Domingo 29 Tiempo Ordinario B: Comentarios de Sabios y Santos I - Preparemos con ellos la Escucha de la Palabra de Dios proclamada en la Misa Dominical
A su disposición
Exégesis: R.P. Joseph M. Lagrange, O. P. La ambición que han de tener los que quieran reinar con Cristo: los hijos del Zebedeo (Mc 10, 35-41; Mt 20, 20-24)
Exégesis: José Ma. Solé Roma (O.M.F.) - Comentario a las tres Lecturas
Exégesis: Dr. D. Isidro Gomá y Tomás - La tercera predicción de la pasión, los hijos de Zebedeo Mt. 20, 17-28 (Mc. 10, 35-45; Lc. 18, 31-34)
Exégesis: José M. Bover -- Ambición de los hijos del Zebedeo. 20, 20-28. (Mc. 10, 35-45).
Comentario Teológico: Xavier Leon-Dufour - Servir
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - Sentarse a su derecha y a su izquierda
Aplicación: San Juan Pablo II "El Hijo del hombre ha venido para servir"
Aplicación: P. Carlos Miguel Buela, IVE - ¿Podemos?
Aplicación: Benedicto XVI
1 - ¿Están dispuestos a recorrer el camino de la humillación, el sufrimiento y la muerte por amor?
Aplicación: Mons. Fulton J. Sheen - La tercera disputa: en el camino de Jerusalén
Aplicación: Leonardo Castellani - La Ambición
Aplicación: Benedicto XVI 2 - La lógica del cristianismo
Aplicación: R. Vilariño Ugarte - Las pretensiones de los hijos de Zebedeo
Aplicación: Jacobo Benigno Bossuet - ¿Podéis beber mi cáliz?
Ejemplos predicables
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis: R.P. Joseph M. Lagrange, O. P. La ambición que han de tener los que quieran reinar con Cristo: los hijos del Zebedeo (Mc 10, 35-41; Mt 20, 20-24)
Entre los que seguían a Jesús se hallaban intrépidas galileas que suplían con sus cuidados a su indiferencia de bienestar. Las mujeres, sobre todo las madres, eran menos pesimistas que los hombres; sobre la frente de sus hijos veían un hermoso rayo del porvenir que les animaba a desafiarlo todo. La madre de los hijos del Zebedeo, cuyo nombre probablemente era Salomé, se mantuvo confiada viendo a Jesús caminar con tanta resolución. Había llegado la hora propicia de alcanzar el compromiso de que diese a sus dos hijos los dos primeros puestos. Conociendo sus deseos, se hizo complaciente intérprete de ellos.
Se acercó, pues1, a Jesús, y viendo ya con la imaginación al Mesías en su trono, se prosternó delante de Él, indicio bastante claro de que iba a solicitar alguna gracia. Jesús le dice: " ¿Qué quieres?" La respuesta no se hizo esperar: "Di que se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha y el otro a la izquierda en tu reino". Jesús había adivinado la ingeniosa treta de los dos hermanos, y a ellos se dirige: "No sabéis lo que pedís". ¿No habían oído o no habían comprendido lo que acaba de decirles, que él mismo no estaría en la gloria sin antes haber sufrido? ¿Era decoroso solicitar puestos a su lado en la gloria, no estando dispuestos a tener parte en sus dolores e incluso en la muerte? Los sufrimientos y la muerte los compara a un cáliz amargo que deben beber (Sal 74, 9; Is 51, 17-22; Ez 23, 31) y también a una agua profunda en que deben ser sumergidos2. Los dos hermanos, en otra ocasión denominados "hijos del trueno" (Mc 3, 17) no consultaron más que a su corazón: "Podemos". Jesús acepta la confianza en su fidelidad: "El cáliz que yo bebo, beberéis, y en el bautismo en que yo debo ser bautizado, seréis también bautizados". Por aquellos sufrimientos serán seguramente recompensados, pero al Hijo de Dios en su misión de Mesías no le está confiado señalar puestos a su derecha o a su izquierda; esto pertenece al Padre. Los dos hermanos, sin duda, no distinguían con claridad el reino del Mesías que venía a fundar en la tierra, que era especialmente su reino (Mt 13, 41) y el reino de los elegidos, que es el del Padre. Su pensamiento iba con miras a la gloria. La gloria era la bienaventuranza al lado de Dios, donde Jesús reinaría también, pero sus grados estaban designados por Dios por un decreto eterno.
La pretensión de los dos hermanos no fue, pues, tenida en cuenta, ni la reconocía ni la rechazaba, porque los designios del Padre no debían ser revelados. Su destino en el mundo, empero, estaba predicho: serían asociados a los sufrimientos de su Maestro. ¿En qué medida? Fue evidente para Santiago el Mayor, a quien Herodes Agripa mandó decapitar (Hch 12, 2) algunos años después de la muerte de Jesús, en el año 44.
La tradición antigua daba por cierto que san Juan había terminado su vida de muerte natural, aunque, relegado a Patmos, había sufrido por su Maestro pruebas durísimas. Tertuliano creyó poder añadir que había sido metido por orden de Domiciano en una cuba de aceite hirviendo. Según otros, le obligaron a beber, aunque sin consecuencias, un cáliz emponzoñado. Aun a falta de estas tradiciones, la metáfora del cáliz y del bautismo no pormenoriza tanto, que no puede entenderse de una larga vida de apostolado y, por consiguiente, de trabajos, sufrimientos y persecuciones.
Algunos modernos son más exigentes y quieren en absoluto deducir de la lectura de San Marcos la convicción del evangelista de que los dos hermanos habían sufrido la muerte de los mártires cuando él escribía. Esta ingeniosa manera de quitar a san Juan, hijo del Zebedeo, la composición del cuarto Evangelio, jamás prevalecerá contra una tradición constante. ¿Es, pues, el único caso en que los términos figurados del Evangelio deben ser entendidos con todo rigor?
Los otros diez apóstoles no entendieron la predicción de Jesús de un modo tan trágico. Les impresionó menos la animosa fidelidad de los dos hijos del Zebedeo que su ambición. En vez de compadecerlos, se indignaron3 contra ellos. Su imaginación los llevaba más fácilmente hacia la gloria del Mesías que hacia sus sufrimientos. La madre de los hijos del Zebedeo hubiera deseado una conversación confidencial; pero, colocados los otros a poca distancia, lo habrían oído todo. Jesús les hizo acercarse para darles a todos la lección que merecía su tendencia común de ambicionar honores, lección que se hacía más oportuna por no querer entender, a causa de la terquedad de ellos, su misión como Mesías.
Jesús vino para ofrecer Su Vida en rescate Mc 10, 42-45; Mt 20, 25-28; Lc 22, 25-26 y 30b)
A los doce, reunidos alrededor de sí, dijo Jesús (Mc 10, 42 s.): "Los que poseen el dominio sobre las naciones las gobiernan con imperio, y los grandes ejercen su poder sobre el pueblo. Pero no sea así entre vosotros"4. Muy lejos esté de vosotros desear la compañía de los grandes y de los primeros, y si habéis de ejercer cargos de interés general, sed verdaderos servidores unos de otros. En efecto, entre los cristianos, el que es llamado a mandar debe resueltamente figurar como jefe, pero no será aceptado por tal si no se le ve humilde y, en su propio sentir, el último de todo. El Romano Pontífice, Pastor supremo, ha querido ser llamado "el siervo de los siervos de Dios", y esto por imitar al Hijo del hombre, que ha venido a servir, no a ser servido. Después de este ejemplo, la palabra servir, de significado poco grato, se ha convertido en nobilísima. Revelando entonces Jesús el motivo íntimo de su caritativo abatimiento, cuya hora había ya llegado, les dice: El Hijo del hombre, que ha venido para servir, va a dar su alma, es decir, su vida, en rescate por muchos, por su rebaño (Jn 10, 15), como ya había indicado el buen Pastor.
¿Qué quería decir con esto? Estas palabras son oscuras, si se quieren aplicar todos los términos directamente a Jesús. Aquel gentío parece estar allí para representar a la multitud humana librada por un solo hombre. La humanidad, pues, gemía cautiva. ¿De quién? ¿A quién debía ser pagado el rescate? ¿Cómo pudo ser considerada la muerte de Jesús como pago de un rescate? Antiguos autores se han ocupado de estas cuestiones, exagerando algunas veces la estricta aplicación de un término parabólico a la redención. Los que escuchaban a Jesús comprendían al menos esto, que Él se comparaba a un servidor apasionado por su Señor condenado a perder la vida, si nadie consentía en morir en su lugar, y que Él ofrecía su vida como en rescate. El Hijo del hombre, bajo la modesta figura de uno de tantos y de siervo, ofrecía su vida, no por una persona sola, sino por todos. Consentía en morir por ellos y en alguna manera en lugar de ellos. Dios aceptaba este sacrificio hecho con el más grande amor por la salvación de los hombres.
Esto bastaría para excitara las almas a amar a quien tanto nos ha amado y amar también a los hombres y consagrarse como Él a su servicio, inspirados por la caridad.
Sabido es con qué entusiasmo desarrolló san Pablo el dogma de la muerte redentora de Cristo. Pero es preciso hacer constar aquí que esa enseñanza emana del mismo Jesús. En vano podrá decirse que es un rastro de paulinismo en el Evangelio. Es más bien que en las palabras de Jesús está el germen fecundo de una doctrina de salvación, todavía vuelta en la forma de parábola, como era costumbre suya. En san Juan, es el buen Pastor que da su vida por sus ovejas; en san Marcos y san Mateo, es un siervo que ofrece la vida por su señor. La revelación es la misma bajo imágenes diferentes. En san Juan, como en los dos Sinópticos, está reservada a un momento de la predicación ya cercana a la Pasión. Después de haber dicho muchas veces que su oficio era sufrir y morir, explica Jesús, al fin, que aceptaba esta muerte por la salvación de los hombres.
(LAGRANGE, JOSEPH, Vida de Jesucristo. Edibesa, 2002, pp. 368-372)
([1]) Según San Mateo. En San Marcos son los hijos los que hacen la petición. Seguramente el deseo era de ellos, pero el tratar de conseguirlo por mediación de su madre, es una circunstancia muy natural, que San Mateo no tenía empeño alguno en inventar.
(2) Ser bautizado, es decir, sumergido en la desgracia, es una expresión usada por escritores profanos; el último rasgo sólo es usado en San Marcos, pero con seguridad que es auténtico.
(3) Este rasgo un algo demasiado humano está en San Mateo también: no pensaba, pues disculpar a los apóstoles atribuyéndolo a su madre.
(4) San Lucas, que no cuenta este episodio, ha agrupado en la Cena esta enseñanza. Hay, pues, lugar a referir aquí lo que San Lucas dice en 22,25-26.30b.
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Exégesis: José Ma. Solé Roma (O.M.F.) - Comentario a las tres Lecturas
Primera lectura: ISAÍAS 53, 10-11:
Llegamos a las últimas estrofas del Poema del "Siervo de Yahvé". Tras habernos descrito su Pasión (53, 1-3) y el carácter expiatorio de la misma (4-9), ahora nos habla de sus frutos:
Primer fruto: Al siervo que ofrece su vida en sacrificio expiatorio se le promete: "Después de las pruebas de su alma verá la luz y será saciado. Tendrá longura de días". El N. T. nos iluminará esta profecía: "El Hijo del hombre ha de ser entregado en manos de los hombres. Y le matarán; y al tercer día resucitará" (Mt 17, 23). La Resurrección saciará a Cristo de luz y de vida.
-Segundo fruto: Se le promete al siervo: "Descendencia innúmera y gloriosa" (v 10). Cristo se lo aplica a Sí mismo cuando dice: "Y Yo, cuando fuere levantado de la tierra, atraeré a Mí a todos" (Jn 12, 32). Por la Cruz, Cristo (el Siervo) ha salvado a todos, judíos y gentiles.
-Tercer fruto: "El plan de Dios quedará realizado por la Pasión del Siervo" (v 10). El plan u obra de Dios es la salvación humana. Cristo puso en marcha esta obra del Padre: "Padre, Yo te he glorificado sobre la tierra cumpliendo la obra que Tú me encomendaste hiciera" (Jn 17, 4). Y al presente sigue desarrollando esta Obra del Padre por ministerio de sus Apóstoles: "En verdad os digo: el que cree en Mí hará también la obra que Yo hago y aun la hará mayor, porque Yo voy al Padre" (Jn 14, 12). ¡Qué frutos tan ricos ha dado, da y dará la Pasión de Cristo!
Segunda Lectura: HEBREOS 4, 14-16:
En esta perícopa de la Carta a los Hebreos se nos pone de relieve tres valores de nuestro excelso Pontífice, Jesucristo:
-Es muy superior al Pontífice de la Vieja Alianza. Este entraba en un "Santuario" terreno (8, 2). Jesucristo, Pontífice Redentor, entra y nos entra en el "Santuario celeste" (4, 14): "Cristo no penetró en un Santuario artificial, sombra y figura del verdadero, sino que penetró en el cielo mismo para presentarse de continuo en el acatamiento de Dios en favor nuestro" (9, 24).
-Nuestro Sumo Pontífice, Cristo, es sumamente humano y compasivo (15): Comparte con nosotros todas nuestras miserias. Y bien que inocente toma sobre Sí todos nuestros pecados. "Mi Pastor, sólo por sacar mi alma de entre las espinas, porque no me espinase, quiso El entrar en ellas y espinarse" (Ávila). Conoce Él en su carne el aguijón de todas las espinas que atormentan a sus hermanos los hombres. Espinas que en la sensibilidad más exquisita de Cristo se hincaron agudamente.
-Nuestro Sumo Pontífice es a la vez el "Trono de la Gracia" (15). Está entronizado a la diestra del Padre sólo para ejercer misericordia; sólo para darnos el fruto de su Redención. ¿Qué mejor Trono de Gracia que el Corazón de Cristo?: "Este es no sólo el símbolo, sino también como el compendio de todo el misterio de nuestra redención" (Pío XII Haurietis aquas: 15-V-56). Mar infinito de amor. Trono de la gracia y misericordia, eso es el Corazón de Cristo: gracia que nos envuelve como atmósfera: Tua nos, quaesumus, Domine, gratia semper et praeveniat et sequatur (Collecta).
Evangelio: MARCOS 10, 35 -45:
Marcos nos va a recordar cómo Jesús, Mesías auténtico, realiza el Mesianismo Redentor; es decir, el preanunciado por Isaías 53, 1-13: el del "Siervo de Yahvé":
-Santiago y Juan, hijos del Zebedeo y Salomé, tienen aún la mentalidad de un Mesianismo terreno y político. En este sentido, y no del todo avenidos a la preeminencia que el Maestro concede a Pedro, demandan en el "Reino" los dos primeros cargos. Este peligro de convertir el Reino de Cristo en reino terrenal lo corremos aún a menudo los cristianos. Los Mesianismos falsos coinciden todos en obsesionarse por las soluciones terrenales y perder el sentido de la eternidad. Buscan y prometen seductoras bienandanzas.
-Jesús orienta inmediatamente a los discípulos hacia su Mesianismo Redentor. El Mesías debe beber un cáliz muy amargo. Debe engolfarse en un mar de dolor. Si ellos quieren entrar en el Reino Mesiánico deben compartir este cáliz y ser bautizados en este baño. Ellos, que aman al Maestro, aceptan generosos (39). Ni para el Mesías y ni para nosotros hay otro camino que éste para llegar a la "Gloria". Por tanto, todos los mesianismos que prometen y programan comodidad, riquezas, honores y cuanto halaga el orgullo, el egoísmo y la sensualidad, son mesianismos falsos.
-Esta demanda de los dos Zebedeos desencadena la indignación de los otros discípulos, quienes demuestran con ello tener la misma mentalidad y los mismos sentimientos que Santiago y Juan. ¡Cuánto le cuesta al Maestro purificar las mentes rudas de sus Apóstoles y elevarlas al Mesianismo de la Redención! Ellos, que van a ser en el "Reino" Mesiánico los Jefes, han de tener de la autoridad un concepto totalmente diverso del que se tiene en los otros "reinos". Así como El, "Rey" del "Reino Mesiánico", es el "Siervo de Yahvé" y el "Servidor de todos" que da la vida para salvar a todos (45), del mismo modo quienes en su "Reino", en su Iglesia ejerzan autoridad no la tienen para dominar despóticamente, sino para servir; servir hasta dar la vida por las ovejas que tengan encomendadas. La autoridad en la Iglesia es un "servicio" que prolonga la entrega y la Pasión de Jesús, en orden a hacer llegar la eficacia de su Redención a todos los hombres. El Mesianismo de Jesús es "divinizar" todo lo humano: Ut sicut nos Corporis et Sanguinis sacrosancti pascis alimento, ita divinae naturae facias esse consortes (Postcom.).
(José Ma. Solé Roma (O.M.F.),Ministros de la Palabra, ciclo B, Herder, Barcelona 1979).
Exégesis: Dr. D. Isidro Gomá y Tomás - La tercera predicción de la pasión, los hijos de Zebede MT. 20, 17-28 (Mc. 10, 35-45; Lc. 18, 31-34)
Explicación - Pocos días faltaban para la definitiva consumación de la obra de Jesús. Una vez más declara la naturaleza de Su Reino contra los prejuicios de que sus mismos discípulos estaban imbuidos. Porque su Reino no puede conquistarse sino por la Pasión, la predice por tercera vez con todos sus detalles (17-19), y Porque su Reino es de los humildes, les da elocuentísima lección de esta virtud (20-28).
TERCERA PREDICCIÓN DE LA PASIÓN (17-l9).-Bajaba Jesús a lo largo de la Perea, de norte a sur, bordeando la orilla oriental del Jordán, cuando al llegar al nivel de Jerusalén atravesó el río y dobló hacia la ciudad: E iban su camino, subiendo a Jerusalén: y Jesús se les adelantaba, demostrando con ello que no sólo no temía la muerte, sino que con vivas ansias iba a sufrirla para cumplir la voluntad del Padre (Lc. 12, 50). Los discípulos le seguían atónitos y temerosos: Y se maravillaban, y le seguían con miedo: era ello muy natural, pues no ignoraban el odio y las amenazas de los prohombres contra Jesús, y que habían puesto precio a su cabeza (Mc. 8, 32; 9, 31; Ioh. 11, 47-54).
Fue en este emocionante momento, cuya descripción debemos a Mc., que Jesús predice su pasión por tercera vez: ya lo había hecho en Cesarea de Filipo, después de la confesión de Pedro (Mt. 16, 21), y después de la Transfiguración (Mt. 17, 21.22). Y comunica Jesús la tremenda nueva sólo a los doce Apóstoles, ya para adoctrinarles especialmente, ya para que no se escandalizasen las turbas: Y cuando subían a Jerusalén, Jesús tomó aparte a los doce discípulos, y comenzó a decirles las cosas que habían de acontecerle, y díjoles: Ved que subimos a Jerusalén, y se cumplirá todo lo que está escrito en los Profetas sobre el Hijo del hombre: demuestra con ello Jesús no sólo que sabe lo que le ha de ocurrir en la capital, sino que todo ello está ordenado, ya de siglos, por la santísima voluntad de Dios; refiérese aquí el Señor especialmente a los vaticinios de Ps. 21; Is. 50, 6; 53, 1 sigs.; Dan. 9,26; Zach. 11, 12; 12, 10; 13, 7. Sigue luego Jesús particularizando los futuros hechos de su pasión: Y el Hijo del hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes, y a los escribas, y a los ancianos, y le condenarán a muerte: así demuestra que va libremente a la muerte, al tiempo que previene a sus discípulos para que la novedad no les perturbe. Y aún especifica más: Y le entregarán a los gentiles, fue Pilato quien le condenó, para que le escarnezcan, y azoten, y sea escupido, y le crucifiquen: y después que le hubieren azotado, le matarán, y al tercer día resucitará. Cuanto más cercana la pasión, más precisos son los detalles que da de ella Jesús; como si se deleitara en saborearla por anticipado y en grabarla en el ánimo de sus discípulos, que también debían participar de ella.
Pero ellos, los discípulos, siempre preocupados con sus ideas sobre la gloria terrena del Reino mesiánico, no acababan de entender cómo aquello que oían de labios del divino Maestro, que será escupido, abofeteado, muerto, había de entenderse a la letra. Así, pues, ninguna de estas cosas entendieron, porque era lenguaje oscuro para ellos, no en cuanto a las palabras, que bien claras eran, sino porque no hallaban manera de conciliar esa predicción de humillaciones y tormentos con sus ideas sobre el Mesías glorioso: Y no entendían lo que les decía.
PETICIÓN DE LA MADRE DE SANTIAGO Y JUAN (20-28). - Salomé, la madre de Santiago y Juan, los "hijos del trueno", una de las mujeres que servían a Jesús con sus riquezas y le seguían (núm. 60), hace en este punto una extraña e inoportunísima petición a Jesús: Entonces, cuando acababa de decir Jesús que resucitaría, y creyendo sin duda que ello era señal del triunfo definitivo de Jesús, en cree Mesías, y de la implantación de su Reino, se acercó la madre de los hijos del Zebedeo con sus hijos, adorándole, inclinándose ante él, señal de profunda reverencia, y pidiéndole alguna cosa: empieza la mujer con el embarazoso preludio con que acostumbramos ante un superior a manifestar en general que va a pedirle algo. El la dijo: ¿Qué quieres?, haciéndole concretar el objeto de su petición. Ella le dijo: Di, concédeme, que estos mis hijos se sienten en tú Reino, el uno a tu derecha, y el otro a izquierda: son los dos primeros puestos después de Jesús.
Según Mc., no es la madre, sino los hijos quienes piden, y la escena pasa por entero entre ellos y Jesús: Y acercáronsele Santiago y Juan, hijos del Zebedeo, diciendo: Maestro, queremos, en tono definitivo e imperativo, irreverente y temerario, que nos hagas cuanto te pidiéremos, suplantando la voluntad santísima de Jesús por la suya desordenada. Más El les dijo: ¿Qué queréis que os haga? Quiere el Señor que descubran su miseria para poner el debido remedio: Y dijeron: concédenos que nos sentemos en tu gloria, y el otro a tu izquierda. Lo probable es que la madre e hijos se presentan ante Jesús, la madre instada, empujada por los hijos: si su petición fracasa, será más excusable que ellos, por el presento derecho de las madres a pedir cuanto haya mejor para sus hijos; en todo caso, la repulsa será más blanda: Salomé es mujer, ayuda al Señor con su hacienda, es su parienta.
Es atrevida la petición de madre e hijos: sabe la madre la predilección que tiene Jesús para sus hijos (Mt. 17, 1; Mc. 5, 37); pero es la precedencia de Pedro, a quien también sabe se ha prometido el primado, en el reino que madre e hijos creen temporal; oren, después del Rey Jesús, los dos primeros puestos, como si dijéramos, los dos primeros ministerios.
Y respondiendo Jesús, les dijo, a los tres, arguyéndoles en primer lugar de ignorancia: No sabéis lo que pedís: no sabían ni el tiempo del triunfo del Mesías, ni cómo se ganaban en él los primeros Puestos, ni de qué naturaleza era, ni sabían que el paren o no es ningún título para conquistar un lugar cercano a Jesús. Para que comprendan que a los altos puestos se van los grandes sacrificios en su reino, les dice Jesús: ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?, alude al cáliz de su pasión, que acaba de describirles; O ¿ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? : se trata de la inundación de tribulaciones que vendrán sobre Jesús, y especialmente de la efusión de su sangre. Dícenle ellos, los dos hijos: Podemos, tal es el deseo que sienten de que se les otorguen los primeros lugares; otros creen que se trata de una presunción vana, aunque bien demostraron posteriormente saber sufrir el martirio; otros creen su contestación resuelta, hija de su grande amor.
Jesús afirma solemnemente que sufrirán el martirio: Díjoles, En verdad, beberéis mi cáliz, que yo bebo, y con el bautismo con que soy bautizado, seréis bautizados: Santiago fue muerto a filo de espada por Herodes (Act. 12, 2); Juan no murió en el mismo martirio: pero fue azotado por los judíos (Act. 5, 40.41), desterrado a la isla de Patmos y sometido a un baño de aceite hirviendo, según validísima tradición, de la que son ya testimonios Tertuliano y San Jerónimo. Pero del hecho del martirio les hace ver Jesús no se sigue deban ocupar los primeros asientos en su Reino: Más el estar sentados a mi derecha o a mi izquierda, no me pertenece a mí darlo a vosotros, habla aquí como Hijo del hombre, sino aquellos a quienes lo ha destinado mi Padre: la predestinación es obra de la providencia de Dios, y ésta se atribuye siempre al Padre; Él da la gracia de la vocación, y las de auxilio que consientan sea aquélla eficaz (Iioh. 6, 44; 17, 6. 11; Rom. 8, 30; 1 Cor. 1, 9; 7, etcétera).
La petición de los hijos del Zebedeo, oída sin duda por los demás apóstoles, levantó en ellos un sentimiento de indignación también ellos eran ambiciosos, y sentían celos; ni habían recibido el Espíritu Santo, ni había entrado en ellos, a pesar de las reiteradas enseñanzas de Jesús, el concepto espiritualista y ultraterreno del Reino de Dios: Y al oírlo los diez, se indignaron contra los hermanos Santiago y Juan; aparte, entre sí, separados del grupo, formado por Jesús y la madre e hijos del Zebedeo: Mas Jesús llamó a sí, amablemente, para darles esta lección de modesta humildad, y dijo: ¿Sabéis que los príncipes de las naciones, no satisfechos de gobernarlas, avasallan duramente a sus pueblos, y los magnates ejercen potestad sobre ellos, a veces con mayor rigor que los mismos monarcas? No será así entre vosotros, como sucede entre gentiles: Más, entre vosotros, todo el que quisiere mayor, sea vuestro criado: la verdadera grandeza en el Reino de Dios consiste en el abajamiento personal y en el humilde servicio prestado a los demás, no en la ambición de los primeros puestos, ni en tenerlos. Y el que en este reino llegue a ocupar puestos elevados, no debe disfrutarlos en provecho suyo, sino que debe ser ministro de sus mismos súbditos: Y el que, entre vosotros, quisiere ser el primero, sea vuestro siervo. Y para animarles a este sacrificio, que a veces es costosísimo, les propone su propio altísimo ejemplo: Así como el Hijo del hombre no vino a ser servido, siendo Señor y Maestro de los hombres, igual a Dios: sino a servir, ministrando a los hombres su doctrina, sus ejemplos, la salud del cuerpo, y ello en circunstancias fatigosísimas; y, lo que es más, a dar la vida para redención, en precio de rescate, de propiciación, de santificación, de muchos: porque si bien la redención de Cristo es en derecho universal, pero de hecho no todos los hombres se salvan, porque voluntariamente se privan de sus frutos.
Lecciones morales. - A) v. 18. -Ved que subimos a Jerusalén... -Como si dijera a sus Apóstoles, dice el Crisóstomo: "Ved que voluntariamente voy a morir: cuando me veáis colgado de la cruz, no creáis que soy solamente hombre; porque aunque es de hombre poder morir, pero no es de hombre el querer morir." Como Dios, quiere Jesús morir en la naturaleza humana que tomó; y en esta naturaleza humana quiere también morir, aunque a ello repugne esta misma naturaleza, por su total conformidad con la voluntad de Dios. Para que sepamos agradecer la infinita generosidad y bondad de Jesús, Dios-hombre, que pudiendo lograr los fines de su muerte sin morir, prefirió la muerte, a fin de que nosotros no nos asustáramos de morir y ofreciéramos nuestra muerte voluntariamente cuando llegue nuestra hora, en remisión de nuestros pecados, ya que él la ofreció por los de todos.
B) v. 21. -Di que estos mis dos hijos se sienten en tu Reino... Porque veía la madre que Jesús subía a Jerusalén, y hacía poco había dicho que se sentarían los Apóstoles, como asesores suyos, para juzgar las doce tribus de Israel (Mt. 19, 28), creyendo que va a la capital para fundar su reino, le pide las dos primeras plazas Para sus dos hijos. Excusan los intérpretes a esta madre, por su abnegación en seguir a Jesús, dejando al marido, y ayudarle con sus bienes; por el deseo de que sus hijos estén cerca de Jesús: por el natural amor materno, que quiere lo mejor para los hijos. Nosotros debemos aprovechar lo que la actitud de la madre tiene de bueno, y dejar lo defectuoso: aspirar a una estrecha unión con Jesús, a participar de sus gracias, a hacernos dignos de su predilección a tener en la gloria un trono refulgente, es cosa santa; Para ello, como los hijos del Zebedeo, se valieron de la influencia de su madre para pedir a Jesús, debemos valernos de la prepotencia de la nuestra que está en los cielos, María, Madre del mismo Jesús. Pero debemos despojarnos de toda ambición, no sólo de la tierra, Sino hasta de gracias y carismas extraordinarios, que Dios concede libérrimamente a quien quiere, según los fines de su providencia.
c) v. 22. - No sabéis lo que pedís. - No es extraño que los hijos del Zebedeo no sepan lo que piden, cuando el mismo Príncipe de los Apóstoles no sabía, en el Tabor, lo que se decía, comenta Crisóstomo. Porque a veces consintió el Señor que sus discípulos pensasen o dijesen algo desordenado, para hallar en su culpa ocasión de enseñarnos la doctrina verdadera, sabiendo que el error los discípulos no daña, estado el Maestro presente, y que su doctrina edifica, no sólo para el presente, sino para lo futuro. La próvida sabiduría del divino Maestro, que de estas desviaciones de sus Apóstoles supo sacar altos y profundos conceptos y ejemplos para nuestra edificación.
D) v. 23. -No me pertenece a mí darlo a vosotros... -No pertenece ahora, porque todavía no es la hora de ejercer de Juez y dar a cada uno lo que le toca. No le pertenece, porque con vocación a la fe se atribuye al Padre (Rom. 8, 30; 1 Cor. 1, Gal. 1, 6, etc.); como nadie va al Hijo si el Padre no le atrae (Ioh. 6, 44); como el Padre conserva para el Hijo a aquellos que le ha dado (Ioh, 17, 11); así al Padre se atribuye la predestinación y la concesión de los lugares que cada cual se haya gloria; es que la predestinación y la posesión del cielo se atribuyen al poder y a la providencia de Dios, y éstos son atributos del Padre hasta el punto de que note Maldonado que en ningún lugar Escritura se atribuye a otro que al Padre la predestinación. Jesús aquí, por lo mismo, como siervo, como Hijo del hombre porque en cuanto Dios, es igual al Padre, " y hace las mismas cosas que el Padre" (Ioh. 5, 17, 10).
E) v. 24. -Los diez se indignaron contra los dos hermanos... Como los dos hermanos pidieron según la carne, así los diez compañeros se indignaron también según la carne: porque cosa vituperable es querer sobreponerse a todos; pero es cosa excepcional demasiado gloriosa tolerar que otro esté sobre nosotros, dice el Crisóstomo. Así, debemos reprimir en nosotros tanto la ambición que nos impele a subir nosotros, como la envidia y los celos, que nos obligan a querer disminuyan los demás.
F) v. 26. - Entre vosotros, todo el que quisiere ser vuestro criado... - Los príncipes del mundo son tales, dice el Crisóstomo, que dominan a los demás, les imponen gabelas y usan de ellos para su propia utilidad, hasta la muerte; en cambio príncipes de la Iglesia son constituidos para que sirvan a los que son inferiores a ellos, y les administren todo lo que recibieron a Cristo, posponiendo sus propias utilidades y buscando las ajenas no rehuyendo morir por la salud de los interiores. Por lo mismo desear los primeros puestos en la Iglesia, ni es justo, ni útil. Ningún hombre en juicio se somete voluntariamente a la servidumbre y peligro de dar cuenta de toda la Iglesia; a no ser quien no el juicio de Dios, abusando aseglaradamente de la preeminencia eclesiástica y convirtiéndolo en principado civil.
(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. I I, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1966, 314 -320)
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Exégesis: José M. Bover -- Ambición de los hijos del Zebedeo. 20, 20-28. (Mc. 10, 35-45).
20 Entonces se llegó a él la madre de los hijos de Zebedeo junto con sus hijos postrándose y en ademán de pedirle algo. 21 la dijo:
- ¿Qué quieres?
Dícele:
-Di que se sienten estos dos hijos míos uno a tu diestra y uno a tu izquierda en tu reino.
22 Respondiendo Jesús dijo:
-No sabéis qué cosa pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?
Dícenle:
Podemos.
Dceles:
-Mi cáliz ciertamente beberéis; mas el sentarse a mi derecha y a mi izquierda, no me corresponde a mí otorgar eso, sino que es para quienes está reservado por mi Padre.
24 Y en cuanto oyeron éstos los diez, se enojaron con los dos hermanos. 25 Mas Jesús llamándoles a sí dijo:
-Sabéis que los jefes de las naciones los tratan despótica mente y los grandes abusan con ellos de su autoridad. 26 No así ha de ser entre vosotros; antes quien quisiere entre vosotros venir a ser grande, será vuestro servidor; 27 quien quisiere entre vosotros ser primero, será vuestro esclavo: 28 como el Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.
20 Evidentemente la madre y los hijos proceden de común acuerdo; lo que no se dice es de quién procedió la iniciativa. Pero las sospechas, naturalmente, recaen sobre los hijos.
21 "Di que se sienten...": el Señor había prometido a los Doce que se sentarían "sobre doce tronos"; ahora Juan y Santiago piden para sí los dos primeros asientos. Veladamente aspiran a suplantar a Pedro, el único que podía hacerles sombra.
22 - 23 En la petición de Juan y de Santiago distingue el Señor dos cosas muy distintas: una general, que ellos daban ya por supuesta, el sentarse efectivamente en alguno de los doce tronos; otra particular, que ellos ahora pedían, el ocupar los dos primeros asientos. Respecto de la primera les advierte que, para que la promesa se haga efectiva, es menester que, como él, pasen antes por la pasión; y en este sentido les pregunta: " beber el cáliz...?" Respecto de la segunda les da a entender que semejantes prerrogativas no se otorgan con intrigas ambiciosas, sino por el beneplácito de su Padre, a quien está reservado el concederlas.
Si la pretensión de Juan y de Santiago nacía de ambición, no nació ciertamente de sobra de humildad el enojo de los otros diez "con los dos hermanos". Pero la humildad que ahora no mostraron, tuviéronla más tarde al referir a todo el mundo estas mezquindades y flaquezas humanas.
25 Maestro en vez de enojarse con la poca humildad de los dos .y de los diez, aprovecha la oportunidad que sus piques le ofrecen para instruirles sobre lo que habrá de ser el ejercicio de la autoridad en su Iglesia. Al despotismo abusivo con que la ejercen "los jefes de las naciones" y "los grandes" de la tierra contrapone la humildad y el espíritu de "servicio" con que ellos habrán de ejercerla. De hecho "el primero" en la Iglesia tendrá como timbre de gloria el apellidarse "el siervo de los siervos de Dios". Como ejemplo y estímulo de semejante humildad servicial les propone al "Hijo del hombre", que "no vino a ser servido, sino a servir", "tomando forma de esclavo" (Filp. 2, 7).
28 "A dar su vida como rescate por muchos": eco fiel de estas palabras del divino Maestro son estas otras de San Pablo: "Se dio a sí mismo como precio de rescate por todos" (1 Tim. 2, 6). Con ellas se nos revela el dogma fundamental de la redención humana y se proclama a Cristo como Redentor de los hombres. Para su inteligencia hay que notar: 1) que los hombres eran esclavos y cautivos de satanás, del pecado y de la muerte; 2) que de esta esclavitud y cautiverio los rescató el Hijo del hombre; 3) que el precio dado por su rescate fue él mismo, es decir, su sangre y su vida; 4) que el beneficio de este rescate o liberación recayó sobre "muchos", esto es, sobre la muchedumbre del género humano, o, como dice San Pablo, sobre "todos" los hombres; aunque de hecho no todos hayan querido aprovecharse de este beneficio.
(José M. Bover, S.J., El Evangelio de San Mateo, Editorial Balmes, Barcelona, 1946, 368-370)
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Comentario Teológico: Xavier Leon-Dufour - Servir
La palabra servicio adopta dos significados opuestos en la Biblia, según designe la sumisión del hombre a Dios o la sujeción del hombre por el hombre bajo la forma de esclavitud. La historia de la salvación enseña que la liberación del hombre depende de su sumisión a Dios y que "servir a Dios es reinar" (Bendición de los ramos). I. Servicio y esclavitud. En las mismas relaciones humanas servir significa ya dos situaciones concretas profundamente diferentes: la del*esclavo, tal como aparece en el mundo pagano, en que el hombre en servidumbre está puesto al nivel de los animales y de las cosas, y la del *servidor, tal como la define la ley del pueblo de Dios: el esclavo no deja de ser hombre y tiene su puesto en la familia, de modo que siendo verdadero servidor puede llegar a ser en ella hombre de confianza y heredero (Gén 24,2; 15,3). El vocabulario también es ambiguo: `abad (hebr.) y duleuein (gr.) se aplican a las dos situaciones. Sin embargo hay servicios, en los que la dependencia tiene carácter honorífico, sea el servicio del rey por sus oficiales (hebr. serat), sean los servicios oficiales, en el primer rango de los cuales se halla el servicio cultual (gr. leiturgein).
II. AT: Servicio cultual u obediencia. Servir a Dios es un honor para el pueblo con el que él ha hecho alianza. Pero nobleza obliga. Yahveh es un Dios celoso que no puede soportar rivales (Dt 6,15), como lo dice una Escritura que citará Cristo: "Adorarás al Señor tu Dios y a él solo servirás" (Mt 4,10; cf. Dt 6,13). Esta fidelidad debe manifestarse en el culto y en la conducta. Tal es el sentido del precepto, en que se acumulan los sinónimos del servicio de Dios: "Seguiréis a Yahveh, le temeréis, guardaréis sus mandamientos, le obedeceréis, le serviréis y os allegaréis a él" (Dt 13,4-5).
1. Servicio cultual. Servir a Dios es primero ofrecerle dones y sacrificios y asumir el cuidado del templo. A este título los sacerdotes y los levitas son "los que sirven a Yahveh" (Núm 18; lSa 2,11.18; 3,1; Jer 33,21s). El *sacerdote se define, en efecto, como el guardián del santuario, el servidor del Dios que lo habita,. el intérprete de los oráculos que pronuncia (Jue 17,5s).
A su vez el fiel que cumple un acto de culto "viene a servir a Yahveh" (2Sa 15,8). Finalmente, la expresión designa el culto habitual de Dios y viene a ser poco a poco sinónimo de *adorar (Jos 24,22).
2. Obediencia. El servicio que exige Yahveh no se limita a un culto ritual; se extiende a toda la vida mediante la *obediencia a los mandamientos. Los profetas y el Deuteronomio no cesan de repetirlo: "La obediencia es preferible al mejor sacrificio" (lSa 15,22; cf. Dt 5,29ss), revelando la exigente profundidad de esta obediencia: "Lo que yo quiero es amor, no sacrificios" (Os 6,6; cf. Jer 7).
III. Servir a Dios sirviendo a los hombres. Jesús utiliza los términos mismos de la ley y de los profetas (Mt 4,10; 9,13) para recordar que el servicio de Dios excluye cualquier otro culto y que en razón del amor que lo inspira debe ser integral. Puntualiza el nombre del rival que puede poner obstáculo a su servicio: el dinero, cuyo servicio hace al hombre injusto (Lc, 16,9) y cuyo amor dirá el Apóstol, haciéndose eco del Maestro, que es un culto *idolátrico (Ef 5,5). Es preciso escoger: "No se puede servir a dos señores... No podéis servir a Dios y al dinero" (Mt 6,24 p). Si se ama al uno, se odiará y se despreciará al otro. Por eso la renuncia a las riquezas es necesaria a quien quiera *seguir a Jesús, que es el *siervo de Dios (Mt 19,21).
1. El servicio de Jesús. El Hijo muy amado, enviado por Dios para coronar la obra de los servidores del AT (Mt 21,33... p), viene a servir. Desde su infancia afirma que le reclaman los asuntos de su Padre (Lc 2,49). El desarrollo de su vida entera está bajo el signo de un "hay que", que expresa su ineluctable dependencia de la *voluntad del Padre (Mt 16,21 p; LG 24,26); pero tras esta necesidad del servicio que lo lleva a la cruz revela Jesús el amor, único que le da su dignidad y su valor: "Es preciso que el mundo sepa que amo a mi Padre y que obro como me lo ha ordenado el Padre" (Jn 14,30).
Sirviendo a Dios salva Jesús a los hombres reparando así su negativa de servir, y les revela cómo quiere ser servido el Padre : quiere que se consuman en el servicio de sus hermanos como Jesús mismo lo hizo, Jesús que es su señor y su maestro: "El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida" (Mc 10,45 p); "Yo os he dado ejemplo... El servidor no es mayor que el amo" (Jn 13,15s); "Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve" (Lc 22,27).
2. La grandeza del servicio cristiano. Los servidores de Cristo son en primer lugar los servidores de la *palabra (Act 6,4; Le 1,2), los que anuncian el *Evangelio cumpliendo así un servicio sagrado (Rom 15,16; Col 1,23; Flp 2,22), "con toda *humildad", y si es preciso "en lágrimas y en medio de las *pruebas" (Act 20, 19). En cuanto a los que sirven a la comunidad, como lo hacen en particular los diáconos (Act 6,1-4), Pablo les enseña en qué condiciones este servicio será digno del Señor (Rom 12,7.9-13). Por lo demás, todos los cristianos por el bautismo han pasa-do, del servicio del pecado y de la ley, que era una esclavitud, al servicio de la justicia y de Cristo, que es la libertad (Jn 8,31-36; Rom 6-7; cf. lCor 7,22; Ef 6,6). Sirven a Dios como hijos y no como esclavos (Gál 4), pues sirven en la novedad del Espíritu (Rom 7,6). La gracia, que los hizo pasar de la condición de servidores a la de *amigos de Cristo (Jn 15,15) les da poder servir tan fiel-mente a su Señor que están ciertos de participar en su gozo (Mt 25,14-23; Jn 15,1Os). -> Culto - Esclavo - Libertad - Obediencia - Siervo de Yahveh.
(LEON-DUFOUR, XAVIER, Vocabulario de Teología Bíblica, Herder, Barcelona, 2001)
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Santos Padres: San Juan Crisóstomo - Sentarse a su derecha y a su izquierda
2. Sin embargo, nada de esto podía infundirles confianza, a pesar de que estaban constantemente oyendo hablar de resurrección. Y es que, juntamente con la muerte, lo que más los turbaba era oírle hablar de escarnios, de azotes y cosas semejantes. Ahora bien, cuando consideraban los milagros que el Señor había hecho, los endemoniados que había liberado, los muertos que había resucitado y los otros prodigios que había obrado, y le oían luego todo eso de insultos, azotes y muerte, se quedaban perplejos de que quien tales prodigios hacía, tales ignominias hubiera de sufrir. De ahí que pararan en verdadera confusión, y unas veces lo creían y otras se negaban a creerlo y no podían comprender lo que se les decía. Y hasta punto tal había llegado su confusión, que a raíz mismo de haberles hablado el Señor de su pasión, los hijos de Zebedeo se le acercaron a hablarle a Él de los primeros puestos. Porque: Queremos-le dicen- que uno de nosotros se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda
-¿Cómo, pues, dice el evangelista que comentamos, que fue la madre quien se acercó al Señor a pedirlo para sus hijos -Es natural que se dieran ambas cosas. Los discípulos tomaron consigo a su madre para dar más eficacia a su pretensión y mover así más fácilmente a Cristo. Pero que en realidad, como he dicho, la pretensión venía de ellos y que sólo por vergüenza echan por delante a su madre, pruébalo el hecho de que a ellos dirige Cristo su respuesta. Pero sepamos antes qué es lo que le vienen a pedir estos dos discípulos, con qué intención lo piden y cómo pudieron tener ese pensamiento. - ¿Cómo, pues, vinieron en ello? -Es que se veían más honrados que los demás, y de ahí nació su confianza de que habían de salir con aquella pretensión. -Pero ¿qué es en definitiva lo que piden?
Escuchad con qué claridad nos lo descubre otro evangelista. Como estaban-dice-cerca de Jerusalén y la aparición del reino de Dios parecía inminente, de ahí la súplica de los dos discípulos. Imaginábanse éstos, en efecto, que el reino de Dios estaba ya llamando a las puertas y que era, naturalmente, un reino terreno, y que, de alcanzar lo que pedían, no habían de sufrir molestias en su vida. Porque tampoco buscaban el reino por el reino, sino con intención de huir de las dificultades de la vida. De ahí también que el primer cuidado de Cristo es apartarlos de tales pensamientos, mandándoles estar dispuestos a sufrir la muerte violenta, los peligros y los más duros suplicios, Porque: ¿Podéis-les dice-beber el cáliz que yo voy he de beber? Mas nadie se escandalice de ver tan imperfectos a los apóstoles. Todavía no se había consumado el misterio de la cruz, todavía no se les había dado la gracia del Espíritu Santo. No. Si queréis conocer su virtud, mirad lo que fueron después, y los veréis por encima de toda pasión. Y si el evangelista descubre sus defectos, es justamente por que conozcáis qué tales fueron después de recibida la gracia. Porque que nada espiritual buscaban antes y que no tenían ni idea, del reino del cielo, bien patente queda en esta ocasión.
Mas veamos cómo se acercan al Señor y qué le piden: - Queremos dicen - que nos concedas lo que te vamos a pedir. Y Cristo a ellos: ¿Qué queréis?-les pregunta-. No porque ignorara lo que querían, sino para obligarles a contestar y descubrir su propia llaga, y aplicarles así la medicina. Mas ellos, confusos y avergonzados por haber dado aquel paso llevados de pasión humana, tomaron al Señor aparte de los otros discípulos y así le presentaron su demanda. Porque se adelantaron-dice el evangelista-sin duda para no ser vistos de los otros, y así le manifestaron lo que querían. Y querían, según yo creo, la preminencia, por haber oído decir al Señor: Os sentaréis sobre doce tronos; querían, digo, la preferencia entre aquellos doce asientos. Que la tenían ya sobre los otros, no les cabía duda; pero temían a Pedro. Y así dicen: Di que uno de nosotros se siente a tu derecha y otro a tu izquierda. Y le apremian con ese imperativo: Di. ¿Qué responde el Señor? Queriéndoles declarar que nada espiritual pedían, y que, de haber sabido lo que pedían, no se hubieran atrevido a pedir tamaña gracia, les dice: No sabéis lo que pedís. No sabéis cuán grande, cuán admirable, cuán por encima mismo de las potestades celestes está lo que pedís.
Y luego añade: ¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber y bañaos en el baño en que yo he de bañarme? Mirad cómo inmediatamente los aparta de sus imaginaciones, hablándoles justamente de lo contrario que ellos buscaban. Porque vosotros-parece decirles-me venís a hablar de honores y coronas, pero yo os hablo a vosotros de combates y sudores. No es éste aún, el momento de los premios ni mi gloria celeste ha de manifestarse por ahora. Ahora es tiempo de derramar la sangre, de luchar y de pasar peligros. Y mirad por otra parte cómo, por el modo mismo de preguntarles, los incita y atrae. Porque no dijo: "¿Estáis disueltos a dejaros pasar a cuchillo? ¿Sois capaces de derramar nuestra sangre"?, sino ¿cómo? ¿Podéis beber el cáliz? Y luego, para animarlos: ¿Que yo voy a beber? Pues el tener parte con Él había de hacerlos más animosos. Y llama nuevamente baño a su pasión para dar a entender la grande purificación que por ella había de venir al mundo entero.
Seguidamente le contestan: Podemos. Su fervor les impulsa a prometérselo inmediatamente, sin saber tampoco ahora lo que decían, pero con la esperanza de que recibirían lo que pedían. ¿Qué les dice, pues, Cristo? Mi cáliz, sí, lo beberéis, y con el baño que he de bañarme yo, os bañaréis también vosotros. Grandes bienes les profetiza. Como si les dijera: Seréis dignos de sufrir el martirio, sufriréis lo mismo que yo he de sufrir, terminaréis vuestra vida de muerte violenta, y en eso tendréis parte conmigo. Mas el sentaros a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí dároslo, sino a quienes está preparado por mi Padre.
Si puede alguien sentarse a la derecha del Señor
3. Habiendo, pues, levantado el Señor las almas de sus das discípulos, y ya que los hubo, hecho inatacables a la tristeza, pasa luego a corregir su petición. Pero ¿qué es en definitiva lo que aquí les dice? A la verdad, dos son los problemas que aquí se plantean muchos: uno, si está reservado para algunos sentarse a la derecha de Dios; y otro, si quien es Señor de todo no tiene poder de darlo a quienes les está reservado. ¿Cuál es, pues, el sentido de sus palabras? Si resolvemos el primer problema, el segundo quedará de suyo claro. ¿Qué hay, pues, que decir a la primera cuestión? Hay que decir que nadie ha de sentarse ni a la derecha ni a la izquierda de Dios. Aquel trono es inaccesible a todos. Y no digo a los hombres, a los santos y apóstoles, sino a los mismos ángeles y arcángeles ya todas las potestades de arriba. Por lo menos como privilegio del Unigénito lo pone Pablo cuando dice: ¿A quién de los ángeles dijo nunca: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies? Y a los ángeles dice: El que hace mensajeros suyos a los vientos.
Más al Hijo: Tu trono, ¡Oh Dios!, por el siglo del siglo. ¿Cómo dice, pues, Jesús: El sentarse a la derecha o a la izquierda no me toca a mí darlo? ¿Es que pensaba que algunos habían de sentarse? -No pensaba que hubiera de sentarse nadie; nada de eso. Lo que hacía era responder conforme a la idea que tenían sus preguntantes y condescender con su flaqueza. ¿Qué sabían sus discípulos de aquel altísimo trono ni de sentarse a la diestra del Padre, cuando desconocían cosas muy inferiores a ésta y que estaban oyendo diariamente? Lo que ellos buscaban era conseguir los primeros puestos, estar delante de los otros, no tener delante de sí a nadie al lado del Señor. Ya lo he indicado antes: Como habían oído hablar de aquellos doce tronos, sin saber lo que tales tronos significaban, buscaron ellos la preferencia de asientos.
Lo que Cristo, pues, les quiere decir es esto: "Morir, ciertamente moriréis por mí, derramaréis vuestra sangre por el Evangelio y tendréis parte en mi pasión. Pero esto no basta para que alcancéis la preminencia en los asientos y ocupéis los primeros puestos. Porque, si viniere otro que, juntamente con el martirio, posea todas las otras virtudes en grado superior a vosotros, no porque ahora os amo a vosotros y os prefiero a los demás, voy, a rechazar al que pregonan sus obras y daros a vosotros la primacía". Claro que el Señor no les habló en estos términos para no contristarlos; pero veladamente les vino a dar a entender eso mismo al decirles: Mi cáliz, sí, lo beberéis, y con el baño que he de bañarme yo, también os bañaréis vosotros; mas sentarse a mi derecha o mi izquierda, no me toca a mí darlo, sino que pertenece a quienes está preparado por mi Padre. - ¿Y para quiénes está preparado? -Para quienes por sus obras han sido capaces de hacerse gloriosos. Por eso no dijo: "No me toca a mí darlo, sino a mi Padre", pues pudieran echarle en cara debilidad e impotencia para recompensar a sus servidores. - ¿Pues cómo dijo? -No es cosa mía, sino de aquellos para quienes está preparado.
A fin de que resulte más claro mi pensamiento, pongamos un ejemplo y supongamos un agonoteta y luego un buen número de valientes atletas que bajan a la palestra. Dos de ellos, íntimos amigos del agonoteta, acercan y le dicen, confiando precisamente en su amistad y benevolencia: "Haz que a todo trance se nos corone y proclame campeones". El agonoteta les contestaría: "No me toca a mi dar eso, sino que pertenece a quienes se lo ganen por sus esfuerzos y sudores". ¿Tendríamos en este caso por débil el agonoteta? ¡De ninguna manera! Más bien le alabaríamos por su espíritu de justicia y su imparcialidad. Ahora bien, como a éste no le tendríamos por impotente para dar la corona, sino por hombre que no quiere infringir la ley de los combates ni turbar el orden de la justicia; por semejante manera diría yo que Cristo dio esa respuesta a sus dos discípulos para impulsarlos por todos lados a que, después de la gracia de Dios, pusieran la confianza de su salvación y de su gloria en sus propias buenas obras. De ahí que diga: Para quienes está preparado. Porque ¿y si aparecen otros mejores que vosotros? ¿Y si han llevado a cabo obras mayores que las vuestras? ¿Por ventura porque seáis mis discípulos, es ello bastante razón para que consigáis los primeros puestos, si vosotros no os mostráis dignos de la elección? Porque que Él sea señor de todo, es evidente por el hecho de que Él posee todo el juicio. Y es así que a Pedro le dijo: Yo te daré las llaves del reino de los cielos. Y lo mismo declara Pablo cuando dice: Ya sólo me falta la corona de justicia, que me dará el Señor, justo juez, en aquel día. Y no sólo a mí, sino a todos los que aman su aparición". Y aparición de Cristo se llama su presente advenimiento. Ahora bien, que nadie ha de estar delante de Pablo, cosa evidente es para todo el mundo. Por lo más, si Cristo dijo todo esto con alguna oscuridad, no hay porqué maravillarse. Quería Él despachar prudentemente a sus discípulos para que no le molestaran más sin razón
ni modo sobre primacías, ya que todo el asunto procedía de pasión humana, y no quería, por otra parte, contristarlos demasiado. Una y otra cosa consigue por aquella relativa oscuridad.
Los apóstoles se enfadan
Entonces se irritaron los diez contra los dos. Entonces. Cuándo? Cuando el Señor los hubo reprendido. Porque mientras la preferencia había sido decretada por Cristo, no se irritaron, y, por muy honrados que los vieran, lo aceptaban y callaban por respeto y consideración a su maestro. Quizá allá en sus adentros lo sentían, pero nada se atrevían a sacar a pública plaza.
Y cuando también de Pedro sintieron algún celillo humano, con ocasión de pagar el didracma, no se enfadaron, sino que se contentaron con preguntarle al Señor: Luego, ¿quién es el mayor en el reino de los cielos?" Mas como ahora la petición había partido de los dos discípulos, de ahí la irritación de los demás. Y ni aun ahora se irritan inmediatamente, es decir, en el momento de presentar aquéllos su petición, sino cuando Cristo los reprendió y les dijo que no habían de alcanzar los primeros puestos si no se hacían merecedores de ellos.
La imperfección de los apóstoles
4. Ya veis cuán imperfectos eran todos, lo mismo estos dos, que intentaban levantarse sobre los diez, que los diez, que envidiaban a los dos. Mas; como anteriormente dije mostrádmelos después, y veréis cuán libres están de todas estas pasiones. Escuchad, por ejemplo, cómo este mismo Juan que ahora se presentó al Señor con esas pretensiones, luego cede siempre el primer lugar a Pedro, tanto para dirigir la palabra al pueblo como para obrar milagros. Testigo el libro de los Hechos de los Apóstoles. Y no oculta sus merecimientos, sino que nos relata la confesión que hizo cuando los otros se callaron y cómo más adelante entró en el sepulcro, y en todo momento lo antepone a sí mismo.
Porque, como uno y otro asistieron a la pasión del Señor, Juan abrevia su propio elogio, diciendo simplemente: Aquel discípulo era conocido del pontífice. En cuanto a Santiago, no sobre-vivió mucho tiempo, sino que, desde los comienzos, fue tal su fervor y, dejando atrás todo lo humano, se levantó en su carrera a tan inefable altura, que fue inmediatamente degollado. Por semejante manera, todos los otros se elevaron después a la cúspide de la virtud. Mas entonces se enfadaron. ¿Qué hace, pues, Cristo? Llamándolos a sí, les dice: Los gobernantes de las naciones dominan sobre ellas. Como los diez se habían alborotado y turbado, el Señor trata de calmarlos por el hecho mismo de llamarlos antes de hablar y por su benignidad al tenerlos a su lado. Porque, en cuanto a los otros dos, que se habían arrancado del corro de los diez, allí estaban hablando a solas con el Señor. De ahí que llame a los otros cerca de si, y por este gesto de su bondad, por el hecho de desacreditar la pretensión de los dos y exponerla ante los demás, trata de calmar la pasión de unos y de otros.
Mas en el caso presente no reprime el Señor el orgullo de los discípulos del modo que lo hiciera antes. Antes les había puesto en medio un niño chiquito y les mandó imitar su sencillez y humildad. Ahora su reprensión es más enérgica, y, poniéndoles delante lo contrario, de lo que deben ellos hacer, les dice: Los gobernantes de las naciones dominan sobre ellas y los grandes les hacen sentir su autoridad. Mas entre vosotros no ha de ser así, sino quien quiera entre vosotros ser grande, ése ha de ser el servidor de todos, y el que quiera ser el primero, sea el último de todos. Lo cual era darles bien claro a entender que pretender primacías era cosa de gentiles. Realmente, la pasión es muy tiránica y molesta aun a los grandes varones. De ahí la necesidad de asestarle más duro golpe. De ahí también que el Señor los hiera más en lo vivo, confundiendo la hinchazón de su alma por la comparación con los gentiles, y así corta la envidia de los unos y la ambición de los otros poco menos que diciéndoles: No os molestéis como injuriados. A sí mismos más que a nadie se dañan y deshonran los que andan ambicionando primeros puestos, ya que por ello se ponen entre los últimos.
Porque no pasa entre nosotros como entre los gentiles. Los gobernantes de los gentiles, sí, dominan sobre ellos; pero conmigo, el que se haga el último, ése es el primero. Y que esto no lo digo sin razón, en lo que hago y sufro tenéis la prueba. Porque yo he hecho algo más. Siendo rey de las potestades de arriba, quise hacerme hombre y acepté ser despreciado e injuriado; y no me contenté con esto, sino que llegué hasta la muerte. Que es lo que ahora dice: Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate de muchos. Porque no me detuve-parece decir-en eso, sino que di también mi vida en rescate... - ¿De quiénes? ¡De mis enemigos! Si tú te humillas, por ti mismo te humillas; pero si me humillo yo, me humillo por ti. No temas, pues, como si te quitaran tu honra. Por mucho que te humilles, jamás podrás llegar tan bajo como llegó tu Señor. Sin embargo, este abajamiento fue la exaltación de todos, a par que hizo brillar la propia gloria del Señor. En efecto, antes de hacerse hombre sólo es conocido de los ángeles; mas después que se hizo hombre, no sólo no disminuyó aquella gloria, sino que añadió otra, la que le vino del conocimiento de toda la tierra. No temas, pues, como si al humillarte se te quitara la honra, pues con ello no haces sino levantar más tu gloria, con ello no haces sino acrecentada. La humildad es la puerta del reino de los cielos. No echemos, pues, por el camino contrario, no nos hagamos la guerra a nosotros mismos. Porque, si queremos aparecer como grandes, no seremos grandes, sino los más despreciados de todos.
¿Veis cómo siempre los exhorta por lo contrario, dándoles lo que desean? En muchos casos hemos mostrado anteriormente este modo de proceder del Señor: así lo hizo con los amantes del dinero y " los vanidosos. Porque ¿qué razón te mueve a dar limosna delante de los hombres? ¿Para conseguir gloria? Pues no lo hagas así y la conseguirás absolutamente. ¿Y por qué razón atesoras? ¿Para enriquecerte? Pues no atesores y te enriquecerás absolutamente. Así procede también aquí. ¿Por qué ambicionas 1os primeros puestos? ¿Para estar por encima de los demás? Pues escoge el último lugar, y entonces obtendrás el primero. En conclusión, si quieres ser grande, no busques ser grande, y entonces serás grande. Porque lo otro es ser pequeño.
El orgullo abaja, la humildad exalta
5. Mirad cómo los apartó de su vicio, queriéndoles mostrar que por la soberbia iban al fracaso, y por la humildad al triunfo, a fin de que huyeran de la una y siguieran la otra. Y si les hizo mención de los gentiles, fue para mostrarles de ese modo cuán reprobable y abominable era la ambición de preeminencias y de mando. Porque forzoso es que el orgulloso esté bajo, y, por lo contrario, el humilde, alto. Y esta altura del humilde es la verdadera y legítima, ya que no se cifra en un puro nombre y palabras. La elevación mundana procede de necesidad y miedo; la nuestra, empero, se asemeja a la elevación misma de Dios. El humilde, aun cuando de nadie sea admirado, permanece elevado; el soberbio, empero, por más que todos le halaguen, sigue más bajo que nadie. Además, el honor tributado al orgulloso procede de fuerza; de ahí la facilidad con que se desvanece; mas el del humilde es libre y, por ende, también firme. Así admiramos a los santos; pues, siendo superiores a todos, se humillaron más que todos.
De ahí que hasta hoy permanecen elevados y ni la muerte los pudo hacer bajar de su altura. Mas, si os place, examinemos esto mismo por razonamiento. Alto se dice uno cuando lo es o por su talla o cuando se halla colocado sobre un lugar prominente; y bajo, en los casos contrarios. Veamos, pues, quién es lo uno o lo otro, el arrogante o el modesto, a fin de que caigas en la cuenta de cómo nada hay tan alto como la humildad, ni más a ras de tierra que la arrogancia. Ahora bien, el arrogante quiere ser más que todos los otros, no tiene a nadie por digno de sí mismo; cuantos más honores alcanza, más ambiciona y pretende, y piensa no haber alcanzado ninguno, desprecia a los hombres y se perece por sus honras. ¿Puede haber nada más insensato? La cosa parece realmente un enigma. A los mismos que tiene por nada, de ésos pretende ser glorificado.
¿Veis cómo el que quiere exaltarse cae y se arrastra por tierra? Porque, que el arrogante tiene a todos los hombres por nada comparados consigo mismo, él mismo lo afirma y en eso cabalmente consiste la arrogancia. ¿A qué corres entonces tras el que no es nada? ¿A qué buscas honor de él? ¿A qué andas rodeado de tanta muchedumbre de gentes? ¿Veis cómo el soberbio es bajo y está en lo bajo? Pues, ea, examinemos al humilde, al de verdad alto. Éste sabe lo que es el hombre, cuán grande cosa es el hombre. Y como a sí mismo se tiene por el último de todos, de ahí que cualquier honor que se le tribute lo tiene por cosa grande. De suerte que sólo el humilde es consecuente consigo mismo, y está elevado, y no cambia de parecer. Puesto que tiene a los hombres por grandes, cree que sus honras, por pequeñas que sean, son también grandes, desde el momento que considera a aquéllos por grandes. El arrogante, en cambio, tiene por nada a quienes le honran, pero sentencia que sus honras son grandes.
Además, el humilde no es presa de pasión alguna: ni la ira, ni la vanagloria, ni la envidia, ni los celos podrán molestarle, ¿Y qué puede haber más elevado que un alma exenta de estas pasiones? El soberbio, empero, por todas-estas pasiones se ve dominado, como un vil gusano que se revuelve entre el barro. Y, en efecto, los celos, la envidia, la ira, están constantemente atormentan o a su alma. ¿Quién está, pues, más alto: el que está por encima de sus pasiones o el que es esclavo de ellas? ¿El que teme y tiembla ante ellas o el que es a ellas inatacable y jamás puede ser por ellas dominado? ¿Qué ave diríamos que vuela más alta que va muy por encima de las manos y trampas del cazador la que cae en manos de éste sin necesidad de trampa alguna, por no poder volar ni remontarse por los aires? Tal es el orgulloso. Cualquier lazo le coge fácilmente, pues va siempre arrastrándose por el suelo.
Prosigue el ataque contra el soberbio
6. Mas, si os place, examinad lo que decimos por aquel malvado demonio. ¿Qué puede, en efecto, haber de más bajo que el diablo después que quiso exaltarse? ¿Qué de más alto que el hombre apenas quiere humillarse? El diablo se arrastra por el suelo, puesto debajo de nuestro talón. Porque: Caminad-dice el Señor-por encima de serpientes y escorpiones. El hombre humilde, en cambio, está arriba entre los ángeles. Mas si eso mismo lo queréis saber por los hombres soberbios, considerad aquel bárbaro que trajo consigo tan enorme ejército y que no sabía lo que es evidente a todo el mundo, por ejemplo, que una piedra es sólo una piedra, y los ídolos, ídolos. De ahí que se hallaba más bajo que piedras e ídolos. Mas los piadosos y creyentes se lanzan más allá del mismo sol. ¿Cabe elevación mayor? Pues ellos pasan todavía las bóvedas del cielo y, dejando atrás a los ángeles, se presentan ante el mismo trono regio de Dios. Por otro lado, podéis daros cuenta del poco valor de un soberbio. ¿Quién es natural que esté bajo: aquel a quien Dios ayuda o aquel a quien Dios hace la guerra? Pues oíd ahora lo, que dice la Escritura acerca de los humildes y soberbios: Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes 19. Y todavía quiero haceros otra pregunta: ¿Quién estará más alto: el que ofrece sacrificio y ofrenda a Dios o el que está lejos de toda confianza en Él?
- ¿Y qué sacrificio-me dirás-ofrece el humilde? -Oye a David, que dice: Sacrificio es para Dios un espíritu contrito. Dios no despreciará un corazón contrito y humillado ¿Veis la pureza del humilde? Pues mirad también la impureza del soberbio. Porque: Impuro es-dice la Escritura -delante de Dios todo altanero de corazón. Aparte de eso, sobre el humilde descansa Dios: ¿Sobre quién fijaré mi mirada sino sobre el manso y tranquilo y que tiembla de mis palabras? Más el orgulloso es arrastrado juntamente con el diablo, cuyos tormentos tendrá también que sufrir. De ahí que el mismo Pablo dijera: No sea que, hinchado de orgullo, caiga en la condenación del diablo.
Por otra parte, al soberbio le sucede lo contrario de lo que quiere. Quiere, en efecto, ser orgulloso para ser honrado, y con ello no consigue sino hacerse el más vilipendiado de todos. Porque nadie tan ridículo como el soberbio, nadie tan aborrecido y enemigo de todo el mundo, tan fácil presa de sus contrarios, tan pronto para la ira, tan impuro delante de Dios. ¿Qué puede, pues, haber peor que eso? Ése es, en efecto, el límite del mal. Mas ¿qué hay más agradable, qué cosa hay más feliz que un hombre humilde? Los humildes son los queridos y predilectos de Dios, ellos gozan del honor de los hombres, a ellos los estiman como a padres, los saludan como a hermanos y los aman como miembros propios.
Exhortación final: Seamos humildes para ser exaltados
Seamos, pues, humildes para ser exaltados. A la verdad, Nada hay que tan profundamente nos abaje como la soberbia. Esta fue la que hundió a Faraón. Porque: No sé-dice-quién Es el Señor. Y, por haber hablado así, vino a ser más vil que las moscas, las ranas y las orugas, y, después de eso, fue hundido en el mar con sus carros y caballos. Lo contrario de Faraón fue Abrahán: Yo soy-dice-polvo y ceniza; y por esa humildad venció a infinitos bárbaros y, después de caer en medio de Egipto, logró salir de allí con más brillante trofeo de gloria que antes y, abrazado siempre con esa virtud, cada día se hizo más glorioso. Por eso es su nombre celebrado por todas partes, por eso se le corona y proclama; Faraón, en cambio, sólo es ya polvo y ceniza o cualquier cosa más vil que el polvo y la ceniza. Porque nada aborrece Dios tanto como la soberbia. De ahí que desde el principio no dejó Él piedra por mover para arrancar y destruir esta pasión. Por ella nacimos mortales, entre dolores y lamentos. Por ella nos hallamos en trabajo, en sudor y en fatiga continua y desastrada. Porque por soberbia pecó el primer hombre, al pretender hacerse igual a Dios. Por eso no conservó ni lo que tenía, sino aun eso lo perdió. Tal es, en efecto, la soberbia. No sólo no añade nada bueno a nuestra vida, sino que nos daña en lo que tenemos. Al revés de la humildad, que no sólo no nos daría en lo que tenemos, sino que nos añade lo que no teníamos. La humildad, pues, emulemos, la humildad sigamos, a fin de gozar de la presente vida y alcanzar la eterna gloria, por la gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, con el cual sea al Padre gloria y poder, juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre San Mateo, Homilía 65, Ed. BAC, Madrid, 1966, pp. 338-354)
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Aplicación: San Juan Pablo II "El Hijo del hombre ha venido para servir"
1. "El Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10, 45).
Estas palabras del Señor, amadísimos hermanos y hermanas, resuenan hoy, jornada mundial de las misiones, como buena nueva para toda la humanidad y como programa de vida para la Iglesia y para cada cristiano. Lo ha recordado al inicio de la celebración el cardenal Jozef Tomko, prefecto de la Congregación para la evangelización de los pueblos, informando de que se hallan presentes, esta mañana, en esta plaza, delegados de 127 naciones que han participado en el Congreso misionero internacional, y estudiosos de varias confesiones que han venido para el Congreso misionológico internacional. Agradezco al cardenal Tomko las palabras de felicitación que me ha dirigido y todo el trabajo que, juntamente con los miembros de la Congregación que preside, lleva a cabo al servicio del anuncio del Evangelio en el mundo.
"El Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida como rescate por muchos". Estas palabras constituyen la auto-presentación del Maestro divino. Jesús afirma de sí mismo que vino para servir y que precisamente en el servicio y en la entrega total de sí hasta la cruz revela el amor del Padre. Su rostro de "siervo" no disminuye su grandeza divina; más bien, la ilumina con una nueva luz.
Jesús es el "Sumo Sacerdote" (Hb 4, 14); es el Verbo que "estaba en el principio en Dios: todo fue hecho por él, y sin él no se hizo nada de cuanto existe" (Jn 1, 2). Jesús es el Señor, que "a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo" (Flp 1, 6-7); Jesús es el Salvador, al que "podemos acercarnos con plena confianza". Jesús es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6), el pastor que ha dado la vida por las ovejas (cf. Jn 10, 11), el jefe que nos lleva a la vida (cf. Hch 3, 15).
2. El compromiso misionero brota como fuego de amor de la contemplación de Jesús y del atractivo que posee. El cristiano que ha contemplado a Jesucristo no puede menos de sentirse arrebatado por su esplendor (cf. Vita consecrata, 14) y testimoniar su fe en Cristo, único Salvador del hombre. ¡Qué gran gracia es esta fe que hemos recibido como don de lo alto, sin ningún mérito por nuestra parte! (cf. Redemptoris missio, 11).
Esta gracia se transforma, a su vez, en fuente de responsabilidad. Es una gracia que nos convierte en heraldos y apóstoles: precisamente por eso decía yo en la encíclica Redemptoris missio que "la misión es un problema de fe, es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros" (n. 11). Y también: "El misionero, si no es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble" (ib., 91).
Fijando nuestra mirada en Jesús, el misionero del Padre y el sumo sacerdote, el autor y perfeccionador de nuestra fe (cf. Hb 3, 1; 12, 2), es como aprendemos el sentido y el estilo de la misión.
3. Él no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida por todos. Siguiendo las huellas de Cristo, la entrega de sí a todos los hombres constituye un imperativo fundamental para la Iglesia y a la vez una indicación de método para su misión. Entregarse significa, ante todo, reconocer al otro en su valor y en sus necesidades. "La actitud misionera comienza siempre con un sentimiento de profunda estima frente a lo que "en el hombre había", por lo que él mismo, en lo íntimo de su espíritu, ha elaborado respecto a los problemas más profundos e importantes; se trata de respeto por todo lo que en él ha obrado el Espíritu, que "sopla donde quiere"" (Redemptor hominis, 12).
Como Jesús reveló la solidaridad de Dios con la persona humana asumiendo totalmente su condición, excepto el pecado, así la Iglesia quiere ser solidaria con "el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos" (Gaudium et spes, 1).
Se acerca a la persona humana con la discreción y el respeto de quien quiere prestar un servicio y cree que el servicio primero y mayor es el de anunciar el Evangelio de Jesús, dar a conocer al Salvador, a Aquel que ha revelado al Padre y a la vez ha revelado el hombre al hombre.
4. La Iglesia quiere anunciar a Jesús, el Cristo, hijo de María, siguiendo el camino que Cristo mismo recorrió: el servicio, la pobreza, la humildad y la cruz.
Por tanto, debe resistir con fuerza a las tentaciones que el pasaje evangélico de hoy nos permite entrever en el comportamiento de los dos hermanos, los cuales querían sentarse "uno a la derecha y otro a la izquierda" del Maestro, y también de los demás discípulos, que se dejaron llevar del espíritu de rivalidad y competencia. La palabra de Cristo traza una neta línea de división entre el espíritu de dominio y el de servicio. Para un discípulo de Cristo ser el primero significa ser "servidor de todos".
Es una alteración radical de valores, que sólo se comprende dirigiendo la mirada al Hijo del hombre "despreciado y abandonado de los hombres, varón de dolores y familiarizado con el sufrimiento" (Is53, 3). Son las palabras que el Espíritu Santo hará comprender a su Iglesia con respecto al misterio de Cristo. Sólo en Pentecostés los Apóstoles recibirán la capacidad de creer en la "fuerza de la debilidad", que se manifiesta en la cruz.
Y aquí mi pensamiento va a los numerosos misioneros que, día tras día, en silencio y sin el apoyo de fuerzas humanas, anuncian y, antes aún, testimonian su amor a Jesús, a menudo hasta dar su vida, como ha acontecido también recientemente. ¡Qué espectáculo contemplan los ojos del corazón! ¡Cuántos hermanos y hermanas consumen generosamente sus energías en las avanzadillas del reino de Dios! Son obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, que nos representan a Cristo, lo muestran concretamente como Señor que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida por amor al Padre y a los hermanos. A todos va mi aprecio y mi gratitud, así como un afectuoso estímulo a perseverar con confianza. ¡Ánimo, hermanos y hermanas: Cristo está con vosotros!
Pero todo el pueblo de Dios debe colaborar con quienes trabajan en la vanguardia de la misión "ad gentes", dando cada uno su contribución, como intuyeron y subrayaron muy bien los fundadores de las Obras misionales pontificias: todos pueden y deben participar en la evangelización, incluso los niños, incluso los enfermos, incluso los pobres con su óbolo, como el de la viuda cuyo ejemplo señaló Jesús (cf. Lc 21, 1-4). La misión es obra de todo el pueblo de Dios, cada uno en la vocación a la que ha sido llamado por la Providencia.
5. Las palabras de Jesús sobre el servicio son también profecía de un nuevo estilo de relaciones que es preciso promover no sólo en la comunidad cristiana, sino también en la sociedad. No debemos perder nunca la esperanza de construir un mundo más fraterno. La competencia sin reglas, el afán de dominio sobre los demás a cualquier precio, la discriminación realizada por algunos que se creen superiores a los demás y la búsqueda desenfrenada de la riqueza, están en la raíz de las injusticias, la violencia y las guerras.
Las palabras de Jesús se convierten, entonces, en una invitación a pedir por la paz. La misión es anuncio de Dios, que es Padre; de Jesús, que es nuestro hermano mayor; y del Espíritu, que es amor. La misión es colaboración, humilde pero apasionada, en el designio de Dios, que quiere una humanidad salvada y reconciliada. En la cumbre de la historia del hombre según Dios se halla un proyecto de comunión. Hacia ese proyecto debe llevar la misión.
A la Reina de la paz, Reina de las misiones y Estrella de la evangelización le pedimos el don de la paz. Invocamos su maternal protección sobre todos los que generosamente colaboran en la difusión del nombre y del mensaje de Jesús. Que ella nos obtenga una fe tan viva y ardiente que haga resonar con fuerza renovada a los hombres de nuestro tiempo la proclamación de la verdad de Cristo, único Salvador del mundo.
Al final deseo recordar las palabras que pronuncié, hace veintidós años, en esta misma plaza. "¡No tengáis miedo! Abrid las puertas a Cristo!".
(JUAN PABLO II, Homilía, Jornada mundial de las misiones, Domingo 22 de octubre de 2000)
Aplicación: P. CARLOS MIGUEL BUELA, I.V.E. - ¿Podemos?
"El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo (...) Debe, con su inquietud, incertidumbre e, incluso, con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en Él con todo su ser, debe apropiarse y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo".(Redemptor Hominis, 10a).
Los hombres suelen definirse, aun a veces sin querer, por medio de alguna palabra o imagen. Tenemos el caso de los Apóstoles Santiago y Juan que no son una excepción, ellos se definen con una palabra: ¡PODEMOS! Ellos fueron y son, ¡nada menos!: el primer Apóstol mártir y el primer Apóstol virgen. Ellos son aquellos a quienes, por el ímpetu de su espíritu, apodó el Señor; Boanerges (Mc 3,17), o sea, "Hijos del Trueno".
Por eso me parece que esta palabra Podemos es una hermosísima definición de la vida y de la obra de los dos hermanos, hijos de Zebedeo y de María Salomé, los compañeros de Simón como dice San Lucas (5,10). Cf. Mt 20,22
Hoy también nos pregunta a nosotros Nuestro Señor Jesucristo:
¿Podéis beber el cáliz que yo tengo que beber? ( Mt 20,22). Pregunta que, a mi modo de ver, encierra todo el magnífico programa que Jesús propone a los jóvenes cuando los llama a su seguimiento más de cerca.
¿Podéis...renunciar a padre, madre, hermanos, amigos...?
¿Podéis...renunciar a todos los bienes materiales, comodidades, confort, proyectos...? ¿Podéis...renunciar a tu patria, a tu idioma, a tus costumbres...?
¿Podéis...renunciar al uso del sexo siendo virgen no sólo en el cuerpo sino, sobre todo, en tu corazón, si Dios te llama a la vida consagrada...?
¿Podéis...comprometerte a ser fiel a tu esposo o a tu esposa por toda la vida...?
¿Podéis... renunciar a tu propio juicio, a tu propia voluntad, a tu propio honor, a tu propio gusto...?Debemos responder: " ¡Podemos! Con la gracia todo lo podemos! "
¿Podéis...?
También quiere decir: ¿Eres capaz de amarme sobre todas las cosas con todas las fuerzas de tu mente, de tu alma, de tu corazón...?
¿Podéis... eres capaz de gastar tu vida, día a día, como la lámpara del Santísimo a quien pocos, muy pocos, prestan atención...?
¿Podéis... tienes agallas suficientes para soportar todo género de calumnias, maledicencias, chismes, injurias, murmuraciones, menosprecios, persecuciones...?
¿Podéis...tienes "madera" para quemarte, como el incienso, siendo tu sacrificio sólo visto por Dios...?
¿Podéis... estás dispuesto a luchar por vivir en la auténtica libertad de los hijos de Dios, sin dejarte esclavizar por nada...?
¿Podéis... estás dispuesto a no dejar avasallar tu recta conciencia por nada ni por nadie...?
¿Podéis... estás dispuesto a engendrar, espiritualmente, con dolor, muchos hijos para Dios solo...? Debemos responder: " ¡Podemos! Con la gracia todo lo podemos! "
¿Podéis... ser fieles a la Iglesia a pesar del antitestimonio de muchos de sus miembros...?
¿Podéis... ir por todo el mundo para predicar el Evangelio, superando toda barrera geográfica, cultural, idiomática...?
¿Podéis... beber mi cáliz inmolándome en la Misa, siendo auténticos liturgos...? ¿Podéis... formar sólidas y fecundas familias cristianas?
¿Podéis... ser capaces de enseñorear para Mí toda realidad humana...?
¿Podéis... trabajar por la unidad de todos los cristianos, noobstante los casi insalvables obstáculos humanos...?
¿Podéis... intervenir en el diálogo interreligioso, evangelizar lacultura, promover la familia, el desarrollo de los pueblos, la dignidad del trabajo, la justicia social, en procurar la paz entre los pueblos y las personas...? Cf. Mc 16, 15.
¿Podéis...ser santos...? Debemos responder: " ¡Podemos! Con la gracia todo lo podemos Un pequeño miedo no vencido, puede ser causa de una gran defección."
¡Podemos! Con la gracia todo lo podemos! Como dijo Marcelo Javier Morsella
¡Esa debe ser nuestra convicción firmísima!
(P. CARLOS MIGUEL BUELA, I.V.E., Jóvenes en el Tercer milenio, Ed. IVE Press, Nueva York, 2006, pp. 385-388)
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Aplicación: Benedicto XVI ¿Estáis dispuestos a recorrer el camino de la humillación, el sufrimiento y la muerte por amor?
Estar unidos a Cristo en la fe y en comunión con él significa estar "arraigados y cimentados en el amor" (Ef 3, 17), el tejido que une a todos los miembros del Cuerpo de Cristo.
La Palabra de Dios que se acaba de proclamar nos ayuda a meditar precisamente sobre este aspecto tan fundamental. En el pasaje del Evangelio (Mc 10, 32-45) se nos presenta el icono de Jesús como el Mesías - anunciado por Isaías (cf. Is 53)- que no vino para ser servido, sino para servir: su estilo de vida se convierte en la base de las nuevas relaciones dentro de la comunidad cristiana y de un modo nuevo de ejercer la autoridad. Jesús va de camino hacia Jerusalén y anuncia por tercera vez, indicándolo a los discípulos, el camino a través del cual va a llevar a cumplimiento la obra que el Padre le encomendó: es el camino del don humilde de sí mismo hasta el sacrificio de la vida, el camino de la Pasión, el camino de la cruz.
Y, sin embargo, incluso después de este anuncio, como sucedió con los anteriores, los discípulos manifiestan toda su dificultad para comprender, para llevar a cabo el necesario "éxodo" de una mentalidad mundana hacia la mentalidad de Dios. En este caso, son los dos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, quienes piden a Jesús poder sentarse en los primeros puestos a su lado en la "gloria", manifestando expectativas y proyectos de grandeza, de autoridad, de honor según el mundo. Jesús, que conoce el corazón del hombre, no queda turbado por esta petición, sino que inmediatamente explica su profundo alcance: "No sabéis lo que pedís"; después guía a los dos hermanos a comprender lo que conlleva seguirlo.
¿Cuál es, pues, el camino que debe recorrer quien quiere ser discípulo? Es el camino del Maestro, es el camino de la obediencia total a Dios. Por esto Jesús pregunta a Santiago y a Juan: ¿estáis dispuestos a compartir mi elección de cumplir hasta el final la voluntad del Padre? ¿Estáis dispuestos a recorrer este camino que pasa por la humillación, el sufrimiento y la muerte por amor? Los dos discípulos, con su respuesta segura -"podemos"- muestran, una vez más, que no han entendido el sentido real de lo que les anuncia el Maestro. Y de nuevo Jesús, con paciencia, les hace dar un paso más: ni siquiera experimentar el cáliz del sufrimiento y el bautismo de la muerte da derecho a los primeros puestos, porque eso es "para quienes está preparado", está en manos del Padre celestial; el hombre no debe calcular, simplemente debe abandonarse a Dios, sin pretensiones, conformándose a su voluntad.
La indignación de los demás discípulos se convierte en ocasión para extender la enseñanza a toda la comunidad. Ante todo Jesús "los llamó a sí": es el gesto de la vocación originaria, a la cual los invita a volver. Es muy significativa esta referencia al momento constitutivo de la vocación de los Doce, al "estar con Jesús" para ser enviados, porque recuerda claramente que todo ministerio eclesial siempre es respuesta a una llamada de Dios, nunca es fruto de un proyecto propio o de una ambición, sino que es conformar la propia voluntad a la del Padre que está en los cielos, como Cristo en Getsemaní (cf. Lc 22, 42). En la Iglesia nadie es amo, sino que todos son llamados, todos son enviados, todos son alcanzados y guiados por la gracia divina. Y esta es también nuestra seguridad. Sólo volviendo a escuchar la palabra de Jesús, que pide "ven y sígueme", sólo volviendo a la vocación originaria es posible entender la propia presencia y la propia misión en la Iglesia como auténticos discípulos.
La petición de Santiago y Juan y la indignación de los "otros diez" Apóstoles plantea una cuestión central a la que Jesús quiere responder: ¿Quién es grande, quién es "primero" para Dios? Ante todo la mirada va al comportamiento que corren el riesgo de asumir "aquellos que son considerados los gobernantes de las naciones": "dominar y oprimir". Jesús indica a los discípulos un modo completamente distinto: "No ha de ser así entre vosotros". Su comunidad sigue otra regla, otra lógica, otro modelo: "El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos".
El criterio de la grandeza y del primado según Dios no es el dominio, sino el servicio; la diaconía es la ley fundamental del discípulo y de la comunidad cristiana, y nos deja entrever algo del "señorío de Dios". Y Jesús indica también el punto de referencia: el Hijo del hombre, que vino para servir; es decir, sintetiza su misión en la categoría del servicio, entendido no en sentido genérico, sino en el sentido concreto de la cruz, del don total de la vida como "rescate", como redención para muchos, y lo indica como condición para seguirlo. Es un mensaje que vale para los Apóstoles, vale para toda la Iglesia, vale sobre todo para aquellos que tienen la tarea de guiar al pueblo de Dios. No es la lógica del dominio, del poder según los criterios humanos, sino la lógica del inclinarse para lavar los pies, la lógica del servicio, la lógica de la cruz que está en la base de todo ejercicio de la autoridad. En todos los tiempos la Iglesia se ha esforzado por conformarse a esta lógica y por testimoniarla para hacer transparentar el verdadero "señorío de Dios", el del amor.
(BENEDICTO XVI, Homilía, Basílica Vaticana, Sábado 20 de noviembre de 2010)
Aplicación: Mons. Fulton J. Sheen - La tercera disputa: en el camino de Jerusalén
La tercera profecía claramente expresada concerniente a la cruz, y que suscitó otra disputa entre los apóstoles, tuvo efecto un poco más de una semana antes de que fuera crucificado. Se dirigía por última vez con sus apóstoles a Jerusalén. Caminaba con paso presuroso; su decisión y propósito determinado se reflejaban tan claramente en su semblante, que no pudieron pasar inadvertidos a la atención de los apóstoles.
Y estaban en el camino subiendo a Jerusalén,
y Jesús iba delante ;
y ellos estaban asustados;
y le seguían con temor. Mc 10,32
El Maestro se les había adelantado probablemente un buen trecho en el empinado sendero de la montaña. Mientras ellos iban quedándose rezagados, llenos de un terror incomprensible, el Maestro se adelantaba con paso presuroso hacia su cruz, y dominaba su mente un solo pensamiento: el de su sumisión voluntaria al sacrificio. Según el propósito del Padre, la cruz era algo necesario para que Él pudiera impartir la vida a otros. Los apóstoles, por otro lado, hasta el último instante estuvieron esperando alguna manifestación de su poder que librara a su nación de la tiranía política y los encumbrara a ellos mismos a cierto grado de gloria y dominio. Estaban sorprendidos de que Él se mostrara tan resuelto a entrar en Jerusalén, lo cual significaba con toda seguridad que había de padecer. Ellos soñaban con tronos, y Él estaba pensando en una cruz.
Conociendo los pensamientos de sus apóstoles, Jesús los tomó aparte y les dijo:
He aquí que subimos a Jerusalén,
y el Hijo del hombre será entregado
a los jefes de los sacerdotes y a los escribas;
y le condenarán a muerte,
y le entregarán a los gentiles;
y le escarnecerán, y le escupirán,
y le azotarán, y le matarán;
pero en el tercer día resucitará. Mc 10, 33 s
Una vez más mezclaba la hiel de su pasión con la miel de la resurrección. El Calvario no era algo que le fuera posible evitar, y, por lo tanto, tenía que aceptarlo como si tuviera que desempeñar el papel de mártir. Cierto que en determinado momento su naturaleza humana sintió terror y quería apartarle del sufrimiento, pero este sentimiento jamás fue en Él una intención o un propósito. De la misma manera que una nave puede estar agitada por las olas mientras mantiene su equilibrio, así también era posible que su naturaleza física fuera zarandeada de un lado para otro a pesar de que no se apartaba del propósito del Padre, propósito fijo e inmutable. Pero los apóstoles no podían comprender el sentido de una muerte vicaria, es decir, ofrecida en lugar de otros, y al mismo tiempo propiciación por los pecados.
Mas ellos nada entendían de estas cosas;
y les era encubierta esta declaración,
y no comprendían lo que decía. Lc 18, 34
¿Cómo era posible que Él, que tenía poder sobre la muerte, sobre los vientos y los mares, y cuya mente podía imponer silencio a las lenguas de los fariseos, los dejara desconsolados y los arrojara de nuevo al mundo, por no ser capaz de resistir a sus enemigos? Esto era lo que los preocupaba.
Al igual que en las otras dos ocasiones, ahora que había vuelto a hablar de su muerte, una nueva disputa se suscitó entre los apóstoles. Santiago y Juan, que se habían distinguido por el resentimiento que manifestaron ante la rudeza de los samaritanos y habían pedido a nuestro Señor que hiciera bajar fuego del cielo para destruir a aquella gente, hicieron ahora una petición. Se trataba de una presunción muy intensa, pues inmediatamente después de haber hablado el Señor de su propia muerte ellos le dijeron:
Concédenos que en tu gloria
nos sentemos uno a tu derecha
y el otro a tu izquierda. Mc 10, 37
En esta petición había cierto reconocimiento de la autoridad de Cristo, ya que daban a entender que Él era un rey que podía conceder privilegios; pero era mundana la concepción que ellos tenían del reino. La influencia de la familia y la preferencia personal era lo que en los reinos seculares confería los puestos elevados; Juan y Santiago, suponiendo que el reino de Dios era mundano, creían que sobre la referida base podían apoyar sus pretensiones de ser promovidos a tan altos cargos. Pero nuestro Señor les respondió así:
No sabéis lo que pedís.
¿Podéis beber la copa que yo bebo,
o ser bautizados con el bautismo con que voy a ser bautizado? Mc 19, 38
La concesión de honores en su reino no era cuestión de favoritismo, sino de ser incorporado a la cruz. Si Él había de morir con objeto de resucitar para la gloria, ellos habrían de morir para descubrir esta gloria. Si había de beber la amarga copa para vencer al mal, también ellos habrían de participar de aquella copa. La "copa" simboliza aquí la derrota que sería derramada sobre Él por los hombres infieles. En el bautismo de sangre, quedaría totalmente sumergido en ella; pero el símbolo daba a entender asimismo la purificación y la resurrección.
En respuesta a la pregunta de si podían beber del cáliz, Santiago y Juan dijeron: "Sí, podemos". Aunque no comprendían exactamente lo que estaban aceptando, nuestro Señor profetizó la consumación de la fe de ellos. Santiago habría de ser el primero en participar del bautismo de sangre de Cristo, al ser asesinado por orden de Herodes. Juan, ciertamente, padeció; vivió una larga vida de persecución y exilio. Tras haber sido sumergido en una caldera de aceite hirviendo, fue preservado de la muerte de un modo milagroso y acabó sus días a edad avanzada en la isla de Patmos. Santiago se convirtió en el patrono de todos los mártires "rojos", es decir, de todos los que derramaron su sangre por haber bebido del cáliz de Cristo. Juan llegó a ser el símbolo de los que podríamos llamar mártires "blancos", los cuales soportan padecimientos físicos y, sin embargo, mueren de muerte natural.
Ahora empieza la disputa.
Y al oír esto los otros diez comenzaron a indignarse contra Santiago y Juan. Mc 10, 41
Se indignaron porque todos abrigaban idéntico deseo. Nuestro Señor llamó a sí a los otros diez. Santiago y Juan ya habían recibido su lección; ahora les toca a ellos recibir la suya. La primera lección que les dio era repetición de lo que había sugerido en Cafarnaúm cuando puso a un niño en medio de ellos, o sea la lección de humildad. Lo que ahora iba a enseñarles no era lo que habría de hacerles preeminentes en su reino, sino más bien el significado de esta preeminencia. Les sugirió un contraste existente entre el despotismo de los potentados mundanos y el dominio de amor que hay en su propio reino. En los reinos terrenales, los que gobiernan, tales como reyes, nobles, príncipes y presidentes, dejan que se les sirva a ellos; en tanto que en el reino de Cristo el distintivo de la nobleza sería el privilegio de servir a los demás.
Sabéis que aquellos que se miran como gobernantes
de las naciones, se enseñorean de ellas ;
y sus grandes dominan en ellas con autoridad.
Mas no será así entre vosotros;
sino que quien quisiere hacerse grande entre vosotros,
se hará esclavo de todos. Mc 10, 42-43
En su reino, los que son los más bajos y los más humildes serán los más grandes y más ensalzados. Aunque consideraba a sus apóstoles como reyes, debían éstos, sin embargo, establecer sus derechos en el hecho de ser los más insignificantes de los hombres.
Pero el Salvador no quiso darles simplemente una lección moral sin señalar su propia vida como ejemplo de la humildad que quería que ellos tuvieran. La verdad completa era que Él no había venido para que se le sirviera, sino para servir. Él decía, en efecto, que era rey y que tendría un reino; pero este reino se alcanzará de una manera diferente a como los príncipes de la tierra consolidaban los suyos. Introdujo la relación directa que existía entre el hecho de entregar Él su vida y la soberanía espiritual que con aquella muerte adquiría.
Porque es así que el Hijo del hombre
no vino para ser servido,
sino para servir, y para dar su vida
en rescate por muchos. Mc 10, 45
Aquí, como en otros lugares, hablaba de sí mismo como de uno que había "venido" al mundo con objeto de indicar que su nacimiento humano no era el comienzo de su existencia personal. Su servicio había empezado mucho antes de que los hombres le vieran servir con compasión y misericordia. Su servicio empezó cuando se desprendió de la gloria celestial y se ciñó con la carne formada en las entrañas de María.
El propósito de su venida a este mundo fue el de procurar un rescate o redención. Si hubiera sido solamente el hijo de un carpintero fuera necedad decir que venía para servir. Semejante condición servil habría sido algo rutinario que se acepta sencillamente; pero que el rey se hiciera siervo, que Dios se convirtiera en hombre, no era presunción, sino humildad. Había un rescate que pagar, y este rescate era la muerte, ya que "el salario del pecado es la muerte". El rescate habría sido algo absurdo si la naturaleza humana no estuviera en deuda con Dios. Supongamos que un hombre estuviera sentado en un malecón, en un día claro de verano, pescando tranquilamente; y que de pronto otro hombre saltara del malecón al río, delante del que estaba pescando, y en el momento de hundirse en las aguas y ahogarse gritara al hombre sentado en el malecón:
Nadie tiene amor más grande
que el de quien da su vida por su amigo.
Todo ello resultaría incomprensible, porque el hombre del malecón no se hallaba en peligro y, por lo tanto, no necesitaba ser rescatado. En cambio, si éste hubiera caído al agua y se estuviera ahogando, sí tendría significado la muerte del que se hubiera arrojado al río para salvarle la vida. Si la naturaleza humana no hubiera caído en el pecado, la muerte de Cristo habría carecido de sentido; si no hubiera habido esclavitud, no habría podido hablarse de rescate.
Muchos individuos eluden toda responsabilidad por las faltas o defectos colectivos. Por ejemplo, cuando se dan casos de corrupción de un gobierno, a menudo los individuos niegan que tengan ellos nada que ver con el asunto. Cuanto más sin pecado son las personas, tanto más se desentienden de toda relación con los que son pecadores. Incluso llegan casi a suponer que su responsabilidad varía en razón directa con su culpabilidad. Arguyen diciendo que, puesto que no son responsables de los errores de la sociedad, no quedan envueltos en ellos.
De hecho, es cierto lo contrario en el caso de aquellos que más exentos están de pecado. Cuanto mayor es la inocencia, tanto mayor es el sentido de responsabilidad y certeza de la culpa colectiva. La persona realmente buena advierte que el mundo es tal como es porque en cierto modo él no ha sido mejor. Cuanto más acentuada es la sensibilidad moral, tanto mayor es la compasión que se siente por los que languidecen bajo un enorme peso. Esta compasión puede llegar a ser tan grande que la agonía de la otra persona llegue a sentirse como propia. La única persona del mundo que tuviera ojos para ver querría servir de bastón para que los ciegos pudieran apoyarse en él; la única persona del mundo que fuera sana querría servir a los enfermos.
Lo que es cierto del sufrimiento físico lo es asimismo del mal moral. De ahí que el Cristo sin pecado haya querido cargar con los males del mundo. De la misma manera que los más sanos están más capacitados para cuidar a los enfermos, así también los más inocentes pueden expiar mejor la culpa de los otros. Si fuera posible; una persona que ama tomaría sobre sí los sufrimientos de la persona amada. La Divinidad toma sobre sí los males morales del mundo como si fueran propios. Siendo hombre, quiso compartirlos; siendo Dios, pudo redimirnos de ellos.
El Calvario, dijo Cristo a sus apóstoles, no sería una interrupción de las actividades de su vida, no sería un modo trágico y prematuro de malograr su plan, ningún mal final que las fuerzas hostiles quisieran imponerle. La entrega voluntaria de su vida le separaría del modelo de los mártires de la justicia, y de los patriarcas de las causas gloriosas. El propósito de su vida, dijo, era pagar un rescate para la liberación de los esclavos del pecado; éste era un divino "debe" que le fue impuesto al venir al mundo. Su muerte sería ofrecida en expiación del mal. Si los hombres hubieran estado solamente en el error, Él hubiese podido ser un maestro resguardado por todas las comodidades de la vida; y, después de haber enseñado la teoría del dolor, habría podido morir en lecho de plumas. Pero entonces su única misión habría consistido en legar a la humanidad un código moral al cual obedecer. Pero si los hombres estaban en pecado, Él sería redentor, y su mensaje sería : "Seguidme", para que nosotros participásemos del fruto de tal redención.
(Fulton J. Sheen, Vida de Cristo, Herder; Barcelona, 1968, 183-188)
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Aplicación: Leonardo Castellani - La Ambición
En un ensayo sobre Sarmiento, estudié en otro tiempo los efectos del vicio de la ambición sobre este hombre verdaderamente grande. El vicio de la ambición es una cosa realmente seria, aunque sea inexistente para el vulgo, el cual no distingue más vicios que la pereza, la gula y la lujuria, es decir, las flaquezas de la carne, que más que vicios son vergüenzas, comparadas con las sutiles perversiones del espíritu. Las corrupciones del espíritu son peores que las corrupciones de la carne. Si los africanos incendiaron la España fue más por la ambición del conde Julián que por la lascivia de Rodrigo, diga lo que quiera Fray Luís de León. La ambición ha hundido más ciudades que los sismos, y ha muerto más hombres que la lúes. "Muchos hombres han dejado el Amor por el Poder; ninguno ha dejado el Poder por el Amor", dijo Séneca; y los toscanos dicen lo mismo en un refrán, que no me atrevo a citar por pudor.
La ambición consiste en un apetito desordenado del mando por el placer del mando. El mando, elemento esencial de toda sociedad, es solamente un instrumento, una especie de espada filosa, formidable y frágil; y el ambicioso es una especie de criatura que agarra la espada sin saber el fin y el manejo de la espada, solamente porque es brillante y con una ansia inmensa de jugar con ella; con lo cual empieza a cortar donde no debe y acaba por cortarse a sí mismo. ¡Ordeno y mando, y lo que yo quiero se hace! cuando la única dicha del hombre verdadera es conseguir que se haga lo que quiere Dios por medio suyo. La mayor picardía que el diablo puede hacerle a un hombre, dice con mucha razón don Benjamín Villafañe, es ponerlo en un puesto que le quede ancho, porque empieza a hacer daño al prójimo (lo cual a la larga es hacérselo a sí mismo), y acaba miserablemente. Y esa picardía del diablo es el vicio de la ambición.
El otro día le oí a una señora inteligente una frase que solamente una mujer es capaz de producir, un retrato caracterológico formidable hecho en dos palabras con una perfecta modestia. Le pregunté si Fulano de tal era inteligente y me contesto: "El cree que es inteligente; pero a mí no me parece...". Formidable. ¡Ni Klagues es capaz de decir más en menos palabras! Pues bien, el ambicioso cree que él está llamado a mandar, aunque a todos los demás no les parezca; mientras que el veramente llamado, a todos los demás les parece llamado a mandar mientras él duda, y tiembla de pavor, y al mismo tiempo de atracción hacia una obra grande que él ve que se ha de hacer y hay que empuñar para ella el instrumento peligrosísimo. Como San Ignacio de Loyola el día de la elección a General, rehúsa ser nombrado Jefe y rehúsa a la vez dar su voto a ninguno de los otros, en quienes no ve la preñez de la obra impostergable y divina; hasta que la voluntad de Dios se impone por encima de las voluntades de los hombres.
Ernesto Palacio en su libro "Catilina" dijo que existe una ambición mala y una ambición buena; y describió la ambición buena. Eso es como decir que existe una lujuria buena, que es el amor o el matrimonio; y una lujuria mala que es la prostitución. Toda ambición es mala. Lo que llama allí Ernesto "ambición buena" en realidad se llama "magnanimidad", virtud tan escasa en la Argentina, que hasta el nombre hemos perdido; más que virtud, una especie de disposición general y deiforme del alma, que es columna y basamento de muchas otras virtudes, justamente las virtudes necesarias para poder gobernar con provecho común y sin ruina propia. Confundir la magnanimidad con la angurria demagógica y prostitútica de los que andan a las corridas, a los gritos y a los manotazos de un sitial para quitar a los otros y ponerse ellos sin saber a qué, es haber perdido la brújula y la luz de Dios. No es ése el retrato que hace del "magnánimo" Aristóteles, en paginas que se han hecho inmortales. ¡Y está llena la Argentina de esas mascaritas!
Hacer una revolución no es agarrar un arma, salir corriendo, sacar a otro de un sillón y ponerse él: eso es simplemente una elección fraudulenta. Revolución bien llamada es la realización externa de un principio: será buena si el principio es verdadero y mala si el principio (o llamémoslo mejor visión, cosmovisión) es falso. Lo contrario no es revolución sino asonada centroamericana. El que no tenga una idea que realizar, simple y segura, más clara y real que este árbol que tengo delante, es mejor que no se meta; porque va a acabar mal, en esta vida y en la otra.
Y si está por casualidad en un sillón glomerulado por la esfera magnética del fluido social y divino que se llama autoridad, que no ha sido creado por Dios para bien de un particular sino de todo el pueblo, lo mejor para él es abandonarlo despacio y dignamente. Porque los rayos que de allí parten para todos lados, le pueden abrasar las manos.
(Leonardo Castellani, Las canciones de Militis, Jerónimo del Rey, Editorial Patria, Argentina 1945, pp. 114-117)
Aplicación: Benedicto XVI - La lógica del cristianismo
Queridos hermanos y hermanas:
En el evangelio de este domingo, Jesús anuncia por segunda vez a los discípulos su pasión, muerte y resurrección (cf. Mc 9, 30-31). El evangelista san Marcos pone de relieve el fuerte contraste entre su mentalidad y la de los doce Apóstoles, que no sólo no comprenden las palabras del Maestro y rechazan claramente la idea de que vaya al encuentro de la muerte (cf. Mc 8, 32), sino que discuten sobre quién de ellos se debe considerar "el más importante" (cf. Mc 9, 34). Jesús les explica con paciencia su lógica, la lógica del amor que se hace servicio hasta la entrega de sí: "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos" (Mc 9, 35).
Esta es la lógica del cristianismo, que responde a la verdad del hombre creado a imagen de Dios, pero, al mismo tiempo, contrasta con su egoísmo, consecuencia del pecado original. Toda persona humana es atraída por el amor -que en último término es Dios mismo-, pero a menudo se equivoca en los modos concretos de amar, y así, de una tendencia positiva en su origen pero contaminada por el pecado, pueden derivarse intenciones y acciones malas. Lo recuerda, en la liturgia de hoy, también la carta de Santiago: "Donde existen envidias y espíritu de contienda, hay desconcierto y toda clase de maldad. En cambio la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar, pura, además pacífica, complaciente, dócil, llena de compasión y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía". Y el Apóstol concluye: "Frutos de justicia se siembran en la paz para los que procuran la paz" (St 3, 16-18).
Estas palabras nos hacen pensar en el testimonio de tantos cristianos que, con humildad y en silencio, entregan su vida al servicio de los demás a causa del Señor Jesús, trabajando concretamente como servidores del amor y, por eso, como "artífices" de paz. A algunos se les pide a veces el testimonio supremo de la sangre, como sucedió hace pocos días también a la religiosa italiana sor Leonella Sgorbati, que cayó víctima de la violencia. Esta religiosa, que desde hacía muchos años servía a los pobres y a los pequeños en Somalia, murió pronunciando la palabra "perdón": he aquí el testimonio cristiano más auténtico, signo pacífico de contradicción que demuestra la victoria del amor sobre el odio y sobre el mal.
No cabe duda de que seguir a Cristo es difícil, pero -como él dice- sólo quien pierde la vida por causa suya y del Evangelio, la salvará (cf. Mc 8, 35), dando pleno sentido a su existencia. No existe otro camino para ser discípulos suyos; no hay otro camino para testimoniar su amor y tender a la perfección evangélica.
Que María, a quien hoy invocamos como Nuestra Señora de la Merced, nos ayude a abrir cada vez más nuestro corazón al amor de Dios, misterio de alegría y de santidad.
(Benedicto XVI, ÁNGELUS Domingo 24 de septiembre de 2006)
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Aplicación: R. Vilariño Ugarte - Las pretensiones de los hijos de Zebedeo
Debía de ir el Maestro un poco separado de los otros, cuando humilde y reverente, se adelantó una mujer. Era Salomé, la madre de Santiago y de San Juan. Acercóse, hízole una humilde reverencia, y díjole que le quería pedir una cosa, y que se la concediera.
"Dijole el Señor: ¿Qué quieres?" "Díjole ella: -Maestro, di que se sienten estos dos hijos míos uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu reino. Demasiado sabía Jesús que aquella petición no era solo de la madre. San Mateo dice que se le acercó la madre con los hijos; San Marcos dice que se acercaron los hijos. Y es claro que se acercaron los tres, pero echaron por delante a la madre, si ya no fue esta la que tomó la iniciativa.
Era natural esta ambición, sobre todo en la madre, y hay que reconocer que no debía de serla inverosímil la esperanza de conseguir lo que pedía para sus hijos. Algunos creen que eran parientes de Cristo; y Salomé, lo misino que sus hijos, miraba las cosas muy a lo natural. Ella misma le venía con su Madre siguiendo y sirviendo desde el principio. Además habían los dos recibido especiales muestras de benevolencia y distinción del Salvador: los llevó consigo a la resurrección de la hija de Jairo y a la transfiguración, les había mudado los nombres propios en el de Rayos o Hijos del trueno, que también indicaba distinción y aprecio. Si acaso, el que pudiera hacerles competencia era Pedro. Y esto parece que es lo que temían. Por lo cual la madre, sin hacer referencia a esta sospecha, procure asegurar para sus hijos los dos primeros puestos en aquel reino que ella se figuraba que había de ser reino humanamente esplendido y opulento.
Extraño es que semejante petición la hiciesen precisamente cuando el Señor acababa de hablar de las humillaciones, ignominias y muerte, y, por decirlo en una palabra humana, del fracaso que le esperaba en Jerusalén. Sin embargo, como no se figuraban ellos que aquello había de tomarse a la letra, y confiando tal vez en aquellas últimas palabras en que prenunciaba su resurrección, que, si no entendían con precisión lo que significaba, bien entreveían que era alguna restauración y comienzo de triunfo, quisieron para entonces tener asegurado el puesto. Y acaso lo estaban cociendo desde mucho antes, y ya en otras ocasiones habrían pretendido echar la misma solicitud, sino que no debieron hallar sazón para ello, y esta vez, que encontraron al Maestro separado de los otros, se lo dijeron.
Jesús, pues, que sabía que la petición tanto y más que de la madre venía de los hijos, dirigióse a éstos y les dijo: "No sabéis lo que pedís". Porque, en efecto, ¿qué sabían ellos lo que era estar sentado a la diestra y siniestra de Jesucristo, ni cómo era su reinado, ni si sería tan deseable humanamente como ellos se lo figuraban, estar al lado de Cristo? Y añadió: "¿Podéis beber el cáliz que voy a beber yo? ¿O ser bautizados con el bautismo con que voy a ser bautizado?" Respondieron ellos: "Podemos".
Yo me imagino que el discreto y bondadoso Maestro, al oír aquella, aunque presuntuosa, noble y valiente respuesta de los Hijos del trueno, debió sonreírse en su interior y así como antes había dicho: no sabéis lo que pedís; así ahora diría: no sabéis lo que prometéis.
Fácil, en efecto, era decir que podrían beber el cáliz de Cristo y ser bautizados con su bautismo, pero si hubieran sabido lo que en ese cáliz se contenía y probado aquella infinita amargura que en él estaba concentrada, que echó para atrás aun al mismo animoso Corazón de Jesús, si hubiesen adivinado lo horrible del bautismo con que Jesús iba a ser bautizado, de seguro que ya hubieran temblado al afirmar lo que afirmaban. Así, pues, el Maestro les respondió muy resueltamente: "beberéis mi cáliz y seréis bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado; pero lo de sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a quienes está preparado por mi Padre".
No les dijo: si, podéis beber mi cáliz; sino: si, beberéis mi cáliz; lo beberéis, no porque vosotros tengáis fuerza para ello, sino porque yo os la daré y muy copiosa; porque sin ella ya se yo lo que valdrían todas vuestras presunciones. En cuanto al sentaros a mi derecha e izquierda, eso yo como hombre y siervo de mi Padre, que debo cumplir la misión que me ha dado (habla aquí Jesucristo como hombre y como siervo lo mismo que en otras ocasiones parecidas) no lo puedo dar sino a quienes el haya dispuesto, que el sabe quienes serán; seréis vosotros o serán otros, que beban el cáliz mejor que vosotros; no os preocupéis del premio, sino preocupaos del trabajo y del mérito, y de beber bien la parte de mi cáliz que se os reparta, que no os faltará la recompensa que merezcáis.
Claro es que bien podía Cristo, en cuanto Hijo de Dios, disponer los sitios en que habían de sentarse sus apóstoles, y en efecto, lo disponía con su Padre; y por eso en otras partes decía que todo lo de su Padre era de él, y que el disponía el reino para sus discípulos juntamente con su Padre. Pero Cristo, cuando hablaba en esta ocasión y en otras parecidas, quería decir: no es propio de mi oficio y de la misión que yo he traído al mundo el dar coronas, sino el invitar a la lucha y a la virtud, ni mucho menos dar las coronas por razones humanas y motivos de parentesco, sino por razones de gracia y de merito y de providencia, la cual suele atribuirse al Padre; ni, en fin, está ese punto tan sin determinar, que no este ya determinado a quienes se darán esos puestos, porque con la gracia de Dios van a merecerlo. Procurad vosotros ser éstos y no perderéis vuestro galardón…
(R. Vilariño Ugarte, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, Ed. El Mensajero del Corazón de Jesús, Bilbao, 1929, pg. 49ó-498)
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Aplicación: Jacobo Benigno Bossuet - ¿Podéis beber mi cáliz?
San Marcos advierte que no fue la madre sola sino también sus hijos Santiago y San Juan los que hicieron al Salvador la súplica de que habla el Evangelio; lo cual da a entender que la madre obraba por influjo de sus hijos.
Quizá después se unieron abiertamente con su madre para este mismo fin. Y esta es la causa porque el Señor les dijo: No sabéis la que pedís. ¿Podéis beber mi cáliz?
Esta petición y súplica de los discípulos es una prueba de la repugnancia con que oímos hablar de la cruz.
El Salvador, como hemos visto, les acababa de hablar de ella claramente. Y, sin quererse dar por entendidos Santiago y San Juan le hablaban de la gloria que ha de tener en algún tiempo y le piden que en ella les distinga sobre los demás.
Considerad bien aquellas palabras de Jesús: No sabéis lo que pedís. Vosotros habláis de gloria, sin pensar que para conseguirla habéis de sufrir antes muchas penas.
Explícales después estas penas con dos símiles, el uno del cáliz amargo que han de beber antes y el otro un bautismo cruento que han de sufrir, como quien dice: Habéis de echaros a pechos antes, todas las amarguras y habéis de ser consumidos de dolores.
La gloria se consigue solamente a este precio.
Los ambiciosos apóstoles se ofrecieron a todo, pero Jesús que preveía que era la ambición que les hacia prometer esto, no quiso darles la satisfacción que pedían. Aceptóles la palabra que le daban de beber el cáliz, y en cuanto a la gloria que le pedían les dijo que la adoraran los inapelables decretos de su Padre y sus ocultos consejos: lo dispongo de mi reino en vuestro favor, del modo que ha dispuesto mi padre en favor mío.
Estas gentes que no querían padecer y sufrir más que por ambición no eran dignas de oír semejante promesa para aficionarlos a cruz, cuya virtud aun no entendían.
Dice Jesucristo que su Padre dispondrá de la gloria y les anuncia y distribuye las aflicciones.
Todo se hacia así por una economía prudentísima practicada cada paso en el Evangelio y en toda la Escritura, en toda la cual se le atribuyen al Padre y al Hijo distintos atributos y distintas cosas por ciertas razones de conveniencia. Pero nosotros no debemos olvidar nunca aquellas palabras que el Salvador enderezó a su Padre diciendo: Todo lo que es tuyo es mío, y todo lo que es mío es tuyo. (Jn XVII, 10).
Los demás apóstoles se indignaron de la replica de los dos hermanos.
¡Ciegos! Pues no veían que todos ellos tenían los mismos deseos, que reprendían en los hijos de Zebedeo.
Poco antes de este pasaje los sorprendió Jesucristo, pensando y disputando sobre quién de ellos había de ser el primero.
Ninguno puede sufrir en otro el vicio que él tiene.
Cada uno es un lince para ver las faltas ajenas y reprenderlas, pero es un ciego para verse a si mismo, para conocerse y corregirse.
Considera la admirable mutación que hicieron en los apóstoles las instrucciones del Salvador y la efusión del Espíritu Santo.
Estos hombres que estaban incesantemente disputando entre sí sobre la primacía, la ceden después sin repugnancia a Pedro. En todas las ocasiones le dan el primado.
El preside las asambleas y concilios y le ceden siempre la palabra. San Juan, uno de los hijos de Zebedeo, que acababa de pedir la primera silla con su hermano Santiago, espera a Pedro en el sepulcro del Salvador para que entre el primero y el ardientísimo deseo que tenia San Juan de ver las señales de resurrección de su Divino Maestro, no pudo impedirle que dejara de dar el debido honor al primero de los apóstoles.
¡No seas ambicioso, oh, cristiano! No desees primar ni mandar porque eres discípulo del que siendo Señor de todo, se anonadó y humilló hasta perder su vida por rescatar a sus escogidos.
Rescátate tú cristiano por la humildad y por la cruz de tu Salvador.
No pienses en ensalzarte ni en engreírte.
Considera cuánto nos ciegan las pasiones y, sobre todo, la ambición. Clama a voz en grito a ejemplo de Bartimeo, hijo de Timeo: ¡Oh, Señor, haz que yo vea!
Haz que conozcamos nuestros defectos. Hijo do David, ten piedad de mí.
No sean capaces las reprensiones de los hombres de impedirnos el que sin cesar levantemos nuestros ruegos y clamores a Jesucristo, para implorar el socorro de su divina gracia.
Soltemos la ropa; corramos en pos de El; abramos los ojos; glorifiquemos a Dios. Conozcámonos y no nos glorifiquemos a nosotros mismos. (Mc X 46 - Lc XVI, 2-41).
(Jacobo Benigno Bossuet, Meditaciones sobre el Evangelio, Ed. Difusión, Buenos Aires, 1943, pg. 75-77)
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Ejemplos Predicables
La ambición
La Vanidad
Las tres manzanas del gran Franklin
¿Cómo será la gloria del cielo?
La ambición
El cardenal Belarmino cuenta que pasando junto a un lago vio a un mozo que estaba pescando ranas. Le llamó sobremanera la atención ver que cebo que utilizaba era la piel de otra rana ya muerta. Lanzaba el anzuelo con la piel de la muerta y así pescaba las vivas.
Las ranas que andaban por el lago alborotando los oídos, en cuanto veían llegar la piel, se lanzaban hacia ella con las bocas abiertas. Era una lucha atroz por cogerla: corrían hacia ella desaladas, y si veían que alguna se adelantaba a las demás, todas iban a hundirla y morderla. Al fin, una cogía la piel y quedaba prendida en el anzuelo.
El santo, al ver esto, se acordó de lo que hacen los hombres con los puestos que ambicionan. Se arrojan todos sobre la piel del muerto. Luchan desesperadamente por la presa. Si alguno parece adelantarse, lo hunden y lo muerden.
Al fin, uno se apodera del puesto, pero queda prendido en el anzuelo, y es el más desgraciado de todos.
La Vanidad
-Huyendo Napoleón de la desastrosa derrota de Waterloo, se hospedó una noche en una humilde posada sobre cuyas negruzcas paredes se veía un retrato de Luis XVI.
-¿Quién es este?- preguntó a la posadera.
-Nuestro rey- respondió ella.
Hace tiempo que el rey y toda la familia real habían sido decapitados, hacia tiempo que Napoleón, lleno de gloria, había escalado la cumbre del poder, y aquella señora lo ignoraba.
Naoleón, desilusionado, se volvió al general Bertrand, que le acompañaba, y murmuro apenado:
-Ni siquiera los franceses me conocen.
¡Tan vana es la gloria de los hombres!
Esta vanidad la palparía Napoleón poco después, mas impresionante, al verse desterrado y recluido en la isla de Santa Elena.
Solo hay una gloria que no se marchita nunca, y es la gloria que reciben los servidores de Dios.
(Mauricio Rufino, Vademécum de Ejemplos Predicables, Ed. Herder, 1962, Pág. 496, 500)
Las tres manzanas del gran Franklin
Preguntó una madre al gran estadista Franklin, por qué la posesión de bienes va a menudo acompañada con desengaños. El calló; y viendo una canasta de manzanas, tomó una y la dio a un niño presente.
El infante la tomó en sus manos; apenas podía tenerla. Franklin le ofreció otra; el niño la tomó con gran esfuerzo. Al presentarle una tercera, a pesar de los esfuerzos, no alcanzó a retenerla. Cayó la manzana al suelo y el niñito empezó a llorar.
El estadista entonces, advirtió a la madre: "He aquí un hombrecillo con demasiada riqueza, para poder disfrutarla. Con dos manzanas era feliz; con tres dejó de serlo, y debió llorar"... La ambición desmedida pierde al ser humano, robando su felicidad. "Los deseos matan; la avaricia rompe el Saco".
No anhelar desordenadamente honras o dignidades. Es desorden desear lo que no se merece, procurándolo con malos medios o demasiada afición.
(Rosalio Rey Garrido, Anécdotas y reflexiones, Ed. Don Bosco, Bs. As., 1962, nn° 28 -24)
¿Cómo será la gloria del cielo?
¿No entienden cómo en el cielo hay diversos goces, y sin embargo todos están contentos y los que gozan menos no tienen envidia de los que gozan más? Pues vamos a explicarlo con ejemplos.
Un padre tiene tres hijos de distinta edad y por lo tanto de distinta estatura. Les hace tres trajes a la medida de cada uno. Los tres están contentísimos con sus trajes. ¿Nos podríamos imaginar al más pequeño diciendo: - Yo quiero un traje tan grande como el de mi hermano mayor?
Es un banquete donde todos han comido hasta saciarse, pero unos han comido más y otros menos, según la capacidad de cada uno. Todos están contentos porque todos están hartos y esto les basta.
Se da un concierto de música. Todos oyen, todos escuchan embelesados. Sin embargo hay algunos que tienen más fino el sentimiento artístico. Estos oyen mejor y gozan más.
En el cielo, mis hermanos, se nos hará el traje de la gloria a la medida de la gracia. Todos contentos porque cada uno tiene el traje que corresponde a su estatura. Allí todos estarán hartos, sin desear nada, felices de la posesión de Dios, aunque cada uno conforme a la capacidad de su espíritu. Será aquella música divina que a todos nos llenará de dicha, aunque unos la escuchen mejor que otros por estar más cerca de Dios y más elevados en la escala de la perfección.
Procuremos por eso perfeccionarnos mucho, acaparar mucha gracia, para estar muy altos en la gloria.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 466)
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