IGLESIA DEL HOGAR

Para ayudar a los Padres de Familia en el desempeño de su Sacerdocio en la Iglesia doméstica

Servicio de los MSC Misioneros del Sagrado Corazón

 


 

 

 

Domingo  16 del Tiempo Ordinario “A”

 

 

 

Domingo  16 del Tiempo Ordinario “A”

 

 

 

Contenido

1. Introducción a la Palabra.

1.1 Primera Lectura: * Sb 12,13.16-19: “En el pecado das lugar al arrepentimiento”

1.2 Segunda Lectura: Rm 8, 26-27: “El Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables”

1.3. Evangelio: Mt 13, 24-43: “Dejadlos crecer juntos hasta la siega”

2.  Reflexionemos

2.1 Los Padres.

2.2 Con los Hijos

3. Relación con la Misa

4. Vivencia Familiar

5. Nos habla  la Iglesia.

7. Oraciones

8. Los Santos

 

 

 

1. Introducción a la Palabra.

1.1 Primera Lectura: * Sb 12,13.16-19: “En el pecado das lugar al arrepentimiento”

Hagamos un examen de conciencia. Escribiremos una serie de palabras y ustedes anotan cuando han ejercitado  una de ellas últimamente.  Por favor, sólo háganlo cuando  recuerdan un acontecimiento concreto.

Justicia, perdonar, juzgar, gobernar, indulgencia, enseñar, dar esperanza, dar lugar para el arrepentimiento, fuerza, cuidad, juzgar con moderación, humanidad. Tómense su tiempo. Luego comprenderá mejor lo que quiere enseñar la Palabra de Dios.

Sólo puede perdonar  aquel que tiene poder de perdonar. No hablamos del poder que oprime sino del poder moral que forma parte de la vida de cada uno, el poder del ejemplo, de la autoridad que tiene toda persona respecto a sí misma y respecto a los que Dios le ha confiado. ¿De repente le viene la idea que no está ejercitando verdaderamente este poder porque no ha perdonado? Puede ser.  La razón es la siguiente.

Cuando uno está ocupado en defender su área de autoridad, de gobierno entonces no le queda mucha energía y atención para pensar en los demás. Aquel que ejerce su poder  en las dimensiones de justicia, perdonar y juzgar no necesita defenderse y puede ser indulgente y misericordioso. Es cierto, el que no está a la defensiva se expone a la posibilidad de recibir heridas. Pero también es cierto que este precio que paga, le permite hacer las cosas a la manera de Dios. 

Esto trae a la mente que también lo hijos tienen poder y gobierno, ciertamente en dependencia con la autoridad de sus padres, - ¿quién lo pone en duda? -  pero toman decisiones, proceden cómo les enseña su inteligencia y reaccionan de cara de los demás. La educación no tiene otro fin que plasmar en ellos una autoridad moral que refleje la de su Creador. Desde este poder que está incluida en su  libertad, pueden perdonar, juzgar con moderación y proceder con indulgencia.

Lean la lectura y se darán cuenta cómo Dios suele proceder. ¿Por qué no se deja contagiar? Podrían pensar que Dios es Dios y por eso no tiene necesidad de defenderse mientras que nosotros somos débiles. El problema es que nos apoyamos en nosotros mismos. Apoyándonos en Dios ciertamente experimentaremos fracasos y  frustraciones. Pero aun así lo que necesitamos es apoyarnos en Dios y entonces lo podemos todo lo que Dios quiere para nosotros. Y Él es más inteligente que nosotros para escoger lo que es lo mejor para nosotros. Él es más poderoso para llevarlo a cabo. ¿No les gustaría proceder como Dios procede?

Lean la lectura y se darán cuenta cómo Dios suele proceder. ¿Por qué no te dejas contagiar?  Una y otra vez sentirás necesidad de defenderte. Necesitas bajar del trono de tu orgullo, de tu vanidad y entrar en la misma humildad de Dios que se pone al servicio de los hombres en Jesucristo. Entonces serás fuerte, podrás gobernar, tendrás poder moral. ¿Acaso un adúltero les puede hablar a los hijos adolescentes la castidad y la lealtad? No tiene autoridad moral. Por eso, sólo la autoridad que viene de Dios es verdadera autoridad. Esta lectura nos lanza en este maravilloso espacio de la autoridad, del gobierno que para los hombres son expresiones de poder pero para Dios son expresiones de misericordia, de indulgencia y de servicio.

