Domingo 7 del Tiempo Ordinario C - Comentarios de Sabios y Santos: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominicals
Aplicación: Gabriel González del Estal - EL AMOR CRISTIANO A LOS ENEMIGOS
Aplicación:
José María Martín OSA - AMOR GRATUITO
Aplicación: Antonio García-Moreno - OTRA VEZ DIOS SE ACERCÓ AL HOMBRE…
Aplicación:
Javier Leoz - Y, SOBRE TODO, ¡EL OTRO!
Aplicación: Francisco Javier Colomina Campos - ABRIR EL OÍDO A LA PALABRA DE
DIOS
Aplicación:
Ángel Gómez Escorial - ¡Y AHORA ESTO!
Aplicación: Pedrojosé Ynaraja - DAVID, UN HOMBRE DE PRINCIPIOS
Cortesía: Betania.es
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
Aplicación: Gabriel González del Estal - EL AMOR CRISTIANO A LOS
ENEMIGOS
1. A vosotros los que me escucháis os digo: haced el bien a los que os
odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian… Sed
misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso… Amad a vuestros
enemigos.
Debemos tener en cuenta que el amor cristiano llega mucho más lejos que el
amor puramente afectivo y sentimental. Afectiva y sentimentalmente no
podemos amar a todas las personas que conocemos y con las que nos
relacionamos, porque el amor puramente afectivo y sentimental depende de
unas causas psicológicas que nuestra voluntad no siempre puede controlar y
dirigir. Pero el amor cristiano, el que Cristo nos pide, es otra cosa: es
querer el bien para todos, incluidos los enemigos, y no desear nunca el mal
a nadie. En este sentido, sí podemos afirmar con rotundidad que un cristiano
sí pude y debe bendecir a los que le maldicen y orar por los que le
calumnian. Tampoco debemos confundir nunca el amor cristiano con el olvido
de los males que algunas personas nos hayan hecho. Podemos perdonar siempre,
aunque no siempre podamos olvidar. El ejemplo supremo para un cristiano debe
ser siempre Cristo y Cristo perdonó a sus enemigos y rezó a su Padre para
que les perdonara: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” dijo en
la cruz, refiriéndose a los que le estaban matando violenta y cruelmente. Y
es que el corazón de Cristo era el corazón de Dios que, como nos dice hoy el
salmo 102, el salmo responsorial, es un corazón compasivo y misericordioso,
que perdona todas nuestras culpas y nos colma de gracia y de ternura. Los
que queremos ser buenos cristianos amemos, pues, a todas las personas,
incluidos nuestros enemigos, bendigamos a los que nos maldicen y oremos por
los que nos calumnian. Quizá lo que más fácilmente podemos hacer siempre es
rezar por los que nos quieren mal y nos hacen el mal. Oremos, por tanto,
como buenos cristianos, por todos, amigos y enemigos, por los que hablan
bien de nosotros y por los que hablan mal, por los que nos quieren bien y
por los que nos quieren mal. Esto es lo que nos exige nuestro amor
cristiano, el amor de Cristo.
2. Abisay dijo a David: Dios pone hoy al enemigo en tu mano. Déjame que lo
clave de un golpe con la lanza en la tierra. No tendré que repetir. David
respondió: No acabes con él, pues ¿quién ha extendido su mano contra el
ungido del Señor y ha quedado impune?
La escena que nos relata hoy el libro de Samuel entre el rey Saúl y el que
sería el rey más famoso de Israel, David, la conocemos bien todos los que
hemos leído la Biblia. El rey Saúl consideraba a David su enemigo y quería
matarlo porque este era más querido que él por el pueblo. Al futuro rey
David se le presenta ahora la oportunidad de matar a su rey legítimo y ser
nombrado él mismo rey de Israel. David renuncia a matar a su rey porque lo
considera “el ungido de Yahvé”. Aún hoy día la actitud de David, renunciando
a matar a su enemigo, el rey, nos parece de una grandeza de ánimo inmensa y
nos enseña a valorar en su justa medida a todos los que legal y socialmente
están por encima de nosotros. Aprendamos a distinguir entre la bondad y el
justo comportamiento de los cargos políticos y sociales por un lado y el
respeto que debemos tener siempre a su autoridad legítima, por otro, aunque
no aprobemos su comportamiento.
