Domingo 15 del Tiempo Ordinario C 'El Buen Samaritano' - Comentarios de Sabios y Santos: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
A su servicio
Exégesis: Alois Stöger - OBRAS Y PALABRAS - Lc.10:25-42).
Comentario Teológico: P. Leonardo Castellani - EL TURQUITO Y EL JUDÍO (Lc
10, 25-37)
Santos Padres: San Ambrosio - El buen samaritano Lc. 10, 30-37)
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - Debemos atender a todos por igual
Aplicación: P. Alfredo Sáenz, S. J. - El Buen Samaritano
Apicación: R.P. Ervens Mengelle, I.V.E. - DAR VIDA - HEREDAR LA VIDA (cf. 5º
mandamiento)
Aplicación: R.P. Gustavo Pascual, I.V.E. - El buen samaritano (Lc 10, 25-37)
Aplicación: Benedicto XVI - Maestro, ¿qué he de hacer?
Aplicación: S.S. Francisco p.p. - El buen samaritano
Aplicación: Directorio Homilético - Decimoquinto domingo del Tiempo
Ordinario C
EJEMPLOS
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis: Alois Stöger - OBRAS Y PALABRAS - Lc.10:25-42).
Jesús va por el país dispensando beneficios y anunciando la palabra de Dios.
Los discípulos sólo están pertrechados con el amor al prójimo, que se
extiende al mundo entero (Lc.10:25-37), y en la palabra, que se recibe
escuchando a Jesús.
a) Amor al prójimo (Lc/10/25-37)
25 Entonces se levantó un doctor de la ley que, para tentarlo, le pregunta:
Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna? 26 él le contestó:
¿Qué es lo que está escrito en la ley? ¿Cómo lees tú? 27 Y él le respondió:
Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas
tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo. 28 Jesús le
dijo: Bien has respondido; haz esto y vivirás.
Jesús ha hablado de la victoria sobre Satán, los discípulos mismos han
experimentado el reino de Dios, sus nombres están inscritos en las listas de
ciudadanos del cielo, son llamados dichosos porque están viviendo el tiempo
de la salvación: nada más normal que preguntar qué hay que hacer para entrar
en la vida eterna. Asunto serio, cuestión candente, que el rico planteó a
Jesús (/Mc/10/17) y que dirigían a los doctores de la ley sus discípulos.
«Rabí, enséñanos los caminos de la vida, para que por ellos alcancemos la
vida del mundo futuro».
El doctor de la ley preguntó a Jesús para tentarlo. Lo interpela como
maestro y doctor, y quiere probarlo y ver qué puede responder a su pregunta
candente. Hace la pregunta como la hacían los judíos y pregunta por las
obras. Las obras exigidas por la ley, salvan; lo que se tiene en cuenta son
las obras, no la actitud interior. ¿Qué obras y qué preceptos son los que
importan? Los doctores de la ley hablaban de seiscientos trece preceptos
(doscientos cuarenta y ocho mandamientos y trescientas sesenta y cinco
prohibiciones).
La respuesta a la pregunta del doctor de la ley indica la ley misma, la ley
escrita de la Sagrada Escritura. Jesús halla la respuesta en la ley, en la
que se da a conocer la voluntad de Dios. La ley muestra el camino para la
vida eterna. Los doctores de la ley habían tratado de compendiar los
mandamientos y prohibiciones tan numerosos, reduciéndolos a unas cuantas
leyes. Un medio de lograrlo era la «regla áurea»: Lo que a ti no te agrada,
no lo hagas a tu prójimo; esto es toda la ley, todo lo demás es explicación
(rabí Hilel, hacia el año 20 a.C.). Otro doctor de la ley indicaba el
precepto del amor al prójimo (Lev_19:18). El doctor de la ley que interrogó
a Jesús resumía toda la ley en los mandamientos del amor de Dios (Deu_6:5) y
del amor del prójimo (Lev_19:18), al igual que Jesús (Mar_12:28). Esta
manera de compendiar la ley no debía de ser conocida para el judaísmo del
tiempo de Jesús. Jesús da la razón al doctor de la ley por hallar
compendiada la ley en estos dos mandamientos. Las verdades de la revelación
necesitan ser compendiadas y presentadas sistemáticamente a fin de que
sirvan para la vida religiosa.
El precepto del amor a Dios (/Dt/06/05) con entrega de todas las potencias
del alma a Dios, con una existencia dedicada a él sin reserva, era formulado
diariamente mañana y tarde por los judíos del tiempo de Jesús en su
profesión de monoteísmo. Este precepto liga al hombre con Dios hasta en lo
más profundo de su ser. Con este precepto está asociado el precepto del amor
al prójimo (Lev_19:18). E1 amor a uno mismo se presenta como medida del amor
al prójimo.
Con esto se dice mucho. La actitud fundamental del hombre debe ser el amor.
El hombre que cumple la voluntad de Dios y corresponde a su imagen, no es el
que piensa únicamente en sí sino el que existe para Dios y para el prójimo.
Dios es el centro del hombre, pues lo ama con toda su alma y con todas sus
fuerzas. El amor a sí y el amor al prójimo está absorbido por esta entrega
total a Dios. En el amor del prójimo se ha de expresar el amor a sí mismo y
la entrega a Dios.
Todas las leyes dadas por Dios arrancan de este precepto del amor y
desembocan en él como en su meta. El amor es el precepto más importante, el
que todo lo abarca y todo lo anima. El amor es el sentido de la ley. Si se
expone la ley de tal manera que se viole el amor o no se le permita
desarrollarse, se comete un error. Toda ley, incluso las establecidas en la
Iglesia, debe servir al amor. Para llegar a la vida no basta el conocimiento
del mandamiento más importante y decisivo. Se requieren también las obras.
Haz esto y vivirás.
23 Pero él, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: ¿Y quién es mi
prójimo?
Los fariseos cuidaban mucho de su prestigio. Se justificaban. «El fariseo,
erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios! Gracias te doy, porque no soy
como los demás hombres...» (18,11). Jesús les echa en cara que se justifican
delante de los hombres (16,15). ¿Merecía reproche el doctor de la ley cuando
preguntaba, aunque sabía lo que hay que hacer para alcanzar la vida eterna?
¿No había todavía bastantes preguntas que reclamaban solución, aunque eran
claros los mandamientos más importantes? El doctor de la ley hace una
pregunta que no había hallado todavía una solución clara y decisiva. ¿Quién
es mi prójimo? ¿Dónde están los límites del precepto del amor? La ley
extiende el amor a los compatriotas y a los extranjeros que viven en Israel
(Lev_19:34). En el judaísmo tardío se restringió el amor de los extranjeros
a los verdaderos prosélitos (gentiles que habían aceptado la fe en un solo
Dios, se circuncidaban y observaban la ley). Los fariseos excluían también
del amor al pueblo ignorante de la ley. Se negaba el amor a los contrarios
al partido. La ley de Dios deja por tanto cuestiones pendientes. Sólo el
espíritu de Dios puede resolverlas en la debida forma.
30 Jesús continuó diciendo: Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, y cayó
en manos de ladrones, que, además de haberlo despojado de todo y molido a
golpes, se fueron, dejándolo medio muerto».
Jesús cuenta un relato. El Evangelio de Lucas narra cuatro más de este
estilo. Las parábolas comparan el obrar divino con el humano. La acción de
Dios se hace comprensible a partir de lo que hace el hombre. En cambio, en
estos relatos se presenta el hombre a los hombres para que examinen su
comportamiento tomando como norma al hombre mostrado por Jesús.
Jericó (350 m bajo el nivel del mar) está mil metros más bajo que Jerusalén
(740 metros sobre el nivel del mar). El camino solitario y rocoso (unos 27
kilómetros) va por una región en que abundan los barrancos. Asaltos de
ladrones se refieren desde la antigüedad hasta la edad moderna. Un hombre
bajaba a Jericó. No se menciona su nacionalidad ni su religión. Era un
hombre. Esto basta para el amor. Es posible que los ladrones fueran
guerrilleros celotas fanáticos que se ocultaban en las grutas y escondrijos
de aquella región y vivían de la rapiña, pero que no quitaban a sus
compatriotas más que lo que necesitaban para vivir y, sobre todo, no
atentaban contra la vida si ellos mismos no se veían atacados. Aquí aparece
la víctima de los ladrones en un estado lastimoso: despojado de todo, molido
a golpes, medio muerto. El hombre debió sin duda defenderse cuando se vio
asaltado por los ladrones.
31 Casualmente, bajaba un sacerdote por aquel camino, y, al verlo, cruzó al
otro lado y pasó de largo. 32 Igualmente, un levita que iba por el mismo
sitio, al verlo, cruz�� al otro lado y pasó de largo. 33 Pero un samaritano
que iba de camino, llegó hasta él, y, al verlo, se compadeció; 34 se acercó
a él, le vendó las heridas, ungiéndolas con aceite y vino, lo montó en su
propia cabalgadura, lo llevó a la posada y se ocupó de cuidarlo. 35 Al día
siguiente, sacó dos denarios y se los dio al posadero, diciéndole: Ten
cuidado de él; y lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando vuelva.
