío, ayúdame en mi buen intento y en tu santo
servicio, y dame gracia para que comience hoy perfectamente, porque no es nada
cuanto hice hasta aquí. 2. Según es nuestro propósito, así es nuestro aprovechamiento; y
quien quiere aprovecharse bien, ha menester ser muy diligente. Si el que propone firmísimamente, falta muchas veces, ¿qué será el
que tarde o nunca propone? Acaece de diversos modos el dejar nuestro propósito. Y faltar de
ligero en los ejercicios que se tienen de costumbre, no pasa sin algún daño. El
propósito de los justos más pende de la gracia de Dios que del saber propio: en
El confían siempre y en cualquier cosa que comienzan. Porque el hombre propone, pero Dios dispone; y no está en mano del
hombre su camino. 3. Si por piedad y por provecho del prójimo se deja alguna vez el
ejercicio acostumbrado, después se puede reparar con facilidad. Empero si por fastidio del corazón o por negligencia fácilmente se
deja, muy culpable es, y se sentirá dañoso. Esforcémonos cuanto pudiéremos, que
aun así en muchas faltas caeremos fácilmente. Pero alguna cosa determinada debemos siempre proponernos, y
principalmente se han de remediar las que más nos estorban. Debemos examinar y ordenar todas nuestras cosas exteriores e
interiores, porque todo conviene para nuestro aprovechamiento espiritual. 4. Si no puedes recogerte de continuo, hazlo de cuando en cuando;
y por lo menos una vez al día por la mañana o por la noche. Por la mañana propón, a la noche examina tus obras: cuál has sido
este día en palabras, obras y pensamientos; porque puede ser que hayas ofendido
en esto a Dios y al prójimo muchas veces. Armate como varón contra las malicias del demonio: refrena la
gula, y fácilmente refrenarás toda inclinación de la carne. Nunca estés del todo ocioso, sino lee, o escribe, o reza, o medita,
o haz algo de provecho para la comunidad. Pero los ejercicios corporales se deben tomar con discreción,
porque no son igualmente convenientes para todos. 5. Los ejercicios particulares no se deben hacer públicamente,
porque con más seguridad se ejercen en secreto. Guárdate empero no seas perezoso para lo común y pronto para lo
particular; sino que cumplido muy bien lo que debes, y que te está encomendado,
si tienes lugar, éntrate dentro de ti como desea tu devoción. No todos podemos ejercitar una misma cosa: unas convienen más a
unos y otras a otros. También, según el tiempo, te son más a propósito diversos
ejercicios: porque unos son más acomodados para las fiestas, otros para los
días de trabajo. Necesitamos de unos para el tiempo de la tentación, y de otros
para el de la paz y sosiego. En unas cosas es bien pensar cuando estamos tristes, y en otras
cuando alegres en el Señor. 6. En las fiestas principales debemos renovar nuestros buenos
ejercicios, e invocar con mayor fervor la intercesión de los Santos. De una fiesta para otra debemos proponernos algo, como si entonces
hubiésemos de salir de este mundo, y llegar a la eterna festividad. Por eso debemos prevenirnos con cuidado en los tiempos devotos, y
conservar con mayor devoción, y guardar toda observancia más estrechamente,
como quien ha de recibir en breve, de Dios, el premio de sus trabajos. 7. Y si se dilataré, creamos que no estamos preparados, y que aún
somos indignos de tanta gloria como se declara en nosotros acabado el tiempo de
la vida; y estudiemos en prepararnos mejor para morir. Bienaventurado el siervo (dice el evangelista San Lucas) a quien,
cuando viniere el Señor, le hallare velando; en verdad os digo que le
constituirá sobre todos sus bienes. Capítulo XX
Del amor de la soledad y silencio.
1. Busca tiempo a propósito para estar contigo, y piensa con
frecuencia en los beneficios de Dios. Deja las cosas curiosas. Lee tales materias que te den más compunción que ocupación. Si te apartares de conversaciones superfluas y de andar ocioso, y
de oír novedades y murmuraciones, hallarás tiempo suficiente y a propósito para
entregarte a santas meditaciones. Los mayores Santos evitaban cuanto podían las compañías de los
hombres, y elegían el vivir para Dios en su retiro. 2. Dijo uno: Cuantas veces estuve entre los hombres, volví menos
hombre. Lo cual experimentamos cada día cuando hablamos mucho. Más fácil cosa es callar siempre, que hablar sin errar. Más fácil es encerrarse en su casa, que guardarse del todo fuera
de ella. Por esto, al que quiere llegar a las cosas interiores y
espirituales, le conviene apartarse de la gente con Jesucristo. Ninguno se muestra seguro en público, sino el que se esconde
voluntariamente. Ninguno habla con acierto, sino el que calla de buena gana. Ninguno preside dignamente, sino el que sujeta con gusto. Ninguno manda con razón, sino el que aprendió a obedecer sin
replicar. 3. Nadie se alegra seguramente, sino quien tiene el testimonio de
la buena conciencia. Pues la seguridad de los Santos, siempre estuvo llena del temor
divino. No por eso fueron menos solícitos y humildes en sí, aunque
resplandecían en grandes virtudes y gracias. Pero la seguridad de los malvados, nace de la soberbia y
presunción, y al fin se convierte en su mismo engaño. Nunca te tengas por seguro en esta vida, aunque parezcas buen
religioso y devoto ermitaño. 4. Los muy estimados de los hombres por buenos, muchas veces han
caído en graves peligros por su mucha confianza. Por lo cual, es utilísimo a muchos que no les falten del todo las
tentaciones, y que sean muchas veces combatidos, porque no se aseguren
demasiado de sí propios, porque no se levanten con soberbia, ni tampoco se
entreguen demasiadamente a los consuelos exteriores. ¡Oh, quién nunca buscase alegría transitoria! ¡Oh, quién nunca se
ocupase en el mundo, y cuán buena conciencia guardaría! ¡Oh, quien quitara de sí todo vano cuidado, y pensase solamente en
las cosas saludables y divinas, y pusiese toda su esperanza en Dios, cuánta paz
y sosiego poseería! 5. Ninguno es digno de la consolación celestial, si no se
ejercitare con diligencia en la santa contrición. Si quieres arrepentirte de corazón, entra en tu retraimiento y
destierra de ti todo bullicio del mundo, según está escrito: contristaos en
vuestros aposentos. En la celda hallarás lo que pierdes muchas veces por de
fuera. El retiro usado se hace dulce, y el poco usado causa hastío. Si al
principio de tu conversión le frecuentares y guardares bien, te será después
dulce amigo y agradable consuelo. 6. En el silencio y sosiego aprovecha el alma devota, y aprende
los secretos de las Escrituras. Allí halla arroyos de lágrimas con que lavarse y purificarse todas
las noches, para hacerse más familiar a su Hacedor cuanto más se desviare del
tumulto del siglo. Y así, el que se aparta de sus amigos y conocidos consigue que se
le acerque Dios y sus santos ángeles. Mejor es esconderse y cuidar de sí que con descuido propio hacer
milagros. Loable es al hombre religioso salir fuera pocas veces, huir de lo
que vean, y no querer ver a los hombres. 7. ¿Para qué quieres ver lo que no te conviene tener? El mundo pasa y sus deleites. Los deseos sensuales nos llevan a pasatiempos; mas pasada aquella
hora, ¿qué nos queda sino pesadumbre de conciencia y derramamiento de corazón? La salida alegre causa muchas veces triste vuelta, y la alegre
tarde una afligida mañana. Así, todo gozo carnal entra blandamente, mas al cabo muerde y
mata. ¿Qué puedes ver en otra parte que aquí no lo veas? Aquí ves el cielo y la
tierra y todos los elementos, y de éstos fueron hechas todas las cosas. 8. ¿Qué puedes ver en algún lugar que permanezca mucho tiempo
debajo del sol? ¿Piensas acaso satisfacer tu apetito? Pues no lo alcanzarás. Si vieses todas las cosas delante de ti, ¿qué sería sino una vista
vana? Levanta tus ojos a Dios en el cielo, y ruega por tus pecados, y
negligencias. Deja lo vano a los vanos, y tú ten cuidado de lo que te manda
Dios. Cierra tu puerta sobre ti, y llama en tu favor a Jesús tu amado. Está con él en tu aposento, que no hallarás en otro lugar tanta
paz. Si no salieras, ni oyeras noticias, mejor perseveraras en santa
paz. Pues te huelgas de oír algunas veces novedades, conviene sufrir
inquietudes de corazón. Capítulo XXI
De la compunción del corazón.
1. Si quieres aprovechar algo, consérvate en el temor de Dios, y no
quieras ser demasiado libre; mas con severidad refrena todos tus sentidos y no
te entregues a vanos contentos. Date a la compunción del corazón, y te hallarás devoro. La compunción causa muchos bienes, que la disolución suele perder
en breve. Maravilla es que el hombre pueda alegrarse alguna vez
perfectamente en esta vida considerando su destierro, y pensando los muchos
peligros de su alma. 2. Por la liviandad del corazón y por el descuido de nuestros
defectos no sentimos los males de nuestra alma, pero muchas veces reímos sin
razón, cuando con razón deberíamos llorar. No hay verdadera libertad ni plácida alegría, sino con el temor de
Dios con buena conciencia. Bienaventurado aquel que puede desviarse de todo estorbo de
distracción, y recogerse a lo interior de la santa compunción. Bienaventurado el que renunciare todas las cosas que pueden
mancillar o agravar su conciencia. Pelea como varón: una costumbre vence a otra costumbre. Si tú sabes dejar los hombres, ellos bien te dejarán hacer tus
buenas obras. 3. No te ocupes en cosas ajenas ni te entremetas en las causas de
los mayores. Mira siempre primero por ti, y amonéstate a ti mismo más
especialmente que a todos cuantos quieres bien. Si no eres favorecido de los hombres, no te entristezcas por eso,
sino aflígete de que no te portas con el cuidado y circunspección que convienen
a un siervo de Dios y a un devoto religioso. 4. Muy útil y seguro es que el hombre no tenga en esta vida muchas
consolaciones, mayormente según la carne. Pero de no tener o gustar rara vez
las cosas divinas, nosotros tenemos la culpa; porque no buscamos la compunción,
ni desechamos del todo lo vano y exterior. 5. Reconócete por indigno de la divina consolación; antes bien
créete digno de ser atribulado. Cuando el hombre tiene perfecta contrición,
entonces le es grave y amargo todo el mundo. El que es bueno halla bastante
materia para dolerse y llorar; porque ora se mire a sí mismo, ora piense en su
prójimo, sabe que ninguno vive aquí sin tribulaciones. Y cuando con más
rectitud se mire, tanto más halla por qué dolerse. Materia de justo dolor y
entrañable contrición son nuestros pecados y vicios, en que estamos tan caídos,
que pocas veces podemos contemplar las cosas celestiales. 6. Si continuamente pensases más en tu muerte que en vivir largo
tiempo, no hay duda que te enmendarías con mayor fervor. Si pensases también de
todo corazón en las penas futuras del infierno, o del purgatorio, creo que de
buena gana sufrirías cualquier trabajo y dolor, y no temerías ninguna
austeridad; pero como estas cosas o pasan al corazón y amamos siempre el
regalo, permanecemos demasiadamente fríos y perezosos. Muchas veces por falta
de espíritu se queja el recuerdo miserable. Ruega, pues, con humildad al Señor
que te dé espíritu de contrición, y di con el profeta: Dame, Señor, a comer el
pan de lágrimas, y a beber en abundancia el agua de mis lloros. Capítulo XXII
Consideración de la miseria humana.
1. Miserable serás dondequiera que fueres y dondequiera que te
volvieres, si no te conviertes a Dios. ¿Por qué te afliges de que no te suceda
lo que quieres y deseas? ¿Quién es que tiene todas las cosas a medida de su
voluntad? Ni yo, ni tú, ni hombre alguno sobre la tierra. Ninguno hay en el
mundo sin tribulación o angustia, aunque sea rey o Papa. ¿Pues, quién es el que
está mejor? Ciertamente el que puede padecer algo por Dios. 2. Dicen muchos flacos y enfermos: ¡Mirad cuán buena vida tiene
aquel hombre! ¡Cuán rico! ¡Cuán grande! ¡Cuán poderoso y ensalzado! Pero
atiende a los bienes del cielo, y verás que todas estas cosas temporales nada
son sino muy inciertas y gravosas; porque nunca se poseen sin cuidado y temor.
No está la felicidad del hombre en tener la abundancia de lo temporal; bástale
una medianía. Por cierto que miseria es vivir en la tierra. Cuando el hombre
quisiere ser más espiritual, tanto más amarga se le hará la vida; porque conoce
mejor y ve más claro los defectos de la corrupción humana. Porque comer, beber,
velar, dormir, reposar, trabajar y estar sujeto a las demás necesidades
naturales, en verdad es grande miseria y pesadumbre al hombre devoto, el cual
desea ser desatado de este cuerpo y libre de toda culpa. 3. Pues el hombre interior está muy gravado con todas las
necesidades corporales en este mundo. Por eso, el profeta ruega devotamente que
le libre de ellas diciendo: Líbrame, Señor, de mis necesidades. Mas, ¡ay de los
que aman esta miserable y corruptible vida! Porque hay algunos tan abrazados
con ella, que aunque con mucha dificultad, trabajando o mendigando tengan lo
necesario, si pudiesen vivir aquí siempre, no cuidarían del Reino de Dios. 4. ¡Oh, locos y duros de corazón, los que tan profundamente se
envuelven en la tierra, que nada gustan sino de las cosas carnales! Mas en el
fin sentirán gravemente cuán vil y nada lo que amaron. Los santos de Dios y
todos los devotos amigos de Cristo no tenían en cuenta de lo que agradaba a la
carne, ni de lo que florecía en la vida temporal sino que, toda su esperanza e
intención suspiraba por los bienes eternos. Todo su deseo se levantaba a lo duradero e invisible; porque no
fuesen abatidos a las cosas bajas con el amor de lo visible. No pierdas hermano, la confianza de aprovechar en las cosas
espirituales: aún tienes tiempo y ocasión. 5. ¿Por qué quieres dilatar tu propósito? Levántate, y comienza en
este momento, y di: Ahora es tiempo de obrar, ahora es tiempo de pelear, ahora
es tiempo conveniente para enmendarme. Cuando no estás bueno y tienes alguna tribulación, entonces es
tiempo de merecer. Conviene que pases por fuego y por agua antes que llegues al
descanso. Si no te hicieres fuerza, no vencerás el vicio. Mientras estamos en este frágil cuerpo, no podemos estar sin
pecado, ni vivir sin fatiga y dolor. De buena gana tendríamos descanso de toda miseria; pero como por
el pecado perdimos la inocencia hemos perdido también la verdadera felicidad. Por eso nos importa tener paciencia y esperar la misericordia de
Dios hasta que se acabe la malicia, y la muerte destruya esta vida. 6. ¡Oh, cuánta es la flaqueza humana, que siempre está inclinada a
los vicios! Hoy confiesas tus pecados, y mañana vuelves a cometer lo
confesado. Ahora propones de guardarte, y de aquí a una hora obras como si
nada hubieras propuesto. Con mucha razón, pues, podemos humillarnos, y no sentir de
nosotros cosa grande, pues somos tan flacos y tan mudables. Presto se pierde por descuido lo que con mucho trabajo
dificultosamente se ganó por gracia. 7. ¿Qué será de nosotros al fin, pues ya tan temprano estamos
tibios? ¡Ay de nosotros si así queremos ir al descanso, como si ya
tuviésemos paz y seguridad, cuando aún no parece señal de verdadera santidad en
nuestra conversión! Bien sería necesario que aún fuésemos instruidos otra vez como
dóciles novicios en las buenas costumbres, si por ventura hubiese esperanza de
alguna futura enmienda, y de mayor aprovechamiento espiritual. Capítulo XXIII
De la meditación de la muerte.
1. Muy presto será contigo este negocio; mira cómo te has de
componer. Hoy es el hombre y mañana no parece. En quitándolo de la vista, se va presto también de la memoria. ¡Oh torpeza y dureza del corazón humano, que solamente piensa en
lo presente, sin cuidado de lo por venir! Así habías de conducirte en toda obra y pensamiento, como si hoy
hubieses de morir. Si tuvieses buena conciencia, no temerías mucho la muerte. Mejor fuera evitar los pecados que huir de la muerte. Si no estás dispuesto hoy, ¿cómo lo estarás mañana? Mañana es día incierto; y ¿qué sabes si amanecerás mañana? 2. ¿Qué aprovecha vivir mucho, cuando tan poco nos enmendamos? ¡Ah! La larga vida no siempre nos enmienda, antes muchas veces
añade pecados. ¡Ojalá hubiéramos vivido un día bien en este mundo! Muchos cuentan los años de su conversión, pero muchas veces es
poco el fruto de la enmienda. Si es temeroso el morir, puede ser que sea más peligroso el vivir
mucho. Bienaventurado el que tiene siempre la hora de la muerte delante
de sus ojos y se dispone cada día a morir. Si has visto alguna vez morir un hombre, piensa que por aquella
carrera has de pasar. 3. Cuando fuere de mañana, piensa que no llegarás a la noche, no
te atrevas a prometer ver la mañana. Por eso está siempre prevenido, y vive de tal manera, que nunca te
halle la muerte desapercibido. Muchos mueren de repente: porque en la hora que no se piensa
vendrá el Hijo del hombre. Cuando viniere aquella hora postrera, de otra suerte comenzarás a
sentir de toda tu vida pasada, y te dolerás mucho de haber sido tan negligente
y perezoso. 4. ¡Qué bienaventurado y prudente es el que vive de tal modo, cual
desea le halle Dios en la hora de la muerte! El perfecto desprecio del mundo, el ardiente deseo de aprovechar
en las virtudes, el amor de la austeridad, el trabajo de la penitencia, la
prontitud de la obediencia, el renunciarse a sí mismo, la paciencia en toda
adversidad por amor de nuestro Señor Jesucristo, gran confianza le darán de
morir felizmente. Muchas cosas buenas podrías hacer mientras estás sano; pero cuando
enfermo no sé qué podrás. 5. No confíes en amigos, ni en vecinos, ni dilates para después tu
salvación; porque más presto de lo que piensas estarás olvidado de los hombres. Mejor es ahora con tiempo prevenir algunas buenas obras que envíes
adelante, que esperar en el socorro de otros. Si tú no eres solícito para ti ahora, ¿quién tendrá cuidado de ti
después? Ahora es el tiempo muy precioso; ahora son los días de salud;
ahora es el tiempo aceptable. Pero ¡ay dolor! que lo gastas sin aprovecharte, pudiendo en él
ganar para vivir eternamente. Vendrá cuando desearás un día o una hora para enmendarte, y no sé
si te será concedida. 6. ¡Oh hermano! ¡De cuánto peligro te podrías librar, y de cuán
grave espanto salir, si estuvieses siempre temeroso de la muerte y preparado
para ella! Trata ahora de vivir de modo que en la hora de la muerte puedas
más bien alegrarte que temer. Aprende ahora a morir al mundo, para que entonces comiences a
vivir con Cristo. Aprende ahora a despreciarlo todo, para que entonces puedas
libremente ir a Cristo. Castiga ahora tu cuerpo con penitencia, porque entonces puedas
tener confianza cierta. 7. ¡Oh necio! ¿Por qué piensas vivir mucho, no teniendo un día
seguro? Cuántos que pensaban vivir mucho, se han engañado, y han sido
separados del cuerpo cuando no lo esperaban! ¿Cuántas veces oíste contar que uno murió a cuchillo, otro se
ahogó, otro cayó de alto y se quebró la cabeza, otro comiendo se quedo pasmado,
a otro jugando le vino su fin? Uno murió con fuego, otro con hierro, otro de peste, otro pereció
a manos de ladrones; y así la muerte es fenecimiento de todos, y la vida de los
hombres se pasa como sombra rápidamente. 8. ¿Quién se acordará de ti, y quién rogará por ti después de
muerto? Haz ahora, hermano, lo que pudieres; que no sabes cuándo morirás,
ni lo que acaecerá después de la muerte. Ahora que tienes tiempo, atesora riquezas inmortales. Nada pienses fuera de tu salvación, y cuida solamente de las cosas
de Dios. Granjéate ahora amigos venerando a los Santos de Dios, e imitando
sus obras, para que cuando salieres de esta vida te reciban en las moradas
eternas. 9. Trátate como huésped y peregrino sobre la tierra, a quien no le
va nada en los negocios del mundo. Guarda tu corazón libre y levantado a Dios, porque aquí no tienes
domicilio permanente. A El dirige tus oraciones y gemidos cada día con lágrimas, porque
merezca tu espíritu, después de la muerte, pasar dichosamente al descanso del
Señor. Amén. Capítulo XXIV
Del juicio y penas de los pecadores.
1. Mira el fin en todas las cosas, y de qué suerte estarás delante
de aquel juez justísimo, al cual no hay cosa encubierta, ni se amansa con
dádivas, ni admite excusas, sino que juzgará justísimamente. ¡Oh ignorante, y miserable pecador! ¿Qué responderás a Dios, que
sabe todas tus maldades, tú que temes a veces el rostro de un hombre airado? ¿Por qué no te previenes para el día del juicio cuando no habrá
quien defienda ni ruegue por otro, sino que cada uno tendrá bastante que hacer
por sí? Ahora tu trabajo es fructuoso, tu llanto aceptable, tus gemidos se
oyen, tu dolor es satisfactorio y justificativo. 2. Aquí tiene grande y saludable purgatorio el hombre sufrido, que
recibiendo injurias, se duele más de la malicia del injuriador que de su propia
ofensa; que ruega a Dios voluntariamente por sus contrarios, y de corazón
perdona los agravios, y no se detiene en pedir perdón a cualquiera; que más
fácilmente tiene misericordia que se indigna; que se hace fuerza muchas veces y
procura sujetar del todo su carne al espíritu. Mejor es purgar ahora los pecados y cortar los vicios que dejar el
purgarlos para lo venidero. Por cierto nos engañamos a nosotros mismos por el amor desordenado
que tenemos a la carne. 3. ¿En qué otra cosa se cebará aquel fuego sino en tus pecados? Cuando más te perdonas ahora a ti mismo, y sigues a la carne,
tanto más gravemente serás después atormentado, pues guardarás mayor materia
para quemarte. En lo mismo que más peca el hombre será más gravemente castigado. Allí los perezosos serán punzados con los aguijones ardientes, y
los golosos serán atormentados con gravísima hambre y sed. Allí los lujuriosos y amadores de deleites, serán rociados con
ardiente pez y hediondo azufre; y los envidiosos aullarán de dolor como
rabiosos perros. 4. No hay vicio que no tenga su propio tormento. Allí los soberbios estarán llenos de confusión, y los avarientos
serán oprimidos con miserable necesidad. Allí será más grave pasar una hora de pena, que aquí cien años de
penitencia amarga. Allí no hay sosiego ni consolación para los condenados; mas aquí
cesan algunas veces los trabajos, y se goza del consuelo de los amigos. Ten ahora cuidado y dolor de tus pecados, para que en el día del
juicio estés seguro con los bienaventurados. Pues entonces estarán los justos con gran constancia contra los
que les angustiaron y persiguieron. Entonces estará para juzgar el que aquí se sujetó humildemente al
juicio de los hombres. Entonces tendrá mucha confianza el pobre y humilde; mas el
soberbio por todos lados se estremecerá. 5. Entonces se verá que el verdadero sabio en este mundo, fue
aquel que aprendió a ser necio y menospreciado por Cristo. Entonces agradará toda tribulación sufrida con paciencia, y toda
maldad no despegará los labios. Entonces se alegrarán todos los devotos, y se entristecerán todos
los disolutos. Entonces se alegrará más la carne afligida, que la que siempre
vivió en deleites. Entonces resplandecerá el vestido despreciado, y parecerá vil el
precioso. Entonces será más alabada la pobre casilla, que el ostentoso
palacio. Entonces ayudará más la constante paciencia, que todo el poder del
mundo. Entonces será más ensalzada la simple obediencia, que toda la
sagacidad del siglo. 6. Entonces alegrará más la pura y buena conciencia, que toda la
docta filosofía. Entonces se estimará más el desprecio de las riquezas, que todo el
tesoro de los ricos de la tierra. Entonces te consolarás más de haber orado con devoción, que haber
comido delicadamente. Entonces te alegrarás más de haber guardado el silencio, que de
haber conversado mucho. Entonces te aprovecharán más las obras santas, que las palabras
floridas. Entonces agradará más la vida estrecha y la rigurosa penitencia,
que todos los deleites terrenos. Aprende ahora a padecer en lo poco, para que entonces seas libre
de lo muy grave. Prueba aquí primero lo que podrás después. Si ahora no puedes padecer levemente, ¿cómo podrás después sufrir
los tormentos eternos? Si ahora una pequeña penalidad te hace tan impaciente, ¿qué hará
entonces el infierno? De verdad no puedes tener dos gozos, deleitarte en este mundo, y
después reinar en el cielo con Cristo. 7. Si hasta ahora hubieses vivido en honores y deleites, y te
llegase la muerte, ¿qué te aprovecharía todo lo pasado? Todo, pues, es vanidad, sino amar a Dios, y servirle a El solo. Porque los que aman a Dios de todo corazón, no temen la muerte, ni
el tormento, ni el juicio, ni el infierno; pues el amor perfecto tiene segura
entrada para Dios. Mas quien se deleita en pecar, no es maravilla que tema la muerte
y el juicio. Bueno es no obstante que si el amor no nos desvía de lo malo, por
lo menos el temor del infierno nos refrene. Pero el que pospone el temor de Dios, no puede durar mucho tiempo
en el bien; sino que caerá muy presto en los lazos del demonio. Capítulo XXV
De la fervorosa enmienda de toda nuestra vida.
1. Vela con mucha diligencia en el servicio de Dios, y piensa de
ordinario a que viniste, y por qué dejaste el mundo. ¿No es por ventura con el fin de vivir para Dios, y ser hombre
espiritual? Corre, pues, con fervor a la perfección, que presto recibirás el
galardón de tu trabajo, y no habrá de ahí adelante temor ni dolor en tu fin. Ahora trabajarás un poco, y hallarás después gran descanso, y aun
perpetua alegría. Si permaneces fiel y fervoroso en obrar, sin duda será Dios fiel y
rico en pagar. Ten firme esperanza que alcanzarás victoria, mas no conviene tener
seguridad, porque no aflojes ni te ensoberbezcas. 2. Se hallaba uno lleno de congoja luchando entre el temor y la
esperanza; y un día cargado de tristeza entró en la iglesia y se postró delante
del altar en oración, y meditando en su corazón varias cosas, dijo: ¡Oh! ¡Si
supiese que había de perseverar! Y luego oyó en lo interior la divina respuesta:
¿Qué harías si eso supieses? Haz ahora lo que entonces quisieras hacer, y
estarás seguro. Y en aquel punto, consolado y confortado, se ofreció a la divina
voluntad, y cesó su congojosa turbación. Y no quiso escudriñar curiosamente para saber lo que le había de
suceder, sino que anduvo con mucho cuidado de saber lo que fuese la voluntad de
Dios, y a sus divinos ojos más agradable y perfecto, para comenzar y
perfeccionar toda buena obra. 3. El Profeta dice: Espera en el Señor, y has bondad, y habita en
la tierra, y serás apacentado en sus riquezas. Detiene a muchos el fervor de su aprovechamiento, el espanto de la
dificultad, o el trabajo de la pelea. Ciertamente aprovechan más en las virtudes, aquellos que más
varonilmente ponen todas sus fuerzas para vencer las que les son más graves y
contrarias. Porque allí aprovecha el hombre más y alcanza mayor gracia, adonde
más se vence, a sí mismo y se mortifica el espíritu. 4. Pero no todos tienen igual ánimo para vencer y mortificarse. No obstante, el diligente y celoso de su aprovechamiento, más
fuerte será para la perfección, aunque tenga muchas pasiones, que el de buen
natural, si pone poco cuidado en las virtudes. Dos cosas especialmente ayudan mucho a enmendarse, es a saber:
desviarse con esfuerzo de aquello a que le inclina la naturaleza viciosamente y
trabajar con fervor por el bien que más le falta. Trabaja también en vencer y evitar lo que de ordinario te
desagrada en tus prójimos. 5. Mira que te aproveches dondequiera; y si vieres y oyeres buenos
ejemplos, anímate a imitarlos. Mas si vieres alguna cosa digna de reprensión, guárdate de
hacerla; y si alguna vez la hiciste, procura enmendarte luego. Así como tú miras a los otros, así los otros te miran a ti. ¡Oh! ¡Cuán alegre y dulce cosa es ver los devotos y fervorosos
hermanos, con santas costumbres y observante disciplina! ¡Cuán triste y penoso es verlos andar desordenados, y qué no hacen
aquello a que son llamados por su vocación! ¡Oh! ¡Cuán dañoso es ser negligentes en el propósito de su
llamamiento, y ocuparse en lo que no les mandan! 6. Acuérdate de la profesión que tomaste, y propónte por modelo al
Crucificado. Bien puedes avergonzarte mirando la vida de Jesucristo; porque aún
no estudiaste a conformarte más con El, aunque ha muchos años que estás en el
camino de Dios. El religioso que se ejercita intensa y devotamente en la santísima
vida y pasión del Señor, halla allí todo lo útil y necesario cumplidamente para
sí; y no hay necesidad que busque cosa mejor fuera de Jesús. ¡Oh! ¡Si viniese a nuestro corazón Jesús crucificado, cuán presto
y cumplidamente seríamos enseñados. 7. El fervoroso religioso acepta todo lo que le mandan, y lo lleva
muy bien. El negligente y tibio tiene tribulación sobre tribulación, y de
todas partes padece angustia, porque carece de consolación interior, y no le
dejan buscar la exterior. El religioso que vive fuera de la observancia, cerca está de caer
gravemente. El que busca vivir más ancho y descuidado, siempre estará en
angustias, porque lo uno y lo otro le descontentará. 8. ¿Cómo lo hacen tantos religiosos que están encerrados en la
observancia del monasterio? Salen pocas veces, viven abstraídos, comen pobremente, visten ropa
basta, trabajan mucho, hablan poco, velan largo tiempo, madrugan muy temprano,
tienen continuas horas de oración, leen a menudo, y guardan en todo exacta
disciplina. Mira cómo los cartujos, los cistercienses, y los monjes y monjas
de diversas órdenes se levantan cada noche a alabar al Señor. Y por eso sería torpe que tú emperezases en obra tan santa, donde tanta
multitud de religiosos comienza a alabar a Dios. 9. ¡Oh! ¡Si nunca hubiésemos de hacer otra cosa sino alabar al
Señor nuestro Dios con todo el corazón y con la boca! ¡Oh! ¡Si nunca tuvieses necesidad de comer, beber y dormir, sino
que siempre pudieses alabar a Dios, y solamente ocuparte en cosas espirituales! Entonces serías mucho más dichoso que ahora cuando sirves a la
necesidad de la carne. ¡Pluguiese a Dios que no tuviésemos estas necesidades, sino
solamente las refecciones espirituales, las cuales gustamos bien raras veces! 10. Cuando el hombre llega al punto de no buscar su consuelo en
ninguna criatura, entonces comienza a gustar de Dios perfectamente y está
contento con todo lo que le sucede. Entonces ni se alegra mucho, ni se entristece por lo poco; mas
pónese entera y fielmente en Dios, el cual le es todo en todas las cosas, para
quien ninguna perece ni muere, sino que todas viven y le sirven sin tardanza. 11. Acuérdate siempre del fin, y que el tiempo perdido jamás
vuelve. Nunca alcanzarás las virtudes sin cuidado y diligencia. Si comienzas a ser tibio, comenzará a irte mal. Mas si te excitares al fervor, hallarás gran paz, y sentirás el
trabajo muy ligero por la gracia de Dios y por el amor de la virtud. El hombre fervoroso y diligente, a todo está dispuesto. Mayor trabajo es resistir a los vicios y pasiones, que sudar en
los trabajos corporales. El que no evita los defectos pequeños, poco a poco cae en los
grandes. Te alegrarás siempre a la noche, si gastares, bien el día. Vela sobre ti; despiértate a ti; y sea de los otros lo que fuere,
no te descuides de ti. Tanto aprovecharás, cuanto más fuerza te hicieres. Amén. Libro segundo
Capítulo primero
De la conversión interior.
1. Dice el Señor: El reino de Dios dentro de vosotros está.
Conviértete a Dios de todo corazón, y deja ese miserable mundo, y hallará tu
alma reposo. Aprende a menospreciar las cosas exteriores y darte a las
interiores, y verás que se vienen a ti el reino de Dios. Pues el reino de Dios es paz y gozo en el Espíritu Santo, que no
se da a los malos. Si preparas digna morada interiormente a Jesucristo, vendrá a ti,
y te mostrará su consolación. Toda su gloria y hermosura está en lo interior, y allí se está
complaciendo. Su continua visitación es con el hombre interior; con él habla
dulcemente, tiene agradable consolación, mucha paz y admirable familiaridad. 2. Ea, pues, alma fiel, prepara tu corazón a este Esposo para que
quiera venirse a ti, y hablar contigo. Porque él dice así: Si alguno me ama, guardará mi palabra, y
vendremos a él y haremos en él nuestra morada. Da, pues, lugar a Cristo, y a todo lo demás cierra la puerta. Si a Cristo tuvieres, estarás rico, y te bastará. El será tu fiel
procurador, y te proveerá de todo, de manera que no tendrás necesidad de
esperar en los hombres. Porque los hombres se mudan fácilmente, y desfallecen en breve;
pero Jesucristo permanece para siempre, y está firme hasta el fin. 3. No hay que poner mucha confianza en el hombre frágil y mortal,
aunque sea útil y bien querido, ni has de tomar mucha pena si alguna vez fuere
contrario o no te atiende. Los que hoy son contigo, mañana te pueden contradecir, y al
contrario; porque muchas veces se vuelven como viento. Pon en Dios toda tu esperanza, y sea El tu temor y tu amor. El
responderá por ti, y lo hará bien, como mejor convenga. No tienes aquí domicilio permanente: dondequiera que estuvieres,
serás extraño y peregrino, y no tendrás nunca reposo, si no estuvieres
íntimamente unido con Cristo. 4. ¿Qué miras aquí no siendo este lugar de tu descanso? En los cielos debe ser tu morada, y como de paso has de mirar todo
lo terrestre. Todas las cosas pasan, y tú también con ellas. Guárdate de pegarte a ellas, porque no seas preso y perezcas. En el Altísimo pon tu pensamiento, y tu oración sin cesar sea
dirigida a Cristo. Si no sabes contemplar las cosas altas y celestiales, descansa en
la pasión de Cristo y habita gustosamente en sus grandes llagas. Porque si te acoges devotamente a las llagas y preciosas heridas
de Jesús, gran consuelo sentirás en la tribulación, y no harás mucho caso de
los desprecios de los hombres, y fácilmente sufrirás las palabras maldicientes. 5. Cristo fue también en el mundo despreciado de los hombres, y
entre grandes afrentas, desamparado de amigos y conocidos, y en suma necesidad. Cristo quiso padecer y ser despreciado, y tú ¿te atreves a
quejarte de alguna cosa? Cristo tuvo adversarios y murmuradores, y tú ¿quieres tener a
todos por amigos y bienhechores? ¿Con qué se coronará tu paciencia, sin ninguna adversidad se te
ofrece? Si no quieres sufrir ninguna adversidad, ¿cómo serás amigo de
Cristo? Sufre con Cristo y por Cristo, si quieres reinar con Cristo. 6. Si una vez entrases perfectamente en lo secreto de Jesús, y
gustases un poco de su encendido amor, entonces no tendrías cuidado de tu
propio provecho o daño; antes te holgarías más de las injurias que te hiciesen;
porque el amor de Jesús hace al hombre despreciarse a sí mismo. El amante de Jesús y de la verdad, y el hombre verdaderamente
interior y libre de las aflicciones desordenadas, se puede volver fácilmente a
Dios, y levantarse sobre sí mismo en el espíritu, y descansar gozosamente. 7. Aquel a quien gustan todas las cosas como son, no como se dicen
o estiman, es verdaderamente sabio y enseñado más de Dios que de los hombres. El que sabe andar dentro de sí, y tener en poco las cosas
exteriores, no busca lugares, ni espera tiempos para darse a ejercicios
devotos. El hombre interior presto se recoge; porque nunca se entrega todo
a las cosas exteriores. No le estorba el trabajo exterior, ni la ocupación necesaria a
tiempos; sino que así como suceden las cosas, se acomoda a ellas. El que está interiormente bien dispuesto y ordenado, no cuida de
los hechos famosos y perversos de los hombres. Tanto se estorba el hombre y se distrae, cuando atrae a sí las
cosas de fuera. 8. Si fueses recto y puro, todo te sucedería bien y con provecho. Por eso te descontentan y conturban muchas cosas frecuentemente,
porque aún no has muerto a ti, del todo, ni apartado de todas las cosas
terrenas. Nada mancilla ni embaraza tanto el corazón del hombre cuanto el
amor desordenado de las criaturas. Si desprecias las consolaciones de fuera, podrás contemplar las
cosas celestiales, y gozarte muchas veces dentro de ti. Capítulo II
De la humilde sumisión.