3. Hermanos: El primer hombre, Adán, se convirtió en ser viviente. El último
Adán, en espíritu vivificante. Pero no fue primero lo espiritual, sino
primero lo material y después lo espiritual.
Así es nuestra condición humana, como nos dice muy bien san Pablo en esta su
primera carta a los Corintios. Como seres humanos, somos descendientes de
Adán y de Cristo, pero como cristianos debemos saber comportarnos siempre en
nuestra vida diaria como auténticos discípulos de Cristo. Esto no es nada
fácil, porque los frutos de la carne se oponen a los frutos del espíritu y
el hombre viejo se resiste a dejarse dirigir por el hombre nuevo. Que se lo
pregunten al mismo san Pablo, cuando él mismo nos dice que más de una vez
hace lo que no quiere y no hace lo que, como hombre nuevo, querría hacer.
Esta lucha la vamos a tener dentro de nosotros hasta que nos muramos; no
renunciemos nunca a la misma, aunque a veces nos cueste mucho. Como buenos
cristianos tratemos de ser siempre buenos discípulos de Cristo.
Aplicación: José María Martín OSA - AMOR GRATUITO
1.- Amor y perdón. Son dos palabras claves que se repiten en las lecturas de
este domingo. Fáciles de pronunciar, pero difíciles de practicar. Amar a los
que nos aman puede ser interesado. El mérito está en amar a aquél que no nos
lo puede devolver, e incluso a aquél que nos odia. Eso hizo David cuando
perdonó la vida a su perseguidor, el rey Saúl. Es lo que hizo Jesús en la
Cruz cuando perdonó a los que le maltrataban: “Padre, perdónales porque no
saben lo que hacen”.
2.- Perdonar a nuestros enemigos. Porque Dios es el primero que nos perdona
a nosotros, porque como proclamamos en el salmo “el Señor es compasivo y
misericordioso”. Él no nos trata como merecen nuestros pecados y derrama
raudales de misericordia con nosotros. A mi mente viene aquella anécdota en
la que un niño, intrigado por las palabras de su catequista que le decía que
Dios con su providencia infinita está siempre despierto velando por
nosotros, le preguntó a Dios si no se aburría teniendo que estar todo el
tiempo despierto. Dios le contestó al niño con estas palabras: “no me
aburro, me paso el día perdonando”. Contrasta la “ternura” de Dios con esa
imagen de Dios “eternamente enojado”, que me parece muy poco acorde con el
Evangelio.
3.- La cadena de la violencia sólo se rompe amando. Es la mirada de amor la
que puede transformar el corazón de piedra del agresor. No cabe duda de que
la violencia engendra violencia y esta rueda sólo se puede parar con la
fuerza del amor. Hay un lado “provocador” en las palabras de Jesús en el
Sermón del Monte: poned la otra mejilla, bendecid a los que nos maldicen,
amad al enemigo, no juzguéis y no seréis juzgados. El amor puede hacer que
el enemigo deje de ser enemigo y se convierta en un hermano, que reconozca
su mal y trate de repararlo, que cambie de forma de pensar y de actuar.
Seamos sinceros al decir en el padrenuestro “perdona nuestras ofensas como
también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Seamos comprensivos y
compasivos como lo es Dios con nosotros. Si nos es difícil vivirlo pidamos,
al menos, que nos ayude.... a perdonar como Él nos perdona.
4.- Amar de forma gratuita. La existencia de muchas personas cambiaría y
adquiriría otro color y otra vida si aprendieran a amar gratis a alguien. El
ser humano está llamado a amar desinteresadamente; y, si no lo hace, en su
vida se abre un vacío que nada ni nadie puede llenar. No es una ingenuidad
escuchar las palabras de Jesús: “Haced el bien... sin esperar nada”. Puede
ser el secreto de la vida, lo que puede devolvernos la alegría de vivir.
Ágape, amor gratuito, es el nombre del amor cristiano. Así nos ama siempre
Dios, aunque nosotros no seamos capaces de corresponderle.
