Domingo 34 del Tiempo Ordinario C - Solemnidad de Cristo Rey - Comentarios de Sabios y Santos: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
A su disposición
Exégesis: Alois Stöger - Jesús escarnecido (Lc.23,35-38)
Comentario Teológico: P. Leonardo Castellani “Mi Reino no es de este mundo”
Santos Padres: San Ambrosio - El Cortejo triunfal, Lc 23, 33ss
Aplicación: Benedicto XVI - Cristo, el único Señor, ante el cual todos somos hermanos
Aplicación:
P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Cristo Rey
Aplicación: P.
Alfredo Sáenz, S. J. - Cristo Rey
Aplicación: San Juan Pablo II - Jesucristo Rey del Universo
Directorio Homilético - Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del
Universo
Ejemplos
Comentarios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis: Alois Stöger - Jesús escarnecido (Lc.23,35-38)
Falta un dedo: Celebrarlastrong>
35 El pueblo estaba allí mirando. Y
también los jefes arrugaban la nariz, diciendo: Ha salvado a otros; pues que
se salve a sí mismo, si él es el ungido de Dios, el elegido.
Se hace distinción entre el pueblo (pueblo de
Dios) y sus jefes. El pueblo se ha quedado allí y está mirando. El pueblo lo
había escuchado en el templo, nunca aparece activo en el proceso; ahora está
otra vez presente. También el pueblo arrugaba la nariz, como los jefes. Lo
que ve y experimenta bajo la cruz es superior a él. La muerte en cruz de
Jesús es la gran prueba de la fe, que constantemente se debe intentar
superar. ¿Puede este crucificado ser el salvador, el Mesías, si él mismo no
se puede salvar?
El pueblo no dice nada ni participa activamente
en las burlas de Jesús, pero interiormente no acaba de vencer el escándalo
que le ocasiona la muerte en cruz del Mesías. ¿No intervendrá Dios cuando se
ve aniquilado su ungido, su elegido, cuando perece el mártir miserablemente?
Los jefes del pueblo «arrugan la nariz», tuercen los labios, desprecian a
Jesús y se creen legitimados para ello. Las mofas compendian lo que está
contenido en los títulos de Jesús: salvador, ungido de Dios y Mesías (9,35),
elegido, siervo de Dios (9,35; Isa_42:1) e Hijo de Dios. Si Jesús es todo
eso que dicen estos títulos y tiene el poder que en ellos se expresa, ahora
es cuando tiene que demostrar este poder y salvarse... Con semejante
tentación comenzó su obra (Lc_4:3), la misma se le ofrece en Nazaret, su
ciudad paterna (Isa_4:23); la misma concluye también su camino por la tierra
y se le plantea como objeto de decisión antes de ser glorificado.
Que la impotencia haya de demostrar el poder de
Jesús, es cosa que no se puede comprender. Este hecho paradójico sólo se
comprende por la Escritura, y resuena en las palabras de la Escritura:
«arrugan la nariz». «Pero yo soy un gusano, no un hombre; el oprobio de los
hombres y el desprecio del pueblo. Búrlanse de mí cuantos me ven, tuercen
los labios y mueven la cabeza» (Sal 22 [21],8)
36 También se burlaban de él los soldados,
que se acercaban para ofrecerle vinagre 37 y le decían: Si tú eres el rey de
los judíos, sálvate a ti mismo. 38 Había también sobre él una inscripción:
éste es el rey de los judíos.
También los soldados romanos -hasta aquí no ha
hablado nunca de ellos el evangelista- se burlan de Jesús. Ofrecen vinagre
al sediento. Aquí resuena en lontananza el Salmo: «En mi sed me abrevaron
con vinagre» (Sal 69 [68], 22). Jesús se ve atormentado en su angustia.
El título de rey de los judíos ocupaba el centro
del proceso. Este título es la culpa de Jesús. ¿Qué clase de rey es éste?
Impotente y colgado de la cruz, un auténtico rey de los judíos, sometidos a
los romanos. El rey de los judíos no puede salvarse: menos podrá salvar a su
pueblo. El Mesías rey crucificado es escándalo para los judíos, necedad para
los gentiles (1Co_1:23).
Cuando los delincuentes se dirigen al lugar del
suplicio, llevan colgada al cuello una tabla b]anca o se lleva ésta delante
de ellos. En la tabla va escrita la culpa con grandes letras negras o rojas.
También la inscripción en la tabla que se clavará sobre la cruz servirá para
ridiculizar la realeza de Jesús. Ahí está éste, el crucificado... el rey de
los judíos... Pilato y los soldados se burlan de Jesús como el sanedrín se
burla de los judíos. Judíos y gentiles se confabulan para ridiculizar la
realeza de Jesús. Las mofas contra Jesús alcanzan también a su Iglesia, a su
pueblo, a sus testigos y mártires.
El ladrón arrepentido (Lc.23,39-43)
39 Uno de los malhechores
crucificados lo insultaba ¿No eres tú el ungido? Pues sálvate a ti mismo y a
nosotros. 40 Pero, respondiendo el otro, lo reprendía y le decía: ¿Ni
siquiera tú temes a Dios, tú que estás en el mismo suplicio? 41 Para
nosotros, al fin y al cabo, esto es de justicia; pues estamos recibiendo lo
merecido por nuestras fechorías. Pero éste nada malo ha hecho. 42 y añadía:
¡Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino! 43 él le contestó: Yo te
aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.
«En aquella noche (de la venida del Señor), dos
estarán a la misma mesa: el uno será tomado, y el otro dejado» (Lc_17:34).
Junto a la cruz de Jesús se diseña ya esta hora final. Los dos ladrones, que
estaban crucificados con Jesús penden de la cruz como él -junto con Jesús-,
y sin embargo es muy diferente el desenlace de su vida. Ambos están con él,
pero uno sólo exteriormente, el otro también interiormente, con la fe. Ni
siquiera el estar con él aprovecha, si falta la decisión personal en su
favor (13,26s).
El uno toma parte en las burlas. Si Jesús fuese
el Cristo, el ungido de Dios, el Mesías, se salvaría y salvaría a sus dos
compañeros de suplicio. Exige que Jesús aporte la prueba de su mesianidad
mediante la salvación. Sus palabras son una blasfemia, puesto que hacen befa
de los planes salvíficos de Dios, que se realizan en Jesús. El otro
malhechor sigue el camino de la fe, que comienza con el temor y veneración
de Dios, se somete al designio y a la sabiduría de Dios, en la que cree, y
reconoce también al Crucificado como al Mesías. El que se convierte,
reconoce su culpa y la justicia del castigo con que Dios lo visita. El
ladrón arrepentido considera su crucifixión como castigo que ha merecido con
sus fechorías. Llega a reconocer su culpa gracias a la mirada de Jesús, del
que está convencido de que pende de la cruz injustamente. A él se le
perdonan los pecados, porque da gloria a Dios, renuncia a justificarse,
muriendo reconoce por justo el juicio de Dios, y acepta la muerte con
obediencia a la voluntad de Dios y como compañero de Jesús.
Una penitencia y conversión constructiva suponen
la confianza y seguridad de que Dios está dispuesto a perdonar. El ladrón
arrepentido cifra su esperanza en Jesús. En el ve al salvador. Cree que el
Padre da el reino a Jesús, porque sigue este camino de la cruz (22,29s).
Jesús da el reino a los que hacen suyo su camino (22,29). El ladrón pone su
destino futuro en manos de Jesús. En el Antiguo Testamento, quien se halla
en grave aprieto y tentación invoca a Dios para que se acuerde de su acción
salvífica, de su alianza que él otorga, de los patriarcas, a los que había
hecho sus promesas (Gen_9:15; Exo_2:24; Sal_104:8; Sal_110:5, etc.). El
ladrón ora a Jesús pidiéndole que se acuerde de él. La súplica del ladrón es
acogida por Jesús. El hoy con la promesa de salvación empieza en aquel mismo
instante. Jesús, después de su muerte, penetra en el paraíso; el Padre le
otorga el reino, el poder y la gloria (el banquete de 22,30). El ladrón
arrepentido está con él. Dios otorga el paraíso a Jesús, y él lo da a los
suyos. La promesa hecha al ladrón creyente y convertido sienta las bases de
la participación en el paraíso de Jesús. Estar con él es el paraíso mismo.
Esteban exclamará: «Señor Jesús, acoge mi espíritu» (Hec_5:59), y Pablo:
«Aspiro a irme y estar con Cristo» (Flp_1:23; cf. 1Te_4:17).
Jesús es hasta la muerte el libertador y salvador
de los pecadores. Como en casa del fariseo salió en defensa de la pecadora,
ahora, cuando se promete al ladrón la salvación en la última hora, halla
remate y coronamiento lo que Jesús contó en las parábolas (oveja perdida,
hijo pródigo, dracma perdida), así como la bondadosa acogida que dispensó al
jefe de los publicanos, Zaqueo. Lo más hondo de la misericordia divina se
revela en la cruz de Cristo, que da la vida en forma vicaria por los muchos.
En los relatos de martirios del judaísmo tardío se repite con frecuencia la
observación de que un pagano convertido que participa en la suerte del
mártir, recibe también participación en la recompensa del mártir. Jesús es
Siervo de Dios y mártir.
(Stöger, Alois, El Evangelio según San Lucas, en
El Nuevo Testamento y su Mensaje, Editorial Herder, Madrid, 1969)
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Comentario Teológico: P. Leonardo Castellani “Mi Reino no es de este mundo”
« Ergo Rex es tu? Tu dixisti…Sed Regnum meum non
est de hoc mundo » (Ioan.18 : 33-36)
El año 1925, accediendo a una solicitud firmada
por más de ochocientos obispos, el Papa Pío XI instituyó paratoda la Iglesia
la festividad de Cristo Rey, fijada en el último domingo del mes de octubre.
Esta nueva invocación de Cristo, nueva y sin embargo tan antigua como la
Iglesia, tuvo muy pronto susmártires, en la persecución que la masonería y
el judaísmo desataron en Méjico, con la ayuda de unimperialismo extranjero:
sacerdotes, soldados, jóvenes de Acción Católica y aun mujeres que murieron
al gritode “¡Viva Cristo Rey!” Esta proclamación del poder de Cristo sobre
las naciones se hacía contra el llamado liberalismo. El liberalismoes una
peligrosa herejía moderna que proclama la libertad y toma su nombre de ella.
la libertad es un gran bien que, como todos los grandes bienes, sólo Dios
puede dar; y el liberalismo lo buscafuera de Dios; y de ese modo sólo llega
a falsificaciones de la libertad. liberales fueron los que en el pasado
siglo rompieron con la Iglesia, maltrataron al Papa y quisieron
edificarnaciones sin contar con Cristo. Son hombres que desconocen la
perversidad profunda del corazón humano, lanecesidad de una redención, y en
el fondo, el dominio universal de Dios sobre todas las cosas, como Principio
ycomo Fin de todas ellas, incluso las sociedades humanas.
Ellos son los que dicen: “Hay que dejar libres a
todos”, sin ver que el que deja libre a un malhechor es cómplicedel
malhechor; “Hay que respetar todas las opiniones”, sin ver que el que
respeta las opiniones falsas es unfalsario; “La religión es un asunto
privado”, sin ver que, siendo el hombre naturalmente social, si la religión
notiene nada que ver con lo social, entonces no sirve para nada, ni siquiera
para lo privado. Contra este pernicioso error, la Iglesia arbola hoy la
siguiente verdad de fe: Cristo es Rey, por tres títulos, cadauno de ellos de
sobra suficiente para conferirle un verdadero poder sobre los hombres. Es
Rey por título de nacimiento, por ser el Hijo Verdadero de Dios omnipotente,
Creador de todas las cosas; esRey por titulo de mérito, por ser el Hombre
más excelente que ha existido ni existirá, y es Rey por titulo deconquista,
por haber salvado con su doctrina y su sangre a la Humanidad de la
esclavitud del pecado y delinfierno.
