Domingo 31 Tiempo Ordinario C - 'Zaqueo' - Iglesia del Hogar: en Familia, como Iglesia doméstica, preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
Falta un dedo: Celebrarla
Primera Lectura: Sab 11, 23-12, 2
Hagamos nuestro el himno de alabanza del autor del libro de la Sabiduría. Dejemos que resuene también en nuestro corazón porque experimentamos a diario la bondad divina en nuestra vida.
Segunda Lectura: 2 Tes 1, 11-2, 3
Siempre habrá exaltados que creen poder predecir el día cuando se acabará el mundo. No perdamos tiempo con inútiles temores y especulaciones. Aprovechemos más bien el tiempo para realizar obras de amor y de fe. Esta es la verdadera actitud cristiana ante el fin del mundo. Generalmente este fin del mundo es para nosotros el día de nuestra muerte.
Hay esperanza para ti y para mí: el Hijo de Dios ha venido a este mundo no para condenar sino para buscar lo que está perdido. Él puede salvar hasta una vida totalmente equivocada. ¡Escuchemos la Buena Noticia!
¿Qué es lo que creó la posibilidad de que Jesús le hablara a Zaqueo? Siendo de pequeña estatura el publicano Zaqueo subió a un árbol para poder ver a Jesús. Quizás nosotros no seamos de pequeña estatura pero muchas veces tampoco podemos ver a Dios en los problemas de la vida diaria. Necesitamos utilizar algo que nos permita verlo. ¿Qué es lo que nos ayuda a ver a Jesús a pesar de nuestras muchas ocupaciones? Uno de estos “árboles” que nos permite ver a Jesús, es la oración que siempre de alguna manera está acompañada de un silencio y de un recogimiento. (Usted seguramente recuerda los tres silencios indispensables para la oración: Silencio del cuerpo - silencio de la mente - silencio del corazón o del alma). ¿En qué consiste el ver a Jesús? Se nos abren los ojos de la fe y descubrimos el amor de Dios que está detrás de todos los acontecimientos de nuestra vida. Otro de estos “árboles” que nos permiten ver a Jesús, es definitivamente la participación en la celebración de la Santa Misa: escuchar la Palabra de Dios y recibir la Santa Comunión. Así el acontecimiento de Zaqueo se repite en nuestra vida. Porque Jesús viene a nuestra casa/corazón. Reflexionemos cómo estamos utilizando estos “árboles”. ¿Cuáles son los efectos de la venida de Jesús a nuestro corazón? Siempre debería pasar algo.
Reflexionemos también con los hijos acerca de los “árboles” que nos permiten ver a Jesús. En el diálogo los niños seguramente encontrarán otros “árboles” adicionales. Para ayudar a los niños para que se acostumbren a participar en la Santa Misa les puede contar cada noche antes de dormir una de las historietas que explican la Santa Misa: mscperu.org/indexmisacuent.html
En cada celebración eucarística Jesús nos habla y viene a “nuestra casa”. Y eso sucede cuando escuchamos de manera recogida la proclamación de las lecturas y del Santo Evangelio y cuando recibimos a Jesús en la Santa Comunión. Entra en nuestro corazón de manera doble: por el oído y por la boca.
Solamente con la luz de la fe y con la meditación de la Palabra divina es posible reconocer siempre y en todo lugar a Dios, “en quien vivimos, nos movemos y existimos” (Hech 17,28); buscar su voluntad en todos los acontecimientos, contemplar a Cristo en todos los hombres, próximos o extraños, y juzgar con rectitud sobre el verdadero sentido y valor de las realidades temporales, tanto en sí mismas como en orden al fin del hombre (Vaticano II, Decretos sobre el Apostolado de los Seglares, 4c).
La semana pasada hemos reflexionado de cómo vivir la oración en familia. Este domingo nos invita a revisar un poco y renovar nuestra participación en la Santa Misa parroquial.