 

1.2 Segunda Lectura: Rm 8, 26-27: “El Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables”

Hace poco leí un libro de cómo aprender a orar. El autor utilizó una comparación para hacer entender porqué es tan difícil a veces la oración. En lo hondo de nuestro ser, en lo más profundo de nuestra alma brota una fuente que salta hasta la vida eterna. Es el Espíritu Santo. Los hombres tenemos sed de esta agua de vida eterna. Nuestra indiferencia, nuestra vida agitada, nuestras distracciones, nuestros pecados se acumulan en el fondo de nuestro ser y forman algo como una roca pesada que cubre esta fuente de agua cristalina. Todo lo que necesitamos hacer es quitar la piedra pesada y el Espíritu Santo comienza a subir a nuestra conciencia y comienza a obrar. Si no lo creen pregunten a personas que tienen  el hábito de la oración meditada. Les darán testimonio que es verdad.

Ahora bien, usted se dará cuenta que esta piedra no se quitará son sólo desearlo. Le costará sudor y lágrimas. La piedra es pesada. No hay remedio. Hay que poner a Dios primero, antes  que nuestras distracciones, nuestros anhelos, nuestros sueños. Tiene que darle más importancia a Dios en la vida diaria. Necesita convertirse, confesarse y comenzar una nueva vida. Comenzará a mirar la vida con los ojos de Dios. Comenzará a descubrir que Dios está en cada esquina de su vida. Da vergüenza el darse cuenta que Dios siempre ha estado ahí y no nos hemos dado cuenta. Pero la alegría de su presencia cubrirá presto esa vergüenza.

Lea la lectura y entérese de que Dios quiso obrar desde hace tiempo, pero usted no lo dejó obrar. Déjelo obrar y podrá hasta amar al enemigo, no porque usted tiene carácter simpático sino porque actúa en usted el Espíritu Santo.  Pienso que todos los que leemos o escuchamos estos dos versículos, tendremos que pedirle perdón al Espíritu Santo.

 

 

1.3. Evangelio: Mt 13, 24-43: “Dejadlos crecer juntos hasta la siega”

Existen personas que desde vinieron al mundo necesitan vivir en un ambiente totalmente aséptico porque no tienen inmunidad alguna ante las enfermedades. El menor microbio que los ataca los mata. A esas personas las encierran en unas jaulas o burbujas de vidrio para no entrar en contacto directo con las demás personas porque morirían.

Existen cristianos que pretenden que están viviendo en un ambiente aséptico de pecados. Ellos creen que no pecan gravemente. Para ellos el pecador  no tiene derecho de existir y Dios debería exterminarlos, pero pronto y sin esperar mucho.

En primera instancia se equivocan al juzgar a los demás porque ¿quién sabe lo que pasa en el corazón de los demás y quién sabe qué tipo de educación recibieron? A lo mejor, una persona que cometa pecados graves tiene menos responsabilidad que los  que la juzgan. En segundo lugar, las personas que juzgan estarán necesariamente ciegas al discernir su propia situación personal y entonces, ¿Dios debería exterminarlos pronto y sin esperar mucho? En tercer lugar, en este mundo estamos para seguir a Cristo quien jamás ha tratado mal a los pecadores y solamente ha gritado a los hipócritas que creían ser buenos y no lo eran. En cuarto lugar, esta parábola nos enseña que  la mala hierba puede convertirse en trigo bueno antes de juicio final y por eso no se le arranca ahora. En quinto lugar, nosotros ¿cómo creceríamos interiormente si no nos encontraríamos con la tentación y el pecado dentro y fuera de nosotros? Estaríamos cómodamente instalados y no nos moveríamos de nuestro sitio. El agua estancada se pudre y apesta. En sexto lugar, la inmunidad crece y se fortalece, desarrolla anticuerpos en la lucha contra la enfermedad del pecado. En séptimo lugar, nosotros somos portadores del reino de Dios y somos llamados a fermentar la masa de los indiferentes y pecadores.

Pues, no hay ambiente aséptico de pecado. O luchas y desarrollas anticuerpos, o te mueres en tu interior. Y los que se quedan como mala hierba serán echados al horno.

