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 Domingo 8 del Tiempo Ordinario C - Comentarios de Sabios y Santos: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical

 

Santos Padres: San Agustín - Evita las espinas, coge el fruto

Aplicación: JAVIER GAFO - ¿Cristianos perfectos?

Aplicación: LOUIS MONLOUBOU - La Misericordia

Aplicación: JAIME GRANE - Las Medidas

Comentario teológico: GASPAR MORA - El Guía

Aplicación: ADRIEN NOCENT - El Discípulo de Cristo

Aplicación: FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ - El Ciego

Aplicación:JOSE ANTONIO PAGOLA - LA CEGUERA DE LA CIENCIA

EJEMPLO

 

¿Cómo acoger la Palabra de Dios?

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

Los Comentarios a las Lecturas

Santos Padres: San Agustín - Evita las espinas, coge el fruto

Por tanto, si hasta los malos pueden decir cosas buenas, repliquemos ahora a Cristo y digámosle con la intención de aprender, no de despreciarle o molestarle: «Señor, si los malos pueden decir cosas buenas -razón por la cual nos amonestaste y nos mandaste que obráramos como ellos nos decían, pero no como ellos obraban-; si, pues, los malos pueden decir cosas buenas, ¿cómo dices en otro lugar: Hipócritas, cómo podéis hablar cosas buenas, siendo vosotros malos?» (Mt 12,34). Prestad atención a este asunto complicado, hasta verlo resuelto con su ayuda. De nuevo propongo la cuestión. Cristo dice: «Haced lo que ellos os dicen, mas no hagáis lo que ellos hacen, pues dicen, pero no hacen». ¿Por qué, sino porque hablan el bien y obran el mal? En consecuencia, debemos hacer lo que ellos nos dicen, y no debemos hacer lo que ellos hacen. Pero en otro lugar dice: ¿Acaso se cogen uvas de las zarzas o higos de los abrojos? A todo árbol se le conoce por su fruto (Lc 6,44). ¿Qué decir, pues? ¿Cómo hemos de obedecer? ¿Cómo hemos de entenderlo? Ved que son abrojos, que son zarzas. Hacedlo. Me mandas que coja uvas de las zarzas; en un texto me lo mandas y en otro me lo prohíbes, ¿cómo he de obedecer?

Escucha, comprende. Cuando digo: «Haced como os dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen», fíjate en lo que he dicho antes: Se han sentado en la cátedra de Moisés (Mt 23,3). Eso he dicho. Cuando dicen cosas buenas, no las dicen ellos, sino la cátedra de Moisés. Habla de cátedra en lugar de doctrina. No es que hable la cátedra, sino la doctrina de Moisés, que está presente en su memoria, pero no en sus obras. En cambio, cuando hablan ellos, es decir, cuando hablan de lo suyo, ¿qué oyen? ¿Cómo podéis hablar cosas buenas siendo vosotros malos?

Escuchad otra semejanza. No cojáis uvas de las zarzas, pues las zarzas nunca pueden producir uvas. Pero ¿no habéis advertido cómo, al crecer, el sarmiento de la vid llega al seto y se mezcla con las zarzas y en medio de ellas da su fruto y de ellas cuelgan sus racimos? Tienes hambre, pasas y ves el racimo colgar de las zarzas; no lo coges. Tienes hambre y quieres cogerlo; cógelo. Alarga tu mano con cuidado y cautela; evita las espinas, coge el fruto. Lo mismo has de hacer cuando un hombre malo o pésimo te presenta la doctrina de Cristo: escúchala, cógela, no la desprecies. Si es un hombre malo, las espinas son él mismo; si dice cosas buenas, se trata de un racimo que cuelga de las zarzas, pero no producido por ellas. Si tienes hambre, cógelo, pero estáte atento a las espinas. En efecto, si comienzas a imitar sus obras a la vez que lo escuchas de buen grado, has alargado tu mano sin cautela; te encontraste con las espinas antes de llegar al fruto. Sales herido, desgarrado; ya no te aprovecha el fruto de la uva, sino que te estorban las espinas que tienen raíz propia. Para no equivocarte, mira de dónde coges el fruto: alli está el sarmiento. Dirige tu mirada al sarmiento y advierte que pertenece a la vid, que brota de la vid, que crece desde la vid, pero que va a parar en medio de las zarzas. ¿Acaso la vid debe retirar sus sarmientos?

De idéntica manera, la doctrina de Cristo, al crecer y desarrollarse, se mezcló con árboles buenos y con zarzas malas. Tú observa de dónde procede el fruto, de dónde trae su origen lo que te alimenta y de dónde lo que te punza. A los ojos están mezcladas ambas cosas, pero la raíz las separa.

San Agustín Sermón 340 A, 10



Aplicación: JAVIER GAFO - ¿Cristianos perfectos?

Los verdaderos reformadores

S. Kierkegaard escribía que «nada ayuda mejor al hombre a tener paciencia, que pensar en sus momentos de impaciencia: ¿qué pasaría si Dios perdiese la paciencia conmigo?». Creo que esta frase del filósofo danés, que era también un hombre de profunda fe evangélica, constituye una magnífica aplicación del evangelio de hoy.