Leamos la Biblia con la Iglesia
Lunes: Rom 11, 29-36; Fil 2, 1-4; Lc 14, 12-14
Martes: Rom 12, 5-16a; Fil 2, 5-11; Lc 14, 15-24
Miércoles: Rom 13, 8-10; Fil 2, 12-18; Lc 14, 25-33
Jueves Rom 14, 7-12; Fil 3, 3-8a; Lc 15, 1-10
Viernes: Rom 15, 14-21; Fil 3, 17-4, 1; Lc 16, 1-8
Sábado: Rom 16, 3-9. 16.22-27; Fil 4, 10-19; Lc 16, 9-15
Oración de San Juan Crisóstomo
(para antes de la Misa y antes de
comulgar)
¡Oh Señor!, yo creo y profeso que Tú eres el Cristo Verdadero, el Hijo de Dios vivo que vino a este mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Acéptame como participante de tu Cena Mística, ¡oh Hijo de Dios!
No revelaré tu Misterio a tus enemigos, ni te daré un beso como lo hizo Judas, sino que como el buen ladrón te reconozco.
Recuérdame, ¡Oh Señor!, cuando llegues a tu Reino. Recuérdame, ¡oh Maestro!, cuando llegues a tu Reino. Recuérdame, ¡oh Santo!, cuando llegues a tu Reino.
Que mi participación en tus Santos Misterios, ¡oh Señor! no sea para mi juicio o condenación, sino para sanar mi alma y mi cuerpo.
¡Oh Señor!, yo también creo y profeso que lo que estoy a punto de recibir es verdaderamente tu Preciosísimo Cuerpo y tu Sangre Vivificante, los cuales ruego me hagas digno de recibir, para la remisión de todos mis pecados y la vida eterna. Amén.
¡Oh Dios!, se misericordioso conmigo, pecador.
¡Oh Dios!, límpiame de mis pecados y ten misericordia de mí.
¡Oh Dios!, perdóname, porque he pecado incontables veces.
Oración de súplica a San José
San José, tu que tuviste la suerte -regalo de Dios- de no sólo ver y oír al Dios a quién muchos reyes quisieron ver y no vieron, oír y no oyeron; sino que además pudiste también abrazarlo, besarlo, vestirlo y custodiarlo.
V. Ruega por nosotros, bienaventurado José.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.
Dios nuestro, te pedimos que, así como José mereció tratar y llevar en sus brazos a Jesús con cariño, hagas que también nosotros lo arropemos con el mismo cariño en nuestro corazón cuando dentro de un rato, recibamos su Cuerpo y Sangre. Amén.
Camino recto (1)
(para antes de la comunión)
Señor mío Jesucristo, Creador y conservador del cielo y de la tierra, Padre el más amoroso, médico el más compasivo, maestro sapientísimo, pastor el más caritativo de nuestras almas. Aquí tenéis a este miserable pecador, indigno de estar en vuestra presencia y más indigno aún de acercarse a ese banquete inefable. ¡Ay, Señor! Cuando considero vuestra infinita bondad en querer venir a mí, me pasmo..., y al mirar la multitud de pecados con que os ofendí y agravié en toda mi vida, me confundo, me ruborizo y me siento compelido a deciros: «Señor, no vengáis...; apartaos de mí, porque soy un miserable pecador». Si el Bautista no se consideraba digno de desatar las correas de vuestro calzado, ¿cómo mereceré yo tan grande honor?... Si el temor y el respeto hace que tiemblen los Ángeles en vuestra presencia, ¿podré yo no temblar al presentarme y sentarme a vuestra mesa divina? Si la Santísima Virgen, aunque destinada para ser vuestra Madre, y condecorada con todas las excelencias, prerrogativas y gracias posibles en una pura criatura, se considera, sin embargo, como una esclava, e indigna de concebiros en sus purísimas y virginales entrañas, ¿podré yo, miserable pecador, lleno de imperfecciones y defectos, tener valor para recibiros en mi interior? ¡Ay, Señor! ¿No os horroriza este delincuente?... ¿No os causa asco el venir a mi y entrar en tan vil e inmunda morada?