1. No te importe mucho quién es por ti o contra ti; sino busca y
procura que sea Dios contigo en todo lo que haces. Ten buena conciencia, y Dios te defenderá. Al que Dios quiere ayudar, no le podrá dañar la malicia de alguno. Si sabes callar y sufrir, sin duda verás el favor de Dios. El sabe el tiempo y el modo de librarte; y por eso te debes
ofrecer a El. A Dios pertenece ayudar y librar de toda confusión. Algunas veces conviene mucho, para guardar mayor humildad, que
otros sepan nuestros defectos y los reprendan. 2. Cuando un hombre se humilla por sus defectos, entonces
fácilmente aplaca a los otros, y sin dificultad satisface a los que le odian. Dios defiende y libra al humilde; al humilde ama y consuela; al
hombre humilde se inclina; al humilde concede gracia, y después de su
abatimiento le levanta a gran honra. Al humilde descubre sus secretos, y le trae dulcemente a Sí y le
convida. El humilde, recibida la afrenta, está en paz; porque está con Dios
y no en el mundo. No pienses haber aprovechado algo, si no te estimas por el más
inferior de todos. Capítulo III
Del hombre bueno y pacífico.
1. Ponte primero a ti en paz, y después podrás apaciguar a los
otros. El hombre pacífico aprovecha más que el muy letrado. El hombre apasionado, aun el bien convierte en mal, y de ligero
cree lo malo. El hombre bueno y pacífico todas las cosas echa a la buena parte. El que está en buena paz, de ninguno sospecha. El descontento y alterado, con diversas sospechas se atormenta; ni
el sosiega, ni deja descansar a los otros. Dice muchas veces lo que no debiera, y deja de hacer lo que más le
convendría. Piensa lo que otros deben hacer, y deja él sus obligaciones. Ten, pues, primero celo contigo, y después podrás tener buen celo
con el prójimo. 2. Tú sabes excusar y disimular muy bien tus faltas, y no quieres
oír las disculpas ajenas. Más justo sería que te acusases a ti, y excusases a tu hermano. Sufre a los otros si quieres que te sufran. Mira cuán lejos estás aún de la verdadera caridad y humildad, la
cual no sabe desdeñar y airarse sino contra sí. No es mucho conversar con los buenos y mansos, pues esto a todos
da gusto naturalmente; y cada uno de buena gana tiene paz, y ama a los que
concuerdan con él. Pero poder vivir en paz con los duros, perversos y mal
acondicionados, y con quien nos contradice, grande gracia es, y acción varonil
y loable. 3. Hay algunos que tiene paz consigo, y también con los otros. Otros hay que ni la tienen consigo, ni la dejan tener a los demás:
molestos para los otros, lo son más para sí mismos. Y hay otros que tienen paz consigo, y trabajan en reducir a paz a
los otros. Pues toda nuestra paz en esta miserable vida, está puesta más en
el sufrimiento humilde, que en dejar de sentir contrariedades. El que sabe mejor padecer, tendrá mayor paz. Este es el vencedor
de sí mismo y señor del mundo, amigo de Cristo y heredero del cielo. Capítulo IV
Del corazón puro y sencilla intención.
1. Con dos alas se levanta el hombre de las cosas terrenas, que
son sencillez y pureza. La sencillez ha de estar en la intención y la pureza en la
afición. La sencillez pone la intención en Dios; la pureza le reconoce y
gusta. Ninguna buena obra te impedirá, si interiormente estuvieres libre
de todo desordenado deseo. Si no piensas ni buscas sino el beneplácito divino y el provecho
del prójimo, gozarás de interior libertad. Si fuese tu corazón recto, entonces te sería toda criatura espejo
de vida, y libro de santa doctrina. No hay criatura tan baja ni pequeña, que no represente la bondad
de Dios. 2. Si tú fueses bueno y puro en lo interior, luego verías y
entenderías bien todas las cosas sin impedimento. El corazón puro penetra al cielo y al infierno. Cual es cada uno en lo interior, tal juzga lo de fuera. Si hay gozo en el mundo, el hombre de puro corazón le posee. Y si en algún lugar hay tribulación y congojas, es donde habita la
mala conciencia. Así como el hierro, metido en el fuego, pierde el orín y se pone
todo resplandeciente; así el hombre que enteramente se convierte a Dios, se
desentorpece y muda en nuevo hombre. 3. Cuando el hombre comienza a entibiarse, entonces teme el
trabajo, aunque pequeño, y toma con gusto la consolación exterior. Mas cuando se comienza perfectamente a vencer y andar
alentadamente en la carrera de Dios, tiene por ligeras las cosas que primero
tenía por pesadas. Capítulo V
De la consideración de sí mismo.
1. No debemos confiar de nosotros grandes cosas, porque muchas
veces nos falta la gracia y la discreción. Poca luz hay en nosotros, y presto la perdemos por nuestra
negligencia. Y muchas veces no sentimos cuán ciegos estamos en el alma. Muchas veces también obramos mal, y lo excusamos peor. A veces nos mueve la pasión, y pensamos que es celo. Reprendemos en los otros las cosas pequeñas, y tragamos las graves
si son nuestras. Muy presto sentimos y agravamos lo que de otro sufrimos; mas no
miramos cuánto enojamos a los otros. El que bien y rectamente examinare sus obras, no tendrá que juzgar
gravemente las ajenas. 2. El hombre recogido antepone el cuidado de sí mismo a todos los
cuidados; y el que tiene verdadero cuidado de sí, poco habla de otros. Nunca estarás recogido y devoto, si no callares las cosas ajenas,
y especialmente mirares a ti mismo. Si del todo te ocupares en Dios y en ti, poco te moverá lo que
sientes de fuera. ¿Dónde estás cuando no estás contigo? Y después de haber
discurrido por todas las cosas ¿qué has ganado si de ti te olvidaste? Si has de tener paz y unión verdadera, conviene que todo lo
pospongas, y tengas a ti solo delante de tus ojos. 3. Mucho aprovecharás, si te guardas libre de todo cuidado temporal. Muy menguado serás, si alguna cosa temporal estimares. No te parezca cosa alguna alta, ni grande, ni acepta, ni
agradable, sino Dios puramente, o lo que sea de Dios. Ten por vana cualquier consolación que te viniere de alguna
criatura. El alma que ama a Dios, desprecia todas las cosas sin El. Solo Dios eterno e inmenso que todo lo llena, gozo del alma y
alegría verdadera del corazón. Capítulo VI
La alegría de la buena conciencia.
1. La gloria del hombre bueno, es el testimonio de la buena
conciencia. Ten buena conciencia, y siempre tendrás alegría. La buena conciencia muchas cosas puede sufrir, y muy alegre está
en las adversidades. La mala conciencia siempre está con inquietud y temor. Suavemente descansarás, si tu corazón no te reprende. No te alegres sino cuando obrares bien. Los malos nunca tienen alegría verdadera ni sienten paz interior;
porque dice el Señor: No tienen paz los malos. Y si dijeren: En paz estamos, no vendrá mal sobre nosotros: ¿quién
se atreverá a ofendernos? No los creas, porque de repente se levantará la ira
de Dios, y pararán en nada sus obras, y perecerán sus pensamientos. 2. No es dificultoso el que ama gloriarse en la tribulación;
porque gloriarse de esta suerte, es gloriarse en la cruz del Señor. Breve es la gloria que se da y recibe de los hombres. La gloria del mundo siempre va acompañada de tristeza. La gloria de los buenos está en sus conciencias, y no en la boca
de los hombres. La alegría de los justos es de Dios, y en Dios, y su gozo es la
verdad. El que desea la verdadera y eterna gloria, no hace caso de la
temporal. Y el que busca la gloria temporal, o no la desprecia de corazón,
señal es que ama menos la celestial. Gran quietud de corazón tiene el que no se le da nada de las
alabanzas ni de las afrentas. 3. Fácilmente estará contento y sosegado el que tiene la
conciencia limpia. No eres más santo porque te alaben, ni más vil porque te
desprecien. Lo que eres, eso eres; y por más que te estimen los hombres, no
puedes ser, ante Dios, más grande de lo que eres. Si miras lo que eres dentro de ti, no tendrás cuidado de lo que de
ti hablen los hombres. El hombre ve lo de fuera, mas Dios el corazón. El hombre considera
las obras, y Dios pesa las intenciones. Hacer siempre bien, y tenerse en poco, señal es de un alma humilde. No querer consolación de criatura alguna, señal de gran pureza y
de cordial confianza. 4. El que no busca la aprobación de los hombres, claramente
muestra que se entregó del todo a Dios. Porque dice San Pablo: No el que se alaba a sí mismo es aprobado,
sino el que Dios alaba. Andar en lo interior con Dios, y no embarazarse de fuera con
alguna aflicción, estado es de varón espiritual. Capítulo VII
Del amor de Jesús sobre todas las cosas.
1. Bienaventurado el que conoce lo que es amar a Jesús, y
despreciarse a sí mismo por Jesús. Conviene dejar un amado por otro amado, porque Jesús quiere ser
amado sobre todas las cosas. El amor de la criatura es engañoso y mudable, el amor de Jesús es
fiel y durable. El que se llega a la criatura, caerá con lo caedizo; el que abraza
a Jesús, afirmará en El para siempre. Ama a Jesús y tenle por amigo, que aunque todos te desamparen, El
no te desamparará ni te dejará perecer en el fin. De todos has de ser desamparado alguna vez, ora quieras o no. 2. Ten fuertemente con Jesús viviendo y muriendo, y encomiéndate a
su fidelidad, que El solo te puede ayudar, cuando todos te faltaren. Tu amado es de tal condición, que no quiere consigo admitir a
otro, mas El solo quiere tener tu corazón y como rey sentarse en su propia
silla. Si tú supieses bien desocuparte de toda criatura, Jesús morará de
buena gana contigo. Hallarás casi todo perdido cuanto pusieres en los hombres, fuera
de Jesús. No confíes ni estribes sobre la caña vacía; porque toda carne es
heno, y toda su gloria caerá como flor de heno. 3. Si mirases solamente la apariencia de fuera de los hombres,
presto serás engañado. Porque si te buscas tu descanso y ganancias en otros, muchas veces
sentirás daño: si en todo buscas a Jesús, hallarás de verdad a Jesús: mas si te
buscas a ti mismo, también te hallarás, pero para tu daño. Pues más se daña el hombre a sí mismo, si no busca a Jesús, que
todo el mundo y todos sus enemigos le pueden dañar. Capítulo VIII
De la familiar amistad con Jesús.
1. Cuando Jesús está presente, todo es bueno, y no parece cosa
difícil: mas cuando está ausente, todo es duro. Cuando Jesús no habla dentro, vil es la consolación: mas si Jesús
habla una sola palabra, gran consolación se siente. ¿No se levantó María Magdalena luego del lugar donde lloró, cuando
le dijo Marta: El Maestro está aquí y te llama? ¡Oh bienaventurada hora, cuando el Señor Jesús llama de las
lágrimas al gozo del espíritu! ¡Cuán seco y duro eres sin Jesús! ¡Cuán necio y vano si codicias
algo fuera de Jesús! Dime, ¿no es este peor daño, que si todo el mundo
perdieses? 2. ¿Qué puede dar el mundo sin Jesús? Estar sin Jesús es grave
infierno: estar con Jesús es dulce paraíso. Si Jesús estuviere contigo, ningún enemigo podrá dañarte. El que halla a Jesús, halla un buen tesoro, y de verdad bueno sobre
todo bien. Y el que pierde a Jesús pierde muy mucho, y más que todo el mundo. Pobrísimo es el que vive sin Jesús, y riquísimo es el que está
bien con Jesús. 3. Muy grande arte es saber conservar con Jesús, y gran prudencia
saber tener a Jesús. Sé humilde y pacífico, y será contigo Jesús; sé devoto y sosegado,
y permanecerá contigo Jesús. Presto puedes echar de ti a Jesús, y perder su gracia, si te pegas
a las cosas exteriores. Si destierras de ti a Jesús y le pierdes, ¿adónde irás? ¿A quién
buscarás por amigo? Sin amigo no puedes vivir contento, y si no fuere Jesús tu
especialísimo amigo, estarás muy triste y desconsolado. Pues locamente lo haces, si en otro alguno confías y te alegras.
Más se debe escoger tener todo el mundo contrario, que estar ofendido con
Jesús. Pues sobre todo tus amigos sea Jesús amado singularísimamente. 4. Ama a todos por amor de Jesús, y a Jesús por sí mismo: sólo a
Jesucristo se debe amar singularísimamente: porque El solo se halla bueno y
fidelísimo, más que todos los amigos. Por El y en El debes amar a los amigos y los enemigos, rogarle por
todos, para que le conozcan y le amen. Nunca codicies ser loado ni amado singularmente, porque eso a sólo
Dios pertenece, que no tiene igual; ni quieras que alguno se ocupe contigo en
su corazón, ni tú te ocupes en amor de alguno; mas sea Jesús en ti, y en todo
hombre bueno. 5. Sé puro y pobre interiormente sin ocupación de criatura alguna. Es menester llevar a Dios un corazón desnudo y puro, si quieres
descansar y ver cuán suave es el Señor. Y verdaderamente no llegarás a esto, si no fueres prevenido y
traído de su gracia, para que, dejadas y echadas fuera todas las cosas, seas
unido con El solo. Pues cuando viene la gracia de Dios al hombre, entonces se hace
poderosos para toda cosa: y cuando se va, será pobre y enfermo, y como
abandonado a las penas y castigos. En estas cosas no debes desmayar ni desesperar, mas estar
constante a la voluntad de Dios, y sufrir con igual ánimo todo lo que viniere a
la gloria de Jesucristo. Porque después del invierno viene el verano, y después de la noche
vuelve el día, y pasada la tempestad viene gran serenidad. Capítulo IX
Del carecimiento de toda consolación.
1. No es grave cosa despreciar la humana consolación, cuando
tenemos la divina. Gran cosa es y muy grande ser privado, y carecer de consuelo
divino y humano, y querer sufrir de gana destierro de corazón por la honre de
Dios, y en ninguna cosa buscarse a sí mismo, ni mirar a su propio merecimiento. ¿Qué gran cosa es, si estás alegre y devoto, cuando viene la
gracia de Dios? Esta hora todos la desean. Muy suavemente camina aquel a quien llama la gracia de Dios. Y ¿qué maravilla, si no siente carga el que es llevado del
Omnipotente, y guiado por el soberano guiador? 2. Muy de gana tomamos algún pasatiempo, y con dificultad se
desnuda el hombre de sí mismo. El mártir San Lorenzo venció al mundo y al afecto que tenía por su
sacerdote, porque despreció todo lo que en el mundo parecía deleitable; y
sufrió con paciencia, por amor de Cristo, que le fuese quitado Sixto, el Sumo
Sacerdote de Dios, a quien él amaba mucho. Pues así con el amor de Dios venció al amor del hombre, y trocó el
acontecimiento humano por el buen placer divino. Así tú aprende a dejar algún pariente o amigo por amor de Dios; y
no te parezca grave cuando te dejare tu amigo, sabiendo que es necesario que
nos apartemos al fin unos de otros. 3. Mucho y de continuo conviene que pelee el hombre consigo mismo,
antes que aprenda a vencerse del todo, y traer a Dios cumplidamente todo su
deseo. Cuando el hombre se está en sí mismo, de ligero se desliza en las
consolaciones humanas. Mas el verdadero amador de Cristo, y estudioso imitador de las
virtudes, no se arroja a las consolaciones, ni busca tales dulzuras sensibles;
mas antes procura fuertes ejercicios, y sufrir por Cristo duros trabajos. 4. Así, cuando Dios te diere la consolación espiritual, recíbela
con hacimiento de gracias, mas entiende que es don de Dios, y no merecimiento
tuyo. No quieras ensalzarte ni alegrarte demasiado, ni presumir
vanamente, mas humíllate por el don recibido, y sé mas avisado y temeroso en
todas tus obras: porque se pasará aquella hora y vendrá la tentación. Cuando te fuere quitada la consolación, no desesperes luego, mas
espera con humildad y paciencia la visitación celestial: porque poderoso es
Dios para tornarte mucha mayor consolación. Esto no es cosa nueva ni ajena de los que han experimentado el
camino de Dios; porque en los grandes Santos y antiguos Profetas, acaeció
muchas veces esta manera de mudanza. 5. Por esto decía uno cuando tenía presente la gracia: Yo dije en
mi abundancia, no seré movido ya para siempre. Y ausente la gracia, añade lo
que experimentó en si diciendo: Volviste tu rostro, y fui lleno de turbación. Mas por cierto, entre estas cosas no desespera, sino con mayor
instancia ruega a Dios, y dice: A Ti, Señor, llamaré, y a mi Dios rogaré. Y al
fin alcanza el fruto de su oración, y confirma ser oído, diciendo: Oyóme el
Señor, y tuvo misericordia de mí: el Señor es hecho mi ayudador. ¿Mas en qué? Volviste, dice, mi llanto en gozo, y cercásteme de
alegría. Y si así se hizo con los grandes Santos, no debemos nosotros,
enfermos y pobres, desconfiar si algunas veces estamos en fervor de devoción, y
a veces tibios y fríos. Porque el espíritu se viene y se va, según la divina voluntad. Por eso dice el bienaventurado Job: Visítasle en la mañana, y
súbito le pruebas. 6. Pues ¿sobre qué puedo esperar, o en quien debo confiar, sino
solamente en la gran misericordia de Dios, y en la esperanza de la gracia
celestial? Pues aunque esté cercado de hombres buenos, o de hermanos devotos,
o de amigos fieles, o de libros santos o tratados lindos, o de cantos suaves e
himnos, todo aprovecha poco y tiene poco sabor, cuando soy desamparado de la
gracia, y dejado en mi propia pobreza. Entonces no hay mejor remedio que la paciencia, y negándome a mí
mismo, ponerme en la voluntad de Dios. 7. Nunca hallé hombre tan religioso y devoro que alguna vez no
tuviese apartamiento de la consolación divina o sintiese disminución del
fervor. Ningún Santo fue tan altamente arrebatado y alumbrado que antes o
después no haya sido tentado. Pues no es digno de la alta contemplación de Dios, el que no es
ejercitado en alguna tribulación. Porque suele ser la tentación precedente, señal que vendrá la
consolación. Que a los probados en tentación, es prometida la consolación
celestial. Al que venciere, dice, dará a comer del árbol de la vida. 8. Dase también la divina consolación, para que el hombre sea más
fuerte para sufrir las adversidades. Y también se sigue la tentación, porque no se ensoberbezca del
bien. El demonio no duerme, ni la carne no está aún muerta: por esto no
ceses de prepararte a la batalla. A la diestra y a la siniestra están los enemigos, que nunca
descansan. Capítulo X
Del agradecimiento por la gracia de Dios.
1. ¿Para qué buscas descanso, pues naciste para el trabajo? Ponte a paciencia, más que a consolación: y a llevar cruz, más que
a tener alegría. ¿Qué hombre del mundo no tomaría de muy buena gana la consolación
y alegría espiritual, si siempre la pudiese tener? Porque las consolaciones espirituales exceden a todos los placeres
del mundo, y a los deleites de la carne. Porque todos los deleites del mundo, o son torpes o vanos; mas los
deleites espirituales sólo son alegres y honestos; engendrados de las virtudes,
e infundidos de Dios en los corazones limpios. Mas no puede ninguno usar de continuo de estas consolaciones
divinas como quiere; porque el tiempo de la tentación pocas veces cesa. 2. Muy contraria es a la soberana visitación la falsa libertad del
alma, y la gran confianza de sí. Bien hace Dios dando la gracia de la consolación, pero el hombre
hace mal no atribuyéndolo todo a Dios, haciéndole gracias. Y por esto no abundan en nosotros los dones de la gracia, porque
somos ingratos al Hacedor, y no lo atribuimos todo a la fuente original. Porque siempre se debe gracia al que dignamente es agradecido; y
es quitado al soberbio lo que se suele dar al humilde. 3. No quiero consolación que me quite la compunción; ni deseo
contemplación que me lleve en soberbia. Pues no es santo todo lo alto; ni todo lo dulce bueno; ni todo
deseo puro; ni todo lo que amamos agradable a Dios. De grado acepto yo la gracia que me haga más humilde y temeroso, y
me disponga más a renunciarme a mí. El enseñado con el don de la gracia y avisado con el escarmiento
de haberla perdido, no osará atribuirse a sí bien alguno; mas antes confesará
ser pobre y desnudo. Da a Dios lo que es de Dios, y atribuye a ti lo que es tuyo: esto
es, da gracias a Dios por la gracia y sólo a ti atribuye la culpa, y conoce
serte debida por la culpa dignamente la pena. 4. Ponte siempre en lo más bajo, y te se dará lo alto: porque no
está lo muy alto sin lo más bajo. Los grandes Santos cerca de Dios, son
pequeños cerca de sí; y cuanto más gloriosos, tanto en sí más humildes. Los llenos de verdad y de gloria celestial, no son codiciosos de
gloria vana. Los que están fundados y confirmados en Dios, en ninguna manera
pueden ser soberbios. Y los que atribuyen a Dios todo cuando bien reciben, no buscan ser
loados unos de otros: mas quieren la gloria que de sólo Dios viene, y codician
que sea Dios glorificado sobre todos en Sí mismo, y en todos los Santos, y
siempre tienen esto por fin. 5. Pues sé agradecido en lo poco, y serás digno de recibir cosas
mayores. Ten en muy mucho lo poco, y lo más despreciado por singular don. Si miras a la dignidad del dador, ningún don te parecerá pequeño o
vil. Por cierto no es poco lo que el soberano Dios da. Y aunque da penas y castigos, se lo debemos agradecer, que siempre
es para nuestra salud todo lo que permite que nos venga. El que desea guardar la gracia de Dios, agradézcale la gracia que
le ha dado, y sufra con paciencia cuando le fuere quitada. Haga oración continua, para que le sea tornada, y sea cauto y
humilde, porque no la pierda. Capítulo XI
Cuán pocos son los que aman la Cruz de Cristo.
1. Jesucristo tiene ahora muchos amadores de su reino celestial,
mas muy pocos que lleven su cruz. Tiene muchos que desean la consolación, y muy pocos que quieran la
tribulación. Muchos compañeros halla para la mesa, y pocos para la abstinencia. Todos quieren gozar con El, mas pocos quieren sufrir algo por El. Muchos siguen a Jesús hasta el partir del pan, mas pocos hasta
beber el cáliz de la pasión. Muchos honran sus milagros, mas pocos siguen el vituperio de la
cruz. Muchos aman a Jesús, cuando no hay adversidades. Muchos le alaban y bendicen en el tiempo que reciben de El algunas
consolaciones: mas si Jesús se escondiese y los dejase un poco, luego de
quejarían o desesperarían mucho. 2. Mas los que aman a Jesús, por el mismo Jesús, y no por alguna
propia consolación suya, bendícenle en toda la tribulación y angustia del
corazón, tan bien como en consolación. Y aunque nunca más les quisiese dar consolación, siempre le
alabarían, y le querrían dar gracias. 3. ¡Oh! ¡Cuánto puede el amor puro de Jesús sin mezcla del propio
provecho o amor! ¿No se pueden llamar propiamente mercenarios los que siempre
buscan consolaciones? ¿No se aman a sí mismos más que a Cristo, los que de continuo
piensan en sus provechos y ganancias? ¿Dónde se hallará alguno tal, que quiera servir a Dios de balde? 4. Pocas veces se halla ninguno tan espiritual, que esté desnudo
de todas las cosas. Pues ¿quién hallará el verdadero pobre de espíritu y desnudo de
toda criatura? Es tesoro inestimable y de lejanas tierras. Si el hombre diere su hacienda toda, aún no es nada. Si hiciere gran penitencia, aún es poco. Aunque tenga toda la ciencia, aún está lejos: y si tuviere gran
virtud y muy ferviente devoción, aún le falta mucho; le falta cosa que le es
más necesaria. Y esta ¿cuál es? Que dejadas todas las cosas, deje a sí mismo y
salga de sí del todo, y que no le quede nada de amor propio. Y cuando ha hecho todo lo que conociere que debe hacer, aún piense
no haber hecho nada. 5. No tenga en mucho que le puedan estimar por grande, mas llámese
en la verdad siervo sin provecho, como dice Jesucristo. Cuando hubiereis hecho todo lo que os está mandado, aún decid:
Siervos somos sin provecho. Y así podrás ser pobre y desnudo de espíritu, y decir con el
profeta: Porque uno solo y pobre soy. Ninguno todavía hay más rico, ninguno más poderoso, ninguno más
libre, que aquel que sabe dejarse a sí y a toda cosa, y ponerse en el más bajo
lugar. Capítulo XII
Del camino real de la Santa Cruz.
1. Esta palabra parece dura a muchos: Niégate a ti mismo, toma tu
cruz, y sigue a Jesús. Pero mucho más duro será oír aquella postrera palabra:
Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno. Pues los que ahora oyen y siguen de
buena voluntad la palabra de la cruz, no temerán entonces oír la palabra de la
eterna condenación. Esta señal de la cruz estará en el cielo, cuando el Señor vendrá a
juzgar. Entonces todos los siervos de la cruz, que se conformaron en la
vida con el crucificado, se llegarán a Cristo juez con gran confianza. 2. Pues que así es, por qué tenéis tomar la cruz, por la cual se
va al reino? En la cruz está la salud, en la cruz la vida, en la cruz está la
defensa de los enemigos, en la cruz está la infusión de la suavidad soberana,
en la cruz está la fortaleza del corazón, en la cruz está el gozo del espíritu,
en la cruz está la suma virtud, en la cruz está la perfección de la santidad. No está la salud del alma, ni la esperanza de la vida eterna, sino
en la cruz. Toma, pues, tu cruz, y sigue a Jesús, e irás a la vida eterna. El vino primero, y llevó su cruz y murió en la cruz por ti; porque
tú también la lleves, y desees morir en ella. Porque si murieres juntamente con El, vivirás con El. Y si fueres compañero de la pena, lo serás también de la gloria. 3. Mira que todo consiste en la cruz, y todo está en morir en
ella. Y no hay otra vía para la vida, y para la verdadera entrañable
paz, sino la vía de la santa cruz y continua mortificación. Ve donde quisieres, busca lo que quisieres, y no hallarás más alto
camino en lo alto, ni más seguro en lo bajo, sino la vía de la santa cruz. Dispón y ordena todas las cosas según tu querer y parecer, y no
hallarás sino que has de padecer algo, o de grado o por fuerza: y así siempre
hallarás la cruz. Pues, o sentirás dolor en el cuerpo, o padecerás tribulación en el
espíritu. 4. A veces te dejará Dios, a veces te perseguirá l prójimo: lo que
peor es, muchas veces te descontentarás de ti mismo, y no serás aliviado, ni
refrigerado con ningún remedio ni consuelo; mas conviene que sufras hasta
cuando Dios quisiere. Porque quiere Dios que aprendas a sufrir la tribulación sin
consuelo, y que te sujetes del todo a El, y te hagas más humilde con la
tribulación. Ninguno siente así de corazón la pasión de Cristo, como aquel a
quien acaece sufrir cosas semejantes. Así que la cruz siempre está preparada, y te espera en cualquier
lugar; no puedes huir dondequiera que estuvieres, porque dondequiera que huyas,
llevas a ti contigo, y siempre hallarás a ti mismo. Vuélvete arriba, vuélvete abajo, vuélvete fuera, vuélvete dentro,
y en todo esto hallarás cruz. Y es necesario que en todo lugar tengas
paciencia, si quieres tener paz interior, y merecer perpetua corona. 5. Si de buena voluntad llevas la cruz, ella te llevará, y guiará
al fin deseado, adonde será el fin del padecer, aunque aquí no lo sea. Si contra tu voluntad la llevas, cargaste, y hácestela más pesada:
y sin embargo conviene que sufras. Si desechas una cruz, sin duda hallarás otra, y puede ser que más
grave. 6. ¿Piensas tu escapar de lo que ninguno de los mortales pudo? ¿Quién de los Santos fue en el mundo sin cruz y tribulación? Nuestro Señor Jesucristo por cierto, en cuanto vivió en este
mundo, no estuvo una hora sin dolor de pasión. Porque convenía, dice, que Cristo padeciese, y resucitase de los
muertos, y así entrase en su gloria. Pues ¿cómo buscas tú otro camino sino este camino real, que es la
vida de la santa cruz? 7. Toda la vida de Cristo fue cruz y martirio<, y tú ?buscas
para ti holganza y gozo? Yerras, te engañas si buscas otra cosa sino sufrir tribulaciones;
porque toda esta vida mortal está llena de miserias, y de toda parte señalada
de cruces. Y cuanto más altamente alguno aprovecharé en espíritu, tanto más
graves cruces hallará muchas veces, porque la pena de su destierro crece más
por el amor. 8. Mas este tal así afligido de tantas maneras, no está sin el
alivio de la consolación; porque siente el gran fruto que le crece con llevar
su cruz. Porque cuando se sujeta a ella de su voluntad, toda la carga de la
tribulación se convierte en confianza de la divina consolación. Y cuanto más se quebranta la carne por la aflicción, tanto más se
esfuerza el espíritu por la gracia interior. Y algunas veces tanto es confortado del afecto de la tribulación y
adversidad, por el amor y conformidad de la cruz de Cristo, que no quiere estar
sin dolor y tribulación: porque se tiene por más acepto a Dios, cuanto mayores
y más graves cosas pudiere sufrir por El. Esto no es virtud humana, sino gracia de Cristo, que tanto puede y
hace en la carne flaca, que lo que naturalmente siempre aborrece y huye, lo
acometa y acabe con fervor de espíritu. 9. No es según la condición humana llevar la cruz, amar la cruz,
castigar el cuerpo, ponerle en servidumbre; huir las honras, sufrir de grado
las injurias, despreciarse a sí mismo, y desear ser despreciado; sufrir toda
cosa adversa y dañosa, y no desear cosa de prosperidad en este mundo. Si miras a ti, no podrás por ti cosa alguna de éstas: mas si
confías en Dios, El te enviará fortaleza del cielo, y hará que te estén sujetos
el mundo y la carne. Y no temerás al diablo tu enemigo, si estuvieses armado de fe, y
señalado con la cruz de Cristo. 10. Dispónte, pues, como buen y fiel siervo de Cristo, para llevar
varonilmente la cruz de tu Señor crucificado por tu amor. Prepárate a sufrir muchas adversidades y diversas incomodidades en
esta miserable vida; porque así estará contigo Jesús adondequiera que fueres; y
de verdad que le hallarás en cualquier parte que te escondas. Así conviene que sea, y no hay otro remedio para evadirse del
dolor y de la tribulación de los males, sino sufrir. Bebe afectuosamente el cáliz del Señor, si quieres ser su amigo, y
tener parte con El. Remite a Dios las consolaciones, para que haga con ellas lo que
más le agradaré. Pero tú dispónte a sufrir las tribulaciones, y estímalas por
grandes consuelos; porque no son condignas las pasiones de este tiempo para
merecer la gloria venidera, aunque tú solo pudieses sufrirlas todas. 11. Cuando llegares a tanto, que la aflicción te sea dulce y
gustosa por amor de Cristo, piensa entonces que te va bien; porque hallaste el
paraíso en la tierra. Cuando te parece grave el padecer, y procuras huirlo, cree que te
va mal, y dondequiera que fueres, te seguirá la tribulación. 12. Si te dispones para hacer lo que debes, es a saber, sufrir y
morir, luego te irá mejor, y hallarás paz. Y aunque fueres arrebatado hasta el tercer cielo con San Pablo, no
estarás por eso seguro de no sufrir alguna contrariedad. Yo (dice Jesús) le
mostraré cuántas cosas le convendrán padecer por mi nombre. Debes, pues, padecer, si quieres amar a Jesús, y servirle siempre. 13. ¡Ojalá que fueses digno de padecer algo por el nombre de
Jesús! ¡Cuán grande gloria te resultaría! ¡Cuánta alegría a todos los Santos de
Dios! ¡Cuánta edificación sería para el prójimo! Todos alaban la paciencia, pero pocos quieren padecer. Con razón debieras sufrir algo de buena gana por Cristo; pues hay
muchos que sufren graves cosas por el mundo. 14. Ten por cierto que te conviene morir viviendo; y cuanto más
muere cada uno a sí mismo, tanto más comienza vivir para Dios. Ninguno es suficiente para comprender cosas celestiales, si no se
humilla a sufrir adversidades por Cristo. No hay cosa a Dios más acepta, ni para ti en este mundo más
saludable, que padecer de buena voluntad por Cristo. Y si te diesen a escoger, más debieras desear padecer cosas
adversas por Cristo, que ser recreado con muchas consolaciones; porque así le
serías más semejante, y más conforme a todos los Santos. No está, pues, nuestro merecimiento ni la perfección de nuestro
estado en las muchas suavidades y consuelos, sino más bien en sufrir grandes
penalidades y tribulaciones. 15. Porque si alguna cosa fuera mejor y más útil para la salvación
de los hombres que el padecer, Cristo lo hubiera declarado con su doctrina y
con su ejemplo. Pues manifiestamente exhorta a sus discípulos, y a todos los que
desean seguirle, a que lleven la cruz, y dice: Si alguno quisiera venir en pos
de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Así que leídas y bien consideradas todas las cosas, sea esta la
postrera conclusión: Que por muchas tribulaciones nos conviene entrar en el
reino de Dios. Libro tercero
Capítulo primero
Del habla interior de Cristo al alma fiel.
El alma: 1. Oiré lo que habla el Señor Dios en mí. Bienaventurada el alma que oye al Señor que le habla, y de su boca
recibe palabras de consolación. Bienaventurados los oídos que perciben los raudales de las
inspiraciones divinas, y no cuidan de las murmuraciones mundanas. Bienaventurados los oídos que no escuchan la voz que oyen de
fuera, sino la verdad que enseña de dentro. Bienaventurados los ojos que están cerrados a las cosas
exteriores, y muy atentos a las interiores. Bienaventurados los que penetran las cosas interiores, y estudian
con ejercicios continuos en prepararse cada día más y más a recibir los
secretos celestiales. Bienaventurados los que se alegran de entregarse a Dios, y se
desembarazan de todo impedimento del mundo. ¡Oh alma mía! Considera bien esto, y cierra las puertas de tu
sensualidad, para que puedas oír lo que te habla el Señor tu Dios. 2. Esto dice tu amado: Jesucristo: Yo soy tu salud, tu paz y tu vida. Consérvate cerca de mí, y hallarás paz. Deja todas las cosas transitorias, y busca las eternas. ¿Qué es todo lo temporal sino engañoso? Y ?qué te valdrán todas
las criaturas, si fueres desamparado del Criador? Por esto, dejadas todas las cosas, hazte fiel y grata a tu
Criador, para que puedas alcanzar la verdadera bienaventuranza. Capítulo II
Cómo la verdad habla dentro del alma sin sonido de palabras.
