Domingo 2 del Tiempo Ordinario C: Comentarios de Sabios y Santos para ayudarnos a preparar la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
A su servicio
Exégesis: Manuel de Tuya - Primer milagro de Cristo en las bodas de
Caná (Jn 2, 1-11)
Exégesis: R.P. José A. Marcone, I.V.E. - Las Bodas de Caná
Comentario Teológico: San Juan Pablo II - María en las bodas de Caná
Santos Padres: San Agustín - Las bodas de Caná (Jn 2, 1-11)
Santos
Padres: San Juan Crisóstomo - Las Bodas de Caná
Aplicación: San Alberto Hurtado - Caná de Galilea
Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - Las Bodas de Caná
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - "No tienen vino" Jn 2, 3
Aplicación: P. Jorge Loring, S.J. - Segundo Domingo del Tiempo Ordinario - Año C Jn 2:1-12
Aplicación: P. Raniero Cantalamessa OFMCap - Invitaron a Jesús a las bodas
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
COMENTARIO A Las Lecturas del Domingo
Exégesis: Manuel de Tuya - Primer milagro de Cristo en las bodas de
Caná (Jn 2, 1-11)
El milagro de Cristo en las bodas de Caná cierra el ciclo de siete días en
que Juan sitúa el comienzo de la obra recreadora de Cristo (Jua 1:3.17), en
paralelismo con la obra creadora de los siete días, relatada en el Génesis,
y que también fue hecha por el Verbo (Jua 1:1-5).
1 Al tercer día hubo una boda en Caná de Galilea, y estaba allí la Madre de
Jesús. 2 Fue invitado también Jesús con sus discípulos a la boda. 3 No
tenían vino, porque el vino de la boda se había acabado. La madre de Jesús
le dijo: No tienen vino. 4 Díjole Jesús: Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí? No
es aún llegada mi hora. 5 Dijo la madre a los servidores: Haced lo que El os
diga. 6 Había allí seis tinajas de piedra para las purificaciones de los
judíos, en cada una de las cuales cabían dos o tres metretas. 7 Díjoles
Jesús: Llenad las tinajas de agua. Las llenaron hasta el borde, 8 y El les
dijo: Sacad ahora y llevadlo al maestre sala. Se lo llevaron, 9 y luego que
el maestresala probó el agua convertida en vino — él no sabía de dónde
venía, pero lo sabían los servidores, que habían sacado el agua — , llamó al
novio 10 y le dijo: Todos sirven primero el vino bueno, y cuando están ya
bebidos, el peor; pero tú has guardado hasta ahora el vino mejor. 11 Este
fue el primer milagro que hizo Jesús, en Cana de Galilea, manifestó su
gloria y creyeron en El sus discípulos.
“Al tercer día” se celebraban unas bodas en Cana de Galilea. El término de
referencia de este “tercer día” parece lo más natural referirlo a la última
indicación cronológica que hace el evangelista (v.43): el encuentro de
Cristo con Felipe y su “vocación” al apostolado, máxime dentro del explícito
esquema cronológico-literario que viene haciendo en los v.29.35.
Sin embargo, como ya antes se indicó, la “vocación” de Felipe acaso no sea
el mismo día que la “vocación” de Natanael (Jua 1:45), aunque una primera
lectura del texto parezca suponerlo. En este caso, el “tercer día” se
referiría al último hecho narrado, la “vocación de Natanael,” sea en su
conquista por Felipe (Jua 1:45), sea en su venida y trato directo con Cristo
(Jua 1:47-50). De hecho, en el esquema literario del evangelista, en que va
narrando las escenas vinculadas a una cronología explícita, este “tercer
día” se refiere literariamente a la última indicación cronológica (Jua
11:4).
Ni hay inconveniente en que el punto de referencia cronológica fuese este
último, ya que tres días son suficientes para ir desde la parte baja del
Jordán hasta Cana y Nazaret. Desde Jericó a Beisán, entonces Escitópolis, se
puede ir holgadamente en dos días. Y de aquí en uno a Cana y Nazaret. Si
Cristo partió de Betania, en Transjordania, y siguió aproximadamente la ruta
dicha, habría debido recorrer unos 110 kilómetros en tres días. Lo que
supone unos 37 kilómetros diarios.
El emplazamiento de Cana en Galilea, para distinguirla de otra Cana en la
tribu de Aser (Jos 19:28), debe de ser la actual Kefr Kenna, que está a unos
siete kilómetros al nordeste de Nazaret, en la ruta de Tiberíades-Cafarnaúm.
Ya desde el siglo IV hubo aquí una iglesia cristiana y una fuente abundante,
de la que hablan los antiguos peregrinos. Y San Jerónimo da de ella una
serie de datos que excluyen el otro emplazamiento propuesto, Khirbet Qana,
que se encuentra a 14 kilómetros al norte de Nazaret, y sin tradición
cristiana que la señale. Los viñedos de Kefr Kenna dan excelente vino.
Relaciones sociales, de parentesco o amistad, que no se prensan, hacían que
María estuviese presente en la boda. María vino, por su parte, probablemente
desde Nazaret. La distancia de siete kilómetros que la separaba de Cana pudo
hacerla muy bien el mismo día.
La forma “estaba allí la madre de Jesús” supone que María estaba ya en Cana
cuando llegó su Hijo. Y la ausencia nominal de José, citado poco antes como
padre legal de Jesús (Jua 1:45), hace suponer que a estas horas ya había
muerto.
(...)
Las bodas en Oriente comienzan al oscurecer, con la conducción de la novia a
casa del esposo, acompañada de un cortejo de jóvenes, familiares e
invitados, a los que fácilmente se viene a sumar, en los villorrios, todo el
pueblo, y prolongándose las fiestas varios días (Gen 29:27; Jue 14:10.12.17;
Tob 9:12:Tob_8:20 en los LXX; Tob_10:1).
En las bodas de los pueblos, los menesteres de la cocina y del banquete son
atendidos por las hermanas y mujeres familiares o amigas. Es lo que aparece
aquí en el caso de María. A ellas incumbe atender a todo esto.
El vino es tan esencial en un banquete de bodas en Oriente, que dice el
Talmud: “Donde no hay vino, no hay alegría.”
Según la Mishna, la duración de las bodas era de siete días si la desposada
era virgen, y tres si era viuda. Durando las bodas varios días, los
invitados se renuevan. Los escritos rabínicos suponen la posibilidad de la
llegada de huéspedes inesperados.
Es en este marco en el que se va a desenvolver la escena del milagro de
Cristo.
La boda debe de llevar ya algunos días de fiesta y banquete. Nuevos
comensales han ido llegando en afluencia grande, tanto que las provisiones
calculadas del vino van a faltar. Cristo, acompañado de sus discípulos,
llega a Cana y es invitado con ellos a la fiesta. Estando El presente, el
vino llegó a faltar. Sin esto faltaba a la fiesta algo esencial, y el
desdoro iba a caer sobre aquella familia, que el Señor bendecía con su
presencia. (Una doble lectura crítica del texto en nada cambia el sentido
fundamental. Probablemente se debe de estar al fin de las fiestas de boda,
cuando algún aumento imprevisto hizo crítica la situación.) Y éste es el
momento de la intervención de María.
Sería muy probable, y es lo que parece sugerir el texto, que María, invitada
como amiga de la familia, prestase, conforme a los usos orientales, ayuda en
los menesteres de la cocina. Por eso pudo estar informada a tiempo de la
situación crítica y antes de que trascendiese a los invitados. Ni el mismo
maestresala lo sabía (v.9.10). Y discretamente se lo comunica a su Hijo,
diciéndole simplemente: “No tienen vino.”
De suyo, esta frase era una simple advertencia informativa. Pero no está en
el espíritu de María ni del relato la sola comunicación informativa. “Todo
pasa en una atmósfera de sentimientos delicados; es penetrar en el espíritu
del texto comprenderlo así”. Todo el contexto hace ver que María espera una
intervención especial, sobrenatural, de Jesús. Por eso, la “comunicación”
que les hace a los servidores es “mitad orden, mitad consejo”, y esto supone
un conocimiento muy excepcional en María de su Hijo. Esta escena descorre un
velo sobre el misterio de la vida oculta de Nazaret y sobre la “ciencia” de
María sobre el misterio de Cristo.
La respuesta de Cristo a su Madre presenta una clásica dificultad exegética.
Por eso, para no interrumpir el desarrollo del pasaje, se la estudia al
final de la exposición del mismo, e igualmente el sentido que parece más
probable de esta intervención de María.
Esta, segura de la intervención de su Hijo, se acerca a los servidores para
decirles que hagan lo que El les diga. Esta iniciativa y como orden de María
a los servidores se explica aún más fácilmente suponiendo la especial
familiaridad de ella con los miembros de aquel hogar.
Aquel hogar debía de ser, aun dentro de un pequeño villorrio, de una cierta
posición económica, ya que había en él “seis hidrias de piedra” para las
purificaciones rituales de los judíos.
Las “hidrias” de que se servían ordinariamente los judíos palestinos eran de
barro cocido; pero las escuelas rabínicas estaban de acuerdo en que las
ánforas o jarras de piedra no contraían impureza, por lo que las
recomendaban especialmente para contener el agua de estas abluciones. Se han
encontrado varias de ellas en piedra.
Las hidrias que estaban en esta casa, además de ser de “piedra,” eran de una
capacidad grande, ya que en “cada una cabían dos o tres metretas.”
La µet??t?? , ? “medida” de que se habla aquí, es la medida ática de los
líquidos, y equivaldría al bath hebreo. Y éste venía a equivaler a algo más
de 39 litros. Por lo que a cada una de estas hidrias le correspondía una
capacidad entre 80 y 120 litros. La hidria de piedra que está en el atrio de
la iglesia Eudoxia (San Esteban) de Jerusalén tiene una capacidad aproximada
de 180 litros. Si se supone que tres de ellas tuviesen una capacidad de dos
“metretas,” y las otras, tres, la capacidad total de ellas vendría a ser de
unos 600 litros. Cantidad verdaderamente excepcional. Se trataba, pues, de
una fiesta de gran volumen; lo que hace pensar en una familia destacada y
pudiente.
El milagro se realiza sin aparatosidad. El evangelista mismo lo relata sin
comentarios ni adornos. Jesús, en un momento determinado, se dirige a los
“servidores” (v.7 y 5), diciéndoles que “llenasen” de agua aquellas ánforas.
Y las llenaron “hasta el borde.” El evangelista resaltará bien este detalle
de valor apologético. Con ello se iba a probar, a un tiempo, que no había
mixtificaciones en el vino, y con ello que no se devaluase el milagro, sino
que éste quedase bien constatado, y, además, que se demostrase la
generosidad de Cristo en la producción de aquel milagro. A Jn también le
gusta destacar el concepto de “plenitud.”
El milagro se realizó súbitamente, una vez colmadas de agua las ánforas.
Pues, al punto, en el contexto y en el espíritu del relato está, Cristo les
mandó “sacar ahora” el contenido de las ánforas y que lo llevasen al
“arquitriclinos.”
Este no era lo que se llamaba en los banquetes griegos symposiarja, o en los
romanos rex, imperator convivü o arbiter bibendi, y que era elegido por los
convidados al banquete (Eco 39:12) o designado por suerte. Su papel está
bien descrito por Plutarco. Este “arquitriclinos” era un familiar o un
siervo que estaba encargado de atender a la buena marcha del banquete. Era
más o menos un equivalente a nuestro “maitre.”
Los servidores obedecen la orden cíe Cristo y llevan al maestresala “el agua
convertida en vino.” Fácilmente se supone la sorpresa de los servidores.
Nada le dicen del milagro. Expresamente lo dice el evangelista. Aguardan su
sorpresa, o los contiene el temor reverencial del milagro, incluido en esto
el que habían obrado al margen del maestresala.
La sorpresa del maestresala se acusa, destacándose incluso literariamente.
Está ignorante del milagro, pero se sorprende, más que ante la solución
inesperada, ya que (…) estaba (…) ignorante de la falta de vino, ante la
calidad del mismo. Tanto que llamó al novio, sin duda por ser el dueño del
hogar, y se lo advierte en tono de reflexión un poco amarga, ya que él,
responsable de la buena marcha del banquete, estaba ignorante de aquella
provisión. Todo ello se acusa en la reflexión que además le hace. El vino
bueno se sirve al principio, cuando se puede gustar y apreciar su buena
calidad, y cuando ya las gentes están “embriagadas” se les ofrece el de peor
calidad. Si el beber después de los banquetes se introdujo como costumbre en
Palestina por influjo griego, no quiere decir la frase que se esperase la
hora de una verdadera embriaguez para servir los vinos de peor calidad, sino
que quiere aludir con ello a esa hora en que, ya saciados, no se presta
especial atención a un refinamiento más. En todo caso, aquí se había hecho
al revés. Y “nunca los orientales son tan quisquillosos como cuando
desempeñan ciertos cargos honoríficos,” ha notado con gran exactitud un buen
conocedor de las costumbres orientales (William).
De esta manera tan maravillosamente sencilla cuenta el evangelista este
milagro de Cristo. Y añadirá: “tal fue el comienzo de los milagros” que hizo
Jesús “en Cana de Galilea.” Por el texto sólo no es fácil precisar si este
milagro de Cristo fue el primero que hizo en Cana de Galilea o fue
absolutamente el primero de su vida pública. Pero, en la perspectiva del
evangelista, la penetración del corazón de Natanael y la promesa de que
verían nuevas maravillas y la “vocación” de los discípulos que con El ahora
estaban, sin duda son considerados como milagros por lo que se refiere al
primero de los hechos en Cana. O acaso, aún mejor, sea el primero de los
milagros oficiales que El realiza en su presentación pública de Mesías.
Sin embargo, este milagro tenía un carácter apologético, de credibilidad en
El: era un “signo” que hablaba de la grandeza de Cristo, del testimonio que
el Padre le hacía de su divinidad y de su misión (Jua 10:38; Jua 14:10; Jua
20:30), y que manifestaba “su gloria” (d??a ); aquella gloria que le
convenía “como a Unigénito del Padre” y que “nosotros” hemos visto” (Jua
1:14; Jua 3:35; Jua 5:22.; Jua 17:1.), y que era la evocación sobre Cristo
de la “gloria” de Yahvé en el A.T. En el A.T., y lo mismo en el Nuevo, se
asocian las ideas de “gloria” y “poder” de tal manera que la “gloria” se
manifiesta precisamente en el “poder.” Y ante esta manifestación del poder
sobrenatural que Cristo tenía, sus discípulos “creyeron en El.” Ya creían
antes, pues el Bautista se lo señaló como Mesías, y ellos le reconocieron,
como Juan relató en el capítulo anterior, y como a tal le siguieron. Pero
ahora creyeron más plenamente en El. El milagro encuadraba a Cristo en un
halo sobrenatural.
Otro aspecto apologético de este milagro se refiere a la santificación del
matrimonio. Los Padres lo han destacado y comentado frecuentemente. Así,
v.gr., San Juan Crisóstomo. La presencia de Cristo y María en unas bodas,
santificándolas con su presencia y rubricándolas con un milagro a favor de
sus regocijos, son la prueba palpable de la santidad de la institución
matrimonial, la condena de toda tentativa herética sobre la misma y como la
“sombra” y preparación de su elevación al orden sacramental (Efe 5:32).
* * *
(….)
La Conclusión que parece más probable en función de los datos analizados
1. La “hora” que alega Cristo, diciendo que “aún no llegó,” no puede ser
escuetamente, tal como suena, ni la “hora” de la pasión ni la de su
“glorificación” en su Epifanía mesiánica. Lo primero podría, en cierto caso,
ser una solución. Alegaría Cristo el no haber llegado esa hora, en la que,
en el plan del Padre, no podría hacer milagros; por lo que podría hacerlos
antes de esa hora. Pero no es, a lo que parece, la “hora” a la que alude el
texto (v.11). Y si es, por el contrario, la hora de su Epifanía mesiánica,
entonces, si no llegó esa “hora,” ¿cómo a continuación hace el milagro, lo
que vale tanto como decir que llegó sin haber llegado?
