CRISTO REY- Domingo 34 Tiempo Ordinario B: Comentarios de Sabios y Santos II - Preparemos con ellos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada en la Misa Dominical
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
A su disposición
Comentario Teológico: S.S. Pio XI - Encíclica: "Quas Primas"
Santos Padres: San Agustín - “¿Eres tú el rey de los judíos?”
Aplicación: P. Alfredo Sáenz, SJ. - Cristo Rey
Aplicación: Juan Pablo II - Mi reino no es de este mundo
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Cristo Rey
Directorio Homilético - Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo
Comentarios a Las Lecturas de lA Solemnidad
Comentario Teológico: S.S. Pio XI - Encíclica: "Quas Primas"
I. LA REALEZA DE CRISTO
6. Ha sido costumbre muy general y antigua llamar Rey a Jesucristo, en
sentido metafórico, a causa del supremo grado de excelencia que posee y que
le encumbra entre todas las cosas creadas. Así, se dice que reina en las
inteligencias de los hombres, no tanto por el sublime y altísimo grado de su
ciencia cuanto porque El es la Verdad y porque los hombres necesitan beber
de El y recibir obedientemente la verdad. Se dice también que reina en las
voluntades de los hombres, no sólo porque en El la voluntad humana está
entera y perfectamente sometida a la santa voluntad divina, sino también
porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y
la enciende en nobilísimos propósitos. Finalmente, se dice con verdad que
Cristo reina en los corazones de los hombres porque, con su supereminente
caridad(1) y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de
manera que jamás nadie —entre todos los nacidos— ha sido ni será nunca tan
amado como Cristo Jesús. Mas, entrando ahora de lleno en el asunto, es
evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo
como hombre el título y la potestad de Rey; pues sólo en cuanto hombre se
dice de El que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino(2); porque
como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede
menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto,
poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre
todas las criaturas.
a) En el Antiguo Testamento
7. Que Cristo es Rey, lo dicen a cada paso las Sagradas Escrituras.
Así, le llaman el dominador que ha de nacer de la estirpe de Jacob(3); el
que por el Padre ha sido constituido Rey sobre el monte santo de Sión y
recibirá las gentes en herencia y en posesión los confines de la tierra(4).
El salmo nupcial, donde bajo la imagen y representación de un Rey muy
opulento y muy poderoso se celebraba al que había de ser verdadero Rey de
Israel, contiene estas frases: El trono tuyo, ¡oh Dios!, permanece por los
siglos de los siglos; el cetro de su reino es cetro de rectitud(5). Y
omitiendo otros muchos textos semejantes, en otro lugar, como para dibujar
mejor los caracteres de Cristo, se predice que su reino no tendrá límites y
estará enriquecido con los dones de la justicia y de la paz: Florecerá en
sus días la justicia y la abundancia de paz... y dominará de un mar a otro,
y desde el uno hasta el otro extrema del orbe de la tierra(6).
8. A este testimonio se añaden otros, aún más copiosos, de los profetas, y
principalmente el conocidísimo de Isaías: Nos ha nacido un Párvulo y se nos
ha dado un Hijo, el cual lleva sobre sus hombros el principado; y tendrá por
nombre el Admirable, el Consejero, Dios, el Fuerte, el Padre del siglo
venidero, el Príncipe de Paz. Su imperio será amplificado y la paz no tendrá
fin; se sentará sobre el solio de David, y poseerá su reino para afianzarlo
y consolidarlo haciendo reinar la equidad y la justicia desde ahora y para
siempre(7). Lo mismo que Isaías vaticinan los demás profetas. Así Jeremías,
cuando predice que de la estirpe de David nacerá el vástago justo, que cual
hijo de David reinará como Rey y será sabio y juzgará en la tierra(8). Así
Daniel, al anunciar que el Dios del cielo fundará un reino, el cual no será
jamás destruido..., permanecerá eternamente(9); y poco después añade: Yo
estaba observando durante la visión nocturna, y he aquí que venía entre las
nubes del cielo un personaje que parecía el Hijo del Hombre; quien se
adelantó hacia el Anciano de muchos días y le presentaron ante El. Y diole
éste la potestad, el honor y el reino: Y todos los pueblos, tribus y lenguas
le servirán: la potestad suya es potestad eterna, que no le será quitada, y
su reino es indestructible(10). Aquellas palabras de Zacarías donde predice
al Rey manso que, subiendo sobre una asna y su pollino, había de entrar en
Jerusalén, como Justo y como Salvador, entre las aclamaciones de las
turbas(11), ¿acaso no las vieron realizadas y comprobadas los santos
evangelistas?
b) En el Nuevo Testamento
9. Por otra parte, esta misma doctrina sobre Cristo Rey que hemos
entresacado de los libros del Antiguo Testamento, tan lejos está de faltar
en los del Nuevo que, por lo contrario, se halla magnífica y luminosamente
confirmada.
En este punto, y pasando por alto el mensaje del arcángel, por el cual fue
advertida la Virgen que daría a luz un niño a quien Dios había de dar el
trono de David su padre y que reinaría eternamente en la casa de Jacob, sin
que su reino tuviera jamás fin(12), es el mismo Cristo el que da testimonio
de su realeza, pues ora en su último discurso al pueblo, al hablar del
premio y de las penas reservadas perpetuamente a los justos y a los
réprobos; ora al responder al gobernador romano que públicamente le
preguntaba si era Rey; ora, finalmente, después de su resurrección, al
encomendar a los apóstoles el encargo de enseñar y bautizar a todas las
gentes, siempre y en toda ocasión oportuna se atribuyó el título de Rey(13)
y públicamente confirmó que es Rey(14), y solemnemente declaró que le ha
sido dado todo poder en el cielo y en la tierra(15). Con las cuales
palabras, ¿qué otra cosa se significa sino la grandeza de su poder y la
extensión infinita de su reino? Por lo tanto, no es de maravillar que San
Juan le llame Príncipe de los reyes de la tierra(16), y que El mismo,
conforme a la visión apocalíptica, lleve escrito en su vestido y en su
muslo: Rey de Reyes y Señor de los que dominan(17). Puesto que el Padre
constituyó a Cristo heredero universal de todas las cosas(18), menester es
que reine Cristo hasta que, al fin de los siglos, ponga bajo los pies del
trono de Dios a todos sus enemigos(19).
c) En la Liturgia
10. De esta doctrina común a los Sagrados Libros, se siguió necesariamente
que la Iglesia, reino de Cristo sobre la tierra, destinada a extenderse a
todos los hombres y a todas las naciones, celebrase y glorificase con
multiplicadas muestras de veneración, durante el ciclo anual de la liturgia,
a su Autor y Fundador como a Soberano Señor y Rey de los reyes.
Y así como en la antigua salmodia y en los antiguos Sacramentarios usó de
estos títulos honoríficos que con maravillosa variedad de palabra expresan
el mismo concepto, así también los emplea actualmente en los diarios actos
de oración y culto a la Divina Majestad y en el Santo Sacrificio de la Misa.
En esta perpetua alabanza a Cristo Rey descúbrese fácilmente la armonía tan
hermosa entre nuestro rito y el rito oriental, de modo que se ha manifestado
también en este caso que la ley de la oración constituye la ley de la
creencia.
d) Fundada en la unión hipostática
11. Para mostrar ahora en qué consiste el fundamento de esta dignidad y de
este poder de Jesucristo, he aquí lo que escribe muy bien San Cirilo de
Alejandría: Posee Cristo soberanía sobre todas las criaturas, no arrancada
por fuerza ni quitada a nadie, sino en virtud de su misma esencia y
naturaleza(20). Es decir, que la soberanía o principado de Cristo se funda
en la maravillosa unión llamada hipostática. De donde se sigue que Cristo no
sólo debe ser adorado en cuanto Dios por los ángeles y por los hombres, sino
que, además, los unos y los otros están sujetos a su imperio y le deben
obedecer también en cuanto hombre; de manera que por el solo hecho de la
unión hipostática, Cristo tiene potestad sobre todas las criaturas.
e) Y en la redención
12. Pero, además, ¿qué cosa habrá para nosotros más dulce y suave que el
pensamiento de que Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de
naturaleza, sino también por derecho de conquista, adquirido a costa de la
redención? Ojalá que todos los hombres, harto olvidadizos, recordasen cuánto
le hemos costado a nuestro Salvador. Fuisteis rescatados no con oro o plata,
que son cosas perecederas, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un
Cordero Inmaculado y sin tacha(21). No somos, pues, ya nuestros, puesto que
Cristo nos ha comprado por precio grande(22); hasta nuestros mismos cuerpos
son miembros de Jesucristo(23).