Los comentadores del fragmento del «sermón del llano» de Lucas, que hemos escuchado hoy, insisten en que sus frases deben entenderse en el contexto de las comunidades a las que el evangelista se dirige. En ellas debían existir algunos cristianos que se consideraban ya perfectos, una especie de «superdiscípulos», y que se dedicaban a adoctrinar a los demás y a convertirse en sus guías espirituales. Aquellos superdiscípulos debían caracterizarse por la convicción de que ya estaban convertidos del todo y que, por tanto, podían ser jueces de sus hermanos. En alguna manera se estaba repitiendo en ellos la tentación del fariseísmo, que acompaña con frecuencia a la religiosidad y que Jesús formula admirablemente en el relato de hoy y en la parábola del fariseo y del publicano. Jesús dice a aquellos discípulos "perfectos" que son guías ciegos que no pueden dirigir a nadie.

Lucas retoma el mensaje del domingo pasado que nos presentaba a un Dios generoso, que es bondadoso con todo hombre. Como lo comentábamos entonces, el que ha experimentado en su persona el amor incondicional y gratuito de Dios tiene que cambiar su corazón: ya no debería vivir su vida en clave del do ut des -"te doy para que tú también me des"-, sino sentirse llamado a dar generosamente, sin esperar respuesta. Incluso tiene que luchar para perdonar, para comprender y hasta para amar al enemigo, porque Dios también le ama. Hoy Lucas aplica esta misma idea al interior de nuestra propia comunidad, en la que siempre existe el peligro que experimentó el evangelista entre los primeros creyentes: la de sentirse ya en la verdad y la perfección e incurrir en la dureza en contra de los otros. Erasmo de Rotterdam decía muy gráficamente, en una época histórica marcada por la necesidad urgente de reforma en la Iglesia: "Yo veo muchos Luteros, pero verdaderamente evangélicos, ninguno o muy pocos». Yo no sé si en la época actual acontece lo mismo, pero no es infrecuente que nos consideremos que estamos en la plena y absoluta verdad y que podemos enjuiciar las motas o las vigas que existen en aquellos sectores de la Iglesia que son distintos de los nuestros. Y creo que tenemos que reconocer, honesta y humildemente, que no hacemos el mismo esfuerzo para preguntarnos hasta qué punto nos comprometemos para ser verdaderamente evangélicos, es decir, para que la persona y el mensaje de Jesús marquen nuestra vida. En esta misma línea Bernard Shaw decía también que "los mejores reformadores que conoce el mundo son aquellos que comienzan por reformarse a sí mismos".

Y lo mismo puede decirse de nuestras relaciones humanas. El texto de Jesús refleja esa honda sabiduría popular que expresa de forma muy gráfica la verdad del corazón humano: vemos fácilmente los defectos ajenos y, por el contrario, somos gravemente miopes para los propios. Probablemente todos podemos citar ejemplos de personas a las que les hemos visto enjuiciar muy duramente los defectos de los otros, sin darse cuenta de que ellos mismos incurrían en otros defectos no menores..., e incluso en los mismos que estaban echando en cara al prójimo. ¿Nos hemos detenido a preguntarnos si no nos sucede a nosotros lo mismo? Porque en este tema se puede hasta rizar el rizo y afirmar que a fulanito le pega muy bien la parábola de Jesús.... cuando en realidad la puedo aplicar también, y hasta mucho más, a mí mismo.

Jesús, sin embargo, en este texto va más allá de esa sabiduría popular. Porque no se trata de revolcar dialécticamente al que es meticuloso a la hora de ver los defectos ajenos pero tiene enormes tragaderas para los propios. A Jesús no le interesa tanto la ponderación de si lo que yo tengo en mi ojo es una viga o una mota, mayor o menor que la que existe en el ojo del hermano. Jesús dice que hay que sacar primero la viga del propio ojo, porque «entonces verás claro y podrás sacar la mota del ajeno».

Podemos decir que a Jesús no le interesan las comparaciones entre vigas y motas. sino cómo nos podemos ayudar los unos a los otros para que nuestros ojos y nuestro corazón sean más claros, más bondadosos y estén más en la verdad. De alguna manera se está expresando aquí la bienaventuranza de los limpios de corazón, que hemos aplicado sesgadamente al tema de la castidad y que, en realidad tiene un contenido más amplio: son dichosos el corazón y los ojos limpios que saben ver la verdad y la autenticidad que existen en los demás y en mí mismo.

Así se explica que inmediatamente después Jesús pase a hablar de la bondad que se almacena en el corazón. No le interesan al maestro los mecanismos psicológicos en virtud de los cuales nuestras pupilas son muy sensibles para ver los defectos ajenos y muy miopes para ver los propios. Para Jesús el problema no está en la vista, ni en la boca que expresa lo que ven los ojos; para Jesús el problema está en el corazón. Jesús se distancia así también del texto de la primera lectura, para el que lo importante en el hombre era el buen razonar o el buen hablar; para Jesús lo realmente importante es el buen sentir, el buen amar. Es el corazón el que hay que cambiar; como decía H. Bergson, lo que se necesita es un "plus de corazón". Ahí está el verdadero problema y el auténtico reto que nos plantea el evangelio de hoy.

«Sed buenos del todo, como es bueno del todo vuestro Padre del cielo», así decía el sermón de la montaña; «sed generosos como vuestro Padre es generoso», dice el sermón del llano. Ahí está el camino. Hay que imitar a un Dios que ama al hombre siempre, por encima y más allá de sus méritos y sus deméritos. Hay que cambiar nuestro corazón tan marcado por sus complejos, sus envidias, sus inseguridades y nuestro deseo de autoafirmación, por un corazón limpio y bueno del todo, como es bueno del todo el corazón del Padre Dios.