El Alma: 1. Habla, Señor, porque tu siervo escucha. Yo soy tu
siervo, dame entendimiento, para que sepa tus verdades. Inclina mi corazón a las palabras de tu boca: descienda tu habla
así como rocío. Decían en otro tiempo los hijos de Israel a Moisés: Háblanos tú y
oiremos: no nos hable el Señor, porque quizá moriremos. No así, Señor, no así te ruego: sino más bien como el Profeta
Samuel, con humildad y deseo te suplico: Habla, Señor, pues tu siervo oye. No me hable Moisés, ni alguno de los Profetas; sino bien háblame
Tú, Señor Dios, inspirador y alumbrador de todos los Profetas: pues Tú solo sin
ellos me puedes enseñar perfectamente; pero ellos sin Ti ninguna cosa
aprovecharán. 2. Es verdad que pueden pronunciar palabras; mas no dan espíritu. Elegantemente hablan; mas callando Tú no encienden el corazón. Dicen la letra; mas Tú abres el sentido. Predican misterios; mas Tú ayudas a cumplirlos. Muestran el camino; pero Tú das esfuerzo para andarlo. Ellos obran por de fuera solamente; pero Tú instruyes y alumbras
los corazones. Ellos riegan la superficie; mas Tú das la fertilidad. Ellos dan voces; pero Tú haces que el oído las perciba. 3. No me hable, pues, Moisés, sino Tú, Señor Dios mío, eterna
verdad, para que por desgracia no muera y quede sin fruto, si solamente fuere
enseñado de fuera y no encendido por adentro. No me sea para condenación la palabra oída y no obrada, conocida y
no amada, creída y no guardada. Habla, pues, Tú, Señor; pues tu siervo oye, ya que tienes palabras
de vida eterna. Háblame para dar algún consuelo a mi alma, para la enmienda de
toda mi vida, y para eterna alabanza, honra y gloria tuya. Capítulo III
Que las palabras de Dios se deben oír con humildad, y cómo muchos
no las consideran como deben.
Jesucristo: 1. Oye, hijo, mis palabras, palabras suavísimas que
exceden toda la ciencia de los filósofos y sabios de este mundo. Mis palabras son espíritu y vida, y no se pueden ponderar por la
razón humana. No se deben traer para vana complacencia, sino oírse en silencio,
y recibirse con toda humildad y grande afecto. El Alma: 2. Dijo David: Bienaventurado aquel a quien Tú, Señor,
instruyeres, y a quien mostrares tu ley; porque le guardes de los días malos, y
no sea desamparado en la tierra. Jesucristo: 3. Yo, dice Dios, enseñaré a los Profetas desde el
principio, y no ceso de hablar a todos hasta ahora, pero muchos son duros y
sordos a mi voz. Oyen con más gusto al mundo que a Dios; y más fácilmente siguen el
apetito de su carne, que el beneplácito divino. El mundo promete cosas temporales y pequeñas, y con todo eso le
sirven con grande ansia: Yo prometo cosas grandes y eternas, y entorpécense los
corazones de los mortales. ¿Quién Me sirve a Mí, y obedece en todo con tanto cuidado, como al
mundo y a sus señores se sirve? Avergüénzate, Sidón, dice el mar. Y si preguntas la causa, oye el
por qué. Por un pequeño beneficio van los hombres largo camino, y por la
vida eterna con dificultad muchos levantan una vez el pie del suelo. Buscan los hombres viles ganancias; por una moneda pleitean a las
veces torpemente; por cosas vanas, y por una corta promesa no temen fatigarse
de noche y de día. 4. Mas ¡ay dolor! que emperezan de fatigarse un poco por el bien
que no se muda, por el galardón que inestimable, y por la suma gloria sin fin. Avergüénzate, pues, siervo perezoso y descontentadizo, de que
aquellos se hallen más dispuestos para la perdición que tú para la vida. Alégranse ellos más por la vanidad que tú por la verdad. Porque algunas veces les miente su esperanza; pero mi promesa a
nadie engaña, ni deja frustrado al que confía en Mí. Daré lo que he prometido; cumpliré lo que he dicho, si alguno
perseverare fiel en mi amor hasta el fin. Yo soy remunerador de todos los buenos, y fuerte examinador de
todos los devotos. 5. Escribe tú mis palabras en tu corazón, y considéralas con mucha
diligencia, pues en el tiempo de la tentación te serán muy necesarias. Lo que no entiendes ahora, cuando lo lees, conoceráslo en el día
de mi visitación. De dos maneras acostumbro visitar a mis escogidos, esto es, con
tentación y con alivio. Y dos lecciones les doy cada día: una reprendiendo sus vicios;
otra amonestándolos al adelantamiento de las virtudes. El que entiende mis palabras y las desprecia, tiene quien le
juzgue en el postrero día. Oración para pedir la gracia de la devoción 6. Señor Dios mío, Tú eres todos mis bienes. ¿Quién soy yo para
que me atreva a hablarte? Yo soy un pobrísimo siervecillo tuyo, y gusanillo desechado, mucho
más pobre y despreciable de lo que yo sé y puedo decir. Pero acuérdate, Señor, que soy nada, nada tengo y nada valgo. Tú solo eres bueno, justo y santo; Tú lo puedes todo, lo das todo,
dejando vacío solamente al pecador. Acuérdate de tus misericordias, y llena mi corazón de gracia; pues
no quieres que sean vacías tus obras. 7. ¿Cómo podré sufrirme en esta miserable vida, si no me
confortare tu gracia y misericordia? No me vuelvas el rostro; no dilates tu visitación; no desvíes tu
consuelo, porque no sea mi alma para Ti como la tierra sin agua. Señor, enséñame a hacer tu voluntad; enséñame a conversar delante
de Ti digna y humildemente, pues Tú eres mi sabiduría, que en verdad me
conoces, y conociste antes que el mundo se hiciese, y yo naciese en el mundo. Capítulo IV
Debemos conversar delante de Dios con verdad y humildad.
Jesucristo: 1. Hijo, anda delante de Mí en verdad, y búscame
siempre con sencillez de corazón. El que anda en mi presencia en verdad será defendido de los malos
encuentros, y la verdad le librará de los engañadores, y de las murmuraciones
de los malvados. Si la verdad te librare, serás verdaderamente libre, y no cuidarás
d las palabras vanas de los hombres. El Alma: 2. Verdad es, Señor; y así te suplico que lo hagas
conmigo. Enséñeme tu verdad, y ella me guarde y me conserve hasta alcanzar mi
salvación. Ella me libre de toda mala afición y amor desordenado, y andaré
contigo en gran libertad de corazón. Jesucristo: 3. Yo te enseñaré, dice la verdad, lo que es recto y
agradable delante de Mí. Piensa en tus pecados con gran descontento y tristeza, y nunca te
juzgues ser algo por tus buenas obras. En verdad eres pecador, sujeto y enredado en muchas pasiones. Por ti siempre vas a la nada; pronto caes, pronto eres vencido,
presto te turbas, y presto desfalleces. Nada tienes de que puedas alabarte; pero mucho de que humillarte;
porque eres más flaco de lo que puedes pensar. 4. Por eso, no te parezca gran cosa, alguna de cuantas haces. Nada tengas por grande, nada por precioso y admirable; nada
estimes por digno de reputación, nada por alto, nada por verdaderamente de
alabar y codiciar sino lo que es eterno. Agrádete sobre todas las cosas la verdad eterna, y desagrádete
siempre sobre todo tu grandísima vileza. Nada temas, ni desprecies, ni huyas cosa alguna tanto como tus
vicios y pecados, los cuales te deben desagradar más que los daños de las
cosas. Algunos no andan sencillamente en mi presencia; sino que, guiados
de cierta curiosidad y arrogancia, quieren saber mis secretos, y entender las
cosas altas de Dios, no cuidando de sí mismos, ni de su salvación. Estos muchas veces caen en grandes tentaciones y pecados por su
soberbia y curiosidad, porque Yo les soy contrario. 5. Teme los juicios de Dios; atemorízate de la ira del
Omnipotente; no quieras escudriñar las obras del Altísimo; sino examina tus
maldades, en cuántas cosas pecaste, y cuántas buenas obras dejaste de hacer por
negligencia. Algunos tienen su devoción solamente en los libros, otros en las
imágenes; y otros en señales y figuras exteriores. Algunos me traen en la boca; pero pocos en el corazón. Hay otros, que alumbrados en el entendimiento y purgados en el
afecto, suspiran siempre por las cosas eternas, oyen con pena las terrenas, y
con dolor sirven a las necesidades de la naturaleza; y éstos sienten lo que
habla en ellos el espíritu de verdad. Porque les enseña a despreciar lo terrestre y amar lo celestial,
aborrecer el mundo y desear el cielo de día y de noche. Capítulo V
Del maravilloso afecto del divino amor.
El Alma: 1. Bendígote, Padre celestial, Padre de mi Señor
Jesucristo, que tuviste por bien acordarte de este pobre. ¡Oh Padre de las misericordias, y Dios de toda consolación!
Gracias te doy porque a mí, indigno de todo consuelo, algunas veces recreas con
tu consolación. Bendígote y te glorifico siempre con tu Unigénito Hijo, con el
Espíritu Santo consolador por los siglos de los siglos. ¡Oh Señor Dios, amador santo mío! Cuando Tú vinieres a mi corazón,
se alegrarán todas mis entrañas. Tú eres mi gloria y la alegría de mi corazón. Tú eres mi esperanza y refugio en el día de mi tribulación. 2. Mas porque soy aún flaco en el amor e imperfecto en la virtud,
por eso tengo necesidad de ser fortalecido y consolado por Ti. Por eso visítame, Señor, más veces, e instrúyeme con santas
doctrinas. Líbrame de mis malas pasiones, y sana mi corazón de todas mis
aficiones desordenadas; porque sano y buen purgado en lo interior, sea apto
para amarte, fuerte para sufrir, y firme para perseverar. 3. Gran cosa es el amor, y bien sobremanera grande; él solo hace
ligero todo lo pesado, y lleva con igualdad todo lo desigual. Pues lleva la carga sin carga, y hace dulce y sabroso todo lo
amargo. El amor noble de Jesús nos anima a hacer grandes cosas, y mueve a
desear siempre lo más perfecto. El amor quiere estar en lo más alto, y no ser detenido de ninguna
cosa baja. El amor quiere ser libre, y ajeno de toda afición mundana; porque
no se impida su vista, ni se embarace en ocupaciones de provecho temporal, o
caiga por algún daño. No hay cosa más dulce que el amor; nada más fuerte, nada más alto,
nada más ancho, nada más alegre, nada más lleno, ni mejor en el cielo ni en la
tierra; porque el amor nació de Dios, y no puede aquietarse con todo lo criado,
sino con el mismo Dios. 4. El que ama, vuela, corre y se alegra, es libre y no embarazado. Todo lo da por todo; y todo lo tiene en todo; porque descansa en
un Sumo bien sobre todas las cosas, del cual mana y procede todo bien. No mira a los dones, sino que se vuelve al dador sobre todos los
bienes. El amor muchas veces no guarda modo, mas se enardece sobre todo
modo. El amor no siente la carga, ni hace caso de los trabajos; desea
más de lo que puede: no se queja que le manden lo imposible; porque cree que
todo lo puede y le conviene. Pues para todos es bueno, y muchas cosas ejecuta y pone por obra,
en las cuales el que no ama, desfallece y cae. 5. El amor siempre vela, y durmiendo no duerme. Fatigado no se cansa; angustiado no se angustia; espantado no se
espanta: sino, como viva llama y ardiente luz, sube a lo alto y se remonta con
seguridad. Si alguno ama, conoce lo que dice esta voz: Grande clamor es en los oídos de Dios el abrasado afecto del alma
que dice: Dios mío, amor mío, Tú todo mío, y yo todo tuyo. 6. Dilátame en el amor, para que aprenda a gustar con la boca
interior del corazón cuán suave es amar y derretirse y nadar en el amor. Sea yo cautivo del amor, saliendo de mí por él grande fervor y
admiración. Cante yo cánticos de amor: sígate, amado mío, a lo alto, y
desfallezca mi alma en tu alabanza, alegrándome por el amor. Amete yo más que a mí, y no me ame a mí sino por Ti, y en Ti a
todos los que de verdad te aman como manda la ley del amor, que emana de Ti
como un resplandor de tu divinidad. 7. El amor es diligente, sincero, piadoso, alegre y deleitable,
fuerte, sufrido, fiel, prudente, magnánimo, varonil y nunca se busca a sí
mismo; porque cuando alguno se busca a sí mismo, luego cae del amor. El amor es muy mirado, humilde y recto; no es regalón, liviano, ni
entiende en cosas vanas; es sombrío, casto, firme, quieto y recatado contra
todos los sentidos. El amor es sumiso y obediente a los superiores, vil y despreciado
para sí; para Dios devoto y agradecido, confiando y esperando siempre en El,
aun cuando no le regala, porque no vive ninguno en amor sin dolor. 8. El que no está dispuesto a sufrirlo todo, y a hacer la voluntad
del amado, no es digno de llamarse amante. Conviene al que ama abrazar de buena voluntad por el amado todo lo
duro y amargo, y no apartarse de El por cosa contraria que acaezca. Capítulo VI
De la prueba del verdadero amor.
Jesucristo: 1. Hijo, no eres aun fuerte y prudente amador. El Alma: 2. ¿Por qué, Señor? Jesucristo: 3. Porque por una contradicción pequeña, faltas en lo
comenzado, y buscas la consolación ansiosamente. El constante amador está fuerte en las tentaciones, y no cree a
las persuasiones engañosas del enemigo. Como Yo le agrado en las prosperidades, así no le descontento en
las adversidades. 4. El discreto amador no considera tanto el don del amante, cuando
el amor del que da. Antes mira a la voluntad que a la merced; y todas las dádivas
estima menos que el amado. El amador noble no descansa en el don, sino en Mí sobre todo don. Por eso, si algunas veces no gustas de Mí o de mis Santos tan bien
como deseas: no está todo perdido. Aquel tierno y dulce afecto que sientes algunas veces, obra es de
la presencia de la gracia, y gusto anticipado de la patria celestial, sobre lo
cual no se debe estribar mucho, porque va y viene. Pero pelear contra las perturbaciones incidentes del ánimo, u
menospreciar la sugestión del diablo, señal es de virtud y de gran
merecimiento. 5. No te turben, pues, las imaginaciones extrañas de diversas
materias que te ocurrieren. Guarda tu firme propósito y la intención recta para con Dios. Ni tengas a engaño que de repente te arrebaten alguna vez a lo
alto, y luego te torne a las pequeñeces acostumbradas del corazón. Porque más las sufres contra tu voluntad que las causas; y
mientras te dan pena y las contradices, mérito es y no pérdida. 6. Persuádete que el enemigo antiguo de todos modos se esfuerza
para impedir tu deseo en el bien, y apartarte de todo ejercicio devoto, como es
honrar a los Santos, la piadosa memoria de mi pasión, la útil contrición de los
pecados, la guarda del propio corazón, el firme propósito de aprovechar en la
virtud. Te trae muchos pensamientos malos para disgustarte y atemorizarte,
para desviarte de la oración y de la lección sagrada. Desagrádale mucho la humilde confesión; y si pudiese, haría que
dejases de comulgar. No le creas, ni hagas caso de él; aunque muchas veces te arme
lazos para seducirte. Cuando te trajere pensamientos malos y torpes, atribúyelos a él, y
dile: Vete de aquí, espíritu inmundo; avergüénzate, desventurado; muy
sucio eres, pues me traes tales cosas a la imaginación. Apártate de mí, malvado engañador; no tendrás parte ninguna en mí;
mas Jesús estará conmigo como invencible capitán, y tú estarás confundido. Más quiero morir y sufrir cualquier pena que condescender contigo. Calla y enmudece, no te oiré ya aunque más me importunes. El Señor
es mi luz y mi salud. ¿A quién temeré? Aunque se ponga contra mi un ejercito, no temerá mi corazón. El
Señor es mi ayuda y mi Redentor. 7. Pelea como buen soldado; y si alguna vez cayeres por flaqueza
de corazón, procura cobrar mayores fuerzas que las primeras, confiando de mayor
favor mío, y guárdate mucho del vano contentamiento y de la soberbia. Por eso muchos están engañados, y caen algunas veces en ceguedad
casi incurable. Sírvate de aviso y de perpetua humildad la caída de los soberbios,
que locamente presumen de sí. Capítulo VII
Cómo se ha de encubrir la gracia bajo el velo de la humildad.
Jesucristo: 1. Hijo, te es más útil y más seguro encubrir la
gracia de la devoción, y no ensalzarte ni hablar mucho de ella, ni estimarla
mucho; sino despreciarte a ti mismo, y temer, porque se te ha dado sin
merecerla. No es bien estar muy pegado a esta afección; porque se puede mudar
presto en otra contraria. Piensa cuando estás en gracia, cuán miserable y pobre sueles ser
sin ella. Y no está sólo el aprovechamiento de la vida espiritual en tener
gracia de consolación, sino en que con humildad, abnegación y paciencia lleves
a bien que se te quite, de suerte que entonces, no aflojes en el cuidado de la
oración, ni dejes del todo las demás buenas obras que sueles hacer
ordinariamente. Mas como mejor pudieres y entendieres, haz de buena gana cuanto
está en ti, sin que por la sequedad o angustia del espíritu que sientes, te
descuides del todo. 2. Porque hay muchos que cuando las cosas no les suceden a su
placer, se hacen impacientes o desidiosos. Porque no está siempre en la mano del hombre su camino, sino que a
Dios pertenece el dar y consolar cuando quiere y cuanto quiere, y a quien
quiere, según le agradare, y no más. Algunos indiscretos de destruyeron a si mismos por la gracia de la
devoción; porque quisieron hacer más de lo que pudieron, no mirando la medida
de su pequeñez, y siguiendo más el deseo de su corazón que el juicio de la
razón. Y porque se atrevieron a mayores cosas que Dios quería, por esto
perdieron pronto la gracia. Se hallaron pobres, y quedaron viles los que pusieron en el cielo
su nido, para que humillados y empobrecidos a prendan a no volar con sus alas,
sino a esperar debajo de las mías. Los que aún son nuevos e inexpertos en el camino del Señor, si no
se gobiernan por el consejo de discretos, fácilmente pueden ser engañados y
perderse. 3. Si quieren más seguir su parecer que creer a los ejercitados,
les será peligroso el fin, y si se niegan a ceder de su propio juicio. Los que se tienen por sabios, rara vez sufren con humildad que
otro los dirija. Mejor es saber poco con humildad, y poco entender, que grandes
tesoros de ciencia con vano contento. Más te vale tener poco, que mucho con que te puedes ensoberbecer. No obra discretamente el que se entrega todo a la alegría,
olvidando su primitiva miseria y el casto temor del Señor, que recela perder la
gracia concedida. No tampoco sabe mucho de virtud el que en tiempo de adversidad y
de cualquiera molestia de desanima demasiado, y no piensa ni siente de Mí con
la debida confianza. 4. El que quisiere estar muy seguro en tiempo de paz, se
encontrará abatido y temeroso en tiempo de guerra. Si supieses permanecer siempre humilde y pequeño para contigo, y
moderar y regir bien tu espíritu, no caerías tan presto en peligro ni pecado. Buen consejo es que pienses cuando estás con fervor de espíritu,
lo que puede ocurrir con la ausencia de la luz. Cuando esto acaeciere, piensa que otra vez puede volver la luz,
que para tu seguridad y gloria mía te quité por algún tiempo. 5. Más aprovecha muchas veces esta prueba, que si tuvieses de
continuo a tu voluntad las cosas que deseas. Porque los merecimientos no se han de calificas por tener muchas
visiones o consolaciones, o porque sea uno entendido en la Escritura, o por
estar levantado en dignidad más alta. Sino que consiste en estar fundado en verdadera humildad y lleno
de caridad divina, en buscar siempre pura y enteramente la honra de Dios, en
reputarse a sí mismo por nada, y verdaderamente despreciarse, y en desear más
ser abatido y despreciado, que honrado de otros. Capítulo VIII
De la baja estimación de sí mismo ante los ojos de Dios.
El Alma: 1. ¿Hablaré a mi Señor, siendo yo polvo y ceniza? Si por
más me reputare, Tú estás contra mí, y mis maldades dan verdadero testimonio
que no puedo contradecir. Mas si me humillare y anonadare, y dejare toda propia estimación,
y me volviere polvo como lo soy, será favorable para mí tu gracia, y tu luz se
acercará a mi corazón, y toda estimación, por poca que sea, se hundirá en el
valle de mi miseria, y perecerá para siempre. Allí me hacer conocer a mí mismo lo que soy, lo que fui y en lo
que he parado; porque soy nada y no lo conocí. Abandonado a mis fuerzas, soy nada y todo flaqueza; pero al punto
que Tú me miras, luego me hago fuerte, y me lleno de gozo nuevo. Y es cosa maravillosa por cierto cómo tan de repente soy levantado
sobre mí, y abrazado de Ti con tanta benignidad; siendo así que yo, según mi
propio peso, siempre voy a lo bajo. 2. Esto hace tu amor gratuitamente, anticipándose y socorriéndome
en tanta multitud de necesidades, guardándome también de graves peligros, y
librándome de males verdaderamente innumerables. Porque yo me pedí amándome desordenadamente; pero buscándote a Ti
solo, y amándote puramente me hallé a mí no menos que a Ti; y por el amor me
anonadé más profundamente. Porque Tú, oh dulcísimo Señor, haces conmigo mucho más de lo que
merezco y más de lo que me atrevo a esperar y pedir. 3. Bendito seas, Dios mío, que aunque soy indigno de todo bien,
todavía tu liberalidad e infinita bondad nunca cesa de hacer bien aun a los
desagradecidos y apartados lejos de Ti. Vuélvenos a Ti para que seamos agradecidos, humildes y devotos;
pues Tú eres nuestra salud, virtud y fortaleza. Capítulo IX Todas las cosas se deben referir a Dios como a último fin. Jesucristo: 1. Hijo, yo debo ser tu supremo y último fin, se
deseas de verdad ser bienaventurado. Con este propósito se purificará tu deseo, que vilmente se abate
muchas veces a sí mismo, y a las criaturas. Porque si en algo te buscas a ti mismo, luego desfalleces, y te
quedas árido. Atribúyelo, pues, todo principalmente a Mí, que soy el que todo lo
he dado. Así, considera cada cosa como venida del Soberano Bien, y por esto
todas las cosas se deben reducir a Mí como a su origen. 2. De Mí sacan agua como de fuente viva el pequeño y el rico; y
los que me sirven de buena voluntad y libremente, recibirán gracia por gracia. Pero el que se quiere ensalzar fuera de Mí o deleitarse en algún
bien particular, no será confirmado en el verdadero gozo, ni dilatado en su
corazón, sino que estará impedido y angustiado de muchas maneras. Por eso no te apropies a ti alguna cosa buena, ni atribuyas a
algún hombre la virtud, sino refiérelo todo a Dios, sin el cual nada tiene el
hombre. Yo lo di todo, Yo quiero que se me vuelca todo; y con todo rigor
exijo que se me den gracias por ello. 3. Esta es la verdad con que se destruye la vanagloria. Y si la gracia celestial y la caridad verdadera entraren en el
alma, no habrá envidia alguna ni quebranto de corazón, ni te ocupará el amor
propio. La caridad divina lo vence todo, y dilata todas las fuerzas del
alma. Si bien lo entiendes, en Mí solo te has de alegrar, y en Mí solo
has de esperar; porque ninguno es bueno sino sólo Dios, el cual es de alabar
sobre todas las cosas, y debe ser bendito en todas ellas. Capítulo X
En despreciando el mundo, es dulce cosa servir a Dios.
El Alma: 1. Otra vez hablaré, Señor, ahora, y no callaré. Diré en
los oídos de mi Dios, mi Señor y mi Rey que está en el cielo: ¡Oh Señor, cuán grande e la abundancia de tu dulzura, que
escondiste para los que te temen! Pero ¿qué eres para los que te aman? y ¿qué
para los que te sirven de todo corazón? Verdaderamente es inefable la dulzura de tu contemplación, la cual
das a los que te aman. En esto me has mostrado singularmente tu dulce caridad, en que
cuando yo no existía, me criaste, y cuando erraba lejos de Ti, me convertiste
para que te sirviese, y me mandaste que te amase. 2. ¡Oh fuente de amor perenne! ¿Qué diré de Ti? ¿Cómo podré olvidarme de Ti, que te dignaste de acordarte de mí,
aun después que yo me perdí y perecí? Usaste de misericordia con tu siervo sobre toda esperanza, y sobre
todo merecimiento me diste tu gracia y amistad. ¿Qué te volveré yo por esta gracia? Porque no se concede a todos
que, dejadas todas las cosas, renuncien al mundo y escojan vida retirada. ¿Por ventura es gran cosa que yo te sirva, cuando toda criatura
está obligada a servirte? No me debe parecer mucho servirte, sino más bien me parece grande
y maravilloso que Tú te dignaste de recibir por siervo a un tan pobre e indigno
y unirle con tus amados siervos. 3. Tuyas son, pues, todas las cosas que tengo y con que te sirvo. Pero por el contrario, Tú me sirves más a mí que yo a Ti. El cielo y la tierra que Tú criaste para el servicio del hombre,
están prontos, y hacen cada día todo lo que les has mandado; y esto es poco,
pues aún has destinado a los ángeles para servicio del hombre. Mas a todas estas cosas excede el que Tú mismo te dignaste de
servir al hombre, y le prometiste que te darías a Ti mismo. 4. ¿Qué te daré yo por tantos millares de beneficios? ¡Oh! ¡Si
pudiese yo servirte todos los días de mi vida! ¡Oh! ¡Si pudiese solamente, siquiera un solo día, hacerte algún
digno servicio! Verdaderamente Tú solo eres digno de todo servicio, de toda honre
y de alabanza eterna. Verdaderamente Tú solo eres mi Señor, y yo soy un pobre siervo
tuyo, que estoy obligado a servirte con todas mis fuerzas, y nunca debo
cansarme de alabarte. Así lo quiero, así lo deseo; y lo que me falta, ruégote que Tú lo
suplas. 5. Grande honra y gran gloria es servirte, y despreciar todas las
cosas por Ti. Por cierto grande gracia tendrán los que de toda voluntad se
sujetaren a tu santísimo servicio. Hallarán la suavísima consolación del Espíritu Santo los que por
amor tuyo despreciaren todo deleite carnal. Alcanzarán gran libertad de corazón los que entran por senda
estrecha por amor tuyo, y por él desechan todo cuidado del mundo. 6. ¡Oh agradable y alegre servidumbre de Dios, con la cual se hace
el hombre verdaderamente libre y santo! ¡Oh sagrado estado de la profesión religiosa, que hace al hombre
igual a los ángeles, apacible a Dios, terrible a los demonios, y recomendable a
todos los fieles! ¡Oh esclavitud digna de ser abrazada y siempre deseada, por la
cual se merece el Sumo Bien, y se adquiere el gozo que durará sin fin! Capítulo XI
Los deseos del corazón se deben examinar y moderar.
Jesucristo: 1. Hijo, aún te conviene aprender muchas cosas que no
has aprendido bien. El Alma: 2. ¿Qué cosas son estas, Señor? Jesucristo: 3. Que pongas tu deseo totalmente en sola mi voluntad,
y no seas amador de ti mismo, sino afectuoso celador de lo que a Mí me agrada. Los deseos te encienden muchas veces, y te impelen con vehemencia;
pero considera si te mueves por mi honra o por tu provecho. Si Yo soy la causa, bien te contentarás de cualquier modo que Yo
lo ordenare; pero si algo tienes escondido de amor propio, con que siempre te
buscas, mira que eso es lo que mucho te impide y agrava. 4. Guárdate, pues, no confíes demasiado en el deseo que tuviste sin
consultarlo conmigo; porque puede ser que después te arrepientas, y te
descontente lo que primero te agradaba, y que por parecerte mejor lo deseaste. Porque no se puede seguir luego cualquier deseo que aparece bueno,
ni tampoco huir a la primera vista toda afición que parece contraria. Conviene algunas veces reprimir el ímpetu, aun en los buenos
ejercicios y deseos, porque no caigas por importunidad en distracción del alma,
y porque no causes escándalo a otros con tu indiscreción, o por la
contradicción de otros te turbes luego y deslices. 5. También algunas veces conviene usar de fuerza, y contradecir
varonilmente al apetito sensitivo, y no cuidar de lo que la carne quiere o no
quiere, sino andar más solícito, para que esté sujeta al espíritu, aunque le pese. Y debe ser castigada y obligada a sufrir la servidumbre hasta que
esté pronta para todo, aprenda a contentarse con lo poco y holgarse con lo
sencillo, y no murmurar contra lo que es amargo. Capítulo XII
Declárase qué cosa sea paciencia y la lucha contra el apetito.
El Alma: 1. Señor Dios, a lo que yo echo de ver, la paciencia me
es muy necesaria; porque en esta vida acaecen muchas adversidades. Pues de cualquiera suerte que ordenare mi paz, no puede estar mi
vida sin batalla y sin dolor. Jesucristo: 2. Así es, hijo; pero no quiero que busques tal paz,
que carezca de tentaciones, y no sienta contrariedades. Antes cuando fueres ejercitado en diversas tribulaciones, y
probado en muchas contrariedades, entonces piensa que has hallado la paz. Si dijeres que no puedes padecer mucho ¿cómo sufrirás el fuego del
Purgatorio? De dos males siempre se ha de escoger el menor. Por eso, para que puedas escapar de los tormentos eternos, estudia
sufrir con paciencia por Dios los males presentes. ¿Piensas tú que sufren poco o nada los hombres del mundo? No lo
creas, aunque sean los más regalados. 3. Pero dirás que tienen muchos deleites y siguen sus apetitos, y
por esto se les da poco de algunas tribulaciones. 4. Mas aunque fuese así, que tengan cuanto quisieren, dime, ¿cuánto
les durará? Mira que los muy sobrados y ricos en el siglo desfallecerán como
humo; y no habrá memoria de los gozos pasados. Pues aun mientras viven no se huelgan en ellos sin amargura,
congoja y miedo. Porque de la misma cosa que se recibe el deleite, de allí
frecuentemente reciben la pena del dolor. Justamente se procede con ellos; porque así como desordenadamente
buscan y siguen los deleites, así los disfrutan con amargura y confusión. ¡Oh! ¡Cuán breves, cuán falsos, cuán desordenados y torpes son todos! Mas por estar embriagados y ciegos no discurren: sino a la manera
de estúpidos animales, por un poco de deleite de la vida corruptible, caen en
la muerte del alma. Por eso tú, hijo, no sigas tus apetitos y quebranta tu voluntad. Deléitate en el Señor, y te dará lo que le pidiere tu corazón. 5. Porque si quieres tener verdadero gozo, y ser consolado por Mí
abundantísimamente, tu suerte y bendición estará en el desprecio de todas las
cosas del mundo, y en cortar de ti todo deleite terreno, y así se te dará
copiosa consolación. Y cuanto más te desviares de todo consuelo de las criaturas, tanto
hallarás en Mí más suaves y poderosas consolaciones. Mas no las alcanzarás sin alguna pena, ni sin el trabajo de la
pelea. La costumbre te será contraria; pero la vencerás con otra
costumbre mejor. La carne resistirá; pero la refrenarás con el fervor del espíritu. La serpiente antigua te instigará y exasperará: pero se ahuyentará
con la oración, y con el trabajo provechoso le cerrarás del todo la puerta. Capítulo XIII
De la obediencia del súbdito humilde a ejemplo de Jesucristo.
Jesucristo: 1. Hijo, el que procura sustraerse de la obediencia,
él mismo se aparta de la gracia; y el que quiere tener cosas propias, pierde
las comunes. El que no se sujeta de buena gana a su superior, señal es que su
carne aún no le obedece perfectamente, sino que muchas veces se resiste y
murmura. Aprende, pues, a sujetarte prontamente a tu superior, si deseas
tener tu carne sujeta. Porque tanto más presto se vence el enemigo exterior, cuanto no
estuviere debilitado el hombre interior. No hay enemigo peor ni más dañoso para el alma que tú mismo, si no
estás bien avenido con el espíritu. Necesario es que tengas verdadero desprecio de ti mismo, si
quieres vencer la carne y la sangre. Porque aún te amas muy desordenadamente, por eso temes sujetarte
del todo a la voluntad de otros. 2. Pero ¿qué mucho es que tú, polvo y nada, te sujetes al hombre
por Dios, cuando Yo, Omnipotente y Altísimo, que crié todas las cosas de la
nada, me sujeté al hombre humildemente por ti? Me hice el más humilde y abatido de todos, para que vencieses tu
soberbia con mi humildad. Aprende, polvo, a obedecer; aprende, tierra y lodo, a humillarte y
postrarte a los pies de todos. Aprende a quebrantar tus inclinaciones, y rendirte a toda
sujeción. 3. Enójate contra ti; y no sufras que viva en ti el orgullo; sino
hazte tan sumiso y pequeño, que puedan todos ponerse sobre ti, y pisarte como
el lodo de las calles. ¿Qué tienes, hombre despreciable, de qué quejarte? ¿Qué puedes contradecir, sórdido pecador, a los que te maltratan,
pues tantas veces ofendiste a tu Criador, y muchas mereciste el infierno? Pero te perdonaron mis ojos, porque tu alma fue preciosa delante
de Mí, para que conocieses mi amor, y fueses siempre agradable a mis
beneficios. Y para que te dieses continuamente a la verdadera humildad y
sujeción, y sufrieses con paciencia tu propio menosprecio. Capítulo XIV
Cómo se han de considerar los secretos juicios de Dios, para que
no nos envanezcamos.
El Alma: 1. Tus juicios, Señor, me aterran como un espantoso
trueno, estremeciéndose todos mis huesos penetrados de temor y temblor, y mi
alma queda despavorida. Estoy atónito, considero que los cielos no son limpios en tu
presencia. Si en los ángeles hallaste maldad y no los perdonaste, ¿qué será
de mí? Cayeron las estrellas del cielo; y yo, que soy polvo, ¿qué
presumo? Aquellos cuyas obras parecían muy dignas de alabanza, cayeron al
profundo; y los que comían pan de ángeles, vi deleitarse con el manjar de
animales inmundos. 2. No hay, pues, santidad, si Tú, Señor, apartas tu mano. No aprovechará discreción, si dejas de gobernar. No hay fortaleza que ayude, si dejas de conservarla. No hay castidad segura, si no la defiendes. Ninguna propia guarda aprovecha, si nos falta tu santa vigilancia. Porque en dejándonos Tú, luego no vamos a fondo y perecemos; pero
visitados de Ti, nos levantamos y vivimos. Mudables somos; pero por Ti, estamos firmes; nos entibiamos, mas
Tú nos enciendes. 3. ¡Oh! ¡Cuán vil y bajamente debo sentir de mí! ¡Cuánto debo reputar por nada lo poco que acaso parezca tener de
bueno! ¡Oh Señor! ¡Cuán profundamente me debo anegar en el abismo de tus
juicios, donde no me hallo ser otra cosa que nada y más que nada! ¡Oh peso inmenso! ¡Oh piélago insondable, donde nada hallo de mí,
sino ser nada en todo! ¿Pues dónde se esconde el fundamento de la vanidad?
¿Dónde la confianza de mi propia virtud? Anegase toda vanagloria en la profundidad de tus juicios sobre mí. 4. ¿Qué es toda carne en tu presencia? Por ventura, ¿podrá gloriarse el lodo contra el que lo trabaja? ¿Cómo se puede engreír con vanas alabanzas el corazón que está
verdaderamente sujeto a Dios? Todo el mundo no ensoberbecerá a aquel a quien sujeta la verdad,
ni se moverá por mucho que le alaben el que tiene firme toda su esperanza en
Dios. Porque todos los que hablan son nada, y con el sonido de las
palabras fallecerán; pero la verdad del Señor permanece para siempre. CAPITULO XV
Cómo se debe uno haber y decir en todas las cosas que deseare.