Jericó era una ciudad sacerdotal. Sacerdotes y levitas (servidores del
templo, cantores) habían desempeñado su ministerio en el templo y volvían a
casa. Con gran efecto se repite: Al verlo cruzó al otro lado y pasó de
largo. Por qué pasaron de largo sacerdotes y levitas no se dice en la
narración. Quizá porque les pareció que el hombre tan malherido estaba
muerto y no quisieron tocarlo, pues el contacto con un cadáver causaba
impureza legal (Lev_21:1). ¿Quizá porque temían caer también en manos de los
ladrones? ¿O porque no querían detenerse? En todo caso les movía más su
propio interés que la compasión por el miserable, si es que la sentían. En
su calidad de sacerdotes y levitas servían a Dios. Eran personas que
encarnaban el precepto del amor a Dios. Pero ¿el amor al prójimo? Se
establecía separación entre culto y misericordia
Los samaritanos son enemigos del pueblo judío. No hay contacto entre unos y
otros. Se odia por las dos partes. Una vez más vuelve a decirse: Al verlo.
Pero inmediatamente viene la mutación: Se compadeció. Esta compasión no es
estéril. El samaritano obra como se debe obrar en esta situación.
Cuidadosamente se describen los seis actos de amor que se practican con la
mayor sencillez y naturalidad, no sólo en el momento presente, sino hasta la
curación del herido. Los dos denarios dados al posadero era lo que se pagaba
a los jornaleros por dos días de trabajo. No es mucho. En efecto, en Italia,
hacia el año 140 a.C. se pagaba 1,32 denarios al día por la pensión
completa. Lo que hace el samaritano no es precisamente un acto heroico, pero
sí todo lo que era necesario para salvar al desgraciado.
36 ¿Cuál de estos tres te parece que vino a ser prójimo del que había caído
en manos de los ladrones? 37 El doctor de la ley respondió: El que practicó
la misericordia con él. Díjole Jesús: Pues anda, y haz tú lo mismo.
La pregunta de Jesús suena como algo inesperado. El doctor de la ley había
preguntado: ¿Quién es mi prójimo? Jesús le pregunta: ¿Cuál de estos tres te
parece que vino a ser prójimo del que había caído en manos de los ladrones?
En la pregunta del doctor de la ley ocupa el centro el que pregunta, en la
pregunta de Jesús, el necesitado de socorro. Según el precepto de la ley,
tal como lo interpreta Jesús, es prójimo todo el que tiene necesidad de
ayuda. Nada tienen que ver aquí la nación, la religión, el partido. Todo
hombre es prójimo. Donde la necesidad llama a la misericordia, también llama
a la acción el precepto del amor del prójimo.
Jesús no dio una respuesta abstracta, teorética. No dijo: El prójimo es
cualquier persona que se halla en estrechez y necesita ayuda. Da más bien
una indicación práctica. La pregunta de Jesús se refiere a la acción, y la
acción se rige conforme a las circunstancias. Al responder el doctor de la
ley no pudo menos de confesar: El que practicó la misericordia con él. Jesús
invita a obrar: Haz tú lo mismo. El amor al prójimo es amor de obrar.
«Hijitos, no amemos de palabra ni con la lengua, sino de obra y de verdad»
(/1Jn/03/018). «Si un hermano o hermana se encuentran desnudos y carecen del
alimento diario, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y
hartaos, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué servirá
esto?» (/St/02/15 ss).
Los dos ministros del culto divino solemne sirvieron ciertamente a Dios,
pero no al prójimo que se hallaba en la necesidad. El samaritano los
aventaja en el cumplimiento de la ley... Jesús echa mano de la doctrina
profética: «Misericordia quiero, y no sacrificio» (Ose_6:6). La mejor
preparación para el cumplimiento del precepto del amor al prójimo es un
corazón accesible a la miseria, el sentir misericordia o, como lo expresa la
sencilla psicología de la Biblia: el «conmoverse las entrañas» a la vista de
la miseria humana. Cuando un hombre se siente mal al ver la miseria, está
preparado para el amor. «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos
alcanzarán misericordia» (Mat_5:7). El mayor impedimento es el corazón
endurecido. La misericordia debe convertirse en amor de obras, tal como lo
exige el momento. El precepto del amor no puede desmenuzarse en artículos.
Lo que la realidad muestra, exige y hace posible, eso debe hacerse. Así obró
el samaritano en su situación. Así se pone en práctica la entrega a la
voluntad de Dios. En efecto, el que ama prácticamente y sabe responder a
todo llamamiento de la miseria humana, ése es obediente a Dios.
(Stöger, Alois, El Evangelio según San Lucas, en El Nuevo Testamento y su
Mensaje, Editorial Herder, Madrid, 1969)
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Comentario Teológico: P. Leonardo Castellani - EL TURQUITO Y EL
JUDÍO (Lc 10, 25-37)
La parábola del Buen Samaritano, que trae Lucas en X, 23, y se lee hoy, está
henchida de conclusiones cristianas. Todas las parábolas lo están,
naturalmente; pero en ésta las enseñanzas son no sólo diversas sino como
opuestas al Talmud; al judaísmo específicamente judaico, no al mosaísmo. De
ellas retendremos solamente tres, la caridad con el prójimo como una
“obligación” capital y necesaria; la extensión del concepto de prójimo a
todos los hombres; y una alusión poco sabrosa a los Sacerdotes y Levitas,
que se le ha de haber escapado a Cristo... ¿Por qué diablos no habrá puesto
como ejemplos de inmisericordes a un Banquero y a una Actriz, y no a un
Sacerdote y un Levita? ¿Y por qué tengo que explicar yo delante de toda mi
feligresía esta parábola que les puede dar malos pensamientos, sin poder
cambiarle una sola palabra?
No sé si peco de irreverencia transcribiendo aquí el “arreglo” moderno de
esta parábola hecho en 1945 por un poeta de estos reinos; de esta nación
ubérrima y feliz, tierra de promisión para todos los vivos que quieran
habitar en ella, como dice el Locutor. Dice así: “Un hombre bajaba una vez
de Jerusalén a Jericó, el cual cayó en manos de bandoleros que a tiros lo
dejaron por muerto. Y sucedió que pasó por el mismo camino un Político, y no
lo vio; pasó después un Militar, y le encajó un balazo más. Pero pasó un
pobre Turco y se llenó de compasión; y dijo “Aunque éste no es mi prójimo,
sin embargo me voy a bajar, y lo voy a curar...”. Pero en ese momento
recapacitó y dijo: “–¿Y si me encuentra aquí la policía, qué pasa?”. Y
metiendo todo el acelerador disparó a todo lo que daba... Moraleja: guárdate
de los ladrones; pero guárdate más de la policía...
Esto es humorismo, y por cierto muy barato; la parábola es seria, aunque hay
unos toques de humorismo en la manera un poco oblicua y socarrona con que
Cristo responde a las tres preguntas que el Doctor de la Ley le pone, que
eran batallonas[1] preguntas entre aquellos doctores; y fueron puestas, dice
el Evangelio, “con intención de embromar”:
“¿Qué hay que hacer en suma para salvarse?”. “¿Cuál es el mandato en que se
suman todos los mandatos?” y “¿Quién es mi prójimo?”. Esta última pregunta,
Cristo la responde reiterándola, es decir, mandándola de rebote, después de
haber contado su intencionado cuentito. “¿Decid ahora vos mismo quién es el
prójimo aquí? Es claro que es el que hizo misericordia...”. Y entonces
Cristo en vez de contestarle: “¡Muy bien habéis respondido!” como le había
dicho en la segunda pregunta, le dijo: “Andad y haced vos lo mismo.” Porque:
está bien saber la Ley, / predicarla está mejor; / mas cumplirla sí que es
ser... / entre doctores, Doctor.
Lo que hizo el Turco de la Parábola –que no era un pobre Turco, porque tenía
por lo menos una mula propia (“jumentum suum”) que pudo ser también caballo,
y dos denarios de sobra, que le dio al posadero– es muy diverso de lo dicho
arriba: se bajó y cuidó tan solícitamente al herido como si fuese su hermano
–Cristo detalla allí la cura–, lo puso en su cabalgadura y volvió atrás
desde el desierto de Judá a la Parada que hoy llaman del Buen Samarita y en
aquel tiempo llamaban Casteldesangre; y confiándolo al posadero con sus dos
monedas de plata, le prometió pagar todos los gastos si acaso pasaban de dos
dólares –es decir “yo corro con todo”. Gesto noble. “¡Yo turquita buenita;
turquito buena yo, butrón, turquita ortodoxa griega muy buenito, butrón!”.
Los moralistas cristianos han deducido de esta parábola que yo tengo
obligación grave de ayudar al que está en necesidad grave, pudiendo hacerlo,
sin más averiguaciones que haber topado con él, aunque sea por azar; y
aunque el lazrado[2] no sea ni siquiera primo tercero de mi cuñado, sino un
judío cualquiera, que ni se pueden ver con los turcos. “Hace ya miles de
años –escribe Simona Weil–, ya los egipcios pensaban que nadie puede ser
justificado después de morir, si su alma no puede decir a Dios: “no he
dejado sufrir hambre a ninguno”,[3] Todos los pueblos del mundo han creído
lo mismo. Todos los cristianos nos sabemos expuestos a que Cristo mismo nos
diga: “Tuve hambre y no me diste de comer.” Nadie osará afirmar que sea
inocente un hombre cualquiera que, teniendo medios, consintiera que otro se
muera de hambre... si se le plantea la cuestión en términos generales;
aunque en términos concretos, quizás él mismo esté dejando morir de hambre a
su madre, si a mano viene; porque así es la flaqueza humana; y el mismo
Doctor de la Ley, a juzgar por la manera como Cristo le responde, sabía muy
bien la Ley, pero no sabemos si la sabía para los demás solamente o para él
mismo también; porque una cosa es predicar, y otra cosa es dar trigo, aymé;
y yo que predico tan lindo, trigo no tengo por suerte; que si lo tuviera,
quién sabe lo que haría.
