Domingo 11 Tiempo Ordinario C - Iglesia del Hogar: en Familia, como Iglesia doméstica, preparamos la Acogida de la Palabra de Dios durante la celebración de la Misa dominical parroquial
Falta un dedo: Celebrarla
INTRODUCCIÓN A LAS LECTURAS DOMINICALES
Primera lectura: 2 Samuel 12, 7-10. 13
El adulterio cometido por David y la muerte de Urías, maquinado por el rey, a través de los tiempos han causado mucho escándalo en los lectores de las Sagradas Escrituras. Los acontecimientos, también los escandalosos, han sido escritos para nuestra corrección (1 Corintios 10, 11). David reconoce su culpa y, arrepentido, se somete al juicio de Dios. Al contemplar realidades de este tipo aprendemos reconocer nuestro propio pecado y aprendemos a arrepentirnos de él. Dios es misericordioso y por eso nos perdona: Salmos 31; 50; 129; Ezequiel 36, 25-32; Jonás capítulos 3 y 4; Sabiduría 11, 23-12, 2; 12, 19-22. Estos pasajes nos hablan del arrepentimiento del hombre y de la misericordia de Dios.
Segunda lectura: Gálatas 2, 16. 19-21
Estos versículos exponen la enseñanza central de la carta a los Gálatas: La justificación es concedida a los hombres por la fe en Cristo Jesús, no por la práctica de las obras de la ley. Al igual que San Pablo hemos muerto con Cristo (Romanos 6, 6-7) y nos hemos liberado de todo aquello que se limita a la mera justicia humana. Nuestra vida debe desarrollarse en la fe y en la que comunión personal con Dios: Mateo 26, 27-28; Juan 20, 19-23; Romanos 5, 1-11; Efesios 2, 4-5; Tito 3, 4-7.
Ante Dios todos somos deudores que no pueden pagar sus deudas, estamos en bancarrota. Jesús, por ser la manifestación del plan amoroso del Padre, es la plena comunión del perdón de los pecados. Los actos con los que Cristo comunica el perdón son los actos supremos de su amor (Mateo 26, 28; Marcos 14, 24; Lucas 23, 34; 1 Juan 1, 7). Anuncian la gran alegría del Padre al perdonar, porque en el perdón se expresa el amor (Lucas 15).
REFLEXIONEMOS
La maldad del pecado consiste en el quebrantamiento de un amor personal. Es una ofensa libremente cometida contra el amor humano y divino, que el hombre no puede reparar. Existen cuatro maneras de concebir el mal: Se le considera una mera imperfección en el proceso de la evolución (marxismo), o una actitud errónea que el hombre puede corregir por sus propias fuerzas (budismo), o simplemente una pura transgresión de la ley (Islam), o un perjuicio aplicado al hombre solamente (humanismo). Se experimenta la servidumbre y la impotencia y se siente al mismo tiempo la preocupación de superar la situación del mal. Es verdad, el pecado daña al hombre pero también es transgresión de una ley divina. Con todo, con ello no se ha dicho aún lo esencial: el pecado es la negación del amor a Dios y a los demás. De ahí que el hombre necesita de Cristo Salvador. No puede salvarse por sus propias fuerzas
Cuando entre dos personas se ha desarrollado una comprensión y comunión profundas, hasta el mínimo desvío de esta comunión es percibido como algo que daña la relación y la comunicación. Si no sentimos nada al cometer un pecado será tal vez que nunca en nuestro corazón ha habido un amor sincero a Dios. Con todo, todo hombre experimenta que el pecado destruye algo muy profundo. También llevamos en nuestro corazón, quizás inconscientemente, el deseo de salvación. Dios nos ama y su amor nunca se manifiesta tan claramente que cuando perdona. ¿Que esperamos para pedírselo?
Muchas veces tenemos miedo de confesarnos. ¿Que pensará el sacerdote? ¿Qué dirá? Esta es una actitud totalmente equivocada. El sacerdote está en el lugar de Cristo para perdonar nos los pecados. Ni a riesgo de perder la vida puede hablar de los pecados oídos en confesión. Y además, ya ha oído tantas confesiones que no le llama la atención. Lo más útil será que escogeremos a un sacerdote y nos confesemos siempre con él. Y puesto que nos llegará a conocer cada vez más nos podrá dar unos consejos muy atinados que ayudarán mucho. Uno puede confesarse también conversando con él. Te darás cuenta que pronto el miedo desaparecerá. Y siempre sentiremos paz y alegría después de habernos confesado porque Dios nos ha perdonado.