Jesucristo: 1. Hijo, en cualquier cosa di así: Señor, si te
agradare, hágase esto así. Señor, si es honra tuya, hágase esto en tu nombre. Señor, si vieres que me conviene, y hallares serme provechoso,
concédemelo para que use de ello a honra tuya. Mas si conocieres que me sería dañoso, y nada provechoso a la
salvación de mi alma, desvía de mí tal deseo. Porque no todo deseo procede del Espíritu Santo, aunque parezca
justo y bueno al hombre. Dificultoso es juzgar si te incita buen espíritu o malo a desear
esto o aquello, o si te mueve tu propio espíritu. Muchos se hallan engañados al fin, que al principio parecían
inspirados por buen espíritu. 2. Por eso siempre se debe desear y pedir con temor de Dios y
humildad de corazón cualquier cosa apetecible que ocurriere al pensamiento, y
sobre todo con propia resignación encomendarlo todo a Mí diciendo: Señor, Tú sabes lo que es mejor: haz esto o aquello, según te
agradare. Da lo que quisieres, y cuanto quisieres, y cuando quisieres. Haz conmigo como sabes, y como más te agradare, y fuere mayor
honra tuya. Ponme donde quisieres, dispón de mi libremente en todo. En tu mano estoy, vuélveme y revuélveme a la redonda. Ve aquí tu siervo dispuesto a todo; porque no deseo, Señor, vivir
para mí sino para Ti. ¡Ojalá que viva dignamente y perfectamente! Oración para conseguir la voluntad de Dios. 3. Concédeme, benignísimo Jesús, tu gracia para que esté conmigo,
y obre conmigo, y persevere conmigo hasta el fin. Dame que desee y quiera siempre lo que te es más acepto y
agradable a Ti. Tu voluntad sea la mía, y mi voluntad siga siempre la tuya, y se
conforme en todo con ella. Tenga yo un querer y no querer contigo; y no pueda querer ni no
querer lo que Tú quieres y no quieres. 4. Dame, Señor, que muera a todo lo que hay en el mundo; y dame
que desee por Ti ser despreciado y olvidado en este siglo. Dame, sobre todo lo que se puede desear, descansar en Ti y
aquietar mi corazón en Ti. Tú eres la verdadera paz del corazón; Tú el único descanso: fuera
de Ti todas las cosas son molestas e inquietas. En esta paz permanente, esto es, en Ti, Sumo y eterno Bien.
Dormiré y descansaré. Amén. CAPITULO XVI
En sólo Dios se debe buscar el verdadero consuelo.
El Alma: 1. Cualquiera cosa que puedo desear o pensar para mi
consuelo, no la espero aquí, sino en la otra vida. Pues aunque yo solo estuviese todos los gustos del mundo, y
pudiese usar de todos sus deleites, cierto es que no podrían durar mucho. Así que no podrás, alma mía, estar cumplidamente consolada, ni
perfectamente recreada sino en Dios, que es consolador de los pobres, y recibe
a los humildes. Espera un poco, alma mía, espera la promesa divina, y tendrás
abundancia de todos los bienes en el cielo. Si deseas desordenadamente estas cosas presentes, perderás las
eternas y celestiales. Sean las temporales para el uso: las eternas para el deseo. No puedes saciarte de ningún bien temporal, porque no eres criada
para gozar de lo caduco. 2. Aunque tengas todos los bienes criados, no puedes ser dichosa y
bienaventurada: mas en Dios, que crio todas las cosas, consiste toda tu
bienaventuranza y tu felicidad. No como la que admiran y alaban los necios amadores del mundo,
sino como la que esperan los buenos y fieles discípulos de Cristo, y alguna
veces gustan los espirituales y limpios de corazón, cuya conversación está en
los cielos. Vano es y breve todo consuelo humano. El dichoso y verdadero consuelo es aquel que la Verdad hace
percibir interiormente. El hombre devoto en todo lugar lleva consigo a su consolador
Jesús, y le dice: Ayúdame, Señor, en todo lugar y tiempo. Sea, pues, mi consolación carecer de buena gana de todo humano
consuelo. Y si tu consolación me faltare, sea mi mayor consuelo tu voluntad
y justa probación. Porque no estarás airado perpetuamente, ni enojado para siempre. CAPITULO XVII
Toda nuestra atención se ha de poner en sólo Dios.
Jesucristo: 1. Hijo, déjame hacer contigo lo que quiero; pues yo
sé lo que te conviene. Tú piensas como hombre, y sientes en muchas cosas como te sugiere
el afecto humano. El Alma: 2. Señor, verdad es lo que dices: mayor es el cuidado que
Tú tienes de mí, que todo el cuidado que yo puedo poner en mirar por mí. Muy a peligro de caer está el que no pone toda su atención en Ti. Señor, esté mi voluntad firme y recta contigo, y haz de mi lo que
te agradare. Que no puede ser sino bueno todo lo que Tú hicieres de mí. Si quieres que esté en tinieblas, bendito seas; y si quieres que
esté en luz, seas también bendito. Si te dignares de consolarme, bendito seas; y si me quieres
atribular, también seas bendito para siempre. Jesucristo: 3. Hijo, así debes hacer si deseas andar conmigo. Tan pronto debes estar para padecer como para gozar. Tan de grado debes ser pobre y menesteroso, como abundante y rico. El Alma: 4. Señor, de buena gana padeceré por Ti todo lo que
quisieres que venga sobre mí. Indiferentemente quiero recibir de tu mano lo bueno y lo malo, lo
dulce y lo amargo, lo alegre y lo triste; y te daré gracias por todo lo que me
sucediere. Guárdame de todo pecado, y no temeré la muerte ni el infierno. Con tal que no me apartes de Ti para siempre, ni me borres del
libro de la vida, no me dañará cualquier tribulación que venga sobre mí. CAPITULO XVIII
Que sufran con serenidad de ánimo las miserias temporales, a
ejemplo de Cristo.
Jesucristo: 1. Hijo, yo bajé del Cielo por tu salvación; abracé
tus miserias, no por necesidad, sino por la caridad que me movía, para que
aprendieses paciencia, y sufrieses sin enojo las miserias temporales. Porque desde la hora en que nací, hasta la muerte en la cruz, no
me faltaron dolores que sufrir. Tuve mucha falta de las cosas temporales; oí muchas veces grandes
quejas de Mí, sufrí benignamente sinrazones y afrentas. Por beneficios recibí
ingratitudes, por milagros, y por la doctrina reprensiones. El Alma: 2. Señor, si Tú fuiste paciente en tu vida,
principalmente cumpliendo en esto el mandato de tu padre, justo es que yo,
miserable pecador, sufra con paciencia según tu voluntad, y mientras Tú
quisieres, lleve por mi salvación la carga de una vida corruptible. Pues aunque la vida presente se siente ser pesada, ya ésta se ha
hecho por tu gracia muy meritoria, y más tolerable y esclarecida para los
flacos por tu ejemplo y el de tus Santos. Y aun de mucho más consuelo de lo que fue en tiempo pasado, bajo
la ley antigua, cuando estaba cerrada la puerta del cielo, y el camino parecía
tan obscuro, que eran raros los que tenían cuidado de buscar el reino de los
cielos. Pero aun los que entonces eran justos y se habían de salvar, no
podían entrar en el reino celestial hasta que llegase tu pasión, y la
satisfacción de tu sagrada muerte. 3. ¡Oh! ¡Cuántas gracias debo darte, porque te dignaste
demostrarme a mí y a todos los fieles, el camino derecho y bueno de tu eterno
reino! Porque tu vida es nuestro camino, y por la santa paciencia vamos a
Ti, que eres nuestra corona. Si Tú no nos hubieras precedido y enseñado, ¿quién cuidaría de
seguirte? ¡Ay! ¡Cuántos quedarían lejos y muy atrás, si no mirasen tus
heroicos ejemplos! Si con todo eso aún estamos tibios, después de haber oído tantas
maravillas y lecciones tuyas, ¿qué haríamos si no tuviésemos tanta luz para
seguirte? CAPITULO XIX
De la tolerancia de las injurias, y cómo se prueba el verdadero
paciente.
Jesucristo: 1. Hijo, ¿qué es lo que dices? Cesa de quejarte
considerando mi pasión y la de los Santos. Aún no has resistido hasta derramar sangre. Poco es lo que padeces, en comparación de lo que padecieron
tantos, tan fuertemente tentados, tan gravemente atribulados, probados y
ejercitados de tan diversos modos. Conviénete, pues, traer a la memoria las cosas muy graves de
otros, para que fácilmente sufras tus pequeños trabajos. Y si no te parecen pequeños, mira no lo cause tu impaciencia. Pero sean grandes o pequeños, procura llevarlos todos con
paciencia. 2. Cuánto más te dispones para padecer, tanto más cuerdamente
obras, y más mereces, y lo llevarás también más ligeramente si preparas con
diligencia tu ánimo, y lo acostumbras a esto. No digas: No puedo sufrir esto de aquel hombre, ni debo aguantar
semejantes cosas; porque me injurió gravemente, y me levanta cosas que nunca
pensé; mas de otro sufriré de grado, y según me pareciere se debe sufrir. Indiscreto es tal pensamiento, que no considera la virtud de la
paciencia, ni mira quién la ha de galardonar; antes se ocupa en hacer caso de
las personas, y de las injurias que le hacen. 3. No es verdadero paciente el que no quiere padecer sino lo que
le acomoda, y de quien le parece. El verdadero paciente no mira quién le ofende, si es superior,
igual o inferior; si es hombre bueno y santo, o perverso e indigno. Sino que cualquier adversidad que le venga de cualquiera criatura
indiferentemente, y en cualquier tiempo, la recibe de buena gana, como de la
mano de Dios, y la estima por mucha ganancia. Porque nada de cuanto se padece por Dios, por poco que sea, puede
pasar sin mérito ante su divino acatamiento. 4. Está, pues, preparado para la batalla, si quieres conseguir la
victoria. Sin pelear no puedes alcanzar la corona de la paciencia. Sino quieres padecer, rehúsa ser coronado; pero si deseas ser
coronado, pelea varonilmente, sufre con paciencia. Sin trabajo no se llega al descanso, ni sin pelear se consigue la
victoria. El Alma: 5. Hazme, Señor, posible por la gracia, lo que me parece
imposible por mi naturaleza. Tú sabes cuán poco puedo yo padecer, y que presto desfallezco a la
más leve adversidad. Séame por tu nombre amable y deseable cualquier ejercicio de
paciencia; porque el padecer y ser atormentado por Ti, es de gran salud para mi
alma. CAPITULO XX
De la confesión de la propia flaqueza y de las miserias de esta
vida.
El Alma: 1. Confesaré, Señor, contra mí mismo mi iniquidad; te
confesaré mi flaqueza. Muchas veces es una cosa bien pequeña la que me abate y
entristece. Propongo pelear varonilmente; mas en viniendo una pequeña
tentación me lleno de angustia. Algunas veces de la cosa más despreciable me viene una grave
tentación. Y cuando me creo algún tanto seguro, cuando no lo advierto, me
hallo a veces casi vencido y derribado de un ligero soplo. 2. Mira, pues, Señor, mi bajeza y fragilidad, que te es bien
conocida. Compadécete, y sácame del lodo, porque no sea atollado, y quede
desamparado del todo. Esto es lo que continuamente me acobarda y confunde delante de Ti;
ver que tan deleznable y flaco soy para resistir a las pasiones. Y aunque no me induzcan enteramente al consentimiento, sin embargo
me es molesto y pesado el domarlas, y muy tedioso el vivir así siempre en
combate. En esto conozco yo mi flaqueza, en que las abominaciones imaginaciones
más fácilmente vienen sobre mí que se van. 3. ¡Ojalá, fortísimo Dios de Israel, celador de las almas fieles,
mires el trabajo y dolor de tu siervo, y le asistas en todo lo que emprendiere! Fortifícame con fortaleza especial, de modo que ni el hombre
viejo, ni la carne miserable, aún no bien sujeta al espíritu, pueda señorearme:
contra la cual conviene pelear en tanto que vivimos en este miserabilísimo
mundo. ¡Ay! ¡Cuál es esta vida, donde no faltan tribulaciones y miserias,
donde todas las cosas están llenas de lazos y enemigos! Porque en faltando una tribulación o tentación viene otra; y aun
antes que se acabe el combate de la primera, sobrevienen otras muchas no
esperadas. 4. Y ¿cómo se puede amar una vida llena de tantas amarguras,
sujeta a tantas calamidades y miserias? Y ¿cómo se puede llamar vida la que engendra tantas muertes y
pestes? Con todo esto se ama, y muchos la quieren para deleitarse en ella. Muchas veces nos quejamos de que el mundo es engañoso y vano; mas
no por eso le dejamos fácilmente; porque los apetitos sensuales nos señorean
demasiado. Unas cosas nos incitan a amar al mundo, y otras a despreciarlo. Nos incitan a amarlo la sensualidad, la codicia y la soberbia de
la vida; pero las penas y miserias que les siguen, causan tedio y aversión al
mundo. 5. Pero ¡oh dolor! que vence el deleite al alma que está entregada
al mundo, y tiene por gusto estar envuelta en espinas; porque ni vio ni gustó
la suavidad de Dios, ni el interior gozo de la virtud. Mas los que perfectamente desprecian al mundo y trabajan en vivir
para Dios en santa vigilancia, saben que está prometida la divina dulzura a
quien de veras se renunciare a sí mismo, y ven más claro cuán gravemente yerra
el mundo, y de muchas maneras se engaña. CAPITULO XXI
Sólo se ha de descansar en Dios sobre todas las cosas.
El Alma: 1. Alma mía, descansa sobre todas y en todas las cosas
siempre en Dios, que es el eterno descanso de los Santos. Concédeme Tú, dulcísimo y amantísimo Jesús, que descanse en Ti
sobre todas las cosas criadas; sobre toda salud y hermosura; sobre toda gloria
y honra; sobre todo poder y dignidad; sobre toda la ciencia y sutileza; sobre
todas las riquezas y artes; sobre toda alegría y gozo; sobre toda la fama y
alabanza; sobre toda suavidad y consolación; sobre toda esperanza y promesa;
sobre todo merecimiento y deseo; sobre todos los dones y regalos que puedes dar
y enviar; sobre todo gozo y dulzura que el alma puede recibir y sentir; y en
fin, sobre todos los ángeles y arcángeles, sobre todo ejercito celestial; sobre
todo lo visible e invisible; y sobre todo lo que no es lo que eres Tú, Dios
mío. 2. Porque Tú, Señor, Dios mío, eres bueno sobre todo; Tú solo
potentísimo; Tú solo suficientísimo y llenísimo; Tú solo suavísimo y
agradabilísimo. Tú solo hermosísimo y amantísimo; Tú solo nobilísimo y
gloriosísimo sobre todas las cosas, en quien están, estuvieron y estarán todos
los bienes junta y perfectamente. Por eso es poco e insuficiente cualquier cosa que me das o
prometes, o me descubres de Ti mismo, no viéndote ni poseyéndote cumplidamente. Porque no puede mi corazón descansar del todo y contentarse
verdaderamente, si no descansa en Ti trascendiendo todos los dones y todo lo
criado. 3. ¡Oh esposo mío amantísimo Jesucristo, amador purísimo, Señor de
todas las criaturas! ¿Quién me dará alas de verdadera libertad para volar y
descansar en Ti? ¡Oh! ¿Cuando me será concedido ocuparme en Ti cumplidamente, y ver
cuán suave eres, Señor Dios mío? ¿Cuándo me recogeré del todo en Ti, que ni me sienta a mí por tu
amor, sino a Ti solo sobre todo sentido y modo, y de un modo manifiesto a
todos? Pero ahora muchas veces gimo y llevo mi infelicidad con dolor. Porque en este valle de miserias acaecen muchos males que me
turban a menudo, me entristecen y anublan; muchas veces me impiden y distraen,
halagan y embarazan para que no tenga libre entrada a Ti y no goce de tus
suaves abrazos, los cuales sin impedimento gozan los espíritus bienaventurados. Muévate mis suspiros, y la grande desolación que hay en la tierra. 4. ¡Oh Jesús, resplandor de la eterna gloria, consolación del alma
que anda peregrinando! Delante de Ti está mi boca muda, y mi silencio te habla. ¿Hasta cuándo tarda en venir mi Señor? Venga a mí, pobrecito tuyo, lléneme de alegría. Extienda su mano,
y libre a este miserable de toda angustia. Ven, ven; pues sin Ti ningún día ni hora será alegre; porque Tú
eres mi gozo, y sin Ti está vacía mi mesa. Miserable soy, y como encarcelado y preso con grillos, hasta que
Tú me recrees con la luz de tu presencia, y me pongas en libertad, y muestres
tu amigable rostro. 5. Busquen otros lo que quisieren en lugar de Ti, que a mí ninguna
otra cosa me agrada, ni agradará, sino Tú, Dios mío, esperanza mía, salud
eterna. No callaré, ni cesaré de clamar hasta que tu gracia vuelva y me
hables interiormente. Jesucristo: 6. Aquí estoy, a ti he venido, pues me llamaste. Tus
lágrimas, y el deseo de tu alma, y tu humildad, y la contrición de tu corazón
me han inclinado y traído a ti. El Alma: 7. Y dije: Señor, yo te llamé, y deseé gozar de Ti,
dispuesto a menospreciarlo todo por Ti. Pero Tú primero me despertaste para que te buscase. Seas, pues, bendito, Señor, que hiciste con tu siervo este
beneficio, según la muchedumbre de tu misericordia. ¿Qué tiene más que decir tu siervo delante de Ti, sino humillarse
mucho en tu acatamiento, acordándose siempre de su propia maldad y vileza? Porque no hay semejante a Ti en todas las maravillas del cielo y
de la tierra. Tus obras son perfectísimas, tus juicios verdaderos, y por tu
providencia se rige el universo. Por eso alabanza y gloria a Ti, ¡oh sabiduría del Padre! Alábete y
bendígate mi boca, mi alma, y juntamente todo lo creado. Capítulo XXII
De la memoria de los innumerables beneficios de Dios.
El Alma: 1. Abre, Señor, mi corazón a tu ley, y enséñame a andar
en tus mandamientos. Concédeme que conozca tu voluntad, y con gran reverencia y
diligente consideración tenga en la memoria tus beneficios, así generales como
especiales, para que pueda de aquí adelante darte dignamente las gracias. Mas yo sé y confieso que no puedo darte las debidas alabanzas y
gracias por el más pequeño de tus beneficios. Yo soy menor que todos los bienes que me has hecho; y cuando miro
tu generosidad, desfallece mi espíritu a vista de tu grandeza. 2. Todo lo que tenemos en el alma y en el cuerpo, y cuantas cosas
poseemos en lo interior o en el exterior, natural o sobrenaturalmente, son
beneficios tuyos, y te engrandecen, como bienhechor, piadoso y bueno, de quien
recibimos todos los bienes. Y aunque uno reciba más y otro menos, todo es tuyo, y sin Ti no se
puede alcanzar la menor cosa. El que más recibió, no puede gloriarse de su merecimiento, ni
estimarse sobre los demás, ni desdeñar al menor; porque aquel es mayor y mejor
que menos se atribuye a sí, y es más humilde, devoto y agradecido. Y el que se tiene por más vil que todos, y se juzga por más
indigno, está más dispuesto para recibir mayores dones. 3. Mas el que recibió menos, no se debe entristecer, indignarse,
ni envidiar al que tiene más; antes debe reverenciarte, y engrandecer
sobremanera tu bondad, que tan copiosa, gratuita y liberalmente reparte tus
beneficios, sin acepción de personas. Todo procede de Ti, y por lo mismo en todo debes ser alabado. Tú sabes lo que conviene darse a cada uno. Y por que tiene uno
menos y otro más, no nos toca a nosotros discernirlo, sino a Ti, que sabes
determinadamente los merecimientos de cada uno. 4. Por eso, Señor Dios, tengo también por grande beneficio no
tener muchas cosas de las cuales me alaben y honren los hombres; de modo que
cualquiera que considere la pobreza y vileza de su persona, no sólo no recibirá
pesadumbre, ni tristeza, ni abatimiento, sino más bien consuelo y grande
alegría. Porque Tú, Dios, escogiste para familiares domésticos tuyos a los
pobres, bajos y despreciados de este mundo. Testigos son tus mismos apóstoles, a quienes constituiste
príncipes sobre toda la tierra. Mas conversaron en el mundo sin queja y fueron tan humildes y
sencillos; viviendo sin malicia ni fraude, que se alegraban de padecer injurias
por tu nombre, y abrazaban con grande afecto lo que el mundo aborrece. 5. Por eso ninguna cosa debe alegrar tanto al que te ama y reconoce
tus beneficios, como tu voluntad para con él, y el beneplácito de tu eterna
disposición. Lo cual le ha de consolar de manera que quiera tan voluntariamente
ser el menor de todos como desearía otro el ser mayor. Y así tan pacífico y contento debe estar en el último lugar como
en el primero; y tan de buena gana sufrir verse despreciado y desechado, y no
tener nombre y fama, como si fuese el más honrado y mayor del mundo. Porque tu voluntad y el amor de tu honra ha de ser sobre todas las
cosas; y más se debe consolar y contentar una persona con esto, que con todos
los beneficios recibidos, o que puede recibir. Capítulo XXIII
Cuatro cosas que causan paz.
Jesucristo: 1. Hijo, ahora te enseñaré el camino de la paz y de la
verdadera libertad. El Alma: 2. Haz, Señor, lo que dices, que me alegra mucho de
oírlo. Jesucristo: 3. Procura, hijo, hacer antes la voluntad de otro que
la tuya. Escoge siempre tener menos que más. Busca siempre el lugar más bajo, y está sujeto a todos. Desea siempre, y ruega que se cumpla en ti enteramente la divina
voluntad. Así entrarás en los términos de la paz y descanso. El Alma: 4. Señor, este tu breve sermón mucha perfección contiene
en sí. Corto es en palabras, pero lleno de sentido y de copioso fruto. Que si lo pudiese yo fielmente guardar, no había entrar en mí la
turbación tan fácilmente. Porque cuantas veces me siento inquieto y agravado, hallo haberme
apartado de esta doctrina. Mas Tú que todo lo puedes, y buscas siempre el provecho del alma,
dame gracia más abundante para que pueda cumplir tu doctrina, y hacer lo que
importa para mi salvación. Oración contra los malos pensamientos. 5. Señor, Dios mío, no te alejes de mí: Dios mío, cuida de
ayudarme, pues se han levantado contra mí varios pensamientos y grandes temores
que afligen mi alma. ¿Cómo saldré sin daño? ¿Cómo los desecharé? 6. Yo, dices, iré delante de ti, y humillaré los soberbios de la
tierra. Abriré las puertas de la cárcel, y te revelaré los secretos de las
cosas escondidas. 7. Haz, Señor, como lo dices, y huyan de tu presencia todos los
malos pensamientos. Esta es mi esperanza y única consolación, acudir a Ti en toda
tribulación, confiar en Ti, invocarte de veras, y esperar constantemente que me
consueles. Oración pidiendo la luz del entendimiento. 8. Alúmbrame, buen Jesús, con la claridad de tu lumbre interior, y
quita de la morada de mi corazón toda tiniebla. Refrena mis muchas distracciones, y quebranta las tentaciones que
me hacen violencia. Pelea fuertemente por mí, y ahuyenta las malas bestias que son los
apetitos halagüeños, para que venga la paz con tu virtud, y resuene la
abundancia de tu alabanza en el santo palacio; esto es, en la conciencia
limpia. Manda a los vientos y tempestades. Di al mar: sosiégate; y al
cierzo: No soples; y habrá gran bonanza. 9. Envía tu luz y tu verdad para que resplandezcan sobre la
tierra, porque soy tierra vana y vacía hasta que Tú me alumbres. Derrama de lo alto tu gracia; riega mi corazón con el rocío
celestial; concédeme las aguas de la devoción para sazonar la superficie de la tierra;
porque produzca fruto bueno y perfecto. Levanta el ánimo oprimido por el peso de los pecados, y emplea
todo mi deseo en las cosas del cielo: porque después de gustada suavidad de la
felicidad celestial, me sea enfadoso pensar en lo terrestre. 10. Apártame y líbrame de la transitoria consolación de las
criaturas; porque ninguna cosa criada basta para aquietar y consolar
cumplidamente mi apetito. Uneme a Ti con el vínculo inseparable del amor; porque Tú solo
bastas al que te ama, y sin Ti todas las cosas son despreciables. Capítulo XXIV
Cómo se ha de evitar la curiosidad de saber las vidas ajenas.
Jesucristo: 1. Hijo, no quieras ser curioso, ni tener cuidados
impertinentes. ¿Qué te va a ti de esto o de lo otro? Sígueme tú. ¿Qué te importa que aquel sea tal o cual; o que este viva o hable
de este o del otro modo? No necesitas tú responder por otros, sino dar razón de ti mismo.
¿Pues por qué te ocupas en eso? Mira que yo conozco a todos; veo cuanto pasa debajo del sol, y sé
de que manera está cada uno, qué piensa, que quiere, y a qué fin dirige su
intención. Por eso se deben encomendar a Mí todas las cosas; pero tú
consérvate en santa paz, y deja al bullicioso hacer cuanto quisiere. Sobre él vendrá lo que hiciere, porque no puede engañarme. 2. No tengas cuidado de la autoridad y gran nombre, ni de la
familiaridad de muchos, ni del amor particular de los hombres. Porque esto causa distracciones y grandes tinieblas en el corazón. De buena gana te hablaría mi palabra, y te revelaría mis secretos,
si tú esperases con diligencia mi venida, y me abrieses la puerta del corazón. Está apercibido, y vela en oración, y humíllate en todo. Capítulo XXV
En qué consiste la paz firme del corazón, y el verdadero
aprovechamiento.
Jesucristo: 1. Hijo, yo dije: La paz os dejo, mi paz os doy; y no
la doy como la del mundo. Todos desean la paz; mas no tienen todos cuidado de las cosas que
pertenecen a la verdadera paz. Mi paz está con los humildes y mansos de corazón. Tu paz la
hallarás en la mucha paciencia. Si me oyeres y siguieres mi voz, podrás gozar de mucha paz. El Alma: 2. ¿Pues qué haré? Jesucristo: 3. Mira en todas las cosas lo que haces y lo que
dices, y dirige toda tu intención al fin de agradarme a Mí solo, y no desear ni
buscar nada fuera de Mí. Ni juzgues temerariamente de los hechos o dichos ajenos, ni te
entremetas en lo que no te han encomendado: con esto podrá ser poco o tarde te
turbes. Porque el no sentir alguna tribulación, ni sufrir alguna fatiga en
el corazón o en el cuerpo, no es de este siglo, sino propio del eterno
descanso. No juzgues, pues, haber hallado la verdadera paz, porque no
sientas alguna pesadumbre; ni que ya es todo bueno, porque no tengas ningún
adversario; ni que está la perfección en que todo te suceda según tú quieres. Ni entonces te reputes por grande o digno especialmente de amor,
porque tengas gran devoción y dulzura; porque en estas cosas no se conoce el
verdadero amador de la virtud, ni consiste en ellas el provecho y perfección
del hombre. El Alma: 4. ¿Pues en qué consiste, Señor? Jesucristo: 5. En ofrecerte de todo tu corazón a la divina
voluntad, no buscando tu interés en lo poco, ni en lo mucho, ni en lo temporal,
ni en lo eterno. De manera que con rostro igual, des gracias a Dios en las cosas
prósperas y adversas, pensándolo todo con un mismo peso. Si fueres tan fuerte y firme en la esperanza que, quitándote la
consolación interior, aún esté dispuesto tu corazón para padecer mayores penas,
y no te justificares, diciendo que no debieras padecer tales ni tantas cosas,
sino que me tuvieres por justo y alabares por santo en todo lo que Yo ordenare,
cree entonces que andas en el recto camino de la paz, y podrás tener esperanza
cierta de ver nuevamente mi rostro con júbilo. Y si llegares al perfecto menosprecio de ti mismo, sábete que
entonces gozaras de abundancia de paz, cuanto cabe en este destierro. Capítulo XXVI
De la elevación del espíritu libre, la cual se alcanza mejor con
la oración humilde que con la lectura.
El Alma: 1. Señor, obra es de varón perfecto no entibiar nunca el
ánimo en la consideración de las cosas celestiales, y entre muchos cuidados
pasar casi sin cuidado, no a la manera de un estúpido, sino con la prerrogativa
de un alma libre, que no pone desordenado afecto en criatura alguna. 2. Ruégote piadosísimo Dios mío, que me apartes de los cuidados de
esta vida, para que no me embarace demasiado en ellos; para que no me deje
llevar del deleite ni de las muchas necesidades del cuerpo; para que no pierda
el fruto con los muchos obstáculos y molestias del alma. No hablo de las cosas que la vanidad mundana desea con tanto
afecto; sino de aquellas miserias que penosamente agravan y detienen el alma de
tu siervo, con la común maldición de los mortales; para que no pueda alcanzar
la libertad del espíritu cuantas veces quisiere. 3. ¡Oh, Dios mío, dulzura inefable! Conviérteme en amargura todo
consuelo carnal, que me aparta del amor de los eternos, lisonjeándome
torpemente con la vista de bienes temporales que deleitan. No me venza, Dios mío, no me venza la carne y la sangre; no me
engañe el mundo y su breve gloria; no me derribe el demonio y su astucia. Dame fortaleza para resistir, paciencia para sufrir, constancia
para perseverar. Dame en lugar de todas las consolaciones del mundo la suavísima
unción de tu espíritu; y en lugar del amor carnal infúndeme el amor de tu
nombre. 4. Porque muy embarazosas son para el espíritu fervoroso la
comida, la bebida, el vestido, y todas las demás cosas necesarias para
sustentar el cuerpo. Concédeme usar de todo lo necesario templadamente, y que no me ocupe
en ello con sobrado afecto. No es lícito dejarlo todo, porque se ha de sustentar la
naturaleza; pero la ley santa prohíbe buscar lo superfluo y lo que más deleita;
porque de otro modo la carne se rebelará contra el espíritu. Ruégote, Señor, que me rija y enseñe tu mano en estas cosas para
que en nada me exceda. Capítulo XXVII
El amor propio nos desvía mucho del bien eterno.
Jesucristo: 1. Hijo, conviene que lo des todo por el todo; y no
ser nada de ti mismo. Sabe que amor propio te daña más que ninguna cosa del mundo. Según fuere el amor y afición que tienes a las cosas, estarás más
o menos ligado a ellas. Si tu amor fuere puro, sencillo y bien ordenado, no serás esclavo
de ninguna. No codicies lo que no te conviene tener. No quieras tener cosa que te pueda impedir y quitar la libertad
interior. Es de admirar que no te entregues a Mí de lo íntimo del corazón,
con todo lo que puedes tener o desear. 2. ¿Por qué te consumes con vana tristeza? ¿Por qué te fatigas con
superfluos cuidados? Está a mi voluntad, y no sentirás daño alguno. Si buscas esto o aquello, y quisieres estar aquí o allí por tu
provecho, y propia voluntad, nunca tendrás quietud, ni estarás libre de
cuidados; porque en todas hay alguna falta, y en cada lugar habrá quien te
ofenda. 3. Y así, no cualquier cosa alcanzada o multiplicada exteriormente
aprovecha; sino más bien la despreciada y desarraigada del corazón. No entiendas eso solamente de las posesiones y de las riquezas;
sino también de la ambición de la honra, y deseo de vanas alabanzas, todo lo
cual pasa con el mundo. Importa poco el lugar, si falta el fervor del espíritu; ni durará
mucho la paz buscada por de fuera, si falta el verdadero fundamento de la
disposición del corazón; quiero decir, si no estuvieses en Mí, puedes mudarte,
pero no mejorarte. Porque en llegando y agradando la ocasión, hallarás lo mismo que
huías, y más. Oración para pedir la limpieza de corazón, y la Sabiduría
celestial. El Alma: 4. Confírmame, Señor, en la gracia del Espíritu Santo. Dame esfuerzo para fortalecerme en mi interior, y desocupar mi
corazón de toda inútil solicitud y congoja, y para que no me lleven tras sí,
tan varios deseos por cualquier cosa vil o preciosa; sino que las mire todas
como pasajeras, y a mí mismo como que he de pasar con ellas. Porque nada hay permanente debajo del sol, adonde todo es vanidad
y aflicción de espíritu. ¡Oh! ¡Cuán sabio es el que así piensa! 5. Dame, Señor, sabiduría celestial, para que aprenda a buscarte y
hallarte sobre todas las cosas, gustarte y amarte sobre todas y entender lo
demás como es, según el orden de tu sabiduría. Dame prudencia para desviarme del lisonjero, y sufrir con
paciencia el adversario. Porque esta es muy gran sabiduría, no moverse a todo viento de
palabras, ni tampoco dar oídos a la engañosa sirena, pues así se anda con
seguridad el camino del cielo. Capítulo XXVIII
Contra las lenguas maldicientes.
Jesucristo: 1. Hijo, no te enojes si algunos tuvieren mala opinión
de ti, y dijeren lo que no quisieras oír. Tú debes sentir de ti peores cosas, y tenerte por el más flaco de
todos. Si andas dentro de ti, no apreciarás mucho las palabras que
vuelan. No es poca prudencia callar en el tiempo adverso, y volverse a mi
corazón, sin turbarse por los juicios humanos. 2. No esté tu paz en la boca de los hombres; pues si pensaren de
ti bien o mal, no serás por eso hombre diferente. ¿Dónde está la verdadera paz y la verdadera gloria sino en Mí? Y el que no desea contentar a los hombres, ni teme desagradarlos,
gozará de mucha paz. Del desordenado amor y vano temor, nace todo desasosiego del
corazón, y la distracción de los sentidos. Capítulo XXIX
Cómo debemos llamar a Dios y bendecirle en el tiempo de la
tribulación.
El Alma: 1. Sea tu nombre, Señor, para siempre bendito, que
quisiste que viniese sobre mí esta tentación y tribulación. Yo no puedo huirla; sino que necesito acudir a Ti, para que me
ayudes, y me la conviertas en provecho. Señor; ahora estoy atribulado, y no le va bien a mi corazón; sino
que me atormenta mucho esta pasión. Y ¿qué diré ahora, Padre amado? Rodeado estoy de angustias.
Sálvame en esta hora. Mas he llegado a este trance, para que seas Tú glorificado cuando
yo estuviere muy humillado y fuere librado por Ti. Dígnate, Señor, librarme; porque yo, pobre, ¿qué puedo hacer, y
adónde iré sin Ti? Dame paciencia, Señor, también en este trance. Ayúdame, Dios mío, y no temeré por más atribulado que me halle. 2. Y entre estas congojas, ¿qué diré ahora? Hágase, Señor, tu voluntad. Bien he merecido yo ser atribulado y
angustiado. Aún me conviene sufrir; y ¡ojalá sea con paciencia, hasta que pase
la tempestad y haya bonanza! Pues poderosa es tu mano omnipotente para quitar de mí esta
tentación, y amansar su furor, porque del todo no caiga; así como antes lo has
hecho muchas veces, Dios mío, misericordia mía. Y cuanto para mí es más difícil, tanto es para Ti fácil esta
mudanza de la diestra del Altísimo. Capítulo XXX
Cómo se ha de pedir el favor divino, y de la confianza de recobrar
la gracia.