De manera que mi prójimo es el que raye, sea turco, judío, protestante o
colectivero; aunque con esto no se niega que a mi madre le debo yo más que
al Padre Trabi; y en caso de naufragio y no tener más que un bote, primero
debo salvar a mi madre que al Padre Trabi; porque la caridad es universal,
pero es también ordenada; y más quiero a mis dientes que a mis parientes; y
más a mis parientes que a las otras gentes, como dicen los gallegos. Los
talmudistas en tiempo de Cristo, a fuerza de disputar, habían llegado
–Hillel y algunos otros– a una conclusión que no está en el Deuteronomio, y
que Cristo aprobó grandemente; que el Mandato Máximo, en el cual se resumía
toda la Ley de Moisés, es éste: “Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón
y con toda tu alma y con todas tus fuerzas; y [por ese mismo amor] al
prójimo como a ti mismo.” Esto no está escrito así en Moisés, pero ellos
habían llegado a eso a través de la meditación de los Profetas. Sólo que era
un poco demasiado grande tanta belleza, y la echaban a perder enseguida
poniendo en cuestión “¿quien es mi prójimo?”, a la cual Shamái y su escuela
respondían que solamente los parientes próximos y quizás algunos amigos;
Hillel y su escuela, que eran todos los judíos y quizá también algunos gohím
de los mejores, de los que estaban a punto de convertirse al judaísmo, como
el Centurión Romano de Cafarnaúm; pero ninguno que se sepa en aquel tiempo
se abrevió a extender el precepto de la caridad a los extranjeros, los
herejes, los enemigos. Eran enemigos los judíos y los samaritanos; y el Buen
Samaritano no se fijó en que el herido era judío. Eran despreciados y
abominados como herejes los samaritanos por los judíos. El Escriba sin
embargo, guiado por Jesucristo, confesó la verdad cristiana, que había que
querer incluso a los herejes y a los enemigos, cuanto más a los extraños y
extranjeros. Cuando se dijeron esas palabras, nació en el mundo la
Cristiandad; ahora que se han retirado y nos estamos volviendo extranjeros
unos a otros, la Cristiandad periclita[4] y muere. La convivencia se vuelve
en el mundo de más en más difícil; y en un legajo de correspondencia
diplomática secreta que tengo yo en este cajón llamada Cartas de un Demonio
a Otro, la principal instrucción que les da Satanás a los dos demonios que
manda de nuncios al Río de la Plata, llamados Juan Conrropa y
Añang-Mandinga, es la de que “destruyan la convivencia”.
La tercera observación es que Cristo escogió irónica o humorísticamente como
ejemplos de inmisericordes a dos miembros del “Clero”; lo cual prueba que
eso ocurría de hecho en aquel tiempo, porque Cristo era demasiado buen
artista para poner en sus cuentos cosas inverosímiles; y por tanto, si
pasara también en nuestros tiempos, no habría que desesperarse en demasía.
Tengo un amigo que anda enloquecido con este “problema”, como lo llama él:
“en el clero argentino no hay nobleza: carece de nobleza el clero argentino.
¿Cómo puede ser eso? ¿Las virtudes sobrenaturales destruyen las virtudes
naturales? De suyo el oficio de sacerdote no es vil. ¿Cómo es que el clero
argentino es vil, hablando en general; o por lo menos es servil?”. Con esta
cuestión el hombre, que también es clérigo, se enloquece literalmente;
porque, según él, esta cuestión está de tal modo conectada con su fe, que
resolverla es para él “cuestión de vida o muerte”, dice con énfasis.
Yo le respondo: “–¿De dónde sacás que no hay nobleza en el clero? ¿De que
ningún sacerdote hizo hacia vos un gesto noble, cuando te hallaste según
relatas en peligro de perder la vida y aun el alma, lo cual tengo por
exagerado? Ese argumento no prueba. Porque había que ver “si podían” hacer
ese gesto noble... El argumento probaría, si constara que no lo hicieron
“pudiendo” hacerlo.”
Él dice: “–Monseñor Mandinga no lo hizo pudiendo y aun debiendo hacerlo.”
Yo digo: “–Monseñor Mandinga no es “todo” el clero argentino.”
Pero supongamos que por un imposible todo el clero argentino perteneciera a
la raza de los que Jesús llamó Dicen-y-no-Hacen; eso no invalidaría para
nada lo que dicen. Porque Cristo en su parábola no concluyó: “los de nuestro
clero han dejado a un lado por sus ceremonias la misericordia y la justicia;
por tanto, la Sinagoga ha caducado”. Al contrario, dijo: “Haced todo lo que
predican; no hagáis lo que practican.” La Sinagoga caducó, ciertamente; pero
no entonces: la Sinagoga caducó en el momento en que Caifás, con su
autoridad de Sumo Pontífice, conjuró a Cristo que contestara si era o no el
Mesías. A lo cual Cristo obedeció y contestó, sabiendo que le costaba la
vida, que sí lo era. Y Caifás, en nombre de la Sinagoga lo rechazó como
Mesías, gritándole “¡Blasfemo!” y “¡Reo de Muerte!”; rechazo que reiteró el
pueblo al escoger un rato después a Barrabás, y al decir a Pilato: “Caiga su
sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos. No tenemos más Rey que el
César.”
Aunque todo el clero junto no hiciera lo que dice, yo lo había de hacer.
Pero por suerte, aquello no es verdad. Hay turquitos buenos. Hay gente que
aún da testimonio, a veces donde menos se pensaría salta gente así. Algo
hay. Unos se limitarán a curar a un herido, otros prestarán la mula, y los
terceros darán los dos o los veinte denarios: un tercio del gesto total,
nobleza terciada, como vino rebajado; pero siempre es algo en un país
bastardeado. Y debe existir el noble entero en alguna parte ¿Cómo se puede
admitir lo contrario? ¡Oh Dios! ¿cuándo saldrá y lo veremos?
Sea como fuere, de lo que no hay duda es de que existe en Cristo el Buen
Samaritano entero y no terciado. Él recogió a la humanidad herida, que había
caído en manos de ladrones; echó en sus llagas aceite, que significa
paciencia, y vino, que significa amor; la vendó lo mejor posible, la confió
a un estabulario[5] que hiciese sus veces, y se fue a sus asuntos,
prometiendo volver y ajustar la cuenta. Cuando hizo la parábola y puso como
héroe de ella al Turquito, quizás recordó que varias veces los fariseos le
habían gritado a él mismo en son de escarnio la palabra “¡Samaritano!”; es
imposible que no lo haya recordado (samaritano, para los judíos era como si
dijéramos turco; y mucho peor todavía).
(Castellani, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires,
1977, p. 306 - 311)
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Santos Padres: San Ambrosio - El buen samaritano Lc. 10, 30-37)
71. Un hombre baja de Jerusalén a Jericó. Con objeto de explicar más
claramente el pasaje que nos hemos propuesto, repasemos la historia antigua
de la ciudad de Jericó. Recordemos, pues, que Jericó, como leemos en el
libro que escribió Josué, hijo de Nave, era una gran ciudad amurallada,
inexpugnable a las armas e inatacable; en ella vivía la prostituta Rahab,
que fue la que hospedó a los exploradores que envió Josué, les ayudó con sus
consejos, respondió, cuando la preguntaron sus conciudadanos, que ya se
habían ido, los escondió en su casa y, para sustraerse ella y los suyos a
la destrucción de la ciudad, ató el cordón de hilo de púrpura a la ventana;
pero los inexpugnables muros de esa ciudad rodaron por el suelo al sonido de
las siete trompetas de los sacerdotes a los que acompañaba el estruendo
jubiloso del pueblo.
72. Mirad cómo cada uno tiene su propio quehacer: el explorador, la
vigilancia; la meretriz, el secreto; el vencedor, la fidelidad; el
sacerdote, la religión; los primeros desprecian el riesgo con tal de ganar
honras; aquélla ni aun en medio de peligros traiciona a quienes ha
recibido; el vencedor, más preocupado en conservar la fidelidad que en
vencer, manda anteponer la salud de la prostituta a la ruina de la ciudad;
y, por fin, el arma propia del sacerdote, que no es otra que la fuerza de la
religión. ¿Quién no se admirará, y con razón, al ver que de toda la ciudad
sólo se salvará el que fue ayudado por la meretriz?
73. He aquí, pues, la escueta verdad histórica, que, considerada más
profundamente, nos revela admirables misterios. En efecto, Jericó es figura
de este mundo, a la cual descendió Adán arrojado del paraíso, es decir, de
aquella Jerusalén celeste, por su prevaricadora caída, pasando de la vida a
la muerte; destierro este de su naturaleza que le ocasionó un cambio, no
ciertamente de lugar, pero sí de costumbres. Y así quedó un Adán bien
distinto de aquel primero que gozaba de una felicidad sin ocaso, pero que
tan pronto como se lanzó a los pecados de este mundo, cayó en manos de los
ladrones, a los que no habría venido a parar si no se hubiese apartado del
mandato divino. ¿Quiénes son estos ladrones sino los ángeles de la noche y
de las tinieblas, que se transforman a veces en ángeles de luz (2 Co 11,
14), aunque es un hecho que no puedan permanecer mucho tiempo en ese
estado? Estos primero nos despojan del vestido de la gracia espiritual que
recibimos, y así es como de ordinario logran sus primeros impactos; pero, si
guardamos intactos los vestidos recibidos, no sentiremos los golpes de los
ladrones. Ten, pues, cuidado para no ser despojado, como lo fue Adán, de la
protección del precepto celestial y privado del vestido de la fe, ya que a
eso se debió que él fuera herido mortalmente, herida mortal que se habría
contagiado a todo el género humano si aquel Buen Samaritano, bajando del
cielo, no hubiese curado esas peligrosas llagas.