Karl Rahner tiene una humilde y sentida oración: «Mira, Señor, ahí está el otro, con el que no me entiendo. Él te pertenece; tú le has creado. Si tú no le has querido así, al menos le has dejado ser como es. Mira, Dios mío, si tú le soportas, le quiero yo aguantar y soportar, como tú me soportas y aguantas». Es también una referencia a la paciencia de Dios con el otro, que empalma con la consideración sobre la paciencia de Dios conmigo, que expresaba Kierkegaard. Es un primer paso y muy importante, pero creo que no se trata sólo de paciencia; está sobre todo el «plus del corazón», el «plus del amor».

Hoy humildemente, con la misma humildad de la oración de K. Rahner, pedimos al Señor que nos vaya cambiando el corazón, que nos lo vaya haciendo «bueno del todo», como es el corazón de Dios. «Entonces verás claro»: entonces podrás ver con amor la mota o la viga, la verdad de tu hermano.

JAVIER GAFO DIOS A LA VISTA Homilías ciclo C Madris 1994.Pág. 227 ss.



Aplicación: LOUIS MONLOUBOU - La Misericordia

PERDON

El comentario del evangelio abarca desde el v.36 al v.45. Y el tema es, por lo tanto, la práctica de la misericordia. La idea de las faltas que los cristianos podrían reprocharse unos a otros no se expresa claramente. El evangelista parece tener una pretensión genérica; piensa en todas las faltas que pueden turbar la vida de una comunidad cristiana, e invita a practicar, a este respecto, el perdón fraterno.

El motivo de este perdón se halla en la actitud de Dios: de "vuestro Padre", precisa Jesús. Puesto que el Padre es misericordioso, los discípulos de Jesús, que son sus hijos, deben parecérsele, proceder a su manera, ser misericordiosos como El.

La misericordia, necesaria consecuencia de la cualidad de "hijos", se impone a los cristianos por un segundo motivo: por ser ellos los beneficiarios del perdón divino. ¿Cómo, siendo ellos perdonados, podrían proceder con el prójimo de forma distinta que con misericordia?.

Tanto más cuanto que el Reino de Dios no utiliza dos pesos y dos medidas. Cada cual pasa por la misma medida que ha impuesto a los demás. El don que cada cual recibe es proporcionado al que él ha hecho a su prójimo. El juicio que nos introduce en el Reino está previamente configurado por la forma en que tratemos a los demás.

Con el v.39: "Les añadió una parábola", Lucas parece querer interesarse por una categoría de personas difícil de captar. Son sus mismos discípulos, pero que se las dan de doctos, hasta el punto de pretender de una u otra forma "ser más que el Maestro". Tienen o se atribuyen una función de "guías". Pues bien, quienesquiera que sean, si estos "guías", oficiales o pretendidos, ignoran la exigencia primordial que brota del Evangelio: el don gratuito, la misericordia, pálida imitación del don que Dios hace a los hombres en Jesucristo (cf. 4,18-22), si pretenden imponer a la comunidad exigencias que el maestro-Jesús no ha dicho (ver 1 Co 4,6), se declaran malos discípulos; siendo ciegos, no pueden menos de llevar al fracaso a una comunidad que se dejara cegar con su enseñanza (ver Hech 11,17; 15,9-11; 20,29s).

Que estos super-discípulos empiecen, además, por examinar su propia vida (Hech 15,10b), por caer en la cuenta de la viga que hay en sus ojos antes de prestar una atención tan ceñuda a la paja que hay en los del prójimo. Que estos jefes exigentes reconozcan sus propias debilidades.

Sucede con tales maestros lo que con los árboles; si son buenos o malos, sus frutos serán indefectiblemente buenos o malos. De unos discípulos que no estén verdaderamente penetrados del auténtico espíritu evangélico, que es el de la gracia, no hay que esperar ningún fruto, ninguna sugerencia capaz de mejorar la vida de la comunidad haciéndola progresar en la práctica del Evangelio. Porque el hombre actúa en función de lo que en realidad es; aunque utilice algún truco disimulador, sus actos y sus palabras son el reflejo exacto de lo que es en lo más profundo de sí mismo. El que no tiene el espíritu del Evangelio no puede decir palabras evangélicas.

Estas reflexiones de Lucas, unidas, si se quiere, a las del Sirácida, pueden iluminar a las comunidades cristianas de hoy. La Iglesia debe su existencia al don gratuito de Dios; está, pues, sometida a una regla primordial: vivir con respecto a todos de una manera que esté realmente inspirada por el don, por la gratuidad, por la misericordia. Si hay quienes encarecen, conscientemente o no, una conducta que no esté en la línea de esta misericordia, no pueden ser oídos. Están en contradicción consigo mismos. No hay nada que esperar de personas que no han asimilado el mensaje evangélico y que no saben decir, por ello, sino pensamientos que le son contrarios.

