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Domingo 2 del Tiempo Ordinario C: Comentarios de Sabios y Santos para ayudarnos a preparar la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical

 

Recursos adicionales

 

A su servicio
Exégesis: Manuel de Tuya - Primer milagro de Cristo en las bodas de Caná (Jn 2, 1-11)

Exégesis: R.P. José A. Marcone, I.V.E. - Las Bodas de Caná

Comentario Teológico: San Juan Pablo II - María en las bodas de Caná

Santos Padres: San Agustín - Las bodas de Caná (Jn 2, 1-11)

Santos Padres: San Juan Crisóstomo - Las Bodas de Caná

Aplicación: San Alberto Hurtado - Caná de Galilea

Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - Las Bodas de Caná

Aplicación: Juan Pablo II - Jesucristo es invitado continuamente por cada uno de los hombres y por las diversas comunidades.

Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - "No tienen vino" Jn 2, 3

Aplicación: P. Jorge Loring, S.J. - Segundo Domingo del Tiempo Ordinario - Año C Jn 2:1-12

Aplicación: P. Raniero Cantalamessa OFMCap - Invitaron a Jesús a las bodas

Ejemplos

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

COMENTARIO A Las Lecturas del Domingo



Exégesis: Manuel de Tuya - Primer milagro de Cristo en las bodas de Caná (Jn 2, 1-11)

El milagro de Cristo en las bodas de Caná cierra el ciclo de siete días en que Juan sitúa el comienzo de la obra recreadora de Cristo (Jua 1:3.17), en paralelismo con la obra creadora de los siete días, relatada en el Génesis, y que también fue hecha por el Verbo (Jua 1:1-5).

1 Al tercer día hubo una boda en Caná de Galilea, y estaba allí la Madre de Jesús. 2 Fue invitado también Jesús con sus discípulos a la boda. 3 No tenían vino, porque el vino de la boda se había acabado. La madre de Jesús le dijo: No tienen vino. 4 Díjole Jesús: Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí? No es aún llegada mi hora. 5 Dijo la madre a los servidores: Haced lo que El os diga. 6 Había allí seis tinajas de piedra para las purificaciones de los judíos, en cada una de las cuales cabían dos o tres metretas. 7 Díjoles Jesús: Llenad las tinajas de agua. Las llenaron hasta el borde, 8 y El les dijo: Sacad ahora y llevadlo al maestre sala. Se lo llevaron, 9 y luego que el maestresala probó el agua convertida en vino — él no sabía de dónde venía, pero lo sabían los servidores, que habían sacado el agua — , llamó al novio 10 y le dijo: Todos sirven primero el vino bueno, y cuando están ya bebidos, el peor; pero tú has guardado hasta ahora el vino mejor. 11 Este fue el primer milagro que hizo Jesús, en Cana de Galilea, manifestó su gloria y creyeron en El sus discípulos.

“Al tercer día” se celebraban unas bodas en Cana de Galilea. El término de referencia de este “tercer día” parece lo más natural referirlo a la última indicación cronológica que hace el evangelista (v.43): el encuentro de Cristo con Felipe y su “vocación” al apostolado, máxime dentro del explícito esquema cronológico-literario que viene haciendo en los v.29.35.

Sin embargo, como ya antes se indicó, la “vocación” de Felipe acaso no sea el mismo día que la “vocación” de Natanael (Jua 1:45), aunque una primera lectura del texto parezca suponerlo. En este caso, el “tercer día” se referiría al último hecho narrado, la “vocación de Natanael,” sea en su conquista por Felipe (Jua 1:45), sea en su venida y trato directo con Cristo (Jua 1:47-50). De hecho, en el esquema literario del evangelista, en que va narrando las escenas vinculadas a una cronología explícita, este “tercer día” se refiere literariamente a la última indicación cronológica (Jua 11:4).

Ni hay inconveniente en que el punto de referencia cronológica fuese este último, ya que tres días son suficientes para ir desde la parte baja del Jordán hasta Cana y Nazaret. Desde Jericó a Beisán, entonces Escitópolis, se puede ir holgadamente en dos días. Y de aquí en uno a Cana y Nazaret. Si Cristo partió de Betania, en Transjordania, y siguió aproximadamente la ruta dicha, habría debido recorrer unos 110 kilómetros en tres días. Lo que supone unos 37 kilómetros diarios.

El emplazamiento de Cana en Galilea, para distinguirla de otra Cana en la tribu de Aser (Jos 19:28), debe de ser la actual Kefr Kenna, que está a unos siete kilómetros al nordeste de Nazaret, en la ruta de Tiberíades-Cafarnaúm. Ya desde el siglo IV hubo aquí una iglesia cristiana y una fuente abundante, de la que hablan los antiguos peregrinos. Y San Jerónimo da de ella una serie de datos que excluyen el otro emplazamiento propuesto, Khirbet Qana, que se encuentra a 14 kilómetros al norte de Nazaret, y sin tradición cristiana que la señale. Los viñedos de Kefr Kenna dan excelente vino.

Relaciones sociales, de parentesco o amistad, que no se prensan, hacían que María estuviese presente en la boda. María vino, por su parte, probablemente desde Nazaret. La distancia de siete kilómetros que la separaba de Cana pudo hacerla muy bien el mismo día.

La forma “estaba allí la madre de Jesús” supone que María estaba ya en Cana cuando llegó su Hijo. Y la ausencia nominal de José, citado poco antes como padre legal de Jesús (Jua 1:45), hace suponer que a estas horas ya había muerto.

(...)

Las bodas en Oriente comienzan al oscurecer, con la conducción de la novia a casa del esposo, acompañada de un cortejo de jóvenes, familiares e invitados, a los que fácilmente se viene a sumar, en los villorrios, todo el pueblo, y prolongándose las fiestas varios días (Gen 29:27; Jue 14:10.12.17; Tob 9:12:Tob_8:20 en los LXX; Tob_10:1).

En las bodas de los pueblos, los menesteres de la cocina y del banquete son atendidos por las hermanas y mujeres familiares o amigas. Es lo que aparece aquí en el caso de María. A ellas incumbe atender a todo esto.

El vino es tan esencial en un banquete de bodas en Oriente, que dice el Talmud: “Donde no hay vino, no hay alegría.”

Según la Mishna, la duración de las bodas era de siete días si la desposada era virgen, y tres si era viuda. Durando las bodas varios días, los invitados se renuevan. Los escritos rabínicos suponen la posibilidad de la llegada de huéspedes inesperados.

Es en este marco en el que se va a desenvolver la escena del milagro de Cristo.

La boda debe de llevar ya algunos días de fiesta y banquete. Nuevos comensales han ido llegando en afluencia grande, tanto que las provisiones calculadas del vino van a faltar. Cristo, acompañado de sus discípulos, llega a Cana y es invitado con ellos a la fiesta. Estando El presente, el vino llegó a faltar. Sin esto faltaba a la fiesta algo esencial, y el desdoro iba a caer sobre aquella familia, que el Señor bendecía con su presencia. (Una doble lectura crítica del texto en nada cambia el sentido fundamental. Probablemente se debe de estar al fin de las fiestas de boda, cuando algún aumento imprevisto hizo crítica la situación.) Y éste es el momento de la intervención de María.

Sería muy probable, y es lo que parece sugerir el texto, que María, invitada como amiga de la familia, prestase, conforme a los usos orientales, ayuda en los menesteres de la cocina. Por eso pudo estar informada a tiempo de la situación crítica y antes de que trascendiese a los invitados. Ni el mismo maestresala lo sabía (v.9.10). Y discretamente se lo comunica a su Hijo, diciéndole simplemente: “No tienen vino.”

De suyo, esta frase era una simple advertencia informativa. Pero no está en el espíritu de María ni del relato la sola comunicación informativa. “Todo pasa en una atmósfera de sentimientos delicados; es penetrar en el espíritu del texto comprenderlo así”. Todo el contexto hace ver que María espera una intervención especial, sobrenatural, de Jesús. Por eso, la “comunicación” que les hace a los servidores es “mitad orden, mitad consejo”, y esto supone un conocimiento muy excepcional en María de su Hijo. Esta escena descorre un velo sobre el misterio de la vida oculta de Nazaret y sobre la “ciencia” de María sobre el misterio de Cristo.

La respuesta de Cristo a su Madre presenta una clásica dificultad exegética. Por eso, para no interrumpir el desarrollo del pasaje, se la estudia al final de la exposición del mismo, e igualmente el sentido que parece más probable de esta intervención de María.

Esta, segura de la intervención de su Hijo, se acerca a los servidores para decirles que hagan lo que El les diga. Esta iniciativa y como orden de María a los servidores se explica aún más fácilmente suponiendo la especial familiaridad de ella con los miembros de aquel hogar.

Aquel hogar debía de ser, aun dentro de un pequeño villorrio, de una cierta posición económica, ya que había en él “seis hidrias de piedra” para las purificaciones rituales de los judíos.

Las “hidrias” de que se servían ordinariamente los judíos palestinos eran de barro cocido; pero las escuelas rabínicas estaban de acuerdo en que las ánforas o jarras de piedra no contraían impureza, por lo que las recomendaban especialmente para contener el agua de estas abluciones. Se han encontrado varias de ellas en piedra.

Las hidrias que estaban en esta casa, además de ser de “piedra,” eran de una capacidad grande, ya que en “cada una cabían dos o tres metretas.”

La µet??t?? , ? “medida” de que se habla aquí, es la medida ática de los líquidos, y equivaldría al bath hebreo. Y éste venía a equivaler a algo más de 39 litros. Por lo que a cada una de estas hidrias le correspondía una capacidad entre 80 y 120 litros. La hidria de piedra que está en el atrio de la iglesia Eudoxia (San Esteban) de Jerusalén tiene una capacidad aproximada de 180 litros. Si se supone que tres de ellas tuviesen una capacidad de dos “metretas,” y las otras, tres, la capacidad total de ellas vendría a ser de unos 600 litros. Cantidad verdaderamente excepcional. Se trataba, pues, de una fiesta de gran volumen; lo que hace pensar en una familia destacada y pudiente.

El milagro se realiza sin aparatosidad. El evangelista mismo lo relata sin comentarios ni adornos. Jesús, en un momento determinado, se dirige a los “servidores” (v.7 y 5), diciéndoles que “llenasen” de agua aquellas ánforas. Y las llenaron “hasta el borde.” El evangelista resaltará bien este detalle de valor apologético. Con ello se iba a probar, a un tiempo, que no había mixtificaciones en el vino, y con ello que no se devaluase el milagro, sino que éste quedase bien constatado, y, además, que se demostrase la generosidad de Cristo en la producción de aquel milagro. A Jn también le gusta destacar el concepto de “plenitud.”

El milagro se realizó súbitamente, una vez colmadas de agua las ánforas. Pues, al punto, en el contexto y en el espíritu del relato está, Cristo les mandó “sacar ahora” el contenido de las ánforas y que lo llevasen al “arquitriclinos.”

Este no era lo que se llamaba en los banquetes griegos symposiarja, o en los romanos rex, imperator convivü o arbiter bibendi, y que era elegido por los convidados al banquete (Eco 39:12) o designado por suerte. Su papel está bien descrito por Plutarco. Este “arquitriclinos” era un familiar o un siervo que estaba encargado de atender a la buena marcha del banquete. Era más o menos un equivalente a nuestro “maitre.”

Los servidores obedecen la orden cíe Cristo y llevan al maestresala “el agua convertida en vino.” Fácilmente se supone la sorpresa de los servidores. Nada le dicen del milagro. Expresamente lo dice el evangelista. Aguardan su sorpresa, o los contiene el temor reverencial del milagro, incluido en esto el que habían obrado al margen del maestresala.

La sorpresa del maestresala se acusa, destacándose incluso literariamente. Está ignorante del milagro, pero se sorprende, más que ante la solución inesperada, ya que (…) estaba (…) ignorante de la falta de vino, ante la calidad del mismo. Tanto que llamó al novio, sin duda por ser el dueño del hogar, y se lo advierte en tono de reflexión un poco amarga, ya que él, responsable de la buena marcha del banquete, estaba ignorante de aquella provisión. Todo ello se acusa en la reflexión que además le hace. El vino bueno se sirve al principio, cuando se puede gustar y apreciar su buena calidad, y cuando ya las gentes están “embriagadas” se les ofrece el de peor calidad. Si el beber después de los banquetes se introdujo como costumbre en Palestina por influjo griego, no quiere decir la frase que se esperase la hora de una verdadera embriaguez para servir los vinos de peor calidad, sino que quiere aludir con ello a esa hora en que, ya saciados, no se presta especial atención a un refinamiento más. En todo caso, aquí se había hecho al revés. Y “nunca los orientales son tan quisquillosos como cuando desempeñan ciertos cargos honoríficos,” ha notado con gran exactitud un buen conocedor de las costumbres orientales (William).

De esta manera tan maravillosamente sencilla cuenta el evangelista este milagro de Cristo. Y añadirá: “tal fue el comienzo de los milagros” que hizo Jesús “en Cana de Galilea.” Por el texto sólo no es fácil precisar si este milagro de Cristo fue el primero que hizo en Cana de Galilea o fue absolutamente el primero de su vida pública. Pero, en la perspectiva del evangelista, la penetración del corazón de Natanael y la promesa de que verían nuevas maravillas y la “vocación” de los discípulos que con El ahora estaban, sin duda son considerados como milagros por lo que se refiere al primero de los hechos en Cana. O acaso, aún mejor, sea el primero de los milagros oficiales que El realiza en su presentación pública de Mesías.

Sin embargo, este milagro tenía un carácter apologético, de credibilidad en El: era un “signo” que hablaba de la grandeza de Cristo, del testimonio que el Padre le hacía de su divinidad y de su misión (Jua 10:38; Jua 14:10; Jua 20:30), y que manifestaba “su gloria” (d??a ); aquella gloria que le convenía “como a Unigénito del Padre” y que “nosotros” hemos visto” (Jua 1:14; Jua 3:35; Jua 5:22.; Jua 17:1.), y que era la evocación sobre Cristo de la “gloria” de Yahvé en el A.T. En el A.T., y lo mismo en el Nuevo, se asocian las ideas de “gloria” y “poder” de tal manera que la “gloria” se manifiesta precisamente en el “poder.” Y ante esta manifestación del poder sobrenatural que Cristo tenía, sus discípulos “creyeron en El.” Ya creían antes, pues el Bautista se lo señaló como Mesías, y ellos le reconocieron, como Juan relató en el capítulo anterior, y como a tal le siguieron. Pero ahora creyeron más plenamente en El. El milagro encuadraba a Cristo en un halo sobrenatural.

Otro aspecto apologético de este milagro se refiere a la santificación del matrimonio. Los Padres lo han destacado y comentado frecuentemente. Así, v.gr., San Juan Crisóstomo. La presencia de Cristo y María en unas bodas, santificándolas con su presencia y rubricándolas con un milagro a favor de sus regocijos, son la prueba palpable de la santidad de la institución matrimonial, la condena de toda tentativa herética sobre la misma y como la “sombra” y preparación de su elevación al orden sacramental (Efe 5:32).


* * *


(….)

La Conclusión que parece más probable en función de los datos analizados

1. La “hora” que alega Cristo, diciendo que “aún no llegó,” no puede ser escuetamente, tal como suena, ni la “hora” de la pasión ni la de su “glorificación” en su Epifanía mesiánica. Lo primero podría, en cierto caso, ser una solución. Alegaría Cristo el no haber llegado esa hora, en la que, en el plan del Padre, no podría hacer milagros; por lo que podría hacerlos antes de esa hora. Pero no es, a lo que parece, la “hora” a la que alude el texto (v.11). Y si es, por el contrario, la hora de su Epifanía mesiánica, entonces, si no llegó esa “hora,” ¿cómo a continuación hace el milagro, lo que vale tanto como decir que llegó sin haber llegado?