74. Y no es un samaritano cualquiera este que no despreció a aquel que
había sido preterido por el sacerdote y el levita. No desprecies a aquel que
lleva el nombre de una secta cuya interpretación te va a llenar de
admiración; en efecto, el vocablo "samaritano" significa guardián. Demos
ahora una interpretación a todo esto. En verdad, ¿quién es un custodio
verdadero, sino aquel de quien se ha escrito: El Señor guarda a los
pequeños? (Sal 114, 6). Pues del mismo modo que hay un judío que es tal
según la letra y otro que lo es por el espíritu, así también se da una
manera de ser samaritano que se ve y otra que yace oculta. Mientras bajaba,
pues, este samaritano —¿quién es este que bajó del cielo, sino el que sube
al cielo, el Hijo de Dios que está en el cielo? (Jn 3, 13)—, habiendo visto
a un hombre medio muerto, al que nadie había querido curar (el mismo caso
que la que padecía de flujo de sangre y había gastado en médicos toda su
hacienda), se llegó a él, es decir, compadecido de nuestra miseria, se hizo
íntimo y prójimo nuestro para ejercitar su misericordia con nosotros.
75. Y vendó sus heridas untándolas con aceite y vino. Este médico tiene
infinidad de remedios, mediante los cuales lleva a cabo, de ordinario, sus
curaciones. Medicamento es su palabra; ésta, unas veces, venda las heridas;
otras sirve de aceite, y otras actúa como vino; venda las heridas cuando
expresa un mandato de una dificultad más que regular; suaviza perdonando los
pecados, y actúa como el vino anunciando el juicio.
76. Y lo puso —continúa el texto— sobre su cabalgadura. Observa cómo realiza
esto contigo: Él tomó sobre sí nuestros pecados y cargó con nuestros dolores
(Is 53, 4). Otra confirmación es la del Buen Pastor, que puso sobre sus
hombros a la oveja cansada (Lc 15, 5). En efecto, el hombre se ha convertido
en un ser semejante a un jumento (Sal 48,13), pero Él nos ha colocado sobre
su cabalgadura para que no fuésemos como el caballo y el mulo (Sal 31, 9) y
ha tomado nuestro mismo cuerpo para suprimir las debilidades de nuestra
carne.
77. Y, al fin, a nosotros, que éramos como jumentos, nos conduce a una
posada. Una posada, como se sabe, no es más que un lugar donde suelen
descansar los que se encuentran desfallecidos por un largo camino. Y por
eso, el Señor, que es el que levanta del polvo al pobre y alza del estiércol
al desvalido (Sal 112, 7), nos ha llevado a un mesón.
78. Y se preocupa con cuidado de él para que ese enfermo pueda observar los
mandatos que había recibido. Pero este samaritano no tenía tiempo de hacer
una permanencia larga en la tierra; debía volver al lugar de donde había
bajado.
79. Y al día siguiente —pero, ¿cuál es este otro día, sino el domingo de la
resurrección del Señor, del que fue dicho: este es el día que hizo el Señor?
(Sal 117, 24)— tomó dos denarios y se los dio al mesonero, diciéndole:
Cuídale.
80. ¿Qué significan estos dos denarios sino los dos testamentos que llevan
impresa la efigie del eterno Rey y con los que nuestras heridas obtienen su
curación? Porque hemos sido redimidos a precio de sangre (1 P 1, 19) para
no ser víctimas de las heridas de la última muerte.
81. El mesonero recibió los dos denarios (no creo que sea absurdo entender
esto con relación a los cuatro libros). Y ¿quién es este hostelero? Tal vez
pueda ser aquel que dijo: Todas las cosas me parecen estiércol en
comparación de ganar a Cristo (Flp 3, 8), y por este mismo Cristo tendría
cuidado del hombre herido. El hostelero es, en realidad, aquel que dijo:
Cristo me envió a evangelizar (1 Co 1, 17). Los hosteleros son esos hombres
a los que se ha dicho: Id por el mundo entero y predicad el Evangelio a toda
criatura, y el que creyere y se bautizare será salvo (Mc 15, 16), salvo
verdaderamente de la muerte y salvo de las heridas que le pudieran infligir
los ladrones.
82. ¡Bienaventurado ese mesonero que puede curar las heridas del prójimo!,
y ¡bienaventurado aquel a quien dice Jesús: Lo que gastes de más te lo daré
a mi vuelta! El buen dispensador da siempre en demasía. Buen dispensador fue
Pablo, cuyos sermones y epístolas son como algo que rebosa a lo que había
recibido, cumpliendo el mandato explícito del Señor de trabajar sin
descanso corporal ni espiritual, a fin de obtener, por medio de la
predicación de su palabra, el preservar a muchos de la grave flaqueza del
espíritu. He aquí el dueño del mesón en el que el asno conoció el pesebre de
su amo (Is 1, 3) y en el cual hay un lugar seguro para los rebaños de
ovejas, con el fin de que, a esos lobos rapaces que braman alrededor de los
apriscos, no les resulte fácil llevar a cabo sus ataques a las ovejas.
83. Pero El, además, promete una recompensa. Y ¿cuándo vas a venir, Señor, a
darla sino en el día del juicio? Porque, aunque Tú estés siempre y en todo
lugar y vivas entre nosotros, si bien no te vemos, con todo, llegará un
momento en el que todo hombre te verá volver. Paga, pues, lo que debes.
¡Bienaventurados aquellos hombres a los que debe Dios! ¡Ojalá que nosotros
pudiéramos ser deudores dignos para poder pagar todo lo que hemos recibido,
sin que nos ensoberbezca el don del sacerdocio o del ministerio! ¿Cómo
pagas Tú, Señor Jesús? Prometiste que a los buenos les darías un premio
abundante en el cielo, y lo cumples cuando dices: Muy bien, siervo bueno y
fiel, porque has sido fiel en lo poco, te constituiré sobre lo mucho; entra
en el gozo de tu Señor (Mt 25, 21).
84. Por tanto, puesto que nadie es tan verdaderamente nuestro prójimo como
el que ha curado nuestras heridas, amémosle, viendo en él a nuestro Señor, y
querámosle como a nuestro prójimo; pues nada hay tan próximo a los miembros
como la cabeza. Y amemos también al que es imitador de Cristo, y a todo
aquel que se asocia al sufrimiento del necesitado por la unidad del cuerpo.
No es, pues, la relación de parentesco la que hace a otro hombre nuestro
prójimo, sino la misericordia, porque ésta se hace una segunda naturaleza;
ya que nada hay tan conforme con la naturaleza como ayudar al que tiene
nuestra misma realidad natural.
(SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), L.7, 71-84, BAC
Madrid 1966, p. 379-84)
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Santos Padres: San Juan Crisóstomo - Debemos atender a todos por
igual
Todo fiel es santo, en la medida en que es fiel; aun cuando viva en el mundo
y sea seglar, es santo. Por tanto, si vemos a un hombre del mundo en
dificultades, echémosle una mano. Ni debemos mostrarnos obsequiosos
únicamente con los que moran en los montes: ciertamente, ellos son santos
tanto por la vida como por la fe; los que viven en el mundo son santos por
la fe y muchos también por la vida. No suceda que si vemos a un monje en la
cárcel, entremos a visitarlo; pero si se trata de un seglar, no entremos:
también éste es santo y hermano. Y, ¿qué hacer, me dirás, si es un libertino
y un depravado? Escucha a Cristo que dice: No juzguéis y no os juzgarán. Tú
hazlo por Dios.
Pero ¿qué es lo que digo? Aunque al que viéramos en apuros fuera un pagano
cualquiera, nuestra obligación es ayudarlo; y, para decirlo de una vez,
debemos socorrer a todo hombre a quien hubiera ocurrido una desgracia: ¡con
mayor razón a un fiel seglar! Oye lo que dice san Pablo: Trabajemos por el
bien de todos, especialmente por el de la familia de la fe. De hecho, el que
pretende favorecer únicamente a los que viven en soledad y dijere,
examinándolos con curiosidad: «Si no es digno, si no es justo, si no hace
milagros, no lo ayudo», ya ha quitado a la limosna buena parte de su mérito;
más aún, poco a poco le irá quitando hasta ese poco que le resta. Por tanto,
es también limosna la que se hace tanto a los pecadores como a los reos. La
limosna consiste en esto: en compadecerse no de los que hicieron el bien,
sino de los que pecaron. Y para que te convenzas de ello, escucha esta
parábola de Cristo.
Dice así: Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos
bandidos, que después de haberlo molido a palos, lo abandonaron en el camino
herido y medio muerto. Por casualidad, un levita pasó por allí y, al verlo,
dio un rodeo y pasó de largo; lo mismo hizo un sacerdote: al verlo, pasó de
largo. Vino finalmente un samaritano y se interesó por él: le vendó las
heridas, las untó con aceite, lo montó sobre su asno, lo llevó a la posada,
y dijo al posadero: cuida de él. Y extremando su generosidad, añadió: Yo te
daré lo que gastes. Después Jesús preguntó: ¿Cuál de éstos se portó como
prójimo? Y el letrado qué contestó: El que practicó la misericordia con él,
hubo de oír: anda, pues, y haz tú lo mismo.