En verdad, Señor, que yo no tuviera valor para acercarme a Vos, si primero no me llamaseis, diciéndome como a otro Zaqueo, no una vez sola, sino tantas cuantas son las inspiraciones con que me dais a conocer el deseo que tenéis de venir a mi: Baja, Zaqueo, pues hoy quiero hospedarme en tu casa. Pero ¿qué es lo que os mueve a venir a mí, Señor? ¿Mis méritos? ¿Mis virtudes? ¿Cómo hablará de virtudes y méritos un pecador como yo?, ¡ah, ya lo entiendo, Señor; mis miserias, mi pobreza: esto es lo que os mueve. ¡Oh exceso de amor!
Vos dijisteis que no son los sanos los que necesitan del médico, sino los enfermos; y he aquí por qué queréis venir: veis mi urgente necesidad, y el deseo de remediarla os impele. En efecto, Señor, es tal el estado de mi alma, que puedo decir con verdad: «De la planta del pie a la coronilla de la cabeza no hay en mi parte sana»; ¡tantas son mis imperfecciones! No obstante, aquí me tenéis, Señor; me presento a Vos, no porque de Vos me juzgue digno, sino porque no puedo vivir sin Vos; iré a Vos cual otro mendigo al rico, para que remediéis mis miserias y para que me libréis del ahogo de mis faltas e imperfecciones; iré porque las grandes enfermedades que me aquejan sólo Vos podéis remediarlas; una mirada compasiva, divino Médico, y quedarán sanas mis potencias y sentidos.
Párate aquí un poco y descúbrele confiado todos tus males corporales y espirituales, y después prosigue:
Virgen Santísima: ya que compadecida de los esposos de Caná de Galilea los sacasteis del apuro, alcanzándoles de Jesús aquella milagrosa conversión del agua en vino, pedidle también que obre en mi favor un prodigio semejante, concediéndome las gracias que para recibirle dignamente he menester. A Vos nunca os dio un desaire; siempre sois atendida: interesaos, pues, por mí; haced en mi favor cuanto podéis. ¡Oh, cuánto lo necesito!
Angeles santos: veis que voy a sentarme a la santa Mesa y comer al que es vuestro pan; alcanzadme que yo vaya con el vestido nupcial y ataviado con el adorno de todas las virtudes.
¡Oh Santos todos moradores del cielo! Interesaos por mí, y haced que yo me llegue al augusto Sacramento cual os llegabais vosotros, y que, sacando de él los frutos que vosotros, pueda decir con verdad: «Vivo yo, mas no yo, sino que vive en mi Cristo ». Con esta fe, esperanza, confianza y amor me llego a Vos, Señor y Dios mío.
1. Esta oración para rezar antes de la comunión aparece en el devocionario que San Antonio María Claret escribió con el título de "Camino recto"
Venid oh Jesús
Mi pobre alma desea recibiros, oh mi buen Jesús. ¡Cuánto os necesito! Venid y hacedme feliz. Vos sólo sois mi alegría, mi felicidad, mi amor. Venid, oh Jesús.
Venid y dadme vuestro sagrado Cuerpo que el Espíritu Santo ha formado tan milagrosamente en el seno purísimo de María; aquel Cuerpo que se cansó trabajando; que sufrió hambre y sed, frío y calor y que murió por mí en la cruz. Venid, oh Jesús y dadme vuestra adorable Sangre, que derramasteis tan generosamente, por mi amor en el huerto de los Olivos; aquella que corrió a torrentes en vuestra cruel flagelación y cuya última gota brotó de vuestro divino Corazón, perforado con la lanza del soldado. Venid, oh Jesús y dadme vuestra hermosísima alma que tanto pensó en mí, y que oró por mí al Padre Celestial. Venid, oh Jesús dadme vuestra divinidad, que desde toda la eternidad pensó en mí con infinito amor, que hizo mi alma según su imagen y la colmó de tantos beneficios.
Oh Jesús, cómo goza mi alma, pensando que Vos estáis realmente presente en la santa Hostia consagrada, por amor a mí y por mi solo bien. Me dais el derecho de recibiros y de poseeros. Venid, pues, oh dulce Salvador, sin Vos no puedo, no quiero vivir.