De momento, el autor no añade más. Sólo más adelante, en su libro, dará ejemplos. La actitud de Jesús con el centurión pagano y después con la pecadora es un ejemplo de esta "gracia" inaudita ofrecida por el Evangelio, gracia que Juan Bautista y su entorno tienen dificultad en comprender. En fin, las parábolas de la misericordia (cap. 15) son descripciones metafóricas del espíritu que las comunidades cristianas deben practicar. Vivir realmente de la gracia, del don gratuito, no es cosa fácil; las vacilaciones del Bautista, las tergiversaciones de las gentes de "esta generación" (7, 31-35), el rechazo de los fariseos (15, 1s) son buena prueba de ello. Y no son necesariamente los que más hablan de ello quienes saben mejor lo que han aportado de nuevo "las palabras de gracia que salían de la boca de Jesús".

LOUIS MONLOUBOU -LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE LUCAS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág 162


Aplicación: JAUME GRANE - Las Medidas

-Utilizamos medidas diferentes

En las parroquias comprobamos muy a menudo que se utilizan medidas diferentes para juzgar a las personas: cuando nos referimos al sacerdote, siempre le criticamos por lo que no hace y que nosotros creemos que debería hacer (que es casi toda la acción pastoral); cuando hablamos de los políticos o sindicalistas (que trabajan, a pesar de sus limitaciones, al servicio de los demás) les dejamos verdes; cuando hablamos del compañero de trabajo, de la vecina o de la suegra... no hace falta decir más. Pero cuando hemos de hablar de nosotros mismos, entonces no tenemos gran cosa de que convertirnos, porque no mato, no robo, y de vez en cuando hago una visita relámpago a mis padres, a mis abuelos...

Pues bien, el Evangelio de hoy nos invita a la autocrítica: si no soy capaz de ver la viga que tengo en mi ojo, ¿cómo podré ver la mota que tiene el vecino en el suyo? Es un signo claro de que soy muy miope y, por tanto, no puedo dar recetas a los demás, porque, como dice Jesús: "Si un ciego guía a otro ciego, caerán ambos en el mismo hoyo".

No podemos ponernos, pues, a hacer de maestros de los demás si aún no hemos aprendido a tomarnos en serio a Jesús, nuestro Maestro indiscutible. Porque sólo cuando estemos formados en la espiritualidad evangélica, podremos parecernos un poco al Maestro y dar un ejemplo y, quizá, un pequeño consejo.

-Jesús no tolera la hipocresía

Ya habréis oído explicar alguna vez que "hipócrita" es una palabra de origen griego que quiere decir "actor". Por eso llamamos hipócritas a todas aquellas personas que hablan o dicen cosas que están muy alejadas de su sentir. Según Isaías, Dios ya echaba en cara la hipocresía a su pueblo, diciéndole: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí".

Años más tarde, Jesús diría: "Obran para ser bien vistos de la gente". Se trata, por tanto, de una herida que el pecado provocó en el hombre desde los primeros tiempos, y que difícilmente podemos curar del todo. Pero, precisamente porque esta herida no está aún cerrada, hemos de tener cuidado que no nos provoque la ofuscación, porque este es el drama a que conduce la hipocresía. Estamos convencidos de haber descubierto con toda claridad el mal de los demás, cuando, de hecho, no tenemos ni la suficiente vista para vislumbrar el nuestro. Por eso Jesús dirá: "Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís que véis, vuestro pecado persiste".

-La boca habla de lo que rebosa el corazón

Siempre hemos escuchado que Jesús, según el evangelio de Mateo, ataca duramente a los escribas y fariseos porque son hipócritas. Y, si no fuera porque no hay costumbre, le aplaudiríamos bien fuerte. Pero hoy, continuando la versión de Lucas, nos encontramos con que Jesús dirige estas mismas palabras a sus discípulos, es decir, a cada uno de nosotros: "¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano".

Por eso, hoy, al meditar el evangelio tenemos que hacer, más que en otras ocasiones, un esfuerzo de sinceridad en nuestro interior para juzgarme a mí mismo, sin pensar ni siquiera un momento que eso va por aquél o aquel otro, y, así, el Señor no nos juzgará y le ahorraremos trabajo.

Probablemente podremos descubrir que, cuando juzgamos con dureza a los demás, el olvido de nuestra debilidad y pecado es lo que nos hace arrojar la primera piedra en su contra. Y descubriremos también que somos mucho más ágiles para acusar, que creativos para ayudar. Y tendremos que reconocer que, de hecho, hemos sacado lo que llevábamos dentro: agresividad, frustración, y desamor; aunque los arropáramos con un rostro radiante. ¡No nos engañemos! Escuchemos a Jesús con toda sinceridad: "No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano".

-En comunión con el Señor no trabajamos en vano

El domingo próximo iniciaremos todos juntos la Cuaresma. Será un tiempo favorable para iniciar un proceso de conversión, injertándonos en la Viña, que es Jesucristo, para mejorar nuestra calidad. Así, muy unidos a él, podremos hacer avanzar la obra del Evangelio; porque los demás, que ya habrán dejado de ser adversarios nuestros, se habrán convertido para nosotros en invitados del reino a quienes llevamos con gozo la invitación.

JAUME GRANE MISA DOMINICAL 1992, 3




Comentario teológico: GASPAR MORA - El Guía

REFLEXIÓN BIBLICO-TEOLOGICA

1.-El fragmento evangélico de hoy tiene una primera parte dedicada a dos aspectos importantes de la relación entre los miembros de la comunidad cristiana: la guía y la corrección; y los aborda no haciendo teología de ellos, sino precisamente poniendo de relieve la limitación de los pretendidos "guías" y "correctores". Son palabras llenas de cordura, que llaman a la conciencia del propio pecado en la relación con los demás, incluso con un acento irónico sobre la ridiculez de ciertas situaciones.