Jesucristo: 1. Hijo, yo soy el Señor, que conforta en el día de la
tribulación. Ven a Mí, cuando no te hallares bien. Lo que más impide la consolación celestial, es que muy tarde
vuelves a la oración. Porque antes de orar con atención, buscas muchas consolaciones, y
te recreas en lo exterior. De aquí viene que todo te aprovecha poco, hasta que conozcas que
yo soy el que libro a los que esperan en Mí; y fuera de Mí no hay auxilio
eficaz, consejo provechoso, ni remedio durable. Mas recobrado el aliento después de la tempestad, esfuérzate a la
luz de mis misericordias; porque cerca estoy (dice el Señor) para reparar todo
lo perdido, no sólo cumplida, sino abundante y colmadamente. 2. ¿Por ventura hay cosa difícil para Mí? ¿O seré yo como el que
dice y no hace? ¿Dónde está tu fe? Ten firmeza y perseverancia. Sé varón fuerte y magnánimo, y a su tiempo te llegará el consuelo. Espérame, espera; Yo vendré y te curaré. Tentación es la que te atormenta, y vano temor el que te espanta. ¿Qué aprovecha el cuidado de lo que está por venir, sino para
tener tristeza sobre tristeza? Bástale a cada día su molestia. Vana cosa es y sin provecho entristecerse o alegrarse de lo
venidero, que quizás nunca acaecerá. 3. Pero es propio de la humana flaqueza engañarse con tales
imaginaciones; y también es señal de poco ánimo dejarse burlar tan ligeramente
del enemigo. Pues el que no cuida que sea verdadero o falso aquello con que nos
burla o engaña; o si derribará con el amor de lo presente, o con el temor de lo
futuro. No se turbe, pues, ni tema tu corazón. Cree en Mí, y ten confianza en mi misericordia. Cuando piensas que estás lejos de Mí, estoy más cerca de ti
regularmente. Cuando piensas que está todo casi perdido, entonces muchas veces
está cerca la ganancia del merecer. No está todo perdido cuando alguna cosa te sucede contraria. No debes juzgar como sientes ahora, ni embarazarte ni acongojarte
con cualquier contrariedad que te venga, como si no hubiese esperanza de
remedio. 4. No te tengas por desamparado del todo, aunque te envíe a
tiempos alguna tribulación, o te prive del consuelo deseado; porque de este
modo se llega al reino de los cielos. Y sin duda te conviene más a ti, y a los demás siervos míos, ser
ejercitados en adversidades, que si todo os sucediese a vuestro gusto. Yo penetro los secretos; y sé que te conviene mucho para tu bien,
que algunas veces te deje desconsolado; para que no te ensoberbezcas en los
sucesos prósperos, ni quieras complacerte en ti mismo por lo que no eres. Lo que yo te di, te lo puedo quitar, y volvértelo cuando me
agradare. 5. Cuando te lo diere, mío es: cuando te lo quitare, no tomo cosa
tuya, pues mía es cualquier dádiva buena y todo don perfecto. Si te enviare pesadumbre, o alguna contrariedad, no te indignes,
ni desfallezca tu corazón. Presto puedo levantarte, y mudar toda pena en gozo. Justo soy, y digno de ser alabado, cuando así me porto contigo. 6. Si bien lo entiendes y lo miras a la luz de la verdad, nunca te
debes entristecer, ni descaecer tanto por las adversidades; sino antes holgarte
más y darme gracias. Y tener por único gozo el ver que afligiéndote con dolores, no te
contemplo. Así como me amó el Padre, Yo os amo, dije a mis amados discípulos,
los cuales no envié a gozos temporales, sino a grandes peleas; no a honras,
sino a desprecios; no a ocio, sino a trabajos; no al descanso, sino a recoger
grandes frutos de paciencia. Acuérdate, hijo mío, de estas palabras. Capítulo XXXI
Del desprecio de todas las criaturas para hallar al Criador.
El Alma: 1. Señor, necesaria me es aún mayor gracia, si tengo de
llegar adonde nadie ni criatura alguna me puedan embarazar. Porque mientras que alguna cosa me detiene, no puedo volar a Ti
libremente. Deseaba volar libremente el que decía: ¿Quién me dará alas como de
paloma, y volaré y descansaré? ¿Qué cosa hay más quieta que la pura intención? Y ¿quién más libre
que el que nada desea en la tierra? Por eso conviene levantarse sobre todo lo criado, y olvidarse
totalmente de sí mismo, elevándose, y quedando suspenso para ver que Tú,
Criador de todo, no tienes semejanza con las criaturas. Y el que no se desocupare de lo criado, no podrá libremente
entender en lo divino. Por esto, pues, se hallan pocos contemplativos, porque son raros
los que saben desasirse del todo de las criaturas y de lo perecedero. 2. Para eso es menester gran gracia, que levante el alma y la suba
sobre sí misma. Peso si no eleva al hombre levantado en espíritu y libre de todo
lo criado, y todo unido a Dios, de poca estima es cuanto sabe y cuanto tiene. Mucho tiempo será niño y mundano el que estima alguna cosa por
grande, sino solo el único, inmenso y eterno bien. Y lo que Dios no es, nada es, y por nada se debe contar. Hay gran diferencia entre la sabiduría del varón iluminado y
devoto, y la ciencia del letrado y del estudioso clérigo. Mucho más noble es la doctrina que emana de la influencia divina,
que la que se alcanza con el trabajo por el ingenio humano. 3. Se hallan muchos que desean la contemplación: pero no procuran
ejercitar las cosas que para ella se requieren. Es grande impedimento fijarse en las cosas exteriores y sensibles,
y descuidar la verdadera mortificación. No sé que es, ni qué espíritu nos lleva, ni qué esperamos los que
parece somos llamados espirituales, cuando tanto trabajo y solicitud ponemos en
las cosas transitorias y viles, y con dificultad y muy tarde nos recogemos del
todo a considerar nuestro interior. 4. ¡Oh dolor! Que al momento que nos hemos recogido un poco, nos
distraemos y no escudriñamos nuestras obras con riguroso examen. Nos miramos dónde tenemos nuestras aflicciones, ni lloramos cuán
manchadas están todas nuestras cosas. Toda carne había corrompido su camino, y por eso se siguió el gran
diluvio. Porque nuestro afecto interior estando corrompido, es necesario
que la obra que de él dimana (señal de la privación de la virtud interior)
también se corrompa. Del corazón puro procede el fruto de la buena vida. 5. Se examina cuanto hace alguno; pero no indagamos de cuánta
virtud proceden sus acciones. Se averigua si alguno es valiente, rico, hermoso, hábil o buen
escritor, buen cantor, buen artista; pero poco se habla de cuán pobre sea de
espíritu, cuán paciente y manso, cuán devoto y recogido. La naturaleza mira las cosas exteriores del hombre; mas la gracia
se ocupa en las interiores. Aquella muchas veces se engaña, y ésta espera en
Dios para no engañarse. Capítulo XXXII
De la abnegación de sí mismo, y abdicación de todo apetito.
Jesucristo: 1. Hijo, no puedes poseer libertad perfecta, si no te
niegas del todo a ti mismo. En prisiones están todos los ricos y amadores de sí mismos, los
codiciosos, ociosos y vagabundos, y los que buscan siempre las cosas de gusto,
y no las de Jesucristo: sino que antes componen e inventan muchas veces lo que
no ha de durar. Porque todo lo que no procede de Dios perecerá. Imprime en tu alma esta breve y perfectísima máxima: Déjalo todo,
y lo hallarás todo; deja tu apetito, y hallarás sosiego. Reflexiones bien esto; y cuando cumplieres, lo entenderás todo. El Alma: 2. Señor, no es esta obra de un día, ni juego de niños;
antes en tan breve sentencia se encierra toda la perfección religiosa. Jesucristo: 3. Hijo, no debes volver atrás, ni decaer presto en
oyendo el camino de los perfectos; antes debes esforzarte para cosas más altas,
o a lo menos aspirar a ellas con deseo. ¡Ojalá hubieses llegado a tanto que no fueses amador de ti mismo,
y estuvieses dispuesto puramente a mi voluntad y a la del superior que te he
dado! Entonces me agradarías sobremanera, y toda tu vida correría gozosa y
pacífica. Aún tienes mucho que dejar, que si no lo renuncias enteramente, no
alcanzarás lo que pides. Para que seas rico, te aconsejo que compres de Mí oro acendrado,
esto es, la sabiduría celestial que desprecia complacencia. 4. Yo te dije que las cosas más viles al parecer humano, se deben
comprar con las preciosas y altas. Porque muy vil y pequeña parece la verdadera sabiduría celestial,
puesta casi en olvido entre los hombres. Ella no sabe grandezas de sí, ni
quiere ser engrandecida en la tierra. Está en la boca de muchos, pero muy lejos
de sus obras, siendo ella una perla preciosísima, escondida para los más. Capítulo XXXIII
De la inconstancia del corazón, y que la intención final se ha de
dirigir a Dios.
Jesucristo: 1. Hijo, no creas a tu deseo; pues el que ahora es,
presto se te mudará en otro. Mientras vivieres, estás sujeto a mudanzas, aunque no quieras,
porque ya te hallará alegre, ya triste, ya sosegado, ya turbado, ya devoto, ya
indevoto, ya diligente, ya perezoso; ahora pesado, ahora liviano. Mas el sabio bien instruido en el espíritu, es superior a estas
mudanzas: no mirando lo que experimenta dentro de sí, ni de que parte sopla el
viento de la instabilidad; sino a dirigir toda la intención de su espíritu al
debido y deseado fin. Porque así podrá permanecer siempre el mismo e ileso en tan varios
casos, dirigiendo a Mí sin cesar la mira de su sencilla intención. 2. Y cuanto más pura fuere, tanto estará más constante entre las
diversas tempestades. Pero en muchas cosas se obscurecen los ojos de la pura intención,
porque se mira fácilmente a lo que se presenta como deleitable. Así es, que rara vez se halla quien esté enteramente libre de
lunar de su propio interés. De este modo, los judíos en otro tiempo vinieron a casa de Marta y
María Magdalena en Betania, no sólo por Jesús, si también para ver a Lázaro. Débense, pues, limpiar los ojos de la intención, para que sea
sencilla y recta, y se enderece a Mí sin detenerse en los medios. Capítulo XXXIV
Que Dios es para quien lo ama, más delicioso que todo, y en todo.
El Alma: 1. ¡Oh mi Dios y mi todo! ¿Qué más quiero yo y qué mayor
dicha puedo apetecer? ¡Oh sabrosa y dulce palabra! Pero para quien ama a Dios,
y no al mundo ni a lo que en él está. Mi Dios y mi todo. Al que entiende, basta lo dicho: y repetirlo
muchas veces, es deleitable al que ama. Porque estando Tú presente, todo es agradable; mas estando
ausente, todo fastidioso. Tú haces el corazón tranquilo y das gran paz y alegría festiva. Tú haces sentir bien de todo y que te alaben todas las cosas. No
puede cosa alguna deleitar mucho tiempo sin Ti; pero si ha de agradar y
gustarse de veras, conviene que tu gracia la presencie y tu sabiduría la
sazone. 2. A quien Tú eres sabroso, ¿qué no le sabrá bien? Y a quien de Ti no gusta, ¿qué le podrá agradar? Mas los sabios del mundo, y los que lo son según la carne, no
tienen idea de tu sabiduría; en aquéllos se encuentra mucha vanidad, y en éstos
la muerte. Pero los que te siguen, despreciando al mundo y mortificando su
carne, estos son verdaderos sabios, porque pasan de la vanidad a la verdad, y
de la carne al espíritu. A estos es Dios sabroso, y cuanto bien hallan en las criaturas,
todo lo refieren a gloria de su Criador. Pero diferente y muy diferente es el sabor del Criador y de la
criatura, de la eternidad y del tiempo, de la luz increada y de la luz creada. 3. ¡Oh luz perpetua, que estás sobre toda luz creada! Envía desde
lo alto tal resplandor, que penetre todo lo secreto de mi corazón. Purifica, alegra, clarifica y vivifica mi espíritu y sus
potencias, para que se una contigo con exceso de júbilo. ¡Oh, cuándo vendrá esta dichosa y deseada hora, para que Tú me
hartes con tu presencia y me seas todo en todas las cosas! Entretanto que esto no se me concediere no tendré gozo cumplido. Mas ¡ay dolor! que vive aún el hombre viejo en mí; no está del
todo crucificado, ni perfectamente muerto. Aún codicia vivamente contra el espíritu; mueve guerras interiores
y no consiente que esté quieto el dominio del alma. 4. Mas Tú, que señoreas el poderío del mar y amansas el movimiento
de sus ondas, levántate y ayúdame. Destruye las gentes que buscan guerras; quebrántalas con tu
virtud. Ruégote que muestres tus maravillas, y que sea glorificada tu
diestra, porque no tengo otra esperanza ni otro refugio sino a Ti, Señor Dios
mío. Capítulo XXXV
En esta vida no hay seguridad de carecer de tentaciones.
Jesucristo: 1. Hijo, nunca estás seguro en esta vida; porque
mientras vivieres, tienes necesidad de armas espirituales. Entre enemigos andas; a diestra y a siniestra te combaten. Si pues no te vales del escudo de la paciencia a cada instante, no
estarás mucho tiempo sin herida. Demás de esto, si no pones tu corazón fijo en Mí, con pura
voluntad de sufrir por Mí todo cuanto viniere, no podrás pasar esta recia
batalla, ni alcanzar la palma de los bienaventurados. Conviénete, pues, romper
varonilmente con todo, y pelear con mucho esfuerzo contra lo que viniere. Porque al vencedor se da el maná, y al perezoso le aguarda mucha
miseria. 2. Si buscas descanso en esta vida, ¿cómo hallarás entonces la
eterna bienaventuranza? No procures mucho descanso, sino mucha paciencia. Busca la verdadera paz, no en la tierra, sino en el cielo: no en
los hombres ni en las demás criaturas, sino en Dios solo. Por amor de Dios debes padecer de buena gana todas las cosas
adversas; como son trabajos, dolores, tentaciones, vejaciones, congojas,
necesidades, dolencias, injurias, murmuraciones, reprensiones, humillaciones,
confusiones, correcciones y menosprecios. Estas cosas aprovechan para la virtud; estas prueban al nuevo
soldado de Cristo; estas fabrican la corona celestial. Yo daré eterno galardón por breve trabajo, y gloria infinita por
la confusión pasajera. 3. ¿Piensas tener siempre consolaciones espirituales al sabor de
tu paladar? Mis Santos no siempre las tuvieron, sino muchas pesadumbres,
diversas tentaciones y grandes desconsolaciones. Pero las sufrieron todas con paciencia y confiaron más en Dios que
en sí; porque sabían que no son equivalentes todas las penas de esta vida, para
merecer la gloria venidera. ¿Quieres hallar de pronto lo que muchos, después de copiosas
lágrimas y trabajos, con dificultad alcanzaron? Espera en el Señor, trabaja y esfuérzate varonilmente; no
desconfíes, no huyas; mas ofrece el cuerpo y el alma por la gloria de Dios con
gran constancia. Capítulo XXXVI
Contra los vanos juicios de los hombres.
Jesucristo: 1. Hijo, pon tu corazón fijamente en Dios, y no temas
los juicios humanos cuando la conciencia no te acusa. Bueno es, y dichoso también padecer de esta suerte; y esto no es
duro al corazón humilde que confía más en Dios que en sí mismo. Los más hablan demasiadamente, y por eso se les debe poco crédito. Y también satisfacer a todos no es posible. Aunque San Pablo trabajó en contentar a todos en el Señor, y fue
para todos; sin embargo, en nada tuvo el ser juzgado del mundo. 2. Mucho hizo por la salud y edificación de los otros trabajando
cuanto pudo y estaba de su parte; pero no se pudo librar de que le juzgasen y
despreciasen alguna veces. Por eso lo encomendó todo a Dios, que le conoce todo, y con
paciencia y humildad se defendía de las malas lenguas y de los que piensan
vanidades y mentiras, y las dicen como se les antoja. Y también respondió algunas veces, porque no se escandalizasen
algunas almas débiles en verle callar. 3. ¿Quién eres tú para que temas al hombre mortal? Hoy es, y
mañana no parece. Teme a Dios, y no te espantes de los hombres. ¿Qué te puede hacer el hombre con palabras o injurias? Más bien se
daña a sí mismo que a ti; y cualquiera que sea, no podrá huir el juicio de
Dios. Ten presente a Dios, y no contiendas con palabras de queja. Y si ahora quedas debajo, al parecer, y sufres la humillación que
no mereciste, no te indignes por eso, ni por la impaciencia disminuyas tu
victoria. Sino mírame a Mí en el cielo, que puedo librar de toda confusión e
injuria, y dar a cada uno según sus obras. Capítulo XXXVII
De la pura y entera renuncia de sí mismo para alcanzar la libertad
del corazón.
Jesucristo: 1. Hijo, déjate a ti y me hallarás a Mí. Vive sin voluntad ni amor propio, y ganarás siempre. Porque al punto que te renunciares sin reserva, se te dará mayor
gracia. El Alma: 2. Señor, ¿cuántas veces me renunciaré, y en qué cosas me
dejaré? Jesucristo: 3. Siempre, y a cada hora, así en lo poco como en lo
mucho. Nada exceptúo, sino que en todo te quiero hallar desnudo. De otro modo, ¿cómo podrás ser mío y yo tuyo, si no te despojas de
toda voluntad interior y exteriormente? Cuando más presto hicieres esto, tanto mejor te irá; y cuanto más
pura y cumplidamente, tanto más me agradarás y mucho más ganarás. 4. Algunos se renuncian, pero con alguna excepción no confían en
Dios del todo, y por eso trabajan en mirar por sí. También algunos al principio lo ofrecen todo; pero después,
combatidos de alguna tentación, se vuelven a sus comodidades, y por eso no
aprovechan en la virtud. Estos nunca llegarán a la verdadera libertad del corazón puro ni a
la gracia de mi suave familiaridad, si no se renuncian antes haciendo del todo
cada día sacrificios de sí mismos, sin lo cual no están ni estarán en la unión
con que se goza de mí. 5. Muchas veces te dije, y ahora te lo vuelvo a decir: Déjate a
ti, renúnciate y gozarás de grande paz interior. Dalo todo por el todo: nada busques, nada exijas; está puramente y
sin dudar en Mí, y me poseerás. Serás libre de corazón y no te ofuscarán las tinieblas. Encamina todos tus esfuerzos, deseos y oraciones al fin de
despojarte de todo apego, para seguir así desnudo a Jesús desnudo, morir para
ti, y vivir para Mí eternamente. Entonces se desvanecerán todas las vanas imaginaciones, las
perturbaciones malas, y los cuidados superfluos. Entonces también desaparecerá el temor excesivo y morirá el amor
desordenado. Capítulo XXXVIII
Del buen régimen en las cosas exteriores y del recurso a Dios en
los peligros.
Jesucristo: 1. Hijo, con diligencia debes mirar que en cualquier
lugar y en toda ocupación exterior, estés muy dentro de ti, libre y señor de ti
mismo; y que todas las cosas estén debajo de ti; y no tú debajo de ellas. Para que seas señor y director de tus obras, no siervo ni esclavo
venal; sino más bien libre y verdadero israelita, que pasa a la suerte y
libertad de los hijos de Dios. Los cuales desprecian las cosas presentes y atienden a las
eternas. Miran lo transitorio con el ojo izquierdo, y con el derecho lo
celestial. Y no los atraen las cosas temporales para estar asidos a ellas;
antes ellos los atraen más para servirse bien de ellas según están ordenadas
por Dios, e instituidas por el supremo Artífice, que no hizo cosa en lo criado
sin orden. 2. Si en cualquier acontecimiento estás firme, y no juzgas de él
según la apariencia exterior, ni miras con la vista del sentido lo que oyes y
ver; antes luego por cualquier causa entras a lo interior, como Moisés en el
tabernáculo a pedir consejo al Señor, oirás algunas veces la respuesta divina y
volverás instruido de muchas cosas presentes y venideras. Pues siempre recurrió Moisés al tabernáculo, para determinar las
dudas y dificultades, y tomó el auxilio de la oración para librar de los
peligros y maldades a los hombres. A este modo debes tú entrar en el secreto de tu corazón, pidiendo
con eficacia el socorro divino. Por eso se lee, que Josué y los hijos de Israel fueron engañados
por los Gabaonitas, porque no consultaron primero con el Señor, sino que
creyendo fácilmente en las blandas palabras, fueron con falsa piedad engañados. Capítulo XXXIX
Que el hombre no sea importuno en los negocios.
Jesucristo: 1. Hijo, encomiéndame siempre tus negocios, y yo los
dispondré bien y oportunamente. Espera mi voluntad, y sentirás provecho. El Alma: 2. Señor, de muy buena gana te encomiendo todas las
cosas, porque poco puede aprovechar mi cuidado. ¡Ojalá que no me ocupasen mucho los acontecimientos que me pueden
venir, sino que me ofreciese sin tardanza a tu voluntad! Jesucristo: 3. Hijo, muchas veces el hombre negocia con ahínco lo
que desea; mas cuando ya lo alcanza, comienza a pensar de otro modo, porque las
aflicciones no duran mucho cerca de una misma cosa; sino que nos llevan de una
cosa a otra. Por lo cual no es poco dejarse a sí mismo, aun en las cosas
pequeñas. 4. El verdadero aprovechar es negarse a sí mismo; y el hombre
negado a sí es muy libre y está seguro. Mas el enemigo antiguo y adversario de todos los buenos, no cesa
de tentar; sino que de día y de noche pone graves asechanzas para precipitar,
si pudiere, al incauto en el lazo del engaño. Velad y orad, dice el Señor, para que no entréis en tentación. Capítulo XL
Que ningún bien tiene el hombre suyo ni cosa alguna de qué
alabarse.
El Alma: 1. Señor, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, o
el hijo del hombre para que le visites? ¿Qué ha merecido el hombre para que le dieses tu gracia? Señor, ¿de qué me puedo quejar si me desamparas? ¿cómo justamente
podré contender contigo, si no hicieres lo que pido? Por cierto, una cosa puedo yo pensar y decir con verdad: Nada soy,
Señor, nada puedo, nada bueno tengo de mí; mas en todo me hallo vacío, y camino
siempre a la nada. Y si ni soy ayudado e instruido interiormente por Ti, me vuelvo
enteramente tibio y disipado. 2. Mas Tú, Señor, eres siempre el mismo, y permaneces eternamente,
siempre bueno, justo y santo, haciendo todas las cosas bien, justa y santamente,
y ordenándolas con sabiduría. Pero yo, que soy más inclinado a caer que aprovechar, no persevero
siempre en un estado, y me mudo siete veces al día. Mas luego me va mejor cuando te dignas alargarme tu mano
auxiliadora; porque Tú solo, sin humano favor, me puedes socorrer y fortalecer,
de manera que a Ti solo se convierta y en Ti descanse mi corazón. 3. Por lo cual, si yo supiese bien desechar toda consolación
humana, ya sea por alcanzar devoción o por la necesidad que tengo de buscarte,
porque no hay hombre que me consuele, entonces con razón podría yo esperar en
tu gracia, y alegrarme con el don de la nueva consolación. 4. Gracias sean dadas a Ti, de quien viene todo siempre que me
sucede algún bien. Porque delante de Ti yo soy vanidad y nada, hombre mudable y
flaco. ¿De dónde, pues, me puedo gloriar, o por qué deseo ser estimado? ¿Por ventura de la nada? Esto es vanísimo. Verdaderamente la gloria frívola es una verdadera peste y
grandísima vanidad; porque nos aparta de la verdadera gloria, y nos despoja de
la gracia celestial. Porque contentándose un hombre a sí mismo, te descontenta a Ti:
cuando desea las alabanzas humanas, es privado de las virtudes verdaderas. 5. La verdadera gloria y alegría santa consiste en gloriarse en Ti
y no en sí; gozarse en tu nombre, y no en su propia virtud, ni deleitarse en
criatura alguna sino por Ti. Sea alabado tu nombre, y no el mío: engrandecidas sean tus obras,
y no las mías: bendito sea tu santo nombre, y no me sea a mí atribuida parte
alguna de las alabanzas de los hombres. Tú eres mi gloria; Tú la alegría de mi corazón. En Ti me gloriaré y ensalzaré todos los días: mas de mi parte no
hay qué, sino de mis flaquezas. 6. Busquen los hombres la gloria que se dan recíprocamente: yo
buscaré la gloria que viene solamente de Dios. Porque toda la gloria humana, toda honra temporal, toda la alteza
del mundo, comparada con tu eterna gloria es vanidad y necedad. ¡Oh verdad mía y misericordia mía, Dios mío, Trinidad
bienaventurada: a Ti sola sea alabanza, honra, virtud y gloria para siempre
jamás! Capítulo XLI
Del desprecio de toda honra temporal.
Jesucristo: 1. Hijo, no te pese si vieres honrar y ensalzar a
otros, y tú ser despreciado y abatido. Levanta tu corazón a Mí en el cielo, y no te entristecerá el
desprecio humano en la tierra. El Alma: 2. Señor, en gran ceguedad estamos, y la vanidad presto
nos engaña. Si bien me miro, nunca se me ha hecho injuria por criatura alguna;
por lo cual no tengo de qué quejarme justamente de Ti. Mas porque yo muchas veces pequé gravemente contra Ti, con razón
se arman contra mí todas las criaturas. Justamente, pues, se me debe confusión y desprecio; y a Ti
alabanza, honor y gloria. Y si no me dispusiere de modo que huelgue mucho ser de cualquiera
criatura despreciado y abandonado, y ser tenido por nada, no podré estar
interiormente pacificado y asegurado, ni recibir la luz espiritual, ni unirme a
Ti perfectamente. Capítulo XLII
Que nuestra paz no debe depender de los hombres.
Jesucristo: 1. Hijo, si buscas la paz en el trato con alguno para
tu entretenimiento y compañía, siempre te hallarás inconstante y embarazado. Pero si vas a buscar la verdad que siempre vive y permanece, no te
entristecerás por el amigo que se fuere o se muriere. En Mí ha de estar el amor del amigo, y por Mí se debe amar cualquiera
que en esta vida te parece bueno y muy amable. Sin Mí no vale ni durará la amistad, ni es verdadero ni limpio el
amor en que yo no intervengo. Tan muerto debes estar a las aficiones de los amigos, que habías
de desear (por lo que a ti te toca) vivir lejos de todo trato humano. Tanto más se acerca el hombre a Dios, cuanto se desvía de todo
gusto terreno. Y tanto más alto sube a Dios, cuánto más bajo desciende en sí, y
se tiene por más vil. 2. El que se atribuye a sí mismo algo bueno, impide que la gracia
de Dios venga sobre él; porque la gracia del Espíritu Santo siempre busca el
corazón humilde. Si te supieses perfectamente anonadar y desviar de todo amor
criado, yo entonces te llenaría de abundantes gracias. Cuando tú miras a las criaturas, apartas la vista del Criador. Aprende a vencerte en todo por el Criador, y entonces podrás
llegar al conocimiento divino. Cualquier cosa, por pequeña que sea, si se ama o mira
desordenadamente, nos estorba gozar del sumo bien, y nos daña. Capítulo XLIII
Contra la ciencia vana del mundo.
Jesucristo: 1. Hijo, no te muevan los dichos agudos y limados de
los hombres; porque no consiste el reino de Dios en palabras, sino en virtud. Mira mis palabras, que encienden los corazones, y alumbran los
entendimientos, provocan a compunción y traen muchas consolaciones. Nunca leas cosas para mostrarte más letrado o sabio. Estudia en mortificar los vicios; porque más te aprovechará esto
que saber muchas cuestiones dificultosas. 2. Cuando hubieres acabado de leer y saber muchas cosas, te
conviene venir a un solo principio. Yo soy el que enseño al hombre la ciencia, y doy más claro
entendimiento a los pequeños que ningún hombre puede enseñar. Aquel a quien yo hablo, luego será sabio y aprovechará mucho en el
espíritu. ¡Ay de aquellos que quieren aprender de los hombres curiosidades,
y cuidan muy poco del camino de servirme a Mí! Tiempo vendrá cuando aparecerá el Maestro de los maestros, Cristo,
Señor de los ángeles, a oír las lecciones de todos, esto es, a examinar la
ciencia de cada uno. Y entonces escudriñará a Jerusalén con candelas, y serán
descubiertos los secretos de las tinieblas, y callarán los argumentos de las
lenguas. 3. Yo soy el que levanto en un instante al humilde entendimiento,
para que entienda más razones de la verdad eterna, que si hubiese estudiado
diez años en las Escuelas. Yo enseño sin ruido de palabras, sin confusión de pareceres, sin
fausto de honra, sin alteración de argumentos. Yo soy el que enseño a despreciar lo terreno y a aborrecer lo
presente, buscar lo eterno; huir de las honras, sufrir los estorbos, poner toda
la esperanza en Mí, y fuera de Mí no desear nada, y amarme ardientemente sobre
todas las cosas. 4. Y así uno, amándome entrañablemente aprendió cosas divinas, y
hablaba maravillas. Más aprovechó con dejar todas las cosas que con estudiar
sutilezas. Pero a unos hablo cosas comunes, a otros especiales. A unos me muestro dulcemente con señales y figuras, y a otros
revelo misterios con mucha luz. Una cosa dicen los libros; mas no enseñan igualmente a todos: porque
Yo soy doctor interior de la verdad, escudriñador del corazón, conocedor de los
pensamientos, promovedor de las acciones, repartiendo a cada uno según juzgo
ser digno. Capítulo XLIV
No se deben buscar las cosas exteriores.
Jesucristo: 1. Hijo, en muchas cosas te conviene ser ignorante, y
estimarte como muerto sobre la tierra, y a quien todo el mundo este
crucificado. A muchas cosas te conviene también hacerte sordo, y pensar más lo
que conviene para tu paz. Más útil es apartar los ojos de lo que no te agrada, y dejar a
cada uno en su parecer, que ocuparte en porfías. Si estás bien con Dios y miras su juicio, fácilmente te darás por
vencido. El Alma: 2. ¡Oh Señor, a qué hemos llegado! Lloramos los daños
temporales, por una pequeña ganancia trabajamos y corremos; y el daño
espiritual se pasa en olvido, y apenas tarde vuelve a la memoria. Por lo que poco o nada vale, se mira mucho; y por lo que es muy
necesario, se pasa con descuido, porque todo hombre se va a lo exterior, y se
presto no vuelve en sí, con gusto se está envuelto en ello. Capítulo XLV
Que no se debe creer a todos; y cómo fácilmente se resbala en las
palabras.
El Alma: 1. Señor, ayúdame en la tribulación, porque es vana la
seguridad del hombre. ¿Cuántas veces no hallé fidelidad donde pensé que la había? ¿Cuántas veces también la hallé donde menos lo esperaba? Por eso es vana la esperanza en los hombres; mas la salud de los
justos está en Ti, mi Dios. Bendito seas, Señor, Dios mío, en todas las cosas que nos sucedan. Flacos somos y mudables: presto somos engañados, y nos mudamos. 2. ¿Qué hombre hay que se pueda guardar con tanta cautela y
discreción en todo, que alguna vez no caiga el algún engaño o perplejidad? Mas el que te busca a Ti, Señor, y te busca con sencillo corazón,
no resbala tan fácilmente. Y si cayere en alguna tribulación, de cualquier manera que
estuviere en ella enlazado, presto será librado por Ti, o consolado; porque no
desamparas para siempre al que en Ti espera. Raro es el fiel amigo que persevera en todos los trabajos de su amigo. Tú, Señor, Tú solo eres fidelísimo en todo, y fuera de Ti no hay
otro semejante. 3. ¡Oh, cuán bien lo entendía aquella alma santa que dijo: ¡Mi
alma está asegurada y fundada en Jesucristo! Si yo estuviese así, no me acongojaría tan presto el temor humano,
ni me moverían las palabras injuriosas. ¿Quién puede preverlo todo? ¿Quién es capaz de precaver los males
venideros? Si lo que hemos previsto con tiempo nos daña muchas veces, ¿qué
hará lo no prevenido sino perjudicarnos gravemente? Pues ¿por qué, miserable de mí, no me previne mejor? ¿Por qué creí
de ligero a otros? Pero somos hombres, y hombres flacos y frágiles, aunque por muchos
seamos estimados y llamados ángeles. Señor, ¿a quién creeré, a quién sino a Ti? Eres la verdad, que no
puede engañar ni ser engañada. El hombre, al contrario, es falaz, flaco y resbaladizo,
especialmente en palabras; de modo que con muy gran dificultad se debe creer lo
que parece recto a la primera vista. 4. Cuán prudentemente nos avisaste que nos guardásemos de los
hombres: que los amigos del hombre son los de su casa, y que no diésemos
crédito al que nos dijese: A Cristo míralo aquí o míralo allí. He escarmentado en mí mismo: ¡ojalá sea para mi mayor cautela, y
no para continuar con mi imprudencia! Cuidado, me dice uno, cuidado, reserva lo que te digo. Y mientras
yo lo callo, y creo que está oculto, él no pudo callar el secreto que me
confió, sino que me descubrió a mí y a sí mismo, y se marchó. Defiéndeme, Señor, de aquestas ficciones, y de hombres tan
indiscretos, para que nunca caiga en sus manos ni yo incurra en semejantes
cosas. Pon en mi boca las palabras verdaderas y fieles, y desvía lejos de
mí las lenguas astutas. De lo que no puedo sufrir, me debo guardar mucho. 5. ¡Oh, cuán bueno y de cuánta paz es callar de otros, y no
creerlo todo fácilmente, ni hablarlo después con ligereza: descubrirse a pocos,
buscarte siempre a Ti, que miras al corazón, y no moverse por cualquier viento
de palabras, sino desear que todas las cosas interiores y exteriores se acaben
y perfecciones según el beneplácito de tu voluntad! ¡Cuán seguro es para conservar la gracia celestial huir la vana
apariencia, y no codiciar las cosas visibles que causen admiración, sino seguir
con toda diligencia las cosas que dan fervor y enmienda de vida! ¡A cuántos ha dañado la virtud descubierta y alabada antes de
tiempo! ¡Cuán provechosa fue siempre la gracia guardada en silencio en
esta vida frágil, que toda es malicia y tentación! Capítulo XLVI
De la confianza que debemos tener en Dios cuando nos dicen injurias.
Jesucristo: 1. Hijo, está firme y espera en Mí. ¿Qué son las
palabras sino palabras? Vuelan por el aire, mas no mellan una piedra. Si estás culpado, determina enmendarte. Si no hallas en ti culpa, llévalo con gusto por Dios. Muy poco es el que sufras alguna vez siquiera malas palabras, ya
que aún no puedes tolerar grandes golpes. Y ¿por qué tan pequeñas cosas te llegan al corazón, sino porque
aún eres carnal, y miras mucho más a los hombres de lo que conviene? Porque temes ser despreciado, por esto no quieres ser reprendido
de tus faltas, y buscas la sombra de las excusas. 2. Considérate mejor, y conocerás que aún vive en ti, el amor del
mundo, y el deseo vano de agradar a los hombres. Porque en huir de ser abatido y confundido por tus defectos, se
muestra hoy claro que no eres humilde verdadero, ni estás del todo muerto al
mundo, ni el mundo está a ti crucificado. Mas oye mis palabras y no cuidarás de cuantas te dijeren los
hombres. Dime: si se diere contra ti todo cuanto maliciosamente se pudiera
fingir, ¿qué te dañaría, si lo dejases pasar y lo despreciases enteramente? Por
ventura, ¿te podrías arrancar un cabello? 3. Mas el que no está dentro de su corazón, ni me tiene a Mí
delante de sus ojos, presto se mueve por una palabra de menosprecio; pero el que
confía en Mí, y no desea su propio parecer, vivirá sin temer a los hombres. Porque Yo soy el Juez y conozco todos los secretos; Yo sé cómo
pasan las cosas; Yo conozco muy bien al que hace la injuria, y también al que
la sufre. De Mí sale esta palabra; permitiéndolo Yo acaece esto, para que se
descubran los pensamientos de muchos corazones. Yo juzgo al culpable y al inocente; pero quise probar primero al
uno y al otro con juicio secreto. 4. El testimonio de los hombres muchas veces engaña: mi juicio es
verdadero, firme, y no se revoca. Muchas veces está escondido, y pocos lo penetran en todo: pero
nunca yerra, ni puede errar, aunque a los ojos de los necios no parezca recto. A Mí, pues, habéis de recurrir en cualquier juicio y no confiar en
el propio saber. Porque el justo no se turbará por cosas que Dios envíe sobre él; y
si algún juicio fuere dicho contra él injustamente, no se inquietará por ello. Ni se ensalzará vanamente, si otros le defendieren sin razón. Porque sabe que Yo soy quien escudriño los corazones y los
pensamientos, y que no juzgo según el exterior y apariencia humana. Antes muchas veces se halla a mis ojos culpable el que al juicio
humano parece digno de alabanza. El Alma: 5. Señor Dios, justo juez, fuerte y paciente, que conoces
la flaqueza y maldad de los hombres, sé Tú mi fortaleza y toda mi confianza,
pues no me basta mi conciencia. Tú sabes lo que yo no sé: por eso me debo humillar en cualquier
reprensión y llevarla con mansedumbre. Perdóname también, Señor piadoso, todas las veces que no lo hice
así, y dame gracia de mayor sufrimiento para otra vez. Porque mejor me está tu misericordia copiosa para alcanzar perdón,
que mi presumida justificación para defender lo oculto de mi conciencia. Y aunque ella nada me acuse, no por esto me puedo tener por justo;
porque quitada tu misericordia, no será justificado en tu acatamiento ningún
viviente. Capítulo XLVII
Todas las cosas pasadas se deben padecer por la vida eterna.