Venid, oh Jesús, y estableced en mí vuestra morada. ¿No os atrae más mi pobre alma que el Tabernáculo? Este es sólo de mármol, de madera, es frío y solitario; mas en mi corazón encontráis algo siquiera de amor y de afecto. ¿No es verdad, oh buen Jesús? El copón, aunque de oro y plata no es sino un vaso frío y sin vida; yo tengo siquiera el sincero deseo de adornar mi alma con virtudes. La luz del sagrario, que indica vuestra divina presencia, no deja de ser sino una débil llamita.
Venid, oh Señor, y encended en mí el fuego de vuestro divino amor, y mi corazón arderá en llamas de tiernos afectos.
El altar es vuestra morada transitoria, es como una sala de espera. Mi pobre corazón es el objeto de este divino sacramento de amor. En mi queréis establecer vuestra morada permanente, vuestra verdadera residencia. Conmigo queréis vivir acá en la tierra en dulce compañía para luego continuarla en la eterna gloria.
¡Venid, oh Jesús! Tengo tanto que deciros; tantas faltas por las cuales debo pediros perdón; tantas penas y cuitas que contaros. Cansado y desilusionado estoy de este mundo engañador y de sus necias promesas y diversiones. ¡Qué mentiroso y engañador es el mundo! Quiero descansar una hora con Vos, oh dulce Maestro. Vos me entendéis, y tenéis interés en mi bienestar espiritual y en mi verdadera felicidad. Mi corazón está fatigado y busca un lugar de descanso. Tiene sed de amor, porque para eso lo habéis creado. No permitáis oh Jesús, que corra tras las vanidades del mundo. Dadme una voluntad firme que resista enérgica y resueltamente las locuras del mundo y los placeres de la carne.
Venid, Señor, y quedaos conmigo, entonces me será fácil olvidar al mundo y sus placeres engañadores.
¡Venid, oh Jesús! Deseo irme al Padre. Mas no puedo ir solo. Vos tenéis que acompañarme. Ahora estáis en mi corazón. Vos sois mi propiedad. Ayudadme a conocer al Padre; presentadme a El.
Os doy gracias, oh Padre Celestial, por haberme dado a vuestro Unigénito Hijo. El solo me basta. Ah, ¡qué don mas precioso! Jesús es mío, ¡Padre Eterno! Yo os lo devuelvo, os lo entrego; pero Vos oh Padre, debéis aceptarme como a vuestro hijo y perdonarme en vuestra infinita misericordia todos mis pecados.
Venid, oh buen Jesús, acordaos, como los pequeñuelos se alegraban de poder estar en vuestra presencia; dadme un corazón dócil e inocente como el de un niño. Zaqueo desbordaba de júbilo y contento cuando os hospedasteis en su casa. ¡Cómo se llena de gozo mi alma cuando venís a mí! ¡ Siempre me traéis tanta alegría y tanta paz y felicidad Nunca tenéis palabras de reproche.
Con María Magdalena vuelo a vuestras plantas. El enemigo maligno me persigue, sabe muy bien cuán débil soy. Pero mirad, oh Jesús, si he pecado como Magdalena también me arrepiento como ella. Ojalá merezca yo oír de vuestros divinos labios aquellas consoladoras palabras: "Mucho se te ha perdonado, porque has amado mucho." Oh, ¡si yo pudiera asemejarme a San Juan, vuestro discípulo predilecto! ¡Quién pudiera descansar reclinado sobre vuestro divino pecho!
¡Venid, oh Jesús! Hoy debéis habitar conmigo. Ignoro lo que me traerá el día de hoy: penas o alegrías, dichas pesares. Ahora ya os doy gracias por do lo que vuestra mano paternal se digne enviarme. ¡Bendito seáis! Pero no olvidéis, oh buen Jesús, que yo temo los sufrimientos y no me atrevo a llevar mi cruz sino sostenido por Vos. No quiero llorar, sino reclinado sobre vuestro divino pecho. Venid, Jesús, mi buen Jesús.