Ni valdría alegar el que se adelantó esa hora por intercesión de María. Pues
esa “hora” tan trascendental y fijada, eternamente, como comienzo del plan
redentor, por el Padre, no parece creíble que pueda ser alterada por la
intercesión de María, cuya mediación se ve. Habría que suponer ese plan
redentor condicionado en sus “horas” trascendentales. Lo que no es creíble.
Por eso, sólo parece justificar esa “hora” a la que alude Cristo para
intervenir el que precisamente esa hora haya llegado. Y esto críticamente se
logra con suponer, lo que es posible, que la frase de Cristo es una frase
interrogativa: “¿Es que no llegó (para intervenir) mi hora?”
2. Con la frase, también interrogativa, aunque aquí por su misma estructura
gramatical, “¿qué a mí y a ti?” ¿qué es lo que niega Cristo a María? No
puede ser:
a. El que no le importe ni tenga que ver nada con el asunto. Lo cual no es
verdad, ni teológica, ni filológicamente, ni por el contexto, pues actúa.
b. El no intervenir, pues interviene; no el no hacer un milagro, pues lo
hace.
Alegar que en el texto se omite parte de la conversación y el diálogo entre
Cristo y María, en el cual ésta convencería a Cristo de que hiciese el
milagro, no sólo es gratuito, sino que también va contra esa “hora”
inmutable del plan de Dios antes aludido.
Ha de ser una negativa exigida por la estructura misma de la frase, pero que
afirme. ¿Cabe esto en la valoración de esta frase? Seguramente. Esta es una
frase elíptica que admite diversidad de matices, conforme al uso, tono o
inflexiones de voz, gestos que la acompañan, etc., sin poder darse por
cierto el que no tenga otros posibles significados no registrados en los
documentos extrabíblicos o bíblicos. De ahí que el matiz que propiamente le
corresponda haya que captarlo en el contexto.
Y como aquí Cristo alega el que llegó su “hora” — afirmación que resulta de
su forma interrogativo-negativa — , pues hace el milagro, se sigue que no va
a negarlo en la primera frase, de la cual la segunda es alegato para
justificar la primera. Por tanto, ésta negando ha de afirmar. Tal es la
interpretación que varios autores alegan. Expresada en forma interrogativa,
ha de querer, fundamentalmente, decir que no hay para intervenir en este
asunto ni oposición, discrepancia o negativa entre Cristo y María, para que
El no acceda al ruego de su Madre (1Re 17:18), puesto que ya no hay el
inconveniente de no haber llegado su “hora.” Precisamente el pasaje alegado
de 1 Reyes (1Re 17:18) es una interrogación que supone la negación de una
enemistad o desunión entre Elias y la mujer de Sarepta. Niega la desunión
para así afirmar un estado de unión.
Lo mismo se ve en 2 Samuel (1Re 19:23), en el que la interrogación de David
a los hijos de Sarvia, sus fieles acompañantes, supone negación de
discrepancia o desunión con él; lo que es venir, hipotéticamente, a afirmar
su unión con él.
Parafraseando estas expresiones, podría decirse:
“No tienen vino; intervén sobrenaturalmente.
Sí, lo haré; ¿qué discrepancia u oposición puede haber entre tú y yo?
Precisamente para hacerlo, ¿no llegó ya mi hora? Puedo y debo comenzar ya la
manifestación gloriosa de mi vida de Mesías. Sólo que, en este caso, accedo
complacido a tu petición, porque con todo ello se cumple el plan del Padre
al poner tú la condición para la manifestación de mi “gloria.”
Es así como, dentro de las posibilidades científicas, parece esta solución
satisfacer tanto a los elementos exegéticos como a la teología.
Valor simbólico de este milagro
Los autores ven, generalmente, además del sentido real e histórico de este
milagro de Cristo, un valor simbólico en él. El conjunto de toda la escena y
la excesiva insistencia, a veces casi se diría innecesaria de la palabra
“vino” en el relato, y muy especialmente la excelencia de este vino que
Cristo dio, lo mismo que el decirse que el buen vino se sirve al principio,
pero que aquí fue al revés — el Evangelio después de la Ley — , con la
generosa abundancia del mismo, y todo ello encuadrado en el “simbolismo” del
evangelio de Jn, hace seriamente pensar en la existencia de un valor también
“simbólico” en este relato. Sólo se dividen al interpretar el sentido
preciso del valor simbólico de este milagro. Las interpretaciones
generalmente propuestas son las siguientes:
a. Simbolismo sacramental. — En la antigüedad la propuso ya San Ireneo. En
época reciente, Lagrange y O. Cullmann. Cullmann cree que el “simbolismo” de
este milagro se refiere a la sangre eucarística. Lagrange escribe: “Este
milagro, como la multiplicación de los panes, es probablemente también una
orientación hacia la Eucaristía.”
En la perspectiva del evangelio de Jn, en el que la Eucaristía tiene un
lugar tan destacado, y de la cual el previo milagro de la multiplicación de
los panes es, a la par que una realidad histórica, un “símbolo” de la misma,
permitiría orientar el “simbolismo” de este milagro hacia un enfoque
sacramental. Por lo menos, alusivo al mismo.
En todo caso, parece tener también un valor apologético de posibilidad
eucarística, al modo que lo tienen la multiplicación de los panes y la
anterior deambulación de Cristo sobre el mar sin sumergirse.
b. Simbolismo pneumático. — Braun quiere ver en este “simbolismo” el
“régimen del Espíritu,” que no sería donado hasta después de la muerte y
glorificación de Cristo. La sustitución del antiguo régimen por el nuevo es
el tema de casi toda la sección posterior del evangelio de Jn: el nuevo
nacimiento (1Re 3:3-8), la desaparición del Bautista (A.T.) ante uno más
grande que él (1Re 3:22-30), la sustitución del agua viva a la del pozo de
Jacob (1Re 4:7-15), la instauración de un culto nuevo en el Espíritu (1Re
4:21), lo mismo que el nuevo culto referido al templo de su cuerpo. Al
oponerse así los dos regímenes, Jn querría destacar la insuficiencia
profunda del A.T.; la Ley estaba desprovista del vino necesario para las
bodas mesiánicas. Si Cristo aquí “convierte” el agua en vino, no es para
instituir una economía totalmente nueva, sino para “perfeccionar la Ley”.
Es, por tanto, la contraposición de dos lineas de accion, destacándose el
Espíritu que anima a la Ley nueva.
c. Simbolismo doctrinal. — Otra interpretación es ver en el vino
milagrosamente dado un “símbolo” de la nueva, sobrenatural y generosa
doctrina que Cristo trae.
Orígenes ve en el vino un símbolo de la Escritura; viniendo a faltar éste —
faltando la Ley y los Profetas — , Cristo da el vino nuevo de su doctrina.
Fundamentalmente defendieron, con matices diversos, esta posición: San
Cirilo de Alejandría, San Efrén, Gaudencio de Brescia, Severo de Antioquía.
Modernamente, en parte al menos, defienden esta interpretación: Dodal, R. H.
Lightfoot y Boismard.
Los elementos que llevan a esto, admitido el hecho del “simbolismo” yoánico
en esta escena, son los siguientes:
1. El vino aparece en el A.T. como uno de los recursos más frecuentes de las
bendiciones de Dios, como premio a los cumplidores de la Ley (Deu 7:13; Deu
32:13.14; Sal 104:15), pero aún más es una de las pinturas características
para realzar las bendiciones mesiánicas (Amo 9:14; Ose 2:11; Ose 14:18; Jer
31:12; Isa 62:8, etc.). Sobre todo, dos son, por excelencia, las bendiciones
mesiánicas expresadas por esta imagen. Una es la bendición mesiánica de
Isaac: “Déte Dios el rocío del cielo. y abundancia de trigo y mosto”
(Gen_27:28). Y bendiciendo Jacob a sus hijos, dice: “No faltará de Judá el
cetro. hasta que venga aquel cuyo es. Y a él darán obediencia los pueblos.”
Atará a la vid su pollino,
a la vid generosa el hijo de la asna.
Lavará en vino sus vestidos,
y en la sangre de las uvas su ropa.
Brillan por el vino sus ojos (Gen 49:10-12).
Se está, pues, ante una imagen del más clásico abolengo bíblico-mesiánico.
2. La conversión del agua en vino se va a hacer dentro de unas jarras de
piedra que estaban allí para las purificaciones de los judíos. Es imagen que
va a hablar, a la luz del “símbolo,” de un cambio en algo que caracteriza
bien al judaísmo decadente.
3. El vino — mesiánico — va a sustituir y superar al agua de las jarras
judaicas — judaísmo — . Era tema muy extendido en el judaísmo después del
destierro que el judaísmo estaba “estancado”: no había profetas; la palabra
de Dios no se dejaba oír (Lam 2:9; Sal 74:9; 1Ma 4:46; 1Ma 14:41). La Ley
había caído en un virtualismo formalista y materialista. De ahí el que en
las palabras “No tienen vino” pudiera Jn “simbolizar” esta carencia de
autenticidad religiosa y este estancamiento judío.
4. La extrañeza del maestresala de que el vino mejor se guardó para el fin,
sería la alusión joannea al N.T. (cf. Luc 5:39).
5. Se va a sustituir con verdadera abundancia, pues tal es la capacidad de
las jarras, “llenadas hasta arriba,” conforme a la pintura profética. Y,
conforme a la misma, va a ser símbolo de la alegría (Sal 104:15; Jue 9:13;
Eco 40:20) mesiánica: el vino que alegraba el convite.
6. La donación de este vino se va a hacer en un banquete. Y este dato
orienta bíblicamente a dos elementos de importancia:
a. El banquete de la Sabiduría. — En los Proverbios, el autor pone a la
Sabiduría invitando a los hombres a incorporarse a ella bajo la imagen de un
banquete: “Venid y comed mi pan y bebed mi vino, que para vosotros he
mezclado” (Pro 9:5.2; cf. Isa 55:1.2). Era conocido y clásico en Israel este
tema del banquete — pan y vino — con el que la Sabiduría invitaba a que la
“asimilasen” los hombres.
“La escena de la vocación de los primeros discípulos está dominada por el
tema de la Sabiduría, que invita a los seres humanos a recibir su enseñanza
y a meterse en su escuela. Jesús es la Sabiduría que recluta sus discípulos;
la Sabiduría que es preciso buscar para encontrarla. Entonces ella conduce a
sus discípulos hasta el banquete en donde ella les da el vino de la
enseñanza y de la doctrina que conduce a la vida. Si Jn (Isa 1:35ss) supone
como fondo textos como Proverbios, ¿qué más natural que interpretar Jua
2:1ss en función de Pro 9:1-57.”
Acaso no estén tan lejos las diversas interpretaciones propuestas sobre el
valor “simbólico” yoanneo. Si el “simbolismo” lleva a Cristo Maestro, Cristo
Sabiduría, ésta no se presenta de un modo exclusivamente teórico, sino en el
sentido de Cristo Sabiduría, que es al mismo tiempo Cristo Nueva Economía,
por lo que es el instaurador del nuevo Espíritu. Y así, en esta Sabiduría
teórico-práctica se encuentra más pleno y más real el “simbolismo” yoanneo
de este milagro de Cristo.
b. El desposorio de Yahvé con su pueblo. — Otro de los temas e imágenes
tradicionales en Israel era el amor de Yahvé con su pueblo, expresado bajo
la imagen de un desposorio. Si Jn ve en este “simbolismo” a Cristo
Sabiduría, que cambia la accion vieja , simbolizada en las ”jarras para la
purificación de los judíos,” purificando así sus mismas purificaciones, no
será nada improbable que esté en la mente de Jn el intentar este simbolismo
como un trasfondo del tema y la imagen tradicional de los “desposorios” de
Yahvé con su pueblo. Es en una boda donde Cristo-Yahvé asiste, bendiciéndola
con su presencia, al tiempo que se simboliza la nueva fase de su
“desposorio” mesiánico con Israel. Sin que sea necesario para ello caer en
un alegorismo preciso, que destruiría la misma enseñanza que se buscaba,
v.gr., el novio no representa a Dios ni sus desposorios con Israel. Es más
bien un elemento más, un clisé tradicional, que también puede proyectar su
evocación en el conjunto de este “simbolismo” yoanneo.
Si este “simbolismo” es el preferente, y al que parece llevar el cursus del
pensamiento del evangelista, acaso no esté tampoco al margen del pensamiento
del autor un posible “simbolismo” secundario, pero complementario y
orientador hacia la Eucaristía. Como lo está en la multiplicación de los
panes del capítulo 6 de su evangelio (Jua_6:48-58) y la amplitud con que es
tratada la Eucaristía como “Pan de la vida.”
Si éste es el simbolismo yoanneo fundamental, ¿qué parte tiene María,
precisamente al sintetizarla complementariamente en su título extraño de
llamarla “Mujer” (???a?)? Si con ella — y se vuelve a remitir al Comentario
a Jua 19:26-27 — se pretende evocar “alusivamente” al Génesis — Eva, madre
de todos los vivientes — y a la “Hija de Sión” — en el “alumbramiento”
doloroso de un nuevo pueblo — , esto tiene aquí su razón de ser en este
aspecto “simbolista” de Jn, por razón de la “superposición de planos”: sobre
la escena histórica está superpuestamente evocada la. simbólica.
Si el “simbolismo” del agua convertida en vino es el cambio del viejo
régimen — A.T. — , y el que lo causa es Cristo, a la hora de la boda todavía
no está plenamente establecido: “no tienen (el) vino” mesiánico. Y es María
— mediadora — la que, como Madre espiritual de los hombres, pide a Cristo el
cambio de obra y que establezca el reino de Dios. Si Cristo tiene ansias de
su muerte redentora y está constreñido hasta que llegue, Jn presenta a María
para lo mismo con ansias de “alumbramiento” (“Hija de Sión”), para ser Madre
espiritual de los vivientes (“nueva Eva”).
Es interesante destacar que Jn, con la palabra “Mujer” aplicada a María en
el c.2 (Cana) y en el c.19 (Calvario) establece con ellas una “inclusión
semita.” Pues extrañan en boca de Cristo (son de Jn); extraña esta
coincidencia en boca de Cristo; extraña que nunca salga en los sinópticos;
extraña el que esta palabra sea puesta estratégicamente en dos pasajes
estratégicos de su evangelio; y extraña que esté puesto en estos lugares por
su conexión “alusiva” a los pasajes citados, que parecen desarrollados con
la teología de San Juan. María, pues, en el evangelio de Jn tiene un puesto
de excepción y clave. El concepto de la maternidad espiritual de María es de
gran importancia para Jn. Por eso, Cana — y con ella María — tienen un
“carácter seminal” (Joüon) orientativo a — o hacia — la escena del Calvario.
En esta escena de las bodas de Cana se deja ver también el corazón
misericordioso de María y el conocimiento que tenía de la grandeza de su
Hijo.
(DE TUYA, M., Evangelio de San Juan, en Profesores de Salamanca, Biblia
Comentada, BAC, Madrid, 1977, Tomo Vb)
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Exégesis: R.P. José A. Marcone, I.V.E. - Las Bodas de Caná
La primera actividad de la vida pública de Jesús es su Bautismo en el río
Jordán. Jesús se va a quedar en la zona de su Bautismo unos dos meses. En
ese lugar y en ese tiempo Jesús va a conocer y a trabar relación con tres de
aquellos que luego serían sus principales apóstoles: San Juan Apóstol y
Evangelista, San Pedro y San Andrés, hermano de Pedro. Los tres eran
discípulos de Juan Bautista. Juan Apóstol y Andrés son los primeros en
seguir a Jesús, por indicación de Juan Bautista.