Escuchemos con calma esta parábola. Una de las dos: o seremos recogidos al final para el granero celestial o nos echarán al horno. No hay otra. Dejémonos de ejercicios mentales y veamos lo que hay de mala hierba en nuestra vida. Si Cristo viniese ahora con sus ángeles para cosechar, ¿dónde te llevarían? Todavía hay tiempo para convertirse.

 

2.  Reflexionemos

2.1 Los Padres.

La paciencia

La paciencia anda muy pegada a la esperanza, y consiste en estar vigilantes, con afecto pero desapasionadamente. Sin dar lugar a la amargura y el resentimiento hay que estar pronto a recoger cualquier centellita de bondad que brille en las acciones del prójimo, cualquier centellita de verdad en sus palabras. La paciencia es una de las virtudes más apreciables en nuestros días, en que se expresan  y mutuamente se combaten tan variadas opiniones, en que se tropieza con tanto rencor, y tantas heridas hacemos y recibimos.  Que la esperanza en Dios nos dé paciencia para no cerrarnos a nadie y no ser nunca ciegamente duros.

Creemos, en efecto, que en los tanteos y búsquedas de la humanidad, Dios revela cada vez con mayor claridad su rostro, hasta que aparezca Jesús que es, para nosotros, la faz humana de Dios. El sacará de la humanidad  el reino de paz y de bondad. Esta es nuestra más profunda esperanza. ¡Ven, Señor Jesús! ¡Maranathá!

 

 

2.2 Con los Hijos

Dios hace del bien un mal.

Una vez muerto el patriarca Jacob, les hermanos de José temían que éste se vengara del mal  que le habían hecho. Pero José les dijo: “No teman, ustedes han pensado hacerme mal, pero Dios ha hecho de él un bien” (cf. Gen 50, 15-21).

Por voluntad de Dios, nuestra vida es un tiempo de prueba. Aquí en la tierra debemos libremente decidir y ponernos de su lado. Nos exhorta al bien y nos advierte del mal y nos otorga su gracia para que podamos resistir a la prueba. Mas, como aún no podemos verle, puede ocurrir que hagamos mal uso de nuestra libertad y pequemos contra él. Dios permite el pecado.

Parece que los pecados hayan de estorbar o frustrar los planes de Dios, Pero, en realidad, Dios sabe también hacer  del mal un bien. Rige el mundo de tal manera que el mal debe servir a sus santos designios. Incluso en la muerte de su Hijo en la cruz pareció que la victoria estuviera de parte del pecado y del demonio; pero, en realidad, el demonio fue vencido y el mundo fue redimido del pecado y de la muerte eterna. No comprendemos el misterio que encierra el pecado mientras permanezcamos en el mundo. Pero el día del juicio final veremos llenos de asombro, cómo todo lo malo debía servir a los planes de Dios. Así, aunque vea  la maldad en el mundo, jamás dudaré de Dios ni me desanimaré, sino que tendré la firme confianza de que Él hará del mal un bien. Jesús es también vencedor del pecado y del demonio.

(Catecismo alemán)

 

3. Relación con la Misa

Uno y mil su cuerpo tomen,

Todos entero lo comen,

Ni comido pierde el ser.

 

Recíbelo el malo, el bueno:

Para  éste es de vida lleno,

Para aquel manjar mortal.

 

Vida al bueno, muerte al malo,

Da este manjar regalado.

¡Oh qué efecto desigual!

 

 

4. Vivencia Familiar

- Reflexionar en familia sobre una desgracia o sufrimiento que ha acaecido en la familia. Tratar de descubrir lo bueno que  Dios ha obrado por medio de estos acontecimientos.

- Reflexionar sobre los efectos que puede tener la mala compañía y qué hacer al respecto.

- Reflexionar cómo se puede dar testimonio del reino de Dios.

 

 

5. Nos habla  la Iglesia.

El pecado.

Creado por Dios en la justicia, el hombre, si embargo, por instigación del demonio, en el propio comienzo de la historia, abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios. Conocieron a Dios, pero no le glorificaron como Dios. Oscurecieron su estúpido corazón  prefirieron servir la criatura, no al Creador.  Lo que la revelación divina nos dice coincide con la experiencia. El hombre, en efecto, cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y se siente anegado por muchos males, que no pueden tener origen en su santo Creador. Al negarse con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompe el hombre la debida subordinación a su fin último, y también toda su ordenación tanto por lo que toca a su propia persona como a las relaciones con los demás y con el resto de la creación.