2.-"¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?". Mateo lo atribuye a las pretensiones de escribas y fariseos; Lucas lo aplica a las pretensiones de los miembros de la comunidad que se erigen en maestros. "Sólo una vez formado" el discípulo puede actuar como maestro. Y uno de los aspectos básicos de aquella formación es la conciencia de que uno todavía está muy lejos de poder presentarse como maestro. La formación de un ciego tiene que ir abriéndole a la luz siempre inaccesible del misterio de Dios y de la vida humana en El, de manera que cuando hable como maestro haya aprendido a hacerlo no con palabras de seguridad pedante, sino con sencillez y temblor.

Eso, que vale en la relación entre los miembros de la comunidad, vale también con los de fuera de ella. Y lo que vale para los "maestros" en la comunidad cristiana, vale también para toda la comunidad, para la Iglesia "maestra". El Vaticano II dijo ya que el "magisterio de la Iglesia no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio, enseñando solamente lo que le ha sido confiado... la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad" (Dei Verbum 10). La actitud sencilla ante la luz, que al mismo tiempo la expone y la busca, más que la seguridad dominadora de la Verdad, es al mismo tiempo la actitud más fiel a la Palabra del Señor y más eficaz ante los hombres de hoy.

3.-"¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo...". El segundo aspecto es el de la corrección. Y también aquí Jesús pone de relieve la esencial limitación de todos los que pretenden corregir a los hermanos, tarea, por otro lado, buena y necesaria. Todos llevamos el ojo tapado por la viga correspondiente porque nadie puede pretender estar limpio de culpa. Sólo la actitud sencilla del que se esfuerza por corregir sus propias limitaciones es apta para acercarse al hermano y proponerle su corrección. La actitud del que acusa y condena demostrando con vehemencia el error y el pecado del otro acaba siendo ineficaz porque provoca que el otro le pase factura de sus propios pecados, algo nada difícil de conseguir.

Eso que vale en la relación individual, vale también en la institucional. Es buena la denuncia de los males personales y sociales, pero hay que hacerla buscando realmente el bien de todos y no olvidando la propia debilidad. De otro modo la denuncia puede ser ineficaz, y la propia situación puede llegar a ser incluso ridícula. También aquí el Evangelio, precisamente porque parte de la delicada experiencia del Dios vivo, llega a manifestaciones de sensibilidad humana extrema.

4.-Los dos temas anteriores -guía y corrección- tratados con perspectiva de cordura evangélica, conducen a una visión más global del hombre y su coherencia: "Cada árbol se conoce por sus frutos". Aquí el evangelio ya no da consejos, simplemente constata. La falsa situación del que pretende enseñar siendo ciego y del que pretende corregir con el ojo cargado de vigas, lleva al evangelio a descubrir al hombre su propia realidad. Eso forma parte también de la "revelación". Cada hombre vale lo que vale su corazón, y el corazón aparece en lo que habla la boca y en los frutos de la vida.

5.-En todo el pasaje evangélico que leemos hoy no aparece el término "Dios" ni alusiones a la fidelidad espiritual o al premio eterno. Todo el fragmento está empapado de sensibilidad humana, de experiencia vivida, de valoración del "corazón". No basta con pensar que las motivaciones trascendentes aparecen en otros pasajes evangélicos. En no pocas ocasiones las palabras de Jesús tienen argumentaciones como las de hoy: respecto al sábado (Mc 2, 23-28), respecto a las riquezas (Lc 12, 13-21), respecto a la sinceridad (Mt 5, 36-37), incluso con respecto al juicio último (Mt 25, 31-46). Hay que profundizar el mismo sentido de la creación y la encarnación. Por un lado, el conocimiento íntimo, filial del Dios vivo que ama y salva a los hombres, lleva a Jesús a la experiencia delicada del verdadero bien del hombre; y lo que es más importante, la vida humana llevaba con fidelidad, valorando el corazón limpio, la coherencia y la sinceridad en la relación con los demás, es ya una íntima fidelidad a la obra del Espíritu que lleva al hombre a la plenitud.

APLICACIONES

1.-Reflexionar sobre la actitud del que enseña, mostrando al mismo tiempo la verdad y buscándola.

2.-Ayudar a encontrar la actitud adecuada del que corrige, denuncia, acusa, riñe...; debe reconocer con sinceridad los propios pecados y tender a superarlos, y corregir o denunciar con el lenguaje que corresponde a aquel reconocimiento.

3.-Valoración de lo que realmente cuenta en cada persona, que es el corazón; el cual se manifiesta básicamente en la manera de vivir, en las obras, en los frutos del árbol.

4.-Acompañar hacia la comprensión evangélica del comportamiento humano "juicioso", que tiene en su raíz la experiencia del Dios vivo que ama al hombre y lo conoce tal como es.