Jesucristo: 1. Hijo, no te quebranten los trabajos que has tomado
por Mí, ni te abatan del todo las tribulaciones; mas mi promesa te esfuerce y
consuele en todo lo que viniere. Yo basto para galardonarte sobre toda manera y medida. No trabajarás aquí mucho tiempo, ni serás agravado siempre de
dolores. Espera un poquito y verás cuán presto se pasan los males. Vendrá una hora cuando cesará todo trabajo e inquietud. Poco y breve es todo lo que pasa con el tiempo. 2. Atiende a tu negocio, trabaja fielmente en mi viña, que yo seré
tu galardón. Escribe, lee, canta, suspira, calla, ora, sufre varonilmente lo
adverso; la vida eterna digna es de esta y de otras mayores peleas. Vendrá la paz un día que el Señor sabe, el cual no se compondrá de
día y noche como en esta vida temporal, sino de luz perpetua, claridad
infinita, paz firme y descanso seguro. No dirás entonces: ¿Quién me librará de este cuerpo mortal? Ni
clamarás: ¡Ay de mí que se ha dilatado mi destierro! Porque la muerte estará
destruida, y la salud vendrá sin defecto; ninguna congoja habrá ya, sino
bienaventurada alegría, compañía dulce y hermosa. 3. ¡Oh! ¡Si vieses las coronas eternas de los Santos en el cielo,
y de cuánta gloria gozan ahora los que eran en este mundo despreciados, y
tenidos por indignos de vivir! Por cierto luego te humillarías hasta la tierra, y desearías más
estar sujeto a todos, que mandar a uno solo. Y no codiciarías los días placenteros de esta vida: sino antes te
alegrarías de ser atribulado por Dios, y tendrías por grandísima ganancia ser
tenido por nada entre los hombres. 4. ¡Oh! Si gustases aquestas cosas, y las rumiases profundamente
en tu corazón, ¿cómo te atreverías a quejarte ni una sola vez? ¿No te parece que son de sufrir todas las cosas trabajosas por la
vida eterna? No es cosa de poco momento ganar o perder el reino de Dios. Levanta, pues, tu rostro al cielo: mírame a Mí, y conmigo a todos
los Santos, los cuales tuvieron graves combates en este siglo; ahora se
regocijan, y están consolados y seguros; ahora descansan en paz, y permanecerán
conmigo sin fin en el reino de mi Padre. Capítulo XLVIII
Del día de la eternidad y de las angustias de esta vida.
El Alma: 1. ¡Oh bienaventurada mansión de la ciudad soberana! ¡Oh
día clarísimo de la eternidad, que no obscurece la noche, sino que siempre le
alumbra la pura verdad, día siempre alegre, siempre seguro, y siempre sin
mudanza! ¡Oh, si ya amaneciese este día, y desapareciesen todas estas cosas
temporales! Alumbra por cierto a los Santos con una perpetua claridad, mas no
así a los que están en esta peregrinación sino de lejos, y como en figura. 2. Los ciudadanos del cielo saben cuán alegre sea aquel día; los
desterrados hijos de Eva gimen de ver que éste sea tan amargo y lleno de tedio. Los días de este mundo son pocos y malos, llenos de dolores y
angustias, donde el hombre se ve manchado con muchos pecados; enredado en
muchas pasiones, angustiado de muchos temores, ocupado con muchos cuidados,
distraído con muchas curiosidades, complicado en muchas vanidades, envuelto en
muchos errores, quebrantado con muchos trabajos; las tentaciones lo acosan, los
placeres lo afeminan, la pobreza le atormenta. 3. ¡Oh, cuándo se acabarán todos estos males! ¡Cuándo me veré
libre de la servidumbre de los vicios! ¡Cuándo me acordaré, Señor, de Ti solo! ¡Cuándo me alegraré
cumplidamente en Ti! ¡Cuándo estaré sin ningún impedimento en verdadera libertad, y sin
ninguna molestia de alma y cuerpo! ¡Cuándo tendré firme paz, paz imperturbable y segura; paz por
dentro y por fuera; paz del todo permanente! ¡Oh buen Jesús! ¡Cuándo estaré para verte! ¡Cuándo contemplaré la
gloria de tu reino! ¡Cuándo me serás todo en todas las cosas! ¡Cuándo estaré contigo en tu reino, el cual preparaste desde la
eternidad para tus escogidos! Me han dejado acá, pobre y desterrado en tierra de enemigos, donde
hay continuas peleas y grandes calamidades. 4. Consuela mi destierro, mitiga mi dolor, porque a Ti suspira
todo mi deseo. Todo el placer del mundo es para mí pesada carga. Deseo gozarte íntimamente; mas no puedo conseguirlo. Deseo estar unido con las cosas celestiales; pero me abaten las
temporales y las pasiones no mortificadas. Con el espíritu quiero elevarme sobre todas las cosas; pero la
carne me violenta a estar debajo de ellas. Así yo, hombre infeliz, peleo conmigo, y me soy enfadoso a mí
mismo, viendo que el espíritu busca lo de arriba, y la carne lo de abajo. 5. ¡Oh Señor, cuanto padezco cuando revuelvo en mi pensamiento las
cosas celestiales, y luego se me ofrece un tropel de cosas del mundo! Dios mío,
no te alejes de mí, ni te desvíes con ira de tu siervo. Resplandezca un rayo de tu claridad, y destruya estas tinieblas;
envía tus saetas, y contúrbense todas las asechanzas del enemigo. Recoge todos mis sentidos en Ti; hazme olvidar todas las cosas
mundanas, otórgame desechar y apartar de mí aun las sombras de los vicios. Socórreme, Verdad eterna, para que no me mueva vanidad alguna. Ven, suavidad celestial, y huya de tu presencia toda torpeza. 6. Perdóname también y mírame con misericordia todas cuantas veces
pienso en la oración alguna cosa fuera de Ti. Pues confieso ingenuamente que acostumbro a estar muy distraído. De modo que muchas veces no estoy allí donde se halla mi cuerpo en
pie o sentado, sino más bien allá donde me lleva mi pensamiento. Allí estoy donde está mi pensamiento; allí está mi pensamiento a
menudo donde está lo que amo. Al punto me ocurre lo que naturalmente deleita o agrada por la
costumbre. 7. Por lo cual, Tú, Verdad eterna, dijiste: Donde está tu tesoro,
allí está tu corazón. Si amo al cielo, con gusto pienso en las cosas celestiales. Si amo el mundo, alégrome con sus prosperidades, y me entristezco
con sus adversidades. Si amo la carne, muchas veces pienso en las cosas carnales. Si amo el espíritu, recréome en pensar cosas espirituales. Porque de todas las cosas que amo, hablo y oigo con gusto, y lleno
conmigo a mi casa las ideas de ellas. Pero bienaventurado aquel por tu amor da repudio a todo lo criado;
que hace fuerza a su natural, y crucifica los apetitos carnales con el fervor
del espíritu, para que, serena su conciencia, te ofrezca oración pura, y sea
digno de estar entre los coros angélicos, desechadas dentro y fuera de sí todas
las cosas terrenas. Capítulo XLIX
Del deseo de la vida eterna, y cuántos bienes están prometidos a
los que pelean.
Jesucristo: 1. Hijo, cuando sientes en ti algún deseo de la eterna
bienaventuranza, y deseas salir de la cárcel del cuerpo, para poder contemplar
mi claridad sin sombra de mudanzas, dilata tu corazón y recibe con todo amor
esta santa inspiración. Da muchas gracias a la soberana bondad que así se digna
favorecerte, visitarte con clemencia, moverte con eficacia, sostenerte con
vigor, para que no te deslices por tu propio peso a las cosas terrenas. Porque esto no lo recibes por tu diligencia o fuerzas, sino por
sólo el querer de la gracia soberana y del agrado divino, para que aproveches
en virtudes y en mayor humildad, y te prepares para los combates que te han de
venir, y trabajes por llegarte a Mí de todo corazón, y servirme con ardiente
voluntad. 2. Hijo, muchas veces arde el fuego, pero no sube la llama sin
humo. Así los deseos de algunos se encienden a las cosas celestiales;
mas aún no están libres del amor carnal. Y por eso no obran sólo por la honra de Dios puramente, aun en lo
que con tan gran deseo me piden. Tal suele ser algunas veces tu deseo, el cual mostraste con tanta
importunidad. Pues no es puro ni perfecto lo que va inficionado de propio
interés. 3. Pide, no lo que es para ti deleitable y provechoso, sino lo que
es para Mí aceptable y honroso; por que, si rectamente juzgas, debes seguir y
anteponer mi voluntad a tu deseo y a cualquiera cosa deseada. Conozco tu deseo, y he oído tus continuos gemido. Ya quisieras estar en la libertad de la gloria de los hijos de
Dios; ya te deleita la casa eterna, y la patria celestial te llena de gozo;
pero aún no es venida esa hora, aún resta otro tiempo, tiempo de guerra, tiempo
de trabajo y de prueba. Deseas gozar del sumo bien; mas no lo puedes alcanzar ahora. Yo soy: espérame, dice el Señor, hasta que venga el reino de Dios. 4. Has de ser probado aún en la tierra, y ejercitado en muchas cosas. Algunas veces serás consolado, pero no te será dada satisfacción
cumplida. Esfuérzate, pues, y aliéntate así a hacer como a padecer cosas
repugnantes a la naturaleza. Conviene que te vistas de un hombre nuevo, y te vuelvas un varón
constante. Es preciso hacer muchas veces lo que no quieres, y dejar lo que
quieres. Lo que agrada a otros, progresará; lo que a ti te contenta, no se
hará. Lo que dicen otros, será oído; lo que dices tú, será reputado por
nada. Pedirán otros, y recibirán; tú pedirás, y no alcanzarás. 5. Otros serán grandes en boca d los hombres; de ti no se hará
cuenta. A otros se encargará este o aquel negocio; tú serás tenido por
inútil. Por esto se contristará alguna vez la naturaleza; y no harás poco
si lo sufrieres callando. En estas y otras cosas semejantes es probado el siervo fiel del
Señor, para ver cómo sabe negarse y mortificarse en todo. Apenas se hallará cosa en que más necesites morir a ti mismo, que
en ver y sufrir cosas repugnantes a tu voluntad, principalmente cuando parece
conforme y menos útil lo que te mandan hacer. Y porque tú, siendo inferior, no osas resistir a la voluntad de tu
superior, por eso te parece cosa dura andar pendiente de la voluntad de otro y
dejar tu propio parecer. 6. Mas considera, hijo, el fin cercano de estos trabajos, el fruto
de ellos y su grandísimo premio; y no te serán pesados, sino un gran consuelo
de tu paciencia. Pues por esta poca voluntad que ahora dejas de grado, poseerás
para siempre tu voluntad en el cielo. Allí, pues, hallarás todo lo que quisieres, y cuanto pudieres
desear. Allí tendrás en tu poder todo el bien, sin miedo de perderlo. Allí, tu voluntad, unida con la mía para siempre, no apetecerá
cosa alguna contraria o propicia. Allí ninguno te resistirá, ninguno se quejará de ti, nadie te embarazará,
nada se te opondrá; sino que todas las cosas que deseares las disfrutarás
juntas, y llenarán y colmarán tus deseos. Allí te daré honor por la afrenta padecida, vestidura de gloria
por la aflicción, y por el ínfimo lugar la silla del reino eterno. Allí se verá el fruto de la obediencia, aparecerá muy alegre el
trabajo de la penitencia, y la humilde sumisión será gloriosamente coronada. 7. Inclínate, pues, humildemente bajo la mano de todos, y no
cuides de mirar quién lo dijo, o quién lo mandó. Sino procura con gran cuidado que, ya sea superior, inferior, o
igual, el que algo te exigiere o insinuare, todo lo tengas por bueno, y cuides
de cumplirlo con sincera voluntad. Busque cada uno lo que quisiere; gloríese este en esto, y aquel en
lo otro, y sea alabado mil millares de veces; mas tú no te alegre ni en esto ni
en aquello, sino en el desprecio de ti mismo, y en sola mí voluntad y honra. Una cosa debes desear, y es que, en vida o en muerte, sea Dios
siempre glorificado en ti. Capítulo L
Cómo se debe ofrecer en las manos de Dios el hombre desconsolado.
El Alma: 1. Señor, Dios, Padre santo: ahora y para siempre seas
bendito, que como Tú quieres así se ha hecho, y lo que haces es bueno. Alégrese tu siervo en Ti, no en sí, ni en otro alguno: porque Tú sólo
eres alegría verdadera: Tú esperanza mía y corona mía: Tú, Señor, eres mi gozo
y mi premio. ¿Qué tiene tu siervo sino lo que recibió de Ti, aun sin merecerlo?
Tuyo es todo lo que me has dado y has hecho conmigo. Pobres soy y lleno de trabajos, desde mi juventud; y mi alma se
entristece algunas veces hasta llorar; y otras veces se turba contigo por las
pasiones que la acosas. 2. Deseo el gozo de la paz; la paz de tus hijos pido, que son
recreados por Ti en la luz de la consolación. Si me das paz, si derramas en mí un santo gozo, estará el alma de
tu siervo llena de alegría, y devota para alabarte. Pero si te apartares, como muchas veces lo haces, no podrá correr
por el camino de tus mandamientos, sino que hincará las rodillas para herir su
pecho; porque no le va como los días anteriores cuando resplandecía tu luz
sobre su cabeza, y era defendida de las tentaciones impetuosas debajo de la
sombra de tus alas. 3. Padre justo y siempre laudable, llegó la hora en que tu siervo
debe ser probado. Padre amable, justo es que tu siervo padezca algo por Ti en esta
hora. Padre para siempre adorable, ya ha llegado la hora que habías
previsto desde la eternidad, en la cual tu siervo este abatido en lo exterior
un corto tiempo, mas para que viva siempre interiormente contigo. Despreciado sea y humillado un poco, y decaiga delante de los
hombres; sea consumido de pasiones y enfermedades, para que vuelva nuevamente a
verse contigo en la aurora de una nueva luz, y sea ilustrado en las cosas
celestiales. ¡Padre santo! Así lo ordenaste Tú, así lo quisiste; y lo que
mandaste se ha hecho. 4. Esta es, pues, la gracia que haces a tu amigo, que padezca, y
sea atribulado por tu amor en este mundo por cualquiera, y cuantas veces lo
permitieres. Sin tu consejo y providencia y sin causa, nada se hace en la
tierra. Bueno es para mí, Señor, que me hayas humillado, para que aprenda
tus justificaciones, y destierre de mi corazón toda soberbia y presunción. Provechoso es para mí que la confusión haya cubierto mi rostro,
para que así te busque a Ti para consolarme, y no a los hombres. También aprendí en esto a temblar de tu inescrutable juicio, que
afliges así al justo como al impío, aunque no sin equidad y justicia. 5. Gracias te doy porque no me escaseaste los males; sino que me
afligiste con amargos azotes, enviándome dolores y angustias interiores y
exteriores. No hay quien me consuele debajo del cielo sino Tú, Señor Dios mío,
médico celestial de las almas, que hieres y sanas, pones en grandes tormentos y
libras de ellos. Sea tu corrección sobre mí, y tu mismo castigo me enseñará. 6. Padre amado, vesme aquí en tus manos; yo me inclino bajo la
vara de tu corrección. Hiere mis espaldas y mi cerviz para que enderece mis torcidas
inclinaciones a tu voluntad. Hazme piadoso y humilde discípulo como sueles hacerlo, para que
ande siempre pendiente de tu voluntad. Me entrego enteramente a Ti con todas mis cosas para que las
corrijas. Más vale ser corregido aquí que en la otra vida. Tú sabes todas y cada una de las cosas, y no se te esconde nada en
la humana conciencia. Antes que suceda, sabes lo venidera, y no hay necesidad que alguno
te enseñe o avise de las cosas que se hacen en la tierra. Tú sabes lo que conviene para mi adelantamiento, y cuánto me
aprovecha la tribulación para limpiar el orín de los vicios. Haz conmigo tu voluntad y gusto, y no deseches mi vida pecaminosa,
a ninguno mejor ni más claramente conocida que a Ti solo. 7. Concédeme, Señor, saber lo que se debe saber; amar lo que se
debe amar; alabar lo que a Ti es agradable; estimar lo que te parece precioso;
aborrecer lo que a tus ojos es feo. No permitas que juzgue según la vista de los ojos exteriores, ni
que sentencie según el oído de los hombres ignorantes; sino dame gracia para
que pueda discernir con verdadero juicio entre lo visible y lo espiritual, y
sobre todo, buscar siempre la voluntad de tu divino beneplácito. 8. Muchas veces se engañan los hombres en sus opiniones y juicios,
y los mundanos se engañan también en amar solamente lo visible. ¿Qué tiene de mejor el hombre porque otro le alabe? El falaz engaña al falaz, el vano al vano, el ciego al ciego, el
enfermo al enfermo, cuando lo ensalza; y verdaderamente más le confunde cuando
vanamente le alaba. Porque cuanto es cada uno en tus ojos, tanto es y no más, dice el
humilde San Francisco. Capítulo LI
Que debemos emplearnos en ejercicios humildes cuando no podemos en
los sublimes.
Jesucristo: 1. Hijo, no puedes permanecer siempre en el deseo
fervoroso de las virtudes, ni perseverar en el más alto grado de la
contemplación; sino que es necesario por el vicio original, que desciendas
alguna vez a cosas bajas, y también a llevar la carga de esta vida corruptible,
aunque te pese y fastidie. Mientras lleves el cuerpo mortal, sentirás tedio e inquietud de
corazón. Es preciso, pues, mientras vives en carne, gemir muchas veces por
el peso de la carne, porque no puedes ocuparte perfectamente en los ejercicios
espirituales en la divina contemplación. 2. Entonces conviene que te emplees en ejercicios humildes y
exteriores, consolándote con hacer buenas obras; y espera mi venida y la visita
del cielo con firme confianza; sufre con paciencia tu destierro, y la sequedad
del espíritu, hasta que otra vez yo te visite, y seas libre de toda congoja. Porque te haré olvidar las penas, y que goces de gran serenidad
interior. Yo extenderé delante de ti los prados de las Escrituras, para que,
dilatado tu corazón, corras la carrera de mis mandamientos. Entonces dirás: No son comparables las penas de este tiempo con la
gloria que se nos descubrirá. Capítulo LII Que el hombre no se repute por digno de consuelo, sino de castigo. El Alma: 1. Señor, no soy digno de tu consolación ni de ninguna
visita espiritual; y por eso justamente lo haces conmigo cuando me dejas pobre
y desconsolado. Porque aunque yo pudiese derramar un mar de lágrimas, aún no
merecería tu consuelo. Por eso yo soy digno de ser afligido y castigado; porque te ofendí
gravemente y muchas veces, y pequé mucho, y de muchas maneras. Así que, bien mirado, no soy digno de la menor consolación. Mas Tú, Dios clemente y misericordioso, que no quieres que tus
obras perezcan, para manifestar las riquezas de tu bondad en los vasos de tu
misericordia aun sobre todo merecimiento, tienes por bien de consolar a tu
siervo de un modo sobrenatural. Porque tus consolaciones no son ilusorias como las humanas. 2. ¿Qué he hecho, Señor, para que Tú me dieses ninguna consolación
celestial? Yo no me acuerdo haber hecho ningún bien; sino que he sido siempre
inclinado a vicios, y muy perezoso para enmendarme. Esto es verdad, y no puedo negarlo. Si dijese otra cosa, Tú
estarías contra mí, y no habría quien me defendiese. ¿Qué he merecido por mis pecados, sino el infierno y el fuego
eterno? Conozco en verdad que soy digno de todo escarnio y menosprecio; ni
merezco ser contado entre tus devotos. Y aunque me incomode este lenguaje, no dejaré de acusar mis
pecados contra mí, y en favor de la verdad, para que más fácilmente merezca
alcanzar tu misericordia. 3. ¿Qué diré yo pecador, y lleno de toda confusión? No tengo boca para hablar sino sola esta palabra: Pequé, Señor,
pequé; ten misericordia de mí; perdóname. Déjame un poco para que llore mi dolor, antes que vaya a la tierra
tenebrosa y cubierta de obscuridad de muerte. ¿Qué es lo que principalmente exiges del culpable y miserable pecador,
sino que se convierta y se humille por sus pecados? De la verdadera contrición y humildad de corazón nace la esperanza
de ser perdonado, se reconcilia la conciencia turbada, reparase la gracia
perdida, se defiende el hombre de la ira venidera, y se juntan en santa paz
Dios y el alma contrita. 4. Señor, el humilde arrepentimiento de los pecados es para Ti
sacrificio muy acepto, que huele más suavemente en tu presencia, que el
incienso. Este es también el ungüento agradable que Tú quisiste que se
derramase sobre tus sagrados pies; porque nunca desechaste el corazón contrito
y humillado. Allí está el lugar del refugio para el que huye del enemigo; allí
se enmienda y limpia lo que en otro lugar se erró y se manchó. Capítulo LIII
La gracia de Dios no se mezcla con el gusto de las cosas terrenas.
Jesucristo: 1. Hijo, mi gracia es preciosa, no admite mezcla de
cosas extrañas, ni de consolaciones terrenas. Conviene desviar todos los impedimentos de la gracia, si deseas
que se te infunda. Busca lugar secreto para ti; desea estar a solas contigo; deja las
conversaciones, y ora devotamente a Dios, para que te dé compunción de corazón
y pureza de conciencia. Reputa por nada todo el mundo, y prefiere a todas las cosas
exteriores el ocuparte en Dios. Porque no podrás ocuparte en Mí, y juntamente deleitarte en lo
transitorio. Conviene desviarse de conocidos y de amigos, y tener el espíritu
retirado de todo placer temporal. Así desea que se abstengan todos los fieles cristianos el apóstol
San Pedro, portándose como extranjeros y peregrinos en este mundo. 2. ¡Oh, cuánta confianza tendrá en la muerte aquel que no tiene
afición a cosa alguna de este mundo! Pero tener así el corazón desprendido de todas las cosas, no lo
alcanza el alma todavía enferma; ni el hombre carnal conoce la libertad del
hombre espiritual. Mas si quiere ser verdaderamente espiritual, es preciso que
renuncie a los extraños y a los allegados, y que de nadie se guarde más que de
sí mismo. Si a ti te vences perfectamente, todo lo demás lo sujetarás con
más facilidad. La perfecta victoria es vencerse a sí mismo. Porque el que se tiene sujeto a sí mismo, de modo que la
sensualidad obedezca la razón, y la razón me obedezca a Mí en todo, este es
verdaderamente vencedor de sí y señor del mundo. 3. Si deseas subir a esta cumbre, conviene comenzar varonilmente,
y ponerla segura a la raíz, para que arranques y destruyas la oculta
desordenada inclinación que tienes a ti mismo, y a todo bien propio y corporal. De este amor desordenado que se tiene el hombre a sí mismo, depende
casi todo lo que se ha de vencer radicalmente: vencido y señoreado este mal,
luego hay gran paz y sosiego. Mas porque pocos trabajan en morir perfectamente a sí mismo, y no
salen enteramente de su propio amor, por eso se quedan envueltos en sus afectos,
y no se pueden levantar sobre sí en espíritu. Pero el que desea andar libre conmigo, es necesario que mortifique
todas sus malas y desordenadas aficiones, y que no se pegue a criatura alguna
con amor apasionado. Capítulo LIV
De los diversos movimientos de la naturaleza y de la gracia.
Jesucristo: 1. Hijo, mira con vigilancia los movimientos de la
naturaleza y de la gracia, porque son muy contrarios y sutiles, de modo que con
dificultad son conocidos sino por varones espirituales e interiormente alumbrados. Todos desean el bien, y en sus dichos y hechos buscan alguna
bondad; por eso muchos se engañan con color del bien. 2. La naturaleza es astuta, atrae a sí a muchos, los enreda y
engaña, y siempre se pone a sí misma por fin. Mas la gracia anda sin doblez, se desvía de toda apariencia de
mal, no pretende engañar, sino que hace todas las cosas puramente por Dios, en
quien descansa como en su fin. 3. La naturaleza no quiere ser mortificada de buena gana, ni
estrechada, ni vencida, ni sometida de grado. Mas la gracia estudia en la propia mortificación, resiste a la
sensualidad, quiere estar sujeta, desea ser vencida, no quiere usar de su
propia libertad, apetece vivir bajo una estrecha observancia, no codicia
señorear a nadie, sino vivir y servir, y estar debajo de la mano de Dios; por
Dios está pronta a obedecer con toda humildad a cualquiera criatura humana. 4. La naturaleza trabaja por su conveniencia, y tiene la mira a la
utilidad que le puede venir. Pero la gracia no considera lo que le es útil y conveniente, sino
lo que aprovecha a muchos. 5. La naturaleza recibe con gusto la honra y la reverencia. Mas la gracia atribuye fielmente a sólo Dios toda honra y gloria. 6. La naturaleza tema la confusión y el desprecio. Pero la gracia se alegra en padecer injurias por el nombre de
Jesús. 7. La naturaleza ama el ocio y la quietud corporal. Más la gracia
no puede estar ociosa; antes abraza de buena voluntad el trabajo. 8. La naturaleza busca tener cosas curiosas y hermosas, y aborrece
las viles y groseras. Mas la gracia se deleita con cosas llanas y bajas, no desecha las
ásperas, ni rehúsa el vestir ropas viejas. 9. La naturaleza mira lo temporal, y se alegra de las ganancias
terrenas, se entristece del daño, y enojase con cualquier palabra o injuria. Pero la gracia mira lo eterno, no está pegada a lo temporal, ni se
turba cuando la pierde, ni se exaspera con las palabras ofensivas; porque puso
su tesoro y gozo en el cielo, donde ninguna cosa perece. 10. La naturaleza es codiciosa, y de mejor gana toma que da; ama sus
cosas propias y particulares. Mas la gracia es piadosa y común para todos, huye
la singularidad, contentase con poco, tiene por mayor felicidad el dar que el
recibir. 11. La naturaleza nos inclina a las criaturas, a la propia carne,
a la vanidad y a las distracciones. Pero la gracia nos lleva a Dio y a las virtudes, renuncia las
criaturas, huye el mundo, aborrece los deseos de la carne, refrena los pasos
vanos, avergüénzase de parecer en público. 12. La naturaleza toma de buena gana cualquier placer exterior en
que deleite sus sentidos. Pero la gracia en solo Dios se quiere consolar, y deleitarse en el
sumo bien sobre todo lo visible. 13. La naturaleza, cuanto hace, es por su propia utilidad y
conveniencia; no puede hacer cosa de balde, sino que espera alcanzar otro tanto
o más, o si no, alabanza o favor por el bien que ha hecho; y desea que sean sus
obras y sus dádivas muy ponderadas. Mas la gracia ninguna cosa temporal busca,
ni quiere otro premio, sino a solo Dios; y de lo temporal no quiere más que cuanto
basta para conseguir lo eterno. 14. La naturaleza se complace en sus muchos amigos y parientes, se
gloria de su noble nacimiento y distinguido linaje, halaga a los poderosos,
lisonjea a los ricos, aplaude a los iguales. Pero la gracia ama aun a los enemigos y no se engríe por los
muchos amigos, ni hace caso de propio nacimiento y linaje, si en el no hay
mayor virtud. Favorece más al pobre que al rico; se acomoda mas bien al inocente
que al poderoso; se alegra con el veraz, no con el engañoso. Exhorta siempre a
los buenos a que aspiren a gracias mejores, y se asemejen al Hijo de Dios por
sus virtudes. 15. La naturaleza luego se queja de la necesidad y del trabajo. Pero la gracia lleva con buen rostro la pobreza. 16. La naturaleza todo lo dirige a sí misma, y por sí pelea y
porfía. Mas la gracia todo lo refiere a Dios, de donde originalmente mana,
ningún bien se arroga ni se atribuye a sí misma. No porfía, ni prefiere su modo
de pensar al de los otros; sino que en todo dictamen y opinión se sujeta a la
sabiduría eterna y al divino examen. 17. La naturaleza apetece saber secreto y oír novedades; quiere
aparecer en público, y observar mucho por los sentidos; desea ser conocida, y
hacer cosas de donde le proceda alabanza y fama. Pero la gracia no cuida de oír
cosas nuevas ni curiosas; porque todo esto nace de la corrupción antigua, y no
hay cosa nueva ni durable sobre la tierra. Enseña a recoger los sentidos, a
huir la vana complacencia y ostentación, esconder humildemente lo que tenga
digno de admiración o alabanza, y buscar en todas las cosas y en toda ciencia
fruto de utilidad, y alabanza y honra de Dios. No quiere que ella ni sus cosas sean pregonadas; sino que Dios sea
glorificado en sus dones, que los da todos con purísimo amor. 18. Esta gracia es una luz sobrenatural, y un don especial de
Dios; y propiamente la marca de los escogidos, y la prenda de la salvación
eterna, la cual levanta al hombre de lo terreno a amar lo celestial, y de
carnal lo hace espiritual. Así que, cuanto más apremiada sea la naturaleza, tanto mayor
gracia se infunde, y cada día es reformado el hombre interior según la imagen
de Dios con nuevas visitaciones. CAPíTULO LV
De la corrupción de la naturaleza, de la eficacia de la gracia
divina.
EL ALMA: 1. Señor, Dios mío, que me criaste a tu imagen y
semejanza, concédeme aquesta gracia, que declaraste ser tan grande y necesaria
para la salvación; a fin de que yo pueda vencer mi perversa naturaleza, que me
arrastra a los pecados y a la perdición. Pues yo siento en mi carne la ley del pecado, que contradice a la
ley de mi alma, y me lleva cautivo a obedecer en muchas cosas a la sensualidad
y no pudo resistir a sus pasiones, si no me asiste tu santísima gracia,
eficazmente infundida en mi corazón. 2. Necesaria tu gracia, y grande gracia, para vencer la naturaleza
inclinada siempre a lo malo desde su juventud. Porque abatida en el primer hombre Adán, y viciada por el pecado,
pasa a todos los hombres la pena de esta mancha; de suerte que la misma
naturaleza, que fue criada por Ti buena y derecha, ya se toma por el vicio y
enfermedad de la naturaleza corrompida; por que el mismo movimiento suyo que le
quedó, la induce al mal y a lo terreno. Pues la poca fuerza que le ha quedado, es como una centellita
escondida en la ceniza. Esta es la razón natural, cercada de grandes tinieblas; pero capaz
todavía de juzgar del bien y del mal, y de discernir lo verdadero de lo falso;
aunque no tiene fuerza para cumplir todo lo que le parece bueno, ni usa de la
perfecta luz de la verdad ni tiene sanas sus aficiones. 3. De aquí viene, Dios mío, que yo, según el hombre interior, me
deleito en tu ley, sabiendo que tus mandamientos son buenos, justos y santos,
juzgando también que todo mal y pecado se debe huir. Pero con la carne sirvo a la sensualidad más que a la razón. Así es también que propongo frecuentemente hacer muchas buenas
obras; pero como falta la gracia para ayudar a mi flaqueza, con poca
resistencia vuelvo atrás y desfallezco. Por la misma causa sucede que conozco el camino de la perfección,
y veo con bastante claridad como debo obrar. Mas agradado del peso de mi propia corrupción no me levanto a
cosas más perfectas. 4. ¡Oh, cuán necesaria me es, Señor, tu gracia, para comenzar el
bien, continuarlo y perfeccionarlo! Porque sin ella ninguna cosa puedo hacer; pero en Ti todo lo
puedo, confortado con la gracia. ¡Oh gracia verdaderamente celestial, sin la cual nada son los
merecimientos propios, ni se han de estimar en algo los dones naturales! Ni las artes, ni las riquezas, ni la hermosura, ni el ingenio o la
elocuencia valen delante de Ti, Señor, sin tu gracia. Porque los dones naturales son comunes a buenos, y a malos; más la
gracia y la caridad es don propio de los escogidos, y con ella se hacen dignos
de la vida eterna. Tan encumbrada es esta gracia, que ni el don de la profecía, ni el
hacer milagro, o algún otro saber, por sutil que sea, es estimado en algo sin
ella. Ni aun la fe ni la esperanza, ni las otras virtudes son aceptas a
Ti, sin caridad ni gracia. 5. ¡Oh beatísima gracia, que al pobre de espíritu lo haces rico en
virtudes, y al rico en muchos bienes vuelves humilde de corazón! Ven, desciende a mi, lléname luego de tu consolación, para que no
desmaye mi alma de cansancio y sequedad de corazón. Suplícote, Señor, que halle gracia en tus ojos, pues me basta,
aunque me falte todo lo que la naturaleza desea. Si fuere tentado y atormentado de muchas tribulaciones, no temeré
los males, estando tu gracia conmigo. Ella es fortaleza, ella me da consejo y favor. Mucha más poderosa es que todos los enemigos, y mucho más sabia
que todos los sabios. 6. Ella enseña la verdad, la ciencia, alumbra el corazón, consuela
en las aflicciones, destierra la tristeza, quita el temor, alimenta la devoción
produce lágrimas afectuosas. ¿Qué soy yo sin la gracia, sino un madero seco, y un tronco inútil
y desechado? Asísteme, pues, Señor, tu gracia para estar siempre atento a
emprender, continuar y perfeccionar buenas obras, por tu Hijo Jesucristo. Amén. CAPITULO LVI
QUE DEBEMOS NEGARNOS A NOSOTROS MISMOS, Y ASEMEJARNOS A CRISTO POR
LA CRUZ.
JESUCRISTO: 1. Hijo, cuanto puedes salir de ti, tanto puedes
pasarte a Mí. Así como no desear nada exteriormente, produce la paz interior;
así el negarse interiormente, causa la unión con Dios. Quiero que aprendas la perfecta renuncia de ti mismo en mi
voluntad, sin replica ni queja. Sígueme: YO SOY CAMINO, VERDAD Y VIDA. Sin camino no hay por donde
andar; sin verdad no podemos conocer;sin vida no hay quien pueda vivir. Yo soy
el camino que debes seguir, la verdad que debes creer, la vida que debes esperar. Yo soy camino inviolable, verdad infalible, vida interminable. Yo soy camino muy derecho, verdad suma, vida verdadera, vida
bienaventurada, vida increada. Si permanecieres en mi camino, conocerás la verdad, y la verdad te
librará y alcanzarás la vida eterna. 2. Si quieres entrar en la vida, guarda mis mandamientos. Si quieres conocer la verdad, créeme a Mí. Si quieres ser mi discípulo, niégate a ti mismo. Si quieres poseer la vida bienaventurada, desprecia la presente. Si quieres ser ensalzado en el cielo, humíllate en el mundo. Si quieres reinar conmigo, lleva la cruz conmigo. Porque sólo los siervos de la cruz hallan el camino de la
bienaventuranza y de la luz verdadera. EL ALMA: 3. Señor, pues tu camino es estrecho y despreciado en el
mundo, concédeme que te imite en despreciar el mundo. Pues no es mejor el siervo que su señor, ni el discípulo es
superior al maestro. Ejercitase tu siervo en tu vida, pues en ella esta mi salud, y la
santidad verdadera. Cualquier cosa que fuera de ella oigo o no me recrea ni satisface
cumplidamente. JESUCRISTO: 4. Hijo, pues sabes esto y lo has leído todo, si lo
hicieres, serás bienaventurado. El que abraza mis mandamientos y los guarda,ese es el que me ama,
y Yo le amaré, y le manifestaré a él,y le haré sentar conmigo en el reino de mi
Padre. EL ALMA: 5. Señor, Jesús, como lo dijiste y prometiste, así se
haga, y pueda yo merecerlo. Recibí de tu mano la cruz; yo la llevaré hasta la muerte, así como
Tú me la pusiste. Verdaderamente la vida de l buen religioso es cruz, pero guía al
paraíso. Ya hemos comenzado; no se debe volver atrás, ni conviene dejarla. 6. Ea, hermanos, vamos juntos, Jesús será con nosotros. Por Jesús tomamos esta cruz, por Jesús perseveremos en ella. Será nuestro auxiliador el que es nuestro capitán, y fue nuestro
ejemplo Mirad a nuestro Rey que va delante de nosotros y peleará por
nosotros. Sigámosle varonilmente, nadie tema los terrores estemos preparados
a morir con animo en la batalla, y no demos tal afrenta a nuestra gloria, que
huyamos de la cruz. CAPITULO LVII
No debe acobardarse demasiado el que cae en algunas faltas.