Ni valdría alegar el que se adelantó esa hora por intercesión de María. Pues esa “hora” tan trascendental y fijada, eternamente, como comienzo del plan redentor, por el Padre, no parece creíble que pueda ser alterada por la intercesión de María, cuya mediación se ve. Habría que suponer ese plan redentor condicionado en sus “horas” trascendentales. Lo que no es creíble.

Por eso, sólo parece justificar esa “hora” a la que alude Cristo para intervenir el que precisamente esa hora haya llegado. Y esto críticamente se logra con suponer, lo que es posible, que la frase de Cristo es una frase interrogativa: “¿Es que no llegó (para intervenir) mi hora?”


2. Con la frase, también interrogativa, aunque aquí por su misma estructura gramatical, “¿qué a mí y a ti?” ¿qué es lo que niega Cristo a María? No puede ser:

a. El que no le importe ni tenga que ver nada con el asunto. Lo cual no es verdad, ni teológica, ni filológicamente, ni por el contexto, pues actúa.

b. El no intervenir, pues interviene; no el no hacer un milagro, pues lo hace.

Alegar que en el texto se omite parte de la conversación y el diálogo entre Cristo y María, en el cual ésta convencería a Cristo de que hiciese el milagro, no sólo es gratuito, sino que también va contra esa “hora” inmutable del plan de Dios antes aludido.

Ha de ser una negativa exigida por la estructura misma de la frase, pero que afirme. ¿Cabe esto en la valoración de esta frase? Seguramente. Esta es una frase elíptica que admite diversidad de matices, conforme al uso, tono o inflexiones de voz, gestos que la acompañan, etc., sin poder darse por cierto el que no tenga otros posibles significados no registrados en los documentos extrabíblicos o bíblicos. De ahí que el matiz que propiamente le corresponda haya que captarlo en el contexto.

Y como aquí Cristo alega el que llegó su “hora” — afirmación que resulta de su forma interrogativo-negativa — , pues hace el milagro, se sigue que no va a negarlo en la primera frase, de la cual la segunda es alegato para justificar la primera. Por tanto, ésta negando ha de afirmar. Tal es la interpretación que varios autores alegan. Expresada en forma interrogativa, ha de querer, fundamentalmente, decir que no hay para intervenir en este asunto ni oposición, discrepancia o negativa entre Cristo y María, para que El no acceda al ruego de su Madre (1Re 17:18), puesto que ya no hay el inconveniente de no haber llegado su “hora.” Precisamente el pasaje alegado de 1 Reyes (1Re 17:18) es una interrogación que supone la negación de una enemistad o desunión entre Elias y la mujer de Sarepta. Niega la desunión para así afirmar un estado de unión.

Lo mismo se ve en 2 Samuel (1Re 19:23), en el que la interrogación de David a los hijos de Sarvia, sus fieles acompañantes, supone negación de discrepancia o desunión con él; lo que es venir, hipotéticamente, a afirmar su unión con él.

Parafraseando estas expresiones, podría decirse:
“No tienen vino; intervén sobrenaturalmente.
Sí, lo haré; ¿qué discrepancia u oposición puede haber entre tú y yo?

Precisamente para hacerlo, ¿no llegó ya mi hora? Puedo y debo comenzar ya la manifestación gloriosa de mi vida de Mesías. Sólo que, en este caso, accedo complacido a tu petición, porque con todo ello se cumple el plan del Padre al poner tú la condición para la manifestación de mi “gloria.”

Es así como, dentro de las posibilidades científicas, parece esta solución satisfacer tanto a los elementos exegéticos como a la teología.


Valor simbólico de este milagro
Los autores ven, generalmente, además del sentido real e histórico de este milagro de Cristo, un valor simbólico en él. El conjunto de toda la escena y la excesiva insistencia, a veces casi se diría innecesaria de la palabra “vino” en el relato, y muy especialmente la excelencia de este vino que Cristo dio, lo mismo que el decirse que el buen vino se sirve al principio, pero que aquí fue al revés — el Evangelio después de la Ley — , con la generosa abundancia del mismo, y todo ello encuadrado en el “simbolismo” del evangelio de Jn, hace seriamente pensar en la existencia de un valor también “simbólico” en este relato. Sólo se dividen al interpretar el sentido preciso del valor simbólico de este milagro. Las interpretaciones generalmente propuestas son las siguientes:

a. Simbolismo sacramental. — En la antigüedad la propuso ya San Ireneo. En época reciente, Lagrange y O. Cullmann. Cullmann cree que el “simbolismo” de este milagro se refiere a la sangre eucarística. Lagrange escribe: “Este milagro, como la multiplicación de los panes, es probablemente también una orientación hacia la Eucaristía.”

En la perspectiva del evangelio de Jn, en el que la Eucaristía tiene un lugar tan destacado, y de la cual el previo milagro de la multiplicación de los panes es, a la par que una realidad histórica, un “símbolo” de la misma, permitiría orientar el “simbolismo” de este milagro hacia un enfoque sacramental. Por lo menos, alusivo al mismo.

En todo caso, parece tener también un valor apologético de posibilidad eucarística, al modo que lo tienen la multiplicación de los panes y la anterior deambulación de Cristo sobre el mar sin sumergirse.

b. Simbolismo pneumático. — Braun quiere ver en este “simbolismo” el “régimen del Espíritu,” que no sería donado hasta después de la muerte y glorificación de Cristo. La sustitución del antiguo régimen por el nuevo es el tema de casi toda la sección posterior del evangelio de Jn: el nuevo nacimiento (1Re 3:3-8), la desaparición del Bautista (A.T.) ante uno más grande que él (1Re 3:22-30), la sustitución del agua viva a la del pozo de Jacob (1Re 4:7-15), la instauración de un culto nuevo en el Espíritu (1Re 4:21), lo mismo que el nuevo culto referido al templo de su cuerpo. Al oponerse así los dos regímenes, Jn querría destacar la insuficiencia profunda del A.T.; la Ley estaba desprovista del vino necesario para las bodas mesiánicas. Si Cristo aquí “convierte” el agua en vino, no es para instituir una economía totalmente nueva, sino para “perfeccionar la Ley”. Es, por tanto, la contraposición de dos lineas de accion, destacándose el Espíritu que anima a la Ley nueva.

c. Simbolismo doctrinal. — Otra interpretación es ver en el vino milagrosamente dado un “símbolo” de la nueva, sobrenatural y generosa doctrina que Cristo trae.

Orígenes ve en el vino un símbolo de la Escritura; viniendo a faltar éste — faltando la Ley y los Profetas — , Cristo da el vino nuevo de su doctrina.

Fundamentalmente defendieron, con matices diversos, esta posición: San Cirilo de Alejandría, San Efrén, Gaudencio de Brescia, Severo de Antioquía. Modernamente, en parte al menos, defienden esta interpretación: Dodal, R. H. Lightfoot y Boismard.

Los elementos que llevan a esto, admitido el hecho del “simbolismo” yoánico en esta escena, son los siguientes:

1. El vino aparece en el A.T. como uno de los recursos más frecuentes de las bendiciones de Dios, como premio a los cumplidores de la Ley (Deu 7:13; Deu 32:13.14; Sal 104:15), pero aún más es una de las pinturas características para realzar las bendiciones mesiánicas (Amo 9:14; Ose 2:11; Ose 14:18; Jer 31:12; Isa 62:8, etc.). Sobre todo, dos son, por excelencia, las bendiciones mesiánicas expresadas por esta imagen. Una es la bendición mesiánica de Isaac: “Déte Dios el rocío del cielo. y abundancia de trigo y mosto” (Gen_27:28). Y bendiciendo Jacob a sus hijos, dice: “No faltará de Judá el cetro. hasta que venga aquel cuyo es. Y a él darán obediencia los pueblos.”

Atará a la vid su pollino,
a la vid generosa el hijo de la asna.
Lavará en vino sus vestidos,
y en la sangre de las uvas su ropa.
Brillan por el vino sus ojos (Gen 49:10-12).
Se está, pues, ante una imagen del más clásico abolengo bíblico-mesiánico.

2. La conversión del agua en vino se va a hacer dentro de unas jarras de piedra que estaban allí para las purificaciones de los judíos. Es imagen que va a hablar, a la luz del “símbolo,” de un cambio en algo que caracteriza bien al judaísmo decadente.

3. El vino — mesiánico — va a sustituir y superar al agua de las jarras judaicas — judaísmo — . Era tema muy extendido en el judaísmo después del destierro que el judaísmo estaba “estancado”: no había profetas; la palabra de Dios no se dejaba oír (Lam 2:9; Sal 74:9; 1Ma 4:46; 1Ma 14:41). La Ley había caído en un virtualismo formalista y materialista. De ahí el que en las palabras “No tienen vino” pudiera Jn “simbolizar” esta carencia de autenticidad religiosa y este estancamiento judío.

4. La extrañeza del maestresala de que el vino mejor se guardó para el fin, sería la alusión joannea al N.T. (cf. Luc 5:39).

5. Se va a sustituir con verdadera abundancia, pues tal es la capacidad de las jarras, “llenadas hasta arriba,” conforme a la pintura profética. Y, conforme a la misma, va a ser símbolo de la alegría (Sal 104:15; Jue 9:13; Eco 40:20) mesiánica: el vino que alegraba el convite.

6. La donación de este vino se va a hacer en un banquete. Y este dato orienta bíblicamente a dos elementos de importancia:

a. El banquete de la Sabiduría. — En los Proverbios, el autor pone a la Sabiduría invitando a los hombres a incorporarse a ella bajo la imagen de un banquete: “Venid y comed mi pan y bebed mi vino, que para vosotros he mezclado” (Pro 9:5.2; cf. Isa 55:1.2). Era conocido y clásico en Israel este tema del banquete — pan y vino — con el que la Sabiduría invitaba a que la “asimilasen” los hombres.

“La escena de la vocación de los primeros discípulos está dominada por el tema de la Sabiduría, que invita a los seres humanos a recibir su enseñanza y a meterse en su escuela. Jesús es la Sabiduría que recluta sus discípulos; la Sabiduría que es preciso buscar para encontrarla. Entonces ella conduce a sus discípulos hasta el banquete en donde ella les da el vino de la enseñanza y de la doctrina que conduce a la vida. Si Jn (Isa 1:35ss) supone como fondo textos como Proverbios, ¿qué más natural que interpretar Jua 2:1ss en función de Pro 9:1-57.”

Acaso no estén tan lejos las diversas interpretaciones propuestas sobre el valor “simbólico” yoanneo. Si el “simbolismo” lleva a Cristo Maestro, Cristo Sabiduría, ésta no se presenta de un modo exclusivamente teórico, sino en el sentido de Cristo Sabiduría, que es al mismo tiempo Cristo Nueva Economía, por lo que es el instaurador del nuevo Espíritu. Y así, en esta Sabiduría teórico-práctica se encuentra más pleno y más real el “simbolismo” yoanneo de este milagro de Cristo.

b. El desposorio de Yahvé con su pueblo. — Otro de los temas e imágenes tradicionales en Israel era el amor de Yahvé con su pueblo, expresado bajo la imagen de un desposorio. Si Jn ve en este “simbolismo” a Cristo Sabiduría, que cambia la accion vieja , simbolizada en las ”jarras para la purificación de los judíos,” purificando así sus mismas purificaciones, no será nada improbable que esté en la mente de Jn el intentar este simbolismo como un trasfondo del tema y la imagen tradicional de los “desposorios” de Yahvé con su pueblo. Es en una boda donde Cristo-Yahvé asiste, bendiciéndola con su presencia, al tiempo que se simboliza la nueva fase de su “desposorio” mesiánico con Israel. Sin que sea necesario para ello caer en un alegorismo preciso, que destruiría la misma enseñanza que se buscaba, v.gr., el novio no representa a Dios ni sus desposorios con Israel. Es más bien un elemento más, un clisé tradicional, que también puede proyectar su evocación en el conjunto de este “simbolismo” yoanneo.

Si este “simbolismo” es el preferente, y al que parece llevar el cursus del pensamiento del evangelista, acaso no esté tampoco al margen del pensamiento del autor un posible “simbolismo” secundario, pero complementario y orientador hacia la Eucaristía. Como lo está en la multiplicación de los panes del capítulo 6 de su evangelio (Jua_6:48-58) y la amplitud con que es tratada la Eucaristía como “Pan de la vida.”

Si éste es el simbolismo yoanneo fundamental, ¿qué parte tiene María, precisamente al sintetizarla complementariamente en su título extraño de llamarla “Mujer” (???a?)? Si con ella — y se vuelve a remitir al Comentario a Jua 19:26-27 — se pretende evocar “alusivamente” al Génesis — Eva, madre de todos los vivientes — y a la “Hija de Sión” — en el “alumbramiento” doloroso de un nuevo pueblo — , esto tiene aquí su razón de ser en este aspecto “simbolista” de Jn, por razón de la “superposición de planos”: sobre la escena histórica está superpuestamente evocada la. simbólica.

Si el “simbolismo” del agua convertida en vino es el cambio del viejo régimen — A.T. — , y el que lo causa es Cristo, a la hora de la boda todavía no está plenamente establecido: “no tienen (el) vino” mesiánico. Y es María — mediadora — la que, como Madre espiritual de los hombres, pide a Cristo el cambio de obra y que establezca el reino de Dios. Si Cristo tiene ansias de su muerte redentora y está constreñido hasta que llegue, Jn presenta a María para lo mismo con ansias de “alumbramiento” (“Hija de Sión”), para ser Madre espiritual de los vivientes (“nueva Eva”).

Es interesante destacar que Jn, con la palabra “Mujer” aplicada a María en el c.2 (Cana) y en el c.19 (Calvario) establece con ellas una “inclusión semita.” Pues extrañan en boca de Cristo (son de Jn); extraña esta coincidencia en boca de Cristo; extraña que nunca salga en los sinópticos; extraña el que esta palabra sea puesta estratégicamente en dos pasajes estratégicos de su evangelio; y extraña que esté puesto en estos lugares por su conexión “alusiva” a los pasajes citados, que parecen desarrollados con la teología de San Juan. María, pues, en el evangelio de Jn tiene un puesto de excepción y clave. El concepto de la maternidad espiritual de María es de gran importancia para Jn. Por eso, Cana — y con ella María — tienen un “carácter seminal” (Joüon) orientativo a — o hacia — la escena del Calvario.

En esta escena de las bodas de Cana se deja ver también el corazón misericordioso de María y el conocimiento que tenía de la grandeza de su Hijo.
(DE TUYA, M., Evangelio de San Juan, en Profesores de Salamanca, Biblia Comentada, BAC, Madrid, 1977, Tomo Vb)



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Exégesis: R.P. José A. Marcone, I.V.E. - Las Bodas de Caná

La primera actividad de la vida pública de Jesús es su Bautismo en el río Jordán. Jesús se va a quedar en la zona de su Bautismo unos dos meses. En ese lugar y en ese tiempo Jesús va a conocer y a trabar relación con tres de aquellos que luego serían sus principales apóstoles: San Juan Apóstol y Evangelista, San Pedro y San Andrés, hermano de Pedro. Los tres eran discípulos de Juan Bautista. Juan Apóstol y Andrés son los primeros en seguir a Jesús, por indicación de Juan Bautista.

Andrés contó a su hermano Simón que habían encontrado al Mesías. Y lo condujo hacia Jesús. Jesús lo recibió con cordialidad, lo miró con amor y le cambió el nombre: le puso Cefas, que en arameo significa ‘Piedra’. Jesús, desde el primer instante iba preparando ya la institución de la Iglesia (Jn.1,40-42).

Al día siguiente de este acontecimiento Jesús partió para Galilea, al norte de la zona en que se encontraba (Jn.1,43). Desde la zona del Jordán donde estaban hasta el Mar de Galilea hay una distancia de aproximadamente 100 km. Por lo tanto, fue un viaje intenso. Estando ya en Galilea conoció a otros dos de sus futuros apóstoles: Felipe y Bartolomé, que en el evangelio de San Juan es llamado Natanael (Jn.1,43-51).

El motivo por el cual Jesús fue a Galilea según el evangelista San Juan fue la invitación a una boda en la ciudad de Caná, que se encuentra al oeste del extremo sur del Mar de Galilea. Jesús llega a esa boda con una incipiente pero ya formada comunidad entre los que se encuentran sin duda: Pedro, Andrés, Juan, Santiago, Felipe y Bartolomé. El milagro de la conversión del agua en vino en Caná es muy importante en el conjunto de la vida de Jesús. En efecto, es su primer milagro, y por él manifiesta que Él es Dios, y se realiza el acto definitivo de fe en su divinidad por parte de sus discípulos: “Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos” (Jn.2,11). Al decir que manifestó su ‘gloria’ está diciendo que manifestó su divinidad. En el prólogo, cuando San Juan dice que contemplaron la gloria del Verbo hecho carne, quiere decir que creyeron en la divinidad del Verbo encarnado: “Y el Verbo se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad” (Jn.1,14).

Por esta razón el primer significado del signo, es decir, del milagro es mostrar la gloria de la persona de Jesús.1 La finalidad principal del milagro es mostrar quién es Jesús, está en relación con la persona divina de Jesús.

En segundo lugar este milagro es importante porque en él se manifiesta la sustitución de la religión judía (representada en el agua destinada a los ritos de purificación según la ley de Moisés) por la ley de la gracia, representada por el vino, que es el término de la conversión. La realidad sustituye a la sombra. Llegada la realidad, la sombra desaparece. Llegado el vino, desaparece el agua.

Además este primer milagro en Caná de Galilea es importante porque en él se manifiesta la principal clave teológica para entender el evangelio de San Juan. Esa clave teológica es ‘la hora de Jesús’, expresada en la frase que Jesús dice a su Madre: “Todavía no ha llegado mi hora” (Jn.2,4). ¿Cuál es la hora de Jesús? La ‘hora de Jesús’ es el momento de su glorificación, es decir, el momento en que, a través de su pasión, muerte y resurrección, va a manifestar abiertamente que Él es Dios. Por eso, en 13,1, al inicio de su pasión, se dice: “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Y en 17,1, ya en plena última cena, Jesús dice: “Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti”. La hora de Jesús se identifica con el momento de la manifestación de su divinidad a través del misterio pascual completo: pasión, muerte, resurrección y ascensión a la derecha del Padre. Y la manifestación de la divinidad de Cristo es el propósito principal y central del evangelio de San Juan.

Por una cuarta razón el milagro de Caná es importante y esta razón es porque en él se manifiesta el papel teológico central que ocupa la Madre de Dios en el plan de salvación. En relación con la hora de Jesús, que es la hora de la manifestación de su divinidad, María es aquella que adelanta esa hora. En Caná todavía no había llegado la hora en que Jesús debía manifestar abiertamente su divinidad a través de su misterio pascual, pero va adelantar esa manifestación por intercesión de la Virgen María y a través del milagro conseguido por esa intercesión. Adelantar la hora de la manifestación de la divinidad de Jesús con sus ruegos significa ocupar un lugar teológico central en el plan de salvación.

Dos veces habla S. Juan de la madre de Jesús: aquí y en la cruz, cuando Jesús la entrega como madre del discípulo (Jn.19,25-27). Y las dos veces que la nombra, no la llama por su nombre (María) sino que la llama ‘la madre de Jesús’. Y las dos veces la nombra en relación con ‘la hora’ de Jesús. De esto se concluye que para San Juan, María tiene un rol central en ‘la hora’ de Jesús, es decir, en la manifestación de su divinidad. Y ese rol está íntimamente unido al rol de ‘madre’, tanto de madre de Jesús como de madre de los creyentes. En las Bodas de Caná, cuando ‘la hora’ no ha llegado pero se adelanta, aunque las palabras de Jesús no lo reconozcan explícitamente, el rol de madre es aceptado de hecho, porque Jesús hace el milagro ante la súplica maternal de María. En la cruz, cuando ‘la hora’ ya ha llegado, Jesús acepta explícitamente y confirma su rol de madre: “‘Ahí tienes a tu madre’. Y desde aquel momento el discípulo la recibió como algo propio” (Jn.19,27).

El término ‘mujer’ con que Jesús trata a su madre es enigmático. “Es un título de cortesía usado normalmente para las mujeres. Pero este modo de dirigirse de un hijo a su propia madre es extraño y sin paralelos”.2 Pero queda develado si notamos que en los capítulos 1 y 2 de San Juan hay numerosas referencias al Génesis, y sobre todo a la obra de la creación. La más notable referencia es que “el tiempo que va del Bautismo a las Bodas de Caná, que es el inicio de la actividad del nuevo Adán, es considerado (…) como un período de siete días, que corresponden a los siete días de la creación del Génesis”.3 Entonces, en Caná, María es la Mujer del Génesis que, en contraposición a Eva que indujo a Adán al pecado, empuja al nuevo Adán a su primera obra gloriosa. María es la Mujer cuyo descendiente, cuyo Hijo aplastará la cabeza de la serpiente. Ella es la nueva y verdadera Eva, ‘madre de todos los vivientes’, es decir, de los discípulos, cosa que quedará en evidencia junto a la cruz, cuando Jesús le entregue a Juan, el discípulo ideal.

En quinto lugar: no está ausente en este milagro el significado eucarístico. Tenemos un fuerte fundamento textual en el hecho de que San Juan nos diga que este milagro sucede inmediatamente antes de la Pascua (Jn.1,13), porque será en la Pascua, tres años más tarde, cuando Jesús convierta el vino en su Sangre.4 La Pascua para San Juan tiene un significado claramente eucarístico, como puede verse en el Discurso del Pan de Vida del capítulo 6. La presencia de ‘la Madre’ es también importante para resaltar este sentido eucarístico, ya que “también en la cruz están unidos los dos motivos, el de María y el de la sangre que brota del costado de Jesús”,5 la cual sangre brotando del costado de Jesús tiene un significado indudablemente eucarístico. Por lo tanto, el vino de Caná es también la Sangre eucarística. De esta manera, San Juan presenta a la Eucaristía como el banquete de bodas entre el creyente y Cristo.

Inmerso en medio de todas estas realidades teológicas que brotan del texto juaneo, el matrimonio como institución cristiana adquiere un valor especial. Aunque la intención teológica del texto no sea en primer lugar resaltar la realidad del matrimonio, sin embargo el matrimonio es realzado como el lugar en el que nace la familia y es digno de que estén presentes el Verbo Encarnado y su Madre. En este sentido, el texto también nos deja una indicación valiosa respecto al matrimonio. En efecto, el maestresala llama al novio y le dice: “Tú has guardado el vino bueno hasta ahora” (Jn.2,10). Pero en realidad el que ha guardado el vino bueno no es el novio sino Cristo. Por lo tanto, de este modo, el evangelista insinúa que el verdadero Esposo es Cristo. Y dado que el vino es siempre el signo del amor, es Cristo Esposo quien guarda y protege el amor en el matrimonio. Sin Cristo, ningún matrimonio puede conservar el vino del buen amor hasta el final de las vidas. Uniendo este significado con el significado eucarístico, podemos decir que sin la Eucaristía, sin la Sangre de Cristo, es imposible mantener la unidad del matrimonio.

Conclusión
La razón por la cual la Iglesia quiere que se lea este evangelio el Domingo Segundo del Tiempo Ordinario es porque forma una tríada junto con los evangelios de la adoración de los Magos y el del Bautismo del Señor, que son precisamente las dos Fiestas que preceden inmediatamente a este domingo. La razón de esto es porque los tres evangelios están dominados por la idea de la Manifestación de Cristo, es decir, su Epifanía. Incluso, en tiempos antiguos se celebraba, en la Solemnidad de la Epifanía, los tres misterios de la vida de Cristo juntos.

Por esta razón, el tema principal de la homilía debería ser esta manifestación de la gloria de Cristo y la fe de los discípulos.

Las otras dos ideas importantes de este evangelio son: 1. El rol teológico absolutamente único que juega la Madre de Jesús, adelantando su ‘hora’. 2. El significado eucarístico del milagro.

Si bien todo predicador tiene absoluta libertad para elegir el tema de su homilía, sin embargo, el tema del sacramento del matrimonio cristiano juega aquí un papel secundario. Habrá durante el año un evangelio especialmente dedicado al tema del matrimonio, cuando Jesús entre en controversia con los saduceos.

(1) Cf. Stock, K., Gesù, il Figlio di Dio, Edizioni ADP, Roma, 1993, p. 39.
(2) Brown, R., Il Vangelo e le Lettere di Giovanni. Breve commentario, Editrice Queriniana, Brescia, 1994, p. 37
(3) Brown, R., ídem, p. 38.
(4) Cf. Brown, R., ídem, p. 39.
(5) Brown, R., ídem, p. 39.


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Comentario Teológico: San Juan Pablo II - María en las bodas de Caná

1. En el episodio de las bodas de Caná, san Juan presenta la primera intervención de María en la vida pública de Jesús y pone de relieve su cooperación en la misión de su Hijo.

Ya desde el inicio del relato, el evangelista anota que «estaba allí la madre de Jesús» (Jn 2, 1) y, como para sugerir que esa presencia estaba en el origen de la invitación dirigida por los esposos al mismo Jesús y a sus discípulos (cf. Redemptoris Mater, 21), añade: «Fue invitado a la boda también Jesús con sus discípulos» (Jn 2, 2). Con esas palabras, san Juan parece indicar que en Caná, como en el acontecimiento fundamental de la Encarnación, María es quien introduce al Salvador.

El significado y el papel que asume la presencia de la Virgen se manifiesta cuando llega a faltar el vino. Ella, como experta y solícita ama de casa, inmediatamente se da cuenta e interviene para que no decaiga la alegría de todos y, en primer lugar, para ayudar a los esposos en su dificultad. Dirigiéndose a Jesús con las palabras: «No tienen vino» (Jn 2, 3), María le expresa su preocupación por esa situación, esperando una intervención que la resuelva. Más precisamente, según algunos exegetas, la Madre espera un signo extraordinario, dado que Jesús no disponía de vino.

2. La opción de María, que habría podido tal vez conseguir en otra parte el vino necesario, manifiesta la valentía de su fe porque, hasta ese momento, Jesús no había realizado ningún milagro, ni en Nazaret ni en la vida pública.

En Caná, la Virgen muestra una vez más su total disponibilidad a Dios. Ella que, en la Anunciación, creyendo en Jesús antes de verlo, había contribuido al prodigio de la concepción virginal, aquí, confiando en el poder de Jesús aún sin revelar, provoca su «primer signo», la prodigiosa transformación del agua en vino.

De ese modo, María precede en la fe a los discípulos que, como refiere san Juan, creerán después del milagro: Jesús «manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos» (Jn 2, 11). Más aún, al obtener el signo prodigioso, María brinda un apoyo a su fe.

3. La respuesta de Jesús a las palabras de María: «Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti? Todavía no ha llegado mi hora » (Jn 2, 4), expresa un rechazo aparente, como para probar la fe de su madre.

Según una interpretación, Jesús, desde el inicio de su misión, parece poner en tela de juicio su relación natural de hijo, ante la intervención de su madre. En efecto, en la lengua hablada del ambiente, esa frase da a entender una distancia entre las personas, excluyendo la comunión de vida. Esta lejanía no elimina el respeto y la estima; el término «mujer», con el que Jesús se dirige a su madre, se usa en una acepción que reaparecerá en los diálogos con la cananea (cf. Mt 15, 28), la samaritana (cf. Jn 4, 21), la adúltera (cf. Jn 8, 10) y María Magdalena (cf. Jn 20, 13), en contextos que manifiestan una relación positiva de Jesús con sus interlocutoras.

Con la expresión: «Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti?», Jesús desea poner la cooperación de María en el plano de la salvación que, comprometiendo su fe y su esperanza, exige la superación de su papel natural de madre.

4. Mucho más fuerte es la motivación formulada por Jesús: «Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2, 4).

Algunos estudiosos del texto sagrado, siguiendo la interpretación de san Agustín, identifican esa «hora» con el acontecimiento de la Pasión. Para otros, en cambio, se refiere al primer milagro en que se revelaría el poder mesiánico del profeta de Nazaret. Hay otros, por último, que consideran que la frase es interrogativa y prolonga la pregunta anterior: «¿Qué nos va a mí y a ti? ¿no ha llegado ya mi hora?» (Jn 2, 4). Jesús da a entender a María que él ya no depende de ella, sino que debe tomar la iniciativa para realizar la obra del Padre. María, entonces, dócilmente deja de insistir ante él y, en cambio, se dirige a los sirvientes para invitarlos a cumplir sus órdenes.

En cualquier caso, su confianza en el Hijo es premiada. Jesús, al que ella ha dejado totalmente la iniciativa, hace el milagro, reconociendo la valentía y la docilidad de su madre: «Jesús les dice: "Llenad las tinajas de agua". Y las llenaron hasta el borde» (Jn 2, 7). Así, también la obediencia de los sirvientes contribuye a proporcionar vino en abundancia.

La exhortación de María: «Haced lo que él os diga», conserva un valor siempre actual para los cristianos de todos los tiempos, y está destinada a renovar su efecto maravilloso en la vida de cada uno. Invita a una confianza sin vacilaciones, sobre todo cuando no se entienden el sentido y la utilidad de lo que Cristo pide.

De la misma manera que en el relato de la cananea (cf. Mt 15, 24-26) el rechazo aparente de Jesús exalta la fe de la mujer, también las palabras del Hijo «Todavía no ha llegado mi hora», junto con la realización del primer milagro, manifiestan la grandeza de la fe de la Madre y la fuerza de su oración.

El episodio de las bodas de Caná nos estimula a ser valientes en la fe y a experimentar en nuestra vida la verdad de las palabras del Evangelio: «Pedid y se os dará» (Mt 7, 7; Lc 11, 9).


En Caná, María induce a Jesús a realizar el primer milagro
1. Al referir la presencia de María en la vida pública de Jesús, el concilio Vaticano II recuerda su participación en Caná con ocasión del primer milagro: «En las bodas de Caná de Galilea (...), movida por la compasión, consiguió, intercediendo ante él, el primero de los milagros de Jesús el Mesías (cf. Jn 2, 1-11)» (Lumen gentium, 58).

Siguiendo al evangelista Juan, el Concilio destaca el papel discreto y, al mismo tiempo, eficaz de la Madre, que con su palabra consigue de su Hijo «el primero de los milagros». Ella, aun ejerciendo un influjo discreto y materno, con su presencia es, en último término, determinante.

La iniciativa de la Virgen resulta aún más sorprendente si se considera la condición de inferioridad de la mujer en la sociedad judía. En efecto, en Caná Jesús no sólo reconoce la dignidad y el papel del genio femenino, sino que también, acogiendo la intervención de su madre, le brinda la posibilidad de participar en su obra mesiánica. El término «Mujer», con el que se dirige a María (cf. Jn 2, 4), no contradice esta intención de Jesús, pues no encierra ninguna connotación negativa y Jesús lo usará de nuevo, refiriéndose a su madre, al pie de la cruz (cf. Jn 19, 26). Según algunos intérpretes, el título «Mujer» presenta a María como la nueva Eva, madre en la fe de todos los creyentes.

El Concilio, en el texto citado, usa la expresión: «movida por la compasión», dando a entender que María estaba impulsada por su corazón misericordioso. Al prever el posible apuro de los esposos y de los invitados por la falta de vino, la Virgen compasiva sugiere a Jesús que intervenga con su poder mesiánico.

A algunos la petición de María les parece desproporcionada, porque subordina a un acto de compasión el inicio de los milagros del Mesías. A la dificultad responde Jesús mismo, quien, al acoger la solicitud de su madre, muestra la superabundancia con que el Señor responde a las expectativas humanas, manifestando también el gran poder que entraña el amor de una madre.

2. La expresión «dar comienzo a los milagros», que el Concilio recoge del texto de san Juan, llama nuestra atención. El término griego arjé, que se traduce por inicio, principio, se encuentra ya en el Prólogo de su evangelio: «En el principio existía la Palabra» (Jn 1, 1). Esta significativa coincidencia nos lleva a establecer un paralelismo entre el primer origen de la gloria de Cristo en la eternidad y la primera manifestación de la misma gloria en su misión terrena.

El evangelista, subrayando la iniciativa de María en el primer milagro y recordando su presencia en el Calvario, al pie de la cruz, ayuda a comprender que la cooperación de María se extiende a toda la obra de Cristo. La petición de la Virgen se sitúa dentro del designio divino de salvación.

En el primer milagro obrado por Jesús los Padres de la Iglesia han vislumbrado una fuerte dimensión simbólica, descubriendo, en la transformación del agua en vino, el anuncio del paso de la antigua alianza a la nueva. En Caná, precisamente el agua de las tinajas, destinada a la purificación de los judíos y al cumplimiento de las prescripciones legales (cf. Mc 7, 1-15), se transforma en el vino nuevo del banquete nupcial, símbolo de la unión definitiva entre Dios y la humanidad.

3. El contexto de un banquete de bodas, que Jesús eligió para su primer milagro, remite al simbolismo matrimonial, frecuente en el Antiguo Testamento para indicar la alianza entre Dios y su pueblo (cf. Os 2, 21; Jr 2, 1-8; Sal 44; etc.) y en el Nuevo Testamento para significar la unión de Cristo con la Iglesia (cf. Jn 3, 28-30; Ef 5, 25-32; Ap 21, 1-2; etc.).

La presencia de Jesús en Caná manifiesta, además, el proyecto salvífico de Dios con respecto al matrimonio. En esa perspectiva, la carencia de vino se puede interpretar como una alusión a la falta de amor, que lamentablemente es una amenaza que se cierne a menudo sobre la unión conyugal. María pide a Jesús que intervenga en favor de todos los esposos, a quienes sólo un amor fundado en Dios puede librar de los peligros de la infidelidad, de la incomprensión y de las divisiones. La gracia del sacramento ofrece a los esposos esta fuerza superior de amor, que puede robustecer su compromiso de fidelidad incluso en las circunstancias difíciles.

Según la interpretación de los autores cristianos, el milagro de Caná encierra, además, un profundo significado eucarístico. Al realizarlo en la proximidad de la solemnidad de la Pascua judía (cf. Jn 2, 13), Jesús manifiesta, como en la multiplicación de los panes (cf. Jn 6, 4), la intención de preparar el verdadero banquete pascual, la Eucaristía. Probablemente, ese deseo, en las bodas de Caná, queda subrayado aún más por la presencia del vino, que alude a la sangre de la nueva alianza, y por el contexto de un banquete.

De este modo María, después de estar en el origen de la presencia de Jesús en la fiesta, consigue el milagro del vino nuevo, que prefigura la Eucaristía, signo supremo de la presencia de su Hijo resucitado entre los discípulos.

4. Al final de la narración del primer milagro de Jesús, que hizo posible la fe firme de la Madre del Señor en su Hijo divino, el evangelista Juan concluye: «Sus discípulos creyeron en él» (Jn 2, 11). En Caná María comienza el camino de la fe de la Iglesia, precediendo a los discípulos y orientando hacia Cristo la atención de los sirvientes.

Su perseverante intercesión anima, asimismo, a quienes llegan a encontrarse a veces ante la experiencia del «silencio de Dios». Los invita a esperar más allá de toda esperanza, confiando siempre en la bondad del Señor.
(BEATO JUAN PABLO II, Audiencias Generales de los días 26 de febrero y 5 de marzo de 1997)


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Santos Padres: San Agustín - Las bodas de Caná (Jn 2, 1-11)

Vosotros sabéis, hermanos, por ser discípulos fieles de Cristo y también por encarecéroslo a menudo en nuestras pláticas, que la humildad del Señor es la medicina de la soberbia del hombre. El hombre no habría, en efecto, perecido de no haberse ensoberbecido; porque, como dice la Escritura, la soberbia es principio de todo pecado; y al principio de todo pecado fue necesidad oponer el principio de toda justicia. Siendo, por tanto, la soberbia principio de todo pecado, ¿qué medicina podría sanar la hinchazón del orgullo, si Dios no se hubiera dignado hacerse humilde? ¡Avergüéncese de ser soberbio el hombre, pues humilde se hizo Dios! Dícesele al hombre se humille, y lo tiene a menos; y ese querer los hombres vengarse cuando se los afrenta, ¿no es obra de la soberbia? Tienen a menos abajarse, y quieren vengarse, como si alguien sacara provecho del mal ajeno. El ofendido e injuriado quiere vengarse; hace del ajeno daño su medicamento, cuando lo que gana es un cruel tormento. Por eso, el Señor Cristo se dignó humillarse en todas las cosas, para mostrarnos el camino; ¿nos despreciaremos por andarlo?

Ved, entre otras cosas, al Hijo de la Virgen asistir a bodas; bodas que había él mismo instituido cuando aún estaba en el seno del Padre. Así como la primera mujer, la introductora del pecado, había sido hecha del varón sin hembra, así el Varón por quien fue borrado el pecado lo fue de hembra sin varón. Por aquélla caemos, por éste nos levantamos. Y ¿qué hizo en la boda? De agua, vino. ¡Asombroso poder! Ahora, pues, quien se dignó hacer tal maravilla, se dignó carecer de todo. Quien hizo el agua vino, bien pudo hacer de las piedras pan; el poder era igual, más entonces la sugerencia venía del diablo, y Cristo no lo hizo. Sabéis, en efecto, que, cuando fue tentado el Señor Cristo, le incitaba el diablo a esto. Tuvo hambre, y la tuvo por dignación y porque también eso era humillarse. Estuvo hambriento el Pan, fatigado el Camino, herida la Salud, muerta la Vida. Teniendo, pues, hambre, como sabéis, le dijo el tentador: Si eres el Hijo de Dios, di que se hagan pan estas piedras; al que respondió él para enseñarte a ti a responderle, como lucha el emperador para que los soldados se adiestren en luchar. ¿Qué le respondió? No de solo pan vive el hombre, sino de toda palabra de Dios. Y no hizo panes de las piedras él, que cierto pudo hacer eso, cual hizo del agua vino. Tanto le costaba, en efecto, hacer pan de una piedra; mas no lo hizo para darle al tentador con la puerta en el hocico; pues al tentador no se le vence si no se le desprecia. En venciendo que venció al diablo tentador, vinieron los ángeles y le sirvieron de comer. Pudiendo como podía tanto, ¿por qué no hizo aquello e hizo esto? Leed, o mejor, recordad, lo que ha poco se os decía cuando esto hizo, es decir, vino del agua. ¿Qué añadió el evangelista? Y creyeron en él sus discípulos. ¿Habría creído el diablo?

No obstante su gran poder, tuvo hambre, tuvo sed, tuvo cansancio, tuvo sueño, fue aprisionado, fue azotado, fue crucificado, fue muerto. Tal es el camino: camina por la humildad para llegar a la eternidad. Dios-Cristo es la patria adónde vamos; Cristo-hombre, el camino por donde vamos; vamos a él, vamos por él; ¿cómo temer extraviarnos? Sin alejarse del Padre vino a nosotros; tomaba el pecho, y conservaba el mundo; nacía en un pesebre, y era el alimento de los ángeles. Dios y hombre, Dios hombre, hombre y Dios en una sola pieza; mas no era hombre por la misma razón de ser Dios. Dios lo era por ser el Verbo; era hombre por haberse hecho hombre el Verbo sin dejar de ser Dios, tomando la carne del hombre; añadiéndose lo que no era sin perder lo que ya era. Siguiendo, pues, su camino de humildad, él ahora ya padeció, ya murió, ya fue sepultado, ya subió a los cielos, donde se halla sentado a la diestra del Padre; más todavía es indigente aquí, en la persona de sus pobres. Ayer, sin ir más lejos, hice resaltar esto mismo delante de vuestra caridad a cuento de lo dicho por el Señor a Natanael: Cosas mayores verás. Porque os digo que veréis abrirse el cielo, y a los ángeles subir y bajar al Hijo del hombre. Hemos indagado ayer qué fuera ello, y hablamos largamente; no vamos a volver hoy sobre lo mismo. Los asistentes tráiganselo a la memoria; yo lo resumiré en dos palabras.

No habría dicho: Subir al Hijo del hombre, si el Hijo del hombre no estuviese allí arriba; ni dijera: Descender al Hijo del hombre, de no hallarse también aquí abajo: allí arriba, él mismo; aquí abajo, en los suyos; pero el mismo arriba y abajo; arriba, junto al Padre; abajo, junto a nosotros. De ahí aquella voz a Saulo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? No habría dicho: Saulo, Saulo, si no estuviese arriba; ni habría dicho: ¿Por qué me persigues?, si no estuviese abajo, ya que Saulo no iba al cielo tras él. Temed al Cristo de arriba y sed benévolos con el Cristo de abajo. Tienes arriba el Cristo dadivoso, tienes abajo el Cristo menesteroso. Aquí es pobre, y está en los pobres. El ser aquí pobre Cristo, no lo decimos nosotros; lo dice él mismo: Tuve hambre, tuve sed, estaba desnudo, carecí de hogar, estuve preso. Y a unos les dijo: Me socorristeis; a otros: No me socorristeis. Queda probado ser pobre Cristo; que sea rico, ¿ignóralo alguien? Este mismo trocar el agua en vino habla de su riqueza; pues si es rico quien tiene vino, ¿cuán rico no ha de ser quien hace el vino? Luego Cristo es a la vez rico y pobre; en cuanto Dios, rico; en cuanto hombre, pobre. Cierto, ese Hombre subió ya rico al cielo, donde se halla sentado a la diestra del Padre; más aquí, entre nosotros, todavía padece hambre, sed y desnudez.

¿Qué eres tú? ¿Rico? ¿Pobre? Muchos me dicen: «Yo soy pobre?», y dicen verdad. Yo conozco pobre que tiene algo y pobre que no tiene nada; más aún algunos que abundaban en plata y oro, ¡cuán bien harían en verse pobres! Uno se mira pobre cuando mira con bondad al pobre que se le llega. Vamos a verlo. Tengas lo que tengas, tú que tanto tienes, ¿no eres mendigo de Dios? Cuando llegue la hora de la oración, te lo demostraré. Allí pides. ¿Cómo pides, si no eres pobre? Digo más: pides pan; o ¿es que no vas a decir: El pan nuestro de cada día dánosle hoy? Si pides el pan de cada día, ¿eres pobre o eres rico? Cristo te dice: «Dame de lo que te di.» ¿Qué trajiste cuando a este mundo viniste? Todas las cosas que yo he creado, cuando te hice a ti, las has encontrado aquí; ni trajiste nada ni te llevarás nada; ¿por qué no me das algo de lo mío? Porque tú rebosas y el pobre está vacío. Mira vuestro común origen: ambos nacisteis desnudos. Sí; también tú naciste desnudo. Muchas cosas aquí hallaste; pero tú, ¿qué aportaste? No te pido sino lo mío; dámelo; ya te lo devolveré. Yo he sido tu dador, hazme pronto tu deudor. «Hazme luego tu deudor, pues yo he sido tu dador»; eso dije, y dije poco: «Hazte mi logrero acreedor. Tú me das poco, yo te devolveré mucho; tú me das tierra, yo te devolveré cielo. A ti mismo te devolveré a ti cuando te devolviere a mí.»
(SAN AGUSTÍN, Sermón 123, o.c., Tomo XXIII, BAC, Madrid, 1983, pp. 51-56)

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Santos Padres: San Juan Crisóstomo - Las Bodas de Caná

Hay un cierto trabajo en predicar, como lo testifica Pablo con estas palabras: A los presbíteros que gobiernan loablemente, otórgueseles doble honor, mayormente a los que se afanan en la predicación y en la enseñanza . Pero está en vuestra mano el volver ligero semejante trabajo o bien gravoso. Si rechazáis lo que se os dice, o bien sin rechazarlo no mostráis el fruto por las obras, el trabajo nos será gravoso, pues trabajamos en vano; pero si ponéis atención y luego lleváis a las obras lo que se os dice, entonces ni siquiera sentiremos la fatiga; puesto que el fruto logrado mediante el trabajo, no permitirá que el trabajo parezca pesado. De modo que si queréis despertar nuestro empeño y no apagarlo ni disminuirlo, os ruego que nos mostréis el fruto; pues viendo en su frescor las sementeras, apoyados en la esperanza de que todo irá bien, y echando cuentas sobre nuestras riquezas, no desfalleceremos en tan propicia negociación.

No es pequeña la cuestión que ahora se nos propone. Pues como dijera la Madre de Jesús: No tiene vino; y Jesús le respondiera: ¡Mujer! ¿Qué nos va a ti y a mí? No ha llegado mi hora todavía; como Cristo, repito, le respondiera de ese modo, sin embargo hizo lo que su Madre quería. Cuestión es esta de no menor importancia que la anterior. Así pues, una vez que hayamos invocado al que operó el milagro, nos apresuraremos a dar la solución... No es éste el único pasaje en que se hace mención de la hora de Cristo. El mismo evangelista más adelante dice: No pudieron aprehender a Jesús porque aún no había llegado su hora . Y también: Nadie puso en El las manos porque aún no había llegado su hora . Y también: Ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo . Esto que se dijo y se repitió a lo largo de todo el evangelio, lo he reunido aquí para dar a todas esas expresiones una solución única.

¿Cuál es esa solución? No estaba Cristo sujeto a la sucesión de tiempos, ni lo decía porque hubiera observado las horas y así poder decir: Aún no ha llegado mi hora. ¿Tenía por ventura que andar observando eso el que es Creador de todos los tiempos, Artífice de los años y de los siglos? Lo que con semejante expresión quiere significar es lo siguiente: que El todo lo hace en el momento que conviene; y que no hace todo a la vez; porque se seguiría una perturbación del orden de las cosas, si no hiciera cada cosa a su tiempo oportuno, sino mezclando unas con otras, generación, resurrección y juicio.

Atiende en este punto. Convino proceder a la creación, pero no crear todo a la vez: hombre y mujer, pero no ambos a la vez. Convino castigar con la muerte al género humano y también que hubiera resurrección; pero con gran intervalo de tiempo entre ambas. Convino dar la Ley, pero no juntamente el tiempo de la gloria, sino disponiendo cada una de esas cosas a su propio tiempo. De modo que Cristo no estaba sujeto a la necesidad de los tiempos, puesto que él mismo había señalado su orden, pues era el Creador. Y sin embargo aquí Juan presenta a Cristo diciendo: Mi hora no ha llegado todavía. Quiso decir que El aún no era conocido de muchos, ni tenía aún completo el grupo de sus discípulos. Lo seguían Andrés y Felipe, pero ninguno de los otros.

Más aún: éstos mismos no lo conocían todavía como se le debía conocer, ni aun su Madre, ni aun sus hermanos. Puesto que tras de muchos milagros asegura de sus hermanos el evangelista: Porque ni sus parientes creían en él . Tampoco lo conocían los que estaban presentes a las bodas; de lo contrario, se le habrían acercado y suplicado en aquella ocasión y necesidad. Tal es el motivo por el que Jesús afirma: No ha llegado mi hora todavía. Como si dijera: Aún no soy conocido de los presentes, y ellos ni siquiera saben que falta el vino y ya se acabó. Espera a que sientan la necesidad. Más aún: ni siquiera sería conveniente que yo escuchara tu súplica. Eres mi Madre y vas a volver sospechoso el milagro. Convenía que fueran ellos, los necesitados, quienes se me acercaran y pidieran; y esto, no porque yo lo necesite, sino para que de este modo ellos recibieran con grande gusto el milagro obrado. Quien conoce que está necesitado, cuando logra lo que pide queda sumamente agradecido; pero aquel que aún no se da cuenta de su necesidad, tampoco dará al beneficio que recibe el peso que tiene.

Preguntarás: ¿por qué, habiendo dicho: Mi hora no ha llegado aún y habiéndose negado a obrar el milagro, sin embargo luego llevó a cabo lo que su Madre le había pedido? Fue para demostrar a quienes piensan que estaba sujeto a horas y tiempos, que no lo estaba. Si hubiera estado así sujeto ¿cómo habría podido convenientemente llevar a cabo un milagro cuya hora aún no había llegado? También lo hizo para honrar a su Madre, a fin de no parecer que en absoluto la rechazaba; y además para que no pareciera que por debilidad y falta de poder no lo hacía; y para no ruborizar a su Madre en presencia de tan grande concurso, pues ella le había presentado ya a los sirvientes. Igual procedió con la mujer cananea. Habiéndole dicho: No es bueno tomar el pan de los hijos y echarlo a los cachorros, sin embargo luego le concedió todo, movido de la constancia de la mujer. También había dicho en esa ocasión: Sólo he sido enviado a las ovejas que perecieron de la casa de Israel , y sin embargo, tras de haberlo dicho, libró del demonio a la hija.

Aprendemos de aquí que nosotros, aun cuando seamos indignos, con frecuencia nos volvemos dignos de recibir los beneficios, mediante la constancia. Por tal motivo la Madre de Jesús esperó y prudentemente movió a los sirvientes a fin de que fueran muchos los que rogaran a Jesús. Y así continuó diciendo: Haced cuanto os dijere. Sabía ella que Él no se había negado por impotencia, sino porque rehuía la fastuosidad y así no quería sin más ni más proceder a obrar un milagro. Por tal motivo ella le llevó los sirvientes.

Había ahí seis tinajas para el agua, destinadas a las purificaciones de los judíos, con capacidad cada una de ellas de tres metretas . Y les dijo Jesús: Llenad de agua las tinajas. Y las llenaron hasta el borde. No sin motivo advirtió el evangelista: Destinadas a las purificaciones de los judíos. Para que no sospechara alguno de los infieles que, habiendo quedado en el fondo de las tinajas algunas heces de vino, al infundir el agua se había formado un vino ligerísimo, dijo el evangelista: Dispuestas para las purificaciones de los judíos, demostrando con esto que jamás habían servido para guardar en ellas vino.
Palestina sufre de escasez de agua y son allá raras las fuentes y los veneros, por lo cual los judíos siempre llenaban de agua las tinajas, a fin de no verse obligados a correr hasta el río, si alguna vez contraían una impureza legal, sino tener a la mano la manera de purificarse. Mas ¿por qué no obró Jesús el milagro antes de que las llenaran de agua, lo que habría sido un milagro más estupendo? Porque una cosa es cambiar una materia ya dada en las cualidades de otra, y otra cosa es crear la materia misma que antes no existía: lo segundo es con mucho más admirable. Fue porque en tal caso el milagro para muchos no habría sido tan creíble. Cristo con frecuencia disminuye la magnitud de los milagros de buena gana, con el objeto de que más fácilmente los crean.

Preguntarás: ¿por qué no creó el agua y luego la convirtió en vino, sino que ordenó a los sirvientes llenar las tinajas? Por la misma causa, o sea para que los mismos que las habían llenado sirvieran de testigos, y no se pensara ser aquello obra de hechicerías. Si algunos se hubieran atrevido imprudentemente a negar el milagro, los sirvientes podían haberles dicho: Noso-tros mismos trajimos el agua. Por lo demás, al mismo tiempo destruyó las aseveraciones que brotarían en contra de la Iglesia. Porque unos dicen que el mundo es obra de otro Dios; y que las criaturas visibles no son hechura de nuestro Dios, sino de otro que le es contrario; para de una buena vez reprimir semejante locura, Cristo hizo muchos milagros sobre materia preexis-tente. Si el Creador le fuera contrario, no podría usar de las criaturas ajenas para demostrar su poder. Ahora en cambio, para declarar que El mismo es quien en las vides cambia el agua en vino y convierte la lluvia, mediante las raíces, en vino, eso mismo que hace en las plantas tomando largo tiempo, lo hizo en un instante en aquellas bodas.

Una vez que llenaron las tinajas, dice Cristo a los criados: Ahora sacad y presentadlo al maestresala. Así lo hicieron. Apenas gustó el maestresala el agua convertida en vino -él no sabía de dónde procedía; sí, los criados que habían sacado el agua- llama el maestresala al esposo y le dice: Por todos se estila poner primero el vino mejor; y luego, cuando ya los convidados están bebidos, poner el vino menos generoso. Pero tú has guardado hasta ahora el vino mejor. En este punto hay de nuevo quienes se dan a cavilar y dicen que se trata de un conjunto de ya ebrios y con el sentido de los bebedores ya embotado; y que por consiguiente no podían distinguir las cosas ni dar su juicio, pues no sabían si aquello era agua o era vino. El propio maestresala los había declarado ya bebidos.

Es ésta una dificultad en absoluto ridícula. Por lo demás, semejante sospecha la deshizo el evangelista. Porque no dice que los convidados dieran su juicio, sino el maestresala, que, por su sobriedad, aún no había bebido. Pues bien sabéis que todos aquellos a quienes se les encomienda el cuidado de un banquete, permanecen sobrios en todo y ponen su cuidado íntegro en que correctamente se dispongan las cosas. Y así Cristo tomó como testigo al que tenía los sentidos despiertos y sobrios, para el caso del milagro... Porque no dijo: Escanciad vino a los convidados, sino: Llevad al maestresala. Y apenas gustó el maestresala el agua convertida en vino -y no sabía de dónde procedía, pero sí lo sabían los criados-, llama al esposo.
¿Por qué no llama a los criados? Pues de este modo el milagro habría quedado manifiesto. Porque ni el mismo Jesús reveló lo que había sucedido: quería que poco a poco y sin sentir cayeran todos en la cuenta de su poder milagroso. Si al punto se hubiera revelado el milagro, no se habría dado crédito a los criados que lo referían, sino que se habría creído que estaban locos, pues a un hombre que en la opinión de todos era uno de tantos le achacaban tamaña cosa. Ellos claramente y por experiencia propia lo sabían todo, pero no eran testigos idóneos para publicar el milagro, tales que hicieran fe delante de los demás. Tal fue el motivo de que Cristo no revelara el milagro a todos, sino solamente al que de modo especialísimo podía comprenderlo; y reservó la noticia más explícita del hecho para más tarde. Tras de otros insignes milagros también éste se hizo creíble.

Cuando más tarde curó al hijo del reyezuelo, por lo que ahí dice el evangelista quedaba más en claro el presente milagro. El régulo llamó a Jesús porque ya conocía este prodigio, como ya dije. Lo declaró Juan al decir: Vino Jesús a Caná de Galilea donde convirtió el agua en vino; y no sólo en vino, sino en excelentísimo vino. Los milagros de Cristo son de tal naturaleza que superan en excelencia las cosas naturales. Por ejemplo, cuando restituyó la salud a alguno en sus miembros dañados, se los dejó más vigorosos que los otros miembros sanos. Ahora bien: que aquello fuera vino, y vino excelentísimo, lo testificarían no sólo los criados sino también el maestresala y el esposo; y que la conversión era obra de Cristo, los que sacaron el agua. De modo que aun cuando entonces no se hubiera descubierto el milagro, sin embargo no podía quedar encubierto para siempre. De este modo se iban echando por delante muchos y necesarios testimonios para el futuro.

De que Jesús convirtió el agua en vino eran testigos los criados; y de que el vino era excelente, el maestresala y el esposo. Es verosímil que el esposo haya respondido algo al maestresala, pero el evangelista, apresurándose a referir cosas más necesarias, únicamente narró el milagro y lo demás lo pasó en silencio. Era necesario que se supiera haber Jesús convertido el agua en vino; pero el evangelista no creyó necesario exponer lo que el esposo contestaría al maestresala. En realidad muchos milagros que al principio quedaron en la oscuridad, con el progreso del tiempo se fueron aclarando, pues los relataron quienes en un principio los presenciaron.

Cambió entonces Jesús el agua en vino, pero ni entonces ni ahora ha cesado de cambiar las voluntades débiles y sin fuerza en algo mejor. Porque hay hombres, sí, los hay tales que no difieren del agua: tan fríos son y tan muelles y que para nada muestran firmeza. Pues bien, acerquemos al Señor a semejantes hombres para que Él les mude las voluntades y les dé la fortaleza del vino, a fin de que en adelante no resbalen ni se re-blandezcan, sino que se mantengan firmes y se tornen motivo de alegría para sí mismos y para otros.
¿Quiénes son esos así fríos, sino los que se apegan a las cosas, perecederas de esta vida y no desprecian los placeres mundanos y aman el poderío y la gloria vana? Todas esas cosas son pasajeras y no tienen consistencia; y son tales que van de caída y son violentamente arrastradas. El que hoy es rico, mañana es pobre; el que hoy se exalta con su pregonero y su talabarte y su coche y sus lictores, con frecuencia al día siguiente es condenado a la cárcel y deja a otro su fausto, aun a pesar suyo. El que se entrega al placer de los alimentos delicados, una vez que con la crápula ha henchido su vientre hasta reventar, no logra permanecer en semejante abundancia ni siquiera un solo día, sino que evaporada ella, se ve obligado a amontonar otra; y en nada difiere de un torrente. Pues así como en éste, pasada una ola se echan encima las otras, así nosotros nos vemos necesitados de comida tras comida.

Tal es la naturaleza de las cosas presentes en este siglo: jamás se detienen, sino que siempre fluyen y se van. Y por lo que hace a los placeres de los alimentos, no únicamente fluyen y se van, sino que las fuerzas del cuerpo se consumen y lo mismo las del alma. No suelen desbordarse y traspasar sus riberas con tanto ímpetu los oleajes de los ríos, como el de las delicias de los alimentos, que socavan los fundamentos de la salud. Si vas a un médico y le preguntas, sabrás de su boca que de aquí brotan las causas y raíces de todas las enfermedades. La mesa sencilla y simple es madre de la salud, dicen ellos. Y así la llaman los médicos; y al no saciarse lo llaman salud. La parquedad en los alimentos equivale a la salud. Dicen que la mesa frugal es madre del bienestar corporal.

Pues si la frugalidad es madre de la salud, la saciedad claramente será madre de la enfermedad y la débil salud. Ella engendra enfermedades que no ceden al arte de la medicina: las enfermedades de los pies, la cabeza, los ojos, las manos, y los temblores de miembros y la parálisis y la ictericia y las altas y perennes fiebres y muchos otros males que no hay tiempo de enumerar, todos nacen no de la pobreza ni del moderado ali-mento, sino de la saciedad y la crápula. Y si quieres explorar las enfermedades del alma, que de aquí brotan, encontrarás que de la saciedad nacen la avaricia, la molicie, la ira, la pereza, la liviandad y el entontecimiento: todas toman de aquí su principio.

Los que se entregan a las mesas opíparas, son almas no mejores que los asnos, pues por semejantes bestias son destrozadas. No pasaré en silencio el fastidio a que están sujetos quienes a semejantes enfermedades se sujetan; aunque no podemos pasar lista de todas. Mencionaré únicamente una cosa que es principio de todo: que jamás gozan con deleite de las mesas de que venimos hablando. Porque la frugalidad, así como es madre del bienestar corporal, así lo es del deleite; mientras que la hartura, así como es madre de todas las enfermedades, es también raíz y fuente del fastidio. Donde hay saciedad ya no puede haber apetito; y en donde no hay apetito ¿cómo puede existir el deleite? Por eso vemos que los pobres son más prudentes y fuertes que los ricos y que gozan de mayor alegría.

Pensando todo esto, huyamos de la embriaguez y de los placeres; y no solamente de las delicias de la mesa, sino de todas las demás que pueden conseguirse mediante las cosas de este siglo; y en su lugar hallaremos el deleite espiritual y nos deleitaremos en el Señor, como decía el profeta: Ten tus delicias en Yahvé y te dará lo que tu corazón desea . De este modo gozaremos de los bienes presentes y también de los futuros, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al Padre, juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. -Amén.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Explicación del Evangelio de San Juan (1), Homilía XXII (XXI), Tradición México 1981, p. 181-188)


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Aplicación: San Alberto Hurtado - Caná de Galilea


La historia
El Señor se prepara a volver a Galilea, después de haber conquistado los primeros discípulos. Había dos caminos, uno por Perea y otro por Samaría. Viaje a pie de tres días, desde la ribera del Jordán, cerca del sitio de su bautizo. Escogió este segundo camino. Había una razón especial: pasaba por Caná y allí vería a su Madre que iba a asistir a una fiesta de matrimonio.

El viaje
Viaje de esfuerzo, a pie como todos los viajes de Cristo, por caminos áridos, pedregosos, polvorientos... Toda la vida de Cristo es un gran esfuerzo. Nada de molicie. Nacido en una cueva, su primera cama es un pesebre, luego de niño tiene que emprender en brazos de sus padres el rudo viaje a Egipto; vuelto a Nazareth, la vida de trabajo en el taller. Trabajo de esfuerzo: arados, bancos... Sale a la vida pública y lo vemos en el desierto árido, solo con las bestias salvajes, las grandes aves que cruzarían graznando sobre ese terreno muerto; pasa a vivir en una choza, o quizás al aire libre junto al río: "Los pájaros tienen nido, las zorras cuevas... el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza"(Mt 8,20). De ahí lo vemos emprender este viaje de tres días... Luego dormirse en el bote de Pedro, recostando su cabeza sobre las cuerdas; dormir en el monte, sentarse rendido de cansancio junto al pozo de Jacob, recorrer los trigales hambriento, tanto que sus discípulos frotan las espigas para comer algo... Cuando multiplicó los panes, se fue a aquel monte para poder descansar, pero siguió trabajando.

¿Ropa? ¡La puesta! La túnica inconsútil... calzado: sandalias que haría remendar antes de las grandes excursiones, ¡como ahora se hacen revisar las llantas del auto! ¿Hotel? Con frecuencia el cerro, la sombra de un árbol, la casa de un amigo o de un compasivo campesino... y entonces el mejor sitio para sus compañeros. ¿Qué Santo Padre es el que recuerda emocionado la tradición de que de noche se levantaba a ver si estaban cubiertos? Esa es la imagen de Cristo: austero, de una pieza, sin blanduras muelles. Recuerde a Mistral... Cristo, el de las carnes...

Esa ha sido la imagen de los grandes santos: Francisco de Asís: cómo vestía; su cama, una roca; su vida en el Averno; su comida sazonada con ceniza; su figura ascética. Francisco Javier: Nuncio haciendo su comida, lavando su ropa, corriendo por el cerro en busca de los caballos. El Marqués de Comillas. Cura chileno de Isla de Maipo, que dio su fortuna, y cuando no quedaba sino unos cuantos pesos, los entregó, a pesar que eso habría sido para su medicina. O'Callahan, medalla del Congreso: The bravest man I ever met, días sin comer, pasando de uno a otro las bombas caldeadas y a punto de explotar. Camilo de Lellis curando sus enfermos. Thonet, el presidente de la JOC, muriendo de hambre, y murió cantando.

Esa austeridad es necesaria para todos
El lujo en la vida privada... ¡se puede defender! Sí, -a veces con dificultad, pero, en fin, ¡se logra a veces defender! Pero ¿ha convertido a alguien el lujo, de la gran casa, del magnífico auto? "Todo me es lícito, pero no todo conviene", diría San Pablo (1 Co 6,12). Y me atrevería a decir que ahora, en nuestro siglo, Nuestro Señor incluso para su casa quiere que ésta se asemeje más a la mansión de sus hermanos obreros: El, que nunca quiso privilegios, no debe sentirse bien entre mucho oro, cuando Él mismo, ¡É1 mismo, en su cuerpo místico, está muriendo de tuberculosis en la calle o debajo del puente! ¿No ha sido acaso la hermosa tradición de la Iglesia vender sus joyas en las grandes calamidades de los pobres?... y ¿no es toda la vida moderna una gran calamidad? ¡No sea cosa que conservemos las joyas y perdamos las almas!

Si miramos honradamente a Cristo y a los santos ¿qué hallamos? El primer paso de los que se acercan a Cristo, es la pobreza; el primer voto de la vida religiosa es la pobreza, y la primera causa de todas las decadencias espirituales ha sido la riqueza (por eso es que nos suprimieron a tiempo"'). ¡El llamado final de la Divini Redemptoris a una vida más modesta! Y, para reformar la sociedad, dice Quadragessimoanno4": reforma moral y reforma instituciones.

Por lo que respecta al seglar católico, qué hermoso sería darle un aspecto más austero. Vestido... menos gasto, menos exquisitez, por lo menos en la vida diaria, que es vida de trabajo y el traje ha de indicar que se está en trabajo. Esto no quita que en el momento de fiesta, sea fiesta, pero la fiesta debe ser como el postre en la comida, o el azúcar en el café, no más del 10%... ¡El trabajo mismo debe ser una fiesta y una alegría permanente!! Casa: cómoda sencilla... pero no puede la mía tener una comodidad como 100, cuando la de miles de mis hermanos no tiene como! ¡En Santiago, 5.000 de mis hermanos no tienen más casa que el cielo, más cama que el suelo polvoriento o barroso, más abrigo que el calor de otro miserable o el de un perro que se apretuja en contra de él! Fiestas... Sí. Y... se puede defender el derecho de usar "la magnificencia" y se puede citar a Santo Tomás... pero, ¿es cristiano derrochar sumas enormes cuando otros mueren de hambre. –Es que todos los de mi situación social lo hacen... –Pero ¿no será tiempo de comenzar a hacerlo de otra manera? Matrimonio costoso... Pololeos caros... Yo me pregunto a veces, pero ¿nos hemos dado cuenta del mundo en que vivimos?, ¿nos hemos dado cuenta de lo que tenemos nosotros... y de lo que carecen otros?

Hay algo que no vemos nosotros al no salir de Chile, pero que los extranjeros que vienen a Sud América, y sobre todo a Chile, ven al punto: La horrenda distancia de dos mundos que conviven sin tocarse por ninguno de sus extremos... Paltee (y lo citaba Times –Ave María–) Howard, Heering... caen al punto en la cuenta de algo que nosotros no vemos. Pelletier: una exquisita elite; pero, ¡a qué precio, qué caro!

En Estados Unidos y Canadá pude yo también apreciar ese problema nuestro que intuía, pero no veía cómo podía ser solucionado. Nuestro problema es doble: el de los que tienen demasiado poco, y el de los que tienen demasiado; no demasiado dinero, pero sí demasiada comodidad, una vida demasiado fácil, ¡frente a una vida demasiado dura! Nuestras clases separadas por un inmenso abismo. En Estados Unidos me impresionaba ver los muchachos en su traje de diario: en Washington — ¡la capital! tan sencillo; todo lo inútil eliminado... sus bototos, su gorra, o cabeza descubierta en mitad del invierno... su abrigo barato, corto; su ropa sin pretensión. La casa cómoda, pero sin pretensiones: sin grandes salones de recibo (salvo la Embajada Rusa...), su living. Auto, frigidaire, lavandería, porque todo hay que hacerlo en casa, y todos lavando la vajilla, por eso se sabe lo que se usa; ¡pues una sirviente es un dólar por hora! ¡Su trabajo es humano, tiene derecho a una vida decente y si la necesito la tengo que pagar!

Las mujeres con su pañuelo en la cabeza. Los alumnos de nuestros colegios cuántos recogen los platos, trabajan en la tarde, o en el verano, o siguen en cursos de la tarde para ganarse la vida y poder estudiar. Y ¡yo pensaba en los que pololean a costa del bolsillo del papá!

Sobriedad de vida; austeridad; esfuerzo. Y sentirnos vinculados a los que sufren, amarlos, procurar comprenderlos, vivir más en la inteligencia de su espíritu, y más cerca de sus rudezas y dolores. Al comunista chileno, que viajaba con Pelletier, lo que más chocaba en nuestro clero era que precisamente siendo muchos de condición modesta y llevando una vida dura, tuvieran tanta mentalidad de clase pudiente.

Espíritu de equipo
Jesús no viaja solo, no participa en las actividades solo. Salvo cuando ora, siempre está acompañado de sus apóstoles; con ellos va a todas partes, incluso a los banquetes. La gran fuerza que da el vivir con otros del mismo ideal, el trabajar con otros en la causa común. Vivir con otros: para el sacerdote, el terrible peligro para su alma y sus nervios de vivir solo. En Norte América y Canadá, cada sacerdote vive con otros sacerdotes, se divierten juntos y eso es un gran resguardo. Hacen vida íntima de familia; si necesitan salir a tomar un helado, salen... pero juntos. El gran beneficio de nuestra vida de comunidad, pero a condición de vivir plenamente en ella... de no minimizarla, de amar los recreos, los días de campo, las fiestas en común. ¡Oh todo lo que se pudiera decir de nuestros recreos! Recuerde lo que nos decía el Padre Charles: ¡ventajas únicas! Vivir en la comunidad, con la comunidad, para la comunidad.

Trabajar en equipo: el resultado enorme que podríamos sacar si nos ayudáramos en nuestros trabajos. Si hiciéramos obra de equipo... Un curso de religión en equipo; un libro, un retiro... en equipo. La dirección espiritual ligados al Prefecto, Maestrillos, Padre Espiritual... Las obras de caridad apuntalándonos con los medios que cada uno tiene: todos a la disposición de los demás.

El espíritu de equipo significa, en los que lo practican, un inmenso renunciamiento: somos tan aficionados de hacer mi obra, en la que yo deje mi huella, y pasar a hacer la obra común, que no va a ser la mía, en la que yo no figuro sino como rueda en el engranaje común... ¡Caramba que significa renunciamiento!

Significa mortificación para acomodarme a los demás, esa terrible mortificación interior de soportar caracteres lentos, egocéntricos, susceptibles, quisquillosos... y que no se suba jamás la leche... guardar la calma, sonreír cuando uno patearía... Dios mío es canonizable el que trabaja en equipo. Y obras como la Acción Católica son imposibles sin espíritu de equipo.

Significa el cultivo de honestas amistades, un franquearse, un dar y recibir, sin sentimentalismo de niños, pero sin estiramientos de falsa ascética. Aprender a tratar a mis hermanos, no sólo ocasionalmente, sino en forma más estable. Una amistad —que no es enfermiza sino viril—, es absolutamente necesaria. Si uno trata a todos por igual no puede pedir una respuesta cordial profunda. No rechazar a nadie, bondadoso con todos, pero natural para ahondar aquellas relaciones que Dios pone en su camino.

Cuando uno se va de un país, de una casa, el recuerdo más grato que uno lleva es el de aquellas almas bondadosas que se han sacrificado por uno, que le han dado no fría cortesía, sino algo de sí, un calorcito de amistad. ¡La gracia supone la naturaleza! Por otra parte, este espíritu de equipo es la señal de las obras llamadas a perseverar. Lo que es sólo mío, morirá conmigo... y allí quedará. Es la ventaja de la vida religiosa, que es ella la que toma la obra... y eso da aliento para realizar en ella cualquier trabajo. Es la manera como trabaja la Iglesia: es el Cuerpo Místico que trabaja y los frutos se comunican mediante esa corriente de vida que se llama comunión de los santos.

Espíritu social
Íntimamente relacionado con el espíritu de equipo está el espíritu social: participar en la vida social, en las alegrías y en los dolores... Vemos a Jesús, que hay una boda, hay mucha gente convidada... y aunque quizás en la fiesta pueda haber algún exceso, allí está Él y allí está su Madre. En medio del pueblo, de la vida humana, de la vida de familia, en las alegrías más legítimas. ¡Qué distinto es Jesús y es su Madre de aquel solitario taciturno que se empeñan algunos en describir. Sencillo, austero, pero lleno de bondad, de cortesía, de sentido social, lo vemos acudir a la invitación a las bodas, como en otras ocasiones a casa de Leví, de Simón el Fariseo, de Pedro. El apóstol ha de ser fermento de la masa, pero esto significa que está en la masa... Sal de la comida, en medio de ella, ¡no aislado!

Por tanto, no hacernos a un lado de la vida social. En todas partes donde sea honesto, allí deberíamos estar: en un día de santo, de matrimonio, en un funeral, en una alegría y en una pena. En la fiesta del regimiento, en la mesa del radical y en la del conservador, en las fiestas patrias... El sacerdote en todas partes... pero en todas: en el sindicato. En Norte América, en las grandes huelgas: ¡dos sacerdotes en medio de sus piquetes! Llorente hacinado con seis esquimales. ¡Que puede haber abusos! Sí... También la Santa Eucaristía a qué abusos no está expuesta: sacrilegios, profanaciones... El abuso es "por accidente". Claro que esto supone sacerdotes de vida interior. Monseñor Miller, el inmenso bien que hizo entre gente alejada, porque nunca se alejó de ellos... ¡Cuánto sacrificio suponen estas visitas! ¡Cuánto mejor estaría uno durmiendo una siesta! Yo confieso que las hago muy poco, pero no por virtud, sino por falta de ella.

En medio de los pobres. Este espíritu social del sacerdote no dañará, antes por el contrario, si se hace con todos, sobre todo con los pobres, como vemos a Jesús, que si bien fue a casa de Simón, fue a Cana... a Leví el pobre usurero.

En Caná lo vemos entre los pobres. Una pareja de pobrecitos que se casan: me parece un par de huasitos. Han echado la casa por la ventana... Debajo de la higuera están los novios, los otros convidados debajo del parrón, en el patio, ¡¡bailando su cuequita!! Y Jesús está en ese ambiente y allí feliz, ¡¡la Santísima Virgen!!

Pienso en el cura Brochero que no se negaba a ninguna de las alegrías de sus fieles; en nuestro Monseñor Labbé compadre de todos los caucheros de la Pampa; en San Francisco Javier jugando cartas para ganar un alma; en San Ignacio visitando a Javier para ganárselo.

Y en el más humilde sitio entre los pobres... Estaban Jesús y María, conocidos de nadie... El carpintero de la infeliz aldea de Nazareth y su Madre que venían con un grupo de huasos pescadores polvorientos, convidados a última hora... ¿Dónde? junto a la cocina, donde estaba la mesa de servicio, donde iban y venían los sirvientes... ¡¡Por eso es que María se dio cuenta al punto de lo que pasaba! Llaneza... no ser exigentes. Contentarse con todo: ¡Que todo nos quede grande! Cuerpo de pobre. ¡En cualquier sitio sentirnos bien! Menos preocupados de nuestra autoridad que de nuestra caridad. Que la autoridad en el cristiano es servir; ¡el Papa es el siervo de los siervos! Y Dios es el que sirve... si no nos dan asiento, si nos hacen esperar; ¡que no se suba la leche! Si nos tratan con poca deferencia... Alegría, sonreír. ¡Contento, Señor!'"

Con María en nuestros apuros
¡Faltó el vino! ¡Pero allí estaba María felizmente! Ella con su intuición femenina vio el ir y venir, el cuchicheo, los jarros que no se llenaban... Y sintió toda la amargura de la pareja que iba a ver aguada su fiesta, la más grande de su vida... Sintió su dolor como propio. ¡Comprensión! de los dolores ajenos... No decir esas palabras huecas que no significan nada... y menos aún pasar de largo. Cuando hay un dolor que allí estemos: sin quitarle el cuerpo. Como lo hace el pueblo que es más niño y por eso está más cerca de Dios: ¡que va a sentir con el doliente! Idea cristiana que está a la base de nuestros velorios. Que la pena de las chacras y del gorgojo sea nuestra pena, y que no nos desdeñemos de esas cosas nosotros que somos canales de la gracia, pues si nos desentendemos de lo humano los canales se tapan y a estas almas no llegará la Gracia de Cristo.

Y Ella comprendió que Ella podía hacer algo, y que Él lo podía hacer todo. Ella guardaba en su corazón el secreto desde hace 30 años... sabía que vendría un día en que Él tendría que manifestarse, en vano había esperado hasta ahora esa manifestación. Unas cuantas palabras a los 12 años y ¡nada más! ¿Cuándo llegaría ese momento? Ella presentía que en ese momento estaría Ella, su Madre, junto a Él. La buscó para comenzar su vida; Ella intervendría en su manifestación pública, como iba a estar presente en el último momento, como lo estaría en su Ascensión y en el descendimiento de su Espíritu. Ella ligada irrevocablemente a su obra.

Y le dice: "¡No tienen vino!". La respuesta de Jesús: "Pero qué nos va a mí y a ti. ¿No ves que aún no ha llegado mi hora?"(Jn 2,3-4). María comprende: Aun no ha llegado mi hora, es la idea central en la respuesta de Cristo. Y así es, ni antes, ni después de mucho tiempo, ningún milagro en la vida de Jesús. En su plan, los milagros vendrían después... después de la predicación, serían los signos que la confirmarían. En verdad todavía no era la hora. Pero, al propio tiempo ¿por qué toma en serio la observación de María?, ¿por qué no la deja pasar? ¡Ah! María comprendió al punto que no era su hora, pero que no le iba a decir que no, a Ella su Madre. Y Ella que había comprendido como nadie el sentido de la Encarnación, que era un mensaje de amor, de redención, de elevación, de pacificación, de alegría para las almas, comprende también que Jesús estará feliz de anticipar esa hora para alegrarla a Ella y para mostrar la preeminencia de la caridad sobre toda consideración. Y por eso con llaneza y seguridad únicas dice a los sirvientes: "Haced cuanto Él os dijere" (Jn 2,5).

¡Oh, María, contigo estoy tranquilo! Vela tú por mí, que el infierno nada podrá en contra mía, y Jesús, tu Hijo, fruto bendito de tus entrañas, se plegará a tus dulces deseos. ¡Y Jesús obra a su manera! ¡Qué manerita! ¡Si parece que quisiera tomarnos el pelo! ¿Falta vino? ¡¡Pues echen agua a las tinajas!!Y ahora lleven esa agua al maestresala. A la base de la fe, está la "rendición incondicional" y por eso parece que ahora, como entonces, quiere exigir de nosotros ese salto en el vacío, ese abrazar su autoridad, ese paso de la lógica a la fe, de las razones a la aceptación del misterio, porque es Él quien lo dice y nada más, motivo formal de la fe.

Y quien no da ese paso no llega a la fe; y quien se espanta como el caballo ante la sombra y recula, necesitará que Jesús, buen jinete le clave las espuelas y si a pesar de todo no pasa, indócil a la gracia de Dios, se esterilizará y morirá.

La fe, ¡base de toda vida cristiana! El primer contacto del hombre con Dios es por la fe. "¡Sin fe es imposible complacer a Dios!" (Heb 11,6). ¿Cómo obtenerla? Pedirla, suplicarla, actuarse; humildad de corazón. Realizar la verdad, porque "el que obra la verdad, va a la luz" (Jn 3,21).
(ALBERTO HURTADO, SJ, Un disparo a la eternidad, Universidad Católica de Chile, 2004, pp. 249-256)


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Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - Las Bodas de Caná

Sabemos por la revelación que Dios eligió un pueblo determi­nado para hacerlo depositario de sus promesas. Pero no fue una elección meramente intelectual. Quiso unirse a él como un esposo con su esposa. La pedagogía del amor divino se fue realizando por medio de los profetas. Ellos tenían por misión ir manifestan­do el amor fuerte, tierno y celoso de Dios. La primera lectura del profeta Isaías nos describe este amor nupcial. El Divino esposo, celoso hasta la muerte, será quien rescatará a su amada de sus amoríos falsos. Jerusalén ya no será llamada más "Abandona­da", ni dirán más a su tierra "Devastada", sino que la llamarán "el Deleite de Dios", y a su tierra "Desposada", porque el Señor puso en Israel su "complacencia". Concluye el profeta: "Como la esposa es la alegría de su esposo, así serás tú la alegría de tu Dios".

Llegada la plenitud de los tiempos, el Verbo vino en búsqueda de su amada, desposándose con ella en el seno purísimo de la Virgen. Estas bodas, las más santas que jamás se hayan oído, se realizaron en medio del silencioso Templo Virginal, en el recoleto misterio de Santa María, y entre la nube de incienso de sus oraciones levantadas a Dios. Pero dichas bodas, que comenzaron en el preciso momento de la Encarnación, fueron continuadas hasta la "hora" cruenta del Calvario, donde el Señor quiso sellar la Alianza con la humanidad por medio de su entrega sacrificial.

Jesús santifica las bodas
A las bodas que se celebraron en Caná fue invitada María, la Madre de Jesús. Ello hace suponer que alguna relación había entre María y los novios, relación de parentesco, o al menos de amistad. En aquel tiempo era costumbre que las fiestas de bodas se prolongaran por siete días, importando este dato por la falta de vino que se producirá luego. Jesús fue también invitado, juntamente con sus discípulos. El Señor todavía no era conocido como un gran personaje, tampoco lo era por sus milagros, ya que, precisamente en estas bodas, realizaría el primero de ellos. Pero como para Jesús nada es fortuito, sino que Él sabía muy bien lo que iba a ocurrir en Caná y lo que allí iba a hacer, sólo para los demás debió ser casual su encuentro allí, en momentos de tan apremiante necesidad para aquellos flamantes esposo. El Señor manifestaría su poder con la conversión del agua en vino, aumentando así la fe de los discípulos que hacía poco lo habían empezado a seguir.

Tampoco fue casual la presencia de María Santísima, quien acompañará al Mesías hasta el final de su vida terrena. Era conveniente, según el plan de Dios, que Ella estuviese en este primer momento de la manifestación del poder de su Hijo.

Todo ser humano, después del pecado original, ha quedado herido. La privación de la amistad de Dios por el pecado, influye decididamente en las demás relaciones humanas. Sin duda que al amor entre el hombre y la mujer, también experimenta este quebranto. No siempre es fácil desligarse completamente de las discordias, de los celos, de las infidelidades, de los conflictos, y hasta del odio y la ruptura. El corazón humano herido debe apren­der a amar, y para ello necesita la ayuda de la gracia de Dios.

En Cana, Jesucristo nos muestra cómo Él ha venido también con el propósito de restaurar el amor conyugal. Para mantener las buenas relaciones, y para sobrellevar el peso de una familia, no basta el mero amor humano. Se necesita el auxilio permanen­te de la gracia. Sólo por medio de ella, los corazones se verán privilegiados, pudiendo así los esposos amar según el ejemplo y la medida del amor de Cristo.

La experiencia casi cotidiana de la falencia de las relaciones entre la mujer y el hombre, no se debe en su origen a una falla de la naturaleza, sino que tiene su raíz en el pecado original. En su misericordia infinita, Jesús, el Salvador, viene a santificar el matrimonio. Su primer milagro lo hará para aquellos nuevos esposos, como indicando su deseo de aportar todos los auxilios necesarios a los cónyuges.

En Caná todos participan de la sana y grata alegría de la fiesta. Pero, esta fiesta es distinta a la de los casamientos comunes, ya que recibió la inmerecida dicha de contar con la presencia del Verbo Encarnado. Jesús irradia a los circunstantes una alegría que es diferente, una alegría de cielo. Quizás los allí presentes no hubieran sabido decir por qué esta boda fue distinta a las otras. Jesús estaba entre medio de ellos, repartiendo sus beneficios. Nos podemos preguntar: ¿serán menos dichosos los novios de nuestro tiempo que aquellos que se casaron en Caná? Felices fueron entonces por tenerlo a Jesús, no menos felices pueden serlo hoy, aunque no lo vean al Señor con los ojos del cuerpo. Allí estuvo presente, hoy también lo está por medio del sacra­mento. Además ¿no dijo que cuando dos o más están reunidos en su nombre, Él está en medio de ellos?

Toda la vida nuestra está marcada por el amor esponsalicio de Cristo y de la Iglesia. Ya desde el Bautismo entramos a vivir de este misterio. Aquel baño regenerador es como un "baño de bodas", puesto que por él entramos en comunión con Cristo y la Iglesia. Y ese baño nos prepara para el banquete nupcial de la Eucaristía. El Matrimonio cristiano, a su vez, es signo eficaz que representa la dación de Cristo en favor de su Iglesia. El Señor se entregó por Ella, y al purificarla con la aspersión purificadora de su propia sangre, manifestó todo el amor que por Ella experi­mentaba. Esta entrega viene a ser como un modelo para los esposos, de cómo ellos deben entregarse por sus esposas.

La mediación de María
Nos dice el Evangelio que éste fue el primer milagro que hizo el Señor. Pero asimismo hemos de agregar que ofreció la ocasión de mostrar cuán grande es el poder que tiene la intercesión de la Virgen frente a su Hijo. Ella, preocupada como toda mujer por las cuestiones culinarias y caseras, advierte que no tienen vino, y se lo declara a Jesús. El Señor le dijo: "¿Mujer, qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía". Nada tiene de duro este vocativo "mujer". Los orientales suelen llamar así a las per­sonas más queridas y dignas de respeto. Equivale a llamarla "señora". Por lo demás, es la manera bíblica con la que se la designa en múltiples oportunidades, por ejemplo en el Génesis, cuando se habla de Eva, que es figura de María, y también en el Apocalipsis, si concedemos que Ella es la Mujer revestida de sol. Asimismo nos fue regalada bajo esta denominación a todos los hombres como madre universal en la persona de San Juan, cuando Cristo le dijo desde la cruz: "Mujer, he ahí a tu hijo".

Se trataba de un pedido de María: "No tienen vino". Y aunque la hora del Señor no había aún llegado, igual el Hijo asentiría a su mego. María siempre está preocupada, atendiendo las necesidades de sus hijos, aunque ellas sean pequeñas y de índole puramente terrena; con mayor razón si se trata de anhelos sobrenaturales. No hay nada que el Hijo pueda negarle a la Madre. Ella conserva en sus manos la llave que abre el Corazón de Jesús. Por algo la Iglesia se ha complacido en llamarla Me­dianera de todas las gracias y Abogada de los pecadores. Su oficio mediador entre Jesús y los hombres, queda claramente de manifiesto en esta oportunidad.

En la vida familiar, con todo lo que ella significa, relaciones entre esposos, relaciones de paternidad y de filiación, además de todas las preocupaciones cotidianas, será inobviable la presencia de María, la Madre. Ella nunca se desentiende de las necesidades de sus hijos, y Dios se complace en que recurramos a Ella cons­tantemente. Es la Madre amantísima, proveedora de bienes so­brenaturales y defensora de la familia. Cuando los que viven bajo un mismo techo recurren a María, pueden estar seguros que están bajo su manto, pero también bajo el poder protector de Jesús.

Ella dijo a los que servían: "Haced todo lo que él os diga". Pide en esos momentos que obedezcan a su Hijo y le tengan confian­za. Lo mismo nos dice hoy con idénticas palabras. Hemos de hacer todo lo que el Señor nos diga. La recomendación de María, al inicio de la vida pública de Cristo, se podría aplicar a cada una de las enseñanzas del Maestro; será preciso que hagamos siem­pre lo que Él nos diga, si queremos cumplir realmente la voluntad de Dios. Entonces sí, por mediación de María Santísima y por la intervención del poder de Cristo, no faltará la alegría en la fiesta de bodas.

El milagro
Una vez que, por orden de Jesús, los sirvientes llenaron de agua las grandes tinajas hasta el borde, el poder divino que se escondía en la humanidad de Cristo, convirtió el agua en vino. Vino elogiado posteriormente por el maestresala como el mejor vino. Manifiéstase así la sobreabundancia en calidad y cantidad de los beneficios de Dios. Llegada la hora de su entrega al Padre, en la Última Cena, el Señor transformará no el agua en vino, sino el pan en su cuerpo y el vino en su sangre. A quien le cueste com­prender este último y más grande milagro de Jesús, que empiece por aceptar el primero. Y que le pida a la Madre, que mucho tiene que ver con ello, la gracia de entenderlo.

El milagro de Caná de Galilea provocó un doble efecto, según lo relata el evangelista: manifestó la gloria de Jesús y confirmó la fe de sus discípulos en Él. Todos los milagros del Señor deberían producir en nosotros esos mismos efectos. Se deben al poder divino, por lo que constituyen una prueba externa de la presen­cia de Dios entre los hombres. Admirándonos frente a ellos, se acrecentará nuestra fe.

Desde Caná, pasando por cada uno de los prodigios del Señor, lleguemos hasta su Milagro Eucarístico. Milagro que se sigue repitiendo en todos los altares del mundo, donde se celebra la Santa Misa. Pidámosle al Señor, por intercesión de María, que nos conceda la gracia de creer cada vez con más firmeza en su presencia real entre nosotros, y que al recibirlo en nuestra alma, se renueve nuestra unión esponsalicia con Él. Pidámosle, asimis­mo, que si encuentra durezas en nuestro corazón, las disuelva decididamente, como convirtió el agua en vino, para que con un corazón enamorado podamos vivir del "vino vivificante" de su caridad.
(ALFREDO SÁENZ, SJ, Palabra y Vida Homilías dominicales y Festivas, Ciclo C, Ed. Gladius, Buenos Aires, 1994, pp. 68-74)
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Aplicación: Juan Pablo II - Jesucristo es invitado continuamente por cada uno de los hombres y por las diversas comunidades.

En el Evangelio de hoy leemos que el Señor Jesús fue invitado a participar en la boda que tenía lugar en Caná de Galilea. Esto sucede al comienzo mismo de la actividad magisterial, y el episodio se grabó en la memoria de los presentes, porque precisamente allí Jesús, reveló por vez primera la extraordinaria potencia que, desde entonces, debía acompañar siempre su enseñanza. Leemos: "Éste fue el primer milagro que hizo Jesús, en Caná de Galilea, y manifestó su gloria y creyeron en Él sus discípulos" (Jn 2,11).

Aunque el acontecimiento tiene lugar al comienzo de la actividad de Jesús en Nazaret, ya están en torno a Él los discípulos (los futuros Apóstoles), al menos los que habían sido llamados primero.

Con Jesús está también en Caná de Galilea su Madre. Incluso parece que precisamente Ella había sido invitada principalmente. En efecto, leemos: "Hubo una boda en Caná de Galilea, y estaba allí la Madre de Jesús. Fue invitado también Jesús con sus discípulos a la boda" (Jn 2,1-2). Se puede deducir, pues, que Jesús fue invitado con la Madre, y quizá en atención a Ella; en cambio los discípulos fueron invitados juntamente con Él.

Debemos concentrar nuestra atención sobre todo en esta invitación. Por vez primera Jesús es invitado entre los hombres, y acepta esta invitación, se queda con ellos, habla, participa en su alegría (las bodas son un momento gozoso), pero también en sus preocupaciones; y para remediar los inconvenientes, cuando faltó el vino para los invitados, realizó el "signo": el primer milagro en Caná de Galilea. Muchas veces más será invitado Jesús por los hombres en el curso de su actividad magisterial, aceptará sus invitaciones, estará en relación con ellos, se sentará a la mesa, conversará.

Conviene insistir en esta línea de los acontecimientos: Jesucristo es invitado continuamente por cada uno de los hombres y por las diversas comunidades. Quizá no exista en el mundo una persona que haya tenido tantas invitaciones. Más aún, es necesario afirmar que Jesucristo acepta estas invitaciones, va con cada uno de los hombres, se queda en medio de las comunidades humanas. En el curso de su vida y de su actividad terrestre, Él debió someterse necesariamente a las condiciones de tiempo y lugar. En cambio, después de la Resurrección y de la Ascensión, y después de la institución de la Eucaristía y de la Iglesia, Jesucristo de un modo nuevo, esto es, sacramental y místico, puede ser huésped simultáneamente de todas las personas y de todas las comunidades, que lo invitan. En efecto, Él ha dicho: "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y en él haremos morada" (Jn 14,23).

Jesús fue invitado a Caná de Galilea, para tomar parte en la boda y en la recepción nupcial. Aun cuando diversos acontecimientos están vinculados con el comienzo de la actividad pública de Jesús de Nazaret, podemos deducir justamente del texto evangélico que este episodio precisamente, de modo particular, determina el comienzo de su vida apostólica. Es importante notar que precisamente en las circunstancias de las bodas Jesús comienza su actividad. Las palabras de la primera lectura del libro del profeta Isaías comprueban esto con la particular tradición profética del Antiguo Testamento.

Pero incluso independientemente de esta tradición, el hecho mismo nos ofrece mucho para meditar. Jesucristo, al comienzo mismo de su misión mesiánica, toca, en cierto sentido, la vida humana en su punto fundamental, en el punto de partida. El matrimonio, aun cuando es tan antiguo como la humanidad, significa siempre, cada vez, un nuevo comienzo. Éste es sobre todo el comienzo de la nueva comunidad humana, de esa comunidad que se llama "familia". La familia es la comunidad del amor y de la vida. Y por eso a ella ha confiado el creador el misterio de la vida humana. El matrimonio es el comienzo de la nueva comunidad del amor y de la vida, de la que depende el futuro del hombre sobre la tierra.

El Señor Jesús une el comienzo de su actividad a Caná de Galilea, para demostrar esta verdad. Su presencia en la recepción nupcial pone de relieve el significado fundamental del matrimonio y de la familia para la Iglesia y para la sociedad.

En Caná se reveló también María en la plena sencillez y verdad de su Maternidad. La Maternidad está siempre abierta al niño, abierta al hombre. Ella participa de sus preocupaciones aún las más ocultas. Asume estas preocupaciones y trata de ponerles remedio. Así ocurrió en la fiesta de las bodas de Caná. Cuando llegó "a faltar el vino" (Jn 2,3) el maestresala y los esposos se encontraron ciertamente en gran dificultad. Y entonces la Madre de Jesús dijo: "No tiene vino" (Jn 2,3). El desarrollo posterior del acontecimiento nos es bien conocido.

Al mismo tiempo María se revela en Caná de Galilea como Madre consciente de la misión de su Hijo, consciente de su potencia. Precisamente esta conciencia la apremia a decir a los servidores: "Haced lo que Él os diga" (Jn 2,5). Y los servidores siguieron las indicaciones de la Madre de Cristo. ¿Qué cosa os puedo desear sino que escuchéis siempre estas palabras de María, Madre de Cristo: Haced lo que Él os diga?

Y que las aceptéis con el corazón, porque han sido pronunciadas por el corazón. Por el corazón de la Madre. Y que las cumpláis: "A la santificación precisamente os llamó por medio de nuestra evangelización, para que alcanzaseis la gloria de nuestro Señor Jesucristo" (2 Tes 2,14).

Aceptad, pues, esta llamada con toda vuestra vida. Realizad las palabras de Jesucristo.
(En la Parroquia de la Inmaculada y San Juan Berchmans, 20 de Enero de 1980)

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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - "No tienen vino" Jn 2, 3

Ya en las bodas de Caná, por pedido de la Virgen Santa, Jesús adelantó su hora e hizo su primer milagro. A partir de entonces la Santísima Virgen sigue siempre intercediendo por nosotros ante su Hijo. Por eso los Santos Padres y los Papas la llaman "Omnipotencia Suplicante" ya que es capaz de obtener de Dios todo lo que le pide en la oración. Los católicos nos dirigimos suplicantes a ella porque su oración es mejor escuchada por Jesús.

"No tienen vino", palabra que María pronunció en unas bodas en Caná y que motivó el comienzo de los milagros de Jesús.

Caná es epifanía. Sigue a la epifanía de los gentiles y del bautismo de Jesús. Es epifanía del poder y de la divinidad de Jesús.

Caná es símbolo. Símbolo de la gracia representada por el agua y del amor representado por el vino.

La falta de vino hizo que María por amor a los esposos pidiera el milagro y que Jesús por amor lo realizara.

Y este vino excelente que el maestresala probó y que era mejor que el anterior es el buen vino de la caridad faltante en el Antiguo Testamento.
Símbolo de la Eucaristía ya que Jesús en este milagro adelanta "su hora" que es la hora de su Pascua y también muestra su poder sobre los elementos de la naturaleza convirtiendo el agua en vino. La Eucaristía será el sacramento de su Pascua y será un milagro permanente donde Jesús está presente bajo las apariencias de vino.
Símbolo de la dignidad del sacramento del matrimonio. Jesús y María santifican con su presencia aquellas bodas.

María fue la primera en recibir la revelación de los principales misterios de nuestra fe, en Caná es la primera en conseguir y presenciar un signo de su Hijo.

María conoce las necesidades de nuestra vida hasta las más triviales. Se dio cuenta de la necesidad de los novios y pidió el milagro.
En unas bodas el vino ayuda a la alegría. María nos trae a Jesús y con El todo lo que necesitamos para vivir con alegría. Ella es causa de nuestra alegría. María se congratula con nuestra alegría como lo hizo con los esposos en Caná.

Y María en este detalle de tratar de subsanar la necesidad de los esposos nos da ejemplo de caridad perfecta. Ve la necesidad sin que se la digan y es porque el que ama sale al encuentro del amado para amarlo, se adelanta… María quiere remediar nuestras necesidades, hasta las más pequeñas. María ante Jesús expresa sencillamente la necesidad para que El la remedie. Caridad eficaz que pone los medios, pide a Jesús.

María también nos da ejemplo de modestia y discreción en el modo de proceder "no tienen vino". El que ama presenta la necesidad para que el amado haga lo que le plazca. Y así es mejor… porque Dios sabe lo que nos conviene, se compadece del necesitado que pide humildemente.
María no retrocede en su empeño a pesar de las palabras "aparentemente duras" de Jesús. "Que tengo yo contigo", semitismo que según el contexto parece decir que no es el momento oportuno para obrar… "Mujer" que parece áspero comparado con Madre o María. Pero según las interpretaciones esta "Mujer" se refiere al libro del Génesis y significaría la maternidad espiritual de María, nueva Eva. Aquí intercediendo por las necesidades de sus hijos. Al pie de la cruz dándolos a luz.

María con confianza ilimitada dice simplemente: "haced lo que Él os diga". María conoce el poder de su Hijo y tiene fe indudable en El, confía en su liberalidad.

María es la mediadora excelsa entre Jesús y nosotros.
"Haced lo que Él os diga" contiene un programa de vida para llegar a la santidad.

María es modelo de fe para todos nosotros. En Caná por su intercesión creció la fe de los discípulos.

Notas
Jn 2, 1 11
Cf. Alastruey, Tratado de la Virgen Santísima, BAC Madrid 1945, 771.
Buela C., El Catecismo de los jóvenes…, 51-2
Cf. Jn 2, 1-12
Cf. v. 11
Cf. Jn 19, 34
Cf. v. 10
Cf. Mt 22, 37-40
Cf. Jsalén. (edición 1998) a Jn 2,4.
Cf. v. 4
3,15.20
Cf. Jn 19, 26
Cf. L.G. nº 63
Cf. v. 11

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Aplicación: P. Jorge Loring, S.J. - Segundo Domingo del Tiempo Ordinario - Año C Jn 2:1-12

1.- Caná estaba a uno hora de camino de Nazaret, de modo que es muy posible que se tratara de unos parientes a amigos muy íntimos, pues María no es una simple invitada porque se ocupa de lo que hace falta: el vino era algo esencial en una boda.

2.- No se habla de José. Es probable que ya había muerto.

3.- La llama MUJER, no la llama MADRE. La expresión MUJER se empleaba en los momentos solemnes, equivalía a SEÑORA. Se usaba antes de decir algo importante. Por eso la usó también en la cruz antes de nombrarla MADRE DE LA HUMANIDAD.

4.- La capacitad de cada tinaja sería de unos cien litros. Se usaban para almacenar agua. En total serían seiscientos litros de vino. ¡Gran abundancia! Generosidad de Dios al ayudarnos.

5.- "Todavía no ha llegado mi hora". La intercesión de María adelanta la hora de los milagros.

6.- -María no pide. Se limita a exponer la necesidad con la seguridad de ser escuchada.

7.- María es nuestra INTERCESORA, nuestra MEDIANERA. San Pablo dice que nuestro principal MEDIADOR es Jesús. María es la medianera secundaria, porque en sus brazos estamos más cerca del corazón de Dios, como un bebé en brazos de su madre.

8.- Podemos ir a Dios directamente, pero nuestras peticiones en manos de María son mejor acogidas por Dios que en nuestras manos sucias y pecadoras.

9.-Uno de los sitios en qué más se manifiesta la mediación de María es en Lourdes. La OFICINA MÉDICA confirma 3.000 curaciones que no tienen explicación natural.

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Aplicación: P. Raniero Cantalamessa OFMCap - Invitaron a Jesús a las bodas

El Evangelio del II Domingo del Tiempo Ordinario es el episodio de las bodas de Caná. ¿Qué ha querido decirnos Jesús aceptando participar en una fiesta nupcial? Sobre todo, de esta manera honró, de hecho, las bodas entre el hombre y la mujer, recalcando, implícitamente, que es algo bello, querido por el Creador y por Él bendecido. Pero quiso enseñarnos también otra cosa. Con su venida, se realizaba en el mundo ese desposorio místico entre Dios y la humanidad que había sido prometido a través de los profetas, bajo el nombre de «nueva y eterna alianza». En Caná, símbolo y realidad se encuentran: las bodas humanas de dos jóvenes son la ocasión para hablarnos de otro desposorio, aquél entre Cristo y la Iglesia que se cumplirá en «su hora», en la cruz.

Si deseamos descubrir cómo deberían ser, según la Biblia, las relaciones entre el hombre y la mujer en el matrimonio, debemos mirar cómo son entre Cristo y la Iglesia. Intentemos hacerlo, siguiendo el pensamiento de San Pablo sobre el tema, como está expresado en Efesios, 5, 25-33. En el origen y centro de todo matrimonio, siguiendo esta perspectiva, debe estar el amor: «Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella».

Esta afirmación –que el matrimonio se funda en el amor- parece hoy darse por descontado. En cambio sólo desde hace poco más de un siglo se llegó al reconocimiento de ello, y todavía no en todas partes. Durante siglos y milenios, el matrimonio era una transacción entre familias, un modo de proveer a la conservación del patrimonio o a la mano de obra para el trabajo de los jefes, o una obligación social. Los padres y las familias eran los protagonistas, no los esposos, quienes frecuentemente se conocían sólo el día de la boda.

Jesús, sigue diciendo Pablo en el texto de los Efesios, se entregó «a fin de presentarse a sí mismo su Iglesia resplandeciente, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida». ¿Es posible, para un marido humano, imitar, también en este aspecto, al esposo Cristo? ¿Puede quitar las arrugas a su propia esposa? ¡Claro que puede! Hay arrugas producidas por el desamor, por haber sido dejados en soledad. Quien se siente aún importante para el cónyuge no tiene arrugas, o si las tiene son arrugas distintas, que acrecientan, no disminuyen la belleza.

Y las esposas, ¿qué pueden aprender de su modelo, que es la Iglesia? La Iglesia se embellece únicamente para su esposo, no por agradar a otros. Está orgullosa y es entusiasta de su esposo Cristo y no se cansa de tejerle alabanzas. Traducido al plano humano, esto recuerda a las novias y a las esposas que su estima y admiración es algo importantísimo para el novio o el marido.

A veces, para ellos es lo que más cuenta en el mundo. Sería grave que les faltara recibir jamás una palabra de aprecio por su trabajo, por su capacidad organizativa, por su valor, por la dedicación a la familia; por lo que dice, si es un hombre político; por lo que escribe, si es un escritor; por lo que crea, si es un artista. El amor se alimenta de estima y muere sin ella.

Pero existe una cosa que el modelo divino recuerda sobre todo a los esposos: la fidelidad. Dios es fiel, siempre, a pesar de todo. Hoy, esto de la fidelidad se ha convertido en un discurso escabroso que ya nadie se atreve a hacer. Sin embargo el factor principal del desmembramiento de muchos matrimonios está precisamente aquí, en la infidelidad. Hay quien lo niega, diciendo que el adulterio es el efecto, no la causa, de las crisis matrimoniales. Se traiciona, en otras palabras, porque no existe ya nada con el propio cónyuge.

A veces esto será incluso cierto; pero muy frecuentemente se trata de un círculo vicioso. Se traiciona porque el matrimonio está muerto, pero el matrimonio está muerto precisamente porque se ha empezado a traicionar, tal vez en un primer tiempo sólo con el corazón. Lo más odioso es que a menudo es el que traiciona quien hace recaer en el otro la culpa de todo y se hace la víctima.

Pero volvamos al episodio del Evangelio, porque contiene una esperanza para todos los matrimonios humanos, hasta los mejores. Sucede en todo matrimonio lo que ocurrió en las bodas de Caná. Comienza en el entusiasmo y en la alegría (de ello es símbolo el vino); pero este entusiasmo inicial, como el vino en Caná, con el paso del tempo se consume y llega a faltar. Entonces se hacen las cosas ya no por amor y con alegría, sino por costumbre. Cae sobre la familia, si no se presta atención, como una nube de monotonía y de tedio. También de estos esposos se debe decir: «¡No les queda vino!».

El relato del Evangelio indica a los cónyuges una vía para no caer en esta situación o salir de ella si ya se está dentro: ¡invitar a Jesús a las propias bodas! Si Él está presente, siempre se le puede pedir que repita el milagro de Caná: transformar el agua en vino. El agua del acostumbramiento, de la rutina, de la frialdad, en el vino de un amor y de una alegría mejor que la inicial, como era el vino multiplicado en Caná. «Invitar a Jesús a las propias bodas» significa honrar el Evangelio en la propia casa, orar juntos, acercarse a los sacramentos, tomar parte en la vida de la Iglesia.

No siempre los dos cónyuges están, en sentido religioso, en la misma línea. Tal vez uno de los dos es creyente y el otro no, o al menos no de la misma forma. En este caso, que invite a Jesús a las bodas aquél de los dos que le conozca, y lo haga de manera –con su gentileza, el respeto por el otro, el amor y la coherencia de vida- que se convierta pronto en el amigo de ambos. ¡Un «amigo de familia»!

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Ejemplos Predicables

Dar
Todo hombre que te busca, va a pedirte algo.
El rico aburrido, la amenidad de tu conversación; el pobre, tu dinero; el triste, un consuelo; el débil, un estímulo; el que lucha, una ayuda moral.
Todo hombre va a pedirte algo.
¡Y tú osas impacientarte! ¡Y tú osas pensar: "Qué fastidio"! ¡Infeliz! La Ley escondida que reparte misteriosamente las excelencias, se ha dignado otorgarte el privilegio de los privilegios, el bien de los bienes, la prerrogativa de las prerrogativas: ¡DAR! ¡Tú puedes dar!
¡En cuantas horas que tiene el día, tú das, aunque sea una sonrisa, aunque sea un apretón de manos, aunque sea una palabra de aliento! ¡En cuantas horas que tiene el día, te pareces a ÉL, que no es sino dádiva perpetua y regalo perpetuo! Debieras caer de rodillas ante el Padre y decirle: "¡Gracias porque puedo dar, Padre Mío! ¡Nunca más pasará por mi semblante la sombra de la impaciencia!" - Amado Nervo, Poeta
"En verdad te digo que vale más dar que recibir!"
Con este concepto poderoso, expresado por este poeta Mexicano pero universal, con un tono hasta más allá de la mera invitación, sino llegando hasta casi al reclamo de aquellos que por comodidad o indiferencia, que sé yo ....pudiendo DAR se pasan de largo y como dicen en un pueblito cercano a la ciudad de México, ¡Esos no se paran al sol, para no DAR sombra!... Bueno los invito a considerar el valor y la importancia espiritual de DAR SERVICIO a los demás.

 

cortesía: ive.org et alii





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