Domingo 17 Tiempo Ordinario C - Iglesia del Hogar - 'Enséñanos a orar el Padrenuestro': en Familia, como Iglesia doméstica, preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
Falta un dedo: Celebrarla
Primera lectura: Génesis 18, 20-32
El pecado de Sodoma clama al cielo. ¿Cuál será el criterio del juicio de Dios? ¿La culpa de muchos o la inocencia y justicia de unos pocos? Nuestro pasaje describe el la justicia de Dios. Abrahán presiente lo que nos dice el Evangelio de hoy: Dios es el juez del universo (Génesis 18, 25). Pero también es amigo y Padre (Levítico 11, 8). Dios toma en cuenta la solidaridad de los buenos aunque sean pocos. Que al hombre esta justicia parece la desproporcionada. Bastan pocos justos para salvar a muchos injustos. Pues, al final, será sólo un justo que salvará a los muchos injustos, el Hijo amado (Éxodo 32, 11-14; Jeremías 7, 16).
Segunda lectura: Colosenses 2, 12-14
El misterio de Cristo es un misterio de muerte y resurrección. Este misterio de manera mística debe repetirse en todo hombre. Según la teología de San Pablo, Jesucristo realiza el destino de la salvación verificando primeramente en sí mismo el tránsito doloroso y meritorio de la existencia en la carne a la existencia en el espíritu, del anonadamiento que significa hacerse siervo (Filipenses 2, 6) a la gloria de la resurrección y del señorío universal.
El cristiano a su vez al ser injertado en Cristo por el bautismo (Romanos 6, 3-11) conoce una auténtica liberación, no ya sólo de las consecuencias y signos del pecado, sino del pecado mismo que para San Pablo y para San Juan es la verdadera muerte (Isaías 52, 13-53, 12; Romanos 8, 34; Hebreos 7, 25).
La oración del cristiano, en
comparación con la oración del Antiguo Testamento, ha entrado en una
dimensión totalmente nueva. Esta nueva dimensión se significa y resume en
una palabra que expresa todo lo que Dios ha hecho por el hombre: PADRE. Dios
es nuestro Padre. Y como PADRE que ama a sus hijos desea compartir con
nosotros sus dones. El don más grande es el Espíritu Santo. Pero lo puede
dar sólo a aquellos que se disponen y se abren a la acción de Dios por medio
de la oración (Mateo 6, 6-15; 7, 7-11; Marcos 11, 24; Lucas 6, 12; 9, 18-28;
10, 21; 18, 1-14; 22, 32; Juan 14,
13-17; 15, 16; 16, 23-27; Efesios 6, 18-20).
"Cuando partes a la hambriento tu pan, cuando recibas al pobre sin hogar en tu casa, cuando veas a un desnudo y lo cubras y cuando no te apartes de tu prójimo... entonces llamarás y el Señor te responderá, pedirás socorro y te dirá: Aquí estoy."
No importa el tipo de palabras que decimos a Dios.
Pueden ser palabras silenciosas, pobres y tímidas. Pueden elevarse del cielo
alegremente como palomas plateadas que vuelan hacia el cielo de Dios, pueden
ser expresión también de lágrimas y de congoja. Pueden ser palabras solemnes
y grandes como el trueno cuyos sonidos se quebranta en los valles de las
montañas. Pueden ser como el tembloroso confesar del primer amor. Siempre y
cuando que surjan del corazón. Con tal que el Espíritu de Dios esté en
nosotros. Y entonces Dios escuchará. Entonces Dios no olvidará ni una
palabra de lo que dijiste. Entonces guardará tus palabras en su corazón
porque no puede olvidar palabras de amor. Y así nos escuchará con paciencia,
con felicidad, durante toda una vida hasta que hayamos dicho nuestra última
palabra (K. Rahner).
Como hablamos entre nosotros, con confianza y cariño,
así podremos hablar con Dios. Porque él es nuestro padre. Le podemos pedir
con confianza e insistencia porque Jesús mismo nos enseña que recemos con
perseverancia y siempre podemos estar seguros que Dios nos dará mucho más de
lo que podemos pensar o pedir. Porque él se nos da a sí mismo. Así al fin y
al cabo toda petición debería iniciarse y terminarse con una acción de
gracias.