Justo antes de celebrar la eucaristía pedimos perdón por nuestros pecados para poder acercarnos a Dios. Pero también su Palabra, la misma Eucaristía tiene una fuerza purificadora porque nos acercan más y más a Dios eliminando todo lo que nos separa de él.
"Creado por Dios en la justicia, el hombre, sin embargo, por instigación del demonio, en el propio exordio de la historia, abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios. Conocieron a Dios, pero no lo glorificaron como a Dios. Descubrieron su estúpido corazón y prefirieron servir a la criatura, no al creador. Lo que la revelación divina nos dice coincide con la experiencia. El hombre, en efecto, cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y se siente anegado por muchos males, que no pueden tener origen en su santo Creador. Al negarse con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompe el hombre la debida subordinación a su fin último, y también a su ordenación tanto por lo que toca a su propia persona como a las relaciones con los demás y con el resto de la creación.
Es esto lo que explica la división íntima del hombre. Toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha, y, por cierto, dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas y más todavía, el hombre es incapaz de dominar con eficacia por sí solo los ataques del mal, hasta el punto de sentirse como aherrojado entre cadenas. Pero el Señor vino en persona para liberar y vigorizar al hombre, renovándole interiormente y expulsando al príncipe de este mundo (vea Juan 12, 13), que le retenía en la esclavitud del pecado. (Vaticano II, Iglesia en el mundo de hoy, n. 13).
Es una costumbre muy saludable si la familia regularmente se va a confesar. El ejemplo de los padres en este sentido es muy importante.
Confesión de nuestros días.
Dios justo y misericordioso, todo está abierto a tus ojos y nada es secreto para ti. Si decimos que no tenemos culpa, nos engañamos y no hay libertad en nosotros.
Por eso confesamos ante tu santidad:
Nos has llamado para que seamos ciudad sobre el monte que anuncie tu nombre en palabra y en obras. Tantas veces nos hemos callado cobardemente y nos hemos inclinado ante la mayoría que habla mal de Dios (cada vez se reza: Ten piedad, Señor).
Nos has llamado a la libertad de los hijos de Dios. Nos hemos sometido al dominio del hombre.
Nos has encargado de proteger la justicia y el derecho. Hemos acallado la voz de la conciencia y hemos obedecido a los hombres más que a Ti.
Nos has manifestado tu amor y tu bondad. Nosotros hemos mantenido la frialdad y el egoísmo.
Quisiste que seamos instrumentos tuyos que compartan tu calor y tu preocupación con todo el mundo. Hemos cerrado nuestro corazón ante el sufrimiento de los demás.
No hemos compartido nuestro pan con los hambrientos.
Hemos juzgado duramente a los demás, hemos hablado mal de ellos, hemos sido soberbios.
Nos hemos quejado amargamente de nuestra suerte, nos pareció que no la merecíamos, nos hemos revelado contra tu voluntad.
Nos hemos hundido en las preocupaciones diarias, nos hemos entregado a las pasiones, hemos pecado.
No supimos renunciar, hemos cedido al capricho, nos hemos entregado al consumismo.
Señor, si tú quieres, puedes salvarnos. Perdónanos nuestras deudas así como perdonamos a nuestros deudores; conviértenos hacia ti y danos nueva vida. Porque tú eres nuestro refugio.
LECTURAS DURANTE LA SEMANA
Lunes: I. 2 Corintios 6, 1-10; II. 1 Reyes 21, 1-16; Mateo 5, 38-42
Martes: I. 2 Corintios 8, 1-9; II. 1 Reyes 21, 17-29; Mateo 5, 43-48
Miércoles: I. 2 Corintios 9, 6-11; II. 1 Reyes 21, 6-14; Mateo 6, 1-6. 16-18
Jueves: I. 2 Corintios 11, 1-11; II. Sirácida 48, 1-14; Mateo 6, 7-15
Viernes: I. 2 Corintios 11, 18.21b-30; II. 2 Reyes 11, 1-4.9-18.20; Mateo 6, 19-23
Sábado: I. 2 Corintios 12,1-10; II. 2 Crónicas 24, 17-25; Mateo 6, 24-34.