Aplicación: Antonio García-Moreno - OTRA VEZ DIOS SE ACERCÓ AL
HOMBRE…
1.- "Nosotros que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen
del hombre celestial " (1 Co 15, 49) La misericordia de Dios prevalece sobre
la miseria del hombre. En medio de aquella maldición resuenan palabras de
esperanza iluminada. Llegará el día en que caiga el muro de separación que
el hombre ha levantado con su rebeldía. Es cierto que pasarían muchos años,
siglos y siglos de expectación y de anhelo. Pero al fin llegó el que tenía
que venir. El otro Adán, el hombre nuevo que con su obediencia repararía con
creces los daños que ocasionó la desobediencia del viejo Adán.
2.- Otra vez Dios se acercó al hombre, de nuevo le acarició, con sus divinas
manos, le habló con tonos de paterno amor. Nunca estuvo el Señor tan cerca,
nunca fue tan fácil acudir a él, nunca se mostró su cariño de forma tan
sorprendente. Y si las consecuencias del pecado de Adán fueron nefastas, las
de la muerte de Cristo fueron maravillosas: hombre redimido, hombre elevado
hasta la categoría de hijo de Dios, hombre destinado a la gloria
inmarcesible de una dicha sin fin. En verdad que el poder y el amor de Dios
fue mayor al redimir que al crear, en verdad que el perdón rebasó con mucho
al castigo. Ojalá seamos conscientes de nuestra propia dignidad, esa que
Cristo nos ha conseguido al precio de su sangre.
3.- "Amad a vuestros enemigos..." (Lc 6, 27) El premio que Dios promete a
quienes sean fieles a sus preceptos rebasa con mucho a cuanto el hombre
puede desear. Una vida eterna sin sombra de dolor o de tristeza, una
felicidad inefable y siempre duradera. Por eso también sus exigencias
rebasan en ocasiones las inclinaciones naturales y congénitas del hombre. Lo
cual no quiere decir que pida cosas imposibles. Si así fuera, ningún hombre
podría cumplir con la ley divina, por muy grandes y ciertas que fueran las
promesas. El Evangelio es arduo de cumplir, pero no imposible. Jesús no ha
disimulado jamás las dificultades que lleva consigo el seguirle; al
contrario, casi podríamos decir que las ha exagerado en cierto modo. Por
otra parte, Él nos ha prometido su ayuda a la hora de la dificultad. De
hecho muchos han conseguido la victoria definitiva, a pesar de su debilidad
y de sus miserias, tan patentes y graves como las de cualquier hombre.
De todos modos, hay que reconocer que las exigencias del Evangelio suponen
esfuerzo y lucha, esa violencia contra uno mismo de la que habla el Señor
cuando afirma que sólo los "violentos" entrarán en ese Reino, el de Dios,
que padece violencia. En efecto, lo que nos enseña el pasaje evangélico de
hoy, supone violentarse a sí mismo. El hombre tiende a querer a los que le
quieren y a odiar a los que le odian. Sin embargo, Jesús nos dice que hemos
de amar a nuestros enemigos, hacer bien a los que incluso nos odian, hablar
bien de los que nos maldicen y orar por los que nos desprecian o injurian.
Es más, si es preciso, hay que poner la mejilla izquierda cuando te han
pegado en la derecha, y dar la túnica a quien se ha llevado el manto.
Sin duda que son palabras hiperbólicas que encierran un espíritu, más que
una casuística detallada. De hecho cuando Jesús en la Pasión recibe una
bofetada, no sólo no pone la otra mejilla sino que protesta, serenamente,
eso sí, de aquel atropello injusto. Sin embargo, en esa ocasión el Señor no
se resiste, se entrega a sus enemigos y les deja hacer con él lo que les
parece: una parodia infame y cruel, tejida de espinas y golpes, de insultos
y vejaciones. Antes de ese momento, Jesús había huido de sus enemigos, o los
había vencido sólo con la majestad de su porte. Cuando llega la hora de
entregarse, según la voluntad del Padre, él suplica y llora, suda sangre
ante el peligro que se avecina, pero finalmente se entrega con decisión y
generosidad. Así nos redime y, al mismo tiempo, nos explica con su ejemplo
cuál es el sentido profundo de sus palabras.