Me diréis vosotros: eso está muy bien, pero es un
ideal y no una realidad. Eso será en la otra vida o en un tiempomuy remoto
de los nuestros; pero hoy día... los que mandan hoy día no son los mansos,
como Cristo, sino losviolentos; no son los pobres, sino los que tienen
plata; no son los católicos, sino los masones. Nadie hace caso alPapa, ese
anciano vestido de blanco que no hace más que mandarse proclamas llenas de
sabiduría, pero quenadie obedece. Y el mar de sangre en que se está
revolviendo Europa, ¿concuerda acaso con ningún reinado deCristo? la
respuesta a esta duda está en la respuesta de Cristo a Pilatos, cuando le
preguntó dos veces si realmente setenía por Rey. “Mi Reino no procede de
este mundo”. No es como los reinos temporales, que se ganan ysustentan con
la mentira y la violencia; y en todo caso, aun cuando sean legítimos y
rectos, tienen finestemporales y están mechados y limitados por la
inevitable imperfección humana. Rey de verdad, de paz y de amor, su Reino
procedente de la gracia reina invisiblemente en los corazones, y esotiene
más duración que los imperios. Su Reino no surge de aquí abajo, sino que
baja de ahí arriba; pero eso noquiere decir que sea una mera alegoría, o un
reino invisible de espíritus. Dice que no es de aquí, pero no dice que no
está aquí.
Dice que no es carnal, pero no dice que no es
real. Diceque es reino de almas, pero no quiere decir reino de fantasmas,
sine reino de hombres. No es indiferenteaceptarlo o no, y es supremamente
peligroso rebelarse contra El. Porque Europa se rebeló contra El en estos
últimos tiempos, Europa y con ella el mundo todo se halla hoy díaen un
desorden que parece no tener compostura, y que sin El no tiene compostura…
Mis hermanos: porque Europa rechazó la reyecía de Jesucristo, actualmente no
puede parar en ella ni Rey niRoque. Cuando Napoleón I, que fue uno de los
varones —y el más grande de todos— que quisieron arreglar aEuropa sin contar
con Jesucristo, se ciñó en Milán la corona de hierro de Carlomagno, cuentan
que dijo estaspalabras: “Dios me la dio, nadie me la quitará”.
Palabras que a nadie se aplican más que a Cristo.
la corona de Cristo es más fuerte, es una corona de espinas.la púrpura real
de Cristo no se destiñe, está bañada en sangre viva. Y la caña que le
pusieron por burla en lasmanos, se convierte de tiempo en tiempo, cuando el
mundo cree que puede volver a burlarse de Cristo, en unbarrote de hierro.
“Et reges eos in virga férrea” (Los regirá con vara de hierro). Veamos la
demostración de esta verdad de fe, que la Santa Madre Iglesia nos propone a
creer y venerar en la fiesta del último domingo del mes de la primavera,
llamando en nuestro auxilio a la Sagrada Escritura, a laTeología y a la
Filosofía, y ante todo a la Santísima Virgen Nuestra Señora con un avemaría.
los cuatro Evangelistas ponen la pregunta de Pilatos y la respuesta
afirmativa de Cristo:“— ¿Tú eres el Rey de los judíos?”“— Yo lo soy”. ¿Qué
clase de rey será éste, sin ejércitos, sin palacios, atadas las manos,
impotente y humillado?, debe de haberpensado Pilatos.
San Juan, en su capítulo XVIII, pone el diálogo
completo con Pilatos, que responde a esta pregunta:Entró en el Pretorio,
llamó a Jesús y le dijo: “¿Tu eres el Rey de los Judíos?” Respondió Jesús:
“¿Eso lo preguntas de por ti mismo, o te lo dijeron otros?”Respondió Pilatos
“¿Acaso yo soy judío? Tu gente y los pontífices te han entregado. ¿Qué has
hecho?”.Respondió Jesús, ya satisfecho acerca del sentido de la pregunta del
gobernador romano, al cualmaliciosamente los judíos le habían hecho temer
que Jesús era uno de tantos intrigantes, ambiciosos de poderpolítico: “Mi
reino no es de este mundo. Si de este mundo fuera mi reino, Yo tendría
ejércitos, mi gente lucharía porMí para que no cayera en manos de mis
enemigos. Pero es que mi Reino no es de aquí”. Es decir, su Reino tiene su
principio en el cielo, es un Reino espiritual que no viene a derrocar al
César, comoPilatos teme, ni a pelear por fuerza de armas contra los reinos
vecinos, como desean los judíos.
El no dice que este Reino suyo, que han predicho
los profetas, no esté en este mundo; no dice que sea un puroreino invisible
de espíritus, es un reino de hombres; El dice que no proviene de este mundo,
que su principio y sufin está más arriba y más abajo de las cosas inventadas
por el hombre.El profeta Daniel, resumiendo los dichos de toda una serie de
profetas, dijo que después de los cuatro grandesreinos que aparecerían en el
Mediterráneo, el reino de la leona, del oso, del leopardo y de la Bestia
Poderosa,aparecería el Reino de los Santos, que duraría para siempre. Ese es
su Reino... Esa clase de reinos espirituales no los entendía Pilatos, ni le
daban cuidado. Sin embargo, preguntó de nuevo,quizá irónicamente:
“—Entonces, ¿te afirmas en que eres Rey?”.Respondió Jesús tranquilamente:
“—Sí, lo soy —y añadió después mirándolo cara a cara—; yo para eso nací
ypara eso vine al mundo, para dar testimonio de la Verdad. Todo el que es de
la Verdad oye mi voz”.Dijo Pilatos: “— ¿Qué es la Verdad?”Y sin esperar
respuesta, salió a los judíos y les dijo: “—Yo no le veo culpa”.Pero ellos
gritaron: “—Todo el que se hace Rey, es enemigo del César. Si lo sueltas a
éste, vas en contra del César”.He aquí solemnemente afirmada por Cristo su
realeza, al fin de su carrera, delante de un tribunal, a riesgo ycosta de su
vida; y a esto le llama El dar testimonio de la Verdad, y afirma que su Vida
no tiene otro objeto que éste. Y le costó la vida, salieron con la suya los
que dijeron: “No queremos a éste por Rey, no tenemos más Rey que elCésar”;
pero en lo alto de la Cruz donde murió este Rey rechazado, había un letrero
en tres lenguas, hebrea,griega y latina, que decía: “Jesús Nazareno Rey de
los Judíos”; y hoy día, en todas las iglesias del mundo y entodas las
lenguas conocidas, a 2.000 años de distancia de aquella afirmación
formidable: “Yo soy Rey”, miles ymiles de seres humanos proclaman junto con
nosotros su fe en e1 Reino de Cristo y la obediencia de suscorazones a su
Corazón Divino.
Por encima del clamor de la batalla en que se
destrozan los humanos, en medio de la confusión y de las nubesde mentiras y
engaños en que vivimos, oprimidos los corazones por las tribulaciones del
mundo y las tribulaciones propias, la Iglesia Católica, imperecedero Reino
de Cristo, está de pie para dar como su Divino Maestro testimonio de Verdad
y para defender esa Verdad por encima de todo. Por encima del tumulto y de
la polvareda, con los ojos fijos en la Cruz, firme en su experiencia de
veinte siglos,segura de su porvenir profetizado, lista para soportar la
prueba y la lucha en la esperanza cierta del triunfo, laIglesia, con su sola
presencia y con su silencio mismo, está diciendo a todos los Caifás, Herodes
y Pilatos delmundo que aquella palabra de su divino Fundador no ha sido
vana.
En el primer libro de las Visiones de Daniel,
cuenta el profeta que vio cuatro Bestias disformes y misteriosas que,
saliendo del mar, se sucedían y destruían una a la otra; y después de eso
vio a manera de un Hijo del Hombreque viniendo de sobre las nubes del cielo
se llegaba al trono de Dios; y le presentaron a Dios, y Dios le dio
elPoderío, el Honor y el Reinado, y todos los pueblos, tribus y lenguas le
servirán, y su poder será poder eternoque no se quitará, y su reino no se
acabará. Entonces me llegué lleno de espanto —dice Daniel— a uno de los
presentes, y le pregunté la verdad de todoeso. Y me dijo la interpretación
de la figura: “Estas cuatro bestias magnas son cuatro Grandes Imperios que
selevantarán en la tierra [a saber, Babilonia, Persia, grecia y Roma, según
estiman los intérpretes], y despuésrecibirán el Reino los santos del Dios
altísimo y obtendrán el reino por siglos y por siglos de siglos”. Esta
palabra misteriosa, pronunciada 500 años antes de Cristo, no fue olvidada
por los judíos.
Cuando Juan Bautista empieza a predicar en las
riberas del Jordán: “Haced penitencia, que está cerca el Reino de Dios”,
todoese pequeño pueblo comprendido entre el Mediterráneo, el líbano, el
Tiberíades y el Sinaí resonaba con laspalabras de Gran Rey, Hijo de David,
Reino de Dios. las setenta semanas de años que Daniel había predichoentre el
cautiverio de Babilonia y la llegada del Salvador del Mundo, se estaban
acabando; y los profetas habíanprecisado de antemano, en una serie de
recitados enigmáticos, una gran cantidad de rasgos de su vida y supersona,
desde su nacimiento en Belén hasta su ignominiosa muerte en Jerusalén.
Entonces aparece en medio de ellos ese joven doctor impetuoso, que cura
enfermos y resucita muertos, a quienel Bautista reconoce y los fariseos
desconocen, el cual se pone a explicar metódicamente en qué consiste elReino
de Dios, a desengañar ilusos, a reprender poderosos, a juntar discípulos, a
instituir entre ellos una autoridad, a formar una pequeña e insignificante
sociedad, más pequeña que un grano de mostaza, y aprometer a esa Sociedad,
por medio de hermosísimas parábolas y de profecías deslumbradoras, los
másinesperados privilegios: durará por todos los siglos — se difundirá por
todas las naciones — abarcará todas lasrazas — el que entre en ella, estará
salvado — el que la rechace, estará perdido — el que la combata, se
estrellarácontra ella — lo que ella ate en la tierra será atado en el cielo,
y lo que ella desate en la tierra será desatado en elcielo. Y un día, en las
puertas de Cafarnaúm, aquel Varón extraordinario, el más modesto y el más
pretencioso decuantos han vivido en este mundo, después de obtener de sus
rudos discípulos el reconocimiento de que él erael “Ungido”, el “Rey”, y más
aún, el mismo “Hijo Verdadero de Dios vivo”, se dirigió al discípulo que
había habladoen nombre de todos y solemnemente le dijo: “Y Yo a ti te digo
que tú eres Kefá, que significa piedra, y sobre estapiedra Yo levantaré mi
Iglesia, y los poderes infernales no prevalecerán contra ella y te daré las
llaves del Reino delos Cielos. Y Yo estaré con vosotros hasta la consumación
de los siglos”.
Y desde entonces, viose algo único en el mundo:
esa pequeña Sociedad fue creciendo y durando, y nada ha podido vencerla,
nada ha podido hundirla, nadie ha podido matarla. Mataron a su Fundador,
mataron a todossus primeros jefes, mataron a miles de sus miembros durante
las diez grandes persecuciones que la esperabanal salir mismo de su cuna; y
muchísimas veces dijeron que la habían matado a ella, cantaron victoria
susenemigos, las fuerzas del mal, las Puertas del Infierno, la debilidad, la
pasión, la malicia humana, los poderestiránicos, las plebes idiotizadas y
tumultuantes, los entendimientos corrompidos, todo lo que en el mundo
tirahacia abajo, se arrastra y se revuelca (la corrupción de la carne y la
soberbia del espíritu aguijoneados por losinvisibles espíritus de las
tinieblas); todo ese peso de la mortalidad y la corrupción humana que
obedece alAngel Caído, cantó victoria muchas veces y dijo: “Se acabó la
Iglesia”.