Andrés contó a su hermano Simón que habían encontrado al Mesías. Y lo
condujo hacia Jesús. Jesús lo recibió con cordialidad, lo miró con amor y le
cambió el nombre: le puso Cefas, que en arameo significa ‘Piedra’. Jesús,
desde el primer instante iba preparando ya la institución de la Iglesia
(Jn.1,40-42).
Al día siguiente de este acontecimiento Jesús partió para Galilea, al norte
de la zona en que se encontraba (Jn.1,43). Desde la zona del Jordán donde
estaban hasta el Mar de Galilea hay una distancia de aproximadamente 100 km.
Por lo tanto, fue un viaje intenso. Estando ya en Galilea conoció a otros
dos de sus futuros apóstoles: Felipe y Bartolomé, que en el evangelio de San
Juan es llamado Natanael (Jn.1,43-51).
El motivo por el cual Jesús fue a Galilea según el evangelista San Juan fue
la invitación a una boda en la ciudad de Caná, que se encuentra al oeste del
extremo sur del Mar de Galilea. Jesús llega a esa boda con una incipiente
pero ya formada comunidad entre los que se encuentran sin duda: Pedro,
Andrés, Juan, Santiago, Felipe y Bartolomé. El milagro de la conversión del
agua en vino en Caná es muy importante en el conjunto de la vida de Jesús.
En efecto, es su primer milagro, y por él manifiesta que Él es Dios, y se
realiza el acto definitivo de fe en su divinidad por parte de sus
discípulos: “Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y
manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos” (Jn.2,11). Al decir
que manifestó su ‘gloria’ está diciendo que manifestó su divinidad. En el
prólogo, cuando San Juan dice que contemplaron la gloria del Verbo hecho
carne, quiere decir que creyeron en la divinidad del Verbo encarnado: “Y el
Verbo se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su
gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de
verdad” (Jn.1,14).
Por esta razón el primer significado del signo, es decir, del milagro es
mostrar la gloria de la persona de Jesús.1 La finalidad principal del
milagro es mostrar quién es Jesús, está en relación con la persona divina de
Jesús.
En segundo lugar este milagro es importante porque en él se manifiesta la
sustitución de la religión judía (representada en el agua destinada a los
ritos de purificación según la ley de Moisés) por la ley de la gracia,
representada por el vino, que es el término de la conversión. La realidad
sustituye a la sombra. Llegada la realidad, la sombra desaparece. Llegado el
vino, desaparece el agua.
Además este primer milagro en Caná de Galilea es importante porque en él se
manifiesta la principal clave teológica para entender el evangelio de San
Juan. Esa clave teológica es ‘la hora de Jesús’, expresada en la frase que
Jesús dice a su Madre: “Todavía no ha llegado mi hora” (Jn.2,4). ¿Cuál es la
hora de Jesús? La ‘hora de Jesús’ es el momento de su glorificación, es
decir, el momento en que, a través de su pasión, muerte y resurrección, va a
manifestar abiertamente que Él es Dios. Por eso, en 13,1, al inicio de su
pasión, se dice: “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había
llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos
que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Y en 17,1, ya en plena
última cena, Jesús dice: “Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo,
para que tu Hijo te glorifique a ti”. La hora de Jesús se identifica con el
momento de la manifestación de su divinidad a través del misterio pascual
completo: pasión, muerte, resurrección y ascensión a la derecha del Padre. Y
la manifestación de la divinidad de Cristo es el propósito principal y
central del evangelio de San Juan.
Por una cuarta razón el milagro de Caná es importante y esta razón es porque
en él se manifiesta el papel teológico central que ocupa la Madre de Dios en
el plan de salvación. En relación con la hora de Jesús, que es la hora de la
manifestación de su divinidad, María es aquella que adelanta esa hora. En
Caná todavía no había llegado la hora en que Jesús debía manifestar
abiertamente su divinidad a través de su misterio pascual, pero va adelantar
esa manifestación por intercesión de la Virgen María y a través del milagro
conseguido por esa intercesión. Adelantar la hora de la manifestación de la
divinidad de Jesús con sus ruegos significa ocupar un lugar teológico
central en el plan de salvación.
Dos veces habla S. Juan de la madre de Jesús: aquí y en la cruz, cuando
Jesús la entrega como madre del discípulo (Jn.19,25-27). Y las dos veces que
la nombra, no la llama por su nombre (María) sino que la llama ‘la madre de
Jesús’. Y las dos veces la nombra en relación con ‘la hora’ de Jesús. De
esto se concluye que para San Juan, María tiene un rol central en ‘la hora’
de Jesús, es decir, en la manifestación de su divinidad. Y ese rol está
íntimamente unido al rol de ‘madre’, tanto de madre de Jesús como de madre
de los creyentes. En las Bodas de Caná, cuando ‘la hora’ no ha llegado pero
se adelanta, aunque las palabras de Jesús no lo reconozcan explícitamente,
el rol de madre es aceptado de hecho, porque Jesús hace el milagro ante la
súplica maternal de María. En la cruz, cuando ‘la hora’ ya ha llegado, Jesús
acepta explícitamente y confirma su rol de madre: “‘Ahí tienes a tu madre’.
Y desde aquel momento el discípulo la recibió como algo propio” (Jn.19,27).
El término ‘mujer’ con que Jesús trata a su madre es enigmático. “Es un
título de cortesía usado normalmente para las mujeres. Pero este modo de
dirigirse de un hijo a su propia madre es extraño y sin paralelos”.2 Pero
queda develado si notamos que en los capítulos 1 y 2 de San Juan hay
numerosas referencias al Génesis, y sobre todo a la obra de la creación. La
más notable referencia es que “el tiempo que va del Bautismo a las Bodas de
Caná, que es el inicio de la actividad del nuevo Adán, es considerado (…)
como un período de siete días, que corresponden a los siete días de la
creación del Génesis”.3 Entonces, en Caná, María es la Mujer del Génesis
que, en contraposición a Eva que indujo a Adán al pecado, empuja al nuevo
Adán a su primera obra gloriosa. María es la Mujer cuyo descendiente, cuyo
Hijo aplastará la cabeza de la serpiente. Ella es la nueva y verdadera Eva,
‘madre de todos los vivientes’, es decir, de los discípulos, cosa que
quedará en evidencia junto a la cruz, cuando Jesús le entregue a Juan, el
discípulo ideal.
En quinto lugar: no está ausente en este milagro el significado eucarístico.
Tenemos un fuerte fundamento textual en el hecho de que San Juan nos diga
que este milagro sucede inmediatamente antes de la Pascua (Jn.1,13), porque
será en la Pascua, tres años más tarde, cuando Jesús convierta el vino en su
Sangre.4 La Pascua para San Juan tiene un significado claramente
eucarístico, como puede verse en el Discurso del Pan de Vida del capítulo 6.
La presencia de ‘la Madre’ es también importante para resaltar este sentido
eucarístico, ya que “también en la cruz están unidos los dos motivos, el de
María y el de la sangre que brota del costado de Jesús”,5 la cual sangre
brotando del costado de Jesús tiene un significado indudablemente
eucarístico. Por lo tanto, el vino de Caná es también la Sangre eucarística.
De esta manera, San Juan presenta a la Eucaristía como el banquete de bodas
entre el creyente y Cristo.
Inmerso en medio de todas estas realidades teológicas que brotan del texto
juaneo, el matrimonio como institución cristiana adquiere un valor especial.
Aunque la intención teológica del texto no sea en primer lugar resaltar la
realidad del matrimonio, sin embargo el matrimonio es realzado como el lugar
en el que nace la familia y es digno de que estén presentes el Verbo
Encarnado y su Madre. En este sentido, el texto también nos deja una
indicación valiosa respecto al matrimonio. En efecto, el maestresala llama
al novio y le dice: “Tú has guardado el vino bueno hasta ahora” (Jn.2,10).
Pero en realidad el que ha guardado el vino bueno no es el novio sino
Cristo. Por lo tanto, de este modo, el evangelista insinúa que el verdadero
Esposo es Cristo. Y dado que el vino es siempre el signo del amor, es Cristo
Esposo quien guarda y protege el amor en el matrimonio. Sin Cristo, ningún
matrimonio puede conservar el vino del buen amor hasta el final de las
vidas. Uniendo este significado con el significado eucarístico, podemos
decir que sin la Eucaristía, sin la Sangre de Cristo, es imposible mantener
la unidad del matrimonio.
Conclusión
La razón por la cual la Iglesia quiere que se lea este evangelio el Domingo
Segundo del Tiempo Ordinario es porque forma una tríada junto con los
evangelios de la adoración de los Magos y el del Bautismo del Señor, que son
precisamente las dos Fiestas que preceden inmediatamente a este domingo. La
razón de esto es porque los tres evangelios están dominados por la idea de
la Manifestación de Cristo, es decir, su Epifanía. Incluso, en tiempos
antiguos se celebraba, en la Solemnidad de la Epifanía, los tres misterios
de la vida de Cristo juntos.
Por esta razón, el tema principal de la homilía debería ser esta
manifestación de la gloria de Cristo y la fe de los discípulos.
Las otras dos ideas importantes de este evangelio son: 1. El rol teológico
absolutamente único que juega la Madre de Jesús, adelantando su ‘hora’. 2.
El significado eucarístico del milagro.
Si bien todo predicador tiene absoluta libertad para elegir el tema de su
homilía, sin embargo, el tema del sacramento del matrimonio cristiano juega
aquí un papel secundario. Habrá durante el año un evangelio especialmente
dedicado al tema del matrimonio, cuando Jesús entre en controversia con los
saduceos.
(1) Cf. Stock, K., Gesù, il Figlio di Dio,
Edizioni ADP, Roma, 1993, p. 39.
(2) Brown, R., Il Vangelo e le Lettere di
Giovanni. Breve commentario, Editrice Queriniana, Brescia, 1994, p. 37
(3) Brown, R., ídem, p. 38.
(4) Cf. Brown, R., ídem, p. 39.
(5) Brown, R., ídem, p. 39.
Comentario Teológico: San Juan Pablo II - María en las bodas de
Caná
1. En el episodio de las bodas de Caná, san Juan presenta la primera
intervención de María en la vida pública de Jesús y pone de relieve su
cooperación en la misión de su Hijo.
Ya desde el inicio del relato, el evangelista anota que «estaba allí la
madre de Jesús» (Jn 2, 1) y, como para sugerir que esa presencia estaba en
el origen de la invitación dirigida por los esposos al mismo Jesús y a sus
discípulos (cf. Redemptoris Mater, 21), añade: «Fue invitado a la boda
también Jesús con sus discípulos» (Jn 2, 2). Con esas palabras, san Juan
parece indicar que en Caná, como en el acontecimiento fundamental de la
Encarnación, María es quien introduce al Salvador.
El significado y el papel que asume la presencia de la Virgen se manifiesta
cuando llega a faltar el vino. Ella, como experta y solícita ama de casa,
inmediatamente se da cuenta e interviene para que no decaiga la alegría de
todos y, en primer lugar, para ayudar a los esposos en su dificultad.
Dirigiéndose a Jesús con las palabras: «No tienen vino» (Jn 2, 3), María le
expresa su preocupación por esa situación, esperando una intervención que la
resuelva. Más precisamente, según algunos exegetas, la Madre espera un signo
extraordinario, dado que Jesús no disponía de vino.
2. La opción de María, que habría podido tal vez conseguir en otra parte el
vino necesario, manifiesta la valentía de su fe porque, hasta ese momento,
Jesús no había realizado ningún milagro, ni en Nazaret ni en la vida
pública.
En Caná, la Virgen muestra una vez más su total disponibilidad a Dios. Ella
que, en la Anunciación, creyendo en Jesús antes de verlo, había contribuido
al prodigio de la concepción virginal, aquí, confiando en el poder de Jesús
aún sin revelar, provoca su «primer signo», la prodigiosa transformación del
agua en vino.
De ese modo, María precede en la fe a los discípulos que, como refiere san
Juan, creerán después del milagro: Jesús «manifestó su gloria, y creyeron en
él sus discípulos» (Jn 2, 11). Más aún, al obtener el signo prodigioso,
María brinda un apoyo a su fe.
3. La respuesta de Jesús a las palabras de María: «Mujer, ¿qué nos va a mí y
a ti? Todavía no ha llegado mi hora » (Jn 2, 4), expresa un rechazo
aparente, como para probar la fe de su madre.
Según una interpretación, Jesús, desde el inicio de su misión, parece poner
en tela de juicio su relación natural de hijo, ante la intervención de su
madre. En efecto, en la lengua hablada del ambiente, esa frase da a entender
una distancia entre las personas, excluyendo la comunión de vida. Esta
lejanía no elimina el respeto y la estima; el término «mujer», con el que
Jesús se dirige a su madre, se usa en una acepción que reaparecerá en los
diálogos con la cananea (cf. Mt 15, 28), la samaritana (cf. Jn 4, 21), la
adúltera (cf. Jn 8, 10) y María Magdalena (cf. Jn 20, 13), en contextos que
manifiestan una relación positiva de Jesús con sus interlocutoras.
Con la expresión: «Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti?», Jesús desea poner la
cooperación de María en el plano de la salvación que, comprometiendo su fe y
su esperanza, exige la superación de su papel natural de madre.
4. Mucho más fuerte es la motivación formulada por Jesús: «Todavía no ha
llegado mi hora» (Jn 2, 4).
Algunos estudiosos del texto sagrado, siguiendo la interpretación de san
Agustín, identifican esa «hora» con el acontecimiento de la Pasión. Para
otros, en cambio, se refiere al primer milagro en que se revelaría el poder
mesiánico del profeta de Nazaret. Hay otros, por último, que consideran que
la frase es interrogativa y prolonga la pregunta anterior: «¿Qué nos va a mí
y a ti? ¿no ha llegado ya mi hora?» (Jn 2, 4). Jesús da a entender a María
que él ya no depende de ella, sino que debe tomar la iniciativa para
realizar la obra del Padre. María, entonces, dócilmente deja de insistir
ante él y, en cambio, se dirige a los sirvientes para invitarlos a cumplir
sus órdenes.
En cualquier caso, su confianza en el Hijo es premiada. Jesús, al que ella
ha dejado totalmente la iniciativa, hace el milagro, reconociendo la
valentía y la docilidad de su madre: «Jesús les dice: "Llenad las tinajas de
agua". Y las llenaron hasta el borde» (Jn 2, 7). Así, también la obediencia
de los sirvientes contribuye a proporcionar vino en abundancia.
La exhortación de María: «Haced lo que él os diga», conserva un valor
siempre actual para los cristianos de todos los tiempos, y está destinada a
renovar su efecto maravilloso en la vida de cada uno. Invita a una confianza
sin vacilaciones, sobre todo cuando no se entienden el sentido y la utilidad
de lo que Cristo pide.
De la misma manera que en el relato de la cananea (cf. Mt 15, 24-26) el
rechazo aparente de Jesús exalta la fe de la mujer, también las palabras del
Hijo «Todavía no ha llegado mi hora», junto con la realización del primer
milagro, manifiestan la grandeza de la fe de la Madre y la fuerza de su
oración.
El episodio de las bodas de Caná nos estimula a ser valientes en la fe y a
experimentar en nuestra vida la verdad de las palabras del Evangelio: «Pedid
y se os dará» (Mt 7, 7; Lc 11, 9).
En Caná, María induce a Jesús a realizar el primer milagro
1. Al referir la presencia de María en la vida pública de Jesús, el concilio
Vaticano II recuerda su participación en Caná con ocasión del primer
milagro: «En las bodas de Caná de Galilea (...), movida por la compasión,
consiguió, intercediendo ante él, el primero de los milagros de Jesús el
Mesías (cf. Jn 2, 1-11)» (Lumen gentium, 58).
Siguiendo al evangelista Juan, el Concilio destaca el papel discreto y, al
mismo tiempo, eficaz de la Madre, que con su palabra consigue de su Hijo «el
primero de los milagros». Ella, aun ejerciendo un influjo discreto y
materno, con su presencia es, en último término, determinante.