Reflexiona sobre el protagonista de la parábola. Jesús no dijo que un judío
hizo todo esto con un samaritano, sino que fue un samaritano el que hizo
todo aquel derroche de liberalidad. De donde se deduce que debemos atender a
todos por igual y no sólo a los de la misma familia en la fe, descuidando a
los demás. Así que también tú si vieres que alguien es víctima de una
desgracia, no te pares a indagar: tiene él derecho a tu ayuda por el simple
hecho de sufrir. Porque si sacas del pozo al asno a punto de ahogarse sin
preguntar de quién es, con mayor razón no debe indagarse de quién es aquel
hombre: es de Dios, tanto si es griego como si es judío: si es un infiel,
tiene necesidad de tu ayuda.
(San Juan Crisóstomo, Homilía 10 sobre la carta a los Hebreos, capítulo 6
(4: PG 63, 88-89)
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Aplicación: P. Alfredo Sáenz, S. J. - El Buen Samaritano
Dos amores constituyen la esencia de nuestra vida cristiana, dos amores que
resumen el contenido de los diez mandamientos que Dios intimara a su pueblo
en el Antiguo Testamento, aquellos mandamientos a que aludía la primera
lectura, "que no son superiores a nuestras fuerzas ni están fuera de nuestro
alcance": el amor a Dios y el amor al prójimo. Una dimensión vertical: el
amor a Dios. Y una dimensión horizontal: el amor a los pobres. Por cierto
que no es fácil llevar, sin disociarlos, el travesaño vertical y el
travesaño horizontal del amor que se encarna en una cruz donde se
encuentran, uno en dependencia del otro, los dos mandamientos de la caridad.
Pero en el evangelio de hoy, el Señor ha querido limitarse a explicar en qué
consiste el amor al prójimo. Y lo hace con la famosa parábola del buen
samaritano.
Esta parábola ha recibido dos interpretaciones. Una interpretación cósmica,
que abarca el conjunto de la historia de la salvación, y que fue la
predilecta por los Padres de la Iglesia, y otra más individualizada, que
mira a cada uno de nosotros, cual hacedores de la caridad.
Cristo como buen samaritano
Según la primera de ellas, el hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó es un
símbolo de la entera humanidad que, en Adán pecador, se degradó, decayó del
paraíso al mundo, como con secuencia del pecado de origen. Queriendo el
hombre exaltarse, ambicionando ser como Dios, lo que de hecho sucedió fue
que descendió, que bajó a esta tierra, valle de lágrimas. Y entonces "cayó
en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se
fueron, dejándolo medio muerto". Porque a raíz del pecado, el hombre se vio
acosado por los poderes enemigos, quedando arrojado y lleno de heridas,
desnudo y dolorido. Nuestros primeros padres– y en ellos toda la humanidad–
no sólo se vieron despojados de los dones sobrenaturales con que Dios los
había honrado supererogatoriamente, sino que también quedaron heridos en sus
mismos dones naturales; comenzaron a experimentar en carne propia la
rebelión de los instintos contra la razón, su inteligencia había de
esforzarse para vencer la ignorancia, su voluntad se encontraba
profundamente debilitada, su memoria olvidaba con facilidad los recuerdos
del cielo para volcarse a la vanidad de lo efímero, su sensibilidad original
estaba maculada con la gran llaga de las concupiscencias. Y en el horizonte:
la terrible muerte. Así se encontraba el hombre, la humanidad, a raíz del
pecado original tirado en el camino, despojado, medio muerto.
Junto al enfermo pasaron entonces un sacerdote y un levita, el sacerdote
representando al Culto y el levita la Ley, es decir, pasó todo el Antiguo
Testamento. El Culto vio al herido, ese culto veterotestamentario con sus
reiteradas hecatombes de sangre animal, con sus sacrificios de becerros y
corderos, pero sólo hizo más patentes las heridas del enfermo; la sangre de
animales era incapaz de restañarlas: las heridas eran mortales y la, unción
superficial. Pasó, pues, el Culto, vio al enfermo... y siguió de largo.
Pasó luego la Ley, vio al herido, advirtió sus llagas, conoció el mal en que
el mundo yacía por el pecado, pero nada hizo, porque era incapaz de
justificar; dice San Pablo que "la ley intervino para que abundara el
delito"; miró, así, al hombre despojado, pero no supo darle el remedio
oportuno, no supo darle la gracia, lo mantuvo en sus pecados..., siguió
también de largo.
Pasó, por fin, un samaritano, es decir, el mismo Jesucristo, que bajó, Él
también, pero no ya de Jerusalén a Jericó, sino del cielo a la tierra. Era
forastero, era extranjero, porque siendo Dios, se había dignado penetrar en
nuestros confines, se había humillado haciéndose hombre por nosotros,
emprendiendo el camino de nuestra vida. Miró entonces al mundo enfermo y se
conmovió en sus entrañas, se allegó al herido, cubrió sus llagas con aceite
y vino, y las vendó; se acercó a los pecadores, se aproximó a Zaqueo, a la
adúltera, al buen ladrón, y curó sus heridas, como lo sigue haciendo hasta
hoy mediante los sacramentos, aceite y vino que curan las llagas del pecado.
Entonces Jesús, "ese samaritano", como lo llamarían los fariseos, pero en
son de escarnio, cargó al herido sobre su propia montura, sobre su
humanidad, sobre sus hombros, como buen pastor que era, y lo llevó hasta el
albergue de la Iglesia, albergue que recibe a todos los hombres, albergue
especialmente construido por Él para que allí reparen sus fuerzas los
viajeros náufragos que peregrinan hacia la patria. Allí entregó al enfermo,
para que a lo largo de la historia la Iglesia cuidara de él mediante la
enseñanza, el gobierno y los sacramentos, encargando que lo atendieran hasta
su vuelta, es decir, hasta el día de su Parusía final, al término de la
historia. Entonces quedará consumada la cura de la humanidad, entonces
volverá el Divino Samaritano para llevarse consigo a los convalecientes.
"Ve y procede tú de la misma manera"
Tal es la interpretación que los Padres dieron a esta magnífica parábola.
Pero cabe otra interpretación, de índole más personal. A imitación de
Cristo, también nosotros hemos sido llamados a ser los buenos samaritanos de
nuestros hermanos, hemos sido llamados al ejercicio del amor. Pero nuestro
amor al prójimo, precisamente por ser una virtud teologal, no es una virtud
natural, una forma de filantropía, sino que proviene de Dios. Porque Dios
nos amó primero, nos amó cuando aún éramos enemigos, y reíamos en nuestra
suficiencia. Para suscitar nuestro amor, Dios no perdonó recurso alguno, ni
siquiera perdonó a su propio Hijo, que nos amó hasta el extremo, según
aquello de que nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus amigos.
Pues bien, ese amor, que viene de Dios, y que nos atraviesa, debemos
prolongarlo hasta nuestros hermanos. "El que no ama a su hermano a quien ve,
no es posible que ame a Dios a quien no ve", dice la Escritura. Y así como
la caridad, por ser virtud teologal, proviene de Dios, por ser tal, concluye
también en Dios: quien ama a su prójimo con amor de caridad, en él
últimamente ama a Dios.
¿Quién es nuestro prójimo? Todos los hombres. Todos tenemos un Padre común,
o, como afirma San Agustín, "todos somos parientes en Dios Padre". Nadie es,
en adelante, un simple "extraño", todos han sido hechos a imagen de Dios,
como nosotros. Amor, pues, a todos los hombres. Pero un amor especial a
nuestros hermanos en la fe. En la Iglesia todo nos une: un mismo Espíritu,
una misma fe, una común esperanza, un solo bautismo, un idéntico alimento
eucarístico. Miremos cuánto se aman los parientes. ¿Por qué? Por un poco de
carne y sangre común. ¿Por qué no amar también a los que se alimentan con la
misma carne y sangre que nosotros, con la carne y sangre de Jesús? Debemos
confundirnos de que en nosotros no pueda más la gracia que la naturaleza.
Sin duda que es difícil la caridad. Es difícil crear en nosotros un corazón
benévolo para con el prójimo. A duras penas nos interesamos por los demás.
Nos cuesta ver en el otro a un miembro de nuestro propio cuerpo, a un
miembro del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Con todo, no hay
cristianismo si no hay caridad. No es cristiano el que "pasa de largo",
aunque lleve escapularios y figure en todas las procesiones. El samaritano
vio al enfermo, se conmovió, se apeó del caballo. También nosotros, al ver
al necesitado, debemos apeamos de nuestro egoísmo y acercarnos a él. No
pasar de largo ante el indigente, ante quien vive en la miseria, sea
corporal o espiritual.
Pronto nos acercaremos a recibir el Cuerpo de Aquel que dijo: "Este es mi
mandamiento, que os améis unos a otros como Yo os he amado". Cuando lo
sintamos palpitar en nuestro interior, recapacitemos en nuestra indigencia y
digámosle: "También nosotros hemos caído, Señor, en manos de ladrones, hemos
sufrido los asaltos del mundo, del demonio y de la carne. Hemos sido
despojados de tu gracia, y llagas sin cuenta han cubierto nuestra pobre
alma. Pero tú, Señor, como se dice en el libro de los salmos, haces brotar
de la tierra el vino que alegra el corazón del hombre, el aceite que da
brillo a nuestra vida y el pan que fortifica nuestras entrañas. Pasa a
nuestro lado, Señor, pero no sigas de largo, allégate a nosotros, venda
nuestras heridas, colócanos sobre tus hombros, e introdúcenos siempre más en
el albergue de tu Iglesia hasta el día de tu vuelta victoriosa". Así sea.