Aplicación: Javier Leoz - Y, SOBRE TODO, ¡EL OTRO!
1.- En este domingo 7º del Tiempo Ordinario, San Lucas, nos sorprende con
una serie de actitudes que, los seguidores de Jesús, hemos de cultivar y no
obviar. Esos modos los podemos resumir con una frase: por encima de todo,
¡el bien del otro!
Es el mundo al revés. Es lo contrario a lo que estamos habituados a escuchar
en muchos de los círculos donde nos encontramos.
En definitiva, “sobre todo el otro” es la locura y el centro de la
predicación de Jesús. ¿Lo es también en nosotros?
Pensar en “el enemigo” no es buscar esa categoría en las luchas fratricidas
o en las películas entre buenos y de malos. El enemigo, sin darnos cuenta,
se localiza muy cerca de nosotros:
-Las personas a las que, por pensar de diferente forma a la nuestra, las
alejamos de la órbita de nuestras amistades
-Las personas que, por pequeñas o grandes decepciones, las hemos dejado
marginadas
-Las personas que, por mil excusas o por ninguna, las hemos olvidado o,
incluso, humillado.
--Todo cristiano tiene dos caminos: uno el que conduce hasta que Jesús y,
otro, el que conduce exclusivamente a uno mismo.
-El cristiano que elige el camino hacia Jesús, cae en la cuenta de que –ese
camino- tiene una derivación obligatoria: los hermanos que nos rodean.
-El cristiano que, por sistema o con mil excusas, opta por el camino de “uno
mismo” corre el riesgo de poner en el centro sus propios intereses. Corremos
el peligro de buscarnos a nosotros mismos. De gritar a los cuatro vientos
aquello de ¡sálvese quien pueda!
2.- El evangelio de este día, es casi un anuncio de lo que conllevar el
vivir codo a codo o el trabajar mano a mano con el Señor: el bien del otro.
Por encima de todo y sobre todo, el bien del otro. Nuestra vida cristiana no
puede ser un carnaval. Es decir; un traje bajo el cual nos ocultamos para
aparentar lo que no somos o un disfraz que utilizamos de vez en cuando para
ser irreconocibles. Entre otras cosas, nuestra vida cristiana, no puede ser
un carnaval porque, Dios, siempre sabe quién se esconde detrás.
3.- Ojala que, ese semblante, lo sepamos alegrar y divinizar con tantas
cosas buenas que San Lucas nos ha sugerido en el evangelio de este día.
Porque, el perfil de las personas (incluidos los nuestros) no necesitan
caretas o máscaras para transmitir una alegría que tal vez no existe. Las
fisonomías de las personas que creen en Jesús irradian auténtica alegría y
desbordan de entusiasmo cuando…saben que el ¡todo por el otro! es lo máximo
a lo que un hombre o mujer de fe puede aspirar.
¡Abajo las máscaras y arriba el rostro de nuestra fe!
4.- ¡QUITA, MI MÁSCARA, SEÑOR!
La de la sordera,
para que pueda escuchar con nitidez tu voz
La del odio,
para que pueda amar sin distinción
La de la maldición,
para que pueda desear siempre el bien
La de la debilidad,
para que presente mi mejilla donde sea necesario
La del egoísmo,
para que nunca mire lo qué doy ni a quién doy
La de la conformidad,
para que no exija lo que no me pertenece
¡QUITA, MI MÁSCARA, SEÑOR!
La de los malos modales,
y sea así delicado con mis hermanos
La de la maldad,
para que disfrute sembrando semillas del bien
La del usurero,
para que no busque más beneficio que el ser feliz dando
La de la dureza,
para que brote en mí la comprensión
La de la severidad,
para que sepa entender y comprender los defectos de los demás
La de la discordia,
para que vea amigos y no adversarios
¡QUITA, MI MÁSCARA, SEÑOR!
Aplicación: Francisco Javier Colomina Campos - ABRIR EL OÍDO A LA
PALABRA DE DIOS
Después de escuchar el pasado domingo las bienaventuranzas del Evangelio de
san Lucas, hoy seguimos con el llamado discurso de la llanura. Es curioso
que Jesús se comienza diciendo: “En cambio, a vosotros los que me escucháis
os digo”. Las advertencias que Jesús dice a continuación van dirigidas a
quienes escuchan sus palabras. Quien no abre su oído para escuchar la
palabra de Dios y deja que ésta entre de verdad en su corazón, no podrá
nunca entender lo que Jesús nos dirá hoy acerca del amor a los enemigos.