La iniciativa de la Virgen resulta aún más sorprendente si se considera la
condición de inferioridad de la mujer en la sociedad judía. En efecto, en
Caná Jesús no sólo reconoce la dignidad y el papel del genio femenino, sino
que también, acogiendo la intervención de su madre, le brinda la posibilidad
de participar en su obra mesiánica. El término «Mujer», con el que se dirige
a María (cf. Jn 2, 4), no contradice esta intención de Jesús, pues no
encierra ninguna connotación negativa y Jesús lo usará de nuevo,
refiriéndose a su madre, al pie de la cruz (cf. Jn 19, 26). Según algunos
intérpretes, el título «Mujer» presenta a María como la nueva Eva, madre en
la fe de todos los creyentes.
El Concilio, en el texto citado, usa la expresión: «movida por la
compasión», dando a entender que María estaba impulsada por su corazón
misericordioso. Al prever el posible apuro de los esposos y de los invitados
por la falta de vino, la Virgen compasiva sugiere a Jesús que intervenga con
su poder mesiánico.
A algunos la petición de María les parece desproporcionada, porque subordina
a un acto de compasión el inicio de los milagros del Mesías. A la dificultad
responde Jesús mismo, quien, al acoger la solicitud de su madre, muestra la
superabundancia con que el Señor responde a las expectativas humanas,
manifestando también el gran poder que entraña el amor de una madre.
2. La expresión «dar comienzo a los milagros», que el Concilio recoge del
texto de san Juan, llama nuestra atención. El término griego arjé, que se
traduce por inicio, principio, se encuentra ya en el Prólogo de su
evangelio: «En el principio existía la Palabra» (Jn 1, 1). Esta
significativa coincidencia nos lleva a establecer un paralelismo entre el
primer origen de la gloria de Cristo en la eternidad y la primera
manifestación de la misma gloria en su misión terrena.
El evangelista, subrayando la iniciativa de María en el primer milagro y
recordando su presencia en el Calvario, al pie de la cruz, ayuda a
comprender que la cooperación de María se extiende a toda la obra de Cristo.
La petición de la Virgen se sitúa dentro del designio divino de salvación.
En el primer milagro obrado por Jesús los Padres de la Iglesia han
vislumbrado una fuerte dimensión simbólica, descubriendo, en la
transformación del agua en vino, el anuncio del paso de la antigua alianza a
la nueva. En Caná, precisamente el agua de las tinajas, destinada a la
purificación de los judíos y al cumplimiento de las prescripciones legales
(cf. Mc 7, 1-15), se transforma en el vino nuevo del banquete nupcial,
símbolo de la unión definitiva entre Dios y la humanidad.
3. El contexto de un banquete de bodas, que Jesús eligió para su primer
milagro, remite al simbolismo matrimonial, frecuente en el Antiguo
Testamento para indicar la alianza entre Dios y su pueblo (cf. Os 2, 21; Jr
2, 1-8; Sal 44; etc.) y en el Nuevo Testamento para significar la unión de
Cristo con la Iglesia (cf. Jn 3, 28-30; Ef 5, 25-32; Ap 21, 1-2; etc.).
La presencia de Jesús en Caná manifiesta, además, el proyecto salvífico de
Dios con respecto al matrimonio. En esa perspectiva, la carencia de vino se
puede interpretar como una alusión a la falta de amor, que lamentablemente
es una amenaza que se cierne a menudo sobre la unión conyugal. María pide a
Jesús que intervenga en favor de todos los esposos, a quienes sólo un amor
fundado en Dios puede librar de los peligros de la infidelidad, de la
incomprensión y de las divisiones. La gracia del sacramento ofrece a los
esposos esta fuerza superior de amor, que puede robustecer su compromiso de
fidelidad incluso en las circunstancias difíciles.
Según la interpretación de los autores cristianos, el milagro de Caná
encierra, además, un profundo significado eucarístico. Al realizarlo en la
proximidad de la solemnidad de la Pascua judía (cf. Jn 2, 13), Jesús
manifiesta, como en la multiplicación de los panes (cf. Jn 6, 4), la
intención de preparar el verdadero banquete pascual, la Eucaristía.
Probablemente, ese deseo, en las bodas de Caná, queda subrayado aún más por
la presencia del vino, que alude a la sangre de la nueva alianza, y por el
contexto de un banquete.
De este modo María, después de estar en el origen de la presencia de Jesús
en la fiesta, consigue el milagro del vino nuevo, que prefigura la
Eucaristía, signo supremo de la presencia de su Hijo resucitado entre los
discípulos.
4. Al final de la narración del primer milagro de Jesús, que hizo posible la
fe firme de la Madre del Señor en su Hijo divino, el evangelista Juan
concluye: «Sus discípulos creyeron en él» (Jn 2, 11). En Caná María comienza
el camino de la fe de la Iglesia, precediendo a los discípulos y orientando
hacia Cristo la atención de los sirvientes.
Su perseverante intercesión anima, asimismo, a quienes llegan a encontrarse
a veces ante la experiencia del «silencio de Dios». Los invita a esperar más
allá de toda esperanza, confiando siempre en la bondad del Señor.
(BEATO JUAN PABLO II, Audiencias Generales de los días 26 de febrero y 5 de
marzo de 1997)
Santos Padres: San Agustín - Las bodas de Caná (Jn 2, 1-11)
Vosotros sabéis, hermanos, por ser discípulos fieles de Cristo y también por
encarecéroslo a menudo en nuestras pláticas, que la humildad del Señor es la
medicina de la soberbia del hombre. El hombre no habría, en efecto, perecido
de no haberse ensoberbecido; porque, como dice la Escritura, la soberbia es
principio de todo pecado; y al principio de todo pecado fue necesidad oponer
el principio de toda justicia. Siendo, por tanto, la soberbia principio de
todo pecado, ¿qué medicina podría sanar la hinchazón del orgullo, si Dios no
se hubiera dignado hacerse humilde? ¡Avergüéncese de ser soberbio el hombre,
pues humilde se hizo Dios! Dícesele al hombre se humille, y lo tiene a
menos; y ese querer los hombres vengarse cuando se los afrenta, ¿no es obra
de la soberbia? Tienen a menos abajarse, y quieren vengarse, como si alguien
sacara provecho del mal ajeno. El ofendido e injuriado quiere vengarse; hace
del ajeno daño su medicamento, cuando lo que gana es un cruel tormento. Por
eso, el Señor Cristo se dignó humillarse en todas las cosas, para mostrarnos
el camino; ¿nos despreciaremos por andarlo?
Ved, entre otras cosas, al Hijo de la Virgen asistir a bodas; bodas que
había él mismo instituido cuando aún estaba en el seno del Padre. Así como
la primera mujer, la introductora del pecado, había sido hecha del varón sin
hembra, así el Varón por quien fue borrado el pecado lo fue de hembra sin
varón. Por aquélla caemos, por éste nos levantamos. Y ¿qué hizo en la boda?
De agua, vino. ¡Asombroso poder! Ahora, pues, quien se dignó hacer tal
maravilla, se dignó carecer de todo. Quien hizo el agua vino, bien pudo
hacer de las piedras pan; el poder era igual, más entonces la sugerencia
venía del diablo, y Cristo no lo hizo. Sabéis, en efecto, que, cuando fue
tentado el Señor Cristo, le incitaba el diablo a esto. Tuvo hambre, y la
tuvo por dignación y porque también eso era humillarse. Estuvo hambriento el
Pan, fatigado el Camino, herida la Salud, muerta la Vida. Teniendo, pues,
hambre, como sabéis, le dijo el tentador: Si eres el Hijo de Dios, di que se
hagan pan estas piedras; al que respondió él para enseñarte a ti a
responderle, como lucha el emperador para que los soldados se adiestren en
luchar. ¿Qué le respondió? No de solo pan vive el hombre, sino de toda
palabra de Dios. Y no hizo panes de las piedras él, que cierto pudo hacer
eso, cual hizo del agua vino. Tanto le costaba, en efecto, hacer pan de una
piedra; mas no lo hizo para darle al tentador con la puerta en el hocico;
pues al tentador no se le vence si no se le desprecia. En venciendo que
venció al diablo tentador, vinieron los ángeles y le sirvieron de comer.
Pudiendo como podía tanto, ¿por qué no hizo aquello e hizo esto? Leed, o
mejor, recordad, lo que ha poco se os decía cuando esto hizo, es decir, vino
del agua. ¿Qué añadió el evangelista? Y creyeron en él sus discípulos.
¿Habría creído el diablo?
No obstante su gran poder, tuvo hambre, tuvo sed, tuvo cansancio, tuvo
sueño, fue aprisionado, fue azotado, fue crucificado, fue muerto. Tal es el
camino: camina por la humildad para llegar a la eternidad. Dios-Cristo es la
patria adónde vamos; Cristo-hombre, el camino por donde vamos; vamos a él,
vamos por él; ¿cómo temer extraviarnos? Sin alejarse del Padre vino a
nosotros; tomaba el pecho, y conservaba el mundo; nacía en un pesebre, y era
el alimento de los ángeles. Dios y hombre, Dios hombre, hombre y Dios en una
sola pieza; mas no era hombre por la misma razón de ser Dios. Dios lo era
por ser el Verbo; era hombre por haberse hecho hombre el Verbo sin dejar de
ser Dios, tomando la carne del hombre; añadiéndose lo que no era sin perder
lo que ya era. Siguiendo, pues, su camino de humildad, él ahora ya padeció,
ya murió, ya fue sepultado, ya subió a los cielos, donde se halla sentado a
la diestra del Padre; más todavía es indigente aquí, en la persona de sus
pobres. Ayer, sin ir más lejos, hice resaltar esto mismo delante de vuestra
caridad a cuento de lo dicho por el Señor a Natanael: Cosas mayores verás.
Porque os digo que veréis abrirse el cielo, y a los ángeles subir y bajar al
Hijo del hombre. Hemos indagado ayer qué fuera ello, y hablamos largamente;
no vamos a volver hoy sobre lo mismo. Los asistentes tráiganselo a la
memoria; yo lo resumiré en dos palabras.
No habría dicho: Subir al Hijo del hombre, si el Hijo del hombre no
estuviese allí arriba; ni dijera: Descender al Hijo del hombre, de no
hallarse también aquí abajo: allí arriba, él mismo; aquí abajo, en los
suyos; pero el mismo arriba y abajo; arriba, junto al Padre; abajo, junto a
nosotros. De ahí aquella voz a Saulo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
No habría dicho: Saulo, Saulo, si no estuviese arriba; ni habría dicho: ¿Por
qué me persigues?, si no estuviese abajo, ya que Saulo no iba al cielo tras
él. Temed al Cristo de arriba y sed benévolos con el Cristo de abajo. Tienes
arriba el Cristo dadivoso, tienes abajo el Cristo menesteroso. Aquí es
pobre, y está en los pobres. El ser aquí pobre Cristo, no lo decimos
nosotros; lo dice él mismo: Tuve hambre, tuve sed, estaba desnudo, carecí de
hogar, estuve preso. Y a unos les dijo: Me socorristeis; a otros: No me
socorristeis. Queda probado ser pobre Cristo; que sea rico, ¿ignóralo
alguien? Este mismo trocar el agua en vino habla de su riqueza; pues si es
rico quien tiene vino, ¿cuán rico no ha de ser quien hace el vino? Luego
Cristo es a la vez rico y pobre; en cuanto Dios, rico; en cuanto hombre,
pobre. Cierto, ese Hombre subió ya rico al cielo, donde se halla sentado a
la diestra del Padre; más aquí, entre nosotros, todavía padece hambre, sed y
desnudez.
¿Qué eres tú? ¿Rico? ¿Pobre? Muchos me dicen: «Yo soy pobre?», y dicen
verdad. Yo conozco pobre que tiene algo y pobre que no tiene nada; más aún
algunos que abundaban en plata y oro, ¡cuán bien harían en verse pobres! Uno
se mira pobre cuando mira con bondad al pobre que se le llega. Vamos a
verlo. Tengas lo que tengas, tú que tanto tienes, ¿no eres mendigo de Dios?
Cuando llegue la hora de la oración, te lo demostraré. Allí pides. ¿Cómo
pides, si no eres pobre? Digo más: pides pan; o ¿es que no vas a decir: El
pan nuestro de cada día dánosle hoy? Si pides el pan de cada día, ¿eres
pobre o eres rico? Cristo te dice: «Dame de lo que te di.» ¿Qué trajiste
cuando a este mundo viniste? Todas las cosas que yo he creado, cuando te
hice a ti, las has encontrado aquí; ni trajiste nada ni te llevarás nada;
¿por qué no me das algo de lo mío? Porque tú rebosas y el pobre está vacío.
Mira vuestro común origen: ambos nacisteis desnudos. Sí; también tú naciste
desnudo. Muchas cosas aquí hallaste; pero tú, ¿qué aportaste? No te pido
sino lo mío; dámelo; ya te lo devolveré. Yo he sido tu dador, hazme pronto
tu deudor. «Hazme luego tu deudor, pues yo he sido tu dador»; eso dije, y
dije poco: «Hazte mi logrero acreedor. Tú me das poco, yo te devolveré
mucho; tú me das tierra, yo te devolveré cielo. A ti mismo te devolveré a ti
cuando te devolviere a mí.»
(SAN AGUSTÍN, Sermón 123, o.c., Tomo XXIII, BAC, Madrid, 1983, pp. 51-56)
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - Las Bodas de Caná
Hay un cierto trabajo en predicar, como lo testifica Pablo con estas
palabras: A los presbíteros que gobiernan loablemente, otórgueseles doble
honor, mayormente a los que se afanan en la predicación y en la enseñanza .
Pero está en vuestra mano el volver ligero semejante trabajo o bien gravoso.
Si rechazáis lo que se os dice, o bien sin rechazarlo no mostráis el fruto
por las obras, el trabajo nos será gravoso, pues trabajamos en vano; pero si
ponéis atención y luego lleváis a las obras lo que se os dice, entonces ni
siquiera sentiremos la fatiga; puesto que el fruto logrado mediante el
trabajo, no permitirá que el trabajo parezca pesado. De modo que si queréis
despertar nuestro empeño y no apagarlo ni disminuirlo, os ruego que nos
mostréis el fruto; pues viendo en su frescor las sementeras, apoyados en la
esperanza de que todo irá bien, y echando cuentas sobre nuestras riquezas,
no desfalleceremos en tan propicia negociación.
No es pequeña la cuestión que ahora se nos propone. Pues como dijera la
Madre de Jesús: No tiene vino; y Jesús le respondiera: ¡Mujer! ¿Qué nos va a
ti y a mí? No ha llegado mi hora todavía; como Cristo, repito, le
respondiera de ese modo, sin embargo hizo lo que su Madre quería. Cuestión
es esta de no menor importancia que la anterior. Así pues, una vez que
hayamos invocado al que operó el milagro, nos apresuraremos a dar la
solución... No es éste el único pasaje en que se hace mención de la hora de
Cristo. El mismo evangelista más adelante dice: No pudieron aprehender a
Jesús porque aún no había llegado su hora . Y también: Nadie puso en El las
manos porque aún no había llegado su hora . Y también: Ha llegado la hora:
glorifica a tu Hijo . Esto que se dijo y se repitió a lo largo de todo el
evangelio, lo he reunido aquí para dar a todas esas expresiones una solución
única.
¿Cuál es esa solución? No estaba Cristo sujeto a la sucesión de tiempos, ni
lo decía porque hubiera observado las horas y así poder decir: Aún no ha
llegado mi hora. ¿Tenía por ventura que andar observando eso el que es
Creador de todos los tiempos, Artífice de los años y de los siglos? Lo que
con semejante expresión quiere significar es lo siguiente: que El todo lo
hace en el momento que conviene; y que no hace todo a la vez; porque se
seguiría una perturbación del orden de las cosas, si no hiciera cada cosa a
su tiempo oportuno, sino mezclando unas con otras, generación, resurrección
y juicio.