Señor, danos el pan de cada día, el pan que
necesitamos. Dáselo también a todos los hombres que tengan hambre corporal y
espiritual. Y a los satisfechos dales el hambre de cada día, el hambre de tu
palabra y de tu pan y eucarístico.
El sacerdocio común
Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres (cf. Hebreos 5, 1-5), de su nuevo pueblo hizo... un reino y sacerdotes para Dios, su Padre (Apocalipsis 1-6; cf. 5, 9-10). Los bautizados, en efecto, son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio de toda obra del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien el poder de Aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable (cf. 1 Pedro 2, 4-10). Por ello todos los discípulos de Cristo perseverantes en la oración y alabando junto a Dios (cf. Hechos 2, 42-47), ofrézcanse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios (cf. Romanos 12, 1) y den testimonio por doquiera de Cristo, y a quienes lo pidan, den también razón de la esperanza de la vida eterna que hay en ellos (cf. 1 Pedro 3, 15).
El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio
ministerial o jerárquico, aunque diferentes esencialmente y no sólo el
grado, se ordenan sin embargo el uno al otro, pues ambos participan a su
manera del único sacerdocio de Cristo. El sacerdocio ministerial, por la
potestad sagrada de que goza, forma y dirige al pueblo sacerdotal,
confecciona el sacrificio eucarístico en la persona de Cristo y lo ofrece en
nombre de todo el pueblo a Dios. Los fieles, en cambio, en virtud de su
sacerdocio regio, concurren a la ofrenda de la eucaristía y lo ejercen en la
recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, mediante el
testimonio de una vida santa, en la abnegación y caridad operante (Vaticano
II, Constitución Dogmática sobre la Iglesia, 10).
Al hablar los padres con sus hijos sobre la oración, se presenta la oportunidad para revisar la manera de rezar en familia. Quizás sería un buen momento para introducir oraciones que antes no se solían hacer: bendecir la mesa, oración común una vez al día, etcétera.
Cuando rezas
PREPARA TU ALMA
Tu oración será tal como la preparas. Trata de ponerte en la presencia de Dios. A él quieres hablar. Está contigo aquel que quieres que te escuche, está en ti. Quieres estar para el solo.
Cuando no puedes deshacerte de los pensamientos que te distraen, inclúyelos en tu oración. Ya que son cosas generalmente que te preocupan. Habla con Dios sobre ellas. Ten paciencia contigo mismo como la tienes con los demás.
Sigue en el esfuerzo de ponerte en la presencia de Dios, trata de estar en silencio, tranquilo. No pienses en cualquier cosa sino sólo en la oración. Quieres decir algo, quieres testimoniar algo que Dios escuchará. Quieres presentarte ante Dios. Promueve en ti cierta disciplina: párate bien, siéntate bien, arrodíllate bien. Sea el primer pensamiento: Cristo es el único mediador, él ofrecerá nuestra oración al Padre. Él Espíritu habla en tu corazón con gemidos inefables. Así estamos ante Dios siempre en la comunión con todos los miembros de la Iglesia.
PREPARA TU CUERPO
También él ha sido creado para mayor gloria de Dios. La reverencia, elemento indispensable del amor, debe expresarse en tu postura y actitud. Que cada gesto exprese lo que piensas decir al Señor. Como dice San Benito: "Queremos estar ante Dios de manera que nuestra postura corresponda a nuestras palabras".
Así todo tu ser es un entregarte a Dios, y él te contestará de 1000 maneras porque te quiere.
LEAMOS LA BIBLIA CON LA IGLESIA:
LECTURAS DURANTE LA SEMANA
(1era lectura año impar; 2a lectura año par)
Lunes: Éxodo 32, 15-24. 30-34; Jeremías 13, 1-11; Mateo 13, 31-35
Martes: Éxodo 33, 7-11; 34, 5-9. 28; Jeremías 14,-17-22; Mateo 13, 36-43
Miércoles: Éxodo 34, 29-35; Jeremías 15, 10. 16-21; Mateo 13, 44-46
Jueves: Éxodo 40, 16-21. 34-38; Jeremías 18, 1-6; Mateo 13, 47-53
Viernes: Levítico 23, uno. 4-11. 15-16. 27. 34-37; Jeremías 26, 1-9; Mateo 13, 54-58
Sábado: Levítico 25, 1. 8-17; Jeremías 26, 11-16. 24; Mateo 14, 1-12