(ALFREDO SÁENZ, S.J., Palabra y Vida - Homilías Dominicales y festivas ciclo
C, Ed. Gladius, 1994, pp. 219-223)
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Aplicación: R.P. Ervens Mengelle, I.V.E. - DAR VIDA - HEREDAR LA
VIDA (cf. 5º mandamiento)
Acabamos de escuchar la narración de una de las parábolas más comentadas
desde la antigüedad, conocida como la parábola del Buen Samaritano. Para
comprenderla de manera más adecuada, es necesario que observemos algunos
elementos de carácter histórico.
1 – La Parábola del Buen Samaritano
En primer lugar, impresiona ver que el sacerdote y el levita pasen de largo,
la insensibilidad que manifiestan. Sin embargo, para comprender mejor su
actitud es necesario conocer algunos detalles de la vida judía. El sacerdote
era un sacerdote judío, es decir, estaba encargado de hacer los sacrificios
en el Templo de Jerusalén. Y el levita ¿qué era? Los levitas eran miembros
de la tribu de Leví, que tenían a cargo tareas auxiliares en el Templo,
disponiendo todo lo necesario para los sacrificios (leña, agua, etc.). Como
vemos, ambos tienen que ver con el culto que se daba a Dios en el Templo de
Jerusalén. Pues bien, resulta que para poder dar culto a Dios, un culto que
fuese aceptable para Dios, era necesario cumplir con ciertas prescripciones.
Para usar una comparación que nos atañe, podemos pensar en la necesidad que
tenemos nosotros de estar sin pecado mortal para que nuestro culto sea
agradable a Dios. Y si no estamos en condiciones, tenemos entonces la
confesión para colocarnos nuevamente en las disposiciones adecuadas. De
manera semejante, los judíos tenían que cumplir con ciertas disposiciones y,
si no las tenían, había sacrificios por los pecados con los cuales
readquirían esas disposiciones. Entre las diversas normas, había una
prescripción por la cual debían evitar el contacto con los cadáveres (Lv 21;
Nm 19,11). Socorrer a la persona malherida significaba para ellos el riesgo
de quedar excluidos del culto del Templo, perder la comunión con Dios. El
relato de hecho dice que el herido había quedado medio muerto, por lo que se
entiende que tenía ya aspecto de cadáver para quien lo veía caído. Así
podemos entender mejor porqué pasaron de largo. Tanto el sacerdote como el
levita atienden más al problema litúrgico y legal. Igualmente, hemos de
observar que la enseñanza que nos deja Jesús es que las exigencias de la
caridad para con el prójimo son más importantes que las exigencias del
culto. De hecho, en la respuesta que da el doctor de la Ley el único que
queda justificado es el Samaritano, el que tuvo compasión. Ya los profetas
habían señalado esto: misericordia quiero y no sacrificios (Os 6,6).
Pero lo más sorprendente en realidad viene después. Porque la persona que
auxilia al malherido no es alguien intrascendente. Es un samaritano. ¿Qué
era un samaritano? Se llamaba así a los habitantes de la región de Samaría,
región que está ubicada entre las regiones de Judea y la de Galilea. Y
existía entre los samaritanos y los judíos un odio a muerte (cf. 1Re
17,24-41; Jn 4,20). Hace dos domingos hemos leído que, dirigiéndose Jesús a
Jerusalén, envió emisarios delante de él para prepararle alojamiento en un
pueblo de Samaría. Pero los samaritanos no lo recibieron porque se dirigía a
Jerusalén. O sea que, precisamente aquel que uno hubiera esperado que lo
dejase abandonado, el que más hubiera deseado aparentemente que el judío
malherido muriese, ese es el que lo asiste y ayuda.
Y observemos finalmente que al indagar Jesús cómo el doctor de la Ley había
recibido la enseñanza, da vuelta la pregunta. El doctor de la ley había
preguntado ¿Quién es mi prójimo? Porque la discusión entre los judíos sobre
este punto era bastante ardua. La expresión referida por el doctor es de Lv
19,18 (lo referido a Dios es de Dt 6,5). Y se discutía si debía considerarse
prójimo solamente a los miembros de la familia, o de la tribu, o si también
entran en esa categoría los forasteros que habitaban en tierra judía, etc.
Jesús, sin embargo, sin entrar en esa polémica, corrige la perspectiva desde
donde debemos considerar la cuestión: ¿Cuál de los tres te parece que se
portó como prójimo…? No se trata de ver quien está próximo a mí, sino a
quien me aproximo, de quien me hago próximo yo. No debe ser visto desde un
punto de vista estático y a quién convierto en objeto de mi acción, sino más
dinámico y haciéndome sujeto de la acción.
2 – Jesús el Buen Samaritano
Hasta aquí la parábola referida. Desde muy antiguo se vio en la figura del
Buen Samaritano a Cristo que sana la humanidad herida: “Bajo sus múltiples
formas –indigencia material, opresión injusta, enfermedades físicas o
psíquicas y, por último, la muerte-, la miseria humana es el signo
manifiesto de la debilidad congénita en que se encuentra el hombre tras el
primer pecado y de la necesidad que tiene de salvación. Por ello, la miseria
humana atrae la compasión de Cristo Salvador, que la querido cargar sobre sí
e identificarse con los más pequeños de sus hermanos” (2448).
Hemos de observar que la enseñanza de Jesús es sobre todo práctica. A lo
largo de todo el evangelio de hoy se insiste en el hacer: Maestro, ¿Qué debo
hacer…?; Obra así y alcanzarás la vida; Ve y procede tú de la misma manera.
Recogiendo este mandato a lo largo de los siglos la Iglesia ha sido causa de
un ingente número de obras de misericordia: “…los oprimidos por la miseria
son objeto de un amor de preferencia por parte de la Iglesia, que, desde los
orígenes, y a pesar de los fallos de muchos de sus miembros, no ha cesado de
trabajar para aliviarlos, defenderlos y liberarlos…” (2448).
3 - Obras de misericordia = Dar Vida
Nos compete por lo tanto, actuar. ¿Cuáles son las necesidades de nuestro
prójimo a las que debemos subvenir? Aquí tenemos una enseñanza más del
evangelio. Jesús con el ejemplo de la parábola nos habla de las necesidades
corporales del prójimo, pero con el ejemplo de su accionar nos habla de las
necesidades espirituales. Porque en el doctor de la ley había una necesidad,
pero no física, material, sino espiritual, porque ignoraba la respuesta
correcta. “Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las
cuales ayudamos a nuestros prójimos en sus necesidades corporales y
espirituales. Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras de
misericordia espiritual, como también lo son perdonar y sufrir con
paciencia. Las obras de misericordia corporales consisten especialmente en
dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al
desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos.”
(2447).
¿Qué debemos hacer por el prójimo? Has respondido exactamente, dijo Jesús.
¿Cuál fue la respuesta? Amarás a tu prójimo como a ti mismo. ¿Y qué quieres
para ti? La respuesta fue la primer pregunta del doctor de la Ley: ¿Qué debo
hacer para heredar la Vida eterna? Vida quieres, dona vida. Es importante
observar que todo el conjunto de los mandamientos que corresponden a la
segunda tabla, los mandamientos referidos al prójimo, giran alrededor de la
cuestión de la vida:
- honrar padre y madre: es de quienes procede nuestra vida
- no fornicar y no desear el cónyuge del prójimo: respetar el ámbito propio
de la vida, la familia, y su fundamento, el matrimonio. Esto evita muchos
desórdenes sociales y personales.
- no robar y no codiciar los bienes ajenos: respetar los elementos
materiales necesarios para la vida
- no levantar falso testimonio ni mentir: no atentar contra la vida social,
parte imprescindible también de la vida del hombre.
De manera particular hemos de tener presente el quinto mandamiento: no
matar, es decir, respetar la vida propia y ajena en todos sus niveles
(físico, psíquico y espiritual): “La vida humana es sagrada, porque desde su
inicio es fruto de la acción creadora de Dios y permanece siempre en una
especial relación con el Creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la
vida desde su comienzo hasta su término…” (2258).
4 – Conclusión
No podemos extendernos en esto pero podemos sintetizar la enseñanza de este
día en decir sencillamente que es nuestro deber, para con toda persona
humana, trabajar para brindar aquello que le permita acceder a una vida cada
vez más plena, conscientes de que la vida humana implica el triple nivel
(físico, psíquico y espiritual), y atentos a no dejarnos atraer por los
espejismos y las ideologías que proponen falsas soluciones (como aborto,
eutanasia, etc. o rechazo de las fronteras bioéticas)
(MENGELLE, E., El camino del Espíritu, IVE Press, Nueva York, 2006. Todos
los derechos reservados)
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Aplicación: R.P. Gustavo Pascual, I.V.E. - El buen samaritano (Lc
10, 25-37)
En este domingo la liturgia nos enseña que la vida eterna se alcanza en el
amor al prójimo y que el cumplimiento de este mandamiento no es algo que sea
inalcanzable, porque está inscrito en nuestro interior.
Jesús nos ha revelado a Dios que es amor y nuestra vida religiosa consiste
en ir asemejándonos a la Imagen de Dios invisible, al Verbo Encarnado.
El Evangelio zanja la cuestión del problema sobre el principal mandamiento.
El principal mandamiento es doble: amor a Dios y al prójimo. Pero como el
letrado pregunta sobre el prójimo Jesús le enseña quién es el prójimo y le
muestra que quien ama al prójimo ama a Dios, mandándolo a cumplir el
mandamiento. “Si alguno dice: Amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un
mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios
a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios,
ame también a su hermano”[6].
A la pregunta del letrado sobre el prójimo Jesús le responde con una
parábola.