Atiende en este punto. Convino proceder a la creación, pero no crear todo a
la vez: hombre y mujer, pero no ambos a la vez. Convino castigar con la
muerte al género humano y también que hubiera resurrección; pero con gran
intervalo de tiempo entre ambas. Convino dar la Ley, pero no juntamente el
tiempo de la gloria, sino disponiendo cada una de esas cosas a su propio
tiempo. De modo que Cristo no estaba sujeto a la necesidad de los tiempos,
puesto que él mismo había señalado su orden, pues era el Creador. Y sin
embargo aquí Juan presenta a Cristo diciendo: Mi hora no ha llegado todavía.
Quiso decir que El aún no era conocido de muchos, ni tenía aún completo el
grupo de sus discípulos. Lo seguían Andrés y Felipe, pero ninguno de los
otros.
Más aún: éstos mismos no lo conocían todavía como se le debía conocer, ni
aun su Madre, ni aun sus hermanos. Puesto que tras de muchos milagros
asegura de sus hermanos el evangelista: Porque ni sus parientes creían en él
. Tampoco lo conocían los que estaban presentes a las bodas; de lo
contrario, se le habrían acercado y suplicado en aquella ocasión y
necesidad. Tal es el motivo por el que Jesús afirma: No ha llegado mi hora
todavía. Como si dijera: Aún no soy conocido de los presentes, y ellos ni
siquiera saben que falta el vino y ya se acabó. Espera a que sientan la
necesidad. Más aún: ni siquiera sería conveniente que yo escuchara tu
súplica. Eres mi Madre y vas a volver sospechoso el milagro. Convenía que
fueran ellos, los necesitados, quienes se me acercaran y pidieran; y esto,
no porque yo lo necesite, sino para que de este modo ellos recibieran con
grande gusto el milagro obrado. Quien conoce que está necesitado, cuando
logra lo que pide queda sumamente agradecido; pero aquel que aún no se da
cuenta de su necesidad, tampoco dará al beneficio que recibe el peso que
tiene.
Preguntarás: ¿por qué, habiendo dicho: Mi hora no ha llegado aún y
habiéndose negado a obrar el milagro, sin embargo luego llevó a cabo lo que
su Madre le había pedido? Fue para demostrar a quienes piensan que estaba
sujeto a horas y tiempos, que no lo estaba. Si hubiera estado así sujeto
¿cómo habría podido convenientemente llevar a cabo un milagro cuya hora aún
no había llegado? También lo hizo para honrar a su Madre, a fin de no
parecer que en absoluto la rechazaba; y además para que no pareciera que por
debilidad y falta de poder no lo hacía; y para no ruborizar a su Madre en
presencia de tan grande concurso, pues ella le había presentado ya a los
sirvientes. Igual procedió con la mujer cananea. Habiéndole dicho: No es
bueno tomar el pan de los hijos y echarlo a los cachorros, sin embargo luego
le concedió todo, movido de la constancia de la mujer. También había dicho
en esa ocasión: Sólo he sido enviado a las ovejas que perecieron de la casa
de Israel , y sin embargo, tras de haberlo dicho, libró del demonio a la
hija.
Aprendemos de aquí que nosotros, aun cuando seamos indignos, con frecuencia
nos volvemos dignos de recibir los beneficios, mediante la constancia. Por
tal motivo la Madre de Jesús esperó y prudentemente movió a los sirvientes a
fin de que fueran muchos los que rogaran a Jesús. Y así continuó diciendo:
Haced cuanto os dijere. Sabía ella que Él no se había negado por impotencia,
sino porque rehuía la fastuosidad y así no quería sin más ni más proceder a
obrar un milagro. Por tal motivo ella le llevó los sirvientes.
Había ahí seis tinajas para el agua, destinadas a las purificaciones de los
judíos, con capacidad cada una de ellas de tres metretas . Y les dijo Jesús:
Llenad de agua las tinajas. Y las llenaron hasta el borde. No sin motivo
advirtió el evangelista: Destinadas a las purificaciones de los judíos. Para
que no sospechara alguno de los infieles que, habiendo quedado en el fondo
de las tinajas algunas heces de vino, al infundir el agua se había formado
un vino ligerísimo, dijo el evangelista: Dispuestas para las purificaciones
de los judíos, demostrando con esto que jamás habían servido para guardar en
ellas vino.
Palestina sufre de escasez de agua y son allá raras las fuentes y los
veneros, por lo cual los judíos siempre llenaban de agua las tinajas, a fin
de no verse obligados a correr hasta el río, si alguna vez contraían una
impureza legal, sino tener a la mano la manera de purificarse. Mas ¿por qué
no obró Jesús el milagro antes de que las llenaran de agua, lo que habría
sido un milagro más estupendo? Porque una cosa es cambiar una materia ya
dada en las cualidades de otra, y otra cosa es crear la materia misma que
antes no existía: lo segundo es con mucho más admirable. Fue porque en tal
caso el milagro para muchos no habría sido tan creíble. Cristo con
frecuencia disminuye la magnitud de los milagros de buena gana, con el
objeto de que más fácilmente los crean.
Preguntarás: ¿por qué no creó el agua y luego la convirtió en vino, sino que
ordenó a los sirvientes llenar las tinajas? Por la misma causa, o sea para
que los mismos que las habían llenado sirvieran de testigos, y no se pensara
ser aquello obra de hechicerías. Si algunos se hubieran atrevido
imprudentemente a negar el milagro, los sirvientes podían haberles dicho:
Noso-tros mismos trajimos el agua. Por lo demás, al mismo tiempo destruyó
las aseveraciones que brotarían en contra de la Iglesia. Porque unos dicen
que el mundo es obra de otro Dios; y que las criaturas visibles no son
hechura de nuestro Dios, sino de otro que le es contrario; para de una buena
vez reprimir semejante locura, Cristo hizo muchos milagros sobre materia
preexis-tente. Si el Creador le fuera contrario, no podría usar de las
criaturas ajenas para demostrar su poder. Ahora en cambio, para declarar que
El mismo es quien en las vides cambia el agua en vino y convierte la lluvia,
mediante las raíces, en vino, eso mismo que hace en las plantas tomando
largo tiempo, lo hizo en un instante en aquellas bodas.
Una vez que llenaron las tinajas, dice Cristo a los criados: Ahora sacad y
presentadlo al maestresala. Así lo hicieron. Apenas gustó el maestresala el
agua convertida en vino -él no sabía de dónde procedía; sí, los criados que
habían sacado el agua- llama el maestresala al esposo y le dice: Por todos
se estila poner primero el vino mejor; y luego, cuando ya los convidados
están bebidos, poner el vino menos generoso. Pero tú has guardado hasta
ahora el vino mejor. En este punto hay de nuevo quienes se dan a cavilar y
dicen que se trata de un conjunto de ya ebrios y con el sentido de los
bebedores ya embotado; y que por consiguiente no podían distinguir las cosas
ni dar su juicio, pues no sabían si aquello era agua o era vino. El propio
maestresala los había declarado ya bebidos.
Es ésta una dificultad en absoluto ridícula. Por lo demás, semejante
sospecha la deshizo el evangelista. Porque no dice que los convidados dieran
su juicio, sino el maestresala, que, por su sobriedad, aún no había bebido.
Pues bien sabéis que todos aquellos a quienes se les encomienda el cuidado
de un banquete, permanecen sobrios en todo y ponen su cuidado íntegro en que
correctamente se dispongan las cosas. Y así Cristo tomó como testigo al que
tenía los sentidos despiertos y sobrios, para el caso del milagro... Porque
no dijo: Escanciad vino a los convidados, sino: Llevad al maestresala. Y
apenas gustó el maestresala el agua convertida en vino -y no sabía de dónde
procedía, pero sí lo sabían los criados-, llama al esposo.
¿Por qué no llama a los criados? Pues de este modo el milagro habría quedado
manifiesto. Porque ni el mismo Jesús reveló lo que había sucedido: quería
que poco a poco y sin sentir cayeran todos en la cuenta de su poder
milagroso. Si al punto se hubiera revelado el milagro, no se habría dado
crédito a los criados que lo referían, sino que se habría creído que estaban
locos, pues a un hombre que en la opinión de todos era uno de tantos le
achacaban tamaña cosa. Ellos claramente y por experiencia propia lo sabían
todo, pero no eran testigos idóneos para publicar el milagro, tales que
hicieran fe delante de los demás. Tal fue el motivo de que Cristo no
revelara el milagro a todos, sino solamente al que de modo especialísimo
podía comprenderlo; y reservó la noticia más explícita del hecho para más
tarde. Tras de otros insignes milagros también éste se hizo creíble.
Cuando más tarde curó al hijo del reyezuelo, por lo que ahí dice el
evangelista quedaba más en claro el presente milagro. El régulo llamó a
Jesús porque ya conocía este prodigio, como ya dije. Lo declaró Juan al
decir: Vino Jesús a Caná de Galilea donde convirtió el agua en vino; y no
sólo en vino, sino en excelentísimo vino. Los milagros de Cristo son de tal
naturaleza que superan en excelencia las cosas naturales. Por ejemplo,
cuando restituyó la salud a alguno en sus miembros dañados, se los dejó más
vigorosos que los otros miembros sanos. Ahora bien: que aquello fuera vino,
y vino excelentísimo, lo testificarían no sólo los criados sino también el
maestresala y el esposo; y que la conversión era obra de Cristo, los que
sacaron el agua. De modo que aun cuando entonces no se hubiera descubierto
el milagro, sin embargo no podía quedar encubierto para siempre. De este
modo se iban echando por delante muchos y necesarios testimonios para el
futuro.
De que Jesús convirtió el agua en vino eran testigos los criados; y de que
el vino era excelente, el maestresala y el esposo. Es verosímil que el
esposo haya respondido algo al maestresala, pero el evangelista,
apresurándose a referir cosas más necesarias, únicamente narró el milagro y
lo demás lo pasó en silencio. Era necesario que se supiera haber Jesús
convertido el agua en vino; pero el evangelista no creyó necesario exponer
lo que el esposo contestaría al maestresala. En realidad muchos milagros que
al principio quedaron en la oscuridad, con el progreso del tiempo se fueron
aclarando, pues los relataron quienes en un principio los presenciaron.
Cambió entonces Jesús el agua en vino, pero ni entonces ni ahora ha cesado
de cambiar las voluntades débiles y sin fuerza en algo mejor. Porque hay
hombres, sí, los hay tales que no difieren del agua: tan fríos son y tan
muelles y que para nada muestran firmeza. Pues bien, acerquemos al Señor a
semejantes hombres para que Él les mude las voluntades y les dé la fortaleza
del vino, a fin de que en adelante no resbalen ni se re-blandezcan, sino que
se mantengan firmes y se tornen motivo de alegría para sí mismos y para
otros.
¿Quiénes son esos así fríos, sino los que se apegan a las cosas, perecederas
de esta vida y no desprecian los placeres mundanos y aman el poderío y la
gloria vana? Todas esas cosas son pasajeras y no tienen consistencia; y son
tales que van de caída y son violentamente arrastradas. El que hoy es rico,
mañana es pobre; el que hoy se exalta con su pregonero y su talabarte y su
coche y sus lictores, con frecuencia al día siguiente es condenado a la
cárcel y deja a otro su fausto, aun a pesar suyo. El que se entrega al
placer de los alimentos delicados, una vez que con la crápula ha henchido su
vientre hasta reventar, no logra permanecer en semejante abundancia ni
siquiera un solo día, sino que evaporada ella, se ve obligado a amontonar
otra; y en nada difiere de un torrente. Pues así como en éste, pasada una
ola se echan encima las otras, así nosotros nos vemos necesitados de comida
tras comida.
Tal es la naturaleza de las cosas presentes en este siglo: jamás se
detienen, sino que siempre fluyen y se van. Y por lo que hace a los placeres
de los alimentos, no únicamente fluyen y se van, sino que las fuerzas del
cuerpo se consumen y lo mismo las del alma. No suelen desbordarse y
traspasar sus riberas con tanto ímpetu los oleajes de los ríos, como el de
las delicias de los alimentos, que socavan los fundamentos de la salud. Si
vas a un médico y le preguntas, sabrás de su boca que de aquí brotan las
causas y raíces de todas las enfermedades. La mesa sencilla y simple es
madre de la salud, dicen ellos. Y así la llaman los médicos; y al no
saciarse lo llaman salud. La parquedad en los alimentos equivale a la salud.
Dicen que la mesa frugal es madre del bienestar corporal.
Pues si la frugalidad es madre de la salud, la saciedad claramente será
madre de la enfermedad y la débil salud. Ella engendra enfermedades que no
ceden al arte de la medicina: las enfermedades de los pies, la cabeza, los
ojos, las manos, y los temblores de miembros y la parálisis y la ictericia y
las altas y perennes fiebres y muchos otros males que no hay tiempo de
enumerar, todos nacen no de la pobreza ni del moderado ali-mento, sino de la
saciedad y la crápula. Y si quieres explorar las enfermedades del alma, que
de aquí brotan, encontrarás que de la saciedad nacen la avaricia, la
molicie, la ira, la pereza, la liviandad y el entontecimiento: todas toman
de aquí su principio.
Los que se entregan a las mesas opíparas, son almas no mejores que los
asnos, pues por semejantes bestias son destrozadas. No pasaré en silencio el
fastidio a que están sujetos quienes a semejantes enfermedades se sujetan;
aunque no podemos pasar lista de todas. Mencionaré únicamente una cosa que
es principio de todo: que jamás gozan con deleite de las mesas de que
venimos hablando. Porque la frugalidad, así como es madre del bienestar
corporal, así lo es del deleite; mientras que la hartura, así como es madre
de todas las enfermedades, es también raíz y fuente del fastidio. Donde hay
saciedad ya no puede haber apetito; y en donde no hay apetito ¿cómo puede
existir el deleite? Por eso vemos que los pobres son más prudentes y fuertes
que los ricos y que gozan de mayor alegría.
Pensando todo esto, huyamos de la embriaguez y de los placeres; y no
solamente de las delicias de la mesa, sino de todas las demás que pueden
conseguirse mediante las cosas de este siglo; y en su lugar hallaremos el
deleite espiritual y nos deleitaremos en el Señor, como decía el profeta:
Ten tus delicias en Yahvé y te dará lo que tu corazón desea . De este modo
gozaremos de los bienes presentes y también de los futuros, por gracia y
benignidad del Señor nuestro Jesucristo, por el cual y con el cual sea la
gloria al Padre, juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los
siglos. -Amén.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Explicación del Evangelio de San Juan (1), Homilía
XXII (XXI), Tradición México 1981, p. 181-188)
Aplicación: San Alberto Hurtado - Caná de Galilea
La historia
El Señor se prepara a volver a Galilea, después de haber conquistado los
primeros discípulos. Había dos caminos, uno por Perea y otro por Samaría.
Viaje a pie de tres días, desde la ribera del Jordán, cerca del sitio de su
bautizo. Escogió este segundo camino. Había una razón especial: pasaba por
Caná y allí vería a su Madre que iba a asistir a una fiesta de matrimonio.
El viaje
Viaje de esfuerzo, a pie como todos los viajes de Cristo, por
caminos áridos, pedregosos, polvorientos... Toda la vida de Cristo es un
gran esfuerzo. Nada de molicie. Nacido en una cueva, su primera cama es un
pesebre, luego de niño tiene que emprender en brazos de sus padres el rudo
viaje a Egipto; vuelto a Nazareth, la vida de trabajo en el taller. Trabajo
de esfuerzo: arados, bancos... Sale a la vida pública y lo vemos en el
desierto árido, solo con las bestias salvajes, las grandes aves que
cruzarían graznando sobre ese terreno muerto; pasa a vivir en una choza, o
quizás al aire libre junto al río: "Los pájaros tienen nido, las zorras
cuevas... el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza"(Mt 8,20). De
ahí lo vemos emprender este viaje de tres días... Luego dormirse en el bote
de Pedro, recostando su cabeza sobre las cuerdas; dormir en el monte,
sentarse rendido de cansancio junto al pozo de Jacob, recorrer los trigales
hambriento, tanto que sus discípulos frotan las espigas para comer algo...