Jesucristo: 1. Hijo, más me agradan la humildad y la paciencia en
la adversidad que el mucho consuelo y devoción en la prosperidad. ¿Por qué te entristece una pequeña cosa dicha contra ti? Aunque más fuera, no debieras inquietarte. Mas ahora déjala pasar, porque es la primera, ni nueva, ni será la
última si mucho vivieres. Harto esforzado eres cuando ninguna cosa contraria te viene. Aconsejas bien, y sabes alentar a otros con palabras; pero cuando
viene a tu puerta alguna repentina tribulación, luego te falta consejo y
esfuerzo. Mira tu gran fragilidad que experimentas a cada paso en pequeñas
ocasiones; mas todo este mal que te sucede, redunda en tu salud. 2. Apártalo como mejor supieres de tu corazón, y si llegó a
tocarte, no permitas que te abata, ni te lleve embarazado mucho tiempo. Sufre a lo menos con paciencia, si no puedes con alegría. Y si oyes algo contra tu gusto y te sientes irritado, refrénate, y
no dejes salir de tu boca alguna palabra desordenada que pueda escandalizar a
los inocentes. Presto se aquietará el ímpetu excitado de tu corazón: y el dolor
interior se dulcifica con la vuelta de la gracia. Aún vivo Yo (dice el Señor) dispuesto para ayudarte y para
consolarte más de lo acostumbrado, si confías en Mí y me llamas devoción. 3. Ten buen ánimo, y apercíbete para trances mayores. Aunque te veas muchas veces atribulado, o gravemente tentado, no
por eso está ya todo perdido. ¿Cómo podrás tú estar siempre en un mismo estado de virtud, cuando
le faltó al ángel en el cielo, y al primer hombre en el paraíso? Yo soy el que levanta con entera salud a los que lloran y traigo a
mi divinidad los que lloran y traigo a mi divinidad los que conocen su
flaqueza. EL ALMA: 4. Señor, bendita ea tu palabra, dulce para mi boca más
que la miel y el panal. ¿Qué haría yo en tantas tribulaciones y angustias, si Tú no me
animases con tus santas palabras? Con tal que al fin llegue yo al puerto de salvación ¿qué se me da
de cuanto hubiere padecido? Dame buen fin; dame una dulce partida de este mundo. Acuérdate de mí, Dios mío, y guíame por camino derecho a tu reino.
Amén. CAPITULO LVIII
NO SE DEBEN ESCUDRIÑAR LAS COSAS ALTAS Y LOS JUICIOS OCULTOS DE
DIOS
JESUCRISTO: 1. Hijo, guárdate de disputar de materias altas, y de
los secretos juicios de Dios; por qué uno es desamparado y otro tiene tantas
gracias; por qué está uno muy afligido y otro tan altamente ensalzado. Estas cosas exceden a toda humana capacidad; y no basta razón ni
disputa alguna para investigar el juicio divino. Por eso, cuando el enemigo te trajere esto al pensamiento, o
algunos hombres curiosos lo preguntaren, responde aquello del profeta: JUSTO
ERES, SEÑOR, Y JUSTO TU JUICIO. Y también: LOS JUICIOS DEL SEÑOR SON VERDADEROS Y JUSTIFICADOS EN
Sí MISMOS. Mis juicios han de ser temidos, no examinados; por que no se
comprende con entendimiento humano. 2. Tampoco te pongas a inquirir o disputar de los merecimiento de
los Santos, cuál sea más Santo o mayor en el reino de los cielos. Estas cosas muchas veces causan contiendas y disensiones sin
provecho; aumentan también la soberbia y la vanagloria, de donde nacen envidias
y discordias, cuando uno quiere preferir imprudentemente un Santo, y otro
quiere a otro. Querer saber e inquirir tales cosas, ningún fruto trae, antes
desagrada mucho a los Santos; por que Yo no soy DIOS de discordia, sino de paz;
la cual consiste más en la verdadera humildad, que en la propia estimación. 3. Algunos con celo de amor se aficionan a unos Santos más que a
otros; pero más por afecto humano que divino. Yo soy el que hice a todos los Santos; Yo les di la gracia; Yo les
he dado la gloria. Yo sé los méritos de cada uno; Yo les previne con bendiciones de
mi dulzura. Yo conocí mis amados antes de los siglos; Yo los escogí del mundo,
y no ellos a Mí. Yo los llamé por gracia y atraje por misericordia; Yo les llevé
por diversas tentaciones. Yo les envié grandes consolaciones, les di la perseverancia y
coroné su paciencia. 4. Yo conozco al primero y al último. Yo los abrazo a todos con amor inestimable. Yo soy digno de ser alabado en todos mis Santos, y ensalzado sobre
todas las cosas; Yo debo ser honrado por cada uno de cuantos he engrandecido y
predestinado, sin preceder algún merecimiento suyo. Por eso quien despreciare a uno de mis pequeñuelos, no honra al
grande, porque yo hice al grande y al pequeño. Y el que quisiere deprimir alguno de los Santos, a Mí me deprime y
a todos los demás del reino de los cielos. Todos son una misma cosa por vínculo de la caridad; todos tienen un
mismo parecer y un mismo querer; y todos se aman recíprocamente. 5. Y sobre todo, más me aman a Mí que a sí mismos y a todos sus
merecimientos. Porque elevados sobre sí libres de su propio amor, se pasan del
todo al mío; y en él descansan y se regocijan con gozo inexplicable. No hay cosa que los pueda apartar ni declinar; porque llenos de la
verdad eterna, arden en el fuego inextinguible de la caridad. Callen, pues, los hombres carnales y animales, y no disputen del
estado de los Santos, pues no saben amar sino los gozos particulares. Quitan y
ponen según su inclinación, no como agrada a la eterna verdad. 6. Muchos por efecto de ignorancia, especialmente los que se
hallan con poca luz interior, con dificultad saben amar a alguno con perfecto
amor espiritual. Y aun los lleva mucho el afecto natural, y la amistad humana, con
la cual se inclinan más a unos que a otros; y así como sienten de las cosas
terrenas, así imaginan de las celestiales. Mas hay grandísima diferencia entre lo que piensan los hombres
imperfectos y lo que saben los varones espirituales por la revelación divina. 7. Guárdate, pues, hijo, de tratar curiosamente de las cosas que
exceden a tu alcance: de lo que debes tratar es de que puedas ser siquiera el
menor en el reino de Dios. Y aunque uno supiese quién es más Santo que otro, o el mayor en el
reino del cielo, ¿de qué le serviría el saberlo, si no se humillase delante de
Mí por este conocimiento, y no se levantase a alabar más puramente mi nombre? Mucho más agradable es a Dios el que piensa en la gravedad de sus
propios pecados, y la poquedad de sus virtudes, y cuán lejos está de la
perfección de los Santos, que el que porfía cuál será mayor o menor Santo. Mejor es rogar a los Santos con devotas oraciones y lágrimas, y
con humilde corazón invocar su favor, que escudriñar sus secretos con inútil
investigación. 8. Ellos están cumplidamente contentos, si los hombres saben
contentarse y refrenar la vanidad de sus lenguas. No se glorían de sus propios merecimientos, pues que ninguna cosa
buena se atribuyen a sí mismos; sino todo a Mí; porque yo les di todo cuanto
tienen con mi infinita caridad. Llenos están de tanto amor de la divinidad, y de tal abundancia de
gozos, que ninguna parte de gloria les falta, ni les puede faltar cosa alguna
de bienaventuranza. Todos los Santos, cuanto más altos están en la gloria tanto más
humildes son en sí mismos, y están más cercanos a Mí, y son más amados de Mí. Por lo cual está escrito que abatieron sus coronas delante de
Dios, y se postraron sobre sus rostros delante del Cordero, y adoraron al que
vive por los siglos de los siglos. 9. Muchos preguntan quién es el mayor en el reino de Dios, que no
saben si serán dignos de ser contados con los ínfimos. Gran cosa es ser en el cielo siquiera el menor, donde todos son
grandes, porque todos se llamarán y serán hijos de Dios. El menor será grande entre mil, y el pecador de cien años morirá. Pues cuando preguntaban los discípulos quién fuese mayor en el
reino de los cielos, tuvieron esta respuesta: Si no os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los
cielos. Por eso, cualquiera que se humillare como niño, aquel será el
mayor en el reino del cielo. 10. ¡Ay de aquellos que se desdeñan de humillarse de voluntad con
los pequeñitos; porque la puerta humilde y angosta del reino celestial no les
permitirá entrar! ¡Ay también de los ricos, que tienen aquí sus deleites; porque
cuando entraren los pobres en el reino de Dios, quedarán ellos fuera aullando y
llorando a lágrima viva! Alegraos los humildes, y regocijaos los pobres, que vuestro es el
reino de Dios, si andáis en el camino de la verdad. Capítulo LIX
Toda la esperanza y confianza se debe poner en sólo Dios.
El Alma: 1. Señor, ¿cuál es mi confianza en esta vida? o ¿cuál mi
mayor contento de cuantos hay debajo del cielo? Por ventura ¿ no eres Tú mi Dios y Señor, cuyas misericordias no
tienen número? ¿Dónde me fue bien sin Ti? o ¿cuándo me pudo ir mal estando Tú
presente? Más quiero ser pobre por Ti, que rico sin Ti. Por mejor tengo peregrinar contigo en la tierra, que poseer sin Ti
el cielo. Donde Tú estás, allí está el cielo, y donde no, el infierno y la
muerte. A Ti se dirige todo mi deseo, y por eso no cesaré de orar, gemir y
clamar en pos de Ti. En fin; yo no puedo confiar cumplidamente en alguno que me ayude
oportunamente en mis necesidades, sino en Ti solo, Dios mío. Tú eres mi esperanza y mi confianza; Tú mi consolador y el amigo
más fiel en todo. 2. Todos buscan su interés, Tú buscas solamente mi salud y mi
aprovechamiento, y todo mi lo conviertes en bien. Aunque algunas veces me dejas en diversas tentaciones y
adversidades, todo lo ordenas para mi provecho; que sueles de mil modos probar
a tus escogidos. En esta prueba debes ser tan amado y alabado, como si me colmases
de consolaciones espirituales. 3. En Ti, pues, Señor Dios, pongo toda mi esperanza y refugio; en
tus manos dejo todas mis tribulaciones y angustias; porque fuera de Ti todo es
débil e inconstante. Porque no me aprovecharán muchos amigos, ni podrán ayudarme los
defensores poderosos, ni los consejeros discretos darme respuesta conveniente,
ni los libros doctos consolarme, ni cosa alguna preciosa librarme, ni algún
lugar secreto y delicioso defenderme, si Tú mismo no me auxilias, ayudas,
esfuerzas, consuelas y guardas. 4. Porque todo lo que parece conducente para tener paz y
felicidad, es nada si Tú estás ausente; ni da sino una sombra de felicidad. Tú eres, pues, fin de todos los bienes, centro de la vida, y
abismo de sabiduría; y esperar en Ti sobre todo, es grandísima consolación para
tus siervos. A Ti, Señor, levanto mis ojos; en Ti confió, Dios mío, padre de
misericordias. Bendice y santifica mi alma con bendición celestial, para que sea
morada santa tuya, y silla de tu gloria eterna; y no haya en este templo tuyo
cosa que ofenda los ojos de tu majestad soberana. Mírame según la grandeza de tu bondad, y según la multitud de tus
misericordias, y oye la oración de este pobre siervo tuyo, desterrado lejos en
la región de la sombra de la muerte. Defiende y conserva el alma de este tu siervecillo entre tantos peligros
de la vida corruptible; y acompañándola tu gracia, guíala por el camino de la
paz a la patria de la perpetua claridad. Amén. Libro cuarto
Santísimo Sacramento del Altar
Capítulo I
EXHORTACIÓN DEVOTA PARA LA SAGRADA COMUNIÓN.
Jesucristo: Venid a Mí todos los que tenéis, trabajos y estáis
cargados, y yo os aliviaré, dice el Señor. El pan que yo os daré, es mi carne, por la vida del mundo. Tomad y comed: este es mi cuerpo; que será entregado por vosotros.
Haced esto en memoria de Mí. El que come mi carne y bebe mi sangre, está en Mí, y yo en él. Las palabras que os he dicho, espíritu y vida son. Capítulo primero Con cuánta reverencia se ha de recibir a Jesucristo. El Alma: 1. Estas son tus palabras, ¡oh buen Jesús, Verdad eterna!
Aunque no fueron dichas en un tiempo, ni escritas en un mismo lugar. Y pues son tuyas, y verdaderas, debo yo recibirlas todas con
gratitud y con fe. Tuyas son, pues, Tú las dijiste; y también son mías, pues las
dijiste por mi bien. Muy de grado las recibo de tu boca, para que sean más
profundamente grabadas en mi corazón. Despiértanme palabras de tanta piedad, llenas de dulzura y de
amor; mas por otra parte mis propios pecados me espantan, y mi mala conciencia
me retrae de recibir tan altos misterios. La dulzura de tus palabras me convida; mas la multitud de mis
vicios me oprime. 2. Me mandas que me llegue a Ti con gran confianza, si quiero
tener parte contigo, y que reciba el manjar de la inmortalidad, si deseo
alcanzar vida y gloria para siempre. Dices: Venid a Mí todos los que tenéis trabajos y estáis cargados,
que yo os recrearé. ¡Cuán dulces y amables son a los oídos del pecador estas palabras,
por las cuales Tú, Señor Dios mío, convidas al pobre y al mendigo a la comunión
de tu Santísimo Cuerpo! Mas ¿quién soy yo, Señor, para que presuma llegarme a Ti? Veo que no cabes en los cielos de los cielos; y Tú dices: ¡Venid a
Mí todos! 2. ¿Qué quiere decir esta tan piadosa dignación, y este tan
amistoso convite? ¿Cómo osaré llegarme yo que no reconozco en mí cosa buena en que
pueda confiar? ¿Cómo te hospedaré en mi habitación yo que tantas veces ofendí tu
benignísima presencia? Los ángeles y arcángeles tiemblan: los Santos y justos temen. Y Tú
dices: !Venid a Mí todos! Si Tú, Señor, no dijeses esto, ¿quién lo creería? Y si Tú no lo mandases, ¿quién osaría llegarse a Ti? 4. Noé, varón justo, trabajó cien años en fabricar una arca para
guarecerse en ella con pocas personas: ¿pues cómo podré yo en una hora
prepararme para recibir con reverencia al que fabricó el mundo? Moisés, tu gran siervo y tu amigo especial, hizo una arca de
madera incorruptible, y la guarneció de oro purísimo para poner en ella las
tablas de la Ley; ¿y yo, criatura podrida, osaré recibirte tan fácilmente a Ti,
hacedor de la ley y dador de la vida? Salomón, el más sabio de los reyes de Israel, edificó en siete
años, en honor de tu nombre, un magnífico templo. Celebró ocho días la fiesta de su dedicación, ofreció mil hostias
pacíficas, y colocó solemnemente el Arca del Testamento, con músicas y
regocijos, en el lugar que le estaba preparado. Y yo, miserable y más pobre de los hombres, ¿cómo te introduciré
en mi casa, que difícilmente estoy con devoción media hora? Y ¡ojalá que alguna
vez gastase bien media hora! 5. ¡Oh Dios mío! ¿Qué no hicieron aquellos por agradarte? Mas ¡ay de mí! ¡Cuán poco es lo que yo hago! ¡Qué corto tiempo
gasto en prepararme para la Comunión! Rara vez estoy del todo recogido, y rarísima me veo libre de toda
distracción. Y en verdad, que en tu saludable y divina presencia no debiera
ocurrirme pensamiento alguno poco decente, ni ocuparme criatura alguna; porque
no voy a hospedar a algún ángel, sino al Señor de los ángeles. 6. Además, hay grandísima diferencia entre el Arca del Testamento
con cuanto contenía, y tu purísimo Cuerpo con sus inefables virtudes; entre
aquellos sacrificios de la ley antigua que figuraban los venideros, y el
sacrificio de tu cuerpo, que es el cumplimiento de todos los sacrificios
antiguos. 7. ¿Por qué, pues, no me inflamo más en tu venerable presencia? ¿Por qué no me dispongo con mayor cuidado para recibirte en el
Sacramento, al ver que aquellos antiguos santos patriarcas y profetas, reyes y
príncipes, con todo su pueblo, mostraron tanta devoción al culto divino? 8. El devotísimo rey David bailó con toda su fuerza delante del
arca de Dios, acordándose de los beneficios hechos en otro tiempo a los padres.
Hizo diversos instrumentos músicos; compuso salmos, y ordenó que se cantasen
con alegría; y aun él mismo los cantó frecuentemente el arpa, inspirado de la
gracia del Espíritu Santo; enseñó al pueblo de Israel a alabar a Dios de todo
corazón, y bendecirle y celebrarle cada día con voces acordes. Pues si tanta era entonces la devoción, y tanto se pensó en alabar
a Dios delante del Arca del Testamento, ¿cuánta reverencia y devoción debo yo
tener, y todo el pueblo cristiano, a presencia del Sacramento y al recibir el
Santísimo cuerpo de Cristo? 9. Muchos corren a diversos lugares para visitar las reliquias de
los Santos, y se maravillan de oír sus hechos, miran los grandes edificios de
los templos, y besan los sagrados huesos guardados en oro y seda. Y Tú estás aquí presente delante de mí en el altar, Dios mío,
Santo de los Santos, Criador de los hombres y Señor de los ángeles. Muchas veces los hombres hacen aquellas visitas por la novedad y
por la curiosidad de ver cosas que no han visto; y así es que sacan muy poco
fruto de enmienda, mayormente cuando andan con liviandad, de una parte a otra,
sin contrición verdadera. Más aquí, en el Sacramento del Altar, estás todo presente, Jesús
mío, Dios y hombre; en él se coge copioso fruto de eterna salud todas las veces
que te recibieren digna y devotamente. Y a esto no nos trae ninguna liviandad ni curiosidad o
sensualidad; sino la fe firme, la esperanza devora, y la pura caridad. 10. ¡Oh Dios invisible, Criador del mundo, cuán maravillosamente
lo haces con nosotros! ¡Cuán suave y graciosamente te portas con tus escogidos, a quienes
te ofreces a Ti mismo en este Sacramento para que te reciban! Esto, en verdad, excede sobre todo entendimiento; esto
especialmente cautiva los corazones de los devotos y enciende su afecto. Porque los verdaderos fieles tuyos, que se disponen para enmendar
toda su vida, de este Sacramento dignísimo reciben continuamente grandísima
gracia de devoción y amor de la virtud. 11. ¡Oh admirable y escondida gracia de ese Sacramento, la cual
conocen solamente los fieles de Cristo! Pero los infieles y los que sirven al
pecado, no la pueden gustar. En este Sacramento se da gracia espiritual, se repara en el alma
la virtud perdida, y reflorece la hermosura afeada por el pecado. Tanta es algunas veces esta gracia, que de la abundante devoción
que causa, no sólo el alma, sino aun el cuerpo flaco siente haber recibido
fuerzas mayores. 12. Pero es muy mucho de sentir y de llorar nuestra tibieza y
negligencia, porque no nos movemos con mayor afecto a recibir a Cristo, en
quien consiste toda la esperanza y el mérito de los que se han de salvar. Porque El es nuestra santificación y redención, El nuestro
consuelo en esta peregrinación y el gozo eterno de los Santos. Y así es muy digno de llorarse el poco caso que muchos hacen de
este saludable Sacramento, el cual alegra al cielo, y conserva al universo
mundo. ¡Oh ceguedad y dureza del corazón humano, que tan poco atiende a
tan inefable don, y por la mucha frecuencia ha venido a reparar menos en él! 13. Porque si este sacratísimo Sacramento se celebrase en un solo
lugar y se consagrase por un solo sacerdote en todo el mundo, ¿con cuánto deseo
y afecto acudirían los hombres a aquel sacerdote de Dios para verle celebrar
los divinos misterios? Mas ahora hay muchos sacerdotes, y se ofrece Cristo en muchos
lugares, para que se muestre tanto mayor la gracia y amor de Dios al hombre,
cuanto la sagrada Comunión es más liberalmente difundida por el mundo. Gracias a Ti, buen Jesús, pastor eterno que te dignaste recrearnos
a nosotros pobres y desterrados, con tu precioso cuerpo y sangre; y también
convidarnos con palabras de tu propia boca a recibir estos misterios, diciendo:
Venid a Mí todos los que tenéis trabajos y estáis cargados, que yo os aliviaré. Capítulo II
De la bondad y caridad de Dios, que se manifiesta en este
Sacramento para con los hombres.
El Alma: 1. Señor, confiando en tu bondad y gran misericordia,
vengo yo enfermo al médico; hambriento y sediento, a la fuente de la vida;
pobre, al rey del cielo; siervo, al Señor; criatura, al Criador; desconsolado,
a mi piadoso consolador. Mas ¿se dónde a mí tanto bien, que Tú vengas a mí? ¿Quién soy yo
para que te me des a Ti mismo? ¿Cómo se atreve el pecador a comparecer delante de Ti? Y Tú ¿cómo
te dignas de venir al pecador? Tú conoces a tu siervo, y sabes que ningún bien tiene por donde
pueda merecer que Tú le hagas este beneficio. Yo te confieso, pues, mi vileza, reconozco tu verdad, alabo tu
piedad, y te doy gracias por tu extremada caridad. Pues así lo haces conmigo, no por mis merecimientos, sino por Ti
mismo, para darme a conocer mejor tu bondad; para que se me infunda mayor
caridad, y se recomiende más la humildad. Pues así te agrada a Ti, y así mandaste que se hiciese; también me
agrada a mí que Tú lo hayas tenido por bien. ¡Ojalá que no lo impida mi maldad! 2. ¡Oh dulcísimo y benignísimo Jesús! ¡Cuánta reverencia y gracias
acompañadas de perpetua alabanza te son debidas por habernos dado tu sacratísimo
cuerpo, cuya dignidad ningún hombre es capaz de explicar! Mas ¿qué pensaré en esta comunión, cuando quiero llegarme a mi
Señor, a quien no puedo venerar debidamente, y sin embargo deseo recibir con
devoción? ¿Qué cosa mejor y más saludable pensaré, sino humillarme
profundamente delante de Ti, y ensalzar tu infinita bondad sobre mí? Yo te alabo, Dios mío, y deseo que seas ensalzado para siempre.
Despréciome y me rindo a tu majestad en el abismo de mi bajeza. 3. Tú eres el Santo de los Santos, y yo la basura de los
pecadores. Tú te bajas a mí, que no soy digno de alzar los ojos para mirarte. Tú vienes a mí, Tú quieres estar conmigo, Tú me convidas a tu
mesa. Tú me quieres dar a comer el manjar celestial, y el pan de los
ángeles; que no es otra cosa por cierto sino Tú mismo, pan vivo que descendiste
del cielo, y das vida al mundo. 4. ¡Cuánto es, pues, tu amor, cuál tu dignación! y ¡cuántas
gracias y alabanzas te son debidas por esto! ¡Oh cuán saludable y provechoso designio tuviste en la institución
de este Sacramento! ¡Cuán inefable tu verdad! Pues Tú hablaste, y fue hecho el universo; y se hizo lo que Tú
mandaste. 5. Admirable cosa es, digno objeto de la fe, y superior al
entendimiento humano, que Tú, Señor Dios mío, verdadero Dios y hombre, eres
contenido entero debajo de las especies de pan y vino, y sin detrimento eres
comido por el que te recibe. Tú, Señor de todo, que de nada necesitas, quisiste habitar entre
nosotros por medio de este Sacramento. Conserva mi corazón y mi cuerpo sin mancha, para que con alegre y
limpia conciencia pueda celebrar frecuentemente, y recibir para mi eterna
salvación este digno misterio, que ordenaste y estableciste principalmente para
honra tuya memoria continua. 6. Alégrate, alma mía, y da gracias a Dios por don tan excelente y
consuelo tan singular que te fue dejado en este valle de lágrimas. Porque la caridad de Cristo nunca se disminuye, y la grandeza de
su misericordia nunca mengua. 7. Por eso te debes preparar siempre con nueva devoción del alma,
y pensar con atenta consideración esta gran misterio de salud. Así te debe parecer tan grande, tan nuevo y agradable cuando
celebras u oyes Misa, como si fuese el mismo día en que Cristo, descendiendo en
el vientre de la Virgen se hizo hombre; o aquel en que puesto en la Cruz
padeció y murió por la salud de los hombres. Capítulo III
Que es provechoso comulgar con frecuencia.
El Alma: 1. A Ti vengo, Señor, para disfrutar de tu don sagrado, y
regocijarme en tu santo convite, que en tu dulzura preparaste, Dios mío, para
el pobre. En Ti está cuanto puedo y debo desear; Tú eres mi salud y
redención, mi esperanza y fortaleza, mi honor y mi gloria. Alegra, pues, hoy el alma de tu siervo, porque a Ti, Jesús mío, he
levantado mi espíritu. Deseo yo recibirte ahora con devoción y reverencia, deseo
hospedarte en mi casa de manera que merezca como Zaqueo tu bendición, y ser
contado entre los hijos de Abrahán. Mi alma anhela tu sagrado cuerpo; mi corazón desea ser unido
contigo. 2. Date, Señor, a mí, y me basta; porque sin Ti ninguna consolación
satisface. Sin Ti no puedo existir; y sin tu visitación no puedo vivir. Por eso me conviene llegarme muchas veces a Ti, y recibirte para
remedio de mi salud, porque no me desmaye en el camino, si fuere privado de
este manjar celestial. Pues Tú, benignísimo Jesús, predicando a los pueblos y curando
diversas enfermedades, dijiste: No quiero consentir que se vayan ayunos a su
casa, porque no desmayen en el camino. Haz, pues, ahora conmigo de esta suerte; pues te quedaste en el
Sacramento para consolación de los fieles. Tú eres suave alimento del alma, y quien te comiere dignamente
será participante y heredero de la gloria eterna. Yo que tantas veces caigo y peco, tan presto me entibio y desmayo,
necesito verdaderamente renovarme, purificarme y alentarme por la frecuencia de
oraciones y confesiones, y de la sagrada participación de tu cuerpo; no sea que
absteniéndome de comulgar por mucho tiempo, decaiga de mi santo propósito. 3. Porque las inclinaciones del hombre son hacia lo malo desde su
juventud; y si no le socorre la medicina celestial, al punto va del mal en
pero. Así es que la santa Comunión retrae de lo malo, y conforta en lo
bueno. Y si ahora que comulgo o celebro soy tan negligente y tibio, ¿qué
sucedería si no tomase tal medicina y si no buscase auxilio tan grande? Y aunque no esté preparado cada día, ni bien dispuesto para
celebrar, procuraré, sin embargo, recibir los divinos misterios en los tiempos
convenientes, para hacerme participante de tanta gracia. Porque el principal consuelo del alma fiel, mientras peregrina
unida a este cuerpo mortal, es acordarse frecuentemente de su Dios, y recibir a
su amado con devoto corazón. 4. ¡Oh admirable dignación de tu clemencia para con nosotros, que
Tú, Señor Dios, Criador y vivificador de todos los espíritus, te dignas de
venir a una pobrecilla alma y satisfacer su hambre con toda tu divinidad y
humanidad! ¡Oh feliz espíritu y dichosa alma la que merece recibir con
devoción a su Dios y Señor, y rebosar así de gozo espiritual! ¡Oh, qué Señor tan grande recibe, qué huésped tan amable aposenta,
qué compañero tan agradable admite, qué amigo tan fiel elige, qué esposo abraza
tan noble y tan hermoso, y más amable que todo cuanto se puede amar ni desear! Callen en tu presencia, mi dulcísimo amado, el cielo y la tierra
con todo su ornato, porque todo cuanto tienen de esplendor y de hermosura lo
han recibido de tu beneficencia; y nunca pueden aproximarse a la gloria de tu
nombre, cuya sabiduría es infinita. Capítulo IV
De los muchos bienes que se conceden a los que devotamente
comulgan.
El Alma: 1. Señor Dios mío, preven a tu siervo con las bendiciones
de tu dulzura, para que merezca llegar digna y devotamente a tu sublime
Sacramento. Mueve mi corazón hacia Ti, y sácame de este grave entorpecimiento;
visítame con tu gracia saludable para que pueda gustar en espíritu de suavidad,
cuya abundancia se halla en este Sacramento como en su fuente. Alumbra también mis ojos para que pueda mirar tan alto misterio; y
esfuérzame para creerlo con firmísima fe. Porque obra tuya es, y no poder humano; sagrada institución tuya,
y no invención de hombres. Ninguno ciertamente es capaz por sí mismo de entender cosas tan
altas, que aun a la sutileza angélica exceden. Pues yo, pecador indigno, tierra y ceniza, ¿qué podré escudriñar y
entender de tan alto secreto? 2. Señor, con sencillez de corazón, con fe firme y sincera, y por
mandato tuyo, me acerco a Ti con reverencia y confianza; y creo verdaderamente
que estás aquí presente en el Sacramento como Dios y como hombre. Pues quieres, Señor, que yo te reciba, y que me una contigo en
caridad. Por eso suplico a tu clemencia, y pido la gracia especial de que
todo me deshaga en Ti, y rebose de amor, y que no cuide ya de ninguna otra
consolación. Porque este altísimo y dignísimo Sacramento es la salud del alma y
del cuerpo, medicina de toda enfermedad espiritual, con la cual se curan mis
vicios, refrénanse mis pasiones, las tentaciones se vencen o disminuyen, dase
mayor gracia, la virtud comenzada crece, confirmase la fe, esfuérzase la
esperanza, y se enciende y dilata la caridad. 3. Porque muchos bienes has dado y das siempre en este Sacramento
a tus amados, que devotamente comulgan, Dios mío, huésped de mi alma, reparador
de la enfermedad humana, y dador de toda consolación interior. Tú les infundes mucho consuelo contra diversas tribulaciones, y de
lo profundo de su propio desprecio los levantas a esperar tu protección, y con
una nueva gracia los recreas y alumbras interiormente, y así los que antes de
la Comunión estaban inquietos y sin devoción, después, recreados con este
sustento celestial, se hallan muy mejorados. Y esto lo haces de gracia con tus escogidos, para que conozcan
verdaderamente, y experimenten a las claras cuánta flaqueza tienen en sí
mismos, y cuán grande bondad y gracia alcanzan de tu clemencia. Porque siendo por sí mismos fríos, duros e indevotos, de Ti
reciben el estar fervorosos, devotos y alegres. Pues ¿quién llegando humildemente a la fuente de la suavidad, no
vuelve con algo de dulzura? O ¿quién está cerca de algún gran fuego, que no reciba algún
calor? Tú eres fuente llena, que siempre mana y rebosa; fuego que de
continuo arde y nunca se apaga. 4. Por esto, si no me es dado sacar agua de la abundancia de la
fuente, beber hasta hartarme, pondré siquiera mis labios a la boca del caño
celestial para que a lo menos reciba de allí alguna gotilla, para templar mi
sed, y no secarme enteramente. Y si no puedo ser todo celestial, y tan abrasado como los
querubines y serafines, trabajaré a lo menos por hacerme devoto, y disponer mi
corazón para adquirir siquiera una pequeña llama del divino incendio, mediante
la humilde comunión de este vivifico Sacramento. Pero todo lo que me falta, buen Jesús, Salvador santísimo, súplelo
Tú benigna y graciosamente por mí; pues tuviste por bien de llamar a todos,
diciendo: Venid a Mí todos los que tenéis trabajos y estáis cargados, que yo os
recrearé. 5. Yo, pues, trabajo con sudor de mi rostro, soy atormentado con
dolor de mi corazón, estoy cargado de pecados, combatido de tentaciones,
envuelto y oprimido de muchas pasiones, y no hay quien me valga, no hay quien
me libre y salve, sino Tú, Señor Dios, Salvador mío, a quien me encomiendo y
todas mis cosas, para que me guardes y lleves a la vida eterna. Recíbeme para honra y gloria de tu nombre; pues me dispusiste tu
cuerpo y sangre en manjar y bebida. Concédeme, Señor Dios, Salvador mío, que crezca el afecto de mi
devoción con la frecuencia de este soberano misterio. Capítulo V
De la dignidad del Sacramento y del estado del sacerdocio.
Jesucristo: 1. Aunque tuvieses la pureza de los ángeles, y la
santidad de San Juan Bautista, no serías digno de recibir ni manejar este
Sacramento. Porque no cabe en merecimiento humano que el hombre consagre y
tenga en sus manos el Sacramento de Cristo y coma el pan de los ángeles. Grande es este misterio, y grande es la dignidad de los
sacerdotes, a los cuales es dado lo que no es concedido a los ángeles. Pues sólo los sacerdotes ordenados en la Iglesia tienen poder de
celebrar y consagrar el cuerpo de Jesucristo. El sacerdote es ministro de Dios, cuyas palabras usa por su
mandamiento y ordenación; mas Dios es allí el principal autor y obrador
invisible, a cuya voluntad todo está sujeto, y a cuyo mandamiento todo obedece. 2. Así, pues, debes creer a Dios todopoderoso en este sublime
Sacramento más que a tus propios sentidos y a las señales visibles. Y por eso debe el hombre llegar a este misterio con temor y
reverencia. Reflexiona sobre ti mismo, y mira qué tal es el ministerio que te
ha sido encomendado por la imposición de las manos del obispo. Has sido hecho sacerdote y ordenado para celebrar; cuida, pues, de
ofrecer a Dios este sacrificio con fe y devoción en el tiempo conveniente, y de
mostrarte irreprensible. No has aliviado tu carga; antes bien estás atado con más estrecho
vínculo, y obligado a mayor perfección de santidad. El sacerdote debe estar adornado de todas las virtudes, y ha de
dar a los otros ejemplo de buena vida. Su porte no ha de ser como el de los hombres comunes; sino como el
de los ángeles en el cielo, o el de los varones perfectos en la tierra. 3. El sacerdote vestido de las vestiduras sagradas, tiene el lugar
de Cristo para rogar devota y humildemente a Dios por sí y por todo el pueblo. El tiene la señal de la cruz de Cristo delante de sí, y en las
espaldas, para que continuamente tenga memoria de su sacratísima pasión. Delante de sí en la casulla, trae la cruz, para que mire con
diligencia las pisadas de Cristo, y estudie en seguirle con fervor. En las espaldas está también señalado de la cruz, para que sufra
con paciencia por Dios cualquiera injuria que otro le hiciere. La cruz lleva delante, para que llore sus pecados, y detrás la
lleva para llorar por compasión los ajenos, y para que sepa que es medianero
entre Dios y el pecador, y no cese de orar ni ofrecer el santo sacrificio hasta
que merezca alcanzar la gracia y misericordia divina. Cuando el sacerdote celebra, honra a Dios, alegra a los ángeles, y
edifica a la Iglesia, ayuda los vivos, da descanso a los difuntos, y hácese
participante de todos los bienes. Capítulo VI
Ejercicios para antes de la Comunión.
El Alma: 1. Señor, cuando pienso en tu dignidad y mi vileza, tengo
gran temblor y me hallo confuso. Porque si no me llego a Ti, huyo de la vida; y si indignamente me
atrevo, incurro en tu ofensa. ¿Pues qué haré, Dios mío, ayudador mío, consejero mío, en las
necesidades? 2. Enséñame Tú el camino derecho; propónme algún ejercicio
conveniente para la sagrada Comunión. Porque es útil saber de qué modo deba yo preparar mi corazón
devotamente y con reverencia para recibir saludablemente tu Sacramento, o para
celebrar tan grande y divino sacrificio. Capítulo VII
Del examen de la propia conciencia y del propósito de la enmienda.