GASPAR MORA MISA DOMINICAL 1992, 3


Aplicación: ADRIEN NOCENT - El Discípulo de Crisito

-El verdadero discípulo (Lc 6, 39-45)

Una vez más, la proclamación litúrgica del evangelio debe llevarnos a elegir aquí, dentro de la complejidad de su enseñanza, el aspecto evidenciado por la primera lectura. Se trata ante todo de la palabra que sale de la boca del hombre y que descubre lo que él es: al verdadero discípulo de Jesús se le reconocerá lo mismo en sus palabras que en sus obras. En la primera lectura, se señala como criterio para juzgar sobre la personalidad de un hombre, la palabra que sale de su boca.

Las palabras de Jesús acerca de la abundancia del corazón, no pueden considerarse moralizantes. Se trata más bien de la "ontología" del discípulo. Si el discípulo es realmente lo que es, si está revestido de Cristo, si recibió la unción del bautizado, la unción del Espíritu, lo que diga le manifestará. Al árbol se le juzgará por sus frutos. Así está unida a su bautismo la persona entera de un bautizado y no sólo, según un lenguaje demasiado utilizado aún, "su alma". Así, pues, el cristiano con toda su personalidad está comprometido en lo que ha llegado a ser por el bautismo y por su pertenencia a Cristo.

No quiere esto decir que el cristiano deba estar cerrado sobre sí mismo. Sino que hay concepciones a las que no puede adherirse. Esta exclusividad no viene del exterior, sino su mismo "ser cristiano" confina al bautizado dentro de los límites del Cuerpo de Cristo. Consiguientemente, el cristiano, al vivir en el mundo, no podrá seguir todas las direcciones que "el mundo" sigue. Incluso habrá compromisos políticos que deberá abstenerse de contraer, y no por motivos de disciplina externa, sino porque una equilibrada prudencia -la que procede de la sabiduría de Dios- le ordena no comprometer el Cuerpo de Cristo al que pertenece, sin que la Iglesia se lo aconseje o reconozca que es útil hacerlo.

El cristiano no puede por menos de hablar cristianamente, y no siempre le resulta fácil al individuo juzgar por sí mismo si lo que quisiera decir está de acuerdo con el pensamiento cristiano. En ese caso, deberá tener humildad para pedir consejo, y no por motivos de disciplina sino por respeto a lo que él mismo es: se le juzgará, y con él a la Iglesia, por sus palabras; se juzgará al árbol por sus frutos.

Quizás sea artificial relacionar el dicho de esta proclamación evangélica con lo que acabamos de decir: no puede un ciego guiar a otro ciego. Un día es un hombre que asume una responsabilidad. Esto no es para todos, y así no es imposible que san Lucas apunte aquí a ciertos profetas peligrosos, faltos de cualidades para dirigir a los demás. Recuerda entonces la sumisión al Maestro. Si aquí san Lucas piensa sin duda en Jesús, nosotros debemos pensar en la Iglesia y en su magisterio, aunque a veces puedan sufrirse quizá retrasos, incomprensiones y falta de apertura. Si el discípulo formula doctrinas que no son las de la Iglesia y sí muy arriesgadas, su boca habla de lo que abunda en su corazón, y el que habla no es ya el que fue incorporado a Cristo por el bautismo, sino el orgullo. Esto puede parecer retrógrado, y no todos lo aceptarán. No se trata, sin duda, de canonizar toda represión y toda condena; sin embargo, preclaros ejemplos de sumisión a la Iglesia han hecho que quedara claro lo que es ser discípulo. Quienes pudieron someterse así, con humildad, a lo que se les ordena, llegaron muy a menudo a alcanzar un nivel de santidad, e incluso cierto renombre humano, que confunde a los que se rebelan, la mayoría de los cuales acaban hundiéndose en la inutilidad de una vida colmada de amargura.

El discípulo no puede tampoco formular críticas ni juicios severos sobre su prójimo. También aquí habla la boca de lo que abunda eN el corazón. No se puede, sin incurrir en orgullo, criticar así, ni juzgar duramente a los demás dejando de adoptar la actitud de misericordia y de perdón, que es la de Dios y la de Jesús y que consiguientemente ha de ser la del discípulo. El calificativo "hipócritas" es severo, incluso ofensivo. Sin embargo, no tiene exactamente el sentido que le damos en nuestro lenguaje de hoy. Para nosotros esta palabra significa la voluntad de disimular, bajo una actitud muy estudiada, el propio pensamiento y la propia manera de ser, para ostentar otros distintos. Aquí, y éste es el sentido que le da la palabra hebrea, "hipócrita" significa el que se aleja de Dios por no ser capaz de distinguir lo verdadero. De hecho, Cristo emplea esta expresión en otros casos con este mismo sentido. Por ejemplo, cuando la gente se muestra incapaz de distinguir los signos de los tiempos, Jesús les trata de hipócritas, es decir, de gente ciega e incapaz de juzgar, apartándose así de los planes de Dios (Lc 12, 56).

Estas sentencias de Jesús reunidas aquí, sin duda fueron dichas por él en diferentes momentos. En la mente de san Lucas debían de tener entre ellas alguna relación que no siempre nos es fácil descubrir.

Así pues, la enseñanza de este domingo sigue siendo más importante que nunca: al discípulo se le reconoce por su actitud.