El siglo pasado, no más, los hombres de Europa
más brillantes, cuyos nombres andaban en boca de todos, decían: “Se acabó la
Iglesia, murió el Catolicismo”. ¿Dónde están ellos ahora? Y la Iglesia,
durante veinte siglos, con grandes altibajos y sacudones, por cierto, como
la barquilla del Pescador Pedro, pero infalible irrefragablemente, ha ido
creciendo en número y extendiéndose en el mundo; y todocuanto hay de hermoso
y de grande en el mundo actual se le debe a ella; y todas las personas más
decentes,útiles y preclaras que ha conocido la tierra han sido sus hijos; y
cuando perdía un pueblo, conquistaba una Nación; y cuando perdía una Nación,
Dios le daba un Imperio; y cuando se desgajaba de ella media Europa, Dios
descubría para ella un Mundo Nuevo; y cuando sus hijos ingratos, creyéndose
ricos y seguros, la repudiaban yabandonaban y la hacían llorar en su soledad
y clamar inútilmente en su paciencia...; cuando decían: “Ya somos ricos y
poderosos y sanos y fuertes y adultos, y no necesitamos nodriza”, entonces
se oía en los aires la voz de unatrompeta, y tres jinetes siniestros se
abatían sobre la tierra: uno en un caballo rojo, cuyo nombre es La
Guerra;otro en un caballo negro, cuyo nombre es El Hambre; otro en un
caballo bayo, cuyo nombre es La PersecuciónFinal; y los tres no pueden ser
vencidos sino por Aquel que va sobre el caballo blanco, al cual le ha sido
dada laespada para que venza, y que tiene escrito en el pecho y en la orla
de su vestido: “Rey de Reyes y Señor deDominantes”.
El Mundo Moderno, que renegó la reyecía de su Rey
Eterno y Señor Universal, como consecuencia directa ydemostrable de ello se
ve ahora empantanado en un atolladero y castigado por los tres últimos
caballos delApocalipsis; y entonces le echa la culpa a Cristo. Acabo de oír
por Radio Excelsior una poesía de un tal Alejandro Flores, aunque mediocre,
bastante vistosa,llamada Oración de este Siglo a Cristo, en que expresa
justamente esto: se queja de la guerra, se espanta de lacrisis
(racionamiento de nafta), dice que Cristo es impotente, que su “sueño de paz
y de amor” ha fracasado, y lepide que vuelva de nuevo al mundo, pero no a
ser crucificado.El pobre miope no ve que Cristo está volviendo en estos
momentos al mundo, pero está volviendo como Rey —¿o qué se ha pensado él que
es un Rey?—; está volviendo de Ezrah, donde pisó el lagar El solo con los
vestidossalpicados de rojo, como lo pintaron los profetas, y tiene en la
mano el bieldo y la segur para limpiar su heredady para podar su viña. ¿o se
ha pensado él que Jesucristo es una reina de juegos florales?
Y ésta es la respuesta a los que hoy día se
escandalizan de la impotencia del Cristianismo y de la grandesolación
espiritual y material que reina en la tierra. Creen que la guerra actual es
una gran desobediencia aCristo, y en consecuencia dudan de que Cristo sea
realmente Rey, como dudó Pilatos, viéndole atado eimpotente. Pero la guerra
actual no es una gran desobediencia a Cristo: es la consecuencia de una
grandesobediencia, es el castigo de una gran desobediencia y — consolémonos—
es la preparación de una granobediencia y de una gran restauración del Reino
de Cristo. “Porque se me subleven una parte de mis súbditos, Yono dejo de
ser Rey mientras conserve el poder de castigarlos”, dice Cristo.
En la última parábola que San Lucas cuenta, antes
de la Pasión, está prenunciado eso: “Semejante es el Reino de los cielos a
un Rey que fue a hacerse cargo de un Reino que le tocaba por herencia. Y
algunos de sus vasallos le mandaron embajada, diciendo: No queremos que este
reine sobre nosotros. Y cuando se hizo cargo del Reino,mandó que le trajeran
aquellos sublevados y les dieran muerte en su presencia”. Eso contó Nuestro
Señor Jesucristo hablando de si mismo; y cuando lo contó, no se parecía
mucho a esoscristos melosos, de melena rubia, de sonrisita triste y de ojos
acaramelados que algunos pintan. Es un Rey depaz, es un Rey de amor, de
verdad, de mansedumbre, de dulzura para los que le quieren; pero es Rey
verdaderopara todos, aunque no le quieran, ¡y tanto peor para el que no le
quiera! los hombres y los pueblos podrán rechazar la llamada amorosa del
Corazón de Cristo y escupir contra el cielo;pero no pueden cambiar la
naturaleza de las cosas.
El hombre es un ser dependiente, y si no depende
de quiendebe, dependerá de quien no debe; si no quiere por dueño a Cristo,
tendrá el demonio por dueño. “No podéisservir a Dios y a las riquezas”, dijo
Cristo, y el mundo moderno es el ejemplo lamentable: no quiso reconocer
aDios como dueño, y cayó bajo el dominio de Plutón, el demonio de las
riquezas. En su encíclica Quadragesimo Anno, el Papa Pío XI describe de este
modo la condición del mundo de hoy, desdeque el Protestantismo y el
liberalismo lo alejaron del regazo materno de la Iglesia, y decidme vosotros
si elretrato es exagerado: “La libre concurrencia se destruyó a sí misma; al
libre cambio ha sucedido una dictaduraeconómica. El hambre y sed de lucro ha
suscitado una desenfrenada ambición de dominar. Toda la vida económicase ha
vuelto horriblemente dura, implacable, cruel. Injusticia y miseria. De una
parte, una inmensa cantidad deproletarios; de otra, un pequeño número de
ricos provistos de inmensos recursos, lo cual prueba con evidencia quelas
riquezas creadas en tanta copia por el industrialismo moderno no se hallan
bien repartidas”.
El mismo Carlos Marx, patriarca del socialismo
moderno, pone el principio del moderno capitalismo en elRenacimiento, es
decir, cuando comienza el gran movimiento de desobediencia a la Iglesia; y
añora el judíoateo los tiempos de la Edad Media, en que el artesano era
dueño de sus medios de producción, en que losgremios amparaban al obrero, en
que el comercio tenía por objeto el cambio y la distribución de los
productos yno el lucro y el dividendo, y en que no estaba aún esclavizado al
dinero para darle una fecundidad monstruosa.Añora aquel tiempo, que si no
fue un Paraíso Terrenal, por lo menos no fue una Babel como ahora, porque
loshombres no habían recusado la Reyecía de Jesucristo. los males que hoy
sufrimos, tienen, pues, raíz vieja; pero consolémonos, porque ya está cerca
el jardinero conel hacha. Estamos al fin de un proceso morboso que ha durado
cuatro siglos. Vosotros sabéis que en el llamado Renacimiento había un
veneno de paganismo, sensualismo y descreimientoque se desparramó por toda
Europa, próspera entonces y cargada de bienestar como un cuerpo pletórico.
Ese veneno fue el fermento del Protestantismo;
“rebelión de los ricos contra los pobres”, como lo llamó Belloc, querompió
la unidad de la Iglesia, negó el Reino Visible de Cristo, dijo que Cristo
fue un predicador y un moralista, yno un Rey; sometió la religión a los
poderes civiles y arrebató a la obediencia del Sumo Pontífice casi la mitad
deEuropa. las naciones católicas se replegaron sobre sí mismas en el
movimiento que se llamó Contrarreforma, yse ocuparon en evangelizar el Nuevo
Mundo, mientras los poderes protestantes inventaban el Puritanismo, el
Capitalismo y el Imperialismo. Entonces empezó a invadir las naciones
católicas una a modo de niebla ponzoñosa proveniente de losprotestantes, que
al fin cuajó en lo que llamamos liberalismo, el cual a su vez engendró por
un lado elModernismo y por otro el Comunismo. Entonces fue cuando sonó en el
cielo la trompeta de la cólera divina, que nadie dejó de oír; y el Hombre
Moderno, que había caído en cinco idolatrías y cinco desobediencias, está
siendo probado y purificado ahorapor Cinco castigos y cinco
penitencias:Idolatría de la Ciencia, con la cual quiso hacer otra torre de
Babel que llegase hasta el cielo; y la ciencia está enestos momentos toda
ocupada en construir aviones, bombas y cañones para voltear casas y ciudades
y fábricas;Idolatría de la Libertad, con la cual quiso hacer de cada hombre
un pequeño y caprichoso caudillejo; y éste es elmomento en que el mundo está
lleno de despotismo y los pueblos mismos piden puños fuertes para salir de
la confusión que creó esa libertad demente;
Idolatría del Progreso, con el cual creyeron que
harían en poco tiempo otro Paraíso Terrenal; y he aquí que elProgreso es el
Becerro de oro que sume a los hombres en la miseria, en la esclavitud, en el
odio, en la mentira,en la muerte; Idolatría de la Carne, a la cual se le
pidió el cielo y las delicias del Edén; y la carne del hombre
desvestida,exhibida, mimada y adorada, está siendo destrozada, desgarrada y
amontonada como estiércol en los camposde batalla;Idolatría del Placer, con
el cual se quiere hacer del mundo un perpetuo Carnaval y convertir a los
hombres enchiquilines agitados e irresponsables; y el placer ha creado un
mundo de enfermedades, dolencias y torturasque hacen desesperar a todas las
facultadas de medicina. Esto decía no hace mucho tiempo un gran obispo de
Italia, el arzobispo de Cremona, a sus fieles. ¿Y nuestro país? ¿Está libre
de contagio? ¿Está puro de mancha? ¿Está limpio de pecado? Hay muchos
queparecen creerlo así, y viven de una manera enteramente inconsciente,
pagana, incristiana, multiplicando loserrores, los escándalos, las
iniquidades, las injusticias.
Es un país tan ancho, tan rico, tan generoso, que
aquí nopuede pasar nada; queremos estar en paz con todos, vender nuestras
cosechas y ganar plata; tenemosgobernantes tan sabios, tan rectos y tan
responsables; somos tan democráticos, subimos al gobiernosolamente a aquel
que lo merece; tenemos escuelas tan lindas; tenemos leyes tan liberales; hay
libertad paratodo; no hay pena de muerte; si un hombre agarra una criaturita
en la calle, la viola, la mata y después laquema, ¡qué se va a hacer,
paciencia!; tenemos la prensa más grande del mundo: por diez centavos nos
dandoce sábanas de papel llenas de informaciones y de noticias; tenemos la
educación artística del pueblo hecha por medio del cine y de la radio
telefonía; ¡qué pueblo más bien educado va a ir saliendo, un pueblo
artístico!¡Qué país, mi amigo, qué país más macanudo! — ¿Y reina Cristo en
este país? — ¿Y cómo no va a reinar? Somos buenos todos. Y si no reina, ¿qué
quiere que lehagamos? Tengo miedo de los grandes castigos colectivos que
amenazan nuestros crímenes colectivos. Este país estádormido, y no veo quién
lo despierte. Este país está engañado, y no veo quién lo desengañe. Este
país estápostrado, y no se ve quién va a levantarlo. Pero este país todavía
no ha renegado de Cristo; y sabemos por tanto que hay alguien capaz de
levantarlo. Preparémonos a su Venida y apresuremos su Venida. Podemos ser
soldados de un gran Rey; nuestras pobresefímeras vidas pueden unirse a algo
grande, algo triunfal, algo absoluto. Arranquemos de ellas el egoísmo, la
molicie, la mezquindad de nuestros pequeños caprichos, ambiciones y fines
particulares. El que pueda hacer caridad, que se sacrifique por su prójimo,
o solo, o en su parroquia, o en las Sociedades Vicentinas...
El que pueda hacer apostolado, que ayude a
Nuestro Cristo Rey en la Acción Católica o en las Congregaciones… El que
pueda enseñar, que enseñe… Y el que pueda quebrantar la iniquidad, que la
golpee y que la persiga, aunque sea con riesgo de la vida. Y para eso,
purifiquemos cada uno de faltas y de errores nuestra vida. Acudamos a la
Inmaculada Madre deDios, Reina de los Ángeles y de los hombres, para que se
digne elegirnos para militar con Cristo, no solamenteofreciendo todas
nuestras personas al trabajo, como decía el capitán Ignacio de loyola, sino
también paradistinguirnos y señalarnos en esa misma campaña del Reino de
Dios contra las fuerzas del Mal, campaña que esel eje de la historia del
mundo, sabiendo que nuestro Rey es invencible, que su Reino no tendrá fin,
que sutriunfo y Venida no está lejos y que su recompensa supera todas las
vanidades de este mundo, y más todavía,todo cuanto el ojo vio, el oído oyó y
la mente humana pudo soñar de hermoso y de glorioso.Leonardo Castellani,
“Cristo, ¿vuelve o no vuelve?”. Volver Arriba Santos Padres San Agustín El
buen ladrón
El Señor Jesús fue colgado en la cruz, los judíos
blasfemaban, los príncipes de los sacerdotes se burlaban,y cuando la sangre
de la víctima caída bajo los golpes, todavía no se había secado, el ladrón
le rindió homenaje,mientras otros movían la cabeza diciendo: ¡Si tú eres el
Hijo de Dios, sálvate a ti mismo! (Mateo 27, 10).
Jesús no respondía y justo manteniéndose en
silencio, Él castiga a los malvados. Pero para vergüenza delos judíos, el
Salvador habla a un hombre que iba a salir en defensa de Su causa, un hombre
que no es másque un ladrón, crucificado como Él, pues dos ladrones fueron
crucificados con Él, uno a la derecha el otro a suizquierda. Entre ellos se
encontraba el Salvador. Era como una balanza perfectamente equilibrada, en
la que unplatillo elevaba al ladrón creyente, el otro platillo ponía en lo
bajo al ladrón incrédulo, que lo insultaba a suizquierda. El de la derecha
se humilla profundamente: se tiene por culpable ante el tribunal de su
propiaconciencia, se vuelve, en la cruz, su propio juez, y su confesión le
hace ser su propio médico. Éstas son susprimeras palabras dirigiéndose al
otro ladrón: “¿Ni siquiera temes tú?” (lucas 23, 40). }
¿Qué te pasa ladrón? Hasta hace poco eras un
ladrón, ¡ahora reconoces a Dios! Hace poco eras unasesino, ¡ahora crees en
Cristo!
¡Dinos ladrón, el mal que has hecho, dinos el
bien que has visto hacer al Salvador!
Nosotros, hemos dado muerte a vivos pero Él ha
dado vida a muertos, nosotros hemos robado los bienes de otros, pero Él
entregó sus tesoros al mundo. Él se hizo pobre para hacerme rico.
El ladrón amonesta al otro ladrón así: Hasta
ahora hemos caminado juntos para cometercrímenes. ofrece tu cruz, se te
indicará el camino que debes seguir si quieres vivir conmigo. Fuiste
micompañero en el camino del crimen, acompáñame ahora hasta las mansiones de
la vida; porque esta cruz es elárbol de la vida. David dijo en uno de sus
salmos: “Dios conoce el camino de los justos, pero el camino de losmalvados
lleva a la muerte” (Salmo 1, 6).
Después de su confesión, se dirige a Jesús:
“Señor, le dijo, ¡acuérdate de mí cuando vengas en tu reino!”(Salmo 23, 42).
Yo tendría que decirle al ladrón: ¿que de bueno
has hecho tú para que Cristo se acuerde de tí? ¿En qué buenas obras has
empleado tu tiempo? Has hecho el mal a los demás, has derramado la sangre de
tu prójimo,¿Cómo se te ocurre decir: “Acuérdate de mí? ’ ladrón, tú que te
has convertido en el compañero de tu Señor, respóndeme: He reconocido a mi
Señoren la ignominia de mi castigo, por eso tengo derecho a esperar de Él.
Que Él esté clavado en una cruz poco meimporta. No puedo menos que creer en
su morada, el trono de Su justicia que está en los cielos.
“Señor, le dijo: Acuérdate de mí cuando vengas en
tu reino”
Cristo no había abierto la boca en presencia de
Pilato, o ante los príncipes de los sacerdotes. De Suslabios tan puros no
había salido una respuesta a las preguntas de sus enemigos, porque sus
preguntas no erandictadas por la rectitud. Pero Él habla al ladrón sin
hacerse esperar, porque se lo ruega con simplicidad : “De cierto, de cierto
tedigo, hoy estarás conmigo en el paraíso” ( lucas 23, 43 ).
¿Qué es esto ladrón? Pediste un favor para el
tiempo futuro, y ¡lo has obtenido en el mismo día! Túdijiste: “Cuando vengas
en tu reino“, y ¡hoy obtienes un sitio en el cielo!
Pero, ¿cómo explicar esto? ¿Cristo promete la
vida al ladrón y el ladrón aún no ha recibido la gracia? ElSeñor dice en Su
santo Evangelio: “El que no nace de nuevo del agua y el Espíritu Santo, no
puede entrar en elreino de los cielos” (Juan 3, 5). Y no hay tiempo para que
el ladrón sea bautizado.
En su misericordia, el Redentor imagina un
remedio.
Se acerca un soldado, de una lanzada abre el
costado de Cristo, y de esta herida “brota sangre yagua” (Juan 19, 31), la
cual cae sobre el cuerpo del ladrón.
El apóstol Pablo dijo: “Vosotros os habéis
acercado al monte Sión, a una sangre rociada que clama mejorque la de Abel”
(He 12, 22-24). ¿Por qué la Sangre de Cristo habla mejor que la de Abel? la
sangre de Abeltestimonia un parricidio, la del inocente Cristo testimonia un
homicidio y otorga, por los siglos de los siglos, elperdón a los que se
arrepienten.
(http://moimunanblog.wordpress.com/2013/03/24/san-agustin-sobre-la-sangre-de-cristo/)
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Santos Padres: San Ambrosio - El Cortejo triunfal, Lc 23, 33ss
tampoco observamos las cabezas humilladas de los reyes cautivos, como suele
ocurrir entre los triunfadores humanos, ni tampoco contemplamos que se lleva
esa victoria hasta los límites de otro país ; por el contrario, lo que vemos
es precisamente que los pueblos y las naciones, llenos de alegría, son
atraídos no por el castigo, sino por la recompensa, los reyes rinden
adoración por propia decisión, las ciudades se entregan a un culto
voluntario, las estatuas de las poblaciones reciben una especial mejora, no
realizada ésta por el arte del colorido, sino hermoseadas por una fe
entregada, las armas y los derechos de los vencedores se extienden por todo
el orbe; contemplamos asimismo cómo el príncipe de este mundo es cogido
preso y cómo los espíritus del mal que vagan por los cielos (Ef 6, 12)
obedecen a las órdenes de una palabra humana, y cómo están las potestades
sumisas y las diversas clases de virtudes resplandecen, no gracias a su
seda, sino gracias a sus costumbres.
Brilla la castidad, resplandece la fe, y la valiente entrega se levanta ya
airosa una vez que se ha vestido con los despojos de la muerte. El solo
triunfo de Dios, la Cruz del Señor, ya hizo triunfar a todos los hombres.
110. Parece conveniente considerar el modo de subir. Yo lo veo desnudo; así
tiene que subir el que se dispone a vencer al mundo, de modo que no se debe
preocupar en buscar los auxilios del siglo. Adán, que fue a buscar el
vestido (Gn 3, 7), fue vencido, mientras que el vencedor es Aquel que se
despojó de sus vestidos. El subió con la misma realidad con la que la
naturaleza nos había formado bajo la acción de Dios. Así había vivido el
primer hombre en el paraíso, y así también entró el segundo hombre al
paraíso. Y con el fin de que el triunfo no fuera para El solo, sino para
todos, extendió sus manos para atraer todas las cosas hacia sí (Jn 12, 32),
con propósito de romper las ligaduras de la muerte, atarnos con el yugo de
la fe y unir al cielo todo aquello que antes estaba ligado a la tierra.
111. También se coloca una inscripción. De ordinario, a los vencedores les
precede un cortejo; y así el carro triunfal del Señor estaba precedido por
el acompañamiento de los muertos resucitados. También es costumbre indicar
con un escrito el número de naciones dominadas. En esa clase de triunfos
que se dan dentro de un orden preestablecido, existen los pobres cautivos de
las naciones vencidas, cosa que es vergonzosa cuando son ellas las
desoladas; sin embargo, aquí resplandece le belleza de los pueblos
redimidos. Los que llevan el carro son dignos de un triunfo semejante, y
así, el cielo, la tierra, el mar y los infiernos pasan de la corrupción a la
gracia.
112. Se coloca una inscripción y se pone sobre la cruz, y en la parte
inferior de ella, puesto que el principado está sobre sus hombros (Is 9, 6).
Y ¿qué otra cosa es este principado, sino su eterno poder y su divinidad?
Por eso, cuando le preguntaron ¿Tú quién eres, El respondió : El principio
que os habla (Jn 8, 25). Pero, leamos esta inscripción: Jesús Nazareno
—dice—Rey de los judíos.
113. Con toda razón la inscripción está puesta en la parte superior de la
cruz, ya que el reino que posee Cristo no es propio del cuerpo humano, sino
del poder de Dios. Y con toda justicia está puesto arriba, porque, aunque en
la cruz estaba el Señor Jesús, sin embargo, resplandecía por encima de la
cruz gracias a su majestad real. Era un gusano sobre la cruz (Sal 21, 7), un
escarabajo sobre la cruz. Pero un buen gusano que no se va del árbol, un
buen escarabajo que clamó desde la cruz. Y ¿qué dijo? Señor, no les imputes
este pecado. También le dijo al ladrón: Hoy estarás conmigo en el paraíso,
y gritó como un escarabajo: ¡Dios mío, Dios mío, mírame!, ¿por qué me has
abandonado? Y, en verdad, era un buen escarabajo quien, por medio de los
pasos de sus virtudes, dignificaba el barro de nuestro cuerpo, que antes era
algo informe y torpe, y buen escarabajo también el que levantó al pobre de
entre el estiércol (Sal 122, 7); levantó a Pablo que se consideró como
basura (Flp 3, 8), levantó a Job que yacía sentado sobre el muladar (Job 2,
8).
114. No se trata, pues, de una inscripción cualquiera. Y aún más, el mismo
lugar de la cruz, bien puesta en medio para que fuera vista por todos, o
levantada, como discuten los hebreos, sobre la sepultura de Adán, tiene gran
importancia, ya que convenía que la primicia de nuestra vida se colocara en
el mismo sitio donde tuvo lugar el comienzo de nuestra muerte.
(SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), L.10, 109-114,
BAC Madrid 1966, pág. 600-603)
Aplicación: Benedicto XVI - Cristo, el único Señor, ante el cual
todos somos hermanos
La solemnidad litúrgica de Cristo Rey da a nuestra celebración una
perspectiva muy significativa, delineada e iluminada por las lecturas
bíblicas. Nos encontramos como ante un imponente fresco con tres grandes
escenas: en el centro, la crucifixión, según el relato del evangelista san
Lucas; a un lado, la unción real de David por parte de los ancianos de
Israel; al otro, el himno cristológico con el que san Pablo introduce la
carta a los Colosenses. En el conjunto destaca la figura de Cristo, el único
Señor, ante el cual todos somos hermanos. Toda la jerarquía de la Iglesia,
todo carisma y todo ministerio, todo y todos estamos al servicio de su
señorío.
Debemos partir del acontecimiento central: la cruz. En ella Cristo
manifiesta su realeza singular. En el Calvario se confrontan dos actitudes
opuestas. Algunos personajes que están al pie de la cruz, y también uno de
los dos ladrones, se dirigen con desprecio al Crucificado: "Si eres tú el
Cristo, el Rey Mesías —dicen—, sálvate a ti mismo, bajando del patíbulo".
Jesús, en cambio, revela su gloria permaneciendo allí, en la cruz, como
Cordero inmolado.
Con él se solidariza inesperadamente el otro ladrón, que confiesa
implícitamente la realeza del justo inocente e implora: "Acuérdate de mí
cuando llegues a tu reino" (Lc 23, 42). San Cirilo de Alejandría comenta:
"Lo ves crucificado y lo llamas rey. Crees que el que soporta la burla y el
sufrimiento llegará a la gloria divina" (Comentario a san Lucas, homilía
153). Según el evangelista san Juan, la gloria divina ya está presente,
aunque escondida por la desfiguración de la cruz. Pero también en el
lenguaje de san Lucas el futuro se anticipa al presente cuando Jesús promete
al buen ladrón: "Hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23, 43).
San Ambrosio observa: "Este rogaba que el Señor se acordara de él cuando
llegara a su reino, pero el Señor le respondió: "En verdad, en verdad te
digo, hoy estarás conmigo en el paraíso". La vida es estar con Cristo,
porque donde está Cristo allí está el Reino" (Exposición sobre el evangelio
según san Lucas 10, 121). Así, la acusación: "Este es el rey de los judíos",
escrita en un letrero clavado sobre la cabeza de Jesús, se convierte en la
proclamación de la verdad. San Ambrosio afirma también: "Justamente la
inscripción está sobre la cruz, porque el Señor Jesús, aunque estuviera en
la cruz, resplandecía desde lo alto de la cruz con una majestad real" (ib.,
10, 113).
La escena de la crucifixión en los cuatro evangelios constituye el momento
de la verdad, en el que se rasga el "velo del templo" y aparece el Santo de
los santos. En Jesús crucificado se realiza la máxima revelación posible de
Dios en este mundo, porque Dios es amor, y la muerte de Jesús en la cruz es
el acto de amor más grande de toda la historia.
Pues bien, en el anillo cardenalicio que dentro de poco entregaré a los
nuevos miembros del sagrado Colegio está representada precisamente la
crucifixión. Queridos hermanos neo-cardenales, para vosotros será siempre
una invitación a recordar de qué Rey sois servidores, a qué trono fue
elevado y cómo fue fiel hasta el final para vencer el pecado y la muerte con
la fuerza de la misericordia divina. La madre Iglesia, esposa de Cristo, os
da esta insignia como recuerdo de su Esposo, que la amó y se entregó a sí
mismo por ella (cf. Ef 5, 25). Así, al llevar el anillo cardenalicio,
recordáis constantemente que debéis dar la vida por la Iglesia.
Si dirigimos ahora la mirada a la escena de la unción real de David,
presentada por la primera lectura, nos impresiona un aspecto importante de
la realeza, es decir, su dimensión "corporativa". Los ancianos de Israel van
a Hebrón y sellan una alianza con David, declarando que se consideran unidos
a él y quieren ser uno con él. Si referimos esta figura a Cristo, me parece
que vosotros, queridos hermanos cardenales, podéis muy bien hacer vuestra
esta profesión de alianza. También vosotros, que formáis el "senado" de la
Iglesia, podéis decir a Jesús: "Nos consideramos como tus huesos y tu carne"
(2 S 5, 1). Pertenecemos a ti, y contigo queremos ser uno. Tú eres el pastor
del pueblo de Dios; tú eres el jefe de la Iglesia (cf. 2 S 5, 2). En esta
solemne celebración eucarística queremos renovar nuestro pacto contigo,
nuestra amistad, porque sólo en esta relación íntima y profunda contigo,
Jesús, nuestro Rey y Señor, asumen sentido y valor la dignidad que nos ha
sido conferida y la responsabilidad que implica.
Ahora nos queda por admirar la tercera parte del "tríptico" que la palabra
de Dios pone ante nosotros: el himno cristológico de la carta a los
Colosenses. Ante todo, hagamos nuestro el sentimiento de alegría y de
gratitud del que brota, porque el reino de Cristo, la "herencia del pueblo
santo en la luz", no es algo que sólo se vislumbre a lo lejos, sino que es
una realidad de la que hemos sido llamados a formar parte, a la que hemos
sido "trasladados", gracias a la obra redentora del Hijo de Dios (cf. Col 1,
12-14).
Esta acción de gracias impulsa el alma de san Pablo a la contemplación de
Cristo y de su misterio en sus dos dimensiones principales: la creación de
todas las cosas y su reconciliación. En el primer aspecto, el señorío de
Cristo consiste en que "todo fue creado por él y para él (...) y todo se
mantiene en él" (Col 1, 16). La segunda dimensión se centra en el misterio
pascual: mediante la muerte en la cruz del Hijo, Dios ha reconciliado
consigo a todas las criaturas y ha pacificado el cielo y la tierra; al
resucitarlo de entre los muertos, lo ha hecho primicia de la nueva creación,
"plenitud" de toda realidad y "cabeza del Cuerpo" místico que es la Iglesia
(cf. Col 1, 18-20). Estamos nuevamente ante la cruz, acontecimiento central
del misterio de Cristo. En la visión paulina, la cruz se enmarca en el
conjunto de la economía de la salvación, donde la realeza de Jesús se
manifiesta en toda su amplitud cósmica.
Este texto del Apóstol expresa una síntesis de verdad y de fe tan fuerte que
no podemos menos de admirarnos profundamente. La Iglesia es depositaria del
misterio de Cristo: lo es con toda humildad y sin sombra de orgullo o
arrogancia, porque se trata del máximo don que ha recibido sin mérito alguno
y que está llamada a ofrecer gratuitamente a la humanidad de todas las
épocas, como horizonte de significado y de salvación. No es una filosofía,
no es una gnosis, aunque incluya también la sabiduría y el conocimiento. Es
el misterio de Cristo; es Cristo mismo, Logos encarnado, muerto y
resucitado, constituido Rey del universo.
¿Cómo no experimentar un intenso entusiasmo, lleno de gratitud, por haber
sido admitidos a contemplar el esplendor de esta revelación? ¿Cómo no sentir
al mismo tiempo la alegría y la responsabilidad de servir a este Rey, de
testimoniar con la vida y con la palabra su señorío? Venerados hermanos
cardenales, esta es, de modo particular, nuestra misión: anunciar al mundo
la verdad de Cristo, esperanza para todo hombre y para toda la familia
humana.
Hay un aspecto, unido estrechamente a esta misión, que quiero tratar al
final y encomendar a vuestra oración: la paz entre todos los discípulos de
Cristo, como signo de la paz que Jesús vino a establecer en el mundo. Hemos
escuchado en el himno cristológico la gran noticia: Dios quiso "pacificar"
el universo mediante la cruz de Cristo (cf. Col 1, 20). Pues bien, la
Iglesia es la porción de humanidad en la que ya se manifiesta la realeza de
Cristo, que tiene como expresión privilegiada la paz. Es la nueva Jerusalén,
aún imperfecta porque peregrina en la historia, pero capaz de anticipar, en
cierto modo, la Jerusalén celestial.
Por último, podemos referirnos aquí al texto del salmo responsorial, el 121:
pertenece a los así llamados "cantos de las subidas", y es el himno de
alegría de los peregrinos que suben hacia la ciudad santa y, al llegar a sus
puertas, le dirigen el saludo de paz: shalom. Según una etimología popular,
Jerusalén significaba precisamente "ciudad de la paz", la paz que el Mesías,
hijo de David, establecería en la plenitud de los tiempos. En Jerusalén
reconocemos la figura de la Iglesia, sacramento de Cristo y de su reino.
Queridos hermanos cardenales, este salmo expresa bien el ardiente canto de
amor a la Iglesia que vosotros ciertamente lleváis en el corazón. Habéis
dedicado vuestra vida al servicio de la Iglesia, y ahora estáis llamados a
asumir en ella una tarea de mayor responsabilidad. Debéis hacer plenamente
vuestras las palabras del salmo: "Desead la paz a Jerusalén" (v. 6). Que la
oración por la paz y la unidad constituya vuestra primera y principal
misión, para que la Iglesia sea "segura y compacta" (v. 3), signo e
instrumento de unidad para todo el género humano (cf. Lumen gentium, 1).
Pongo, más bien, pongamos todos juntos esta misión bajo la protección
solícita de la Madre de la Iglesia, María santísima. A ella, unida al Hijo
en el Calvario y elevada como Reina a su derecha en la gloria, le
encomendamos a los nuevos purpurados, al Colegio cardenalicio y a toda la
comunidad católica, comprometida a sembrar en los surcos de la historia el
reino de Cristo, Señor de la vida y Príncipe de la paz.
(Basílica Vaticana, domingo 25 de noviembre de 2007)
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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Cristo Rey
Los judíos piden signos, los romanos poder, los verdaderos creyentes: a
Cristo crucificado.
En la cruz los judíos pedían un signo para creer, pedían que Cristo bajase
de la cruz para creer en su reinado, que se salvase a sí mismo para mostrar
que era el Salvador, que era el Cristo. Los soldados romanos pedían un acto
de poder sobre sus súbditos porque ¿qué rey verdadero no avasalla por la
fuerza a sus súbditos? ¿Cómo un rey no tiene poder para imponerse por la
fuerza? ¿Qué clase de rey es éste que no tiene poder?
Y más cerca aún de Cristo el mal ladrón que no entiende nada sino sólo
salvarse él, pide a Cristo irónicamente, dice el Evangelio, insultándolo que
se salve a sí mismo y a ellos. Vive en la superficialidad, ignorante del
suceso grandioso que se estaba cumpliendo.
Finalmente, el buen ladrón, iluminado ciertamente por una gracia especial,
reconoce a Dios en Jesús, lo proclama rey y le pide entrar en su reino,
previo arrepentimiento de su pecado y reconocimiento y defensa pública de
Cristo.
Distintas actitudes ante un rey crucificado. Paradójicamente en la cruz el
Cristo conseguía su título de Rey venciendo a todos sus enemigos y al
enemigo de la natura humana.
Cristo crucificado es el Cristo de los verdaderos israelitas que rociaron
las jambas de las puertas para salvarse del ángel exterminador con la sangre
del cordero pascual.
Cristo crucificado es el Cristo de los paganos porque su reinado es
universal ya que murió por todos los hombres venciendo en la cruz al diablo,
al pecado y a la muerte.
Cristo crucificado brilla desde el Calvario para los que caminan en las
tinieblas de la ignorancia como modelo de entrega a los demás y purificación
de los pecados “cuando sea levando de la tierra, atraeré a todos hacia mí”,
pero, para el que está sumergido en los sentidos la cruz es locura y motivo
de burla.
Sin cruz no hay triunfo. Cristo vence desde la cruz. Su reino lo consigue en
la batalla final de la cruz pues para eso se había encarnado y todos los que
quieran reinar con Él tienen que crucificarse como el buen ladrón. Ofreció
sus dolores participando de la cruz de Cristo para participar también en su
Reino ese mismo día.
Cristo por su muerte en la cruz ha conquistado el reinado que prometió Dios
por los profetas y al que se adhirieron los patriarcas y los reyes. Es el
heredero de David, el Rey eterno y universal.
Hoy día los judíos siguen con obstinación pidiendo a Cristo que deje la cruz
y se muestre glorioso según su gusto, según su prejuicio triunfalista, y
Cristo no bajará de la cruz hasta que aparezca con ella triunfante en la
segunda venida, en la cual, un resto de Israel lo aclamará diciendo:
“¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”.
Los neopaganos, que son en realidad cristianos apostatas, también quieren
que Cristo no reine y por eso lo han arrojado de la vida pública y lo
quieren desterrar de la vida privada por el escándalo y por la sabiduría
humana de la ciencia y de la técnica, locura para Dios como para ellos es
locura la cruz de Cristo, y la quieren desarraigar incluso haciendo
desaparecer su signo de todo lugar.
Una buena parte de cristianos y gente del mundo viven sin enterarse del
drama del Calvario ocupados en sus cosas y en una salvación veleidosa que no
los urge, mientras que sus sentidos y su vida superficial este llena. Sólo
ven en la cruz como una estupidez de la que se burlan engolfándose en el
libertinaje y el placer.
Sólo una pequeña grey, un resto, confiesa todavía el reinado de Cristo en su
alma y en la sociedad. Han reconocido su miseria y con esperanza han
recurrido al Rey Universal pidiéndole que los lleve a su reino aceptándolo
como rey de cruz.
Cf. 1 Co 1, 23
v. 35
Ex 12, 22-23
Jn 12, 32
Cf. Flp 2, 6-11
Mt 23, 39
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Directorio Homilético - Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey
del Universo
CEC 440, 446-451, 668-672, 783, 786, 908, 2105, 2628: Cristo, Señor y Rey
CEC 678-679, 1001, 1038-1041: Cristo juez
CEC 2816-2821: “Venga tu Reino”
440 Jesús acogió la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías
anunciándole la próxima pasión del Hijo del Hombre (cf. Mt 16, 23). Reveló
el auténtico contenido de su realeza mesiánica en la identidad transcendente
del Hijo del Hombre "que ha bajado del cielo" (Jn 3, 13; cf. Jn 6, 62; Dn 7,
13) a la vez que en su misión redentora como Siervo sufriente: "el Hijo del
hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como
rescate por muchos" (Mt 20, 28; cf. Is 53, 10-12). Por esta razón el
verdadero sentido de su realeza no se ha manifestado más que desde lo alto
de la Cruz (cf. Jn 19, 19-22; Lc 23, 39-43). Solamente después de su
resurrección su realeza mesiánica podrá ser proclamada por Pedro ante el
pueblo de Dios: "Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha
constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado"
(Hch 2, 36).
IV SEÑOR
446 En la traducción griega de los libros del Antiguo Testamento, el nombre
inefable con el cual Dios se reveló a Moisés (cf. Ex 3, 14), YHWH, es
traducido por "Kyrios" ["Señor"]. Señor se convierte desde entonces en el
nombre más habitual para designar la divinidad misma del Dios de Israel. El
Nuevo Testamento utiliza en este sentido fuerte el título "Señor" para el
Padre, pero lo emplea también, y aquí está la novedad, para Jesús
reconociéndolo como Dios (cf. 1 Co 2,8).
447 El mismo Jesús se atribuye de forma velada este título cuando discute
con los fariseos sobre el sentido del Salmo 109 (cf. Mt 22, 41-46; cf.
también Hch 2, 34-36; Hb 1, 13), pero también de manera explícita al
dirigirse a sus apóstoles (cf. Jn 13, 13 “Vosotros me llamáis “el Maestro” y
“el Señor”, y decís bien, porque lo soy”). A lo largo de toda su vida
pública sus actos de dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades,
sobre los demonios, sobre la muerte y el pecado, demostraban su soberanía
divina.
448 Con mucha frecuencia, en los Evangelios, hay personas que se dirigen a
Jesús llamándole "Señor". Este título expresa el respeto y la confianza de
los que se acercan a Jesús y esperan de él socorro y curación (cf. Mt 8, 2;
14, 30; 15, 22, etc.). Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el
reconocimiento del misterio divino de Jesús (cf. Lc 1, 43; 2, 11). En el
encuentro con Jesús resucitado, se convierte en adoración: "Señor mío y Dios
mío" (Jn 20, 28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto que
quedará como propio de la tradición cristiana: "¡Es el Señor!" (Jn 21, 7).
449 Atribuyendo a Jesús el título divino de Señor, las primeras confesiones
de fe de la Iglesia afirman desde el principio (cf. Hch 2, 34-36) que el
poder, el honor y la gloria debidos a Dios Padre convienen también a Jesús
(cf. Rm 9, 5; Tt 2, 13; Ap 5, 13) porque el es de "condición divina" (Flp 2,
6) y el Padre manifestó esta soberanía de Jesús resucitándolo de entre los
muertos y exaltándolo a su gloria (cf. Rm 10, 9;1 Co 12, 3; Flp 2,11).
450 Desde el comienzo de la historia cristiana, la afirmación del señorío de
Jesús sobre el mundo y sobre la historia (cf. Ap 11, 15) significa también
reconocer que el hombre no debe someter su libertad personal, de modo
absoluto, a ningún poder terrenal sino sólo a Dios Padre y al Señor
Jesucristo: César no es el "Señor" (cf. Mc 12, 17; Hch 5, 29). " La Iglesia
cree.. que la clave, el centro y el fin de toda historia humana se encuentra
en su Señor y Maestro" (GS 10, 2; cf. 45, 2).
451 La oración cristiana está marcada por el título "Señor", ya sea en la
invitación a la oración "el Señor esté con vosotros", o en su conclusión
"por Jesucristo nuestro Señor" o incluso en la exclamación llena de
confianza y de esperanza: "Maran atha" ("¡el Señor viene!") o "Maran atha"
("¡Ven, Señor!") (1 Co 16, 22): "¡Amén! ¡ven, Señor Jesús!" (Ap 22, 20).
Artículo 7 “DESDE ALLI HA DE VENIR A JUZGAR A VIVOS Y MUERTOS”
I VOLVERA EN GLORIA
Cristo reina ya mediante la Iglesia ...
668 "Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y
vivos" (Rm 14, 9). La Ascensión de Cristo al Cielo significa su
participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo.
Jesucristo es Señor: Posee todo poder en los cielos y en la tierra. El está
"por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación" porque el
Padre "bajo sus pies sometió todas las cosas"(Ef 1, 20-22). Cristo es el
Señor del cosmos (cf. Ef 4, 10; 1 Co 15, 24. 27-28) y de la historia. En él,
la historia de la humanidad e incluso toda la Creación encuentran su
recapitulación (Ef 1, 10), su cumplimiento transcendente.
669 Como Señor, Cristo es también la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo
(cf. Ef 1, 22). Elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así su
misión, permanece en la tierra en su Iglesia. La Redención es la fuente de
la autoridad que Cristo, en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la
Iglesia (cf. Ef 4, 11-13). "La Iglesia, o el reino de Cristo presente ya en
misterio", "constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra"
(LG 3;5).
670 Desde la Ascensión, el designio de Dios ha entrado en su consumación.
Estamos ya en la "última hora" (1 Jn 2, 18; cf. 1 P 4, 7). "El final de la
historia ha llegado ya a nosotros y la renovación del mundo está ya decidida
de manera irrevocable e incluso de alguna manera real está ya por anticipado
en este mundo. La Iglesia, en efecto, ya en la tierra, se caracteriza por
una verdadera santidad, aunque todavía imperfecta" (LG 48). El Reino de
Cristo manifiesta ya su presencia por los signos milagrosos (cf. Mc 16,
17-18) que acompañan a su anuncio por la Iglesia (cf. Mc 16, 20).
... esperando que todo le sea sometido
671 El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está
todavía acabado "con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; cf. Mt 25, 31) con el
advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de
los poderes del mal (cf. 2 Te 2, 7) a pesar de que estos poderes hayan sido
vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido
sometido (cf. 1 Co 15, 28), y "mientras no haya nuevos cielos y nueva
tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus
sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este
mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de
parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios" (LG
48). Por esta razón los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía (cf. 1
Co 11, 26), que se apresure el retorno de Cristo (cf. 2 P 3, 11-12) cuando
suplican: "Ven, Señor Jesús" (cf.1 Co 16, 22; Ap 22, 17-20).
672 Cristo afirmó antes de su Ascensión que aún no era la hora del
establecimiento glorioso del Reino mesiánico esperado por Israel (cf. Hch 1,
6-7) que, según los profetas (cf. Is 11, 1-9), debía traer a todos los
hombres el orden definitivo de la justicia, del amor y de la paz. El tiempo
presente, según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio (cf Hch
1, 8), pero es también un tiempo marcado todavía por la "tristeza" (1 Co 7,
26) y la prueba del mal (cf. Ef 5, 16) que afecta también a la Iglesia(cf. 1
P 4, 17) e inaugura los combates de los últimos días (1 Jn 2, 18; 4, 3; 1 Tm
4, 1). Es un tiempo de espera y de vigilia (cf. Mt 25, 1-13; Mc 13, 33-37).
Un pueblo sacerdotal, profético y real
783 Jesucristo es aquél a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo y
lo ha constituido "Sacerdote, Profeta y Rey". Todo el Pueblo de Dios
participa de estas tres funciones de Cristo y tiene las responsabilidades de
misión y de servicio que se derivan de ellas (cf.RH 18-21).
786 El Pueblo de Dios participa, por último, en la función regia de Cristo".
Cristo ejerce su realeza atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y
su resurrección (cf. Jn 12, 32). Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo
el servidor de todos, no habiendo "venido a ser servido, sino a servir y dar
su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28). Para el cristiano, "servir es
reinar" (LG 36), particularmente "en los pobres y en los que sufren" donde
descubre "la imagen de su Fundador pobre y sufriente" (LG 8). El pueblo de
Dios realiza su "dignidad regia" viviendo conforme a esta vocación de servir
con Cristo.
De todos los que han nacido de nuevo en Cristo, el signo de la cruz hace
reyes, la unción del Espíritu Santo los consagra como sacerdotes, a fin de
que, puesto aparte el servicio particular de nuestro ministerio, todos los
cristianos espirituales y que usan de su razón se reconozcan miembros de
esta raza de reyes y participantes de la función sacerdotal. ¿Qué hay, en
efecto, más regio para un alma que gobernar su cuerpo en la sumisión a Dios?
Y ¿qué hay más sacerdotal que consagrar a Dios una conciencia pura y ofrecer
en el altar de su corazón las víctimas sin mancha de la piedad? (San León
Magno, serm. 4, 1).
Su participación en la misión real de Cristo
908 Por su obediencia hasta la muerte (cf. Flp 2, 8-9), Cristo ha comunicado
a sus discípulos el don de la libertad regia, "para que vencieran en sí
mismos, con la apropia renuncia y una vida santa, al reino del pecado" (LG
36).
El que somete su propio cuerpo y domina su alma, sin dejarse llevar por las
pasiones es dueño de sí mismo: Se puede llamar rey porque es capaz de
gobernar su propia persona; Es libre e independiente y no se deja cautivar
por una esclavitud culpable (San Ambrosio, Psal. 118, 14, 30: PL 15, 1403A).
2105. El deber de dar a Dios un culto auténtico corresponde al hombre
individual y socialmente. Esa es "la doctrina tradicional católica sobre el
deber moral de los hombres y de las sociedades respecto a la religión
verdadera y a la única Iglesia de Cristo" (DH 1). Al evangelizar sin cesar a
los hombres, la Iglesia trabaja para que puedan "informar con el espíritu
cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras de la
comunidad en la que cada uno vive" (AA 13). Deber social de los cristianos
es respetar y suscitar en cada hombre el amor de la verdad y del bien. Les
exige dar a conocer el culto de la única verdadera religión, que subsiste en
la Iglesia católica y apostólica (cf DH 1). Los cristianos son llamados a
ser la luz del mundo (cf AA 13). La Iglesia manifiesta así la realeza de
Cristo sobre toda la creación y, en particular, sobre las sociedades humanas
(cf León XIII, enc. "Inmortale Dei"; Pío XI "Quas primas").
2628 La adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura
ante su Creador. Exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho (cf Sal 95,
1-6) y la omnipotencia del Salvador que nos libera del mal. Es la acción de
humill ar el espíritu ante el "Rey de la gloria" (Sal 14, 9-10) y el
silencio respetuoso en presencia de Dios "siempre mayor" (S. Agustín, Sal.
62, 16). La adoración de Dios tres veces santo y soberanamente amable nos
llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas.
II PARA JUZGAR A VIVOS Y MUERTOS
678 Siguiendo a los profetas (cf. Dn 7, 10; Joel 3, 4; Ml 3,19) y a Juan
Bautista (cf. Mt 3, 7-12), Jesús anunció en su predicación el Juicio del
último Día. Entonces, se pondrán a la luz la conducta de cada uno (cf. Mc
12, 38-40) y el secreto de los corazones (cf. Lc 12, 1-3; Jn 3, 20-21; Rm 2,
16; 1 Co 4, 5). Entonces será condenada la incredulidad culpable que ha
tenido en nada la gracia ofrecida por Dios (cf Mt 11, 20-24; 12, 41-42). La
actitud con respecto al prójimo revelará la acogida o el rechazo de la
gracia y del amor divino (cf. Mt 5, 22; 7, 1-5). Jesús dirá en el último
día: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo
hicisteis" (Mt 25, 40).
679 Cristo es Señor de la vida eterna. El pleno derecho de juzgar
definitivamente las obras y los corazones de los hombres pertenece a Cristo
como Redentor del mundo. "Adquirió" este derecho por su Cruz. El Padre
también ha entregado "todo juicio al Hijo" (Jn 5, 22;cf. Jn 5, 27; Mt 25,
31; Hch 10, 42; 17, 31; 2 Tm 4, 1). Pues bien, el Hijo no ha venido para
juzgar sino para salvar (cf. Jn 3,17) y para dar la vida que hay en él (cf.
Jn 5, 26). Es por el rechazo de la gracia en esta vida por lo que cada uno
se juzga ya a sí mismo (cf. Jn 3, 18; 12, 48); es retribuido según sus obras
(cf. 1 Co 3, 12- 15) y puede incluso condenarse eternamente al rechazar el
Espíritu de amor (cf. Mt 12, 32; Hb 6, 4-6; 10, 26-31).
1001 ¿Cuándo? Sin duda en el "último día" (Jn 6, 39-40. 44. 54; 11, 24); "al
fin del mundo" (LG 48). En efecto, la resurrección de los muertos está
íntimamente asociada a la Parusía de Cristo:
El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta
de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en
primer lugar (1 Ts 4, 16).
V EL JUICIO FINAL
1038 La resurrección de todos los muertos, "de los justos y de los
pecadores" (Hch 24, 15), precederá al Juicio final. Esta será "la hora en
que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y los que hayan hecho
el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la
condenación" (Jn 5, 28-29). Entonces, Cristo vendrá "en su gloria acompañado
de todos sus ángeles,... Serán congregadas delante de él todas las naciones,
y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de
las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda... E
irán estos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna." (Mt 25, 31.
32. 46).
1039 Frente a Cristo, que es la Verdad, será puesta al desnudo
definitivamente la verdad de la relación de cada hombre con Dios (cf. Jn 12,
49). El Juicio final revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada
uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena:
Todo el mal que hacen los malos se registra - y ellos no lo saben. El día en
que "Dios no se callará" (Sal 50, 3) ... Se volverá hacia los malos: "Yo
había colocado sobre la tierra, dirá El, a mis pobrecitos para vosotros. Yo,
su cabeza, gobernaba en el cielo a la derecha de mi Padre -pero en la tierra
mis miembros tenían hambre. Si hubierais dado a mis miembros algo, eso
habría subido hasta la cabeza. Cuando coloqué a mis pequeñuelos en la
tierra, los constituí comisionados vuestros para llevar vuestras buenas
obras a mi tesoro: como no habéis depositado nada en sus manos, no poseéis
nada en Mí" (San Agustín, serm. 18, 4, 4).
1040 El Juicio final sucederá cuando vuelva Cristo glorioso. Sólo el Padre
conoce el día y la hora en que tendrá lugar; sólo El decidirá su
advenimiento. Entonces, El pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su
palabra definitiva sobre toda la historia. Nosotros conoceremos el sentido
último de toda la obra de la creación y de toda la economía de la salvación,
y comprenderemos los caminos admirables por los que Su Providencia habrá
conducido todas las cosas a su fin último. El juicio final revelará que la
justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus
criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte (cf. Ct 8, 6).
1041 El mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a
los hombres todavía "el tiempo favorable, el tiempo de salvación" (2 Co 6,
2). Inspira el santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino de
Dios. Anuncia la "bienaventurada esperanza" (Tt 2, 13) de la vuelta del
Señor que "vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los
que hayan creído" (2 Ts 1, 10).
II VENGA A NOSOTROS TU REINO
2816 En el Nuevo Testamento, la palabra "basileia" se puede traducir por
realeza (nombre abstracto), reino (nombre concreto) o reinado (de reinar,
nombre de acción). El Reino de Dios está ante nosotros. Se aproxima en el
Verbo encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la
muerte y la Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Ultima
Cena y por la Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la
gloria cuando Jesucristo lo devuelva a su Padre:
Incluso puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual
llamamos con nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su
advenimiento por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque
resucitamos en él, puede ser también el Reino de Dios porque en él
reinaremos (San Cipriano, Dom. orat. 13).
2817 Esta petición es el "Marana Tha", el grito del Espíritu y de la Esposa:
"Ven, Señor Jesús":
Incluso aunque esta oración no nos hubiera mandado pedir el advenimiento del
Reino, habríamos tenido que expresar esta petición , dirigiéndonos con
premura a la meta de nuestras esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el
altar, invocan al Señor con grandes gritos: '¿Hasta cuándo, Dueño santo y
veraz, vas a estar sin hacer justicia por nuestra sangre a los habitantes de
la tierra?' (Ap 6, 10). En efecto, los mártires deben alcanzar la justicia
al fin de los tiempos. Señor, ¡apresura, pues, la venida de tu Reino!
(Tertuliano, or. 5).
2818 En la oración del Señor, se trata principalmente de la venida final del
Reino de Dios por medio del retorno de Cristo (cf Tt 2, 13). Pero este deseo
no distrae a la Iglesia de su misión en este mundo, más bien la compromete.
Porque desde Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor
"a fin de santificar todas las cosas llevando a plenitud su obra en el
mundo" (MR, plegaria eucarística IV).
2819 "El Reino de Dios es justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rm
14, 17). Los últimos tiempos en los que estamos son los de la efusión del
Espíritu Santo. Desde entonces está entablado un combate decisivo entre "la
carne" y el Espíritu (cf Ga 5, 16-25):
Solo un corazón puro puede decir con seguridad: '¡Venga a nosotros tu
Reino!'. Es necesario haber estado en la escuela de Pablo para decir: 'Que
el pecado no reine ya en nuestro cuerpo mortal' (Rm 6, 12). El que se
conserva puro en sus acciones, sus pensamientos y sus palabras, puede decir
a Dios: '¡Venga tu Reino!' (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5, 13).
2820 Discerniendo según el Espíritu, los cristianos deben distinguir entre
el crecimiento del Reino de Dios y el progreso de la cultura y la promoción
de la sociedad en las que están implicados. Esta distinción no es una
separación. La vocación del hombre a la vida eterna no suprime sino que
refuerza su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos
del Creador para servir en este mundo a la justicia y a la paz (cf GS 22;
32; 39; 45; EN 31).
2821 Esta petición está sostenida y escuchada en la oración de Jesús (cf Jn
17, 17-20), presente y eficaz en la Eucaristía; su fruto es la vida nueva
según las Bienaventuranzas (cf Mt 5, 13-16; 6,
24; 7, 12-13).
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(Cortesía: iveargentina.org y otros)
Aplicación: P.
Alfredo Sáenz, S. J. - Cristo Rey
Al culminar el año litúrgico, la Iglesia ofrece a
nuestro culto y adoración, el misterio de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del
Universo. Cuando el Papa Pío XI estableció la presente fiesta la ubicó en
este sitio para reflejar mejor el sentido final y triunfante que tendrá la
segunda Venida del Señor: "Así sucederá que los misterios de la vida
de Cristo, conmemorados en el curso del año, terminen y reciban coronamiento
en esta solemnidad de Cristo Rey". Aquel a quien hemos adorado en la humildad
y pobreza del pesebre en su primera venida al mundo, vendrá radiante de
gloria al fin de los tiempos, a tomar posesión visible y definitiva de su
reino. la reafirmación vigorosa de esta verdad, ya necesaria en 1925, que
fue cuando se hizo pública la encíclica Quas Primas, lo es mucho más en estos
años del comienzo del tercer milenio. Si entonces Pío XI decía que
"cuanto más se pasa en vergonzoso silencio el nombre suavísimo de nuestro
Redentor, así en las reuniones internacionales como en los parlamentos, tanto
más es necesario aclamarlo públicamente, anunciando por todas partes los
derechos de su real dignidad y potestad", ¡qué expresiones no se ahorraría
si tuviera que escribir ahora su encíclica! Acrecentados y extendidos
universalmente, aquellos males exigen hoy una nueva ymás vigorosa
proclamación de este misterio.
En la fiesta de hoy queremos afirmar, sin asomo
de duda, que la Majestad absoluta e indiscutible de Dios se revela
palmariamente en el Verbo: "Porque en él fueron creadas todas las cosas,
tanto en el cielo como en la tierra..., todo fue creado por medio de él y
para él", escuchamos en la segunda lectura. Si todo fue creado "para Él", el
mundo de los hombres adquiere su sentido último en la espera gozosa de quien
es el Rey de la historia, que con su Palabra ha dado un significado a la vida
humana que se encamina hacia la plenitud del Reino. Pero si es necesario
ratificar hoy el señorío de Cristo Rey contra los embates del pluralismo
insensato, que quiere conceder al error los mismos derechos que a la verdad,
no lo es menos que hay que insistir también vigorosamente sobre el carácter
temporal e histórico de este dominio. Muchas veces se pretende vaciar de
contenido este dogma del Reinado del Señor, relegándolo exclusivamente al
interior del hombre. Sin duda que comienza allí, en lo más recóndito del
corazón, donde reina por la fe, merced a la cual el hombre acepta la persona
y la doctrina de Cristo, y también en virtud de la caridad, por laque la
voluntad del hombre se adhiere a la del Señor. Pero esto no es suficiente,
no es más que el principio, porque el Reinado de Cristo debe asimismo
proyectarse exteriormente y abarcar todo el ámbito de la vida del hombre,
incluso el orden social y político.
En efecto, si bien su Soberanía "no es de este
mundo", como Él mismo lo dijo, en diálogo con Pilatos, posee cierta presencia
terrena, bien real, aunque misteriosa y no siempre visible. Como lo enseña
la encíclica Quas Primas, en virtud de la Encarnación, el Verbo tiene poder
"sobre todas las cosas temporales, puesto que Él ha recibido del Padre un
derecho absoluto sobre todas las cosas creadas". Más todavía, ningún acto de
la vida del hombre puede escapar a esta presencia del Reino, ni eludir el
supremo poder de Cristo Rey. Este reinado es, pues, cósmico, busca la
totalidad, quiere englobar al mundo entero y toda la vida de los hombres. Al
mismo tiempo que recordamos esta universalidad no podernos dejar de aludir
al carácter agónico militante de este Señorío. Desde el momento aciago del
primer pecado, de la primera batalla ganada por Satanás, el enemigo del
hombre trata de hacer estéril la obra del amor de Dios, disputándole la
posesión de las almas y delas sociedades, como un rico tesoro mueve la
codicia del ladrón. Es la lucha permanente entre el pecado y la gracia, lucha
que nadie puede soslayar. Dios no es neutral. Dios aprueba o desaprueba,
porque es absolutamente fiel a sí mismo, a su Verdad y a su Justicia.
El demonio, instigado por el odio y la envidia,
no puede tampoco ser prescindente, quiere siempre extender más y más su
malévolo dominio. los hombres, que dependen absolutamente de Dios, en su ser
y en su obrar, tampoco pueden ser neutrales. Sus actos deben ser definiciones
a favor de Dios o contra Dios. San Agustín con las Dos Ciudades, San Ignacio
conlas Dos Banderas, perfilan en textos de valor permanente la sentencia
categórica de Jesucristo: "Nadie puede servir a dos señores". la historia se
va desarrollando, entonces, siguiendo esta ley inexorable del antagonismo
entre el bien y el mal,entre la ciudad de Dios y la ciudad del mundo, entre
el reino de Cristo y el reino de Satanás.
Explica San Agustín que el primero se funda en el
amor de Dios hasta el olvido de sí, y el segundo en el amor desordenado de
sí hasta el desprecio de Dios. Esta tensión entre la ciudad de Dios y la
ciudad del mundo se desarrollará hasta el último instante del tiempo y
concluirá cuando Jesucristo, el Supremo Rey de la historia, separe a los
buenos y a los malos, como lo ha enseñado en la parábola del trigo y la
cizaña. Mientras llega ese momento, de gloria y de triunfo para el Señor y
para los que perseveren hasta el final, la historia se carga de sentido
trágico y misterioso a medida que va creciendo el sufrimiento y la
persecución de aquellos que, al decir del mismo Cristo, "no son del mundo".
El mundo odia lo que no es "suyo", y extiende a los seguidores fieles de
Jesucristo la persecución que llevaron contra Él, porque "el servidor no es
más grande que su Señor".
"Es necesario que Él reine hasta poner a todos
los enemigos bajo sus pies", afirmó San Pablo taxativamente. Esto que es
válido, reiteremos, para las personas individuales, es también aplicable,
como ya lo hemos señalado, a las asociaciones humanas y sobre todo al orden
político. Así como el hombre depende metafísicamente de Dios, la sociedad, en
cualquiera de sus formas y bajo cualquier contexto, tiene hacia Dios la misma
relación y la misma dependencia que el individuo. la virtualidad del Reinado
de Cristo no está limitada, entonces, a la esfera personal sino que,
rebasándola, invade con su fuerza y sus exigencias el entero orden temporal y
tiende a suscitar un orden social cristiano, una sociedad cristiana.
El sentido de Cristo debe invadir, impregnar,
vivificar la sociedad humana para gloria del Padre. "Al nombre de Jesús se
doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos", exhortó el
Apóstol. Esto es lo que llamamos el Reinado social de Jesucristo. ¿Qué se
espera de nosotros? ¿Qué respuesta quiere la Iglesia de sus hijos al
celebrar esta fiesta? lo que aguarda es, por supuesto, que tanto las personas
como las sociedades retomen a Cristo, que la general apostasía vaya cediendo
su lugar al total reconocimiento de Aquel en quien deben ser restauradas
todas las cosas. Para ello es necesario que los seguidores de Cristo
tengamos el coraje de sacudir nuestra apatía y pusilanimidad al tiempo que
dejemos de obviar sistemáticamente el combate cristiano o de resistir
flojamente.
Será preciso luchar, y luchar con el coraje de
quien está cierto del triunfo definitivo. la actitud cobarde y
contemporizadora no hace más que suscitar en el enemigo una mayor temeridad y
audacia. No olvidemos que pertenecemos a una Iglesia militante, aunque
últimamente muchos prefieran olvidar este término. Recordemos que Jesucristo
nos ha llamado a ser "luz del mundo", y está esperando que la antorcha
de nuestra vida brille ante las naciones señalando cuál es la auténtica
felicidad del hombre y dónde se encuentra elcamino que a ella conduce. Bien
dice la encíclica de Pío XI: "Cuando los fieles todos comprendan que deben
militar con valor y siempre bajo la bandera de Cristo Rey, se dedicarán con
ardor apostólico a llevar a Dios de nuevo a los rebeldes e ignorantes y se
esforzarán en mantener incólumes los derechos de Dios mismo".
¡Cuántos y cuán variados son los campos donde se
ha de librar esta batalla! Así como el enemigo ha trabajado y trabaja para
que Cristo sea un extraño en la universidad, en la escuela, en la familia,
en la administración de justicia, en las legislaturas, en la economía y en
las organizaciones internacionales, el católico militante deberá esforzarse
por lograr que Cristo reine en todos estos sitios. la educación habrá de
tener en cuenta que el fin del hombre es la unión con Dios, y orientada por
este principio supremo tendrá que desarrollar su labor formativa de niños y
jóvenes. la familia será protegida contra tantos ataques atentatorios de la
indisolubilidad matrimonial así como del amor humano, tal como lo concibió
Dios, quien quiso asociar a los esposos a la sublime misión creadora. los
hombres del derecho y los legisladores siempre habrán de tener presente que
por sobre las leyes humanas está Aquel que es la Verdad, cuyo trono se
fundamenta precisamente sobre la Justicia y el Derecho, como dice uno de los
salmos. los que orientan la economía no habrán de soslayar la ley
divina según la cual esta actividad debe estar al servicio del hombre, y no
el hombre al servicio de ella, para que así, asegurado el honesto sustento,
la familia pueda servir a Dios como corresponde. las
organizaciones internacionales, por su parte, habrán de convencerse, después
de años de reiterados fracasos, que no hay otravía para lograr una paz
verdaderamente seria y duradera que la paz de Cristo en el Reino de Cristo,
y abandonar totalmente la política actual de dar las espaldas al Evangelio y
a la ley natural. Empresa verdaderamente ciclópea, que no resiste el menor
cálculo de proporción entre las pobres fuerzas humanas y la magnitud del
resultado intentado.
Sin embargo, esta comparación no es más que una
visiónreduccionista, ya que olvida que del lado del reino de Cristo combate
el mismo Dios, con toda su fuerza y su poder. Nuestro aliado es el que con un
gesto abrió el Mar Rojo y sepultó a los egipcios, el que detuvo el sol
y derrumbó las murallas de Jericó para dar la victoria a Josué, el que con su
poder aquietó inmediatamente la tempestad del mar de galilea, que amenazaba
hundir la embarcación de los Apóstoles. Hoy tendremos en medio nuestro al
Señor del cielo y de la tierra, que en el momento de la
consagración descenderá de su solio real al altar.
Dirijámonos confiados a su poder invencible, que
desde el trono augusto dela Eucaristía gobierna todo lo que existe, y
exclamemos con la seguridad confiada de saber que el triunfo finales
nuestro: ¡Ven Señor Jesús!
(ALFREDO SÁENZ, S.J., Palabra y Vida - Homilías
Dominicales y festivas ciclo C, Ed.gladius, 1994, pp. 310-316).
Aplicación: San Juan Pablo II Jesucristo Rey del Universo
Como se ve, su arma es la ironía negativa y
demoledora. Pero también los soldados -el segundo grupo- lo escarnecían y,
como en tono de provocación y desafío, le decían: "Si eres el rey de los
judíos, sálvate a ti mismo", partiendo, quizá, de las palabras mismas de la
inscripción, que veían puesta sobre su cabeza. Estaban, además, los dos
malhechores, en contraste entre sí, al juzgar al compañero de pena:
mientras uno blasfemaba de él, recogiendo y repitiendo las expresiones
despectivas de los soldados y de los jefes, el otrodeclaraba abiertamente
que Jesús "nada malo había hecho" y, dirigiéndose a Él, le imploraba así:
"Señor, acuérdate de mí, cuando estés en tu reino".
He aquí cómo, en el momento culminante de la
crucifixión, precisamente cuando la vida del Profeta de Nazaret está para
ser suprimida, podemos recoger, incluso en lo vivo de las discusiones y
contradicciones, estas alusiones arcanas al rey y al reino. Esta escena os
es bien conocida y no necesita comentarios. Pero es muy oportuno y
significativo y, diría, es muy justo y necesario que esta fiesta de
Cristo-Rey se enmarque precisamente en el Calvario. Podemos decir, sin duda,
que la realeza de Cristo, como la celebramos y meditamos también hoy, debe
referirse siempre al acontecimiento que se desarrolla en ese monte, y debe
ser comprendida en el misterio salvífico que allí realiza Cristo: me refiero
al acontecimiento y al misterio de la redención del hombre. Cristo Jesús
-debemos ponerlo de relieve- se afirma rey precisamente en el momento que,
entre los dolores y los escarnios de la cruz, entre las incomprensiones y
las blasfemias de los circunstantes, agoniza y muere.
En verdad, es una realeza singular la suya, tal
que sólo pueden reconocerla los ojos de la fe: ¡Regnavit a ligno Deus!la
realeza de Cristo, que brota de la muerte en el Calvario y culmina con el
acontecimiento de la resurrección, inseparable de ella, nos llama a esa
centralidad, que le compete en virtud de lo que es y de lo que ha
hecho. Verbo de Dios e Hijo de Dios, ante todo y sobre todo, "por quien todo
fue hecho", como repetiremos dentro de poco en el Credo, tiene un intrínseco,
esencial e inalienable primado en el orden de la creación, respecto a la cual
es la causa suprema y ejemplar. Y después que "el Verbo se hizo carne y
habitó entre nosotros" (Jn 1,14),también como hombre e Hijo del hombre,
consigue un segundo título en el orden de la redención, mediante
la obediencia al designio del Padre, mediante el sufrimiento de la muerte y
el consiguiente triunfo de la resurrección. Al converger en Él este doble
primado, tenemos, pues, no sólo el derecho y el deber, sino también
la satisfacción y el honor de confesar su excelso señorío sobre las cosas y
sobre los hombres que, con término ciertamente ni impropio ni metafórico,
puede ser llamado realeza. "Se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta
la muerte y muerte de cruz.
Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre,
que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que
Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre"(Fil 2,8-11). Este es el
nombre del que nos habla el Apóstol: es el nombre del Señor y vale la pena
designar la incomparable dignidad, que compete a Él solo y le sitúa a Él solo
en el centro, más aún, en el vértice del cosmos y de la historia. Pero
queriendo considerar, además de los títulos y de las razones, también la
naturaleza y el ámbito de la realeza de Cristo nuestro Señor, no podemos
prescindir de remontarnos a esa potestad que Él mismo, cuando iba a dejar
esta tierra, definió total y universal, poniéndola en la base de la misión
confiada a los Apóstoles:"Jesús se acercó a ellos y les habló así: Me ha
sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos
a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he
aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo"(Mt
28,18-20).
En estas palabras no hay sólo -como es evidente-
la reivindicación explícita de una autoridad soberana, sino que se indica
además, en el acto mismo en que es participada por los Apóstoles, una
ramificación suya en distintas, aun cuando coordinadas, funciones
espirituales. Efectivamente, si Cristo resucitado dice a los suyos que vayan
y recuerda lo que ya ha mandado, si les da la misión tanto de enseñar como de
bautizar, esto se explica porque Él mismo, precisamente en virtud de la
potestad suma que le pertenece, posee en plenitud estos derechos y
está habilitado para ejercitar estas funciones, como Rey, Maestro y
Sacerdote.
Ciertamente no se trata de preguntarnos cuál sea
el primero de estos tres títulos, porque, en el contexto general de la misión
salvífica que Cristo ha recibido del Padre, corresponden a cada uno de ellos
funciones igualmente necesarias e importantes. Sin embargo, incluso para
mantenernos en sintonía con el contenido de la liturgia de hoy, es oportuno
insistir en la función real y concentrar nuestra mirada, iluminada por la
fe, en la figura de Cristo como Rey y Señor. A este respecto aparece obvia la
exclusión de cualquier referencia de naturaleza política o temporal.
A la pregunta formal que le hizo Pilato: "¿Eres Tú
el rey de los judíos?" (Jn 18,33), Jesús responde explícitamente que su reino
no es de este mundo y, ante la insistencia del procurador romano, afirma:
"Tú dices que soy rey", añadiendo inmediatamente después: "Para esto he
nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad" (Jn
18,37). De este modo declara cuál es la dimensión exacta de su realeza y la
esfera en que se ejercita: es la dimensión espiritual que comprende, en
primer lugar, la verdad que hay que anunciar y servir.
Su reino, aun cuando comienza aquí abajo en la
tierra, nada tiene, sin embargo, de terreno y transciende toda limitación
humana, puesto que tiende hacia la consumación más allá del tiempo, en la
infinitud de la eternidad. A este reino nos ha llamado Cristo Señor,
otorgándonos una vocación que es participación en esos poderes suyos que ya
he recordado. Todos nosotros estamos al servicio del Reino y, al mismo
tiempo, en virtud de la consagración bautismal, hemos sido investidos de una
dignidad y de un oficio real, sacerdotal y profético, a finde poder
colaborar eficazmente en su crecimiento y en su difusión.
(Homilía del beato Juan Pablo II en la Misa de
Cristo Rey el domingo 23 de noviembre de 1980)
Una Conversión en el Quirófano
A una niña de diez a doce años había que operarla
de un quiste en el pecho. Todos estaban dispuestos para la operación: el
cirujano, el anestesista, ayudantes, enfermeras y la monjita. La niña,
extendida en la mesa de operaciones, esperaba el momento en que empezaran la
operación. Se acercó a ella el anestesista con la inyección en la mano con
el fin de dormirla. El anestesista se conmovió ante aquella niña tan pura e
inocente y le dijo: "A ver, cierra los ojos, que vas a dormir." Ella, con
mucha serenidad, le dijo: "Yo nunca duermo de día". "No importa, ahora tienes
que dormir para curarte." Insistió ella que de día no podría dormir. Pero el
médico insistió en que cerrara los ojos para dormir. Entonces la niña,
con gran sencillez, dijo: "Yo siempre, antes de dormir, rezo las tres
Avemarías a la Virgen. ¿Me deja ahora rezar las tres Avemarías antes de
dormirme? El anestesista le contestó: "Puedes rezar tus tres Avemarías." la
niña puso las manos cruzadas sobre el pecho y rezó como siempre lo había
hecho. Todos los presentes sintieron una profunda impresión de ternura y
emocionante aquel rezo de las tres Avemarías.
Acabado el rezo, cerró la niña los ojos para
dormirse. El médico, entonces, le puso la anestesia. La operación transcurrió con toda normalidad. De pronto, el médico anestesista dijo a sus
compañeros: "Todo va bien, yo no les hago falta." Y abandonó la sala de
operaciones. Bajó a su despacho, cerró con llave, se quitó la bata y
rompiendo a llorar, cayó al suelo de rodillas. la causa era, que aquella
niña, con su rezo, había despertado en él el recuerdo de que él también
había rezado hacía muchos años las tres Avemarías, y comulgaba y estaba en
gracia de Dios. Diecisiete años llevaba alejado totalmente de Dios. "¿Cómo
vivo yo ahora?" Repetía el doctor. Y las palabras de la niña parecían que le
gritaban muy adentro de su corazón. "Yo rezo siempre las tres Avemarías
antes de dormir." No podía sufrir más aquella angustia. Se secó las
lágrimas, abrió la puerta y salió a la calle. Buscó una iglesia y entró en
ella para confesarse y volver a la amistad con Dios. Aquí tenemos la
maravillosa vida de una niña que por rezar con fervor tres Avemarías
convirtió a un pecador que vivía alejado de Dios. Esta niña fue verdadero
apóstol en su ambiente.