Es esto lo que explica la división íntima del hombre. Toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Más todavía, el hombre se nota incapaz de rechazar con eficacia por sí solo los ataques del mal, hasta el punto de sentirse aherrojado entre cadenas. Pero el Señor  vino en persona para liberar y vigorizar al hombre, renovándole interiormente y expulsando al príncipe de este mundo (vea Juan 12, 31), que le retenía en la esclavitud del pecado. El pecado rebaja al hombre, impidiéndole lograr  su propia plenitud. A la luz de la revelación, la sublime vocación y la miseria profunda que el hombre experimenta halla simultáneamente su explicación.

(Vaticano II “La Iglesia en el mundo”, n.13).

 

7. Oraciones

Perdón, Señor.

Lector. Señor Nuestro Jesucristo, con espíritu humillado y corazón contrito, nos presentamos ante ti.  Te adoramos. Como pecadores que somos, imploramos tu misericordia.

Todos: Si dijéramos que no tenemos pecado, nosotros mismos nos engañaríamos, y no habría verdad en nosotros.

L. ¿Quién podrá decir: Puro es mi corazón y libre es de todo pecado?

T. Pues todos hemos pecado, y nadie es justo ante ti, ni uno solo.

L. ¿Quién podrá subsistir, oh Señor santo, en tu presencia? ¿No deberíamos acaso exclamar como San Pedro después de la pesca milagrosa al vislumbrar tu majestad divina: “Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador”?

T. Nos reconocemos ante ti como pecadores.

L. Más precisamente, por eso acudimos a ti.

T. “porque los pecadores son, y no los justos, a quienes has venido a llamar a penitencia”.

L. Pecadores somos, oh Señor, sólo tú nos puedes librar de nuestra culpa. ¡Cuántas veces durante tu vida terrena consolaste a los pecadores diciendo: “Vete en paz, tus pecados te son perdonados!”  ¡Cuántas veces  has recogido en tu gracia a las almas caídas en los lazo del pecado: a María Magdalena, a Pedro, al ladrón en la cruz poco antes de su muerte! Como el publicano pedimos también nosotros llenos de confianza:

T. Oh Dios, ten misericordia de nosotros que somos pecadores”.

L. Ten misericordia de nosotros  a quienes has redimido con tu preciosísima sangre. No mires nuestros pecados sino la fe de tu Iglesia y concede la paz y el perdón. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

T. Amén.

 

8. Los Santos

30 de mayo San Fernando

Un héroe y santo, un rey y soberano a la vez, pocas veces la historia nos presenta un personaje que reúne en su persona estas cualidades. El poder es una gran tentación. El siglo 13 vio a dos santos en el trono de un reinado. Luis IX de Francia y Fernando III de Castilla. Las madres de ambos reyes eran hermanas de sangre. De ellas heredaron un ser muy marcado de justicia así como un deseo muy grande de servir a su misión.

Del siglo 8 hasta el siglo 13 España estaba envuelta en continuas  luchas contra los moros. La bandera de la media luna conquista a pesar de ello España menos la región montañosa el norte. Recién Fernando logró reconquistar las tierras de España a través de una lucha permanente durante 28 años. Antes de cada batalla invocaba a la Virgen Santísima; también durante las campañas observaba el ayuno. Su campamento tenía en el centro una estatua de la Madre de Dios y el mismo llevaba su imagen en el pecho. Al haber conquistado Sevilla hizo llevar en procesión solemne la imagen de la Virgen a la Iglesia principal, porque consideraba que ella había conseguido la victoria y él mismo caminaba como humilde servidor de ella a su lado. Lo que ganaba en la guerra, el botín y los tributos, lo  utilizó para construir la Iglesia de Toledo.

Cuando se le aconsejó a Fernando de exigir mayor tributo e impuestos a las Iglesias para cubrir los ingentes gastos de la guerra, el contestó:”De la Iglesia no quiero oro ni plata sino oración. Y en cuanto a mis súbditos, temo más el rechazo de una anciana que todo un ejército enemigo”.

El 30 mayo el príncipe piadoso vestido del hábito franciscano entregó su alma a Dios después de haber consagrado a sus hijos y a su reino a la Madre de Dios.

 

 

 

 

 

 

 

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