II. CARÁCTER DE LA REALEZA DE CRISTO
a) Triple potestad
13. Viniendo ahora a explicar la fuerza y naturaleza de este principado y
soberanía de Jesucristo, indicaremos brevemente que contiene una triple
potestad, sin la cual apenas se concibe un verdadero y propio principado.
Los testimonios, aducidos de las Sagradas Escrituras, acerca del imperio
universal de nuestro Redentor, prueban más que suficientemente cuanto hemos
dicho; y es dogma, además, de fe católica, que Jesucristo fue dado a los
hombres como Redentor, en quien deben confiar, y como legislador a quien
deben obedecer(24). Los santos Evangelios no sólo narran que Cristo legisló,
sino que nos lo presentan legislando. En diferentes circunstancias y con
diversas expresiones dice el Divino Maestro que quienes guarden sus
preceptos demostrarán que le aman y permanecerán en su caridad(25). El mismo
Jesús, al responder a los judíos, que le acusaban de haber violado el sábado
con la maravillosa curación del paralítico, afirma que el Padre le había
dado la potestad judicial, porque el Padre no juzga a nadie, sino que todo
el poder de juzgar se lo dio al Hijo(26). En lo cual se comprende también su
derecho de premiar y castigar a los hombres, aun durante su vida mortal,
porque esto no puede separarse de una forma de juicio. Además, debe
atribuirse a Jesucristo la potestad llamada ejecutiva, puesto que es
necesario que todos obedezcan a su mandato, potestad que a los rebeldes
inflige castigos, a los que nadie puede sustraerse.
b) Campo de la realeza de Cristo
a) En Lo espiritual
14. Sin embargo, los textos que hemos citado de la Escritura demuestran
evidentísimamente, y el mismo Jesucristo lo confirma con su modo de obrar,
que este reino es principalrnente espiritual y se refiere a las cosas
espirituales. En efeeto, en varias ocasiones, cuando los judíos, y aun los
mismos apóstoles, imaginaron erróneamente que el Mesías devolvería la
libertad al pueblo y restablecería el reino de Israel, Cristo les quitó y
arrancó esta vana imaginación y esperanza. Asimisrno, cuando iba a ser
proclamado Rey por la muchedumbre, que, llena de admiración, le rodeaba, El
rehusó tal títuto de honor huyendo y escondiéndose en la soledad.
Finalmente, en presencia del gobernador romano manifestó que su reino no era
de este mundo. Este reino se nos muestra en los evangelios con tales
caracteres, que los hombres, para entrar en él, deben prepararse haciendo
penitencia y no pueden entrar sino por la fe y el bautismo, el cual, aunque
sea un rito externo, significa y produce la regeneración interior. Este
reino únicamente se opone al reino de Satanás y a la potestad de las
tinieblas; y exige de sus súbditos no sólo que, despegadas sus almas de las
cosas y riquezas terrenas, guarden ordenadas costumbres y tengan hambre y
sed de justicia, sino también que se nieguen a sí mismos y tomen su cruz.
Habiendo Cristo, como Redentor, rescatado a la Iglesia con su Sangre y
ofreciéndose a sí mismo, como Sacerdote y como Víctima, por los pecados del
mundo, ofrecimiento que se renueva cada día perpetuamente, ¿quién no ve que
la dignidad real del Salvador se reviste y participa de la naturaleza
espiritual de ambos oficios?
b) En lo temporal
15. Por otra parte, erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el
poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le
confiríó un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que
todas están sometidas a su arbitrio. Sin embargo de ello, mientras vivió
sobre la tierra se abstuvo enteramente de ejercitar este poder, y así como
entonces despreció la posesión y el cuidado de las cosas humanas, así
también permitió, y sigue permitiendo, que los poseedores de ellas las
utilicen.
Acerca de lo cual dice bien aquella frase: No quita los reinos mortales el
que da los celestiales(27). Por tanto, a todos los hombres se extiende el
dominio de nuestro Redentor, como lo afirman estas palabras de nuestro
predecesor, de feliz memoria, León XIII, las cuales hacemos con gusto
nuestras: El imperio de Cristo se extiende no sólo sobre los pueblos
católicos y sobre aquellos que habiendo recibido el bautismo pertenecen de
derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga extraviados o el cisma los
separe de la caridad, sino que comprende también a cuantos no participan de
la fe cristiana, de suerte que bajo la potestad de Jesús se halla todo el
género humano(28).
c) En los individuos y en la sociedad
16. El es, en efecto, la fuente del bien público y privado. Fuera de El no
hay que buscar la salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los hombres
otro nombre debajo del cielo por el cual debamos salvarnos(29).
El es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los
individuos como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede
de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es
otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos(30). No se nieguen, pues,
los gobernantes de las naciones a dar por sí mismos y por el pueblo públicas
muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo si quieren
conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su
patria. Lo que al comenzar nuestro pontificado escribíamos sobre el gran
menoscabo que padecen la autoridad y el poder legítimos, no es menos
oportuno y necesario en los presentes tiempos, a saber: «Desterrados Dios y
Jesucristo —lamentábamos— de las leyes y de la gobernación de los pueblos, y
derivada la autoridad, no de Dios, sino de los hombres, ha sucedido que...
hasta los mismos fundamentos de autoridad han quedado arrancados, una vez
suprimida la causa principal de que unos tengan el derecho de mandar y otros
la obligación de obedecer. De lo cual no ha podido menos de seguirse una
violenta conmoción de toda la humana sociedad privada de todo apoyo y
fundamento sólido»(31).
17. En cambio, si los hombres, pública y privadamente, reconocen la regia
potestad de Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil
increíbles beneficios, como justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y
concordia. La regia dignidad de Nuestro Señor, así como hace sacra en cierto
modo la autoridad humana de los jefes y gobernantes del Estado, así también
ennoblece los deberes y la obediencia de los súbditos. Por eso el apóstol
San Pablo, aunque ordenó a las casadas y a los siervos que reverenciasen a
Cristo en la persona de sus maridos y señores, mas también les advirtió que
no obedeciesen a éstos como a simples hombres, sino sólo como a
representantes de Cristo, porque es indigno de hombres redimidos por Cristo
servir a otros hombres: Rescatados habéis sido a gran costa; no queráis
haceros siervos de los hombres(32).
18. Y si los príncípes y los gobernantes legítimamente elegidos se persuaden
de que ellos mandan, más que por derecho propio por mandato y en
representación del Rey divino, a nadie se le ocultará cuán santa y
sabiamente habrán de usar de su autoridad y cuán gran cuenta deberán tener,
al dar las leyes y exigir su cumplimiento, con el bien común y con la
dignidad humana de sus inferiores. De aquí se seguirá, sin duda, el
florecimiento estable de la tranquilidad y del orden, suprimida toda causa
de sedición; pues aunque el ciudadano vea en el gobernante o en las demás
autoridades públicas a hombres de naturaleza igual a la suya y aun indignos
y vituperables por cualquier cosa, no por eso rehusará obedecerles cuando en
ellos contemple la imagen y la autoridad de Jesucristo, Dios y hombre
verdadero.
