Domingo 20 Tiempo Ordinario B: Comentarios de Sabios y Santos I - Preparemos con ellos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada en la Misa Dominical
A su disposición
Exégesis: Manuel de Tuya - Segundo discurso de Cristo, pan de Vida Jn 6,48-59
Exégesis: José Ma. Solé Roma (O.M.F.) - Comentario a las tres Lecturas
Comentario Teológico: San Agustín I - “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”
Comentario Teológico: San Agustín II - Desde este pasaje: "Murmuraban los judíos
Comentario Teológico: San Agustín III - ¿Qué palabras habéis oído de boca del Señor invitándonos?
Comentario Teológico I: Juan Pablo II - El hombre tiene sed de Dios
Comentario Teológico II: Juan Pablo II - La Eucaristía, luz y vida del nuevo milenio
Comentario Teológico III: Juan Pablo II - 1. "Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).
Comentario Teológico: Dom Columba Marmion -- La Misa, banquete de los hijos de Dios
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”
Santos Padres: San Cirilo de Alejandría - Comentarios a San Juan
Aplicación: R. P. Giuseppe Ricciotti - Jesús camina sobre las aguas - Discurso acerca del Pan vivo
Aplicación: Remigio Vilariño Ugarte - La gran promesa de la Eucaristía
Aplicación: R. P. R. Cantalamessa - Vivir eucarísticamente los gozos de
la vida
Aplicación: San Pedro Julián Eymard (I) - El Pan de Vida
Aplicación: San Pedro Julián Eymard (II) - El don de la personalidad
Aplicación: R.P. Ervens Mengelle, I.V.E. - Sacramento y Vida: el banquete sagrado
Ejemplos predicables
Falta un dedo: Celebrarla
comentarioS a Las Lecturas del Domingo
Exégesis: Manuel de Tuya - Segundo discurso de Cristo, pan de Vida Jn 6,48-59
Este segundo discurso de Cristo sobre el “Pan de vida,” con el que se identifica, es evidentemente eucarístico. Literariamente está estructurado en “inclusión semítica,” sin que exija esto una rigidez matemática de correlación. Esta inclusión semítica se puede establecer así:
Tema: “Yo Soy el Pan de Vida” (v.48).
a) Los padres comieron el maná y murieron (v.49).
no morir (v.50; aspecto negativo).
b) Cristo es el pan “bajado” del cielo, para….
vivir (v.51; aspecto positivo).
c) Objeción de los judíos (v.52).
b) Hay que comer y beber la carne y la sangre de Cristo, que “es el Pan bajado del cielo a') si no no se tendrá vida (v.53).
b') El que la come tiene la Vida(v.54-58) aspecto positivo…
a’) No sucederá como a los padres, que murieron (v.58 b-c).
Como anteriormente, Cristo se proclama a sí mismo: “Yo soy el pan de vida.” Es pan de vida, en el sentido que El causa y dispensa esta vida (Jn 6:35.50.51.53-58).
Le habían argüido antes los judíos (v.30.31) con el prodigio del maná, que Dios hizo en favor de los padres en el desierto. Y Cristo recoge ahora aquella alusión para decirles, una vez más, que aquel pan no era el pan verdadero. Era sólo un alimento temporal. Por eso, los padres “comieron de él,” pero “murieron.”
Hay, en cambio, un pan verdadero. Y éste es el que “está bajando” del cielo, precisamente para que el que coma de él “no muera.” No morirá en el espíritu, ni eternamente en el cuerpo. Porque este pan postula la misma resurrección corporal.
Es interesante notar la formulación de este versículo. Cristo no dice: “Yo soy el pan vivo,” sino “Este es el pan.,” con lo que “se roza muy de cerca la fórmula de la consagración eucarística: “Este es mi cuerpo.”.
Y este pan hasta aquí aludido encuentra de pronto su concreción: “Yo soy el pan vivo que bajó del cielo.” Antes (v.48) se definió como el “Pan de vida,” acusando el efecto que causaría su manducación en el alma; ahora se define por la naturaleza misma viviente: tiene en sí mismo la vida (Jn 5:26).
Y la tiene, porque ese pan es el mismo Cristo, que “bajó” del cielo en la encarnación, cuyo momento histórico en que se realizó esa bajada se acusa por el aoristo (v.51). Es el verbo que tomó carne. Y al tomarla, es pan “vivo.” Porque es la carne del Verbo, en quien, en el “principio,” ya “estaba la vida” (Jua_1:4) que va a comunicar a los seres humanos.
Si ese pan es “viviente,” no puede menos de conferir esa vida y vivificar así al que lo recibe. Y como la vida que tiene y dispensa es eterna, se sigue que el que coma de este pan “vivirá para siempre.” El tema, una vez más, se presenta, según la naturaleza de las cosas, “sapiencialmente,” sin considerarse posibles defecciones que impidan o destruyan en el sujeto esta vida eterna (Jua_15:1-7).
Y aún se matiza más la naturaleza de este pan: “Y el pan que yo os daré es mi carne, en provecho de la vida del mundo.”
Al hablarles antes del “Pan de vida,” que era asimilación de Cristo por la fe, se exigía el “venir” y el “creer” en El, ambos verbos en participio de presente, como una necesidad siempre actual (v.35); pero ahora este “Pan de vida” se anuncia que él lo “dará” en el futuro. Es, se verá, la santa Eucaristía, que aún no fue instituida. Un año más tarde de esta promesa, este pan será manjar que ya estará en la tierra para alimento de los seres humanos. Con ello se acusa la perspectiva eclesial eucarística.
Éste “pan” es, dice Cristo, “mi carne,” pero dada en favor y “en provecho de la vida del mundo.” Este pasaje es, doctrinalmente, muy importante.
Se trata, manifiestamente, de destacar la relación de la Eucaristía con la muerte de Cristo, como lo hacen los sinópticos y Pablo. Jn utilizará el término más primitivo y original de “carne” ; heb. = basar; aram. = bim). 40. El que los sinópticos y Pablo usen s?µa “parece estar en los LXX, que generalmente, traducen el hebreo basar (carne) por s?µa (cuerpo)” (A. Wikenhauser).
Si la proposición “vida del mundo” concordase directamente con “el pan,” se tendría, hasta por exigencia gramatical, la enseñanza del valor sacrifical de la Eucaristía. Pero “vida del mundo” ha de concordar lógicamente con “mi carne,” y esto tanto gramatical corno conceptualmente.
Pero ya, sin más, se ve que esta “carne” de Cristo, que se contiene en este pan que Cristo “dará,” es la “carne” de Cristo; pero no de cualquier manera, v.gr., la carne de Cristo como estaba en su nacimiento, sino en cuanto entregada a la muerte para provecho del mundo. “Mi carne en provecho de la vida del mundo” es la equivalente, y está muy próxima de la de Lucas-Pablo: “Esto es mi cuerpo, que se da por vosotros (a la muerte)” (Luc_22:19; 1Co_11:24).
Aquí Cristo no habla de la entrega de su vida (???? ; cf. Jua_10:15.17; Jua_15:13), sino de la entrega de su carne” (sa?? ). Podría ser porque se piensa en la participación del cuerpo y sangre en el banquete eucarístico, o porque se piensa en la unidad del sacrificio eucarístico/Calvario.
El pan que Cristo “dará” es la Eucaristía. Y ésta, para Jn, es el pan que contiene la “carne” de Cristo. En el uso semita, carne, o carne y sangre, designa el hombre entero, el ser humano completo. Aquí la Eucaristía es la “carne” de Cristo, pero en cuanto está sacrificada e inmolada “por la vida del mundo” Precisamente el uso aquí de la palabra “carne,” que es la palabra aramea que, seguramente, Cristo usó en la consagración del pan, unida también al “pan que yo os daré,” es un buen índice de la evocación litúrgica de la Eucaristía que Jn hace con estas palabras.
Si por una lógica filosófica no se podría concluir que por el solo hecho de contener la Eucaristía la “carne” de Cristo inmolada no fuese ella actualmente verdadero sacrificio, esto se concluye de esta enseñanza de Jn al valorar esta expresión tanto en el medio ambiente cultual judío como grecorromano.
En este ambiente, la víctima de los sacrificios se comía, y por el hecho de comerla se participaba en el sacrificio del que procedía. Si las viandas eran carnes, se participaba en un sacrificio de animales, puesto que lo que se comía era precisamente la misma carne sacrificada. Si lo que se ha de comer es la carne de Cristo, pero eucaristiada, es que esta carne eucaristiada es la carne de un sacrificio eucarístico. No es otra la argumentación de San Pablo para probar el valor sacrifical de la Eucaristía (1Co_10:18-21). Así se ve que, con esta frase, Jn enseña el valor sacrifical de la Eucaristía. “El punto de vista sacrifical es evocado sin ambigüedad (por Juan) por la fórmula “mi carne por la vida del mundo,” tan próxima de la fórmula eucarística paulina: “Esto es mi cuerpo por vosotros” (1Co_11:24).
En esta proposición se enseña también el valor redentivo de la muerte de Cristo, y con la proyección universal de ser en provecho de la “vida del mundo.”
Ante la afirmación de Cristo de dar a comer un “pan” que era precisamente su “carne,” los judíos no sólo susurraban o murmuraban como antes, al decir que “bajó” del cielo (v.41), sino que, ante esta afirmación, hay una protesta y disputa abierta, acalorada y prolongada “entre ellos,” como lo indica la forma imperfecta en que se expresa: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Esto sugiere acaso, más que un bloque cerrado de censura, el que unos rechazasen la proposición de comer ese pan, que era su “carne,” como absurda y ofensiva contra las prescripciones de la misma Ley, por considerársela con sabor de antropofagia, mientras que otros pudiesen opinar (Jua_6:68), llenos de admiración y del prestigio de Cristo, el que no se hubiesen entendido bien sus palabras, o que hubiese que entenderlas en un sentido figurado y nuevo, como lo tienen en el otro discurso (Jua_7:42.43; Jua_10:19-21).
Preguntaban despectivamente el “cómo” podía darles a comer su “carne.” ¡El eterno “cómo” del racionalismo!
Ante este alboroto, Cristo no sólo no corrige su afirmación, la atenúa o explica, sino que la reafirma, exponiéndola aún más clara y fuertemente, con un realismo máximo. La expresión se hace con la fórmula introductoria solemne de “en verdad, en verdad os digo.” El pensamiento expuesto con el ritmo paralelístico, hecho sinónimo una vez, antitético otra, e incluso sintético, está redactado así:
53”Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. 55 Porque mi carne es comida verdadera, y mi sangre es bebida verdadera.”
La doctrina que aquí se expone es: 1) la necesidad de comer y beber la carne y sangre de Cristo; 2) porque sin ello no se tiene la “vida eterna” como una realidad que ya está en el alma (Jua_4:14.23), y que sitúa ya al alma en la “vida eterna”; 3) y como consecuencia de la posesión de la “vida eterna,” que esta comida y bebida confieren, se enseña el valor escatológico de este alimento, pues exigido por él, por la “vida eterna” por él conferida, Cristo, a los que así hayan sido nutridos, los resucitará en el cuerpo “en el último día.”
Por eso, en este sentido, la Eucaristía es “un sacramento escatológico” (Vawter).
La enseñanza trascendental que aquí se hace es la de la realidad eucarística del cuerpo y sangre de Cristo como medio de participar en el sacrificio de Cristo: necesidad absoluta para el cristiano. Sacrificio que está y se renueva en esta ingesta sacrificial eucarística.
Y acaso esta sección tenga un valor polémico contra los judeo-cristianos, que repugnaban, conforme a la mentalidad del A.T., beber la “sangre” de Cristo (Hec_15:20.29)
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Una síntesis de las razones que llevan a esto es la siguiente:
1) Si se toman las expresiones “comer carne” y “beber sangre” en un sentido metafórico ambiental, significan, la primera, injuriar a uno (Sal_27:2; Miq_3:1-4, etc.), y la segunda, ser homicida, por el concepto semita de que en la sangre estaba la vida (Lev_17:11, etc.).
2) Si se supusiese un sentido metafórico nuevo, éste sólo puede darlo a conocer el que lo establece, y Cristo no lo hizo. Por ello, los contemporáneos tenían que entenderlo en un sentido realístico, que es lo que hacen los cafarnaítas, pensando que se tratase de comer su carne sangrante y partida y beber su sangre; pero todo ello en forma antropofágica. Por lo que lo abandonan. Pero, como Cristo no da ese sentido nuevo, y en un sentido metafórico ambiental no pueden admitirlo, se seguiría — por un error invencible — , de no ser esta enseñanza eucarística, que Cristo sembraba la idolatría entre los suyos.
3) La redacción del pasaje es de un máximo realismo. Tan claras fueron las palabras, que los cafarnaítas se preguntaron cómo podría darles a “comer su carne.” “Si Cristo hubiese querido hablar tan sólo de la necesidad de la fe en El, no pudo usar metáforas menos aptas: para expresar una cosa sencilla, recurre a expresiones oscuras, imposibles de entenderse. Si las palabras se entienden de la Eucaristía, todas son claras y evidentes.”
Pero, al mismo tiempo, el evangelista lo expresa con un climax de realismo progresivo. Primero expresa la necesidad de “comer” esta carne de Cristo con un verbo griego que significa comer en general pero luego, cuando los judíos disputan sobre la posibilidad de que les dé a comer su “carne,” a partir del ”paralelismo” positivo de la respuesta (v.54), reitera la necesidad de esto, y usa otro verbo, que significa, en todo su crudo realismo, masticar, ese crujir que se oye al triturar la comida. Es expresión de un máximo realismo, aunque sin tener matiz ninguno peyorativo. “La misma cosa es repetida positivamente con la palabra trógon, masticar, crujir; no por variar de estilo, sino para evitar de raíz toda escapatoria simbolista.”
Efectivamente, en los v.53.54.55 se ve una progresión manifiesta en la afirmación del realismo eucarístico. No sólo en cada uno de ellos se dice o repite esto, sino que se repite con una. progresión en la afirmación clara de esta comida eucarística, manteniéndose luego este término, máximamente realista, en las repetidas ocasiones en que se vuelve a hablar de “comer” en este discurso del “Pan de vida.”
A este realismo viene a añadirse explícitamente la negación de un valor metafórico. Pues se dice: Mi carne es comida verdadera, y mi sangre es bebida verdadera; y una comida y bebida verdaderas son todo lo opuesto a una comida y bebida metafóricas.
5) El concilio de Trento definió de fe que, con las palabras “Haced esto en memoria mía” (Luc_22:19), Cristo instituyó sacerdotes a los apóstoles, y ordenó que ellos y los otros sacerdotes realizasen el sacrificio eucarístico. Por eso, esta adecuación entre la “promesa” y la “institución” exige, basada en un dato de fe, la interpretación eucarística del pasaje de Jn.
Como verdadera comida y bebida que son la carne y la sangre eucarísticas de Cristo, producen en el alma los efectos espirituales del alimento. “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.” El verbo griegoque aquí se usa para expresar esta presencia de Cristo en el alma, la unión de ambos, tiene en los escritos de Jn el valor, no de una simple presencia física, aunque eucarística, sino el de una unión y sociedad muy estrecha, muy íntima (Jua_14:10.20; Jua_15:4.5; Jua_17:21; 1Jn_3:24; 1Jn_4:15.16). Este es el efecto eucarístico en el alma: así como el alimento se hace uno con la persona, así aquí la asimilación es a la inversa: el alma es poseída por la fuerza vital del alimento eucarístico.
“Así como me envió el Padre vivo, y yo vivo por (ata) el Padre, así también el que me come vivirá por mí.”
La partícula griega empleada (d?a ) por el evangelista puede tener dos sentidos: de finalidad y de causalidad.
En el segundo caso — causalidad — , el sentido es: Así como Cristo vive “por” el Padre, del que recibe la vida (Jn 5:26), así también el que recibe eucarísticamente a Cristo vive “por” Cristo, pues El es el que le comunica, por necesidad, esa vida (Jn 1.16; Jn 15:4-7). “El Padre es la fuente de la vida que el Hijo goza; esta vida, difundiéndose luego a su humanidad, constituye aquella plenitud de que todos hemos de recibir” (Jn 1:16).
En el primer caso — finalidad — , el sentido del versículo sería: Así como Cristo vive, como legado,”para” el Padre, así también el que recibe eucarísticamente a Cristo vivirá “para” Cristo. Del mismo modo que Cristo, como legado del Padre, tiene por misión emplearse en promover los intereses de Aquel que le envía (Jn 17:8), así el discípulo que se nutre del “Pan de vida” eucarístico se consagrará enteramente, por ello, a promover los intereses de Cristo.
Con esta interpretación “estaríamos en presencia de una noción nueva. Unido a Cristo en la Eucaristía, el fiel se consagraría enteramente a promover los intereses de aquel que se le da a él.”
Sin embargo, el primer pensamiento parece ser el preferente, postulado por el contexto, si no el exclusivo.
El evangelista añade una nota topográfica: “Estas cosas las dijo en reunión, enseñando en Cafarnaúm.” Juan ha querido situar con exactitud un discurso de importancia excepcional.
El porqué fueron estos discursos pronunciados en “reunión,” sin artículo, acusa preferentemente, no la sinagoga, aunque en éstas hablaba frecuentemente Cristo (Mt 4:23; Mt 9:35; Mt 13:54; Mc 1:39; Mc 1:3, etc.), sino que fueron pronunciados en público: fue algo público, no en forma clandestina. Cristo aludirá a esta conducta suya ante el pontífice (Jn 18:20). Mt, hablando de cómo Cristo “enseñaba” a las gentes en el local de la sinagoga de Nazaret, escribe: Cristo “enseñaba en la sinagoga de ellos” (Mt 13:54 par.). El contraste de estos pasajes, con la ausencia en Jn del artículo, parece deliberado, para indicar que estas cosas fueron dichas por Cristo en público: “en reunión.”
La Cafarnaúm de los tiempos de Cristo, el actual Tell-Hum, conserva las ruinas de una magnífica sinagoga, probablemente del siglo II d.C., aunque puede estar construida sobre la sinagoga de los tiempos de Cristo. La capacidad máxima que presentan estas ruinas de la sinagoga de Cafarnaúm hace suponer que rebase las 700 personas.
(DE TUYA, M., Evangelio de San Juan, en PROFESORES DE SALAMANCA, Biblia Comentada, BAC, Madrid, Tomo Vb, 1977)
Exégesis: José Ma. Solé Roma (O.M.F.) - Comentario a las tres Lecturas
Primera lectura: (Prov. 9, 1-6)
Hermosa personificación de la "Sabiduría" de Dios: Ella prepara un Banquete para alimentar con la Palabra (=la Ley) de Dios a sus fieles:
-El "Anfitrión" que lo dispone e invita es la Sabiduría: En palacio riquísimo, con mesa espléndida. Los invitados y comensales son los "sencillos", pobres y humildes (4). El alimento es el "pan" y el "vino" de la Sabiduría: la Palabra de Dios (5). El fruto de tan rico convite es alejarse del pecado y entrar en el reino de la "Vida" (6). Israel, alimentado por Dios con el "maná", entendió que aquel alimento era "signo" de otro más precioso con el que Dios alimentaba sus almas y les conducía a la Vida: "Para que aprendieran tus hijos que no son los frutos de la tierra los que alimentan al hombre, sino que es tu Palabra quien guarda a los que confían en Ti" (Sab 16, 26). Cuando la Palabra que nos regala Dios sea el Verbo Encarnado entenderemos estos "signos" y los gozaremos en su plenitud.
-Jesús en sus parábolas (Mt 22, 1-4; Lc 14, 15-24) compara su Reino, el Reino de los cielos, a un Banquete. Banquete en el que El, "Sabiduría" y "Palabra" del Padre, nos da luz y vida; y se nos da a Sí mismo en manjar: "Tomad, comed. Esto es mi Cuerpo". Los Apóstoles son enviados por Cristo a invitar y compeler a todos a llenar la sala del Banquete. Los pobres y sencillos acogen con gozo la invitación. Los egoístas y orgullosos, sensuales y disipados la rechazan.
-El premio del cielo también nos lo propone Jesús como un Banquete a su mesa: "Vosotros comeréis y beberéis a mi mesa en mi Reino" (Lc 22, 30). Será la plenitud de la felicidad el eterno Banquete nupcial: "Comed, amigos. Bebed y embriagaos, queridos" (Cantar 5, 1). Será Banquete eternamente embriagador, porque la Sabiduría misma, Cristo Verbo Encarnado, se nos entregará en perpetuo desposorio: "La amé (la Sabiduría) y la busqué desde mi juventud; me la procuré como esposa enamorado de su hermosura. En su posesión y convivencia tendré gozo, inmortalidad y riqueza inagotable" (Sab 8, 1. 16).
Segunda Lectura: Efesios 5, 15-20:
Esta exhortación o programa de vida cristiana que nos traza San Pablo armoniza con la doctrina de los Libros Sapienciales: Debemos tomar por Maestra a la Sabiduría y huir de la necedad. "Necedad" significa toda impiedad y todo pecado. "Sabiduría" significa toda verdad y toda bondad.
-Buenos discípulos educados en la escuela de la "Sabiduría", cumplimos nuestros deberes con Dios: Buscar su voluntad. Apartarse de ella o prescindir de ella es la suma necedad o imprudencia. Otro deber con Dios: Vivir en perenne "Eucaristía" (= Acción de gracias) a Dios Padre en nombre de Nuestro Señor Jesucristo (20).
-Deberes cristianos con los Hermanos: Edificarse y animarse mutuamente. De manera especial en las gozosas y festivas celebraciones litúrgicas (19).
-En la conducta individual es también muy exigente la Sabiduría con sus discípulos: Rescatar el tiempo perdido; vivir en vela, pues "los tiempos son malos" (16); huir de todo desenfreno y sensualidad.
-Este programa no nos es difícil, pues, henchidos de Espíritu Santo (18 b), tenemos la doctrina de la Sabiduría "escrita no con tinta, sino con Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne: en los corazones" (2 Cor 3, 3): Labor que todavía realiza con mayor suavidad y eficacia el Sacramento Eucarístico: "Señor, partícipes del Sacramento de Cristo, confórmanos ahora a su imagen y haznos compañeros suyos en la gloria" (Domingo XX- Postcom.).
Evangelio: Juan 6, 5 1-59:
Jesús, al darnos el significado del "Maná" del Desierto, nos promete el Convite que El va a disponer para el Pueblo de la Nueva Alianza mientras dure su período de prueba y peregrinación:
-El "Maná" era el "signo" expresivo de la Providencia, la ternura, la dulzura de Dios (Sab 16, 26). Y debía comerse en actitud de fe, confianza, amor, gratitud, obediencia. Al comer el "maná" actuaban la fe en la Palabra de Dios que era la que los nutría.
-Pero aquel "maná" era sólo promesa y preanuncio. Cuanto se dice del "Maná" sólo en Cristo tiene cumplimiento pleno: Cristo, sí, es "Pan de Dios": El Hijo de Dios enviado al mundo, don y gracia de Dios. Cristo, sí, es "Pan de Vida". Pan de verdad Viviente y Vivificante. El "Maná" saciaba unas horas el hambre; conservaba unos años la vida; y sólo a unos pocos hombres. Cristo es Pan Celeste, saciativo, espiritual, divino: Pan de Vida Eterna.
-El mismo Jesús nos ha dado la plena teología del "Maná". Tras multiplicar los panes en el Desierto, tras pasar a pie el estrecho mar de Galilea, nos promete al Nuevo Israel el Nuevo Maná. Y nos lo da en la Última Cena. Nos da el pan de los hijos de Dios: "No como el que comieron los padres y no les libró de la muerte. El que come este Pan vivirá por siempre" (58). Este "Pan" es Cristo mismo. Le comemos con la fe (35) y con el Sacramento (54). Comamos este Pan con la fe del mártir Ignacio: "No apetezco comida corruptible ni deleites terrenos. El Pan de Dios quiero, que es la Carne de Cristo. Y quiero por bebida su Sangre, que es amor incorruptible" (Rom 7, 3). Y no olvides el consejo del Maestro Ávila: "El comulgar hoy te acrecentará el aparejo para comulgar mañana".
-En el convite Eucarístico: Cristo se nos da en comida. Establece mutua y personal inmanencia entre él y quien le come. Esta comunión con Cristo nos lleva y nos allega al Padre, Fuente de Vida (57). Lo es directamente para Cristo; para nosotros, a través y por medio de Cristo.
*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "B", Herder, Barcelona 1979.
Comentario Teológico: San Agustín - “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”
14. Discutían entre sí los judíos, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Altercaban, es verdad, entre sí, porque no comprendían el pan de la concordia, y es más, no querían comerlo; pues los que comen este pan no discuten entre sí. Somos muchos un mismo pan y un mismo cuerpo. Por este pan hace Dios vivir en su casa de una misma y pacífica manera.
15. A la cuestión causa de litigio entre ellos, es a saber: ¿Cómo es posible que pueda darnos el Señor a comer su carne, no contesta inmediatamente, sino que aun les sigue diciendo: En verdad, en verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. No sabéis cómo se come este pan ni el modo especial de comerlo; sin embargo, si no coméis la carne del Hijo del hombre, y s i no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. Esto, es verdad, no se lo decía a cadáveres, sino a seres vivos. Así que, para que no entendiesen que hablaba de esta vida (temporal) y siguiesen discutiendo de ella, añadió en seguida: Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna. Esta vida, pues, no la tiene quien no come este pan y no bebe esta sangre. Pueden, sí, tener los hombres la vida temporal sin este pan; mas es imposible que tengan la vida eterna. Luego quien no come su carne ni bebe su sangre no tiene en sí mismo la vida; pero sí quien come su carne y bebe su sangre tiene en sí mismo la vida, y a una y otra le corresponde el calificativo de eterna. No es así el alimento que tomamos para sustentar esta vida temporal. Es verdad que quien no lo come no puede vivir; pero también es verdad que no todos los que lo comen vivirán; pues sucede que muchos que no lo comen, sea por vejez, o por enfermedad, o por otro accidente cualquiera, mueren. Con este alimento y bebida, es decir, con el cuerpo y la sangre del Señor, no sucede así. Pues quien no lo toma no tiene vida, y quien lo toma tiene vida, y vida eterna. Este manjar y esta bebida significan la unidad social entre el cuerpo y sus miembros, que es la Iglesia santa, con sus predestinados, y, llamados, y justificados, y santos ya glorificados, y con los fieles. La primera de las condiciones, que es la predestinación, se realizó ya; la segunda y la
tercera, que son la vocación y la justificación, se realizó ya, y se realiza y se seguirá realizando; y la cuarta y la última, que es la glorificación, ahora se realiza sólo en la esperanza y en el futuro será una realidad. El sacramento de esta realidad, es decir, de la unidad del cuerpo y de la sangre de Cristo, se prepara en el altar del Señor, en algunos lugares todos los días y en otros con algunos días de intervalo, y es comido de la mesa del Señor por unos para la vida, y por otros para la muerte. Sin embargo, la realidad misma de la que es sacramento, en todos los hombres, sea el que fuere, que participe de ella, produce la vida, en ninguno la muerte.
16. Y para que no se les ocurriese pensar que con este manjar y bebida se promete la vida eterna en el sentido de quienes lo comen no mueren ni aun siquiera corporalmente, tiene el Señor la dignación de adelantarse a este posible pensamiento. Porque después de haber dicho: Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna, añade inmediatamente y Yo lo resucitaré el día postrero. Para que, entretanto, tenga en el espíritu la vida eterna con la paz, que es la recompensa del alma de los santos; y, en cuanto al cuerpo se refiere, no se encuentre defraudado tampoco de la vida eterna, sino que la tenga en la resurrección de los muertos en el día postrero
17. Porque mi carne, dice, es una verdadera comida, y mi sangre es una verdadera bebida. Lo que buscan los hombres en la comida y la bebida es apagar su hambre y su sed; mas esto no lo logra en realidad de verdad sino este alimento y bebida, que a los que lo toman hace inmortales e incorruptibles, que es la sociedad misma de los santos, donde existe una paz y unidad plena y perfecta. Por esto, ciertamente (esto ya lo vieron antes que nosotros algunos hombres de Dios), nos dejó nuestro Señor Jesucristo su cuerpo y su sangre bajo realidades, que de muchas se hace una sola. Porque, en efecto, una de esas realidades se hace de muchos granos de trigo, y la otra, de muchos granos de uva.
18. Finalmente, explica cómo se hace esto que dice qué es comer su cuerpo y beber su sangre. Quien come mi carne y bebe mi sangre, está en mí y yo en él. Comer aquel manjar y beber aquella bebida es lo mismo que permanecer en Cristo y tener a Jesucristo, que permanece en sí mismo. Y por eso, quien no permanece en Cristo y en quien Cristo no permanece, es indudable que no come ni bebe espiritualmente su cuerpo y su sangre, aunque materialmente y visiblemente toque con sus dientes el sacramento del cuerpo y de la sangre de Cristo; sino antes, por el contrario, come y bebe su perdición el sacramento de realidad tan augusta, ya que, impuro y todo, se atreve a acercarse a los sacramentos de Cristo, que nadie puede dignamente recibir sino los limpios, de quienes dice Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
19. Así como mi Padre viviente, dice, me envío y yo vivo por mi Padre, así también quien me come a mí vivirá por mí. No dice: Así como yo como a mi Padre y vivo por mi Padre, así quien me come a mí vivirá por mí. Pues el Hijo no se hace mejor por la participación de su Padre, porque es igual a El por nacimiento; mientras que nosotros sí que nos haremos mejores participando del Hijo por la unidad de su cuerpo y sangre, que es lo que significa aquella comida y bebida. Vivimos, pues nosotros por El mismo comiéndole a Él, es decir, recibiéndole a Él que es la vida eterna, que no tenemos de nosotros mismos. Vive Él por el Padre, que le ha enviado; porque se anonadó a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte de cruz. Si tomamos estas palabras; Vivo por el Padre, en el mismo sentido que aquellas otras: el Padre es mayor que yo, podemos decir también que nosotros vivimos por Él, porque Él es mayor que nosotros. Todo esto es así por el hecho mismo de ser enviado. Su misión es, ciertamente, el anonadamiento de sí mismo y su aceptación de forma de siervo; lo cual rectamente puede así decirse, aun conservando la identidad absoluta de su naturaleza del Hijo con el Padre. El Padre es mayor que el Hijo-hombre; pero el Padre tiene un Hijo-Dios, que es igual a Él, ya que uno y el mismo es Dios y hombre, Hijo de Dios e Hijo del hombre, que es Cristo Jesús. Y en este sentido dijo (si entienden bien estas palabras): Así como el Padre viviente me envió y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá para mí. Como si dijera: La razón de que yo viva por el Padre, es decir, de que yo refiera a Él como a mayor mi vida, es mi anonadamiento en el que me envió, más la razón de que cualquiera viva por mí es la participación de mí cuando me come. Así, yo, humillado, vivo por el Padre, y aquel, ensalzado, vive por mí. Si se dijo Vivo por el Padre en el sentido de que Él viene del Padre y no el Padre de Él, esto se dijo sin detrimento alguno de la identidad de ambos. Pero diciendo: Quien me
come a mí, vivirá por mí, no significa identidad entre Él y nosotros, sino que muestra sencillamente la gracia de mediador.
20. Este es el pan que descendió del cielo, con el fin de que, comiéndolo, tengamos vida, y que de nosotros mismos no podemos tener vida eterna. No como comieron, dice, el maná vuestros padres, y murieron; el que come este pan vivirá eternamente. Aquellas palabras, ellos murieron, quieren significar que no vivirán eternamente. Porque morirán en verdad temporalmente también quienes coman a Cristo; pero viven eternamente, ya que Cristo es la vida eterna.
(SAN AGUSTÍN, Sobre el Evangelio de San Juan. Ed. BAC, Madrid, 1968, pp. 588-593)
Comentario Teológico: San Agustín II - Desde este pasaje: "Murmuraban los judíos
Desde este pasaje: "Murmuraban los judíos porque había dicho: "Yo soy el pan que bajó del cielo", hasta este otro: "El que come este pan, vivirá eternamente".
1. Cuando nuestro Señor Jesucristo declaró, como hemos oído leer en el evangelio, que El era el pan que descendió del cielo, comenzaron los judíos a murmurar, diciendo: "¿Por ventura éste no es Jesús el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo, pues, se atreve El a decir que ha bajado del cielo". ¡Qué lejos estaban éstos del pan del cielo! Ni sabían siquiera qué es tener hambre de El. Tenían heridas en el paladar del corazón: eran sordos que oían y ciegos que veían. Este pan del hombre interior, es verdad, pide hambre; por eso habla así en otro lugar: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados". Y Pablo el Apóstol dice que nuestra justicia es Cristo. Y por eso, el que tiene hambre de este pan tiene que tener hambre también de la justicia; de la justicia, digo, que descendió del cielo, de la justicia que da Dios, no de la justicia que se apropia el hombre como obra suya. Porque, si el hombre no se apropia justicia alguna como obra suya, no hablaría así de los judíos el mismo Apóstol: "No conociendo la justicia de Dios y queriendo afirmar la suya propia, no participaron de la justicia de Dios". Así eran estos que no comprendían el pan que bajó del cielo, porque, saturados de su justicia, no tenían hambre de la justicia de Dios. ¿Qué significa esto: justicia de Dios y justicia del hombre? La justicia de Dios de la que aquí se habla, no es la justicia por la que es justo Dios, sino la justicia que comunica Dios al hombre para que llegue el hombre a ser justo por Dios. ¿Cuál es la justicia de aquéllos? Es una justicia que les hacía presumir demasiado de sus fuerzas y les llevaba a decir que ellos mismos, por su propia virtud, cumplían la ley. Mas la ley no la cumple nadie, sino aquel a quien ayuda la gracia; esto es, el pan que bajó del cielo. La plenitud de la ley, como dice el Apóstol,
es, en resumen, el amor. El amor, no de la plata, sino de Dios; el amor, no de la tierra ni del cielo, sino el amor de aquel que hizo la tierra y el cielo. ¿De dónde le viene al hombre este amor? Oigamos al mismo Apóstol: "El amor de Dios, dice, se ha difundido en vuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha dado". Como, pues, el Señor había de comunicarnos el Espíritu Santo, por eso declara que El es el pan bajado del cielo, exhortándonos a que creamos en El. Creer en El es lo mismo que comer el pan vivo. El que cree, come. Se nutre invisiblemente el mismo que invisiblemente renace. Es niño en la interioridad, y en la interioridad es algo renovado. Donde se renueva, allí mismo se nutre.
2. ¿Cuál es, pues, la respuesta de Jesús a estos murmuradores? "No sigáis murmurando entre vosotros". Como si dijera: Ya se yo por qué no tenéis hambre y por qué no tenéis la inteligencia de este pan ni la buscáis. No sigan esas murmuraciones entre vosotros. "Nadie puede venir a mi si mi Padre, que me envió, no le atrae". ¡Qué recomendación de la gracia tan grande! Nadie puede venir si no es atraído. A quién atrae y a quién no atrae y por qué atrae a uno y a otro no, no te atrevas a sentenciar sobre eso, si es que no quieres caer en el error. ¿No eres atraído aún? No ceses de orar para que logres ser atraído. Oye primero lo que sigue y entiéndelo. Si somos atraídos a Cristo, estamos diciendo que creemos a pesar nuestro y que se emplea la violencia, no se estimula la voluntad. Alguien puede entrar en la iglesia a despecho suyo y puede acercarse al altar y recibir el sacramento muy a pesar suyo; lo que no puede es creer no queriendo. Si fuese el acto de fe función corporal, podría tener lugar en los que no quisiesen; pero el acto de fe no es función del cuerpo. Oído atento a las palabras del Apóstol: "Se cree con el corazón para la justicia". ¿Y qué es lo que sigue? "Y con la boca se hace la confesión para la salud". Esta confesión tiene su raíz en el corazón. A veces oyes tú a alguien que confiesa la fe, y no sabes si tiene fe. Y no debes llamar confesor de la fe al que tengas tú como no creyente. Confesar es expresar lo que tienes en el corazón; y si en el corazón tienes una cosa y con la boca dices tú otra, entonces lo que haces es hablar, no confesar. Luego, siendo así que en Cristo se cree con el corazón (lo que ciertamente nadie hace a la fuerza), y, por otra parte, el que es atraído parece que es obligado por la fuerza, ¿cómo se resuelve el siguiente problema: "Nadie viene a mí si no lo atrae el Padre, que me envió"?
3. Si es atraído, dirá alguien, va a El muy a pesar suyo. Si va a El a despecho suyo, no cree; y si no cree, no va a El. No vamos a Cristo corriendo, sino creyendo; no se acerca uno a Cristo por el movimiento del cuerpo, sino por el afecto del corazón. Por eso, aquella mujer que toca la orla de su vestido le toca más realmente que la turba que le oprime. Por esto dijo el Señor: "¿Quién es el que me ha tocado?" Y los discípulos, llenos de extrañeza, le dicen: "Te están las turbas comprimiendo, ¿y dices todavía quién me ha tocado?" Pero El repitió: "Alguien me ha tocado". Aquélla le toca; la turba le oprime. ¿Qué significa tocó, sino creyó? He aquí por qué, después, de su resurrección, dice a la mujer aquella que quiso echarse a sus pies: "No me toques, que todavía no he subido al Padre". Lo que estás viendo, eso sólo crees que soy yo, nada más. "No me toques". ¿Que significa esto? Crees tú que yo no soy más que lo que estás viendo; no creas así. Este es el sentido de las palabras: "No me toques, porque todavía no he subido al Padre". Para ti aún no he subido, porque yo de allí jamás me distancié. No tocaba ella al que en la tierra tenía delante de los ojos, ¿cómo iba a tocar al que subía al Padre? Sin embargo, así quiere que le toque y así le tocan quienes bien le tocan, subiendo al Padre, y quedando con el Padre, y siendo igual a El.
4. Si de una parte y de otra lo miras, nadie viene a mí sino quien es atraído por el Padre. No vayas a creer que eres atraído a pesar tuyo. Al alma la atrae el amor. Ni hay que temer el reproche que, tal vez, por estas palabras evangélicas de la Sagrada Escritura, nos hagan quienes sólo se fijan en las palabras y están muy lejos de la inteligencia de las cosas en grado sumo divinas, diciéndonos: ¿Cómo puedo yo creer voluntariamente si soy atraído? Digo yo: Es poco decir que eres atraído voluntariamente; eres atraído también con mucho agrado y placer. ¿Qué es ser atraído por el placer? "Pon tus delicias en el Señor y El te dará lo que pide tu corazón". Hay un apetito en el corazón al que le sabe dulcísimo este pan celestial. Si, pues, el poeta pudo decir: "Cada uno va en pos de su afición", no con necesidad, sino con placer; no con violencia, sino con delectación, ¿con cuánta mayor razón se debe decir que es atraído a Cristo el hombre cuyo deleite es la verdad, y la felicidad, y la justicia, y la vida sempiterna, todo lo cual es Cristo? Los sentidos tienen sus delectaciones, ¿y el alma no tendrá las suyas? Si el alma no tiene sus delectaciones, ¿por qué razón se dice: "Los hijos de los hombres esperarán a la sombra de tus alas, y serán embriagados de la abundancia de tu casa, y les darás a beber hasta saciarlos del torrente de tus delicias, por que en ti está la fuente de la vida y en tu luz veremos la luz"? Dame un corazón amante, y sentirá lo que digo.
Dame un corazón que desee y que tenga hambre; dame un corazón que se mire como desterrado, y que tenga sed, y que suspire por la fuente de la patria eterna; dame un corazón así, y éste se dará perfecta cuenta de lo que estoy diciendo. Mas, si hablo con un corazón que está del todo helado, este tal no comprenderá mi lenguaje. Como éste eran los que entre sí murmuraban: "El que es atraído, dice, por el Padre, viene a mí".
5. ¿Qué sentido, pues, pueden tener estas palabras: "A quien el Padre atrae, sino que el mismo Cristo atrae? ¿Por qué prefirió decir: "A quien el Padre atrae"? Si hemos de ser atraídos, que lo seamos por aquel a quien dice una de esas almas amantes: "Tras el olor de tus perfumes correremos". Pero pongamos atención, hermanos, en lo que quiso darnos a entender, y comprendámoslo en la medida de nuestras fuerzas. Atrae el Padre al Hijo a aquellos que creen en el Hijo precisamente porque piensan que El tiene a Dios por Padre. Dios-Padre engendró un Hijo que es igual a El; y el que piensa y en su fe siente y reflexiona que aquel en quien cree es igual al Padre, ese mismo es quien es llevado al Hijo por el Padre. Arrio le creyó simple criatura; no le atrajo al Padre, porque no piensa en el Padre quien no cree que el Hijo es igual a El. ¿Qué es, ¡oh Arrio!, lo que estás diciendo? ¿Qué lenguaje herético es el tuyo? ¿Qué es Cristo? No es verdadero Dios, responde, sino que El ha sido hecho por el verdadero Dios. No te ha atraído el Padre; no comprendes tú al Padre, cuyo Hijo niegas; tienes en el pensamiento algo muy distinto de lo que es el Hijo; ni el Padre te atrae ni tampoco eres llevado tú al Hijo; el Hijo es una cosa, y lo que tú dices es otra muy distinta. Dijo Fotino: Cristo no es más que un simple hombre; no es Dios también. Quien así piensa no le ha atraído el Padre. El Padre atrae a quien así habla: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo"; tú no eres como un profeta, ni como Juan, ni como un hombre justo, por grande que sea; tú eres como Único, como el Igual; "tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". ¡Mira cómo ha sido atraído, atraído por el Padre! "Eres feliz, Simón hijo de Jonás, porque no ha sido ni la carne ni la sangre los que te han revelado eso, sino mi Padre, que está en los cielos". Esta revelación es atracción también. Muestra nueces a un niño, y se le atrae y va corriendo allí mismo adonde se le atrae; es atraído por la afición y sin lesión alguna
corporal; es atraído por los vínculos del amor. Si, pues, estas cosas que entre las delicias y delectaciones terrenas se muestran a los amantes, ejercen en ellos atractivo fuerte, ¿cómo no va a atraer Cristo, puesto al descubierto por el Padre? ¿Ama algo el alma con más ardor que la verdad? ¿Para qué el hambre devoradora? ¿Para qué el deseo de tener sano el paladar interior, capaz de descubrir la verdad, sino para comer y beber la sabiduría, y la justicia, y la verdad, y la eternidad?
6. Pero ¿dónde se realizará esto? Allí mucho mejor, y allí con más verdad, y allí con más plenitud. Aquí nos es más fácil tener hambre, con tal de tener esperanza santa, que saciarnos. "Felices, dice, los que tienen hambre y sed de justicia", pero aquí abajo; "porque serán saciados"; mas esto allá arriba. Por esta razón, después de decir: "Nadie viene a mí si no le atrae mi Padre, que me envió", ¿qué añadió? "Y yo le resucitaré en el día postrero". Yo le doy lo que ama y yo le doy lo que espera; verá lo que creyó sin haberlo visto, y comerá aquello mismo de lo que tiene hambre y será saciado de aquello mismo de lo que tiene sed. ¿Dónde? En la resurrección de los muertos. "Yo le resucitaré en el día postrero".
7. Está escrito en los profetas: "Serán todos enseñados por Dios". ¿Por qué me he expresado así, oh judíos? No os ha enseñado a vosotros el Padre; ¿cómo vais a poder conocerme a mí? Los hombres todos de aquel reino serán adoctrinados por Dios, no por los hombres. Y si lo oyen de los hombres, sin embargo, lo que entienden se les comunica interiormente, e interiormente brilla, e interiormente se les descubre. ¿Qué hacen los hombres cuando hablan exteriormente? ¿Qué estoy haciendo, pues, yo ahora cuando hablo? No logro más que introducir en vuestros oídos ruido de palabras. Luego, si no lo descubre el que está dentro, ¿qué vale mi discurso y qué valen mis palabras? El que cultiva el árbol está por defuera; es el Creador el que está dentro. El que planta y el que riega trabajan por de fuera; es lo que hacemos nosotros. Pero ni el que planta es algo ni el que riega tampoco; es Dios, que es el que da el crecimiento. Este es el sentido de estas palabras: Todos serán enseñados por Dios. ¿Quiénes son esos todos? "Todo el que oye al Padre y aprende de El, viene a mí". Mirad la manera de atraer que tiene el Padre; es por el atractivo de su enseñanza, llena de delectación, y no por imposición violenta alguna; ése es el modo de su atracción. "Serán todos enseñados por Dios"; ahí tenéis el modo de atraer Dios. "Todo el que oye al Padre aprende de El, viene a mí"; así es como atrae Dios.
8. ¿Qué se sigue de esto, hermanos? Si todo el que oye al Padre y aprende se llega a Cristo, ¿luego Cristo no hace aquí nada como maestro? ¿Qué quiere decir que los hombres no vieron al Padre como Maestro y al Hijo sí? Es que el Hijo hablaba, pero el Padre enseñaba. Yo que soy hombre y nada más, ¿a quién enseño? ¿A quién, hermanos, sino al que oye mi palabra? Luego, si yo, que soy hombre, enseño al que oye mi palabra, el Padre enseña también al que oye su palabra. Si el Padre enseña al que oye su palabra, investiga qué cosa es Cristo y conocerás su Palabra: "En el principio existía el Verbo". No dice que en el principio hizo Dios el Verbo, como dice que "en el principio hizo Dios el cielo y la tierra". La razón es porque el Verbo no es criatura. Aprende el modo de ser atraído al Hijo por el Padre, que el Padre te enseñe, oye a su Verbo. ¿A qué Verbo suyo dices que oiga? "En el principio existía el Verbo (no se hizo, sino que existía ya), y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios". ¿Cómo es posible que los hombres, mientras existen en la carne, oigan a este Verbo? "Porque el Verbo se hizo carne y vivió entre nosotros".
9. Todo esto nos lo explica El mismo también y nos muestra el sentido de estas palabras: "El que oye al Padre y recibe su doctrina, viene a mí". Y luego añade algo que se nos hubiera podido ocurrir: "No que hombre alguno haya visto al Padre; únicamente el que es de Dios, ése es el que ha visto al Padre". ¿Cuál es el sentido de estas palabras? Que yo he visto al Padre y vosotros no lo habéis visto; y, sin embargo, no venís a mí si no sois atraídos por el Padre. ¿Y qué significa ser atraído por el Padre sino aprender del Padre? ¿Y qué el aprender del Padre sino oír al Padre? ¿Qué es oír al Padre sino oír la palabra del Padre, es decir, a mí mismo? Para que tal vez, cuando os diga yo: "Todo el que oye al Padre y aprende", no penséis en vuestro interior: Pero, si nunca hemos visto al Padre, ¿cómo hemos podido aprender del Padre? Oíd de mi misma boca: "No es que haya visto alguno al Padre, sino el que es de Dios, ése es el que ha visto al Padre". Yo conozco al Padre y yo procedo de El; pero como procede la palabra de aquel de quien es la palabra, y no la palabra que suena y desaparece, sino la que permanece con el que la pronuncia y atrae al que la escucha.
10. Sirva de advertencia lo que dice a continuación: "En verdad, en verdad os digo que quien cree en mí posee la vida eterna". Quiso descubrir lo que era, ya que pudo decir en síntesis: El que cree en mí me posee. Porque el mismo Cristo es verdadero Dios y vida eterna. Luego el que cree en mí, dice, viene a mí, y el que viene a mí me posee.
¿Qué es Poseerme a mí? Poseer la vida eterna. La vida eterna aceptó la muerte y la vida eterna quiso morir, pero en lo que tenía de ti, no en lo que tenía de sí; recibió de ti lo que pudiese morir por ti. Tomó de los hombres la carne, mas no de modo humano. Pues, teniendo un Padre en el cielo, eligió en la tierra una madre. Nació allí sin madre y aquí nació sin padre. La Vida, pues, aceptó la muerte con el fin de que la Vida diese muerte a la muerte misma. "El que cree en mí, dice, tiene la vida eterna", que no es lo que aparece, sino lo que está oculto. "La vida eterna, el Verbo, existía en el principio en Dios, y el Verbo era Dios, y la vida era luz de los hombres". El mismo que es vida eterna, dio a la carne, que asumió, la vida eterna. El vino para morir, mas al tercer día resucitó. Entre el Verbo, que asumió la carne, y la carne, que resucita, está la muerte, que fue aniquilada.
11. "Yo soy, dice, el pan de vida". ¿De qué se enorgullecían? "Vuestros padres, continúa diciendo, comieron el maná en el desierto y murieron". ¿De qué nace vuestra soberbia? "Comieron el maná y murieron". ¿Por qué comieron y murieron? Porque lo que veían, eso creían, y lo que no veían no lo entendían. Por eso precisamente son vuestros padres, porque sois igual que ellos. Porque, en lo que atañe, mis hermanos, a esta muerte visible y corporal, ¿no morimos por ventura nosotros, que comemos el pan que ha descendido del cielo? Murieron aquéllos, como vamos a morir nosotros, en lo que se refiere, digo, a esta muerte visible y corporal. Mas no sucede lo mismo en lo que se refiere a la muerte aquella con que nos atemoriza el Señor y con la que murieron los padres de éstos; del maná comió Moisés, y Aarón comió también, y Finés, y allí comieron otros muchos que fueron gratos al Señor y no murieron. ¿Por qué razón? Porque comprendieron espiritualmente este manjar visible, y espiritualmente lo apetecieron, y espiritualmente lo comieron para ser espiritualmente nutridos. Nosotros también recibimos hoy un alimento visible; pero una cosa es el sacramento y otra muy distinta la virtud del sacramento. ¡Cuántos hay que reciben del altar este alimento y mueren en el mismo momento de recibirlo! Por eso dice el Apóstol: "El mismo come y bebe su condenación". ¿No fue para Judas un veneno el trozo de pan del Señor? Lo comió, sin embargo, e inmediatamente que lo comió entró en él el demonio. No porque comiese algo malo, sino porque, siendo él malo, comió en mal estado lo que era bueno. Estad atentos, hermanos; comed espiritualmente el pan del cielo y llevad al altar una vida de inocencia. Todos los días cometemos pecados, pero que no sean de esos que causan la muerte. Antes de acercaros al altar, mirad lo que decís: "Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores". ¿Perdonas tú? Serás perdonado tú también. Acércate con confianza, que es pan, no veneno.
Mas examínate si es verdad que perdonas. Pues, si no perdonas, mientes y tratas de mentir a quien no puedes engañar. Puedes mentir a Dios; lo que no puedes es engañarle. Sabe El bien lo que debe hacer. Te ve El por dentro, y por dentro te examina, y por dentro te mira, y por dentro te juzga, y por lo de dentro te condena o te corona. Los padres de éstos, es decir, los perversos e infieles y murmuradores padres de éstos, son perversos e infieles y murmuradores como ellos. Pues en ninguna cosa se dice que ofendiese más a Dios aquel pueblo que con sus murmuraciones contra Dios. Por eso, queriendo el Señor presentarlos como hijos de tales padres, comienza a echarles en cara esto: "¿Por qué murmuráis entre vosotros, murmuradores, hijos de padres murmuradores? Vuestros padres comieron del maná en el desierto y murieron, no porque el maná fuese una cosa mala, sino porque lo comieron en mala disposición".
12. "Este es el pan que descendió del cielo". El maná era signo de este pan, como lo era también el altar del Señor Ambas cosas eran signos sacramentales: como signos, son distintos; mas en la realidad por ellos significada hay identidad. Atiende a lo que dice el Apóstol: "No quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube, y que todos atravesaron el mar, y que todos fueron bautizados bajo la dirección de Moisés en la nube y en el mar, y que todos comieron el mismo manjar espiritual". Es verdad que era el mismo pan espiritual, ya que el corporal era distinto. Ellos comieron el maná; nosotros, otra cosa distinta; pero, espiritualmente, idéntico manjar que nosotros. Pero hablo de nuestros padres, no de los de ellos; de aquellos a quienes nos asemejamos, no de aquellos a quienes ellos se parecen. Y añade: "Y todos bebieron la misma bebida espiritual". Una cosa bebieron ellos, otra distinta nosotros; mas sólo distinta en la apariencia visible, ya que es idéntica en la virtud espiritual por ella significada. ¿Cómo la misma bebida? Bebían de la misma piedra espiritual que los seguía, y la piedra era Cristo. Ese es el pan y ésa es la bebida. La piedra es Cristo como en símbolo. El Cristo verdadero es el Verbo y la carne. Y ¿cómo bebieron? Fue golpeada dos veces la piedra con la vara. Los dos golpes significan los dos brazos de la cruz. "Este es, pues, el pan que descendió del cielo para que, si alguien lo comiere, no muera". Pero esto se dice de la virtud del sacramento, no del sacramento visible; del que lo come interiormente, no exteriormente sólo; del que lo come con el corazón, no del que lo tritura con los dientes.
13. "Yo soy el pan vivo que descendí del cielo". Pan vivo precisamente, porque descendí del cielo. El maná también descendió del cielo; pero el maná era la sombra, éste la verdad. "Si alguien comiere de este pan, vivirá eternamente; y el pan que yo le daré es mi carne, que es la vida del mundo". ¿Cuándo iba la carne a ser capaz de comprender esto de llamar al pan carne? Se da el nombre de carne a lo que la carne no entiende; y tanto menos comprende la carne, porque se llama carne. Esto fue lo que les horrorizó, y dijeron que esto era demasiado y que no podía ser. "Mi carne, dice, es la vida del mundo". Los fieles conocen el cuerpo de Cristo si no desdeñan ser el cuerpo de Cristo. Que lleguen a ser el cuerpo de Cristo si quieren vivir del Espíritu de Cristo. Del Espíritu de Cristo solamente vive el cuerpo de Cristo. Comprended, hermanos, lo que he dicho. Tú eres hombre, y tienes espíritu y tienes cuerpo. Este espíritu es el alma, por la que eres hombre. Tu ser es alma y cuerpo. Tienes espíritu invisible y cuerpo visible. Dime qué es lo que recibe la vida y de quién la recibe. ¿Es tu espíritu el que recibe la vida de tu cuerpo o es tu cuerpo el que recibe la vida de tu espíritu? Responderá todo el que vive (pues el que no puede responder a esto, no sé si vive). ¿Cuál será la respuesta de quien vive? Mi cuerpo recibe ciertamente de mi espíritu la vida. ¿Quieres, pues, tú recibir la vida del Espíritu de Cristo? Incorpórate al cuerpo de Cristo. ¿Por ventura vive mi cuerpo de tu espíritu? Mi cuerpo vive de mi espíritu, y tu cuerpo vive de tu espíritu. El mismo cuerpo de Cristo no puede vivir sino del Espíritu de Cristo. De aquí que el apóstol Pablo nos hable de este pan, diciendo: "Somos muchos un solo pan, un solo cuerpo". Oh qué misterio de amor, y qué símbolo de la unidad, y qué vínculo de la caridad! Quien quiere vivir sabe dónde está su vida y sabe de dónde le viene la vida. Que se acerque, y que crea, y que se incorpore a este cuerpo, para que tenga
participación de su vida. No le horrorice la unión con los miembros, y no sea un miembro podrido, que deba ser cortado; ni miembro deforme, de quien el cuerpo se avergüence; que sea bello, proporcionado y sano, y que esté unido al cuerpo para que viva de Dios para Dios, y que trabaje ahora en la tierra para reinar después en el cielo.
14. Discutían entre sí los judíos, diciendo: "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?" Altercaban, es verdad, entre sí, porque no comprendían el pan de la concordia, y es más, no querían comerlo; pues los que comen este pan no discuten entre sí: "Somos muchos un mismo pan y un mismo cuerpo". Por este pan hace Dios vivir en su casa de una misma y pacífica manera.
15. A la cuestión causa de litigio entre ellos, es a saber: ¿Cómo es posible que pueda darnos el Señor a comer su carne, no contesta inmediatamente, sino que aun les sigue diciendo: "En verdad, en verdad os di que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y si no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros". No sabéis cómo se come este pan ni el modo especial de comerlo; sin embargo, "si no coméis la carne del Hijo del hombre y si no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros". Esto, es verdad, no se lo decía a cadáveres, sino a seres vivos. Así que, para que no entendiesen que hablaba de esta vida (temporal) y siguiesen discutiendo de ella, añadió en seguida: "Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna". Esta vida, pues, no la tiene quien no come este pan y no bebe esta sangre. Pueden, sí, tener los hombres la vida temporal sin este pan; mas es imposible que tengan la vida eterna. Luego quien no come su carne ni bebe su sangre no tiene en sí mismo la vida; pero sí quien come su carne y bebe su sangre tiene en sí mismo la vida, y a una y a otra les corresponde el calificativo de eterna. No es así el alimento que tomamos para sustentar esta vida temporal. Es verdad que quien no lo come no puede vivir; pero también es verdad que no todos los que lo comen vivirán; pues sucede que muchos que no lo comen, sea por vejez, o por enfermedad, o por otro accidente cualquiera, mueren. Con este alimento y bebida, es decir, con el cuerpo y la sangre del Señor, no sucede así. Pues quien no lo toma no tiene vida, y quien lo toma tiene vida, y vida eterna. Este manjar y esta bebida significan la unidad social entre el cuerpo y sus miembros, que es la Iglesia santa, con sus predestinados, y llamados, y justificados, y santos ya glorificados, y con los fieles. La primera de las condiciones, que es la predestinación, se realizó ya; la segunda y la tercera, que son la vocación y la justificación, se realizó ya, y se realiza, y se seguirá realizando; y la
cuarta y la última, que es la glorificación, ahora se realiza sólo en la esperanza y en el futuro será una realidad. El sacramento de esta realidad, es decir, de la unidad del cuerpo y de la sangre de Cristo, se prepara en el altar del Señor, en algunos lugares todos los días y en otros con algunos días de intervalo, y es comido de la mesa del Señor por unos para la vida, y por otros para la muerte. Sin embargo, la realidad misma de la que es sacramento, en todos los hombres, sea el que fuere, que participe de ella, produce la vida, en ninguno la muerte.
16. Y para que no se les ocurriese pensar que con este manjar y bebida se promete la vida eterna en el sentido de que quienes lo comen no mueren ni aun siquiera corporalmente, tiene el Señor la dignación de adelantarse a este posible pensamiento. Porque después de haber dicho: "Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene, la vida eterna", añadió inmediatamente: "Y yo le resucitaré en el día postrero". Para que, entretanto, tenga en el espíritu la vida eterna con la paz, que es la recompensa del alma de los santos; y, en cuanto al cuerpo se refiere, no se encuentre defraudado tampoco de la vida eterna, sino que la tenga en la resurrección de los muertos en el día postrero.
17. "Porque mi carne, dice, es una verdadera comida, y mi sangre es una verdadera bebida". Lo que buscan los hombres en la comida y bebida es apagar su hambre y su sed; mas esto no lo logra en realidad de verdad sino este alimento y bebida, que a los que lo toman hace inmortales e incorruptibles, que es la sociedad misma de los santos, donde existe una paz y unidad plenas y perfectas. Por esto, ciertamente (esto ya lo vieron antes que nosotros algunos hombres de Dios), nos dejó nuestro Señor Jesucristo su cuerpo y su sangre bajo realidades, que de muchas se hace una sola. Porque, en efecto, una de esas realidades se hace de muchos granos de trigo, y la otra, de muchos granos de uva.
18. Finalmente, explica ya cómo se hace esto que dice y qué es comer su cuerpo y beber su sangre. "Quien come mi carne y bebe mi sangre, está en mi y yo en él". Comer aquel manjar y beber aquella bebida es lo mismo que permanecer en Cristo y tener a Jesucristo, que permanece en sí mismo. Y por eso, quien no permanece en Cristo y en quien Cristo no permanece, es indudable que no come ni bebe espiritualmente su cuerpo y su sangre, aunque materialmente y visiblemente toque con sus dientes el sacramento del cuerpo y de la sangre de Cristo; sino antes, por el contrario, come y bebe para su perdición el sacramento de realidad tan augusta, ya que, impuro y todo, se atreve a acercarse a los sacramentos de Cristo, que nadie puede dignamente recibir sino los limpios, de quienes dice: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios".
19. "Así como mi Padre viviente, dice, me envió y yo vivo por mi Padre, así también quien me come a mi vivirá por mí". No dice: Así como yo como a mi Padre y vivo por mi Padre, así quien me come a mí vivirá por mí. Pues el Hijo no se hace mejor por la participación de su Padre, porque es igual a El por nacimiento; mientras que nosotros sí que nos haremos mejores participando del Hijo por la unidad de su cuerpo y sangre, que es lo que significa aquella comida y bebida. Vivimos, pues, nosotros por El mismo comiéndole a El, es decir, recibiéndole a El, que es la vida eterna, que no tenemos de nosotros mismos. Vive El por el Padre, que le ha enviado; porque se anonadó a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte de cruz. Si tomamos estas palabras: "Vivo por el Padre", en el mismo sentido que aquellas otras: "El Padre es mayor que yo", podemos decir también que nosotros vivimos por El, porque El es mayor que nosotros. Todo esto es así por el hecho mismo de ser enviado. Su misión es, ciertamente, el anonadamiento de sí mismo y su aceptación de forma de siervo; lo cual rectamente puede así decirse, aun conservando la identidad absoluta de naturaleza del Hijo con el Padre. El Padre es mayor que el Hijo-hombre; pero el Padre tiene un Hijo- Dios, que es igual a El, ya que uno y el mismo es Dios y hombre, Hijo de Dios e Hijo del hombre, que es Cristo Jesús. Y en este sentido dijo (si se entienden bien estas palabras): "Así como el Padre viviente me envió y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá para mí". Como si dijera: La razón de que yo viva por el Padre, es decir, de que yo refiera a El como a mayor mi vida, es mi anonadamiento en el que me envió; mas la razón de que cualquiera viva por mí es la participación de mí cuando me come. Así, yo, humillado, vivo por el Padre, y aquel, ensalzado, vive por mí. Si se dijo "Vivo por el Padre" en el sentido de que El viene del Padre y no el Padre de El, esto se dijo sin detrimento alguno de la identidad entre ambos. Pero
diciendo: "Quien me come a mí, vivirá por mí", no significa identidad entre El y nosotros, sino que muestra sencillamente la gracia de mediador.
20. "Este es el pan que descendió del cielo", con el fin de que, comiéndolo, tengamos vida, y que de nosotros mismos no podemos tener la vida eterna. "No como comieron, dice, el maná vuestros padres, y murieron; el que come este pan vivirá eternamente". Aquellas palabras: "Ellos murieron", quieren significar que no vivirán eternamente. Porque morirán en verdad temporalmente también quienes coman a Cristo; pero viven eternamente, ya que Cristo es la vida eterna.
(San Agustín, Obras Completas , Tratado sobre el Evangelio de San Juan , Tomo XIII , BAC, 2ª Ed., Madrid, 1968, Pág. 573-593)
Comentario Teológico: San Agustín III - ¿Qué palabras habéis oído de boca del Señor invitándonos?
1. ¿Qué palabras habéis oído de boca del Señor invitándonos? ¿Quién invitó? ¿A quiénes invitó y qué preparó? Invitó el Señor a sus siervos, y les preparó como alimento a sí mismo. ¿Quién se atreverá a comer a su Señor? Con todo, dice: Quien me come vive por mí. Cuando se come a Cristo, se come la vida. Ni se le da muerte para comerlo, sino que el da la vida a los muertos. Cuando se le come da fuerzas. Pero él no mengua. Por tanto, hermanos, no temamos comer este pan por miedo de que se acabe y no encontremos después qué tomar. Sea comido Cristo; comido vive, puesto que muerto resucitó. Ni siquiera lo partimos en trozos cuando lo comemos. Y, ciertamente, así acontece en el sacramento; saben los fieles como comen la carne de Cristo: cada uno recibe su parte, razón por la que a esa gracia llamamos "partes". Se le come en porciones, y permanece todo entero; en el sacramento se le come en porciones, y permanece todo entero en el cielo, todo entero en tu corazón. En efecto, todo el estaba junto al Padre cuando vino a la Virgen; la llenó, pero sin apartarse de el. Venía a la carne, para que los hombres lo comieran, y, a la vez, permanecía íntegro junto al Padre, para alimentar a los Ángeles. Para que lo sepáis, hermanos -los que ya lo sabéis, y quienes no lo sabéis debéis saberlo-, cuando Cristo se hizo hombre, el hombre comió el pan de los ángeles. ¿En base a qué, cómo, por qué camino, por mérito de quién, por que dignidad iba a comer el hombre pan de los Ángeles si el creador de los Ángeles no se hubiera hecho hombre? Comámosle, pues, tranquilos; no se acaba lo que comemos; comámoslo para no acabar nosotros. ¿En qué consiste comer a Cristo? No consiste solamente en comer su cuerpo en el sacramento, pues muchos lo reciben indignamente, de los cuales dice el Apóstol: Quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, come y bebe su condenación.
2. Pero ¿cómo ha de ser comido Cristo? Como el mismo lo indica: Quien come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Así, pues, si el permanece en mí y yo en el, es entonces cuando me come y bebe; quien, en cambio, no permanece en mí ni yo en él, aunque reciba el sacramento, lo que consigue es un gran tormento. Lo que el dice: Quien permanece en mí, lo repite en otro lugar: Quien cumple mis mandamientos, permanece en mí y yo en el. Ved, pues, hermanos, que, si los fieles os separáis del cuerpo del Señor, hay que temer que muráis de hambre. El mismo dijo: Quien no come ni bebe mi sangre, no tendrá en sí la vida. Si, pues, os separáis Basta el punto de no tomar el cuerpo y la sangre del Señor, es de temer que muráis; en cambio, si lo recibís y bebéis indignamente, es de temer que comáis y bebáis vuestra condenación. Os halláis en grandes estrecheces; vivid bien, y esas estrecheces se dilatarán. No os prometáis la vida si vivís mal; el hombre se engaña cuando se promete a sí mismo lo que no le promete Dios. Mal testigo, te prometes a ti mismo lo que la verdad te niega. ¿Dice la Verdad: "Si vivís mal, moriréis por siempre", y tu te dices: "Vivo ahora mal y viviré por siempre con Cristo"? ¿Cómo puede ser posible que mienta la Verdad y tú digas la verdad? Todo hombre es mentiroso. Así, pues, no podéis vivir bien si él no os ayuda, si el no os lo otorga, si el no os lo concede. Orad y comed de el. Orad y os libraréis de esas estrecheces. El os llenará al obrar el bien y al vivir bien. Examinad vuestra conciencia. Vuestra boca se llenará con la alabanza y el gozo de Dios, y, una vez liberados de tan grandes estrecheces, le diréis: Libraste mis pasos bajo mí y no se han borrado mis huellas.
(San Agustín, Obras completas de San Agustín, B.A.C., Madrid, 1983, pg. 173-175)
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”
"Díjoles Jesús: en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna en sí mismo" (Jn VI, 53-54)
Cuando tratemos de cosas espirituales, cuidemos de que nada haya en nuestras almas de terreno y secular; sino que dejadas a un lado y rechazadas todas esas cosas, total e íntegramente nos entreguemos a la divina palabra. Si cuando el rey llega a una ciudad se evita todo tumulto, mucho más debemos escuchar con plena quietud y grande temor cuando nos habla el Espíritu Santo. Porque son escalofriantes las palabras que hoy se nos han leído. Escúchalas de nuevo: en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna en sí mismo.
Puesto que le habían dicho: eso es imposible, El declara ser esto no solamente posible, sino sumamente necesario. Por lo cual continúa; El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré al final de los tiempos. Había Él dicho: Si alguno come de este pan no morirá para siempre; y es verosímil que ellos tomaran a mal, como cuando anteriormente dijeron: Nuestro Padre Abraham murió y los profetas también murieron; entonces ¿cómo dices tú: no gustará de la muerte? Por tal motivo ahora, como solución a la pregunta, pone la resurrección; y declara que ese tal no morirá para siempre.
Con frecuencia habla Cristo de los misterios, demostrando cuán necesarios son y que en absoluto conviene celebrarlos. Dice: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. ¿Qué significa esto? Quiere decir o bien que es verdadero alimento que conserva la vida del alma; o bien quiere hacer creíbles su palabras y que no vayan a pensar que los dijo por simple enigma o parábola, sino que entiendan que realmente es del todo necesario comer su cuerpo.
Continúa luego: Quien come mi carne permanece en Mí, para dar a entender que íntimamente se mezcla con Él. Lo que sigue, en cambio, no parece consonar con lo anterior, si no ponemos atención. Porque dirá alguno: ¿qué enlace lógico hay entre haber dicho. Quien come mi carne permanece en Mí, y a continuación añadir: como me envió el Padre que vive, así Yo vivo por el Padre? Pues bien, lo cierto es que tienen muy estrecho enlace ambas frases. Puesto que con frecuencia había mencionado la vida eterna, para confirmar lo dicho añade: En Mí permanece. Pues si en Mi permanece y Yo vivo, es manifiesto que también él vivirá. Luego prosigue: Así como me envió el Padre que vive. Hay aquí una comparación y semejanza; y es como si dijera: vivo Yo como vive el Padre. Y para que no por eso lo creyeras Ingénito, continúa al punto: así Yo vivo por el Padre, no porque necesite de alguna operación para vivir, puesto que ya anteriormente suprimió esa sospecha, cuando dijo: Así como el Padre tiene vida en Sí mismo, así dio al Hijo tener vida en Sí mismo. Si necesitara de alguna operación, se seguiría o que el Padre no le dio vida, lo que es falso; o que, si de la dio, en adelante la tendría sin necesidad de que otro le ayudara para eso.
¿Qué significa; Por el Padre? solamente indica la causa. Y lo que quiere decir es esto: Así como mi Padre vive, así también Yo vivo. Y el que me come también ibirá por Mi. no habla aquí de una vida cualquiera, sino de una vida esclarecida. Y que no hable aquí de la vida simplemente, sino de otra gloriosa e inefable, es manifiesto por el hecho de que todos los infieles y los no iniciados viven, a pesar de no haber comido su carne. ¿Ves cómo no se trata de esta vida, sino de aquella otra? De modo que lo que dice es lo siguiente: Quien come mi carne, aunque muera no perecerá ni será castigado. Más aún, ni siquiera habla de la resurrección común y ordinaria, puesto que todos resucitarán; sino de una resurrección excelentísima y gloriosa, a la cual surgirá la recompensa.
Este es el pan bajado del cielo. No como el que comieron vuestros padres, el maná, y murieron. Quien come de este pan vivirá para siempre. Frecuentemente repite esto mismo para elevarlo hondamente en el pensamiento de los oyentes (ya que era esta la última enseñanza acerca de estas cosas); y también para confirmar de su doctrina acerca de la resurrección y acerca de la vida eterna. Por esto añadió lo de la resurrección, tanto con decir: Tendrán vida eterna, como dando a entender que esa vida no es la presente, sino la que seguirá a la resurrección.
Preguntarás: ¿cómo se comprueba esto? Por las Escrituras, pues a ellas los remite continuamente para que aprendan. Y cuando dice; Que da vida al mundo, excita la emulación a fin de que otros, viendo a los que disfrutan don tan alto, no permanezcan extraños. También recuerda con frecuencia el maná, tanto para mostrar para diferencia con este otro pan, como para más excitarlos a la fe. Puesto que si pudo Dios, sin siega y sin trigo y demás aparato de los labradores, alimentarlos durante cuarenta años, mucho más los alimentará ahora que ha venido a ejecutar hazañas más altas y excelentes. Por lo demás, si aquellas eran figuras, y sin trabajos y sudores recogían el alimento los israelitas, mucho mejor será ahora, habiendo tan grande diferencia y no existiendo una muerte verdadera y gozando nosotros de una verdadera vida.
Y muy propósito con frecuencia hace también mención de la vida, puesto que ésta es lo que más anhelan los hombres y nada les es tan dulce como el no morir. En el Antiguo Testamento se prometía una larga existencia, pero ahora se nos promete no una existencia larga, sino una vida sin acabamiento. Quiere también declarar que el castigo que introdujo el pecado queda abolido y revocada la sentencia de muerte, puesto que pone ahora él e introduce una vida no cualquiera sino eterna, contra lo que allá al principio había decretado.
Esto lo dijo enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm; ciudad en la había obrado muchos milagros; y en la que por lo mismo convenía que se le escuchara y creyera. Preguntarás: ¿por qué enseñaba en la sinagoga y en el templo? Tanto para atraer a la multitud, como para demostrar que no era contrario al Padre. Pero muchos de los discípulos que lo oyeron decían: este lenguaje resulta intolerable. ¿Qué significa intolerable? Es decir áspero, trabajoso sobremanera, penoso. Pero a la verdad, no decía Jesús nada que tal fuera. Porque no trataba entonces del modo de vivir correctamente, sino acerca de los dogmas, insistiendo en que se debía tener fe en Cristo.
Entonces ¿por qué es lenguaje intolerable? ¿Porque promete la vida y la resurrección? ¿Porque afirma haber venido él del Cielo? ¿Acaso porque dice que nadie puede salvarse si no come su carne? Pero pregunto yo: ¿son intolerables estas cosas? ¿Quién se atreverá a decirlo? Entonces ¿qué es lo que significa intolerable? Quiere decir difícil de entender, que supera la rudeza de los oyentes, que es altamente aterrador. Porque pensaban ellos que Jesús decía cosas que superaban su dignidad y que estaban por encima de su naturaleza. Por esto decían, ¿Quién podrá soportarlo? Quizá lo decían en forma de excusa, puesto que lo iban a abandonar.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías, Vol. IV. Ed. Tradición, S. A., México, 1981)
Santos Padres: San Cirilo de Alejandría - Comentarios a San Juan
(…) Porque el que nosotros estamos unidos espiritualmente a Cristo con afecto de caridad perfecta, con una fe recta e invencible y con una conciencia pura y virtuosa, ésa es nuestra creencia, con la que estamos enteramente de acuerdo. Mas atreverse a decir que no hay ninguna unión según la carne entre Cristo y nosotros, mostraremos que está en absoluto desacuerdo con las Escrituras inspiradas. Porque, ¿cómo es equívoco o quién que esté, en su sano juicio podrá dudar de que por esto [por la unión según la carne] Cristo es la vid; y nosotros, realizando la imagen de sarmientos [cf. Jn 15,1], recibimos la vida de Él y por Él, siendo así que San Pablo dice: Todos somos un solo cuerpo en Cristo [Rom 12,5], ya que todos formamos un solo pan, pues todos participamos de un mismo pan? [1 Cor 10,17].
Díganos, pues, alguno la causa y muéstrenos de paso la fuerza de la bendición mística. Pues ¿para qué penetra en nosotros la Eucaristía? ¿Acaso no es para hacer habitar a Cristo corporalmente por la participación y comunión de su santa carne? Creo que está bien dicho. Pues escribe San Pablo que los gentiles se han hecho concorpóreos y coparticipes y coherederos de Cristo [cf. Eph 3,6]. ¿De qué manera se han hecho concorpóreos? Habiendo sido honrados con la participación de la bendición mística, formaron un cuerpo con él, como en realidad [lo formaron] cada uno de los Santos apóstoles. De otra suerte, ¿por qué razón a sus miembros, más aún, a los de todos, los llamó miembros de Cristo? Pues escribe: ¿No sabéis que vuestros miembros son miembros de Cristo? Y tomando los miembros de Cristo, ¿los haré miembros de una ramera? Jamás [1 Cor 6,15]. Y el mismo Salvador: El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él [Jn 6,56].
Aquí tenemos que considerar que Cristo no dice que esta él en nosotros solamente con cierta relación de afecto, sino también con una participación carnal o física. Porque así como cuando uno junta dos trozos de cera y los derrite por medio del fuego, de los dos se forma una sola cosa, así también por la participación del cuerpo de Cristo y de su preciosa sangre, El se une a nosotros y nosotros nos unimos a El. Porque lo que por su naturaleza es corruptible, no puede vivificarse de otro modo que uniéndose corporalmente al cuerpo del que es vida por su propia naturaleza, es decir, del Unigénito, Y si no te dejas persuadir por mis palabras, cree al mismo Cristo, que clama: En verdad, en verdad os digo: Si no comiereis la carne del Hijo del hombre y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo le resucitaré en el ultimo día [Jn 6,53s]. ¿Le oyes ya decir claramente que si no comemos su carne y bebemos su sangre no tendremos en nosotros, esto es, en nuestra propia carne, la vida eterna? Pues vida eterna se debe juzgar, sin duda y con pleno derecho, la carne de la vida, esto es, del Unigénito.
Pero cómo y de qué manera nos resucitará esta carne en el último día, tú lo oirás sin duda alguna y para mí no será molesto el explicártelo. Después que [esta carne] se hizo carne de la vida, esto es, del Verbo que procede del Dios y Padre como un fulgor, pasó a tener la fuerza de la vida, y es imposible que la vida sea vencida por la muerte. Y como quiera que en nosotros está la vida, no sufrirá de ninguna manera las ataduras de la muerte, sino que superará la corrupción, ya que no puede soportar las cosas corruptibles. Porque la corrupción no heredará la incorrupción [1 Cor 15,50], según la frase del Apóstol. Y, efectivamente, cuando Cristo dice: Yo le resucitaré [Jn 6,54], de ninguna manera atribuye a su carne sola el poder de resucitar a los muertos, sino que, siendo una misma cosa con su carne el Dios Verbo que está en ella, dice aquel Yo con toda verdad. Porque no se divide Cristo en dos hijos ni habrá nadie que piense que su cuerpo no pertenece al Unigénito, como nadie dirá creo yo, que a nuestra alma es ajeno su cuerpo.
Quedando, pues, evidenciado así que Cristo es por esto [por la unión según la carne] vid, y nosotros sarmientos, puesto que tenemos con él una participación no solo espiritual, sino también corporal, ¿por qué dice [Nestorio] necedades inútilmente contra nosotros, afirmando que, puesto que no estamos unidos a Él corporalmente, sino por la fe y por afecto de legítima caridad, por eso no llama vid a su carne, sino más Bien a la divinidad?..
Por tanto nada dañará a los discípulos el no estar con ellos en carne, siendo así que fácilmente puede el poder divino del Unigénito salvarlos, aunque no aparezca presente la carne.
Y esto decimos no porque tengamos en nada el santo cuerpo de Cristo— ¡lejos de nosotros tal pensamiento!—, sino porque ha de atribuirse principalmente a la gloria de la divinidad la eficacia en hacer las cosas que eran realizadas. Pero también estaba santificado el cuerpo mismo del Señor, por la fuerza del Verbo unido con Él, y tan eficaz es para nosotros en la bendición mística, que llega a poder plantar en nosotros su propia santificación.
Per eso el Salvador mismo, explicando en otra ocasión los judíos muchas cosas acerca de su propia carne, y llamándola pan en realidad vivificador y verdadero, dice: Porque el pan que yo os daré es mi carne, la cual daré por la vida del mundo [Io 6,51]. Y quedando ellos atónitos y no poco inciertos de cómo la naturaleza de la carne terrena les sería intermediaria de la vida eterna, respondió (el Señor) con esta defensa: La carne de nada aprovecha, el espíritu es el que vivifica; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida [ibíd., 63]; pues también aquí dice que de nada puede aprovechar la carne, se entiende para la santificación y vivificación de los que la reciben, por lo que se refiere a la naturaleza de la carne humana; mas si se piensa y se cree que [la carne] es templo del Verbo, será mediadora de santificación y de vida, aunque no por ella, sino por el (Dios que está unido con ella, el cual es santo y vida....
(Jesús Solano, Textos Eucarístico primitivos (San Cirilo de Alejandría), B.A.C., Madrid, 1979, pg. 417-421)
Comentario Teológico I: Juan Pablo II - El hombre tiene sed de Dios
1. El Salmo 62 (63), en el que hoy reflexionamos, es el Salmo del amor místico, que celebra la adhesión total a Dios, partiendo de un anhelo casi físico hasta alcanzar su plenitud en un abrazo íntimo y perenne. La oración se hace deseo, sed y hambre, pues involucra al alma y al cuerpo.
Como escribe santa Teresa de Ávila "sed me parece a mí quiere decir deseo de una cosa que nos hace gran falta, que si del todo nos falta nos mata" ("Camino de perfección", c. XIX). La liturgia nos propone las dos primeras estrofas del Salmo, que están centradas precisamente en los símbolos de la sed y del hambre, mientras que la tercera estrofa presenta un horizonte oscuro, el del juicio divino sobre el mal, en contraste con la luminosidad y la dulzura del resto del Salmo.
2. Comenzamos entonces nuestra meditación con el primer canto, el de la sed de Dios. (cf. versículos 2-4). Es el alba, el sol está surgiendo en el cielo despejado de Tierra Santa y el orante comienza su jornada dirigiéndose al templo para buscar la luz de Dios. Tiene necesidad de ese encuentro con el Señor de manera casi instintiva, parecería "física". Como la tierra árida está muerta hasta que no es regada por la lluvia, y al igual que las grietas del terreno parecen una boca sedienta, así el fiel anhela a Dios para llenarse de él y para poder así existir en comunión con Él.
El profeta Jeremías había proclamado: el Señor es "manantial de agua viva" y había reprendido al pueblo por haber construido "cisternas agrietadas que no contienen el agua" (2, 13). Jesús mismo exclamará en voz alta: "Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí" (Juan 7, 37-38). En plena tarde de un día soleado y silencioso, promete a la mujer samaritana: "el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna" (Juan 4, 14).
3. La oración del Salmo 62 se entrecruza, en este tema, con el canto de otro Salmo estupendo, el 41 (42): "Como jadea la cierva, tras las corrientes de agua, así jadea mi alma, en pos de ti, mi Dios. Tiene mi alma sed de Dios, del Dios vivo" (versículos 2-3). En el idioma del Antiguo Testamento, el hebreo, "el alma" es expresada con el término "nefesh", que en algunos textos designa la "garganta" y en otros muchos se amplia hasta indicar todo el ser de la persona. Tomado en estas dimensiones, el término ayuda a comprender hasta qué punto es esencial y profunda la necesidad de Dios; sin él desfallece la respiración y la misma vida. Por este motivo, el salmista llega a poner en segundo plano la existencia física, en caso de que decaiga la unión con Dios: "Tu gracia vale más que la vida" (Salmo 62, 4). También el Salmo 72 (73) repetirá al Señor: " ¿Quién hay para mí en el cielo? Estando contigo no hallo gusto ya en la tierra. Mi carne y mi corazón se consumen: ¡Roca de mi corazón, mi porción, Dios por siempre! [...] Para mí, mi bien es estar junto a Dios; he puesto mi cobijo en el Señor" (versículos 25-28).
4. Después del canto de la sed, las palabras del salmista entonan el canto del hambre (cf. Sal 62, 6-9). Probablemente, con las imágenes del "gran banquete" y de la saciedad, el orante recuerda uno de los sacrificios que se celebraban en el templo de Sión: el así llamado "de comunión", es decir, un banquete sagrado en el que los fieles comían las carnes de las víctimas inmoladas. Otra necesidad fundamental de la vida se usa aquí como símbolo de la comunión con Dios: el hambre es saciada cuando se escucha la Palabra divina y se encuentra al Señor. De hecho, "no sólo vive de pan, sino de todo lo que sale de la boca del Señor" (Deuteronomio 8, 3; cf. Mateo 4, 4). Y al llegar a este punto el pensamiento cristiano corre hacia aquel banquete que Cristo ofreció la ultima noche de su vida terrena, cuyo valor profundo había explicado ya en el discurso de Cafarnaúm: "Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él" (Juan 6, 55-56).
5. A través de la comida mística de la comunión con Dios, "el alma se aprieta" contra Dios, como declara el salmista. Una vez más, la palabra "alma" evoca a todo el ser humano. No es una casualidad si habla de un abrazo, de un apretón casi físico: Dios y el hombre ya están en plena comunión y de los labios de la criatura sólo puede salir la alabanza gozosa y grata. Incluso cuando se está en la noche obscura, se siente la protección de las alas de Dios, como el arca de la alianza el alma está cubierta por las alas de los querubines. Entonces aflora la expresión estática de la alegría: "yo exulto a la sombra de tus alas". El miedo se disipa, el abrazo no aprieta algo vacío sino al mismo Dios, nuestra mano se cruza con la fuerza de su diestra (cf. Salmo 62, 8-9).
6. Al leer este Salmo a la luz del misterio pascual, la sed y el hambre que nos llevan hacia Dios son saciadas en Cristo crucificado y resucitado, del que nos llega, a través del don del Espíritu Santo y de los Sacramentos, la nueva vida y el alimento que la sustenta...
Nos lo recuerda san Juan Crisóstomo, quien al comentar la observación de Juan: de su costado "salió sangre y agua" (cf. Juan 19, 34), afirma: "aquella sangre y aquella agua son símbolos del Bautismo, y de los Misterios", es decir, de la Eucaristía. Y concluye: " ¿Veis cómo Cristo se une con su esposa? ¿Veis con qué comida nos nutre a todos nosotros? Nos alimentamos con la misma comida que nos ha formado. De hecho, así como la mujer alimenta a aquel que ha generado con su propia sangre y leche, así también Cristo alimenta continuamente con su propia sangre a aquel que él mismo ha engendrado" (Homilía III dirigida a los neófitos, 16-19 passim: SC 50 bis, 160-162).
(Juan Pablo II, Palabras de Juan Pablo II durante la audiencia general del miércoles 25 de abril de 2001
Comentario Teológico II: Juan Pablo II - La Eucaristía, luz y vida del nuevo milenio
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Me alegra acoger hoy, juntamente con los miembros del Comité pontificio para los Congresos eucarísticos internacionales, a los delegados nacionales designados por las respectivas autoridades eclesiales para participar en la asamblea plenaria que se celebra estos días en Roma. Os saludo cordialmente a cada uno y, en particular, al cardenal Jozef Tomko, presidente del Comité, a quien agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes. Extiendo mi saludo al cardenal Juan Sandoval Íñiguez, arzobispo de Guadalajara, ciudad en la que tendrá lugar el próximo Congreso eucarístico internacional.
Vuestra asamblea ha dedicado especial atención a ese Congreso, cuyo tema será: "La Eucaristía, luz y vida del nuevo milenio". Ha pasado poco tiempo desde que comenzó este milenio, pero ya se ve claramente cuán necesaria es para toda la humanidad y para la Iglesia la luz de Jesucristo y la vida que él ofrece en la Eucaristía.
En efecto, sobre este inicio se ciernen sombras amenazadoras. Por tanto, es necesario volver a presentar a la humanidad la "luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo" (Jn 1, 9), el Verbo encarnado, que quiso permanecer con nosotros de un modo tan significativo como el eucarístico. En este sacramento está presente Jesucristo con el don de sí mismo "por la vida del mundo" -"pro mundi vita"- y, por consiguiente, también por la vida de nuestro mundo tal como es, con sus luces y sus sombras. La Eucaristía es expresión sublime del amor de Dios encarnado, amor permanente y eficaz.
2. El Comité pontificio para los Congresos eucarísticos internacionales tiene como finalidad principal "hacer que el Señor Jesús sea cada vez más conocido y amado en su misterio eucarístico, centro de la vida de la Iglesia y de su misión para la salvación del mundo" (Estatutos). Se trata de una finalidad muy importante, que el Comité cumple, por un lado, promoviendo la celebración periódica de los Congresos eucarísticos internacionales y, por otro, favoreciendo las iniciativas adecuadas para incrementar la devoción al misterio eucarístico. Con vuestro trabajo apostólico, aplicáis la enseñanza del concilio Vaticano II, que presenta la Eucaristía como "fuente y cima de toda la vida cristiana" (Lumen gentium, 11).
Los Congresos eucarísticos internacionales tienen ya una larga historia en la Iglesia y han asumido cada vez más claramente la característica de la "Statio orbis", que subraya la dimensión universal de esta celebración. En efecto, se trata siempre de una fiesta de fe en torno a Cristo eucarístico, en la que no sólo participan los fieles de una Iglesia particular o de una sola nación, sino también, en la medida de lo posible, de diferentes partes del mundo. La Iglesia se congrega en torno a su Señor y Dios.
A este respecto, es muy importante la obra de los delegados nacionales, nombrados por las respectivas autoridades de las Iglesias de Occidente y Oriente. Están llamados a sensibilizar a sus Iglesias con respecto al tema del Congreso internacional, sobre todo en su fase preparatoria, para que llegue a ser un acontecimiento fontal, del que broten para las Iglesias particulares frutos de vida y de comunión.
3. La Eucaristía ocupa el lugar central en la Iglesia, porque "hace la Iglesia". Como afirma el concilio Vaticano II, citando las palabras del gran san Agustín, es "sacramentum pietatis, signum unitatis, vinculum caritatis" -"sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad"- (Sacrosanctum Concilium, 47). Y san Pablo dice: "Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan" (1 Co 10, 17). La Eucaristía es fuente de unidad en la Iglesia. El Cuerpo eucarístico del Señor alimenta y sostiene a su Cuerpo místico.
Los Congresos eucarísticos internacionales contribuyen también a esta finalidad plenamente eclesial. En efecto, la participación de los fieles de diversos lugares de proveniencia en ese acontecimiento eucarístico simboliza la unidad y la comunión. Los delegados nacionales pueden comunicar a sus comunidades el espíritu de fervor eucarístico y de comunión que se vive en estos tiempos fuertes de adoración, contemplación, reflexión y participación. El Congreso, vivido en profundidad, es fuego para forjar animadores de comunidades eucarísticas vivas y evangelizadores de los grupos que no conocen aún en profundidad el amor que se oculta en la Eucaristía.
4. Amadísimos hermanos y hermanas, el apostolado eucarístico, al que dedicáis vuestros esfuerzos, constituye ciertamente una respuesta a la invitación del Señor: "Duc in altum!". Perseverad en él con empeño y pasión, animando y difundiendo la devoción eucarística en todas sus expresiones.
Que en vuestro servicio eclesial os guíe siempre un auténtico espíritu de comunión, favoreciendo la colaboración activa entre el Comité eucarístico pontificio y los comités nacionales.
Acompaño estos deseos con la seguridad de mi oración y con la bendición apostólica, que os imparto de corazón a vosotros y a vuestros seres queridos.
(Juan Pablo II - Martes 5 de noviembre de 2002)
Comentario Teológico III: Juan Pablo II - 1. "Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).
Reunidos ante la Eucaristía, experimentamos con particular intensidad en este momento la verdad de la promesa de Cristo: ¡Él está con nosotros!
Os saludo a todos los que estáis en Guadalajara para participar en la conclusión del Congreso Eucarístico Internacional. En particular, al Cardenal Jozef Tomko, Legado mío, al Cardenal Juan Sandoval Íñiguez, Arzobispo de Guadalajara, a los Señores Cardenales, Arzobispos, Obispos y Sacerdotes de México y de otros muchos Países que están presentes.
Saludo también a todos los fieles de Guadalajara, de México y de otras partes del mundo, unidos a nosotros en la adoración del Misterio eucarístico.
2. La conexión televisiva entre la Basílica de San Pedro, corazón de la cristiandad, y Guadalajara, sede del Congreso, es como un puente tendido entre los continentes y hace que nuestro encuentro de oración sea como una "Statio Orbis" ideal, a la cual se unen los creyentes de todo el orbe. El punto de encuentro es Jesús mismo, realmente presente en la Santísima Eucaristía con su misterio de muerte y resurrección, en el cual se unen el cielo y la tierra, y se encuentran los pueblos y culturas diversas. Cristo es "nuestra paz, haciendo de los dos un sólo pueblo" (Ef 2,14).
3. "La Eucaristía, Luz y Vida del Nuevo Milenio". El tema del Congreso nos invita a considerar el Misterio eucarístico, no sólo en sí mismo, sino también en relación a los problemas de nuestro tiempo.
¡Misterio de luz! De luz tiene necesidad el corazón del hombre, oprimido por el pecado, a veces desorientado y cansado, probado por sufrimientos de todo tipo. El mundo tiene necesidad de luz, en la búsqueda difícil de una paz que parece lejana al comienzo de un milenio perturbado y humillado por la violencia, el terrorismo y la guerra.
¡La Eucaristía es luz! En la Palabra de Dios constantemente proclamada, en el pan y en el vino convertidos en Cuerpo y Sangre de Cristo, es precisamente Él, el Señor Resucitado, quien abre la mente y el corazón y se deja reconocer, como sucedió a los dos discípulos de Emaús "al partir el pan" (cf Lc 24,25). En este gesto convivial revivimos el sacrificio de la Cruz, experimentamos el amor infinito de Dios y sentimos la llamada a difundir la luz de Cristo entre los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
4. ¡Misterio de vida! ¿Qué aspiración puede ser más grande que la vida? Y sin embargo sobre este anhelo humano universal se ciernen sombras amenazadoras: la sombra de una cultura que niega el respeto de la vida en cada una de sus fases; la sombra de una indiferencia que condena a tantas personas a un destino de hambre y subdesarrollo; la sombra de una búsqueda científica que a veces está al servicio del egoísmo del más fuerte.
Queridos hermanos y hermanas: debemos sentirnos interpelados por las necesidades de tantos hermanos. No podemos cerrar el corazón a sus peticiones de ayuda. Y tampoco podemos olvidar que "no sólo de pan vive el hombre" (cf Mt 4,4). Necesitamos el "pan vivo bajado del cielo" ( Jn 6,51). Este pan es Jesús. Alimentarnos de él significa recibir la vida misma de Dios (cf. Jn10,10), abriéndonos a la lógica del amor y del compartir.
5. He querido que este Año estuviera dedicado particularmente a la Eucaristía. En realidad, todos los días, y especialmente el domingo, día de la resurrección de Cristo, la Iglesia vive de este misterio. Pero en este Año de la Eucaristía se invita a la comunidad cristiana a tomar conciencia más viva del mismo con una celebración más sentida, con una adoración prolongada y fervorosa, con un mayor compromiso de fraternidad y de servicio a los más necesitados. La Eucaristía es fuente y epifanía de comunión. Es principio y proyecto de misión (cf. Mane nobiscum Domine, cap. III y IV).
Siguiendo el ejemplo de María, "mujer eucarística" (Ecclesia de Eucharistia, cap. VI), la comunidad cristiana ha de vivir de este misterio. Consolidada por el "pan de vida eterna", ha de ser presencia de luz y de vida, fermento de evangelización y de solidaridad.
6. Mane nobiscum, Domine! Como los dos discípulos del Evangelio, te imploramos, Señor Jesús: quédate con nosotros!
Tú, divino Caminante, experto de nuestras calzadas y conocedor de nuestro corazón, no nos dejes prisioneros de las sombras de la noche.
Ampáranos en el cansancio, perdona nuestros pecados, orienta nuestros pasos por la vía del bien.
Bendice a los niños, a los jóvenes, a los ancianos, a las familias y particularmente a los enfermos. Bendice a los sacerdotes y a las personas consagradas. Bendice a toda la humanidad.
En la Eucaristía te has hecho "remedio de inmortalidad": danos el gusto de una vida plena, que nos ayude a caminar sobre esta tierra como peregrinos seguros y alegres, mirando siempre hacia la meta de la vida sin fin.
Quédate con nosotros, Señor! Quédate con nosotros! Amén.
(CELEBRACIÓN DE LA SANTA MISA, ADORACIÓN Y BENDICIÓN EUCARÍSTICA CON OCASIÓN DEL COMIENZO DEL AÑO DE LA EUCARISTÍA HOMILÍA DE JUAN PABLO II Altar de la Confesión de la Basílica de San Pedro Domingo 17 de octubre de 2004 )
Comentario Teológico: Dom Columba Marmion -- La Misa, banquete de los hijos de Dios
Todos los días se prepara este espléndido banquete. El festín de las bodas del Hijo de Dios se renueva cada mañana en el santo sacrificio. Y tanto el sacerdote como los fieles son invitados a tomar parte en él.
Este misterio de unión es obra de la Sabiduría divina, la cual lo ha confiado a la Iglesia para que ésta lo dispense a los fieles. En el seno de la Iglesia, la Misa viene a ser el foco de donde irradia la gracia sobre todas las obras de los miembros de Cristo. Y por lo que en particular atañe al sacerdote, el oficio divino, la meditación, los ministerios y la abnegación en todas sus formas reciben su impulso sobrenatural de la virtud santificadora de este divino sacrificio. Así nos lo da a entender una oración del misal: "Que los sacrosantos misterios en que has puesto la fuente de la santidad nos santifiquen de verdad también a nosotros".
Veamos ahora cómo llegan hasta nosotros las gracias que brotan de la Misa.
Ante todo, por medio de la sagrada comunión. La Eucaristía es, por excelencia, el sacramento que comunica al sacerdote y a los fieles los frutos de la sagrada inmolación. Así lo dice clarísimamente la oración Suplices del Canon cuando pide que "todos los que participan de la oblación del altar por la recepción del cuerpo y de la sangre de Jesucristo sean llenos de toda bendición celestial y de gracia": Omni benedictione caelesti et gratia repleamur. El don de la Eucaristía es la respuesta que nos da la clemencia del Padre a la ofrenda que le hacemos de su Hijo. Por una increíble condescendencia, el Padre quiere que tanto el celebrante como los fieles se alimenten de la misma victima del sacrificio y lleguen así a poseer todos los inmensos bienes sobrenaturales, de los cuales la santa Misa es el manantial.
De esta suerte, Cristo se une por amor a todos los miembros de su Iglesia, enriqueciéndoles con todos sus bienes: In omnibus divites facti estis in illo (I Cor., I, 5). Por la Eucaristía, "les hace participar de los frutos de su redención": Ut redemptionis tuae fructum in nobis jugiter sentiamus. Este redemptionis fructus se nos aplica realmente en la comunión. Por eso es por lo que nunca debemos estimar la comunión como una práctica piadosa cualquiera, como un detalle o como un ejercicio secundaria importancia en el conjunto de nuestra espiritualidad. Porque cuando Jesucristo viene a nosotros, "viene para comunicarnos su vida", como nos dice el Evangelio, y no lo hace con parsimonia, sino "con una divina sobreabundancia": Ego veni ut vitam habeant, et abundantius habeant
(Jn X, 10).
La comunión nos invita a un ideal altísimo de vida.
¿Cuál es esta vida sobre eminente a la cual invita la unión eucarística a todos los cristianos y en particular a los sacerdotes?
Es de tanta transcendencia esta doctrina, que debemos recurrir a ella a cada paso.
Cristo es el modelo perfecto de la santidad humana que el Padre quiere ver reproducida en sus hijos adoptivos: Praedestinavit nos conformes fieri imaginis Filii sui (Rom., VIII, 29). Todos, aunque en diverso grado, estamos obligados a adquirir esta semejanza sobrenatural, so pena de no poder participar en el banquete del cielo. Esta conformidad con el Hijo encarnado es la que produce en nosotros la elevación espiritual y la armonía entre el elemento humano y el elemento divino que el Padre espera de nosotros.
¿En qué consiste la santidad de Jesús? En la Trinidad, el Padre es el principio de donde el Hijo ha recibido todo cuanto es. Así lo dijo el mismo Jesús: "Pues así como el Padre tiene la vida en sí mismo, así dio también al Hijo tener vida en si mismo" (Jn V, 26).
También la humanidad de Jesús recibe del Padre toda su incomparable dignidad. Del seno del Padre descendía constantemente sobre Jesús una efusión inagotable de vida divina, que le comunicaba la plenitud de la gracia santificante, la caridad infusa y los dones del Espíritu Santo.
La unión hipostática santificaba el alma y el cuerpo de Cristo. Esta "gracia de unión" constituía la raíz de todas las demás comunicaciones otorgadas a la humanidad de Cristo para el cumplimiento perfecto de su misión redentora.
De esta manera, el alma de Jesús no cesaba de contemplar al Padre, al Verbo y al Espíritu Santo. Es verdad que dentro de la unidad de la persona divina, las dos naturalezas continuaban siendo realmente distintas; pero existía entre ambas una unión inefable. Todo lo recibía Jesús del Padre, como de única fuente, y El, a su vez, se consagraba enteramente a su Padre y le glorificaba en todas sus acciones.
Este es el ideal de eminente santidad que Cristo quiere establecer en el alma del que comulga.
Al dar a la Iglesia el gran don de la Eucaristía, Dios lo hizo con la intención de que Cristo fuese ofrecido e inmolado bajo las sagradas especies, de que fuese adorado, visitado y amado en el sagrario; pero quiso también que su Hijo se convirtiese en alimento para hacernos participar de la vida divina: "Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros" (Jn VI, 53).
El pan común, aunque no tiene vida en sí mismo, sostiene, sin embargo, el vigor de nuestro cuerpo; pero cuando tomamos el pan y el cuerpo eucarísticos, es un ser vivo, es Jesús quien penetra en nosotros y toma posesión de nuestro ser y, en virtud de esta unión, nos hace semejantes a El. Por eso dijo: "Yo soy, Ego sum, el pan vivo bajado del cielo (Ibid., 51).
Aunque la vida divina es inaccesible en si misma, este sacramento hace que venga a nosotros. Todo aumento de santidad que el Padre quiere otorgar a sus hijos adoptivos lo ha puesto en manos de Jesús para que éste nos lo comunique.
Considerad esta maravilla: el alma del Salvador estaba en contacto ininterrumpido con el Verbo y éste la vivificaba. Nuestra unión sacramental con Cristo no dura cada día más que unos pocos momentos, pero, por breve que sea, ¡que poder más grande tiene para santificarnos! Aunque esta unión sacramental no es tan intima como la del Verbo con su humanidad, sin embargo es verdad que el autor de la gracia reposa en el alma, la reviste de sus méritos, le concede el don de vivir la vida de la filiación adoptiva y le abre el acceso hasta la misma Trinidad: "Si alguno me ama..., mi Padre le amara, y vendremos a él y en él haremos morada" (Jn XIV, 23).
La unión sacramental guarda una semejanza tan real con la unión del Verbo y su humanidad, que el mismo Jesús es quien nos lo asegura: "Así como me envió mi Padre vivo, y vivo Yo por mi Padre, así también el que me come vivirá por mí" (Jn VI, 57). No es posible llegar a comprender toda la profundidad del misterio de la unión eucarística si no se tiene en cuenta este paralelismo: que el mismo Cristo quiso emplear. Considerad la estupenda elevación que esta comparación deja entrever hasta que lleguéis a empaparos en la verdad que nos descubre. Si así lo hacéis, no os quepa duda de que durante toda vuestra vida sacerdotal sentiréis como se afianzan y se estimulan el respeto y la confianza de alcanzar la gracia que os debe acompañar siempre que comulgáis. San Hilario resume en estos concisos términos estas ideas tan elevadas: "Cristo ha recibido su vida del Padre, y así como El vive por el Padre, así también nosotros vivimos por su carne": Quomodo per Patrem vivit, eodem modo nos per carnem ejus vivimus.
La Misa cuenta entre sus más altas prerrogativas la de ser realmente un festín nupcial. En el momento de la encarnación, el Padre presento a su Hijo una naturaleza humana que estaba destinada a unirse a el como una esposa inmaculada. En el altar, el sacerdote presenta a Cristo unas almas para que las vivifique: su propia alma y las de los asistentes, para que el Señor se comunique a ellas y las haga participar de su propia vida.
Procuremos caer en la cuenta del ideal tan sublime al que nos invita la sagrada comunión. Porque nuestro progreso en la santidad depende, en gran parte, de nuestra manera habitual de participar del banquete eucarístico.
Efectos de la comunión
La consideración de la naturaleza de la unión divina que establece en nuestras almas la Eucaristía no agota todo lo que debemos recordar acerca de este inefable sacramento. Veamos ahora concretamente cuales son las gracias que produce en el alma cada comunión.
Los sacramentos producen el efecto expresado por su elemento sensible. Por eso, la Eucaristía, que ha sido instituida en forma de banquete, debe producir en el orden sobrenatural una misteriosa alimentación de la vida del alma.
El alimento corporal primeramente es absorbido, y luego el organismo lo asimila y, de esta manera, conserva la vida y asegura el crecimiento. El pan eucarístico obra en nosotros de modo análogo. Al tiempo que "lo recibimos por la boca", quod ore sumpsimus, "Cristo se une a nuestra alma": pura mente capiamus, y fecunda y aumenta en ella la vida divina, cuyo germen recibimos en el bautismo.
Cuando comemos, transformamos en nuestra propia sustancia el alimento que tomamos; pero cuando recibimos a Jesús en la Eucaristía no sucede así, sino que, por el contrario, es Jesús quien nos transforma en El. En esta misteriosa unión que produce la Eucaristía, se realiza plenamente la frase que San Agustín pone en labios del Señor: "Yo soy manjar de los que son ya grandes y robustos: crece, y entonces te serviré de alimento. Pero no me mudarás en tu sustancia propia, como sucede al manjar de que se alimenta el cuerpo, sino al contrario, tu te mudaras en mí".
Este es el primer efecto sacramental que la comunión produce ex opere operato: el aumento de la gracia santificante. Cada vez que nos acercamos a comulgar con las debidas disposiciones, la gracia nos hace más semejantes a Dios, más "deiformes", en virtud de "una participación sobrenatural de su naturaleza": Efficiamini divinae consortes naturae (II Pe 1, 4).
Para que llegue a consumarse en toda su plenitud la unión del hombre con Cristo, el Padre ha querido que la virtud propia del sacramento sirva también para avivar y enfervorizar en nosotros la caridad habitual. Este amor que produce en nosotros la Eucaristía no solamente nos acerca a Cristo, sino que llega a unirnos tan estrechamente a El, que "poco a poco va transformándonos en el objeto amado": In virtute hujus sacramenti, dice Santo Tomas, fit quaedam transformatio hominis ad Christum, per amorem . Es tan grande la intimidad de la presencia divina en la sagrada comunión, que el Salvador ha podido decir: "El que come mi carne esta en mí y Yo en el" (Jn VI, 56).
Esta voluntaria adhesión de amor a Cristo vivifica y fortalece toda la práctica de las virtudes cristianas, porque la caridad tiene una eficacia soberana para ayudar al sacerdote en su afán de imitar los ejemplos de Jesús. Nunca llegaremos a alcanzar la verdadera santidad si el Padre no encuentra en nuestras almas los rasgos propios de su Hijo encarnado. Debemos procurar asimilarnos de tal manera a Cristo, que el Padre nos reconozca como verdaderos hijos suyos. Y la Eucaristía es la que nos sostiene y estimula en esta empresa de asimilarnos a Cristo, ya que nos da las gracias que necesitamos para imitar a Jesucristo en la aceptación de la divina voluntad, en la entrega de nuestras personas y de nuestra actividad al bien del prójimo, en la paciencia y en el espíritu de perdón.
Todos aspiramos a ser sacerdotes fervorosos. No importa que tengamos un temperamento débil o enérgico. La sagrada comunión nos infunde a todos la fuerza que viene del mismo Dios. El pan que recibió Elías "para reanimarle en su desfallecimiento" era una figura de la Eucaristía: Et ambulavit in fortitudine cibi illius usque ad mortem Dei (III Reg., XIX, 8). También a nosotros la sagrada comunión nos suministra un "remedio a nuestra flaqueza" como nos enseña la liturgia: Fortitudo fragilium. El amor que enciende en nuestras almas nos permite vencer el hastío, la pereza y las tentaciones, ayudándonos eficazmente a llevar nuestra cruz en pos del divino Maestro.
Otro de los efectos propios de la Eucaristía es el de perdonar los pecados veniales. El amor fervoroso, que es el efecto inmediato de la gracia que este sacramento nos comunica, produce en el alma una gran aversión a todo cuanto obstaculiza la unión. Este aborrecimiento del pecado nos consigue de Dios el perdón de aquellos pecados veniales a los que no tenemos afecto. Esta es la razón de porqué la Eucaristía "purifica al alma de las manchas que en ella han dejado los pecados cometidos": Ut in me non remaneat scelerum macula. Además que por los auxilios divinos que nos asegura, "corrige nuestras malas inclinaciones": Vitia nostra curentur. Por eso, todos los días pedimos al Señor en la Misa que la recepción de la Eucaristía nos sirva de "saludable remedio": Ad medelam percipiendam.
La alegría espiritual, que tanta importancia tiene en nuestra vida sacerdotal, es otra de las gracias que nos proporciona la Eucaristía, por más que sean muy pocos los que reparan debidamente en ella.
La sagrada comunión es un inmenso manantial de la más pura, intima y sólida alegría. Dios es la felicidad por esencia y todo el bien que se encuentra en la creación no es sino un reflejo, una sombra de esta felicidad infinita. Es tan grande la alegría que se experimenta en el cielo, que San Pablo nos dice que "ni el ojo vio, y ni el el oído oyó, ni vino a la mente del hombre, lo que Dios ha preparado para los que le aman" (I Cor II, 9).
La unión eucarística nos comunica no ya una emanación de esta felicidad celestial, sino a su mismo Autor, que viene a nosotros con todas sus incomparables riquezas. Santa Rosa de Lima decía que en el momento de comulgar le parecía que el mismo sol entraba en su alma. Y puede decirse con toda verdad que, así como en la creación el sol es fuente de luz, de vida y de crecimiento, así también en la intimidad del alma este Jesús a quien recibimos en la sagrada comunión es la fuente de esta alegría siempre floreciente y de este coraje que no conoce el abatimiento que constituyen la fuerza que sostiene al cristiano.
No hablo ahora de los consuelos sensibles, sino de aquella esperanza, de aquel entusiasmo que hacia exclamar a San Pablo: "Reboso de gozo en todas nuestras tribulaciones" (I Cor VII, 4). Esta alegría sobrenatural era la que hacia que los mártires sonrieran y cantaran en medio de los suplicios. Era que antes de salir a la arena del anfiteatro se habían fortalecido con el banquete de las bodas del Cordero, era que habían comulgado.
Esta felicidad que comunica la Eucaristía se traduce en ciertas almas en un vivo sentimiento de serenidad y de paz. Cuando el general de Sonis estaba en compañía solía comulgar siempre que tenia oportunidad de hacerlo El día de la batalla de Solferino, escribía después que hubo terminado el combate: "No creo que durante toda esta terrible jornada haya perdido de vista la presencia de Dios ni un solo instante". ¿No es verdad que la actitud que observo este valiente soldado en medio del tumulto y de los peligros de la batalla es un sorprendente y aleccionador ejemplo de lo que puede y debe ser la serenidad y la tranquilidad del alma santificada por la divina presencia?
Aunque no tengamos una fe muy viva en las maravillas que produce la Eucaristía, debemos, sin embargo, cuando llega el momento de la comunión, esforzarnos en creer con firmeza en la realidad y en la grandeza de este don inefable que Dios hace a nuestra alma. Si así lo hacemos, es seguro que poco a poco irá obrándose en la intimidad de nuestra vida sacerdotal una bienhechora transformación.
Nunca llegaremos a agotar la vitalidad de los frutos que nos suministra este divino sacramento. Y ya que no podamos agotar la materia, vamos siquiera a señalar un último y supremo efecto: la Eucaristía "nos da la garantía de la felicidad eterna": Et futurae gloriae nobis pignus datur. Ella nos prepara y nos dispone para el festín celestial "en el reino del Padre", festín que el mismo Cristo prometió después de la Ultima Cena (Mt., XXVI, 29), festín en el que "hartara a los elegidos de su gloria": Satiabor cum apparuerit gloria tua (Ps., 16, 15). ¿Pensamos en esto todo lo que debiéramos siempre que decimos: "Que el cuerpo..., que la sangre del Señor guarde mi alma hasta la vida eterna"?...
(Dom Columba Marmion, Jesucristo ideal del sacerdote, Ed. Descleé de Brouwer, Bilbao, 1953, pg 294-303)
Aplicación: R. P. Giluseppe Ricciotti - Jesús camina sobre las aguas - Discurso acerca del Pan vivo
Cuando la barca se apartó de tierra era noche cerrada; probablemente los discípulos aguardaron algún tiempo antes de embarcar, en la esperanza de que Jesús, librándose de la multitud, les alcanzase. