Domingo 33 Tiempo Ordinario B: Comentarios de Sabios y Santos II - Preparemos con ellos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada en la Misa Dominical
A su disposición
Comentario Teológico: P. Leonardo Castellani - Sermón escatológico
Santos Padres: San Agustín - El día del juicio - (Mc 13,32).
Aplicación: Benedicto XVI - El camino de la Fe
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La segunda venida de Nuestro Señor Mc 13, 24-32
Aplicación: Directorio Homilético - Trigésimo tercer domingo del Tiempo Ordinario
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Comentario Teológico: P. Leonardo Castellani - Sermón escatológico
El fin y el principio se tocan: en este primer Domingo del año litúrgico la
Iglesia lee de nuevo el del último, la profecía de Cristo acerca el fin del
siglo, o sea su propio Retorno a la tierra "en gloria y majestad" —esta vez
en San Lucas, que repite simplemente el capítulo XXIV de San Mateo
abreviándolo un poco. Lee solamente los versículos finales, que contienen la
amonestación a estar atentos a "los Signos", y ese dificultoso versículo
final que dice:
"De verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo esto se
cumpla".
Además de la dificultad de que pasó esa generación, y el fin del mundo no
vino —dificultad que ya he explicado"— hay otra dificultad que explicaré
hoy: los "Signos". Cristo manda que estemos atentos a los signos; y cuando
los veamos, en vez de decir que nos asustemos, dice que nos alegremos;
aunque el mundo, entonces andará asustado, y ése es justamente uno de los
"signos". Pero por otra parte había dicho que "el día ni la hora nadie Io
sabe, ni los ángeles del cielo ni el mismo Hijo del Hombre".
Entonces ¿en qué quedamos? Si no podemos saber cuándo será el fin del mundo,
entonces ¿para qué mirar los Signos?
La respuesta está en las mismas palabras divinas: "el día ni la hora" eso es
lo que NO podemos saber; "que está cerca", eso podemos saber: "así que
cuando veáis todo esto hacerse, sabed que el Reino de Dios está cerca".
Pero, dirá alguno, si uno sabe que está cerca, entonces más o menos uno
puede saber el día y la hora... No: puede estar evidentemente cerca, y luego
alejarse de nuevo; es decir, el mundo puede acercarse al borde del
precipicio (y eso se puede ver) y después alejarse de nuevo, y eso no se
puede saber, pues depende del libre albedrío del hombre, el cual sólo Dios
puede conocer. Por eso Cristo dijo "ni el Hijo del Hombre lo sabe". No dijo
"yo no lo sé"; hubiera mentido; como Dios lo sabía. Pero le preguntaron como
a hombre, y él hizo notar que respondía como hombre".
Así ahora patentemente el mundo parece estar cerca del suicidio, existe ya
el instrumento con el cual la Humanidad se puede autodestruir; y sin embargo
podría darse una viaraza, "la conversión de Europa", que dice Belloc y
suspender de nuevo el mundo su caída, como ha pasado varias veces en la
Historia. Claro que algún día va a ser de veras. Y también es claro que ese
día no está a millones de años de aquí; pues Cristo en el Apokalypsis dice
no menos que siete veces: "Vuelvo pronto". Es el caso de recordar aquel
chiste: le dice el marido a la mujer: "Según la Ciencia Moderna, el mundo se
acabará dentro de 100 millones de años... —¿Cuánto?, dijo ella —Cien
millones de años... —¡Aaah! Creí que habías dicho 10 millones...".
¿Cuáles son los "Signos" que dijo Cristo? Primero puso un "Pre-signo".
"Guerras y rumores (o preparativos) de guerras", "Surgirá un pueblo contra
otro, un reino contra otro, habrá revoluciones y sediciones, se odiarán los
hombres entre sí y las naciones entre sí", Pero esto —añadió Cristo— "eso no
es sino el principio de los dolores, todavía no es el fin enseguida". "La
guerra convertida en institución permanente de toda la Humanidad", como dijo
Benedicto XV durante la Gran guerra del 14, es pues un "Presigno", no un
Signo. Y creo que hoy se cumplió eso: la guerra convertida en institución
permanente de toda la Humanidad.
¿Cuáles son los Signos? Los tres principales que pone Jesús son: 1º "este
Evangelio del Reino será predicado por todo el mundo y después vendrá el
fin", 29 "aparecerán muchos falsos profetas y falsos cris tos (es decir,
herejes) y engañarán a muchos", 39 finalmente se desencadenará una gran
persecución a los que permanezcan fieles, que durará poco pero será la peor
que ha existido: interna y externa, local y universal, con violencias, con
engaños, con mentiras.
Frente a esta "persecución" predicha no podemos quedar tan tranquilos como
Mahoma, al cual según cuentan le preguntaron sus discípulos cuándo sería el
fin del mundo, y él respondió: "Cuando se muera mi mujer, parecerá el fin
del mundo, cuando me muera yo será de veras el fin del mundo —para mí por lo
menos". Por eso, porque esa predicción es espantable, San Juan en el
Apokalypsis amontona los consuelos a los fieles; y Cristo aquí nos manda que
nos alegremos; y para que lo podamos, dice una sola cosa, pero que tiene
gran fuerza: "Serán abreviados aquellos días; porque si duraran, los mismos
fieles perecerían —si fuese posible". Esa condicional "si fuera posible" es
sumamente consoladora: supone que NO ES POSIBLE que perezcan los fieles.
Dios no lo permitirá.
La Parusía es pues un suceso siempre inminente y nunca seguro. La historia
del mundo hasta la Primera Venida de Cristo sigue una línea recta hacia la
"plenitud de los tiempos"; y el mismo tiempo della fue profetizado con
exactitud por Daniel. Después de la Primera Venida, la historia del mundo
sigue una línea sinuosa, aproximándose y alejándose de la Parusía, pero de
tal modo que se ha de cumplir lo que Cristo dijo que sería "pronto". Así en
el siglo XIV, por ejemplo, San Vicente Ferrer predicó por toda Europa que el
fin del mundo estaba cerca; y puede que no se equivocara: pero sucedió una
gran conversión o resurrección de Europa, producida justamente por su
predicación y la de muchísimos santos que surgieron entonces.
Así que, cerca o no cerca, hemos de trabajar tranquilamente lo mismo; pero
no como Mahoma, "como si no pasara nada", sino atentos a los Signos —a las
persecuciones, a los errores, a las herejías. ¿Para qué atentos? Para orar y
vivir vigilantes. Y vivir vigilantes no es pretender reformar el mundo (que
el Papa se ocupe deso) sino hacer la propia salvación. Como dijo Mussolini
una vez: "Todos se preguntan qué le pasará a Italia cuando muera Mussolini.
A mí no me preocupa tanto qué le pasará a Italia cuando muera Mussolini,
sino qué le pasará a Mussolini cuando muera Mussolini".
Era bastante católico el tano. Por lo visto hoy los gobernantes católicos
mueren asesinados. Puede que eso también esté dentro de la Gran Persecución.
Por las dudas, se le podría aconsejar a Illia (o Iya, como dicen los
cabecitas negras) que no vaya demasiado a misa; por lo menos que no vaya
tanto como Frondizi cuando era candidato.
(Castellani, L., Domingueras Prédicas, Ediciones Jauja, Mendoza (Argentina),
1997, p. 297 – 300)
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Santos Padres: San Agustín - El día del juicio - (Mc 13,32).
1. Habéis oído, hermanos, la Escritura que nos exhorta e invita a estar en
vela con vistas al último día. Que cada cual piense en el suyo particular,
no sea que opinando o juzgando que está lejano el día del fin del mundo, os
durmáis respecto al vuestro. Habéis oído lo que dijo a propósito de aquél:
que lo desconocen tanto los ángeles como el Hijo y sólo lo conoce el Padre.
Esto plantea un problema grande, a saber, que guiados por la carne juzguemos
que hay algo que conoce el Padre y desconoce el Hijo. Con toda certeza,
cuando dijo «lo conoce el Padre», lo dijo porque también el Hijo lo conoce,
aunque en el Padre. ¿Qué hay en aquel día que no se haya hecho en el Verbo
por quien fue hecho el día? «Que nadie, dijo, busque el último día, es
decir, el cuándo ha de llegar». Pero estemos todos en vela mediante una vida
recta para que nuestro último día particular no nos coja desprevenidos, pues
de la forma como cada uno haya dejado su último día, así se encontrará en el
último del mundo. Nada que no hayas hecho aquí te ayudará entonces. Serán
las propias obras las que eleven u opriman a cada uno.
2. ¿Qué hemos cantado al Señor en el salmo? Apiádate de mí, Señor, porque me
ha pisoteado un hombre. Llama «hombre» a quien vive según el hombre. Es más,
a quienes viven según Dios se les dice: Dioses sois, y todos hijos del
Altísimo. A los réprobos, en cambio, a los que fueron llamados a ser hijos
de Dios y quisieron ser más bien hombres, es decir, vivir a lo humano: Sin
embargo, dijo, vosotros moriréis como hombres y caeréis como cualquiera de
los príncipes. En efecto, el hecho de ser mortal debe ser para el hombre
motivo de disciplina, no de jactancia. ¿De qué presume el gusano que va a
morir mañana? A vuestra caridad lo digo, hermanos: los mortales soberbios
deben enrojecer frente al diablo. Pues él, aunque soberbio, es, sin embargo,
inmortal; aunque maligno, es un espíritu. El día del castigo definitivo se
le reserva para el final. Con todo, él no sufre la muerte que sufrimos
nosotros. Escuchó el hombre: Moriréis. Haga buen uso de su pena. ¿Qué quiero
decir con eso? No se encamine a la soberbia que le proporcionó la pena;
reconózcase mortal y quiebre el ensalzarse. Escuche lo que se le dice: ¿De
qué se ensoberbece la tierra y la ceniza? Si el diablo se ensoberbece, al
menos no es tierra ni ceniza. Por eso se ha escrito: Vosotros moriréis como
hombres y caeréis como cualquiera de los príncipes. No ponéis atención más
que al hecho de ser mortales, y sois soberbios como el diablo. Haga, pues,
buen uso el hombre de su pena, hermanos; haga buen uso de su mal para
progresar en beneficio propio, ¿Quién ignora que es una pena el tener que
morir necesariamente y, lo que es peor, sin saber cuándo? La pena es cierta
e incierta la hora; y, de las cosas humanas, sólo de esta pena tenemos
certeza absoluta.
3. Todo lo demás que poseemos, sea bueno o malo, es incierto. Sólo la muerte
es cierta. ¿Qué estoy diciendo? Un niño ha sido concebido: es posible que
nazca, es posible que sea abortado. Así de incierto es. Quizá crecerá, quizá
no; es posible que llegue a viejo, es posible que no; quizá sea rico, quizá
pobre; es posible que alcance honores, es posible que sea despreciado; quizá
tendrá hijos, quizá no; es posible que se case y es posible que no.
Cualquier otra cosa que puedas nombrar entre los bienes es lo mismo. Mira
ahora a los males: es posible que enferme, es posible que no; quizá le pique
una serpiente, quizá no; puede ser devorado por una fiera o puede no serlo.
Pasa revista a todos los males. Siempre estará presente el «quizá sí, quizá
no». En cambio, ¿acaso puedes decir: «Quizá morirá, quizá no»? ¿Por qué los
médicos, tras haber examinado la enfermedad y haber visto que es mortal,
dicen: «Morirá; no escapará de la muerte»? Ya desde el momento del
nacimiento del hombre hay que decir: «No escapará de la muerte». El nacer es
comenzar a enfermar; con la muerte llega a su fin la enfermedad, pero se
ignora si conduce a otra cosa peor. Había acabado aquel rico con una
enfermedad deliciosa y vino a otra tortuosa. Aquel pobre, en cambio, acabó
con la enfermedad y llegó a la sanidad. Pero eligió aquí lo que iba a tener
después; lo que allí cosechó, aquí lo había sembrado. Por tanto, debemos
estar en vela mientras dura nuestra vida y elegir qué hemos de tener en el
futuro.
4. No amemos al mundo; él oprime a sus amantes, no los conduce al bien.
Hemos de fatigarnos para que no nos aprisione, antes que temer su caída.
Suponte que cae el mundo; el cristiano se mantiene en pie, porque no cae
Cristo. ¿Por qué, pues, dice el mismo Señor: Alegraos porque yo he vencido
al mundo? Respondámosle, si os parece bien: «Alégrate tú. Si tú venciste,
alégrate tú. ¿Por qué hemos de hacerlo nosotros?». ¿Por qué nos dice
«alegraos», sino porque él venció y luchó en favor nuestro? ¿Cuándo luchó?
Al tomar al hombre. Deja de lado su nacimiento virginal, su anonadamiento al
recibir la forma de siervo y hacerse a semejanza de los hombres siendo en el
porte como un hombre; deja de lado esto: ¿dónde está la lucha? ¿Dónde el
combate? ¿Dónde la tentación? ¿Dónde la victoria, a la que no precedió
lucha? En el principio existía el Verbo y el Verbo existía junto a Dios y el
Verbo era Dios. Este existía al principio junto a Dios. Todo fue hecho por
él y sin él nada se hizo. ¿Acaso era capaz el judío de crucificar a este
Verbo? ¿Le hubiese insultado el impío? ¿Acaso hubiera sido abofeteado este
Verbo? ¿O coronado de espinas? Para sufrir todo esto, el Verbo se hizo
carne; y tras haber sufrido estas cosas, venció en la resurrección. Su
victoria, por tanto, fue para nosotros, a quienes nos mostró la certeza de
la resurrección. Dices, pues, a Dios: Apiádate de mí, Señor, porque me ha
pisoteado un hombre. No te pisotees a ti mismo y no te vencerá el hombre.
Suponte que un hombre poderoso te aterroriza ¿Con qué? «Te despojo, te
condeno, te atormento, te mato». Y tú clamas: Apiádate de mí, Señor, porque
me ha pisoteado un hombre. Si dices la verdad, pones la mirada en ti mismo.
Si temes las amenazas de un hombre, te pisa estando muerto; y puesto que no
temerías, si no fueras hombre, por eso te pisotea. ¿Cuál es el remedio?
Adhiérete, ¡oh hombre!, a Dios, por quien fue hecho el hombre; adhiérete a
él; presume de él, invócale, sea él tu fuerza. Dije: En ti, Señor, está mi
fuerza. Y, lejos ya de las amenazas de los hombres, cantarás. ¿Qué? Lo dice
el mismo salmo: Esperaré en el Señor; no temeré lo que me haga el hombre.
(SAN AGUSTÍN, Sermones (2º) (t. X). Sobre los Evangelios Sinópticos, Sermón
97, 1-4, BAC Madrid)
Nuestro hombre interior, puesto que a mano está su comida y su bebida. Yo soy,
dice Cristo, el pan que bajó del cielo (Io. 6,41). Ahí tienes un pan que
comer, ahí tienes una bebida para tu sed, porque en él está la fuente de la
vida (Ps. 35,10)».
«Oye lo que sigue: Bienaventurados los misericordiosos, porque Dios tendrá
misericordia de ellos (Mt. 5,7). Todo lo que hagas con el prójimo será hecho
contigo. Porque abundas, padeces necesidad; abundas en bienes temporales y
necesitas los eternos. Escuchas a un mendigo; también tú eres mendigo de
Dios. Te piden y tú pides; como obres con el que te pide, así obrará Dios
contigo cuando le pidas a Él. Estás lleno y vacío; llena el vacío de tu
abundancia y Dios te llenará a ti de la suya».
«Escucha también lo que sigue: Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios (Mt. 5,8). Este es el fin de nuestro amor; fin en
el sentido de que nos perfecciona, no de que nos termina. La comida se
termina, y se termina el vestido; la primera, porque se consume al ser
comida, y el segundo, porque se concluye al ser tejido. Aquélla termina y
éste también, pero la una termina consumiéndose y el otro adquiriendo la
perfección.
Cuando llegue la visión de Dios no necesitaremos nada. ¿Qué va a buscar
aquel que tiene a Dios, o qué le bastará a aquel a quien Dios no le es
bastante? Desearnos ver a Dios, buscamos ver a Dios, ardemos en deseos de
ver a Dios, ¿quién no? Pero escucha lo que se acaba de decir:
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios, Prepara
lo necesario para verle. Poniéndote un ejemplo carnal, ¿cómo deseas ver la
salida del sol con unos ojos legañosos? Sánalos y entrará la alegría de la
luz; déjalos enfermos y se te convertirán en tormento. No te permitirán
contemplar con un corazón manchado lo que no es posible ver sino con uno
limpio; te rechazarán y no verás. Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios...
¿Cuántas clases de bienaventuranzas he enumerado ya? ¿Cuántas causas de la
felicidad, cuántas obras y premios, qué méritos y remuneraciones? Pues
todavía no había dicho que verían a Dios... Ahora es cuando se dice. Hemos
llegado a los limpios de corazón, a quienes se promete la visión de Dios, y
no sin causa, porque éstos son los que tienen los ojos con que se ve a Dios.
De estos ojos hablaba San Pablo al decir: Ojos iluminados de vuestro corazón
(Eph. 1,18). Hasta ahora nuestros ojos, en medio de su debilidad, son
iluminados por la fe, después serán iluminados con la visión gracias a su
futura robustez, porque mientras moramos en este cuerpo estamos ausentes
del Señor, porque caminamos por la fe y no por la esperanza (2 Cor. 5,6).
¿Qué es lo que se dice de nosotros mientras vivimos de la fe? Ahora vemos
por medio de un espejo y en enigma, entonces cara a cara (1 Cor. 13,12). Si
limpiáis su templo al Creador, si queréis que venga y haga mansión en
vosotros, pensad rectamente del Señor y buscadle con sencillez de corazón
(Sap. 1,1). Cuándo digáis te dice mi corazón: buscaré tu rostro (Sal.26,8),
pensad a quién se lo decís, si es que se lo decís y lo decís de verdad.
Si quieres, tú eres la sede de Dios. ¿Dónde tiene Dios su sede sino donde
habita, y dónde habita sino en su templo? El templo de Dios es santo, y ese
templo sois vosotros (1 Cor. 3,17). Mira, pues, dónde hayas de recibir al
Señor. Dios es espíritu, y los que le adoran deben adorarle en espíritu y en
verdad (Io. 2,44). Entre, pues, ya, si te place, en tu corazón el Arca del
Testamento y caiga Dagón (I Reg. 5,3). Oye y aprende a desear a Dios, busca
el modo de prepararte para conseguir verle: Bienaventurados, dice, los
limpios de corazón, porque ellos verán a Dios».
«Escucha y entiende, si es que yo soy capaz de explicarlo, con su gracia.
Ayúdeme El para que podamos entender cómo en los antedichos trabajos y
premios los unos son muy a propósito para los otros.
Como quiera que los humildes parecen más alejados de reinar, dice:
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los
cielos. Como los hombres mansos son tan fácilmente excluidos de su tierra,
dice: Bienaventurados los mansos, porque a ellos se les dará la tierra. Todo
lo demás es patente, claro, fácilmente cognoscible y no necesita ni de
explicación ni de comentario. Bienaventurados los que lloran; ¿quién llora
que no desee consuelo? Bienaventurados los que tienen hambre; ¿quién tiene
hambre y sed que no desee satisfacerlas? Bienaventurados los
misericordiosos; ¿y quién es misericordioso sino el que desea que Dios, en
atención a sus obras, se porte con El como Él se porta con los pobres? Por
eso dice: Bienaventurados los misericordiosos, porque Dios tendrá
misericordia de ellos. En ninguno de estos casos se ha indicado un premio
que no sea congruente con el precepto. Se impuso el de la pobreza de
espíritu: el premio será el reino de los cielos..., y así ahora se manda que
limpies tu corazón, y el premio será el ver a Dios.
Pero cuando se habla de los preceptos y de los premios y escuches: Los
limpios de corazón son bienaventurados, porque verán a Dios, no pienses que
no lo han de ver los pobres de espíritu, ni los mansos... Los
bienaventurados poseen todas estas virtudes. Verán, pero no verán por ser
pobres de espíritu, ni por ser misericordiosos, ni..., sino por ser limpios
de corazón. Ocurre lo mismo que si, refiriéndonos a los miembros
corporales, dijéramos: Bienaventurados los que tienen pies, porque andarán;
bienaventurados los que tienen manos, porque trabajarán...; los que tienen
ojos, porque verán. Del mismo modo, al referirse a los miembros
espirituales, nos enseña lo que pertenece a cada uno de ellos. La humildad
es a propósito para conseguir el reino de los cielos; la mansedumbre, para
poseer la tierra..., y el corazón limpio, para ver a Dios.
¿Y cómo limpiaremos el corazón si deseamos ver a Dios? Nos lo ha enseñado la
Sagrada Escritura: La fe limpió sus corazones (Act. 15,9)».
(Extractos del sermón 53, que amplía la doctrina expuesta en el libro Sobre
el sermón de la Montaña, Cf. PL 38, 364-372))
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Aplicación: Benedicto XVI - El camino de la Fe
Queridos hermanos y hermanas: Hemos llegado a las últimas dos semanas del
año litúrgico. Demos gracias al Señor porque nos ha concedido recorrer , una
vez más, este camino de fe —antiguo y siempre nuevo— en la gran familia
espiritual de la Iglesia. Es un don inestimable, que nos permite vivir en la
historia el misterio de Cristo, acogiendo en los surcos de nuestra
existencia personal y comunitaria la semilla de la Palabra de Dios, semilla
de eternidad que transforma desde dentro este mundo y lo abre al reino de
los cielos. En el itinerario de las lecturas bíblicas dominicales, este año
nos ha acompañado el evangelio de san Marcos, que hoy presenta una parte del
discurso de Jesús sobre el final de los tiempos. En este discurso hay una
frase que impresiona por su claridad sintética: "El cielo y la tierra
pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mc 13, 31). Detengámonos un momento
a reflexionar sobre esta profecía de Cristo.
La expresión "el cielo y la tierra" aparece con frecuencia en la Biblia para
indicar todo el universo, todo el cosmos. Jesús declara que todo esto está
destinado a "pasar". No sólo la tierra, sino también el cielo, que aquí se
entiende en sentido cósmico, no como sinónimo de Dios. La Sagrada Escritura
no conoce ambigüedad: toda la creación está marcada por la finitud,
incluidos los elementos divinizados por las antiguas mitologías: en ningún
caso se confunde la creación y el Creador, sino que existe una diferencia
precisa. Con esta clara distinción, Jesús afirma que sus palabras "no
pasarán", es decir, están de la parte de Dios y, por consiguiente, son
eternas. Aunque fueron pronunciadas en su existencia terrena concreta, son
palabras proféticas por antonomasia, como afirma en otro lugar Jesús
dirigiéndose al Padre celestial: "Las palabras que tú me diste se las he
dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que
vengo de ti, y han creído que tú me has enviado" (Jn 17, 8).
En una célebre parábola, Cristo se compara con el sembrador y explica que la
semilla es la Palabra (cf. Mc 4, 14): quienes oyen la Palabra, la acogen y
dan fruto (cf. Mc 4, 20), forman parte del reino de Dios, es decir, viven
bajo su señorío; están en el mundo, pero ya no son del mundo; llevan dentro
una semilla de eternidad, un principio de transformación que se manifiesta
ya ahora en una vida buena, animada por la caridad, y al final producirá la
resurrección de la carne. Este es el poder de la Palabra de Cristo.
Queridos amigos, la Virgen María es el signo vivo de esta verdad. Su corazón
fue "tierra buena" que acogió con plena disponibilidad la Palabra de Dios,
de modo que toda su existencia, transformada según la imagen del Hijo, fue
introducida en la eternidad, cuerpo y alma, anticipando la vocación eterna
de todo ser humano. Ahora, en la oración, hagamos nuestra su respuesta al
ángel: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38), para que, siguiendo a
Cristo por el camino de la cruz, también nosotros alcancemos la gloria de la
resurrección.
(Ángelus, Plaza San Pedro, Domingo 15 de noviembre de 2009)
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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La segunda venida de Nuestro Señor
Mc 13, 24-32
Este Evangelio es el final del discurso escatológico de Jesús. Narra la
venida de Jesús, su segunda venida, en la Parusía. Vendrá Jesús y resucitará
a sus escogidos para que reinen con El eternamente.
¿Cuándo será esto? Eso es algo que no ha sido revelado. Sólo el Padre sabe
el día y la hora. El Hijo también lo sabe pero no lo puede revelar, como
dicen los teólogos: lo sabe con ciencia no revelable. Es esa la voluntad del
Padre.
Podemos conocer la proximidad de la Parusía por los signos que ha dado
Jesús. Cuando esos signos se cumplan el Señor estará a la puerta. Esta es la
enseñanza de la parábola de la higuera. La higuera nos hace conocer la
proximidad del verano porque se ponen tiernas sus ramas y crecen las hojas.
Así sucederá con la segunda venida del Señor. Cuando se cumplan los signos,
el Señor aparecerá repentinamente como el rayo que cruza de un extremo a
otro de la tierra.
¿Cuáles son los signos? Los ha dada anteriormente el mismo Jesús: falsos
cristos, guerras y rumores de guerras, terremotos y hambre en diversos
lugares, persecuciones, predicación universal, la aparición del anticristo
que se sentará en el lugar santo, catástrofes cósmicas .
¿Por qué Jesús no revela la Parusía con exactitud? Para que estemos
vigilantes siempre. Para que seamos fieles y perseverantes en el bien obrar
a pesar de lo largo de la espera. Si supiéramos con exactitud el día y la
hora probablemente esperaríamos hasta último momento para prepararnos y no
lo haríamos bien. Casi seguro que no lo haríamos, como sucede con los que
van postergando su conversión para más adelante y los sorprende la muerte
sólo con deseos veleidosos.
Cuando uno espera a alguien que ama y cuando desea ardientemente encontrarse
con él no duerme sino que está atento esperando que venga. Ciertamente, que
si tarda mucho, la esperanza es probada, pero si tenemos la certeza que
vendrá, la esperanza no puede consumirse sino que se acrecienta con el
correr del tiempo porque la hora se aproxima.
Jesús no vendrá hasta que se cumplan los signos. Vendrán otros diciéndose
Mesías. Aparecerán muchos falsos salvadores. Hay que tener cuidado. Ya lo
advirtió Jesús. Ir tras ellos será perder la verdadera esperanza y quedar
defraudados.
La esperanza nos mantiene en la espera y la oración nos ayuda a la
fidelidad. Sólo ora el que espera. “Velad y orad para que no caigáis en
tentación”. Si perseveramos en la oración nos mantendremos en vigilancia, si
cesa la oración nos quedaremos dormidos y el diablo nos hará caer.
Jesús habla en este Evangelio de su segunda venida, pero la vigilancia
también es importante para nuestro encuentro personal con Jesús el día de
nuestra muerte. Tampoco sabemos sobre ésta, como sobre su segunda venida, el
día ni la hora, pero sabemos con certeza que moriremos y también que Jesús
vendrá nuevamente. ¡Dichoso el siervo al que el Señor encuentre en vela
realizando la tarea encomendada, viviendo una vida santa!
A veces, nos dormimos por el sueño del mundo, de las cosas terrenas. Debemos
orar para no dejarnos arrastrar por la correntada del mundo que lleva en su
caudal a muchos. Vamos viendo algunos signos pero nos gana el sueño. Cada
vez más fuerte se impondrá el mundo y sus máximas a medida que se acerque la
Parusía. No nos durmamos sino, por el contrario, redoblemos la vigilancia
porque cada vez son más claros los signos y la venida del Señor más cercana.
Hay que pedir la gracia de tener una fe firme, tan firme que esté dispuesta
a dar la vida por lo que se cree y también una esperanza grande para que nos
dé la juventud necesaria en el espíritu para mantenernos firmes y
entusiastas esperando al Señor.
Cf. Lc 17, 24
Cf. Mc 13, 5-25
Mt 26, 41
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Aplicación: Directorio Homilético - Trigésimo tercer domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 1038-1050: el juicio final, la esperanza de los cielos nuevos y de la
tierra nueva
CEC 613-614, 1365-1367: la muerte de Cristo es el sacrificio único y
definitivo; la Eucaristía
V EL JUICIO FINAL
1038 La resurrección de todos los muertos, "de los justos y de los
pecadores" (Hch 24, 15), precederá al Juicio final. Esta será "la hora en
que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y los que hayan hecho
el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la
condenación" (Jn 5, 28-29). Entonces, Cristo vendrá "en su gloria acompañado
de todos sus ángeles,... Serán congregadas delante de él todas las naciones,
y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de
las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda... E
irán estos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna." (Mt 25, 31.
32. 46).
1039 Frente a Cristo, que es la Verdad, será puesta al desnudo
definitivamente la verdad de la relación de cada hombre con Dios (cf. Jn 12,
49). El Juicio final revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada
uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena:
Todo el mal que hacen los malos se registra - y ellos no lo saben. El día en
que "Dios no se callará" (Sal 50, 3) ... Se volverá hacia los malos: "Yo
había colocado sobre la tierra, dirá El, a mis pobrecitos para vosotros. Yo,
su cabeza, gobernaba en el cielo a la derecha de mi Padre -pero en la tierra
mis miembros tenían hambre. Si hubierais dado a mis miembros algo, eso
habría subido hasta la cabeza. Cuando coloqué a mis pequeñuelos en la
tierra, los constituí comisionados vuestros para llevar vuestras buenas
obras a mi tesoro: como no habéis depositado nada en sus manos, no poseéis
nada en Mí" (San Agustín, serm. 18, 4, 4).
1040 El Juicio final sucederá cuando vuelva Cristo glorioso. Sólo el Padre
conoce el día y la hora en que tendrá lugar; sólo El decidirá su
advenimiento. Entonces, El pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su
palabra definitiva sobre toda la historia. Nosotros conoceremos el sentido
último de toda la obra de la creación y de toda la economía de la salvación,
y comprenderemos los caminos admirables por los que Su Providencia habrá
conducido todas las cosas a su fin último. El juicio final revelará que la
justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus
criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte (cf. Ct 8, 6).
1041 El mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a
los hombres todavía "el tiempo favorable, el tiempo de salvación" (2 Co 6,
2). Inspira el santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino de
Dios. Anuncia la "bienaventurada esperanza" (Tt 2, 13) de la vuelta del
Señor que "vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los
que hayan creído" (2 Ts 1, 10).
VI LA ESPERANZA DE LOS CIELOS NUEVOS
Y DE LA TIERRA NUEVA
1042 Al fin de los tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después
del juicio final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados
en cuerpo y alma, y el mismo universo será renovado:
La Iglesia ... sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo...cuando
llegue el tiempo de la restauración universal y cuando, con la humanidad,
también el universo entero, que está íntimamente unido al hombre y que
alcanza su meta a través del hombre, quede perfectamente renovado en Cristo
(LG 48)
1043 La Sagrada Escritura llama "cielos nuevos y tierra nueva" a esta
renovación misteriosa que trasformará la humanidad y el mundo (2 P 3, 13;
cf. Ap 21, 1). Esta será la realización definitiva del designio de Dios de
"hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo
que está en la tierra" (Ef 1, 10).
1044 En este "universo nuevo" (Ap 21, 5), la Jerusalén celestial, Dios
tendrá su morada entre los hombres. "Y enjugará toda lágrima de su ojos, y
no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo
viejo ha pasado" (Ap 21, 4;cf. 21, 27).
1045 Para el hombre esta consumación será la realización final de la unidad
del género humano, querida por Dios desde la creación y de la que la Iglesia
peregrina era "como el sacramento" (LG 1). Los que estén unidos a Cristo
formarán la comunidad de los rescatados, la Ciudad Santa de Dios (Ap 21, 2),
"la Esposa del Cordero" (Ap 21, 9). Ya no será herida por el pecado, las
manchas (cf. Ap 21, 27), el amor propio, que destruyen o hieren la comunidad
terrena de los hombres. La visión beatífica, en la que Dios se manifestará
de modo inagotable a los elegidos, será la fuente inmensa de felicidad, de
paz y de comunión mutua.
1046 En cuanto al cosmos, la Revelación afirma la profunda comunidad de
destino del mundo material y del hombre:
Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los
hijos de Dios ... en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la
corrupción ... Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y
sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las
primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior
anhelando el rescate de nuestro cuerpo (Rm 8, 19-23).
1047 Así pues, el universo visible también está destinado a ser
transformado, "a fin de que el mundo mismo restaurado a su primitivo estado,
ya sin ningún obstáculo esté al servicio de los justos", participando en su
glorificación en Jesucristo resucitado (San Ireneo, haer. 5, 32, 1).
1048 "Ignoramos el momento de la consumación de la tierra y de la humanidad,
y no sabemos cómo se transformará el universo. Ciertamente, la figura de
este mundo, deformada por el pecado, pasa, pero se nos enseña que Dios ha
preparado una nueva morada y una nueva tierra en la que habita la justicia y
cuya bienaventuranza llenará y superará todos los deseos de paz que se
levantan en los corazones de los hombres"(GS 39, 1).
1049 "No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más
bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel
cuerpo de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del
siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente el progreso
terreno del crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en la
medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa
mucho al Reino de Dios" (GS 39, 2).
1050 "Todos estos frutos buenos de nuestra naturaleza y de nuestra
diligencia, tras haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y
según su mandato, los encontramos después de nuevo, limpios de toda mancha,
iluminados y transfigurados cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno
y universal" (GS 39, 3; cf. LG 2). Dios será entonces "todo en todos" (1 Co
15, 22), en la vida eterna:
La vida subsistente y verdadera es el Padre que, por el Hijo y en el
Espíritu Santo, derrama sobre todos sin excepción los dones celestiales.
Gracias a su misericordia, nosotros también, hombres, hemos recibido la
promesa indefectible de la vida eterna (San Cirilo de Jerusalén, catech.
ill. 18, 29).
La muerte de Cristo es el sacrificio único y definitivo
613 La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo
la redención definitiva de los hombres (cf. 1 Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por
medio del "cordero que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29; cf. 1 P 1, 19)
y el sacrificio de la Nueva Alianza (cf. 1 Co 11, 25) que devuelve al hombre
a la comunión con Dios (cf. Ex 24, 8) reconciliándole con El por "la sangre
derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28;cf. Lv 16,
15-16).
614 Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los
sacrificios (cf. Hb 10, 10). Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es el
Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos con él (cf. Jn 4, 10). Al
mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por
amor (cf. Jn 15, 13), ofrece su vida (cf. Jn 10, 17-18) a su Padre por medio
del Espíritu Santo (cf. Hb 9, 14), para reparar nuestra desobediencia.
1365 Por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un
sacrificio. El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las
palabras mismas de la institución: "Esto es mi Cuerpo que será entregado por
vosotros" y "Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que será derramada
por vosotros" (Lc 22,19-20). En la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que
por nosotros entregó en la cruz, y la sangre misma que "derramó por muchos
para remisión de los pecados" (Mt 26,28).
1366 La Eucaristía es, pues, un sacrificio porque representa (= hace
presente) el sacrificio de la cruz, porque es su memorial y aplica su fruto:
(Cristo), nuestro Dios y Señor, se ofreció a Dios Padre una vez por todas,
muriendo como intercesor sobre el altar de la cruz, a fin de realizar para
ellos (los hombres) una redención eterna. Sin embargo, como su muerte no
debía poner fin a su sacerdocio (Hb 7,24.27), en la última Cena, "la noche
en que fue entregado" (1 Co 11,23), quiso dejar a la Iglesia, su esposa
amada, un sacrificio visible (como lo reclama la naturaleza humana), donde
sería representado el sacrificio sangriento que iba a realizarse una única
vez en la cruz cuya memoria se perpetuaría hasta el fin de los siglos (1 Co
11,23) y cuya virtud saludable se aplicaría a la redención de los pecados
que cometemos cada día (Cc. de Trento: DS 1740).
1367 El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un
único sacrificio: "Es una y la misma víctima, que se ofrece ahora por el
ministerio de los sacerdotes, que se ofreció a si misma entonces sobre la
cruz. Sólo difiere la manera de ofrecer": (CONCILIUM TRIDENTINUM, Sess.
22a., Doctrina de ss. Missae sacrificio, c. 2: DS 1743) "Y puesto que en
este divino sacrificio que se realiza en la Misa, se contiene e inmola
incruentamente el mismo Cristo que en el altar de la cruz "se ofreció a sí
mismo una vez de modo cruento"; …este sacrificio verdaderamente
propiciatorio" (Ibid).