19. En lo que se refiere a la concordia y a la paz, es evidente que, cuanto
más vasto es el reino y con mayor amplitud abraza al género humano, tanto
más se arraiga en la conciencia de los hombres el vínculo de fraternidad que
los une. Esta convicción, así como aleja y disipa los conflictos frecuentes,
así también endulza y disminuye sus amarguras. Y si el reino de Cristo
abrazase de hecho a todos los hombres, como los abraza de derecho, ¿por qué
no habríamos de esperar aquella paz que el Rey pacífico trajo a la tierra,
aquel Rey que vino para reconciliar todas las cosas; que no vino a que le
sirviesen, sino a servir; que siendo el Señor de todos, se hizo a sí mismo
ejemplo de humildad y estableció como ley principal esta virtud, unida con
el mandato de la caridad; que, finalmente dijo: Mi yugo es suave y mi carga
es ligera.
¡Oh, qué felicidad podríamos gozar si los individuos, las familias y las
sociedades se dejaran gobernar por Cristo! Entonces verdaderamente —diremos
con las mismas palabras de nuestro predecesor León XIII dirigió hace
veinticinco años a todos los obispos del orbe católico—, entonces se podrán
curar tantas heridas, todo derecho recobrará su vigor antiguo, volverán los
bienes de la paz, caerán de las manos las espadas y las armas, cuando todos
acepten de buena voluntad el imperio de Cristo, cuando le obedezcan, cuando
toda lengua proclame que Nuestro Señor Jesucristo está en la gloria de Dios
Padre(33).
(S.S. Pio XI, Carta Encíclica Quas Primas, sobre la fiesta de Cristo Rey, 11
de diciembre de 1925, nº 6 - 19)
(Nota: Puede leerse con fruto la
Encíclica Quas Primas completa, ya que es
muy corta)
1. Ef 3,19. 2. Dan 7,13-14. 3. Núm 24,19. 4. Sal 2. 5. Sal 44. 6. Sal 71. 7.
Is 9,6-7. 8. Jer 23,5. 9. Dan 2,44. 10. Dan 7 13-14. 11. Zac 9,9. 12. Lc
1,32-33. 13. Mt 25,31-40 14. Jn 18,3 15. Mt 28,18. 16. Ap 1,5. 17. Ibíd.,
19,16. 18. Heb 1,1. 19. 1 Cor 15,25. 20. In Luc. 10. 21. 1 Pt 1,18-19. 22. 1
Cor 6,20. 23. Ibíd., 6,15. 24. Conc. Trid., ses.6 c.21. 25. Jn 14,15; 15,10.
26. Jn 5,22. 27. Himno Crudelis Herodes, en el of. de Epif. 28. Enc. Annum
sacrum, 25 mayo 1899. 29. Hech 4,12. 30. S. Agustín, Ep. ad Macedonium c.3
31. Enc. Ubi arcano. 32. 1 Cor 7,23.
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Santos Padres: San Agustín - “¿Eres tú el rey de los judíos?”
1. Vamos a tratar en este sermón de lo que dijo Pilato a Cristo y de lo que
Cristo respondió a Pilato. Después de decir a los judíos: Tomadle vosotros y
juzgadle según vuestra ley, y haber oído su respuesta: A nosotros no nos es
lícito matar a nadie, "por segunda vez entró Pilato en el pretorio, llamó a
Jesús y le dijo: ¿Eres tú el rey de los judíos? Y le contestó Jesús: ¿Dices
esto por ti mismo o es que otros te lo han dicho de mí?" Muy bien conocía
Jesús tanto su pregunta como la respuesta que le había de dar Pilato, pero
quiso que fuera expresada con palabras, no para que El la conociera, sino
para que quedase escrito lo que quiso que nosotros supiéramos. "Respondió
Pilato: ¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los príncipes te han entregado a
mí; ¿qué es lo que has hecho? Replicó Jesús: Mi reino no es de este mundo.
Si mi reino fuese de este mundo, sin duda mis siervos lucharían para que no
fuese yo entregado a los judíos; mas ahora mi reino no es de acá". Esto es
lo que el Maestro bueno quiso que nosotros supiéramos; pero antes era
necesario manifestarnos la vana opinión que acerca de su reino tenían los
hombres, tanto gentiles como judíos, de quienes lo había oído Pilato; como
si fuese reo de muerte por haber pretendido un reino que no le pertenecía, o
por la envidia que tienen los que reinan a los que van a reinar, y había que
prevenir que su reino no fuese contrario ni a los romanos ni a los judíos.
Bien pudo el Señor haber referido su respuesta: Mi reino no es de este
mundo, a la primera interrogación del presidente: ¿Eres tú el rey de los
judíos? Pero, al preguntar El, a su vez, si esto lo decía por sí mismo o por
haberlo oído a otros, quiso demostrar con la respuesta de Pilato que éste
era el crimen que le imputaban los judíos ante él, manifestándonos que El
conocía la vanidad de los pensamientos de los hombres; respondiendo con más
claridad y oportunidad, después de la contestación de Pilato, a los judíos y
a los gentiles: Mi reino no es de este mundo. Porque, si hubiese contestado
inmediatamente a la pregunta de Pilato, podría parecer que no respondía
también a los judíos, sino solamente a los gentiles, que así opinaban acerca
de Él. Pero al responder Pilato: ¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los
pontífices te han entregado a mí, alejó toda sospecha de que pudiera creerse
que por sí mismo había dicho que Jesús fuese rey de los judíos, indicando
con claridad que lo había oído a los judíos. Y diciendo después: ¿Qué es lo
que has hecho?, dejó al descubierto que de ese crimen le acusaban; como si
dijera: Si dices que no eres rey, ¿qué otro crimen has cometido para que te
entreguen a mí? Como si no fuera para admirar que se lo entregasen al juez
para castigarlo por llamarse rey; y si no se decía rey, debía preguntársele
qué otra cosa había hecho por la que mereciese ser entregado al juez.
2. Escuchad, pues, judíos y gentiles, los de la circuncisión y los del
prepucio; oíd todos los reinos de la tierra: No estorbo vuestro terreno
dominio en este mundo, mi reino no es de este mundo. No os entreguéis a
vanos temores, como fueron los de Herodes el Grande ante la noticia del
nacimiento de Cristo, dando muerte a tantos infantes para exterminarlo,
acuciada su crueldad más por el temor que por la ira. Mi reino, dice, no es
de este mundo. ¿Queréis más? Venid al reino que no es de este mundo: venid
llenos de fe y no le persigáis llenos de temor. Así habla de Dios Padre en
la profecía: Yo he sido constituido por El rey sobre Sión, su monte santo.
Pero esa Sión y ese monte santo no son de este mundo. ¿Cuál es su reino sino
los que en El creen, de los que dice: Vosotros no sois del mundo, como yo no
soy del mundo? Aunque quisiera que ellos estén en el mundo, por lo cual dijo
al Padre: No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del
mal. Por eso aquí no dice: Mi reino no está en este mundo, sino no es de
este mundo. Y probándolo con estas palabras: Si mi reino fuese de este
mundo, mis siervos lucharían para no ser entregado a los judíos, no dice: Mi
reino no está aquí, sino no es de acá. Aquí está su reino hasta el fin del
tiempo, entremezclado con la cizaña hasta la época de la siega, que es el
fin del mundo, cuando vendrán los segadores, esto es, los ángeles, y de su
reino recogerán todos los escándalos, cosa que no pudiera ser si su reino no
estuviese aquí. Sin embargo, no es de aquí, porque es peregrino en el mundo,
según Él dice a su reino: No sois del mundo, mas yo os he elegido del mundo.
Del mundo eran cuando no eran su reino, y pertenecían al príncipe del mundo.
Del mundo era cuanto, creado por el Dios verdadero, fue engendrado por la
viciada y condenada estirpe de Adán, y se convirtió en reino no de este
mundo cuanto fue regenerado por Cristo. Por El Dios nos sacó del poder de
las tinieblas y nos trasplantó en el reino del Hijo de su amor; de este
reino dice: Mi reino no es de este mundo, o mi reino no es de aquí.
3. Le dijo, pues, Pilato: ¿Luego tú eres rey? Respondió Jesús: Tú lo has
dicho que yo soy rey. No es que temiera declararse rey, sino que puso el
contrapeso de esta palabra: Tú lo dices, de modo que no niega ser rey
(porque es rey del reino que no es de este mundo), ni confiesa que sea tal
rey cuyo reino se crea ser de este mundo, como era la opinión de quien le
preguntara: ¿Luego tú eres rey?, y al cual respondió: Tú dices que yo soy
rey. Dijo: Tú dices; como si hubiese dicho: Siendo tú carnal, hablas según
la carne.
(SAN AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan (t. XIV), Tratado 115,
1-3, BAC Madrid 19652, 565-68)
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Aplicación: P. Alfredo Sáenz, SJ. - Cristo Rey
Los textos que acabamos de escuchar nos ayudan a comprender el sentido
plenario del misterio de la Realeza de Cristo.
1. Rey ante toda por su divinidad, ya que el Hijo, eterno y trascendente, es
la Imagen perfecta del Dios invisible, su Palabra eterna, al tiempo que la
base de sustentación, el vínculo de unidad y el principio arquitectónico de
la entera creación. Todo fue hecho para El, por El y en El, y nada de lo que
se hizo se hizo sin El, nos dice San Juan.
2. Pero es también Rey por su Encarnación. Así lo proclamó el ángel del
Señor cuando anunció el prodigio: "El Señor Dios le dará el trono de David,
su padre; reinará en la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá
fin".
Precisamente de eso lo acusarían ante Pilatos en el momento culminante de su
misión: "Pretende ser Cristo Rey". El Señor no lo disimuló: "En verdad yo
soy Rey, para esto he nacido, para esto vine al mundo". Reyecía de Cristo
escondida al principio en el seno de su Madre, porque ya desde entonces
"plugo al Padre que habitase en él toda la plenitud de la divinidad".
Reyecía de Cristo que se expresa paradojalmente en los instrumentos de su
Pasión; en aquella caña de ignominia que le entregaron por burla, pero que
fue en realidad su cetro real; en la corona de irrisión que sustentaba aquel
irónico letrero: "Jesús Nazareno, rey de los judíos", pero que al estar
escrito en los tres idiomas de la universalidad, latín, griego y arameo,
significaba la victoria de la catolicidad. Realeza de Cristo que se
manifiesta en la exaltación de la Cruz, elevado a la cual atraería hacia sí
todas las cosas, Cruz de la entronización real a la que accede Aquel que al
extenderse sobre ella quiso verticalmente reconciliar el cielo con la
tierra, y horizontalmente extender sus brazos para abarcar la historia, con
sus espacios y sus tiempos. Reyecía que resplandece señorialmente el día de
su Resurrección, cuando resurgió cual "primogénito de entre los muertos" y
como cabeza del cuerpo "para que en todo tenga él la primacía”. Reyecía que
se explicitará de manera palmaria en su segunda venida, en su Parusía
gloriosa, cuando retorne para juzgar a vivos y muertos. Cúmplese así aquello
que oímos en la segunda lectura de hoy, en aquel texto del Apocalipsis donde
el Señor dice de sí mismo: "Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era
y el que vendrá, el Todopoderoso".
Tal es, en síntesis, el misterio de la Realeza de Cristo: Rey natural,
porque Dios; Rey por herencia, porque Hijo de Dios; Rey por dominio, porque
creador; Rey por derecho de conquista, porque vencedor del demonio. Nada,
pues, de extraño que al nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo,
en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que el Ungido del
Padre ha sido entronizado en la sede real de la gloria.
Pero, ¿Rey de quién? ¿Rey para qué?
3. El quiere, sin duda, ganar el universo, pero prefiere hacerlo
conquistando primero los individuos. Anhela ser Rey de nuestros corazones.
Vino al mundo para dominar la rebeldía de los pueblos, mas ésta había
surgido precisamente en el corazón del hombre que le negó su obediencia y su
afecto. El insensato combate contra Dios se entabla, pues, en dicho terreno,
y Cristo ha querido vencer justamente en ese campo. "Mi reino está dentro de
vosotros", dijo. Es cierto que ya le pertenecemos de hecho, porque por
naturaleza somos de El, pero debemos entregarle también nuestro amor como
nuevo título personal de dominio. Aprovechemos el día de hoy para ofrecerle
aquellas zonas de nuestro interior que todavía no han aceptado del todo su
imperio salvador, dejemos que su luz indeficiente ilumine aquellas franjas
de nuestra vida que en cierta manera yazcan todavía en las tinieblas de la
idolatría.
Cristo quiere, pues, poner su trono en nuestros corazones. Pero ello no es
todo. También ha dicho: "Se me ha dado todo poder en el cielo y en la
tierra". Es el eco de lo que profetizara Daniel, según lo escuchamos en la
primera lectura de hoy: "Y le fue dado el dominio, la gloria y el reino, y
lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas". Efectivamente, Cristo
quiere ser también el Rey de las sociedades. Los hombres no se independizan
de El por el hecho de haberse organizado en sociedad. Hay quienes querrían
ofrecer a Cristo el incienso de Dios, pero no el oro de su Realeza en el
orden temporal. Y sin embargo el Apocalipsis nos describe al Cordero
soberano, revestido con un largo manto en cuya orla está escrito: "Rey de
los reyes y Señor de los señores".
Es el anhelo que se manifiesta en el antiguo himno de Vísperas del Oficio
Divino de hoy: "Que con honores públicos te ensalcen los que tienen poder
sobre la tierra; que el maestro y el juez te rindan culto, y que el arte y
la ley no te desmientan". He aquí todo un programa de acción apostólica.
Porque en el mundo de hoy no son pocos los que se empeñan en querer
destronar a Cristo, haciendo suya aquella terrible imprecación: "No queremos
que éste reine sobre nosotros". Sin embargo, la Palabra de Dios permanece:
"Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen". Y
nosotros, súbditos indignos de su Reino, hemos sido llamados para colaborar
con Dios en la edificación de la casa, hemos sido convocados para "instaurar
todas las cosas en Cristo", según la feliz expresión de San Pablo, escogida
como lema pontificio por San Pío X.
A lo largo de estos últimos siglos se ha desencadenado un complejo proceso
de descristianización. Negación de la Iglesia verdadera, ante todo, con la
Reforma protestante. Negación de Cristo, luego, en el deísmo y racionalismo
del siglo pasado. Negación lisa y llana de Dios, en el ateísmo
contemporáneo, sea bajo forma militante, en el marxismo, sea bajo forma de
marginación, en el liberalismo. Negación, como puede verse, progresiva:
Iglesia, Cristo, Dios, que concluye en la gran apostasía contemporánea, con
su intento de crear un paraíso en la tierra donde el verdadero rey sea el
hombre autónomo, con la desgraciada colaboración de no pocos católicos
ingenuos o cómplices.
Frente a este proceso y a esta situación, el Papa Pío XI instituyó la fiesta
de hoy y al instituirla afirmó: "Cuanto más se pasa en vergonzoso silencio
el nombre de Cristo, así en las reuniones internacionales como en los
Parlamentos, tanto es más necesario aclamarlo públicamente, anunciando por
todas partes los derechos de su real dignidad". Tal es nuestra tarea, amados
hermanos, impregnar todo el orden temporal —la política, la economía, la
cultura, el arte— con el espíritu del Evangelio. "Una y mil veces dichosas
—dijo Pío XII— las naciones donde las leyes se inspiran en el Evangelio y en
las que se reconoce públicamente la majestad de Cristo Rey".
5. No perdamos la confianza al menos en la victoria final. Frente al triste
espectáculo de tantas personas y de tantas sociedades que se resisten
pertinazmente a la acción redentora del Señor, y que parecen ir dominando el
mundo, frente a la crisis que hoy sacude a la Iglesia y provoca en no pocos
de sus hijos aquello que un sagaz teólogo contemporáneo dio en llamar
"apostasía inmanente" ("apostasía", porque con el corazón ya se han separado
de la Iglesia; "inmanente", porque aparentemente siguen permaneciendo en
ella), frente a todo esto, decíamos, a pesar de todo esto, nunca dejemos de
esperar y de anhelar aquel Día en que el Reino de Cristo encontrará su
realización plenaria y acabada. El día en que Cristo, sentado, no ya sobre
la Cruz de Ignominia, sino sobre su Trono Judicial, convocará a la humanidad
toda ante su presencia. El día profetizado por Isaías, el verdadero "día del
Señor", el día de la asamblea de los expatriados, de la reunión de los
dispersos, el día del retorno al Paraíso, al Paraíso Reconquistado.
Durante este tiempo —el tiempo de la historia— Cristo sigue llevando
adelante su trabajo de someter a Sí todo lo que consiente ponerse bajo su
cetro. Hasta que llegue aquel Día del fin de la historia, el último Domingo,
y todo le quede sometido; entonces El mismo, como hombre, se someterá al
Padre, y Dios será todo en todas las cosas.
Mientras quedamos a la espera de un acontecimiento tan glorioso, se nos
concede hoy, amados hermanos, tomar parte en el Santo Sacrificio de la Misa.
Decíamos antes que la Cruz había sido el trono real del Señor. Pues bien,
ahora se renovará sobre el altar aquel sacrificio. El altar será el nuevo
trono del sacrificio de Cristo. Unamos nuestra oblación a la suya, para
poder acercamos luego a la mesa del Señor, y adelantar así, en cierto modo,
el Día final de Salvación. Que Cristo penetre hoy en nuestros corazones como
entró un día en el seno purísimo de su Madre, y encuentre que con los
pañales de nuestra humildad hemos sabido prepararle un pequeño trono desde
donde pueda reinar sin trabas sobre cada uno de nosotros.
En ese momento podremos decirle: "Señor, hoy quiero ofrecerte toda mi vida.
Impregna mi interior con tu sangre redentora para conquistarlo y ponerlo
bajo tu cetro real. No permitas que zona alguna de mi alma se mantenga
orgullosa en su vacua autonomía. Reúne, Señor, todo lo que en mí se haya
dispersado para que, unificado en mi interior, reinando sobre mis pasiones,
me convierta en un súbdito leal de tu Reino, sin connivencia alguna con el
enemigo. Reina, Señor, sobre las sociedades, principalmente sobre nuestra
dilacerada Patria, y no permitas que nos sintamos suficientes sin Ti. Haz
que todos los hombres y todas las naciones puedan dar por Ti, contigo y en
Ti al Padre omnipotente, en unión con el Espíritu Santo, todo honor y toda
gloria. Amén".
(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo B, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1993,
p. 299-304)
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Aplicación: Juan Pablo II - Mi reino no es de este mundo
Este domingo, que concluye el año litúrgico, la Iglesia celebra la
solemnidad de nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo. Hemos escuchado en
el evangelio la pregunta que Poncio Pilato hace a Jesús: «¿Eres tú el rey de
los judíos? » (Jn 18, 33). Jesús responde, preguntando a su vez: «¿Dices eso
por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?» (Jn 18, 34). Y Pilato replica:
«¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí:
¿qué has hecho? » (Jn 18, 35).
En este momento del diálogo, Cristo afirma: «Mi reino no es de este mundo.
Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no
cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí» (Jn 18, 36).
Ahora todo es claro y transparente. Frente a la acusación de los sacerdotes,
Jesús revela que se trata de otro tipo de realeza, una realeza divina y
espiritual. Pilato le pide una confirmación: «Conque, ¿tú eres rey?» (Jn 18,
37). Aquí Jesús, excluyendo cualquier interpretación errónea de su dignidad
real, indica la verdadera: «Soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he
venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad,
escucha mi voz» (Jn 18, 37).
Él no es rey como lo entendían los representantes del Sanedrín, pues no
aspira a ningún poder político en Israel. Por el contrario, su reino va más
allá de los confines de Palestina. Todos los que son de la verdad escuchan
su voz (cf. Jn 18, 37), y lo reconocen como rey. Este es el ámbito universal
del reino de Cristo y su dimensión espiritual.
«Para ser testigo de la verdad» (Jn 18, 37). En la lectura tomada del libro
del Apocalipsis se dice que Jesucristo es «testigo fiel» (Ap 1, 5). Es
testigo fiel, porque revela el misterio de Dios y anuncia el reino ya
presente. Es el primer servidor de este reino. «Obedeciendo hasta la muerte
y muerte de cruz» (Flp 2, 8), testimoniará el poder del Padre sobre la
creación y sobre el mundo. Y el lugar del ejercicio de su realeza es la cruz
que abrazó en el Gólgota. Pero su muerte ignominiosa representa una
confirmación del anuncio evangélico del reino de Dios. En efecto, a los ojos
de sus enemigos esa muerte debía ser la prueba de que todo lo que había
dicho y hecho era falso.
«Si es el rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él» (Mt
27, 42). No bajó de la cruz, pero, como el buen pastor, dio la vida por sus
ovejas (cf. Jn 10, 11). Sin embargo, la confirmación de su poder real se
produjo poco después, cuando, al tercer día, resucitó de entre los muertos,
revelándose como «el primogénito de entre los muertos» (Ap 1, 5).
Él, siervo obediente, es rey, porque tiene «las llaves de la muerte y del
infierno » (Ap 1, 18). Y, en cuanto vencedor de la muerte, del infierno y de
satanás, es «el príncipe de los reyes de la tierra» (Ap 1, 5). En efecto,
todas las cosas terrenas están inevitablemente sujetas a la muerte. En
cambio, aquel que tiene las llaves de la muerte abre a toda la humanidad las
perspectivas de la vida inmortal. Él es el alfa y la omega, el principio y
el culmen de toda la creación (cf. Ap 1, 8), de modo que cada generación
puede repetir: bendito su reino que llega (cf. Mc 11, 10).
Amadísimos hermanos y hermanas, la liturgia de hoy nos recuerda que la
verdad sobre Cristo Rey constituye el cumplimiento de las profecías de la
antigua alianza. El profeta Daniel anuncia la venida del Hijo del hombre, a
quien dieron «poder real, gloria y dominio; todos los pueblos, naciones y
lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá
fin» (Dn 7, 14). Sabemos bien que todo esto encontró su perfecto
cumplimiento en Cristo, en su Pascua de muerte y de resurrección.
La solemnidad de Cristo, Rey del universo, nos invita a repetir con fe la
invocación del Padre nuestro, que Jesús mismo nos enseñó: «Venga tu reino».
¡Venga tu reino, Señor! «Reino de verdad y de vida, reino de santidad y de
gracia, reino de justicia, de amor y de paz» (Prefacio). Amén.
(Visita a la Parroquia romana de la Santísima Trinidad, Solemnidad de
Cristo, Rey del universo. Domingo 23 de noviembre de 1997)
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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Cristo Rey
“Entonces Pilato le dijo: “¿Luego tú eres rey?” Respondió Jesús: “Sí, como
dices, soy rey”.
He aquí solemnemente afirmada por Cristo su reyesía, al fin de su carrera,
delante de un tribunal, a riesgo y costa de su vida; y a esto le llama El
dar testimonio de la Verdad, y afirma que su Vida no tiene otro objeto que
éste. Y le costó la vida, salieron con la suya los que dijeron: No queremos
a éste por Rey, no tenemos más Rey que el César; pero en lo alto de la Cruz
donde murió este Rey rechazado, había un letrero en tres lenguas, hebrea,
griega y latina, que decía: Jesús Nazareno Rey de los Judíos; y hoy día, en
todas las iglesias del mundo y en todas las lenguas conocidas, a 2.000 años
de distancia de aquella afirmación formidable: Yo soy Rey, miles y miles de
seres humanos proclaman junto con nosotros su fe en el Reino de Cristo y la
obediencia de sus corazones a su Corazón Divino.
Jesús da solemne testimonio ante Pilato que Él es rey. ¿Es rey de los
judíos? Sí, es el rey Mesías. El rey esperado de la casa de David que
poseerá el reino eternamente.
La gente sencilla lo proclamó rey el domingo antes de su Pasión, el domingo
de Ramos, como lo recordamos cada año, porque habían visto sus signos.
Los judíos lo quisieron proclamar una vez rey del pan pero Jesús rehuyó esta
corona. A los jefes judíos los desilusionó porque no derribó a los romanos y
a Herodes, y no lo reconocieron porque no era el Mesías que tenían en su
mente. Rechazaron a Jesús y prefirieron al César.
Jesús se proclama rey pero su reinado trasciende el reinado humano aunque lo
incluye. El reinado de Jesús es de otra índole. Es rey universal porque ha
creado todo y se ha encarnado para dar testimonio de la verdad de su
divinidad, de la verdad de Dios, de la verdad de su Reino.
Sólo los que aceptan su verdad son de la verdad y escuchan su voz. Jesús es
la Verdad y toda su vida es un testimonio de la verdad. Jesús es también la
verdad del hombre porque es verdadero hombre en todo el sentido de la
palabra hombre. Hombre perfecto.
Los judíos no reconocieron a Jesús como rey y quisieron sacar de la cruz
esta proclamación, pero Pilatos, aunque escéptico, confirmó la verdad de su
reyesía: “lo escrito, escrito está”.
El Reino de Jesús no es de violencia, pues, podría haber destruido a todos,
judíos, romanos, herodianos. Jesús es “príncipe de paz” y viene a hacer la
paz entre todos los pueblos. Entre judíos y gentiles ha hecho la paz por su
muerte en la cruz. Extraña manera de vencer. Jesús rey vence a los enemigos,
muriendo. Como un cordero vence a los enemigos. Su reinado es un reinado de
servicio y no de despotismo, es un reinado de misericordia y no de venganza,
es un reinado de amor, no de odio.
Jesús viene a traer la paz en los corazones y allí quiere reinar. Sobre cada
uno de los corazones de los hombres. Jesús reina en los corazones que
aceptan su verdad.
Jesús tiene que reinar en todo: en el hombre porque cada hombre es fruto de
su creación y redención y sobre cada una de las manifestaciones del hombre
que es la cultura, sobre los gobiernos que son de hombres. Sobre todo. Es
Rey universal. Todo lo ha creado y todo lo ha redimido. Lo ha creado al
principio y lo ha redimido en la plenitud de los tiempos. Ha conquistado
todo por el amor, porque ambas obras, creación y redención, son causadas por
el amor de Jesús.
Los judíos rechazaron a Cristo Rey y se quedaron en el reino de la mentira,
en el reino del diablo. Pilatos rechazó el reinado de Cristo porque fue
escéptico a la verdad “Y, ¿qué es la verdad?” La verdad era el hombre que
estaba frente a él. No era judío pero sabía que los judíos lo habían
entregado por envidia. No era judío pero sabía que no había hecho nada malo.
Resistió a la verdad y entregó a la Verdad en manos de la mentira porque
también su vida estaba al margen de la verdad.
Jesús es rey. Así lo confiesa delante de Pilatos y en el Evangelio así ha
quedado escrito para todos nosotros: “Respondió Jesús: Sí, como dices, soy
Rey”.
Castellani, ¿Cristo vuelve o no vuelve?, Paucis Pango Buenos Aires 1951,
167 ss.)
Cf. Lc 19, 35-38
Cf. Jn 6, 15
Cf. Jn 19, 12-16
Jn 14, 6
Is 9, 5
Cf. Ef 2, 14
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Aplicación:
P. Jorge Loring, S.J. -
Trigésimo Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario.
Festividad de Cristo Rey Año B
1.- Cristo afirmó ante Pilatos que es REY.
2.- Por eso Pilatos mandó poner sobre la cruz el letrero de INRI.
3.- INRI significa: JESÚS NAZARENO, EL REY DE LOS JUDÍOS.
4.- En latín I = J.
5.- El letrero sobre la cruz indicaba la causa de la condena.
6.-El Prefacio de esta misa expone bellamente la realeza de Cristo.
7.- Es reino de VERDAD, JUSTICIA, PAZ, AMOR, SANTIDAD Y GRACIA.
8.- Cristo es también CAMINO, VERDAD Y VIDA.
9.- Camino porque por Él vamos al Padre.
10.- Verdad porque su doctrina nos enseña el camino.
11.- Vida porque su gracia nos ayuda a recorrer el camino.
12.- Esta ayuda se nos da en la Eucaristía que es el alimento del alma.
13.- Quien no alimenta su cuerpo está débil y propenso a enfermedades.
14.- Quien no alimenta su alma es difícil que pueda recorrer el camino de la
gloria eterna.
(P. Jorge Loring, S.J.)
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Directorio Homilético:
Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo
CEC 440, 446-451, 668-672, 783, 786, 908, 2105, 2628: Cristo, Señor y Rey
CEC 678-679, 1001, 1038-1041: Cristo, el juez
CEC 2816-2821: “Venga tu Reino”
440 Jesús acogió la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías
anunciándole la próxima pasión del Hijo del Hombre (cf. Mt 16, 23). Reveló
el auténtico contenido de su realeza mesiánica en la identidad transcendente
del Hijo del Hombre "que ha bajado del cielo" (Jn 3, 13; cf. Jn 6, 62; Dn 7,
13) a la vez que en su misión redentora como Siervo sufriente: "el Hijo del
hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como
rescate por muchos" (Mt 20, 28; cf. Is 53, 10-12). Por esta razón el
verdadero sentido de su realeza no se ha manifestado más que desde lo alto
de la Cruz (cf. Jn 19, 19-22; Lc 23, 39-43). Solamente después de su
resurrección su realeza mesiánica podrá ser proclamada por Pedro ante el
pueblo de Dios: "Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha
constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado"
(Hch 2, 36).
IV SEÑOR
446 En la traducción griega de los libros del Antiguo Testamento, el nombre
inefable con el cual Dios se reveló a Moisés (cf. Ex 3, 14), YHWH, es
traducido por "Kyrios" ["Señor"]. Señor se convierte desde entonces en el
nombre más habitual para designar la divinidad misma del Dios de Israel. El
Nuevo Testamento utiliza en este sentido fuerte el título "Señor" para el
Padre, pero lo emplea también, y aquí está la novedad, para Jesús
reconociéndolo como Dios (cf. 1 Co 2,8).
447 El mismo Jesús se atribuye de forma velada este título cuando discute
con los fariseos sobre el sentido del Salmo 109 (cf. Mt 22, 41-46; cf.
también Hch 2, 34-36; Hb 1, 13), pero también de manera explícita al
dirigirse a sus apóstoles (cf. Jn 13, 13). A lo largo de toda su vida
pública sus actos de dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades,
sobre los demonios, sobre la muerte y el pecado, demostraban su soberanía
divina.
448 Con mucha frecuencia, en los Evangelios, hay personas que se dirigen a
Jesús llamándole "Señor". Este título expresa el respeto y la confianza de
los que se acercan a Jesús y esperan de él socorro y curación (cf. Mt 8, 2;
14, 30; 15, 22, etc.). Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el
reconocimiento del misterio divino de Jesús (cf. Lc 1, 43; 2, 11). En el
encuentro con Jesús resucitado, se convierte en adoración: "Señor mío y Dios
mío" (Jn 20, 28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto que
quedará como propio de la tradición cristiana: "¡Es el Señor!" (Jn 21, 7).