-Palabras y sentimientos del corazón (Eclo 27, 4-7)

Este texto, severo y exquisito a la vez, determina el ángulo desde el que hay que leer el evangelio de este día. "No alabes a nadie antes de que razone, porque ésa es la prueba del hombre". En tres imágenes nos da Ben Sirá los criterios que nos permiten juzgar a un hombre por sus declaraciones: -la criba y los desechos que en ella quedan; así la palabra de un hombre deja ver su faceta; -el horno que pone a prueba las vasijas del alfarero; así la forma de razonar prueba al hombre; -el árbol y sus frutos; así la palabra pone al descubierto los sentimientos del hombre. Este último ejemplo lo oímos en el evangelio de Lucas. La palabra del discípulo descubre lo que es.

El discípulo de Cristo ha de tener, por lo tanto, su propia manera de ser: la de un bautizado, que se ha revestido de Cristo. Todo lo que dice, como todo lo que hace, le compromete a él y compromete también a Cristo y a la Iglesia. Estando en el mundo, formamos parte de una creación nueva. Sin embargo ni por un instante podemos desinteresarnos del mundo ni retirarnos a nuestra casa para estar seguros de que respondemos perfectamente a lo que somos. Al contrario, si somos conscientes de lo que somos, nos sentiremos en la obligación de ponernos cada vez más al servicio del mundo. Esto exige que el discípulo sea lo que debe, y que su palabra no sea nunca políticamente diplomática sino la de quien se ha convertido en mensajero de Dios.

ADRIEN NOCENT - EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5 -TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34 SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 159-162



Aplicación: FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ - El Ciego

1. Un ciego no puede guiar a otro ciego

Es evidente que un ciego no puede guiar a otro ciego, ni es normal que lo intente. Pero Jesús se refiere a otra clase de ciegos: a aquellos que no ven los acontecimientos ni las personas con la mirada de Dios y pretenden hablar en su lugar. Son los fariseos los principales destinatarios de sus palabras, al estar seguros de la verdad de su doctrina y de su vida, cuando la realidad era muy distinta. Pretenden estar por encima del maestro cuando aún no han comenzado el aprendizaje, ni lo intentan. ¡Cuánto ciego en nuestro mundo pretendiendo conducir a la humanidad hacia un futuro mejor, cegados por el propio egoísmo personal o nacional; cegados por la técnica, por la ciencia mal interpretada o por la propia valía; cegados por el dios construido a la medida de su mediocridad!...

2. La "mota" y la "viga":

Todos tenemos el riesgo de usar dos medidas al interpretar las propias acciones y las del prójimo: una para nosotros mismos y otra muy distinta para los demás. Quizá podamos añadir una tercera, intermedia, para juzgar a las personas que nos "caen" bien. Riesgo que podemos evitar si tratamos de comenzar la crítica por nosotros mismos, condición indispensable para ver con más claridad y valorar con mayor justicia los acontecimientos que nos rodean. Este peligro es ilustrado con la imagen de la "mota" y la "viga".

Son también los fariseos los principales destinatarios de esta comparación, al considerarse a sí mismos como hombres justos y despreciar a los demás (Lc 18,9). Frente a ellos, Jesús nos expone su actitud de amor y de justicia ante las obras realizadas por los otros.

Es posible que Jesús tomara el dicho del medio ambiente, al ser un proverbio muy del gusto oriental y, a la vez, muy pedagógico. Podemos descubrir en su pensamiento un doble matiz: el primero es ver la "mota" en el ojo ajeno teniendo una "viga" en el propio; y el segundo es no sólo ver, sino ofrecerse a "quitar" la "mota" en el ojo del otro, dejando la "viga" en el propio.

Jesús nos indica la total ausencia de decoro en el que procede de esta manera. Si el que así actúa tuviese un verdadero interés por erradicar el mal, ¿no debería comenzar por sí mismo? El que se preocupa de verdad por descubrir sus propias faltas, no se atreverá impunemente a juzgar las ajenas, y mucho menos a ofrecerse a suprimir el mal en los demás. Es verdad que para practicar la corrección fraterna, tan encarecidamente recomendada por Jesús (Mt 18,15-17), no es necesario ser perfecto -¿quién podría practicarla?-, pero sí ser honrado y trabajar por ser fiel a los propios ideales. ¿Cómo ver con objetividad teniendo nuestra vista obstruida por una "viga"? Es necesario suprimir primero nuestra propia ceguera antes de atender a la de los demás.

Jesús llama "¡Hipócrita!" al que obra así. ¿No habrá dentro de cada uno de nosotros un pequeño o grande "fariseo"? ¡Qué importante sería que lo reflexionáramos! ¡Cuánto daño hizo la actitud farisea al pueblo de Israel, que los tenía como a sus verdaderos dirigentes religiosos!

3. El "árbol" se conoce por sus "frutos"

De nuevo Jesús dedica esta comparación a los fariseos, calificados como falsos profetas (Mt 7,15). Nos previene contra los que se presentan como rectores espirituales del pueblo, poniendo al descubierto ese falso aspecto inofensivo y austero que toman para ser aceptados por el pueblo.

No sólo nos previene teóricamente, sino que nos da también una norma infalible para distinguir a los verdaderos dirigentes de los falsos: los conoceréis "por su fruto". Lo mismo para distinguir a unos hombres de otros. El hombre bueno da frutos buenos. Los fariseos no eran árboles buenos. Jesús dejará crudamente al descubierto su hipocresía en uno de los capítulos más duros de los evangelios (Mt 23,1-33). Es verdad que tenían una misión legítima en Israel, y que Jesús reconoce (Mt 23,3) a la vez que nos invita a no imitarlos en su vida. No sólo su vida privada dejaba mucho que desear, sino que además tenían asfixiada la vida religiosa del pueblo al haber transformado la religión en una práctica materialista, formulista y ostentosa... al servicio de sus intereses económicos y de prestigio.