La parábola enseña que cumple el mandamiento quien tiene misericordia del
prójimo. El hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó estaba en un estado de
miseria. Necesitaba ayuda, pues, corría riesgo su vida. Dos personajes, un
sacerdote y un levita, lo ven y pasan de largo sin compadecerse del herido.
Son los hombres que primeramente debían dar ejemplo de cumplimiento de la
ley de la caridad[7]. Pasan de largo porque no consideran al hombre como
prójimo y por tanto no nace en ellos la compasión que es el primer
movimiento que nos lleva a subsanar las necesidades del necesitado. Pasan de
largo. No les interesa la miseria del hombre caído, están sumergidos en sus
propios problemas.
El samaritano, y Cristo busca el polo opuesto de los que debían ser los más
misericordiosos en Israel, que era considerado un hereje para los judíos
pasa a ser un modelo de caridad. Al pasar el samaritano y ver al hombre
caído, probablemente judío, “tuvo compasión”. Se estremecen sus entrañas al
ver la miseria del herido y se compadece porque lo siente próximo (prójimo)
aún sin conocerlo, es uno de su misma naturaleza, es un hombre como él, pero
en una situación grave de miseria. El samaritano se hace próximo y su
corazón asume la miseria del otro. Siente en sí mismo la miseria y usa de
misericordia curándolo y llevándolo a buen recaudo para que se salve.
Puede darse a veces compasión en nosotros y lamentarnos de la miseria ajena
pero no pasar de allí. Pudiendo subsanar la miseria no subsanarla y entonces
la compasión que es un buen comienzo porque nos pone próximos con el
miserable queda trunca sin la misericordia. Siempre será posible usar de
misericordia con el miserable aunque sea con la oración. Nosotros podemos
encontrarnos con situaciones de miseria insolubles a nuestras posibilidades
como puede ser una enfermedad o la muerte ante las cuales no podremos hacer
nada que directamente las solucione pero siempre habrá posibilidad de usar
misericordia con otros medios, por ejemplo por la oración, un buen consejo,
un llamado a la resignación, etc.
El samaritano se compadeció y uso de misericordia porque pudo hacerlo y
solucionó completamente la situación de miseria del hombre sufriente.
El samaritano es figura de Jesús, modelo de amor al prójimo. Jesús
compadecido de la miseria de los hombres se hizo próximo a los hombres por
su encarnación y asumió su miseria haciéndose miserable por los miserables y
usó de misericordia sacándonos de la miseria y sanando nuestras heridas.
La plenitud de la ley se centra en el amor al prójimo. El amor al prójimo se
manifiesta por las obras de misericordia. El Evangelio de hoy es un llamado
a ejercitar la misericordia con el prójimo para cumplir el mandamiento del
amor.
Muchas veces, nos puede ocurrir como al sacerdote y al levita. Estamos tan
metidos en nuestros asuntos que pasamos de largo ante la miseria del
prójimo. Usar de misericordia con el prójimo implicaría un compromiso y un
esfuerzo que no estamos dispuestos a cumplir. Nos preferimos a nosotros
mismos y a nuestras cosas.
También puede ocurrir que nos volvamos insensibles. Que no nos conmueva la
miseria del prójimo. De tanto pasar de largo ante la miseria que nos rodea
nos volvemos insensibles o indiferentes y perdemos esa reacción tan natural
y humana que es la compasión. Vemos a nuestros prójimos como lejanos incluso
a los que nos unen lazos de carne y sangre o a los que estamos unidos por un
lazo espiritual como sucede entre los cristianos.
Podemos compadecernos y lamentarnos de la miseria pero no hacer nada por
solucionarla y entonces la compasión no deja de ser un sentimiento natural
estéril.
Miremos a Jesús. ¡Cuánta compasión y misericordia ha tenido con nosotros!
Imitémoslo teniendo nosotros compasión con el prójimo. El prójimo es todo
hombre necesitado. No el que a nosotros nos guste o nos caiga bien, no con
el cual tengamos simpatía o nosotros consideremos miserable sino que debemos
tener misericordia con todos.
¡Cuánta miseria nos rodea y cuantas posibilidades se nos ofrecen para imitar
la misericordia de Jesús! Y el mandamiento está muy cercano. El hombre
naturalmente se compadece en su corazón de su semejante y su razón lo lleva
a la misericordia.
Hoy y siempre se nos llama a nosotros cristianos a practicar el mandamiento
del amor amando a nuestro prójimo. Es el antídoto a un mundo que se envenena
por el resentimiento y el egoísmo y donde el hombre desconoce al propio
hombre que vive a su lado.
Y Jesús, que es la imagen de Dios invisible, nos ha dado ejemplo de amor con
su propia vida. Él es la imagen de Dios amor[8] y nos llama a nosotros a
imitarlo.
Nosotros como cristianos tenemos una proximidad mayor por formar parte de un
mismo cuerpo que es la Iglesia, “nosotros, siendo muchos, no formamos más
que un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los unos miembros
de los otros”[9] y por eso tenemos que tener una gran compasión de unos por
otros, “si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es
honrado, todos los demás toman parte en su gozo”[10].
[1] Cuestión batallona. f. (coloq.) La muy reñida
y a la que se da mucha importancia (Diccionario de la Real Academia
Española).
[2] lazrar. (De lacerar). (intr. desus). Padecer
y sufrir trabajos y miserias (Diccionario de la Real Academia Española).
[3]Libro de los Muertos, ERE, V, 478.
[4] periclitar. (Del lat. periclitari). intr.
Peligrar, estar en peligro. || 2. Decaer, declinar (Diccionario de la Real
Academia Española).
[5] estabular. (Del lat. stabulare). tr. Meter y
guardar ganado en establos (Diccionario de la Real Academia Española).
[6] 1 Jn 4, 20-21
[7] Cf. Nota de Jsalén. a Lc 10, 33
[8] 1 Jn 4, 8
[9] Rm 12, 5
[10] 1 Co 12, 26
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Aplicación: S.S. Francisco p.p. El buen samaritano
El Evangelio de hoy —estamos en el capítulo 10 de Lucas— es la famosa
parábola del buen samaritano. ¿Quién era este hombre? Era una persona
cualquiera, que bajaba de Jerusalén hacia Jericó por el camino que
atravesaba el desierto de Judea. Poco antes, por ese camino, un hombre había
sido asaltado por bandidos, le robaron, golpearon y abandonaron medio
muerto.
Antes del samaritano pasó un sacerdote y un levita, es decir, dos personas
relacionadas con el culto del Templo del Señor. Vieron al pobrecillo, pero
siguieron su camino sin detenerse. En cambio, el samaritano, cuando vio a
ese hombre, «sintió compasión» (Lc 10, 33) dice el Evangelio. Se acercó, le
vendó las heridas, poniendo sobre ellas un poco de aceite y de vino; luego
lo cargó sobre su cabalgadura, lo llevó a un albergue y pagó el hospedaje
por él... En definitiva, se hizo cargo de él: es el ejemplo del amor al
prójimo.
Pero, ¿por qué Jesús elige a un samaritano como protagonista de la parábola?
Porque los samaritanos eran despreciados por los judíos, por las diversas
tradiciones religiosas. Sin embargo, Jesús muestra que el corazón de ese
samaritano es bueno y generoso y que —a diferencia del sacerdote y del
levita— él pone en práctica la voluntad de Dios, que quiere la misericordia
más que los sacrificios (cf. Mc 12, 33).
Dios siempre quiere la misericordia, y no la condena hacia todos. Quiere la
misericordia del corazón, porque Él es misericordioso y sabe comprender bien
nuestras miserias, nuestras dificultades y también nuestros pecados. A todos
nos da este corazón misericordioso. El Samaritano hace precisamente esto:
imita la misericordia de Dios, la misericordia hacia quien está necesitado.
(Basílica Vaticana, Domingo 7 de julio de 2013)
Benedicto XVI -
Maestro, ¿qué he de hacer?
El Evangelio de este domingo se abre con la pregunta que un doctor de la Ley
plantea a Jesús: «Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida
eterna?» (Lc 10, 25). Sabiéndole experto en Sagrada Escritura, el Señor
invita a aquel hombre a dar él mismo la respuesta, que de hecho este formula
perfectamente citando los dos mandamientos principales: amar a Dios con todo
el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas, y amar al prójimo
como a uno mismo. Entonces, el doctor de la Ley, casi para justificarse,
pregunta: «Y ¿quién es mi prójimo?» (Lc 10, 29).
Esta vez, Jesús responde con la célebre parábola del «buen samaritano» (cf.
Lc 10, 30-37), para indicar que nos corresponde a nosotros hacernos
«prójimos» de cualquiera que tenga necesidad de ayuda. El samaritano, en
efecto, se hace cargo de la situación de un desconocido a quien los
salteadores habían dejado medio muerto en el camino, mientras que un
sacerdote y un levita pasaron de largo, tal vez pensando que, al contacto
con la sangre, de acuerdo con un precepto, se contaminarían.
La parábola, por lo tanto, debe inducirnos a transformar nuestra mentalidad
según la lógica de Cristo, que es la lógica de la caridad: Dios es amor, y
darle culto significa servir a los hermanos con amor sincero y generoso.
Este relato del Evangelio ofrece el «criterio de medida», esto es, «la
universalidad del amor que se dirige al necesitado encontrado “casualmente”
(cf. Lc 10, 31), quienquiera que sea» (Deus caritas est, 25). Junto a esta
regla universal, existe también una exigencia específicamente eclesial: que
«en la Iglesia misma como familia, ninguno de sus miembros sufra por
encontrarse en necesidad». El programa del cristiano, aprendido de la
enseñanza de Jesús, es un «corazón que ve» dónde se necesita amor y actúa en
consecuencia (cf. ib, 31).