Cuando multiplicó los panes, se fue a aquel monte para poder descansar, pero
siguió trabajando.
¿Ropa? ¡La puesta! La túnica inconsútil... calzado: sandalias que haría
remendar antes de las grandes excursiones, ¡como ahora se hacen revisar las
llantas del auto! ¿Hotel? Con frecuencia el cerro, la sombra de un árbol, la
casa de un amigo o de un compasivo campesino... y entonces el mejor sitio
para sus compañeros. ¿Qué Santo Padre es el que recuerda emocionado la
tradición de que de noche se levantaba a ver si estaban cubiertos? Esa es la
imagen de Cristo: austero, de una pieza, sin blanduras muelles. Recuerde a
Mistral... Cristo, el de las carnes...
Esa ha sido la imagen de los grandes santos: Francisco de Asís: cómo vestía;
su cama, una roca; su vida en el Averno; su comida sazonada con ceniza; su
figura ascética. Francisco Javier: Nuncio haciendo su comida, lavando su
ropa, corriendo por el cerro en busca de los caballos. El Marqués de
Comillas. Cura chileno de Isla de Maipo, que dio su fortuna, y cuando no
quedaba sino unos cuantos pesos, los entregó, a pesar que eso habría sido
para su medicina. O'Callahan, medalla del Congreso: The bravest man I ever
met, días sin comer, pasando de uno a otro las bombas caldeadas y a punto de
explotar. Camilo de Lellis curando sus enfermos. Thonet, el presidente de la
JOC, muriendo de hambre, y murió cantando.
Esa austeridad es necesaria para todos
El lujo en la vida privada... ¡se puede defender! Sí, -a veces con
dificultad, pero, en fin, ¡se logra a veces defender! Pero ¿ha convertido a
alguien el lujo, de la gran casa, del magnífico auto? "Todo me es lícito,
pero no todo conviene", diría San Pablo (1 Co 6,12). Y me atrevería a decir
que ahora, en nuestro siglo, Nuestro Señor incluso para su casa quiere que
ésta se asemeje más a la mansión de sus hermanos obreros: El, que nunca
quiso privilegios, no debe sentirse bien entre mucho oro, cuando Él mismo,
¡É1 mismo, en su cuerpo místico, está muriendo de tuberculosis en la calle o
debajo del puente! ¿No ha sido acaso la hermosa tradición de la Iglesia
vender sus joyas en las grandes calamidades de los pobres?... y ¿no es toda
la vida moderna una gran calamidad? ¡No sea cosa que conservemos las joyas y
perdamos las almas!
Si miramos honradamente a Cristo y a los santos ¿qué hallamos? El primer
paso de los que se acercan a Cristo, es la pobreza; el primer voto de la
vida religiosa es la pobreza, y la primera causa de todas las decadencias
espirituales ha sido la riqueza (por eso es que nos suprimieron a tiempo"').
¡El llamado final de la Divini Redemptoris a una vida más modesta! Y, para
reformar la sociedad, dice Quadragessimoanno4": reforma moral y reforma
instituciones.
Por lo que respecta al seglar católico, qué hermoso sería darle un aspecto
más austero. Vestido... menos gasto, menos exquisitez, por lo menos en la
vida diaria, que es vida de trabajo y el traje ha de indicar que se está en
trabajo. Esto no quita que en el momento de fiesta, sea fiesta, pero la
fiesta debe ser como el postre en la comida, o el azúcar en el café, no más
del 10%... ¡El trabajo mismo debe ser una fiesta y una alegría permanente!!
Casa: cómoda sencilla... pero no puede la mía tener una comodidad como 100,
cuando la de miles de mis hermanos no tiene como! ¡En Santiago, 5.000 de mis
hermanos no tienen más casa que el cielo, más cama que el suelo polvoriento
o barroso, más abrigo que el calor de otro miserable o el de un perro que se
apretuja en contra de él! Fiestas... Sí. Y... se puede defender el derecho
de usar "la magnificencia" y se puede citar a Santo Tomás... pero, ¿es
cristiano derrochar sumas enormes cuando otros mueren de hambre. –Es que
todos los de mi situación social lo hacen... –Pero ¿no será tiempo de
comenzar a hacerlo de otra manera? Matrimonio costoso... Pololeos caros...
Yo me pregunto a veces, pero ¿nos hemos dado cuenta del mundo en que
vivimos?, ¿nos hemos dado cuenta de lo que tenemos nosotros... y de lo que
carecen otros?
Hay algo que no vemos nosotros al no salir de Chile, pero que los
extranjeros que vienen a Sud América, y sobre todo a Chile, ven al punto: La
horrenda distancia de dos mundos que conviven sin tocarse por ninguno de sus
extremos... Paltee (y lo citaba Times –Ave María–) Howard, Heering... caen
al punto en la cuenta de algo que nosotros no vemos. Pelletier: una
exquisita elite; pero, ¡a qué precio, qué caro!
En Estados Unidos y Canadá pude yo también apreciar ese problema nuestro que
intuía, pero no veía cómo podía ser solucionado. Nuestro problema es doble:
el de los que tienen demasiado poco, y el de los que tienen demasiado; no
demasiado dinero, pero sí demasiada comodidad, una vida demasiado fácil,
¡frente a una vida demasiado dura! Nuestras clases separadas por un inmenso
abismo. En Estados Unidos me impresionaba ver los muchachos en su traje de
diario: en Washington — ¡la capital! tan sencillo; todo lo inútil
eliminado... sus bototos, su gorra, o cabeza descubierta en mitad del
invierno... su abrigo barato, corto; su ropa sin pretensión. La casa cómoda,
pero sin pretensiones: sin grandes salones de recibo (salvo la Embajada
Rusa...), su living. Auto, frigidaire, lavandería, porque todo hay que
hacerlo en casa, y todos lavando la vajilla, por eso se sabe lo que se usa;
¡pues una sirviente es un dólar por hora! ¡Su trabajo es humano, tiene
derecho a una vida decente y si la necesito la tengo que pagar!
Las mujeres con su pañuelo en la cabeza. Los alumnos de nuestros colegios
cuántos recogen los platos, trabajan en la tarde, o en el verano, o siguen
en cursos de la tarde para ganarse la vida y poder estudiar. Y ¡yo pensaba
en los que pololean a costa del bolsillo del papá!
Sobriedad de vida; austeridad; esfuerzo. Y sentirnos vinculados a los que
sufren, amarlos, procurar comprenderlos, vivir más en la inteligencia de su
espíritu, y más cerca de sus rudezas y dolores. Al comunista chileno, que
viajaba con Pelletier, lo que más chocaba en nuestro clero era que
precisamente siendo muchos de condición modesta y llevando una vida dura,
tuvieran tanta mentalidad de clase pudiente.
Espíritu de equipo
Jesús no viaja solo, no participa en las actividades solo. Salvo
cuando ora, siempre está acompañado de sus apóstoles; con ellos va a todas
partes, incluso a los banquetes. La gran fuerza que da el vivir con otros
del mismo ideal, el trabajar con otros en la causa común. Vivir con otros:
para el sacerdote, el terrible peligro para su alma y sus nervios de vivir
solo. En Norte América y Canadá, cada sacerdote vive con otros sacerdotes,
se divierten juntos y eso es un gran resguardo. Hacen vida íntima de
familia; si necesitan salir a tomar un helado, salen... pero juntos. El gran
beneficio de nuestra vida de comunidad, pero a condición de vivir plenamente
en ella... de no minimizarla, de amar los recreos, los días de campo, las
fiestas en común. ¡Oh todo lo que se pudiera decir de nuestros recreos!
Recuerde lo que nos decía el Padre Charles: ¡ventajas únicas! Vivir en la
comunidad, con la comunidad, para la comunidad.
Trabajar en equipo: el resultado enorme que podríamos sacar si nos
ayudáramos en nuestros trabajos. Si hiciéramos obra de equipo... Un curso de
religión en equipo; un libro, un retiro... en equipo. La dirección
espiritual ligados al Prefecto, Maestrillos, Padre Espiritual... Las obras
de caridad apuntalándonos con los medios que cada uno tiene: todos a la
disposición de los demás.
El espíritu de equipo significa, en los que lo practican, un inmenso
renunciamiento: somos tan aficionados de hacer mi obra, en la que yo deje mi
huella, y pasar a hacer la obra común, que no va a ser la mía, en la que yo
no figuro sino como rueda en el engranaje común... ¡Caramba que significa
renunciamiento!
Significa mortificación para acomodarme a los demás, esa terrible
mortificación interior de soportar caracteres lentos, egocéntricos,
susceptibles, quisquillosos... y que no se suba jamás la leche... guardar la
calma, sonreír cuando uno patearía... Dios mío es canonizable el que trabaja
en equipo. Y obras como la Acción Católica son imposibles sin espíritu de
equipo.
Significa el cultivo de honestas amistades, un franquearse, un dar y
recibir, sin sentimentalismo de niños, pero sin estiramientos de falsa
ascética. Aprender a tratar a mis hermanos, no sólo ocasionalmente, sino en
forma más estable. Una amistad —que no es enfermiza sino viril—, es
absolutamente necesaria. Si uno trata a todos por igual no puede pedir una
respuesta cordial profunda. No rechazar a nadie, bondadoso con todos, pero
natural para ahondar aquellas relaciones que Dios pone en su camino.
Cuando uno se va de un país, de una casa, el recuerdo más grato que uno
lleva es el de aquellas almas bondadosas que se han sacrificado por uno, que
le han dado no fría cortesía, sino algo de sí, un calorcito de amistad. ¡La
gracia supone la naturaleza! Por otra parte, este espíritu de equipo es la
señal de las obras llamadas a perseverar. Lo que es sólo mío, morirá
conmigo... y allí quedará. Es la ventaja de la vida religiosa, que es ella
la que toma la obra... y eso da aliento para realizar en ella cualquier
trabajo. Es la manera como trabaja la Iglesia: es el Cuerpo Místico que
trabaja y los frutos se comunican mediante esa corriente de vida que se
llama comunión de los santos.
Espíritu social
Íntimamente relacionado con el espíritu de equipo está el espíritu
social: participar en la vida social, en las alegrías y en los dolores...
Vemos a Jesús, que hay una boda, hay mucha gente convidada... y aunque
quizás en la fiesta pueda haber algún exceso, allí está Él y allí está su
Madre. En medio del pueblo, de la vida humana, de la vida de familia, en las
alegrías más legítimas. ¡Qué distinto es Jesús y es su Madre de aquel
solitario taciturno que se empeñan algunos en describir. Sencillo, austero,
pero lleno de bondad, de cortesía, de sentido social, lo vemos acudir a la
invitación a las bodas, como en otras ocasiones a casa de Leví, de Simón el
Fariseo, de Pedro. El apóstol ha de ser fermento de la masa, pero esto
significa que está en la masa... Sal de la comida, en medio de ella, ¡no
aislado!
Por tanto, no hacernos a un lado de la vida social. En todas partes donde
sea honesto, allí deberíamos estar: en un día de santo, de matrimonio, en un
funeral, en una alegría y en una pena. En la fiesta del regimiento, en la
mesa del radical y en la del conservador, en las fiestas patrias... El
sacerdote en todas partes... pero en todas: en el sindicato. En Norte
América, en las grandes huelgas: ¡dos sacerdotes en medio de sus piquetes!
Llorente hacinado con seis esquimales. ¡Que puede haber abusos! Sí...
También la Santa Eucaristía a qué abusos no está expuesta: sacrilegios,
profanaciones... El abuso es "por accidente". Claro que esto supone
sacerdotes de vida interior. Monseñor Miller, el inmenso bien que hizo entre
gente alejada, porque nunca se alejó de ellos... ¡Cuánto sacrificio suponen
estas visitas! ¡Cuánto mejor estaría uno durmiendo una siesta! Yo confieso
que las hago muy poco, pero no por virtud, sino por falta de ella.
En medio de los pobres. Este espíritu social del sacerdote no dañará, antes
por el contrario, si se hace con todos, sobre todo con los pobres, como
vemos a Jesús, que si bien fue a casa de Simón, fue a Cana... a Leví el
pobre usurero.
En Caná lo vemos entre los pobres. Una pareja de pobrecitos que se casan: me
parece un par de huasitos. Han echado la casa por la ventana... Debajo de la
higuera están los novios, los otros convidados debajo del parrón, en el
patio, ¡¡bailando su cuequita!! Y Jesús está en ese ambiente y allí feliz,
¡¡la Santísima Virgen!!
Pienso en el cura Brochero que no se negaba a ninguna de las alegrías de sus
fieles; en nuestro Monseñor Labbé compadre de todos los caucheros de la
Pampa; en San Francisco Javier jugando cartas para ganar un alma; en San
Ignacio visitando a Javier para ganárselo.
Y en el más humilde sitio entre los pobres... Estaban Jesús y María,
conocidos de nadie... El carpintero de la infeliz aldea de Nazareth y su
Madre que venían con un grupo de huasos pescadores polvorientos, convidados
a última hora... ¿Dónde? junto a la cocina, donde estaba la mesa de
servicio, donde iban y venían los sirvientes... ¡¡Por eso es que María se
dio cuenta al punto de lo que pasaba! Llaneza... no ser exigentes.
Contentarse con todo: ¡Que todo nos quede grande! Cuerpo de pobre. ¡En
cualquier sitio sentirnos bien! Menos preocupados de nuestra autoridad que
de nuestra caridad. Que la autoridad en el cristiano es servir; ¡el Papa es
el siervo de los siervos! Y Dios es el que sirve... si no nos dan asiento,
si nos hacen esperar; ¡que no se suba la leche! Si nos tratan con poca
deferencia... Alegría, sonreír. ¡Contento, Señor!'"
Con María en nuestros apuros
¡Faltó el vino! ¡Pero allí estaba María felizmente! Ella con su
intuición femenina vio el ir y venir, el cuchicheo, los jarros que no se
llenaban... Y sintió toda la amargura de la pareja que iba a ver aguada su
fiesta, la más grande de su vida... Sintió su dolor como propio.
¡Comprensión! de los dolores ajenos... No decir esas palabras huecas que no
significan nada... y menos aún pasar de largo. Cuando hay un dolor que allí
estemos: sin quitarle el cuerpo. Como lo hace el pueblo que es más niño y
por eso está más cerca de Dios: ¡que va a sentir con el doliente! Idea
cristiana que está a la base de nuestros velorios. Que la pena de las
chacras y del gorgojo sea nuestra pena, y que no nos desdeñemos de esas
cosas nosotros que somos canales de la gracia, pues si nos desentendemos de
lo humano los canales se tapan y a estas almas no llegará la Gracia de
Cristo.
Y Ella comprendió que Ella podía hacer algo, y que Él lo podía hacer todo.
Ella guardaba en su corazón el secreto desde hace 30 años... sabía que
vendría un día en que Él tendría que manifestarse, en vano había esperado
hasta ahora esa manifestación. Unas cuantas palabras a los 12 años y ¡nada
más! ¿Cuándo llegaría ese momento? Ella presentía que en ese momento estaría
Ella, su Madre, junto a Él. La buscó para comenzar su vida; Ella
intervendría en su manifestación pública, como iba a estar presente en el
último momento, como lo estaría en su Ascensión y en el descendimiento de su
Espíritu. Ella ligada irrevocablemente a su obra.