1. Ser cristiano no es vivir como todo el mundo. La propuesta que Jesús nos
hace en el Evangelio de hoy, dirigida a quienes escuchan sus palabras, es
muy distinta a como vive una persona sin fe. Es cierto que quien no tiene fe
también puede ser buena persona. Conocemos todos nosotros a personas que no
son creyentes y que viven haciendo el bien, que aman a las personas que
tienen a su alrededor, incluso que aman a sus enemigos hasta el punto de
perdonarles y de pedirles perdón. Por otro lado, también podemos decir que
conocemos a cristianos que dicen tener fe y que ni tan siquiera intentan
vivir el amor como Jesús nos lo enseña hoy en el Evangelio. Pero sin duda,
para todo aquel que quiere tomarse la vida cristiana en serio y seguir de
verdad a Cristo, no cabe la opción de no intentar vivir como nos enseña hoy
el Señor. Ser cristiano consiste en vivir en el mismo amor de Dios. Puesto
que Dios me ama, y lo puedo experimentar cada día en los sacramentos, en la
oración, en la lectura de la palabra de Dios, en la vida de fe… yo también
he de vivir este amor hacia los demás, incluso hacia mis enemigos, como lo
hizo Cristo, si quiero ser su discípulo. A los cristianos, por lo tanto, se
nos pide algo más que al resto de personas. No podemos contentarnos con la
ira, el rencor, las envidias y tantas otras formas de desamor que existe
entre nosotros muchas veces. Los cristianos, si de verdad queremos serlo,
hemos de vivir el amor a los enemigos, haciendo el bien a todos, sin esperar
nada a cambio, gratuitamente.
2. Llevamos en nosotros la imagen del hombre celestial. En la segunda
lectura, san Pablo nos ayuda a seguir profundizando en lo que hemos dicho en
el punto anterior. El cristiano, al participar por el bautismo de la muerte
y resurrección de Cristo, es ya un hombre nuevo. El hombre viejo,
refiriéndose a Adán, al hombre que se deja llevar por el pecado, por la
desobediencia, es un hombre que proviene de la tierra. Sin embargo, san
Pablo asegura que ha venido el nuevo hombre, el nuevo Adán, que es Cristo.
Este nuevo hombre ya no viene de la tierra de lo material, sino que viene
del espíritu. Los cristianos, nacidos en primer lugar del hombre viejo por
nuestra condición humana, hemos vuelto a nacer después del hombre nuevo, del
hombre espiritual. Ya no vivimos sólo desde la materia, sino que nuestra
vida comienza ahora en el Espíritu. Así, san Pablo nos invita a no vivir ya
más como el hombre viejo, sino a vivir desde el hombre nuevo, desde Cristo,
dejándonos llevar del Espíritu que nos lleva siempre a hacer el bien, a
vivir el amor, como hizo Cristo, el hombre nuevo.
3. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. Queda, por
tanto, que cada día nos acerquemos más a Cristo, el hombre nuevo, que
aprendamos de ÉL, que vivamos de Él, para ir creciendo así en el amor a
todos, en la vida nueva que Dios quiere. Todo cuanto el mismo Jesús nos pide
hoy en el Evangelio lo ha vivido ÉL primero. El amor incluso a los enemigos
lo vivió a lo largo de su vida pública, pero especialmente en la cruz,
cuando murió perdonando a quienes le crucificaban. El dar sin esperar nada a
cambio lo vivió al entregar su vida por nosotros, aun sabiendo que nosotros
tantas veces nos olvidamos de Él. Y finalmente la regla de oro: “Como
queráis que la gente se porte con vosotros, de igual manera portaos con
ella”, nos lo enseña el mismo Jesús por ejemplo en la Última Cena, cuando se
arrodilla ante sus discípulos para lavarles los pies. Este es el amor más
grande, el amor sin medida, sin condiciones, sin recompensas, el amor
incluso a los enemigos. Cuanto más nos acerquemos a Dios, más descubriremos
este amor de Él para con nosotros, y más nos ayudará a vivirlo también hacia
los demás. No hay nada que Cristo nos pida y que no haya hecho Él primero
por nosotros. Vivamos así cada día, creciendo en el amor y en la
misericordia.