Confiemos a la Virgen María nuestro camino de fe y, en particular, este
tiempo de vacaciones, a fin de que nuestros corazones jamás pierdan de vista
la Palabra de Dios y a los hermanos en dificultad.
(Ángelus, Palacio Apostólico de Castelgandolfo, Domingo 11 de julio de 2010)
Aplicación: Directorio Homilético - Decimoquinto domingo del Tiempo
Ordinario C
CEC 299, 381: el hombre ha sido creado a imagen de Dios; el primogénito
CEC 1931-1933: el prójimo tiene que ser considerado como “otro yo”
CEC 2447: las obras de misericordia corporal
CEC 1465: en la celebración del Sacramento de la Penitencia el sacerdote es
como el buen Samaritano
CEC 203, 291, 331, 703: el Verbo y la creación, visible e invisible
299 Porque Dios crea con sabiduría, la creación está ordenada: "Tú todo lo
dispusiste con medida, número y peso" (Sb 11,20). Creada en y por el Verbo
eterno, "imagen del Dios invisible" (Col 1,15), la creación está destinada,
dirigida al hombre, imagen de Dios (cf. Gn 1,26), llamado a una relación
personal con Dios. Nuestra inteligencia, participando en la luz del
Entendimiento divino, puede entender lo que Dios nos dice por su creación
(cf. Sal 19,2-5), ciertamente no sin gran esfuerzo y en un espíritu de
humildad y de respeto ante el Creador y su obra (cf. Jb 42,3). Salida de la
bondad divina, la creación participa en esa bondad ("Y vio Dios que era
bueno...muy bueno": Gn 1,4.10.12.18.21.31). Porque la creación es querida
por Dios como un don dirigido al hombre, como una herencia que le es
destinada y confiada. La Iglesia ha debido, en repetidas ocasiones, defender
la bondad de la creación, comprendida la del mundo material (cf. DS 286;
455-463; 800; 1333; 3002).
381 El hombre es predestinado a reproducir la imagen del Hijo de Dios hecho
hombre -"imagen del Dios invisible" (Col 1,15)-, para que Cristo sea el
primogénito de una multitud de hermanos y de hermanas (cf. Ef 1,3-6; Rm
8,29).
1931 El respeto a la persona humana pasa por el respeto del principio: "que
cada uno, sin ninguna excepción, debe considerar al prójimo como 'otro yo',
cuidando, en primer lugar, de su vida y de los medios necesarios para
vivirla dignamente" (GS 27,1). Ninguna legislación podría por sí misma hacer
desaparecer los temores, los prejuicios, las actitudes de soberbia y de
egoísmo que obstaculizan el establecimiento de sociedades verdaderamente
fraternas. Estos comportamientos sólo cesan con la caridad que ve en cada
hombre un "prójimo", un hermano.
1932 El deber de hacerse prójimo de otro y de servirle activamente se hace
más acuciante todavía cuando éste está más necesitado en cualquier sector de
la vida humana. "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños,
a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).
1933 Este deber se extiende a los que no piensan ni actúan como nosotros. La
enseñanza de Cristo exige incluso el perdón de las ofensas. Extiende el
mandamiento del amor que es el de la nueva ley a todos los enemigos (cf Mt
5,43-44). La liberación en el espíritu del evangelio es incompatible con el
odio al enemigo en cuanto persona, pero no con el odio al mal que hace en
cuanto enemigo.
2447 Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales
ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (cf.
Is 58,6-7; Hb 13,3). Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras de
misericordia espiritual, como perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de
misericordia corporal consisten especialmente en dar de comer al hambriento,
dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a
los presos, enterrar a los muertos (cf Mt 25,31-46). Entre estas obras, la
limosna hecha a los pobres (cf Tb 4, 5-11; Si 17,22) es uno de los
principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de
justicia que agrada a Dios (cf Mt 6,2-4):
El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga
para comer que haga lo mismo (Lc 3,11). Dad más bien en limosna lo que
tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros (Lc 11,41). Si un
hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno
de vosotros les dice: "id en paz, calentaos o hartaos", pero no les dais lo
necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? (St 2,15-16; cf. 1 Jn 3,17).
1465 Cuando celebra el sacramento de la Penitencia, el sacerdote ejerce el
ministerio del Buen Pastor que busca la oveja perdida, el del Buen
Samaritano que cura las heridas, del Padre que espera al Hijo pródigo y lo
acoge a su vuelta, del justo Juez que no hace acepción de personas y cuyo
juicio es a la vez justo y misericordioso. En una palabra, el sacerdote es
el signo y el instrumento del amor misericordioso de Dios con el pecador.
203 A su pueblo Israel Dios se reveló dándole a conocer su Nombre. El nombre
expresa la esencia, la identidad de la persona y el sentido de su vida. Dios
tiene un nombre. No es una fuerza anónima. Comunicar su nombre es darse a
conocer a los otros. Es, en cierta manera, comunicarse a sí mismo haciéndose
accesible, capaz de ser más íntimamente conocido y de ser invocado
personalmente.
291 "En el principio existía el Verbo... y el Verbo era Dios...Todo fue
hecho por él y sin él nada ha sido hecho" (Jn 1,1-3). El Nuevo Testamento
revela que Dios creó todo por el Verbo Eterno, su Hijo amado. "En el fueron
creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra...todo fue creado por
él y para él, él existe con anterioridad a todo y todo tiene en él su
consistencia" (Col 1, 16-17). La fe de la Iglesia afirma también la acción
creadora del Espíritu Santo: él es el "dador de vida" (Símbolo de
Nicea-Constantinopla), "el Espíritu Creador" ("Veni, Creator Spiritus"), la
"Fuente de todo bien" (Liturgia bizantina, tropario de vísperas de
Pentecostés).
331 Cristo es el centro del mundo de los ángeles. Los ángeles le pertenecen:
"Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus
ángeles..." (Mt 25, 31). Le pertenecen porque fueron creados por y para E1:
"Porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra,
las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los
Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él" (Col 1, 16).
Le pertenecen más aún porque los ha hecho mensajeros de su designio de
salvación: "¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con la misión de
asistir a los que han de heredar la salvación?" (Hb 1, 14).
703 La Palabra de Dios y su Soplo están en el origen del ser y de la vida de
toda creatura (cf. Sal 33, 6; 104, 30; Gn 1, 2; 2, 7; Qo 3, 20-21; Ez 37,
10):
Es justo que el Espíritu Santo reine, santifique y anime la creación porque
es Dios consubstancial al Padre y al Hijo ... A El se le da el poder sobre
la vida, porque siendo Dios guarda la creación en el Padre por el Hijo
(Liturgia bizantina, Tropario de maitines, domingos del segundo modo).
EJEMPLOS
AMIGOS
Hace tiempo al estar en mi casa, siendo como las 11:00 de la noche, recibí
la llamada telefónica de un muy buen amigo mío. Me dio mucho gusto su
llamada y lo primero que me preguntó fue: ¿cómo estas? Y sin saber por qué
le contesté: "solísimo".
¿Quieres que platiquemos? Le respondí que sí y me dijo: ¿quieres que vaya a
tu casa? Y respondí que sí. Colgó el teléfono y en menos de quince minutos
él ya estaba tocando a mi puerta.
Yo empecé y hablé por horas y horas, de todo, de mi trabajo, de mi familia,
de mi novia, de mis deudas, y él atento siempre, me escuchó. Se nos hizo de
día, yo estaba totalmente cansado mentalmente, me había hecho mucho bien su
compañía y sobre todo que me escuchara y que me apoyara y me hiciera ver mis
errores, me sentía muy a gusto y cuando él notó que yo ya me encontraba
mejor, me dijo: bueno, pues me retiro tengo que ir a trabajar.
Yo me sorprendí y le dije: pero porque no me habías dicho que tenías que ir
a trabajar, mira la hora que es, no dormiste nada, te quité tu tiempo toda
la noche. Él sonrió y me dijo: no hay problema para eso estamos los amigos.
Yo me sentía cada vez más feliz y orgulloso de tener un amigo así.
Lo acompañé a la puerta de mi casa... y cuando él caminaba hacia su
automóvil le grité desde lejos: oye amigo, y a todo esto, ¿por qué llamaste
anoche tan tarde? El regresó y me dijo en voz baja es que te quería dar una
noticia...y le pregunté: ¿qué pasó? Y me dijo...fui al doctor y me dice que
mis días están contados, tengo un tumor cerebral, no se puede operar, y solo
me queda esperar... yo me quedé mudo...él me sonrió y me dijo: que tengas un
buen día amigo... se dio la vuelta y se fue...
Pasó un buen rato para cuando asimile la situación y me pregunté una y otra
vez, porque cuando él me preguntó ¿cómo estás? me olvidé de él y sólo hablé
de mí.
¿Cómo tuvo la fuerza de sonreírme, de darme ánimos, de decirme todo lo que
me dijo, estando él en esa situación?...esto es increíble... desde entonces
mi vida ha cambiado, suelo ser más crítico con mis problemas y suelo
disfrutar más de las cosas buenas de la vida, ahora aprovecho más el tiempo
con la gente que quiero.. por ejemplo él... todavía vive y procuro disfrutar
más el tiempo que convivimos y platicamos, sigo disfrutando de sus chistes,
de su locura, de su seriedad, de su sabiduría, de su temple, de mi amigo...
(Cortesía: iveargentina.org et alii)