Y le dice: "¡No tienen vino!". La respuesta de Jesús: "Pero qué nos va a mí
y a ti. ¿No ves que aún no ha llegado mi hora?"(Jn 2,3-4). María comprende:
Aun no ha llegado mi hora, es la idea central en la respuesta de Cristo. Y
así es, ni antes, ni después de mucho tiempo, ningún milagro en la vida de
Jesús. En su plan, los milagros vendrían después... después de la
predicación, serían los signos que la confirmarían. En verdad todavía no era
la hora. Pero, al propio tiempo ¿por qué toma en serio la observación de
María?, ¿por qué no la deja pasar? ¡Ah! María comprendió al punto que no era
su hora, pero que no le iba a decir que no, a Ella su Madre. Y Ella que
había comprendido como nadie el sentido de la Encarnación, que era un
mensaje de amor, de redención, de elevación, de pacificación, de alegría
para las almas, comprende también que Jesús estará feliz de anticipar esa
hora para alegrarla a Ella y para mostrar la preeminencia de la caridad
sobre toda consideración. Y por eso con llaneza y seguridad únicas dice a
los sirvientes: "Haced cuanto Él os dijere" (Jn 2,5).
¡Oh, María, contigo estoy tranquilo! Vela tú por mí, que el infierno nada
podrá en contra mía, y Jesús, tu Hijo, fruto bendito de tus entrañas, se
plegará a tus dulces deseos. ¡Y Jesús obra a su manera! ¡Qué manerita! ¡Si
parece que quisiera tomarnos el pelo! ¿Falta vino? ¡¡Pues echen agua a las
tinajas!!Y ahora lleven esa agua al maestresala. A la base de la fe, está la
"rendición incondicional" y por eso parece que ahora, como entonces, quiere
exigir de nosotros ese salto en el vacío, ese abrazar su autoridad, ese paso
de la lógica a la fe, de las razones a la aceptación del misterio, porque es
Él quien lo dice y nada más, motivo formal de la fe.
Y quien no da ese paso no llega a la fe; y quien se espanta como el caballo
ante la sombra y recula, necesitará que Jesús, buen jinete le clave las
espuelas y si a pesar de todo no pasa, indócil a la gracia de Dios, se
esterilizará y morirá.
La fe, ¡base de toda vida cristiana! El primer contacto del hombre con Dios
es por la fe. "¡Sin fe es imposible complacer a Dios!" (Heb 11,6). ¿Cómo
obtenerla? Pedirla, suplicarla, actuarse; humildad de corazón. Realizar la
verdad, porque "el que obra la verdad, va a la luz" (Jn 3,21).
(ALBERTO HURTADO, SJ, Un disparo a la eternidad, Universidad Católica de
Chile, 2004, pp. 249-256)
Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - Las Bodas de Caná
Sabemos por la revelación que Dios eligió un pueblo determinado para
hacerlo depositario de sus promesas. Pero no fue una elección meramente
intelectual. Quiso unirse a él como un esposo con su esposa. La pedagogía
del amor divino se fue realizando por medio de los profetas. Ellos tenían
por misión ir manifestando el amor fuerte, tierno y celoso de Dios. La
primera lectura del profeta Isaías nos describe este amor nupcial. El Divino
esposo, celoso hasta la muerte, será quien rescatará a su amada de sus
amoríos falsos. Jerusalén ya no será llamada más "Abandonada", ni dirán más
a su tierra "Devastada", sino que la llamarán "el Deleite de Dios", y a su
tierra "Desposada", porque el Señor puso en Israel su "complacencia".
Concluye el profeta: "Como la esposa es la alegría de su esposo, así serás
tú la alegría de tu Dios".
Llegada la plenitud de los tiempos, el Verbo vino en búsqueda de su amada,
desposándose con ella en el seno purísimo de la Virgen. Estas bodas, las más
santas que jamás se hayan oído, se realizaron en medio del silencioso Templo
Virginal, en el recoleto misterio de Santa María, y entre la nube de
incienso de sus oraciones levantadas a Dios. Pero dichas bodas, que
comenzaron en el preciso momento de la Encarnación, fueron continuadas hasta
la "hora" cruenta del Calvario, donde el Señor quiso sellar la Alianza con
la humanidad por medio de su entrega sacrificial.
Jesús santifica las bodas
A las bodas que se celebraron en Caná fue invitada María, la Madre de Jesús.
Ello hace suponer que alguna relación había entre María y los novios,
relación de parentesco, o al menos de amistad. En aquel tiempo era costumbre
que las fiestas de bodas se prolongaran por siete días, importando este dato
por la falta de vino que se producirá luego. Jesús fue también invitado,
juntamente con sus discípulos. El Señor todavía no era conocido como un gran
personaje, tampoco lo era por sus milagros, ya que, precisamente en estas
bodas, realizaría el primero de ellos. Pero como para Jesús nada es
fortuito, sino que Él sabía muy bien lo que iba a ocurrir en Caná y lo que
allí iba a hacer, sólo para los demás debió ser casual su encuentro allí, en
momentos de tan apremiante necesidad para aquellos flamantes esposo. El
Señor manifestaría su poder con la conversión del agua en vino, aumentando
así la fe de los discípulos que hacía poco lo habían empezado a seguir.
Tampoco fue casual la presencia de María Santísima, quien acompañará al
Mesías hasta el final de su vida terrena. Era conveniente, según el plan de
Dios, que Ella estuviese en este primer momento de la manifestación del
poder de su Hijo.
Todo ser humano, después del pecado original, ha quedado herido. La
privación de la amistad de Dios por el pecado, influye decididamente en las
demás relaciones humanas. Sin duda que al amor entre el hombre y la mujer,
también experimenta este quebranto. No siempre es fácil desligarse
completamente de las discordias, de los celos, de las infidelidades, de los
conflictos, y hasta del odio y la ruptura. El corazón humano herido debe
aprender a amar, y para ello necesita la ayuda de la gracia de Dios.
En Cana, Jesucristo nos muestra cómo Él ha venido también con el propósito
de restaurar el amor conyugal. Para mantener las buenas relaciones, y para
sobrellevar el peso de una familia, no basta el mero amor humano. Se
necesita el auxilio permanente de la gracia. Sólo por medio de ella, los
corazones se verán privilegiados, pudiendo así los esposos amar según el
ejemplo y la medida del amor de Cristo.
La experiencia casi cotidiana de la falencia de las relaciones entre la
mujer y el hombre, no se debe en su origen a una falla de la naturaleza,
sino que tiene su raíz en el pecado original. En su misericordia infinita,
Jesús, el Salvador, viene a santificar el matrimonio. Su primer milagro lo
hará para aquellos nuevos esposos, como indicando su deseo de aportar todos
los auxilios necesarios a los cónyuges.
En Caná todos participan de la sana y grata alegría de la fiesta. Pero, esta
fiesta es distinta a la de los casamientos comunes, ya que recibió la
inmerecida dicha de contar con la presencia del Verbo Encarnado. Jesús
irradia a los circunstantes una alegría que es diferente, una alegría de
cielo. Quizás los allí presentes no hubieran sabido decir por qué esta boda
fue distinta a las otras. Jesús estaba entre medio de ellos, repartiendo sus
beneficios. Nos podemos preguntar: ¿serán menos dichosos los novios de
nuestro tiempo que aquellos que se casaron en Caná? Felices fueron entonces
por tenerlo a Jesús, no menos felices pueden serlo hoy, aunque no lo vean al
Señor con los ojos del cuerpo. Allí estuvo presente, hoy también lo está por
medio del sacramento. Además ¿no dijo que cuando dos o más están reunidos
en su nombre, Él está en medio de ellos?
Toda la vida nuestra está marcada por el amor esponsalicio de Cristo y de la
Iglesia. Ya desde el Bautismo entramos a vivir de este misterio. Aquel baño
regenerador es como un "baño de bodas", puesto que por él entramos en
comunión con Cristo y la Iglesia. Y ese baño nos prepara para el banquete
nupcial de la Eucaristía. El Matrimonio cristiano, a su vez, es signo eficaz
que representa la dación de Cristo en favor de su Iglesia. El Señor se
entregó por Ella, y al purificarla con la aspersión purificadora de su
propia sangre, manifestó todo el amor que por Ella experimentaba. Esta
entrega viene a ser como un modelo para los esposos, de cómo ellos deben
entregarse por sus esposas.
La mediación de María
Nos dice el Evangelio que éste fue el primer milagro que hizo el Señor. Pero
asimismo hemos de agregar que ofreció la ocasión de mostrar cuán grande es
el poder que tiene la intercesión de la Virgen frente a su Hijo. Ella,
preocupada como toda mujer por las cuestiones culinarias y caseras, advierte
que no tienen vino, y se lo declara a Jesús. El Señor le dijo: "¿Mujer, qué
tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía". Nada tiene de duro
este vocativo "mujer". Los orientales suelen llamar así a las personas más
queridas y dignas de respeto. Equivale a llamarla "señora". Por lo demás, es
la manera bíblica con la que se la designa en múltiples oportunidades, por
ejemplo en el Génesis, cuando se habla de Eva, que es figura de María, y
también en el Apocalipsis, si concedemos que Ella es la Mujer revestida de
sol. Asimismo nos fue regalada bajo esta denominación a todos los hombres
como madre universal en la persona de San Juan, cuando Cristo le dijo desde
la cruz: "Mujer, he ahí a tu hijo".
Se trataba de un pedido de María: "No tienen vino". Y aunque la hora del
Señor no había aún llegado, igual el Hijo asentiría a su mego. María siempre
está preocupada, atendiendo las necesidades de sus hijos, aunque ellas sean
pequeñas y de índole puramente terrena; con mayor razón si se trata de
anhelos sobrenaturales. No hay nada que el Hijo pueda negarle a la Madre.
Ella conserva en sus manos la llave que abre el Corazón de Jesús. Por algo
la Iglesia se ha complacido en llamarla Medianera de todas las gracias y
Abogada de los pecadores. Su oficio mediador entre Jesús y los hombres,
queda claramente de manifiesto en esta oportunidad.
En la vida familiar, con todo lo que ella significa, relaciones entre
esposos, relaciones de paternidad y de filiación, además de todas las
preocupaciones cotidianas, será inobviable la presencia de María, la Madre.
Ella nunca se desentiende de las necesidades de sus hijos, y Dios se
complace en que recurramos a Ella constantemente. Es la Madre amantísima,
proveedora de bienes sobrenaturales y defensora de la familia. Cuando los
que viven bajo un mismo techo recurren a María, pueden estar seguros que
están bajo su manto, pero también bajo el poder protector de Jesús.
Ella dijo a los que servían: "Haced todo lo que él os diga". Pide en esos
momentos que obedezcan a su Hijo y le tengan confianza. Lo mismo nos dice
hoy con idénticas palabras. Hemos de hacer todo lo que el Señor nos diga. La
recomendación de María, al inicio de la vida pública de Cristo, se podría
aplicar a cada una de las enseñanzas del Maestro; será preciso que hagamos
siempre lo que Él nos diga, si queremos cumplir realmente la voluntad de
Dios. Entonces sí, por mediación de María Santísima y por la intervención
del poder de Cristo, no faltará la alegría en la fiesta de bodas.
El milagro
Una vez que, por orden de Jesús, los sirvientes llenaron de agua las grandes
tinajas hasta el borde, el poder divino que se escondía en la humanidad de
Cristo, convirtió el agua en vino. Vino elogiado posteriormente por el
maestresala como el mejor vino. Manifiéstase así la sobreabundancia en
calidad y cantidad de los beneficios de Dios. Llegada la hora de su entrega
al Padre, en la Última Cena, el Señor transformará no el agua en vino, sino
el pan en su cuerpo y el vino en su sangre. A quien le cueste comprender
este último y más grande milagro de Jesús, que empiece por aceptar el
primero. Y que le pida a la Madre, que mucho tiene que ver con ello, la
gracia de entenderlo.
El milagro de Caná de Galilea provocó un doble efecto, según lo relata el
evangelista: manifestó la gloria de Jesús y confirmó la fe de sus discípulos
en Él. Todos los milagros del Señor deberían producir en nosotros esos
mismos efectos. Se deben al poder divino, por lo que constituyen una prueba
externa de la presencia de Dios entre los hombres. Admirándonos frente a
ellos, se acrecentará nuestra fe.
Desde Caná, pasando por cada uno de los prodigios del Señor, lleguemos hasta
su Milagro Eucarístico. Milagro que se sigue repitiendo en todos los altares
del mundo, donde se celebra la Santa Misa. Pidámosle al Señor, por
intercesión de María, que nos conceda la gracia de creer cada vez con más
firmeza en su presencia real entre nosotros, y que al recibirlo en nuestra
alma, se renueve nuestra unión esponsalicia con Él. Pidámosle, asimismo,
que si encuentra durezas en nuestro corazón, las disuelva decididamente,
como convirtió el agua en vino, para que con un corazón enamorado podamos
vivir del "vino vivificante" de su caridad.
(ALFREDO SÁENZ, SJ, Palabra y Vida Homilías dominicales y Festivas, Ciclo C,
Ed. Gladius, Buenos Aires, 1994, pp. 68-74)
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Aplicación: Juan Pablo II - Jesucristo es invitado continuamente por
cada uno de los hombres y por las diversas comunidades.
En el Evangelio de hoy leemos que el Señor Jesús fue invitado a participar
en la boda que tenía lugar en Caná de Galilea. Esto sucede al comienzo mismo
de la actividad magisterial, y el episodio se grabó en la memoria de los
presentes, porque precisamente allí Jesús, reveló por vez primera la
extraordinaria potencia que, desde entonces, debía acompañar siempre su
enseñanza. Leemos: "Éste fue el primer milagro que hizo Jesús, en Caná de
Galilea, y manifestó su gloria y creyeron en Él sus discípulos" (Jn 2,11).
Aunque el acontecimiento tiene lugar al comienzo de la actividad de Jesús en
Nazaret, ya están en torno a Él los discípulos (los futuros Apóstoles), al
menos los que habían sido llamados primero.
Con Jesús está también en Caná de Galilea su Madre. Incluso parece que
precisamente Ella había sido invitada principalmente. En efecto, leemos:
"Hubo una boda en Caná de Galilea, y estaba allí la Madre de Jesús. Fue
invitado también Jesús con sus discípulos a la boda" (Jn 2,1-2). Se puede
deducir, pues, que Jesús fue invitado con la Madre, y quizá en atención a
Ella; en cambio los discípulos fueron invitados juntamente con Él.
Debemos concentrar nuestra atención sobre todo en esta invitación. Por vez
primera Jesús es invitado entre los hombres, y acepta esta invitación, se
queda con ellos, habla, participa en su alegría (las bodas son un momento
gozoso), pero también en sus preocupaciones; y para remediar los
inconvenientes, cuando faltó el vino para los invitados, realizó el "signo":
el primer milagro en Caná de Galilea. Muchas veces más será invitado Jesús
por los hombres en el curso de su actividad magisterial, aceptará sus
invitaciones, estará en relación con ellos, se sentará a la mesa,
conversará.
Conviene insistir en esta línea de los acontecimientos: Jesucristo es
invitado continuamente por cada uno de los hombres y por las diversas
comunidades. Quizá no exista en el mundo una persona que haya tenido tantas
invitaciones. Más aún, es necesario afirmar que Jesucristo acepta estas
invitaciones, va con cada uno de los hombres, se queda en medio de las
comunidades humanas. En el curso de su vida y de su actividad terrestre, Él
debió someterse necesariamente a las condiciones de tiempo y lugar. En
cambio, después de la Resurrección y de la Ascensión, y después de la
institución de la Eucaristía y de la Iglesia, Jesucristo de un modo nuevo,
esto es, sacramental y místico, puede ser huésped simultáneamente de todas
las personas y de todas las comunidades, que lo invitan. En efecto, Él ha
dicho: "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y
vendremos a él y en él haremos morada" (Jn 14,23).
Jesús fue invitado a Caná de Galilea, para tomar parte en la boda y en la
recepción nupcial. Aun cuando diversos acontecimientos están vinculados con
el comienzo de la actividad pública de Jesús de Nazaret, podemos deducir
justamente del texto evangélico que este episodio precisamente, de modo
particular, determina el comienzo de su vida apostólica. Es importante notar
que precisamente en las circunstancias de las bodas Jesús comienza su
actividad. Las palabras de la primera lectura del libro del profeta Isaías
comprueban esto con la particular tradición profética del Antiguo
Testamento.
Pero incluso independientemente de esta tradición, el hecho mismo nos ofrece
mucho para meditar. Jesucristo, al comienzo mismo de su misión mesiánica,
toca, en cierto sentido, la vida humana en su punto fundamental, en el punto
de partida. El matrimonio, aun cuando es tan antiguo como la humanidad,
significa siempre, cada vez, un nuevo comienzo. Éste es sobre todo el
comienzo de la nueva comunidad humana, de esa comunidad que se llama
"familia". La familia es la comunidad del amor y de la vida. Y por eso a
ella ha confiado el creador el misterio de la vida humana. El matrimonio es
el comienzo de la nueva comunidad del amor y de la vida, de la que depende
el futuro del hombre sobre la tierra.
El Señor Jesús une el comienzo de su actividad a Caná de Galilea, para
demostrar esta verdad. Su presencia en la recepción nupcial pone de relieve
el significado fundamental del matrimonio y de la familia para la Iglesia y
para la sociedad.
En Caná se reveló también María en la plena sencillez y verdad de su
Maternidad. La Maternidad está siempre abierta al niño, abierta al hombre.
Ella participa de sus preocupaciones aún las más ocultas. Asume estas
preocupaciones y trata de ponerles remedio. Así ocurrió en la fiesta de las
bodas de Caná. Cuando llegó "a faltar el vino" (Jn 2,3) el maestresala y los
esposos se encontraron ciertamente en gran dificultad. Y entonces la Madre
de Jesús dijo: "No tiene vino" (Jn 2,3). El desarrollo posterior del
acontecimiento nos es bien conocido.
Al mismo tiempo María se revela en Caná de Galilea como Madre consciente de
la misión de su Hijo, consciente de su potencia. Precisamente esta
conciencia la apremia a decir a los servidores: "Haced lo que Él os diga"
(Jn 2,5). Y los servidores siguieron las indicaciones de la Madre de Cristo.
¿Qué cosa os puedo desear sino que escuchéis siempre estas palabras de
María, Madre de Cristo: Haced lo que Él os diga?
Y que las aceptéis con el corazón, porque han sido pronunciadas por el
corazón. Por el corazón de la Madre. Y que las cumpláis: "A la santificación
precisamente os llamó por medio de nuestra evangelización, para que
alcanzaseis la gloria de nuestro Señor Jesucristo" (2 Tes 2,14).
Aceptad, pues, esta llamada con toda vuestra vida. Realizad las palabras de
Jesucristo.
(En la Parroquia de la Inmaculada y San Juan Berchmans, 20 de Enero de 1980)
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - "No tienen vino" Jn 2, 3
Ya en las bodas de Caná, por pedido de la Virgen Santa, Jesús adelantó su
hora e hizo su primer milagro. A partir de entonces la Santísima Virgen
sigue siempre intercediendo por nosotros ante su Hijo. Por eso los Santos
Padres y los Papas la llaman "Omnipotencia Suplicante" ya que es capaz de
obtener de Dios todo lo que le pide en la oración. Los católicos nos
dirigimos suplicantes a ella porque su oración es mejor escuchada por Jesús.
"No tienen vino", palabra que María pronunció en unas bodas en Caná y que
motivó el comienzo de los milagros de Jesús.
Caná es epifanía. Sigue a la epifanía de los gentiles y del bautismo de
Jesús. Es epifanía del poder y de la divinidad de Jesús.
Caná es símbolo. Símbolo de la gracia representada por el agua y del amor
representado por el vino.
La falta de vino hizo que María por amor a los esposos pidiera el milagro y
que Jesús por amor lo realizara.
Y este vino excelente que el maestresala probó y que era mejor que el
anterior es el buen vino de la caridad faltante en el Antiguo Testamento.
Símbolo de la Eucaristía ya que Jesús en este milagro adelanta "su hora" que
es la hora de su Pascua y también muestra su poder sobre los elementos de la
naturaleza convirtiendo el agua en vino. La Eucaristía será el sacramento de
su Pascua y será un milagro permanente donde Jesús está presente bajo las
apariencias de vino.
Símbolo de la dignidad del sacramento del matrimonio. Jesús y María
santifican con su presencia aquellas bodas.
María fue la primera en recibir la revelación de los principales misterios
de nuestra fe, en Caná es la primera en conseguir y presenciar un signo de
su Hijo.
María conoce las necesidades de nuestra vida hasta las más triviales. Se dio
cuenta de la necesidad de los novios y pidió el milagro.
En unas bodas el vino ayuda a la alegría. María nos trae a Jesús y con El
todo lo que necesitamos para vivir con alegría. Ella es causa de nuestra
alegría. María se congratula con nuestra alegría como lo hizo con los
esposos en Caná.
Y María en este detalle de tratar de subsanar la necesidad de los esposos
nos da ejemplo de caridad perfecta. Ve la necesidad sin que se la digan y es
porque el que ama sale al encuentro del amado para amarlo, se adelanta…
María quiere remediar nuestras necesidades, hasta las más pequeñas. María
ante Jesús expresa sencillamente la necesidad para que El la remedie.
Caridad eficaz que pone los medios, pide a Jesús.
María también nos da ejemplo de modestia y discreción en el modo de proceder
"no tienen vino". El que ama presenta la necesidad para que el amado haga lo
que le plazca. Y así es mejor… porque Dios sabe lo que nos conviene, se
compadece del necesitado que pide humildemente.
María no retrocede en su empeño a pesar de las palabras "aparentemente
duras" de Jesús. "Que tengo yo contigo", semitismo que según el contexto
parece decir que no es el momento oportuno para obrar… "Mujer" que parece
áspero comparado con Madre o María. Pero según las interpretaciones esta
"Mujer" se refiere al libro del Génesis y significaría la maternidad
espiritual de María, nueva Eva. Aquí intercediendo por las necesidades de
sus hijos. Al pie de la cruz dándolos a luz.
María con confianza ilimitada dice simplemente: "haced lo que Él os diga".
María conoce el poder de su Hijo y tiene fe indudable en El, confía en su
liberalidad.
María es la mediadora excelsa entre Jesús y nosotros.
"Haced lo que Él os diga" contiene un programa de vida para llegar a la
santidad.
María es modelo de fe para todos nosotros. En Caná por su intercesión creció
la fe de los discípulos.
Notas
Jn 2, 1 11
Cf. Alastruey, Tratado de la Virgen Santísima,
BAC Madrid 1945, 771.
Buela C., El Catecismo de los jóvenes…, 51-2
Cf. Jn 2, 1-12
Cf. v. 11
Cf. Jn 19, 34
Cf. v. 10
Cf. Mt 22, 37-40
Cf. Jsalén. (edición 1998) a Jn 2,4.
Cf. v. 4
3,15.20
Cf. Jn 19, 26
Cf. L.G. nº 63
Cf. v. 11
Aplicación: P. Jorge Loring, S.J. - Segundo Domingo del Tiempo
Ordinario - Año C Jn 2:1-12
1.- Caná estaba a uno hora de camino de Nazaret, de modo que es muy posible
que se tratara de unos parientes a amigos muy íntimos, pues María no es una
simple invitada porque se ocupa de lo que hace falta: el vino era algo
esencial en una boda.
2.- No se habla de José. Es probable que ya había muerto.
3.- La llama MUJER, no la llama MADRE. La expresión MUJER se empleaba en los
momentos solemnes, equivalía a SEÑORA. Se usaba antes de decir algo
importante. Por eso la usó también en la cruz antes de nombrarla MADRE DE LA
HUMANIDAD.
4.- La capacitad de cada tinaja sería de unos cien litros. Se usaban para
almacenar agua. En total serían seiscientos litros de vino. ¡Gran
abundancia! Generosidad de Dios al ayudarnos.
5.- "Todavía no ha llegado mi hora". La intercesión de María adelanta la
hora de los milagros.
6.- -María no pide. Se limita a exponer la necesidad con la seguridad de ser
escuchada.
7.- María es nuestra INTERCESORA, nuestra MEDIANERA. San Pablo dice que
nuestro principal MEDIADOR es Jesús. María es la medianera secundaria,
porque en sus brazos estamos más cerca del corazón de Dios, como un bebé en
brazos de su madre.
8.- Podemos ir a Dios directamente, pero nuestras peticiones en manos de
María son mejor acogidas por Dios que en nuestras manos sucias y pecadoras.
9.-Uno de los sitios en qué más se manifiesta la mediación de María es en
Lourdes. La OFICINA MÉDICA confirma 3.000 curaciones que no tienen
explicación natural.
Aplicación: P. Raniero Cantalamessa OFMCap - Invitaron a Jesús a las
bodas
El Evangelio del II Domingo del Tiempo Ordinario es el episodio de las bodas
de Caná. ¿Qué ha querido decirnos Jesús aceptando participar en una fiesta
nupcial? Sobre todo, de esta manera honró, de hecho, las bodas entre el
hombre y la mujer, recalcando, implícitamente, que es algo bello, querido
por el Creador y por Él bendecido. Pero quiso enseñarnos también otra cosa.
Con su venida, se realizaba en el mundo ese desposorio místico entre Dios y
la humanidad que había sido prometido a través de los profetas, bajo el
nombre de «nueva y eterna alianza». En Caná, símbolo y realidad se
encuentran: las bodas humanas de dos jóvenes son la ocasión para hablarnos
de otro desposorio, aquél entre Cristo y la Iglesia que se cumplirá en «su
hora», en la cruz.
Si deseamos descubrir cómo deberían ser, según la Biblia, las relaciones
entre el hombre y la mujer en el matrimonio, debemos mirar cómo son entre
Cristo y la Iglesia. Intentemos hacerlo, siguiendo el pensamiento de San
Pablo sobre el tema, como está expresado en Efesios, 5, 25-33. En el origen
y centro de todo matrimonio, siguiendo esta perspectiva, debe estar el amor:
«Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó
a sí mismo por ella».
Esta afirmación –que el matrimonio se funda en el amor- parece hoy darse por
descontado. En cambio sólo desde hace poco más de un siglo se llegó al
reconocimiento de ello, y todavía no en todas partes. Durante siglos y
milenios, el matrimonio era una transacción entre familias, un modo de
proveer a la conservación del patrimonio o a la mano de obra para el trabajo
de los jefes, o una obligación social. Los padres y las familias eran los
protagonistas, no los esposos, quienes frecuentemente se conocían sólo el
día de la boda.
Jesús, sigue diciendo Pablo en el texto de los Efesios, se entregó «a fin de
presentarse a sí mismo su Iglesia resplandeciente, sin que tenga mancha ni
arruga ni cosa parecida». ¿Es posible, para un marido humano, imitar,
también en este aspecto, al esposo Cristo? ¿Puede quitar las arrugas a su
propia esposa? ¡Claro que puede! Hay arrugas producidas por el desamor, por
haber sido dejados en soledad. Quien se siente aún importante para el
cónyuge no tiene arrugas, o si las tiene son arrugas distintas, que
acrecientan, no disminuyen la belleza.
Y las esposas, ¿qué pueden aprender de su modelo, que es la Iglesia? La
Iglesia se embellece únicamente para su esposo, no por agradar a otros. Está
orgullosa y es entusiasta de su esposo Cristo y no se cansa de tejerle
alabanzas. Traducido al plano humano, esto recuerda a las novias y a las
esposas que su estima y admiración es algo importantísimo para el novio o el
marido.
A veces, para ellos es lo que más cuenta en el mundo. Sería grave que les
faltara recibir jamás una palabra de aprecio por su trabajo, por su
capacidad organizativa, por su valor, por la dedicación a la familia; por lo
que dice, si es un hombre político; por lo que escribe, si es un escritor;
por lo que crea, si es un artista. El amor se alimenta de estima y muere sin
ella.
Pero existe una cosa que el modelo divino recuerda sobre todo a los esposos:
la fidelidad. Dios es fiel, siempre, a pesar de todo. Hoy, esto de la
fidelidad se ha convertido en un discurso escabroso que ya nadie se atreve a
hacer. Sin embargo el factor principal del desmembramiento de muchos
matrimonios está precisamente aquí, en la infidelidad. Hay quien lo niega,
diciendo que el adulterio es el efecto, no la causa, de las crisis
matrimoniales. Se traiciona, en otras palabras, porque no existe ya nada con
el propio cónyuge.
A veces esto será incluso cierto; pero muy frecuentemente se trata de un
círculo vicioso. Se traiciona porque el matrimonio está muerto, pero el
matrimonio está muerto precisamente porque se ha empezado a traicionar, tal
vez en un primer tiempo sólo con el corazón. Lo más odioso es que a menudo
es el que traiciona quien hace recaer en el otro la culpa de todo y se hace
la víctima.
Pero volvamos al episodio del Evangelio, porque contiene una esperanza para
todos los matrimonios humanos, hasta los mejores. Sucede en todo matrimonio
lo que ocurrió en las bodas de Caná. Comienza en el entusiasmo y en la
alegría (de ello es símbolo el vino); pero este entusiasmo inicial, como el
vino en Caná, con el paso del tempo se consume y llega a faltar. Entonces se
hacen las cosas ya no por amor y con alegría, sino por costumbre. Cae sobre
la familia, si no se presta atención, como una nube de monotonía y de tedio.
También de estos esposos se debe decir: «¡No les queda vino!».
El relato del Evangelio indica a los cónyuges una vía para no caer en esta
situación o salir de ella si ya se está dentro: ¡invitar a Jesús a las
propias bodas! Si Él está presente, siempre se le puede pedir que repita el
milagro de Caná: transformar el agua en vino. El agua del acostumbramiento,
de la rutina, de la frialdad, en el vino de un amor y de una alegría mejor
que la inicial, como era el vino multiplicado en Caná. «Invitar a Jesús a
las propias bodas» significa honrar el Evangelio en la propia casa, orar
juntos, acercarse a los sacramentos, tomar parte en la vida de la Iglesia.
No siempre los dos cónyuges están, en sentido religioso, en la misma línea.
Tal vez uno de los dos es creyente y el otro no, o al menos no de la misma
forma. En este caso, que invite a Jesús a las bodas aquél de los dos que le
conozca, y lo haga de manera –con su gentileza, el respeto por el otro, el
amor y la coherencia de vida- que se convierta pronto en el amigo de ambos.
¡Un «amigo de familia»!
Ejemplos Predicables
Dar
Todo hombre que te busca, va a pedirte algo.
El rico aburrido, la amenidad de tu conversación; el pobre, tu dinero; el
triste, un consuelo; el débil, un estímulo; el que lucha, una ayuda moral.
Todo hombre va a pedirte algo.
¡Y tú osas impacientarte! ¡Y tú osas pensar: "Qué fastidio"! ¡Infeliz! La
Ley escondida que reparte misteriosamente las excelencias, se ha dignado
otorgarte el privilegio de los privilegios, el bien de los bienes, la
prerrogativa de las prerrogativas: ¡DAR! ¡Tú puedes dar!
¡En cuantas horas que tiene el día, tú das, aunque sea una sonrisa, aunque
sea un apretón de manos, aunque sea una palabra de aliento! ¡En cuantas
horas que tiene el día, te pareces a ÉL, que no es sino dádiva perpetua y
regalo perpetuo! Debieras caer de rodillas ante el Padre y decirle:
"¡Gracias porque puedo dar, Padre Mío! ¡Nunca más pasará por mi semblante la
sombra de la impaciencia!" - Amado Nervo, Poeta
"En verdad te digo que vale más dar que recibir!"
Con este concepto poderoso, expresado por este poeta Mexicano pero
universal, con un tono hasta más allá de la mera invitación, sino llegando
hasta casi al reclamo de aquellos que por comodidad o indiferencia, que sé
yo ....pudiendo DAR se pasan de largo y como dicen en un pueblito cercano a
la ciudad de México, ¡Esos no se paran al sol, para no DAR sombra!... Bueno
los invito a considerar el valor y la importancia espiritual de DAR SERVICIO
a los demás.
cortesía: ive.org et alii