Cada Eucaristía está llena del amor, de la misericordia y del perdón de
Dios. Vivamos esta celebración como un momento especial de encuentro con el
amor de Dios, para que así podamos nosotros llevar ese amor a nuestra propia
vida amando sin límites a los demás, incluso a nuestros enemigos, viviendo
así el mismo amor de Dios.
Aplicación: Ángel Gómez Escorial - ¡Y AHORA ESTO!
1. - El domingo pasado San Lucas nos presentaba la versión más “radical” de
las Bienaventuranzas. Dichosos los pobres, los que lloran, los que tienen
hambre y a ellos Jesús les ofrecía el Reino de los Cielos. Hoy nos dice que
amemos a los enemigos, que les pongamos la otra mejilla, y que les demos
capa y túnica. ¡Es demasiado! Verdaderamente, ¿alguno de nosotros sería
capaz de esa conducta pacífica? Pues, es difícil. Pero las palabras de Jesús
no son teoría, ni representan un mensaje simbólico.
2. - La clave para intentar insertarse en todo ese camino tan difícil, la
explica, respecto a las Bienaventuranzas, José Luis Martín Descalzo en su
monumental biografía de Cristo. Dice Martín Descalzo, al plantear las
diferencias entre Mateo y Lucas --pobres a secas o pobres de espíritu-- en
la primera bienaventuranza, que quien de verdad sea pobre de espíritu
terminará siendo pobre en términos reales, porque la condición de pobre de
espíritu impide luchar por las riquezas y no desearlas. Y a fuer de no
buscarlas, no aparecerán. Asimismo, si se es pacífico en el espíritu se
comenzará a serlo en el comportamiento cotidiano, evitando la agresividad,
la ira, la venganza, el odio o la "defensa justificada". La solución a estas
dificultades debe estar en impregnarse en el Espíritu de Jesús y dejar que
reine en nosotros. Si no es así va a ser muy difícil entender --y vivir-- su
Palabra.
Aplicación: Pedrojosé Ynaraja - DAVID, UN HOMBRE DE PRINCIPIOS
1.- Os advierto desde el principio, mis queridos jóvenes lectores, que del
Rey David, figura central en la historia de Israel, solo nos es conocido
documentalmente por la Biblia. No se ha encontrado ni siquiera su tumba,
pese a saber que fue enterrado en el Ofel y por más que escarban por allí
los arqueólogos, nada han encontrado. Excavar por esos sitios es siempre
problemático. El túnel que han practicado los israelís, ofende a los
palestinos que ejercen soberanía sobre la superficie superior, la explanada
de las mezquitas, e irrita a los judíos ortodoxos, que dicen que no se debe
molestar el descanso de los difuntos. Junto al Cenáculo hay una tumba que
recibe el nombre de “tumba de David” pero que no lo es, pese a que así se la
llame, prueba de ello es la poca vigilancia que la protege. Hay indicios,
casi seguridades, pero que explícitamente aparezca el nombre de David en
documentos, no hay rastro, ni en monedas, ni en lápidas, ni en otros
soportes. Ahora bien, nadie duda de su existencia y de su complejo proceder,
bueno casi siempre, malo en alguna circunstancia.
2.- Para comprender la escena que se explica en la lectura de hoy, es
preciso recordar que David había sido huésped del legítimo rey Saúl, que por
muy genuino y ungido soberano que fuese, se había apartado de los deseos de
Dios y se sabía rehusado por Él. Ocultamente había sido ungido David y poco
a poco los favores del Dios soberano se habían inclinado a su favor.
Evidentemente, a Saúl le recomía la envidia, que llegó a ser autentico odio
a muerte y, para más inri, David se había hecho íntimo amigo de Jonatán,
hijo de Saúl. David no tuvo otro remedio que huir de palacio, refugiándose
en el desierto y darse a la guerrilla. Vivía a salto de mata, por las
laderas del desierto, próximas a las orillas del Mar Muerto. Es un paraje
agreste, que da gran facilidad para ocultarse y escapar.