Jesucristo: 1. Sobre todas las cosas es necesario que el sacerdote
de Dios llegue a celebrar, manejar y recibir este Sacramento con grandísima
humildad de corazón y con devota reverencia, con entera fe y con piadosa
intención de la honra de Dios. Examina diligentemente tu conciencia, y según tus fuerzas límpiala
adórnala con verdadero dolor y humilde confesión, de manera que no tengas o
sepas cosa grave que te remuerda y te impida llegar libremente al Sacramento. Ten aborrecimiento de todos tus pecados en general, y por las
faltas diarias duélete y gime más particularmente. Y si el tiempo lo permite, confiesa a Dios todas las miserias de
tus pasiones en lo secreto de tu corazón. 2. Llora y duélete de que aún eres tan carnal y mundano, tan poco
mortificado en las pasiones, tan lleno de movimientos de concupiscencia; Tan poco diligente en la guarda de los sentidos exteriores, tan
envuelto muchas veces en vanas imaginaciones; Tan inclinado a las cosas exteriores, tan negligente en las
interiores; Tan fácil a la risa y a la disipación, tan duro para las lágrimas
y la compunción; Tan dispuesto a la relajación y regalos de la carne, tan perezoso
al rigor y al fervor; Tan curioso para oír novedades y ver cosas hermosas; tan remiso en
abrazar las humildes y despreciadas; Tan codicioso de poner mucho; tan encogido en dar; tan avariento
en retener; Tan inconsiderado en hablar, tan poco detenido en callar; tan
descompuesto en las costumbres, tan indiscreto en las obras; Tan desordenado en el comer, tan sordo a las palabras de Dios. Tan presto para holgarte, tan tardío para trabajar; Tan despierto para oír hablillas y cuentos, y tan soñoliento para
velar en oración; Tan impaciente por llegar al fin, y tan vago en la atención; Tan negligente en el rezo, tan tibio en la Misa, tan indevoto en
la Comunión; Tan a menudo distraído, tan raras veces enteramente recogido; Tan prontamente conmovido a la ira, tan fácil para disgustar a los
demás; Tan propenso a juzgar, tan riguroso en reprender; Tan alegre en la prosperidad, tan abatido en la adversidad; Tan fecundo en los buenos propósitos, y tan estéril en ponerlos
por obra. 3. Después de haber confesado y llorado estos y otros defectos con
dolor y gran disgusto de tu propia fragilidad, propón firmemente de enmendar
siempre tu vida, y mejorarla de allí adelante. En seguida, abandonándote a Mí con absoluta y entera voluntad,
ofrécete a ti mismo para gloria de mi nombre en el altar de tu corazón, como
sacrificio perpetuo, encomendándome a Mí con entera fe el cuidado de tu cuerpo
y de tu alma. Para que de esta manera merezcas llegar dignamente a ofrecer el
santo sacrificio, y recibir saludablemente el Sacramento de mi cuerpo. 4. Pues no hay ofrenda más digna, ni mayor satisfacción para
borrar los pecados, que ofrecerse a sí mismo pura y enteramente a Dios, con el
sacrificio del cuerpo de Cristo en la Misa y Comunión. Si el hombre hiciere lo que está de su parte, y se arrepintiere
verdaderamente, cuantas veces acudiere a Mí por perdón y gracia: Vivo yo, dice
el Señor, que no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva;
porque no me acordaré más de sus pecados, sino que todos les serán perdonados. Capítulo VIII
Del ofrecimiento de Cristo en la cruz, y de la propia resignación.
Jesucristo: 1. Así como yo me ofrecí voluntariamente por tus
pecados a Dios Padre con las manos extendidas en la cruz, y todo el cuerpo
desnudo, de modo que nada me quedó que no pasase en sacrificio para
reconciliarte con Dios: Así debes tú también ofrecérteme cada día en la Misa en ofrenda
pura y santa, cuanto más entrañablemente puedas, con toda la voluntad, y con
todas tus fuerzas y deseos. ¿Qué otra cosa quiero de ti más que el que te entregues a Mí sin
reserva? Cualquier cosa que me des sin ti, no gusto de ella; porque no
quiero tu don, sino a ti mismo. 2. Así como no te bastarían todas las cosas sin Mí, así no puede
agradarme a Mí cuanto me ofrecieres sin ti. Ofrécete a Mí y date todo por Dios, y será muy acepto tu
sacrificio. Mira cómo Yo me ofrecí todo al Padre por ti; y también te di todo
mi cuerpo y sangre en manjar, para ser todo tuyo, y que tú quedases todo mío. Mas si tú estás pegado a ti mismo, y no te ofreces de buena gana a
mi voluntad, no es cumplida ofrenda la que haces, ni será entre nosotros entera
la unión. Por eso a todas tus obras debe preceder el ofrecimiento voluntario
de ti mismo en las manos de Dios, si quieres alcanzar libertad y gracia. Porque por eso tampoco se hacen varones ilustrados y libres en lo
interior, porque no saben del todo negarse a sí mismos. Esta es mi firme sentencia: Que no puede ser mi discípulo el que
no renunciare todas las cosas. Por lo cual, si tú deseas serlo, ofréceteme con
todos tus deseos. Capítulo IX
Que debemos ofrecernos a Dios con todas nuestras cosas y rogarle
por todos.
EL ALMA: 1. Señor, tuyo es todo lo que está en el cielo y en la
tierra. Yo deseo ofrecérteme de mi voluntad y quedar tuyo para siempre. Señor, con sencillez de corazón me ofrezco hoy a Ti por siervo
perpetuo, en obsequio y sacrificio de eterna alabanza. Recíbeme con este santo sacrificio de tu precioso Cuerpo que te
ofrezco hoy en presencia de los ángeles que están asistiendo invisiblemente,
para que los recibas por mi salud y la de todo el pueblo. 2. Señor, yo te presento en el altar de tu misericordia todos mis
pecados y delitos, cuantos he cometidos en tu presencia y de tus Santos ángeles
desde el día que comencé a pecar hasta hoy, para que tu los abrases todos
juntos y los quemes con el fuego de tu caridad, quites todas las manchas de
ellos, limpies mi conciencia de todo delito, y me vuelvas a tu gracia que perdí
por el pecado, perdonándomelos todos enteramente, y admitiéndome
misericordiosamente al ósculo de tu paz y amistad. 3. ¿Que puedo yo hacer por mis pecados, sino confesarlos
humildemente, llorando e implorando tu misericordia sin cesar? Yo imploro, pues, en tu divino acatamiento; óyeme propicio, Dios
mío. Aborrezco mucho todos mis pecados, y no quiero yo cometerlos
jamás; antes, arrepentido y pesaroso de ellos mientras viviré, estoy dispuesto
para hacer penitencia, y satisfacer según mis fuerzas. ¡Perdona, oh Dios, perdona mis pecados por tu santo nombre! Salva
mi alma que redimiste con tu preciosa sangre. Vesme aquí que me encomiendo a tu misericordia, me entrego en tus
manos. Haz conmigo según tu bondad, y no según mi malicia e iniquidad. 4. También te ofrezco, Señor todos mis bienes, aunque muy pocos e
imperfectos, para que tú los enmiendes y santifiques, para que los hagas
agradables y aceptos a Ti, y siempre los mejores; y a mí, hombrezuelo inútil y
perezoso, me lleves a un santo y bienaventurado fin. 5. También te ofrezco todos los santos deseos de los devotos, y
las necesidades de mis parientes, amigos, hermanos y de todos los conocidos, y
de cuantos me han hecho bien a mí y a otros por tu amor; Y de todos los que desearon y pidieron que yo orase, o dijese Misa
por ellos, y por todos los suyos vivos y difuntos; Para que todos sientan el fervor de tu gracia, el auxilio de tu
consolación, la protección en los peligros y en el alivio en los trabajos; para
que, libres de todos los males, te den muy alegres y cordialísimas gracias. 6. También te ofrezco mis oraciones y el sacrificio de
propiciación, especialmente por los que en algo me han enojado o vituperado, o
me han hecho algún daño o agravio; Y por todos los que yo enojé, turbé, agravié y escandalicé, por
palabra, por obra, por ignorancia o advertidamente; para que Tú nos perdones a
todos nuestros pecados y ofensas recíprocas. Aparta, Señor, de nuestros corazones toda mala sospecha, toda ira,
indignación y contienda, y cuanto pueda estorbar la caridad, y disminuir el
amor del prójimo. Misericordia, Señor, da tu misericordia a los que la piden, tu
gracia a los que la necesitan, y haz que vivamos de tal modo, que seamos dignos
de gozar de tu gracia, y que aprovechemos para la vida eterna. Amén. Capítulo X
No se debe dejar fácilmente la sagrada Comunión.
JESUCRISTO: 1. Muy a menudo debes acudir a la fuente de la gracia
y de la misericordia divina; a la fuente de la bondad y de toda pureza, para
que puedas sanar de tus pasiones y vicios, y merezcas hacerte más fuerte y más
despierto contra todas las tentaciones y engaños del demonio. El enemigo, sabiendo el grandísimo fruto y remedio que hay en la
sagrada Comunión, trabaja cuanto puede sin perder medio y ocasión por retraer y
estorbar a los fieles y devotos. 2. Así sucede con algunos que, cuando piensan en prepararse para
la sagrada Comunión, entonces padecen peores tentaciones de Satanás que antes. Este espíritu maligno se mete entre los hijos de Dios, como se
dice en el libro de Job, para turbarlos con su acostumbrada malicia, o para
hacerlos excesivamente tímidos y perplejos; y de este modo entibiar su
devoción, o quitarles la fe con las impugnaciones que les sugiere, por si acaso
consigue así que dejen del todo la comunión, o se lleguen a ella con tibieza. Mas no debemos cuidar de sus astucias y tentaciones por más torpes
y espantosas que sean, sino rechazar contra el mismo los fantasmas abominables
que nos representa. Despreciarse debe este desdichado y burlarse de él; y no dejar la
sagrada Comunión por todos sus acometimientos, y por las turbaciones que
levantaré. 3. Muchas veces estorba también la demasiada ansia de tener
devoción, y cierta inquietud por confesarse bien. Haz en esto lo que te aconsejen los sabios, y deja el ansia y el
escrúpulo, porque impide la gracia de Dios y destruye la devoción del alma. No dejes la sagrada Comunión por alguna pequeña tribulación o
pesadumbre; sino vete luego a confesar, y perdona de buena gana todas las
ofensas que te han hecho. Y si tú has ofendido a alguno, pide perdón con humildad, y Dios te
perdonará también de buena voluntad. 4. ¿De que sirve retardar mucho la confesión, o diferir la sagrada
Comunión? Límpiate cuanto antes, vomita luego el veneno, como presto el
remedio, y te hallarás mejor que si lo dilatares mucho tiempo. Si hoy la dejas por alguna causa, mañana te puede acaecer otra
mayor; y así te apartarás mucho tiempo de la Comunión, y después estarás menos
dispuesto. Lo más presto que pudieres, sacude tu pereza e inacción; porque
nada se gana con angustiarse e inquietarse largo tiempo y apartarse del divino
sacramento por obstáculos diarios. Al contrario, daña mucho el dilatar demasiado la Comunión; porque
esto suele causar un grave entorpecimiento. Pero ¡Oh dolor! Algunos tibios y disipados dilatan con gusto la
confesión, y desean retardar la sagrada Comunión por no verse obligados a
guardar su alma con mayor cuidado. 5. ¡Oh, cuán poca caridad y flaca devoción tienen los que tan
fácilmente dejan la sagrada Comunión! ¡Cuán bienaventurado es, y cuán agradable a Dios el que vive tan
bien y guarda su conciencia con tanta pureza, que este dispuesto a comulgar
cada día, y muy deseoso de hacerlo así, si le conviene y no fuese notado! El que se abstiene algunas veces por humildad o por alguna
legítima,es de alabar por su respeto. Más si poco a poco le entraré la tibieza,
debe despertarse a sí mismo, y hacer lo que este de su parte, y el Señor
ayudara su deseo, por la buena voluntad, que es a la que especialmente atiende. 6. Más cuando estuviere legítimamente impedido, tenga siempre
buena voluntad y devota intención de comulgar, y así no carecerá del fruto del
Sacramento. Porque cualquier devoto puede cada día y cada hora comulgar
espiritualmente con fruto. Más en ciertos días y en el tiempo mandado, debe recibir
sacramentalmente el cuerpo de su Redentor con afectuosa reverencia, y buscar
más bien la gloria y honra de Dios, que su propia consolación. Porque tantas veces comulga místicamente y se alimenta
invisiblemente su espíritu, cuantas se acuerda con devoción el misterio de la
Encarnación y Pasión de Cristo, y se enciende en su amor. 7. El que no se prepara sino al acercarse la fiesta, o cuando le
fuerza la costumbre, muchas veces se hallara mal preparado. Bienaventurado el que se ofrece a Dios en entero sacrificio
cuantas veces celebra o comulga. No seis muy prolijo ni acelerado en celebrar; sino guarda el medio
justo y ordinario de los demás con quienes vives. No debes causar a los otros molestia ni enfado, sino ir por el
camino ordinario de los mayores, y mirar más al aprovechamiento de los otros,
que a tu propia devoción y afecto. Capítulo XI
El cuerpo de Cristo y la sagrada escritura son muy necesarios al
alma fiel.
EL ALMA: 1. ¡Oh dulcísimo Señor Jesús! ¡Cuanta es la dulzura del
alma devota, que se regala contigo en el banquete, donde se le presenta otro
manjar que a su único amado, apetecible sobre todos deseos de su corazón! Seria ciertamente muy dulce para mí derramar en tu presencia copia
de lágrimas afectuosas, y regar con ellas tus pies como la piadosa Magdalena. Mas ¿dónde está ahora esta devoción? ¿ dónde el copioso
derramamiento de lágrimas devotas? Por cierto en tu presencia, y en la de tus santos ángeles, todo mi
corazón debiera encenderse y llorar de gozo. Porque en el Sacramento te tengo verdaderamente presente, aunque
encubierto bajo otra especie. 2. Porqué el mirarte en tu propia y divina claridad no podrían mis
ojos resistirlo, ni el mundo entero subsistiría ante el resplandor de la gloria
de tu majestad. Tienes, pues, consideración a mi imbecilidad cuando te ocultas
bajo de este Sacramento. Yo tengo verdaderamente y adoro al mismo a quien adoran los
ángeles en el cielo: más yo solo con la fe por ahora, ellos claramente y sin
velo. Debo yo contentarme con la luz de una fe verdadera, y andar con
ella hasta que amanezca el día de la claridad eterna, y desaparezcan las
sombras de las figuras. Mas cuando llegue este perfecto estado, cesará el uso
de los Sacramentos; porque los bienaventurados en la gloria no necesitan de
medicina sacramental. Sino que están siempre absortos de gozo en presencia de Dios,
contemplando cara a cara su gloria; y trasladados de esta claridad al abismo de
la claridad de Dios, gustan el Verbo encarnado, como fue en el principio, y
permanecerá eternamente. 3. Acordándome de estas maravillas, cualquier contento, aunque sea
espiritual, se me convierte en grave tedio, porque mientras no veo claramente a
mi Señor en su gloria, en nada estimo cuanto en el mundo veo y oigo. Tú, Dios mío, me eres testigo de que ninguna cosa me puede
consolar, ni criatura alguna dar descanso sino Tú, Dios mío, a quien deseo
contemplar eternamente. Mas esto no es posible mientras vivo en carne mortal. Por eso debo tener mucha paciencia, y sujetarme a Ti en todos mis
deseos. Porque también, Señor, tus Santos, que ahora se regocijan contigo
en el reino de los cielos, cuando vivían en este mundo esperaban con gran fe y
paciencia l a venida de tu gloria. Lo que ellos creyeron, creo yo; lo que
esperaron, espero; adonde llegaron ellos finalmente por tu gracia, tengo yo
confianza de llegar. Entretanto caminaré con la fe, confortado con los ejemplos de los
Santos. También tendré los libros santos, para consolación y espejo de la
vida; y sobre todo esto, el Cuerpo santísimo tuyo por singular remedio y
refugio. 4. Pues conozco que tengo grandísima necesidad de dos cosas, sin
las cuales no podría soportar esta vida miserable. Detenido en la cárcel de este cuerpo, confieso serme necesarias
dos cosas que son, mantenimiento y luz. Dísteme, pues, como a enfermo tu sagrado Cuerpo para alimento del
cuerpo, y además me comunicaste tu divina palabra para que sirviese de luz a
mis pasos. Sin estas dos cosas yo no podría vivir bien; porque la palabra de
Dios es la luz de mi alma, y tu Sacramento el pan que le da la vida. Estas se pueden llamar dos mesas colocadas a uno y a otro lado en
el tesoro de la Santa Iglesia. Una es la mesa del sagrado altar, donde está el pan santificado,
esto es, el precioso cuerpo de Cristo. Otra es la de la ley divina, que contiene la doctrina sagrada,
enseña la verdadera fe, y nos conduce con seguridad hasta lo mas interior del
velo donde esta el Santo de los Santos. Gracias te doy, Jesús mío, esplendor de la luz eterna, por la mesa
de la santa doctrina que nos diste por tus siervos los profetas, los apóstoles
y los otros doctores. 5. Gracias te doy, Criador y Redentor de los hombres, de que, para
manifestar a todo el mundo tu caridad, dispusiste una gran cena, en la cual
diste a comer, no el cordero figurativo, sino tu santísimo Cuerpo y Sangre,
alegrando a todos los fieles, y embriagándolos con el cáliz saludable en esta
sagrado banquete, donde están todas las delicias del paraíso, y donde los
santos ángeles comen con nosotros, aunque gustan una suavidad más feliz. 6. ¡Oh, cuán grande y honorífico es el oficio de los sacerdotes, a
los cuales es concedido consagrar al Señor de la majestad con las palabras
sagradas, bendecirlo con sus labios, tenerlo en sus manos, recibirlo en su
propia boca, y distribuirle a los demás! ¡Oh, cuán limpias deben estar aquellas manos, cuán pura la boca,
cuán santo el cuerpo, cuán inmaculado el corazón del sacerdote, donde tantas
veces entra el Autor de la pureza! De la boca del sacerdote no debe salir palabra que no sea santa,
que no sea honesta y útil, pues tan continuamente recibe el santísimo
Sacramento. 7. Deben ser simples y castos los ojos acostumbrados a mirar el
cuerpo de Cristo, puras y levantadas al cielo las manos que tocan al Criador
del cielo y de la tierra. A los sacerdotes especialmente se dice en la ley: SED SANTOS,
PORQUE YO, VUESTRO DIOS Y SEÑOR, SOY SANTO. 8. ¡Oh Dios todopoderoso! Ayúdenos tu gracia a los que hemos
recibido el oficio sacerdotal, para que podamos servirte digna y devotamente
con toda pureza y buena conciencia. Y si no podemos proceder con tanta inocencia de vida como debemos,
otórganos llorar dignamente los pecados que hemos cometido, y de aquí adelante
servirte con mayor fervor, con espíritu de humildad; y con buena y constante
voluntad. Capítulo XII
Debe disponerse con gran diligencia el que ha de recibir a Cristo.
JESUCRISTO:1 Yo soy amante de la pureza, y dador de toda santidad. Yo busco un corazón puro, y allí es el lugar, de mi descanso. Prepárame una sala grande y adornada, y celebraré contigo la
pascua con mis discípulos. Si quieres que venga a ti y me quede contigo, arroja de ti la
levadura vieja, y limpia la morada de tu corazón. Desecha de ti todo el mundo, y todo el ruido de los vicios;
siéntate como pájaro solitario en el tejado, y piensa en tus excesos con
amargura de tu alma. Pues cualquier persona que ama, dispone a su amado el mejor y más
aliñado lugar: porque en esto se conoce el amor del que hospeda al amado. 2. Pero sábete que no puedes alcanzar esta preparación con el
mérito de tus obras, aunque te preparases un año entero y no pensases en otra
cosa. Mas por sola mi piedad y gracia se te permite llegar a mi mesa;
como si un rico convidase e hiciese comer con el a un pobre mendigo que no
tuviese otra cosa para pagar este beneficio sino humildad y agradecimiento. Haz lo que este de tu parte, y hazlo con mucha diligencia, no por
costumbre, sino por necesidad; sino con temor, no por costumbre, ni por
necesidad; sino con temor, reverencia y amor recibe el cuerpo de Jesucristo, tu
amado Dios y Señor que se digna venir a ti. Yo soy el que te llame y mande que vinieses, yo supliré lo que te
falta; ven y recíbeme. 3. Cuando yo te concedo afectos de devoción, da gracias a tu Dios,
no porque eres digno, sino porque tuve misericordia de ti. Si no sientes devoción, y te hayas muy seco, persevera en la
oración,gime, llama y no ceses hasta que merezcas recibir una migaja, o una
gota de gracia saludable; Tú me necesitas a Mí; yo no necesito de ti. Ni tú vienes a santificarme a Mí; sino que yo vengo a santificarte
y mejorarte. Tú vienes para que seas por Mí santificado y unido conmigo, para
que recibas nueva gracia, y te enfervorices de nuevo para la enmienda. No desprecies esta gracia, mas bien prepara con toda diligencia tu
corazón, y recibe dentro de ti a tu amado. 4. Pero conviene que no solo procures la devoción antes de
comulgar, sino que también la conserves con cuidado después de recibido el
Sacramento. Ni es menos necesario después el recogimiento y vigilancia, que lo
es antes la devota preparación; porque el cuidado que después se tiene, es la
mejor disposición para recibir nuevamente mayor gracia. Y al contrario, se indispone para ella el que luego se entrega con
exceso a las complacencias exteriores. Guárdate de hablar mucho, recógete a algún lugar secreto, y goza
de tu Dios; pues tienes al que no te puede quitar todo el mundo. Yo soy a quien te debes entregar sin reserva, de manera que ya no
vivas en ti, sino en Mí sin cuidado alguno. Capítulo XIII
Cómo el alma devota debe desear con todo su corazón unirse a
Cristo en el Sacramento.
EL ALMA: 1. ¿Quien me dará, Señor, que te halle solo para abrirte
todo mi corazón, y gozarte como mi alma desea, y que ya ninguno me desprecie,
ni criatura alguna me mueva u ocupe mi atención; sino que Tú solo me hables, y
yo a Ti, como se hablan dos que mutuamente se aman, o como se regocijan dos
amigos entre sí? Lo que pido, lo que deseo, es unirme a Ti enteramente, desviar mi
corazón de todas las cosas criadas, y aprender a gustar las celestiales y
eternas por medio de la sagrada Comunión y frecuente celebración. ¡Ay Dios mío,! ¿Cuando estaré absorto y enteramente unido a Ti,
del todo olvidado de mí? ¿Cuándo me concederás estar Tú en mí, y yo en Ti; y permanecer así
unidos eternamente? 2. En verdad Tú eres mi amado escogido entre millares, con quien
mi alma desea estar todos los días de su vida. Tú eres verdaderamente el autor de mi paz; en Ti esta la suma
tranquilidad y el verdadero descanso; fuera de Ti todo es trabajo, dolor y
miseria infinita. Verdaderamente eres Tú el Dios escondido que no comunicas a los
malos, sino que tu conversación es con los humildes y sencillos. ¡Oh Señor, cuán suave es tu espíritu, pues para manifestar tu
dulzura para con tus hijos, te dignaste mantenerlos con el pan suavísimo
bajando del cielo! Verdaderamente no hay otra nación tan grande, que tenga dioses que
tanto se le acerquen, como Tú, Dios nuestro, te acercas a todos tus fieles, a
quienes te das para que te coman y disfruten, y así perciban un continuo
consuelo, y levanten su corazón a los cielos. 3. Porque ¿ dónde hay gente alguna tan ilustre como el pueblo
cristiano? O ¿que criatura hay debajo del cielo tan amada, como el alma
devota, a quien se comunica Dios para apacentarla con su gloriosa carne ? ¡Oh inefable gracia ! ¡Oh maravillosa dignación ! ¡Oh amor sin medida, singularmente reservado para el hombre! Pues ¿qué daré yo al Señor por esta gracia, por esta caridad tan
grande ? No hay cosa más agradable que yo le pueda dar, que mi corazón todo
entero, para que este unido con el íntimamente. Entonces se alegrarán todas mis entrañas, cuando mi alma estuviere
perfectamente unida a Dios. Entonces me dirá. SI Tú quieres estar conmigo, yo quiero estar
contigo. Y yo le responderé: Dígnate, Señor, quedarte conmigo, pues yo quiero
de buena gana estar contigo. Este es todo mi deseo: que mi corazón este contigo unido. Capítulo XIV
Del ansia con que algunos devotos desean el cuerpo de Cristo.
EL ALMA: 1. Oh Señor, ¡cuán grande es la abundancia de tu dulzura,
que reservaste para los que te temen! Cuando me acuerdo, Señor, de algunos
devotos que se llegan a tu Sacramento con dignísima devoción y afecto, me
confundo muchas veces, y me avergüenzo de mí mismo al ver que llego tan tibio y
tan frío a tu altar, y a la mesa de la sagrada comunión. Que me quedo tan seco, y sin dulzura de corazón; que no estoy todo
encendido delante de Ti, Dios mío, ni tan vehementemente atraído y poseído de
amor, como otros muchos devotos, que por el gran deseo de comulgar, y por el
amor sensible de su corazón, no pudieron detener las lágrimas. Sino que con la boca del corazón y del cuerpo anhelaban
afectuosamente a Ti, Dios mío, fuente viva, no pudiendo templar ni hartar su
hambre de otro modo, sino recibiendo tu cuerpo con indecible regocijo y ansia
espiritual. 2. ¡Oh verdadera y ardiente fe la suya, prueba manifiesta de tu
sagrada presencia en este Sacramento! Estos son verdaderamente los que conocen a su Señor en el partir
del pan; pues su corazón arde en ellos tan vivamente, porque Jesús anda en su
compañía. Lejos está de mi muchas veces semejante afecto y devoción, tan grande
amor y fervor. Buen Jesús, séme propicio, dulce y benigno, y concede a este tu
pobre mendigo siquiera alguna vez sentir en la santa Comunión un poco de afecto
entrañable de tu amor, para que mi fe se fortalezca, crezca la esperanza en tu
bondad, y la caridad una vez perfectamente encendida y experimentada del maná
celestial, nunca desfallezca. Poderosa es, pues, tu misericordia para concederme gracia tan
deseada, y visitarme clementísimamente con este espíritu de fervor el día que
tuvieres por bien. Y aunque no me hallo inflamado del gran deseo de tus especiales
devotos, quiero a lo menos con tu gracia tener tan fervoroso deseo; y pido y
deseo ser participante de los que tan fervorosamente te aman, y ser contado en
su número. Capítulo XV
Que la devoción se alcanza con la humildad y abnegación de sí
mismo.
JESUCRISTO: 1. Debes buscar con diligencia la gracia de la
devoción, pedirla con instancia, esperarla con paciencia y confianza, recibirla
con gratitud, guardarla con humildad, obrar solícitamente con ella, y dejar a
Dios el tiempo y el modo en que se digne visitarte. Te debes humillar en especial cuando sientes interiormente poca o
ninguna devoción; mas no te abatas demasiado, ni te entristezcas
desordenadamente. Dios da muchas veces en un instante lo que negó largo tiempo. También da algunas veces al fin de la oración lo que dilató desde
el principio. 2. Si siempre se nos diese la gracia sin dilación, y a medida de
nuestro deseo no podría abrazarla bien el hombre flaco. Por eso la debes esperar con segura confianza y humilde paciencia;
y cuando no te es concedida, o te fuere quitada secretamente, echa la culpa a
ti mismo y a tus pecados. Algunas veces es bien pequeña cosa la que impide y esconde la
gracia, si es que debe llamar poco y no mucho lo que tanto bien estorba. Mas si aquello poco o mucho apartares, y perfectamente vencieres,
tendrás lo que suplicaste. 3. Porque luego que te entregares a Dios de todo tu corazón, y no
buscares cosa alguna por tu propio gusto, sino que del todo te pusieres en sus
manos, te hallarás recogido y sosegado; porque nada te agrada. Cualquiera, pues, que levantarse su intención a Dios con sencillo
corazón, y se despojare de todo amor u odio desordenado de cualquier cosa
criada, estará muy bien dispuesto para recibir la divina gracia, y se hará
digno del don de la devoción. Porque el Señor echa su bendición, donde halla los vasos vacíos. Y cuanto más perfectamente renunciare alguno las cosas bajas, y
estuviere muerto a sí mismo por su propio desprecio, tanto más presto viene la
gracia, más copiosamente entra, y más alto levanta el corazón ya libre. 4. Entonces verá y abundará, y se maravillará, y se dilatará su
corazón; por que la mano del Señor está con él, y él se puso enteramente en sus
manos para siempre. De esta manera será bendito el hombre que busca a Dios con
todo su corazón, y no ha recibido su alma en vano. Este, cuando recibe la santa Comunión, merece la singular gracia
de la unión divina; porque no mira a su propia devoción y consuelo, sino sobre
todo a la gloria y honra de Dios. CAPITULO XVI
Que debemos manifestar a Cristo nuestras necesidades y pedirle su
gracia.
EL ALMA: 1. ¡Oh dulcísimo y amantísimo Señor, a quien deseo
recibir ahora devotamente! Tú conoces mi flaqueza y la necesidad que padezco,
en cuantos males y vicios estoy abismado, cuántas veces me veo agobiado,
tentado, turbado y amancillado. A Ti vengo por remedio, a Ti acudo por consuelo y alivio. Hablo a quien todo lo sabe, a quien son manifiestos todos los
secretos de mi corazón, y a quien solo me puede consolar y ayudar
perfectamente. Tú sabes los bienes que más falta me hacen, y cuán pobre soy en
virtudes. 2. Vesme aquí delante de Ti, pobre y desnudo, pidiendo gracia e
implorando misericordia. Da de comer a este tu hambriento mendigo, enciende mi frialdad con
el fuego de tu amor, alumbra mi ceguedad con la claridad de tu presencia. Conviérteme todo lo terreno en amargura, todo lo pesado y
contrario en paciencia, todo lo ínfimo y criado en menosprecio y olvido. Levanta mi corazón a Ti en el cielo, y no me dejes andar vagando
por la tierra. Tú solo me seas dulce desde ahora para siempre; pues Tú solo eres
mi manjar y bebida, mi amor, mi gozo, mi dulzura y todo mi bien. 3. ¡Oh, si me encendieses todo con tu presencia, y me abrasases y
transformases en Ti para ser un espíritu contigo por la gracia de la unión interior
y por la efusión de un amor abrasado! No consientas que me separe de Ti ayuno y seco; sino pórtate
conmigo piadosamente, como lo has echo muchas veces con tus Santos de un modo
admirable. ¡Que extraño sería que yo me abrasase todo en tu amor, sin acordarme
de mí, siendo Tú fuego que siempre arde y nunca cesa, amor que limpia los
corazones y alumbra el entendimiento! Capítulo XVII
Del amor fervoroso y vehemente deseo de recibir a Cristo
EL ALMA: 1. Con suma devoción y abrasado amor, con todo el afecto
y fervor del corazón, deseo, Señor, recibirte en la comunión, como lo desearon
muchos Santos y personas devotas que te agradaron mucho con la santidad de su
vida, y tuvieron devoción ardentísima. ¡Oh Dios mío, amor eterno, todo mi bien, felicidad interminable!
Deseo recibirte con el deseo más vehemente y con la reverencia más digna, cual
jamás tuvo ni pudo sentir ninguno de los Santos. 2. Y aunque yo sea indigno de tener aquellos sentimientos devotos,
te ofrezco todo el afecto de mi corazón, como si yo solo tuviese todos aquellos
inflamados deseos. Y cuanto pueda el alma piadosa concebir y desear. Todo te lo
presento y te lo ofrezco con humildísima reverencia, y con entrañable fervor. Nada deseo reservar para mí, sino ofrecerme en sacrificio con
todas mis cosas voluntariamente, y con el mayor afecto. Señor, Dios mío, Criador y Redentor mío, con tal afecto,
reverencia, honor y alabanza, con tal agradecimiento, dignidad y amor, con tal
fe, esperanza y pureza, deseo recibirte hoy, como te recibió y deseo tu Santísima
Madre la gloriosa Virgen María, cuando al ángel que le anunció el misterio de
la Encarnación respondió humilde y devotamente:He aquí la esclava del Señor;
hágase en mi según tu palabra. 3. Y como el bienaventurado San Juan Bautista, tu precursor, y el
mayor de los Santos, cuando aún estaba encerrado en el vientre de su madre, dio
saltos de alegría en tu presencia con gozo del Espíritu Santo; y después,
viéndote Jesús mío, conversar entre los hombres, con devoto y humildísimo
afecto decía: El amigo del esposo, que esta en su presencia y le oye, se
regocija mucho al oír la voz del esposo: así deseo yo estar inflamado de
grandes y santos deseos y presentarme a Ti con todo el afecto de mi corazón.
Por eso te ofrezco y dedico los júbilos de todos los corazones devotos, los
vivísimos afectos, los embelesos espirituales, las soberanas iluminaciones, las
visiones celestiales, y todas las virtudes y alabanzas con que te han celebrado
y pueden celebrar todas las criaturas en el cielo y en la tierra: recíbelo todo
por mí y por todos los encomendados a mis oraciones, para que seas por todos
dignamente alabado y glorificado para siempre. 4. Recibe, Señor, Dios mío, mis deseos y ansias de darte infinita
alabanza y bendición inmensa, los cuales te son justísimamente debidos, según
la multitud de tu inefable grandeza. Esto te ofrezco ahora, y deseo ofrecerte cada día y cada momento;
y convido y ruego con instancia y afecto; a todos los espíritus celestiales, y
a todos tus fieles, que te alaben y te den gracias juntamente conmigo. 5. Alábente todos los pueblos, todas las tribus y lenguas, y
engrandezcan tu santo y dulcísimo nombre consumo regocijo e inflamada devoción. Merezcan hallar tu gracia y misericordia todos los que con
reverencia y devoción celebran tu altísimo Sacramento, y con entera fe lo
reciben; y ruegan a Dios humildemente por, mi, pecador. Y cuando hubieren gozado de la devoción y unión deseada, y se
partieren de la mesa celestial muy consolados y maravillosamente recreados,
tengan por bien acordarse de este pobre. Capítulo XVIII
Que el hombre no debe ser curioso en examinar este Sacramento,
sino humilde imitador de Cristo, sometiendo su parecer a la sagrada fe.
JESUCRISTO: 1. Guárdate de escudriñar inútil y curiosamente este
profundísimo Sacramento, sino te quieres ver anegado en un abismo de dudas. El que es escrudriñador de la majestad, será abrumado de su
gloria. Más puede obrar Dios, que lo que el hombre puede entender. Pero no se prohíbe el devoto y humilde deseo de alcanzar la verdad
a aquellos que siempre están prontos a ser enseñados, y caminar según las
santas doctrinas de los Santos Padres. 2. Bienaventurada la sencillez que dejando los ásperos caminos de
las cuestiones, va por la senda llana y segura de los mandamientos de Dios. Muchos perdieron la devoción, queriendo escudriñar las cosas
sublimes. Fe se te pide y vida sencilla, no elevación de entendimiento ni
profundidad de los misterios de Dios. Si no entiendes y comprendes las cosas más triviales, ¿cómo
entenderás las que están sobre la esfera de tu alcance? Sujétate a Dios, y humilla tu juicio a la fe, y se te dará la luz
de la ciencia, según tu fuere útil y necesaria. 3. Algunos son gravemente tentados contra la fe en este
Sacramento; más esto no se de imputar a ellos, sino al enemigo. No tengas cuidado, no disputes con tus pensamientos,
embriagándolos ni respondas a las dudas que el diablo te sugiere; sino cree en
las palabras de Dios, cree a sus Santos y a sus Profetas, y huirá de ti el
malvado enemigo. Muchas veces es muy conveniente al siervo de Dios el padecer estas
tentaciones. Pues no tienta el demonio a los infieles y pecadores a quienes ya
tiene seguros; sino que tienta y atormenta de diversas maneras a los fieles y
devotos. 4. Acércate, pues, con una fe firme y sencilla, y llégate al Sacramento
con suma reverencia; y todo lo que no puedes entender, encomiéndalo con
seguridad al Dios todopoderoso. Dios no te engaña; el que engaña es el que se cree a sí mismo
demasiadamente. Dios anda con los sencillos, se descubre a los humildes, y da entendimiento
a los pequeños, alumbra a las almas puras, y esconde su gracia a los curiosos y
soberbios. La razón humana es flaca, y puede engañarse; mas la fe verdadera
no puede ser engañada. 5. Toda razón y discurso natural debe seguir a la fe, y no ir delante
de ella ni quebrantarla. Porque la fe y el amor muestran aquí mucho su excelencia, y obran
secretamente en este santísimo y sobreexcelentísimo Sacramento. El Dios eterno, inmenso y de poder infinito, hace cosas grandes e
inescrutables en el cielo y en la tierra; y sus obras admirables se ocultan a
toda investigación. Si tales fuesen las obras de Dios, que fácilmente se pudiesen
comprender por la razón humana, no se dirían inefables ni maravillosas. F I N |
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