El único verdadero control contra los pseudoprofetas son los frutos del amor, explicitados en las bienaventuranzas (Mt 5,3-12). No basta presentarse con austeridad y con una vida espiritual profunda, que puede ser hipocresía; ni con mucho celo, que puede ser soberbia calculada; ni obrar prodigios, que pueden ser fraudes, como el mismo Jesús lo indica en su discurso escatológico (Mt 24,24); ni hablar mucho de Dios, que puede ser falsedad (Mt 7,21).

Aunque el aviso de Jesús nos previene contra la conducta demoledora de los fariseos, en su falsear el sentido genuino de la ley y los profetas impidiendo su penetración en el pueblo, sus palabras siempre debemos aplicarlas en una perspectiva universal. Prefiero resistir la tentación de sacar aplicaciones para nuestra vida actual y dejarlo para que lo haga cada uno o cada grupo. Pero ¡cuidado con la "viga"!

A los hombres nos pasa como a los árboles: se nos conoce por los frutos. Jesús nos invita a que no valoremos al hombre por las apariencias, que son frecuentemente engañosas, sino por lo que hace. Lo que no contribuye al bien del prójimo -de todos, en especial de los más débiles- no es de Dios. Si las palabras siguen una dirección y la vida otra, la segunda es la que nos revela el corazón del hombre, sus opciones preferidas, sus verdaderos intereses. Las palabras son a menudo una tapadera, un engaño. Para Jesús las obras terminan brotando espontáneamente de la realidad interior del ser humano, sobre todo en los momentos de crisis: "Lo que rebosa del corazón lo habla la boca". No valen las protestas de la ortodoxia, ni la dulzura de las palabras, ni tener todo el día el nombre de Dios en la boca..., sino la realidad de la vida. La actitud del hombre determina su obrar.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 2 PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 39-42



Aplicación:JOSE ANTONIO PAGOLA - LA CEGUERA DE LA CIENCIA

Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?

Muchos de nosotros hemos sido educados en un clima de optimismo y fe ciega en la eficacia de la ciencia. A lo largo de los años, ha ido penetrando en nosotros la convicción de que la ciencia nos irá rescatando poco a poco de la ignorancia, y la tecnología nos irá liberando de las necesidades y miserias que nos impiden alcanzar hoy la felicidad.

La ciencia sería la gran esperanza para el hombre. Por el contrario, la religión no es sino un estorbo para el progreso humano, un obstáculo para el desarrollo de la humanidad. Sin duda, la religión habría cumplido un papel importante y útil en la época precientífica, cuando aquel hombre primitivo e ignorante necesitaba sentirse protegido por los dioses frente a las fuerzas desconocidas del cosmos.

Pero, en la medida en que la ciencia nos vaya liberando de la ignorancia y de la miseria, la religión irá desapareciendo al quedar privada de verdadera utilidad. Así sienten bastantes.

Sin embargo, ya no se respira hoy en los ambientes científicos el optimismo de comienzos de siglo. Cada vez se ve con más claridad que el progreso científico no debe confundirse con el desarrollo y crecimiento del hombre. La ciencia nos puede ofrecer soluciones técnicas para los diversos problemas, pero no podemos esperar de ella la solución del hombre como problema.

La razón es bastante clara. La ciencia es ciega. Carece de dirección. El progreso científico depende de la orientación que le imprima el mismo hombre que la guía. De hecho, el progreso ha desarrollado el produccionismo, el consumismo artificial, la desigualdad cada vez mayor entre los privilegiados y los marginados.

¿No necesita este progreso científico una dirección desde la fe en un Dios salvador del hombre? ¿No está pidiendo todo este desarrollo una orientación moral y religiosa que lo encauce hacia la construcción de una humanidad más justa, más fraterna y más libre? Según el ejemplo gráfico de Jesús, cuando un ciego guía a otro ciego, corren el riesgo de caer los dos en el hoyo. Nosotros hemos caído ya en la espiral del crecimiento por el crecimiento, el desarrollo por el desarrollo, sin saber exactamente hacia dónde vamos. Quizás la fe, lejos de desaparecer se haga más necesaria que nunca para guiar a una humanidad necesitada de luz y sentido.
JOSE ANTONIO PAGOLA BUENAS NOTICIAS NAVARRA 1985.Pág. 313 s.

 

EJEMPLO

Érase una vez una joven pianista que daba su primer concierto. El público en silencio y con fervor escuchaba la música que brotaba de sus dedos disciplinados. Todos tenían los ojos clavados en la joven pianista. Al final del concierto todos puestos de pie aplaudieron a rabiar. El manager se acercó a la pianista y se deshizo en alabanzas. Y le dijo: Mira, todos están de pie aplaudiéndote, menos ese viejito de la primera fila.
La pianista entristecida le contestó: "Sí, pero ese viejito es mi maestro".
Sólo el maestro podía juzgar la actuación de su discípulo con autoridad.
Y sólo el Maestro con mayúscula, Jesús, puede juzgar hoy a su pueblo aquí reunido. Si el no aplaude, mala señal.