449 Atribuyendo a Jesús el título divino de Señor, las primeras confesiones
de fe de la Iglesia afirman desde el principio (cf. Hch 2, 34-36) que el
poder, el honor y la gloria debidos a Dios Padre convienen también a Jesús
(cf. Rm 9, 5; Tt 2, 13; Ap 5, 13) porque el es de "condición divina" (Flp 2,
6) y el Padre manifestó esta soberanía de Jesús resucitándolo de entre los
muertos y exaltándolo a su gloria (cf. Rm 10, 9;1 Co 12, 3; Flp 2,11).
450 Desde el comienzo de la historia cristiana, la afirmación del señorío de
Jesús sobre el mundo y sobre la historia (cf. Ap 11, 15) significa también
reconocer que el hombre no debe someter su libertad personal, de modo
absoluto, a ningún poder terrenal sino sólo a Dios Padre y al Señor
Jesucristo: César no es el "Señor" (cf. Mc 12, 17; Hch 5, 29). " La Iglesia
cree.. que la clave, el centro y el fin de toda historia humana se encuentra
en su Señor y Maestro" (GS 10, 2; cf. 45, 2).
451 La oración cristiana está marcada por el título "Señor", ya sea en la
invitación a la oración "el Señor esté con vosotros", o en su conclusión
"por Jesucristo nuestro Señor" o incluso en la exclamación llena de
confianza y de esperanza: "Maran atha" ("¡el Señor viene!") o "Maran atha"
("¡Ven, Señor!") (1 Co 16, 22): "¡Amén! ¡ven, Señor Jesús!" (Ap 22, 20).
I VOLVERA EN GLORIA
Cristo reina ya mediante la Iglesia ...
668 "Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y
vivos" (Rm 14, 9). La Ascensión de Cristo al Cielo significa su
participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo.
Jesucristo es Señor: Posee todo poder en los cielos y en la tierra. El está
"por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación" porque el
Padre "bajo sus pies sometió todas las cosas"(Ef 1, 20-22). Cristo es el
Señor del cosmos (cf. Ef 4, 10; 1 Co 15, 24. 27-28) y de la historia. En él,
la historia de la humanidad e incluso toda la Creación encuentran su
recapitulación (Ef 1, 10), su cumplimiento transcendente.
669 Como Señor, Cristo es también la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo
(cf. Ef 1, 22). Elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así su
misión, permanece en la tierra en su Iglesia. La Redención es la fuente de
la autoridad que Cristo, en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la
Iglesia (cf. Ef 4, 11-13). "La Iglesia, o el reino de Cristo presente ya en
misterio", "constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra"
(LG 3;5).
670 Desde la Ascensión, el designio de Dios ha entrado en su consumación.
Estamos ya en la "última hora" (1 Jn 2, 18; cf. 1 P 4, 7). "El final de la
historia ha llegado ya a nosotros y la renovación del mundo está ya decidida
de manera irrevocable e incluso de alguna manera real está ya por anticipado
en este mundo. La Iglesia, en efecto, ya en la tierra, se caracteriza por
una verdadera santidad, aunque todavía imperfecta" (LG 48). El Reino de
Cristo manifiesta ya su presencia por los signos milagrosos (cf. Mc 16,
17-18) que acompañan a su anuncio por la Iglesia (cf. Mc 16, 20).
... esperando que todo le sea sometido
671 El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está
todavía acabado "con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; cf. Mt 25, 31) con el
advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de
los poderes del mal (cf. 2 Te 2, 7) a pesar de que estos poderes hayan sido
vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido
sometido (cf. 1 Co 15, 28), y "mientras no haya nuevos cielos y nueva
tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus
sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este
mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de
parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios" (LG
48). Por esta razón los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía (cf. 1
Co 11, 26), que se apresure el retorno de Cristo (cf. 2 P 3, 11-12) cuando
suplican: "Ven, Señor Jesús" (cf.1 Co 16, 22; Ap 22, 17-20).
672 Cristo afirmó antes de su Ascensión que aún no era la hora del
establecimiento glorioso del Reino mesiánico esperado por Israel (cf. Hch 1,
6-7) que, según los profetas (cf. Is 11, 1-9), debía traer a todos los
hombres el orden definitivo de la justicia, del amor y de la paz. El tiempo
presente, según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio (cf Hch
1, 8), pero es también un tiempo marcado todavía por la "tristeza" (1 Co 7,
26) y la prueba del mal (cf. Ef 5, 16) que afecta también a la Iglesia(cf. 1
P 4, 17) e inaugura los combates de los últimos días (1 Jn 2, 18; 4, 3; 1 Tm
4, 1). Es un tiempo de espera y de vigilia (cf. Mt 25, 1-13; Mc 13, 33-37).
Un pueblo sacerdotal, profético y real
783 Jesucristo es aquél a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo y
lo ha constituido "Sacerdote, Profeta y Rey". Todo el Pueblo de Dios
participa de estas tres funciones de Cristo y tiene las responsabilidades de
misión y de servicio que se derivan de ellas (cf.RH 18-21).
786 El Pueblo de Dios participa, por último, en la función regia de Cristo".
Cristo ejerce su realeza atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y
su resurrección (cf. Jn 12, 32). Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo
el servidor de todos, no habiendo "venido a ser servido, sino a servir y dar
su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28). Para el cristiano, "servir es
reinar" (LG 36), particularmente "en los pobres y en los que sufren" donde
descubre "la imagen de su Fundador pobre y sufriente" (LG 8). El pueblo de
Dios realiza su "dignidad regia" viviendo conforme a esta vocación de servir
con Cristo.
De todos los que han nacido de nuevo en Cristo, el signo de la cruz hace
reyes, la unción del Espíritu Santo los consagra como sacerdotes, a fin de
que, puesto aparte el servicio particular de nuestro ministerio, todos los
cristianos espirituales y que usan de su razón se reconozcan miembros de
esta raza de reyes y participantes de la función sacerdotal. ¿Qué hay, en
efecto, más regio para un alma que gobernar su cuerpo en la sumisión a Dios?
Y ¿qué hay más sacerdotal que consagrar a Dios una conciencia pura y ofrecer
en el altar de su corazón las víctimas sin mancha de la piedad? (San León
Magno, serm. 4, 1).
Su participación en la misión real de Cristo
908 Por su obediencia hasta la muerte (cf. Flp 2, 8-9), Cristo ha comunicado
a sus discípulos el don de la libertad regia, "para que vencieran en sí
mismos, con la apropia renuncia y una vida santa, al reino del pecado" (LG
36).
El que somete su propio cuerpo y domina su alma, sin dejarse llevar por las
pasiones es dueño de sí mismo: Se puede llamar rey porque es capaz de
gobernar su propia persona; Es libre e independiente y no se deja cautivar
por una esclavitud culpable (San Ambrosio, Psal. 118, 14, 30: PL 15, 1403A).
2105. El deber de dar a Dios un culto auténtico corresponde al hombre
individual y socialmente. Esa es "la doctrina tradicional católica sobre el
deber moral de los hombres y de las sociedades respecto a la religión
verdadera y a la única Iglesia de Cristo" (DH 1). Al evangelizar sin cesar a
los hombres, la Iglesia trabaja para que puedan "informar con el espíritu
cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras de la
comunidad en la que cada uno vive" (AA 13). Deber social de los cristianos
es respetar y suscitar en cada hombre el amor de la verdad y del bien. Les
exige dar a conocer el culto de la única verdadera religión, que subsiste en
la Iglesia católica y apostólica (cf DH 1). Los cristianos son llamados a
ser la luz del mundo (cf AA 13). La Iglesia manifiesta así la realeza de
Cristo sobre toda la creación y, en particular, sobre las sociedades humanas
(cf León XIII, enc. "Inmortale Dei"; Pío XI "Quas primas").
2628 La adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura
ante su Creador. Exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho (cf Sal 95,
1-6) y la omnipotencia del Salvador que nos libera del mal. Es la acción de
humill ar el espíritu ante el "Rey de la gloria" (Sal 14, 9-10) y el
silencio respetuoso en presencia de Dios "siempre mayor" (S. Agustín, Sal.
62, 16). La adoración de Dios tres veces santo y soberanamente amable nos
llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas.
II PARA JUZGAR A VIVOS Y MUERTOS
678 Siguiendo a los profetas (cf. Dn 7, 10; Joel 3, 4; Ml 3,19) y a Juan
Bautista (cf. Mt 3, 7-12), Jesús anunció en su predicación el Juicio del
último Día. Entonces, se pondrán a la luz la conducta de cada uno (cf. Mc
12, 38-40) y el secreto de los corazones (cf. Lc 12, 1-3; Jn 3, 20-21; Rm 2,
16; 1 Co 4, 5). Entonces será condenada la incredulidad culpable que ha
tenido en nada la gracia ofrecida por Dios (cf Mt 11, 20-24; 12, 41-42). La
actitud con respecto al prójimo revelará la acogida o el rechazo de la
gracia y del amor divino (cf. Mt 5, 22; 7, 1-5). Jesús dirá en el último
día: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo
hicisteis" (Mt 25, 40).
679 Cristo es Señor de la vida eterna. El pleno derecho de juzgar
definitivamente las obras y los corazones de los hombres pertenece a Cristo
como Redentor del mundo. "Adquirió" este derecho por su Cruz. El Padre
también ha entregado "todo juicio al Hijo" (Jn 5, 22;cf. Jn 5, 27; Mt 25,
31; Hch 10, 42; 17, 31; 2 Tm 4, 1). Pues bien, el Hijo no ha venido para
juzgar sino para salvar (cf. Jn 3,17) y para dar la vida que hay en él (cf.
Jn 5, 26). Es por el rechazo de la gracia en esta vida por lo que cada uno
se juzga ya a sí mismo (cf. Jn 3, 18; 12, 48); es retribuido según sus obras
(cf. 1 Co 3, 12- 15) y puede incluso condenarse eternamente al rechazar el
Espíritu de amor (cf. Mt 12, 32; Hb 6, 4-6; 10, 26-31).
1001 ¿Cuándo? Sin duda en el "último día" (Jn 6, 39-40. 44. 54; 11, 24); "al
fin del mundo" (LG 48). En efecto, la resurrección de los muertos está
íntimamente asociada a la Parusía de Cristo:
El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta
de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en
primer lugar (1 Ts 4, 16).
V EL JUICIO FINAL
1038 La resurrección de todos los muertos, "de los justos y de los
pecadores" (Hch 24, 15), precederá al Juicio final. Esta será "la hora en
que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y los que hayan hecho
el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la
condenación" (Jn 5, 28-29). Entonces, Cristo vendrá "en su gloria acompañado
de todos sus ángeles,... Serán congregadas delante de él todas las naciones,
y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de
las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda... E
irán estos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna." (Mt 25, 31.
32. 46).
1039 Frente a Cristo, que es la Verdad, será puesta al desnudo
definitivamente la verdad de la relación de cada hombre con Dios (cf. Jn 12,
49). El Juicio final revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada
uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena:
Todo el mal que hacen los malos se registra - y ellos no lo saben. El día en
que "Dios no se callará" (Sal 50, 3) ... Se volverá hacia los malos: "Yo
había colocado sobre la tierra, dirá El, a mis pobrecitos para vosotros. Yo,
su cabeza, gobernaba en el cielo a la derecha de mi Padre -pero en la tierra
mis miembros tenían hambre. Si hubierais dado a mis miembros algo, eso
habría subido hasta la cabeza. Cuando coloqué a mis pequeñuelos en la
tierra, los constituí comisionados vuestros para llevar vuestras buenas
obras a mi tesoro: como no habéis depositado nada en sus manos, no poseéis
nada en Mí" (San Agustín, serm. 18, 4, 4).
1040 El Juicio final sucederá cuando vuelva Cristo glorioso. Sólo el Padre
conoce el día y la hora en que tendrá lugar; sólo El decidirá su
advenimiento. Entonces, El pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su
palabra definitiva sobre toda la historia. Nosotros conoceremos el sentido
último de toda la obra de la creación y de toda la economía de la salvación,
y comprenderemos los caminos admirables por los que Su Providencia habrá
conducido todas las cosas a su fin último. El juicio final revelará que la
justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus
criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte (cf. Ct 8, 6).
1041 El mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a
los hombres todavía "el tiempo favorable, el tiempo de salvación" (2 Co 6,
2). Inspira el santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino de
Dios. Anuncia la "bienaventurada esperanza" (Tt 2, 13) de la vuelta del
Señor que "vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los
que hayan creído" (2 Ts 1, 10).
II VENGA A NOSOTROS TU REINO
2816 En el Nuevo Testamento, la palabra "basileia" se puede traducir por
realeza (nombre abstracto), reino (nombre concreto) o reinado (de reinar,
nombre de acción). El Reino de Dios está ante nosotros. Se aproxima en el
Verbo encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la
muerte y la Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Ultima
Cena y por la Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la
gloria cuando Jesucristo lo devuelva a su Padre:
Incluso puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual
llamamos con nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su
advenimiento por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque
resucitamos en él, puede ser también el Reino de Dios porque en él
reinaremos (San Cipriano, Dom. orat. 13).
2817 Esta petición es el "Marana Tha", el grito del Espíritu y de la Esposa:
"Ven, Señor Jesús":
Incluso aunque esta oración no nos hubiera mandado pedir el advenimiento del
Reino, habríamos tenido que expresar esta petición , dirigiéndonos con
premura a la meta de nuestras esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el
altar, invocan al Señor con grandes gritos: '¿Hasta cuándo, Dueño santo y
veraz, vas a estar sin hacer justicia por nuestra sangre a los habitantes de
la tierra?' (Ap 6, 10). En efecto, los mártires deben alcanzar la justicia
al fin de los tiempos. Señor, ¡apresura, pues, la venida de tu Reino!
(Tertuliano, or. 5).
2818 En la oración del Señor, se trata principalmente de la venida final del
Reino de Dios por medio del retorno de Cristo (cf Tt 2, 13). Pero este deseo
no distrae a la Iglesia de su misión en este mundo, más bien la compromete.
Porque desde Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor
"a fin de santificar todas las cosas llevando a plenitud su obra en el
mundo" (MR, plegaria eucarística IV).
2819 "El Reino de Dios es justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rm
14, 17). Los últimos tiempos en los que estamos son los de la efusión del
Espíritu Santo. Desde entonces está entablado un combate decisivo entre "la
carne" y el Espíritu (cf Ga 5, 16-25):
Solo un corazón puro puede decir con seguridad: '¡Venga a nosotros tu
Reino!'. Es necesario haber estado en la escuela de Pablo para decir: 'Que
el pecado no reine ya en nuestro cuerpo mortal' (Rm 6, 12). El que se
conserva puro en sus acciones, sus pensamientos y sus palabras, puede decir
a Dios: '¡Venga tu Reino!' (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5, 13).
2820 Discerniendo según el Espíritu, los cristianos deben distinguir entre
el crecimiento del Reino de Dios y el progreso de la cultura y la promoción
de la sociedad en las que están implicados. Esta distinción no es una
separación. La vocación del hombre a la vida eterna no suprime sino que
refuerza su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos
del Creador para servir en este mundo a la justicia y a la paz (cf GS 22;
32; 39; 45; EN 31).
2821 Esta petición está sostenida y escuchada en la oración de Jesús (cf Jn
17, 17-20), presente y eficaz en la Eucaristía; su fruto es la vida nueva
según las Bienaventuranzas (cf Mt 5, 13-16; 6, 24; 7, 12-13).