3.- Me he entretenido un poco en esta descripción, porque siempre que me
desplazo por allí, me gusta indicarlo y compartirlo con mis compañeros,
recordando los avatares que le tocó pasar a nuestro líder. Por cualquier
wadi que cruzamos pudo estar la cueva donde se había refugiado y por
cualquier pequeño llano, que muy pocos hay, pudo el Rey Saúl descansar y
dormir, sin sospechar el peligro que le acechaba. La escala de valores
hebrea valora las virtudes en diferente manera que la nuestra. Pero las
virtudes siempre y en todo lugar, son virtudes. El fragmento del libro de
Samuel que ocupa el lugar de la primera lectura de la misa de hoy se nos
ofrece para que comprendamos y apreciemos una de estas. El comportamiento de
David supone el ejercicio de la lealtad, virtud humana, y el respeto a la
voluntad de Dios, que a Saúl había escogido y expresado, mediante la unción
que había recibido del profeta Samuel.
4.- Deteneos, mis queridos jóvenes lectores, y meditad, mucho mejor si
podéis reflexionar y discutir en grupo, el proceder de nuestro héroe. Os
recuerdo que no era un superhombre, que en otro lugar la misma Escritura nos
contará su debilidad respecto a Betsabé, mujer casada con Urías, a quien no
tuvo inconveniente en suprimir, para poder hacer suya la esposa viuda. Que
David, no lo olvidéis, era un hombre pecador como otro cualquiera, escogido
predilecto, como lo somos nosotros por la Gracia recibida. Os lo advierto
para que nunca os desaniméis, por muy malos que os sintáis. Que en vosotros,
como en cualquier otro, siempre hay algo o mucho de bueno y sobre él podrá
siempre edificarse la santidad a la que todos somos llamados.
5.- La segunda lectura es breve y corto será también mi comentario. Con lo
del cambio climático y el respeto a la naturaleza, verdades auténticas sin
discusión, lleva a algunos a identificarse de tal manera con los animales,
que se creen idénticos a ellos. Admirar y respetar está muy bien, pero no
hay que olvidar nuestra superioridad que, consecuentemente, proclama nuestra
mayor dignidad que es motivo, no lo olvidemos, que exige superiores
conductas. Por muy leal que se juzgue el proceder de un perro, nuestras
normas de obrar deben ser superiores. Por mucho que se diga que el perro es
el mejor amigo del hombre, cualquiera de nosotros debemos ofrecer a
cualquier persona una amistad superior a la del animal y de orden
preferente.
6.- La lectura evangélica es culminación, mejoramiento y expresión, de la
diferencia que debe haber entre los hombres que se consideran simplemente
hombres y el discípulo de Jesús que debe siempre recordar y saberse hijo de
Dios.
7.- Quien quiere simplemente defenderse de intrusos, pone en su puerta un
perro, nunca se le ocurrirá aposentar en el cancel de su casa a un hombre
santo, mal le iría a su economía. Observad que si bien en el Vaticano existe
la Guardia Suiza, el Papa personalmente tiene un hombre de su confianza, que
recibe el nombre de limosnero, ocupado y responsabilizado, en cumplir lo que
el Señor pide a sus escogidos.
8.- Acabo proponiéndoos que estudiéis y comentéis quien es el buen hombre al
que me he referido, cuál es su proceder, qué bienes, qué servicios, qué
ayudas, qué locales higiénicos y hospitalarios, ofrece por voluntad e
iniciativa del Papa. Los medios de comunicación no nos ofrecen su
fotografía. Su labor no tiene el uniforme y característico colorido del
ejército helvético que vemos siempre rodea al Obispo de Roma, pero su
oficio, que lo cumple, no lo dudéis, es de mucha más categoría a los ojos de
Dios.
Si al final os he comentado la exigencia de las virtudes cristianas o
sobrenaturales, no olvidéis que las humanas, de las que dio testimonio el
Rey David, primera lectura, no son superfluas. Querer ser buen cristiano sin
ser buen hombre, es edificar una casa sobre arena.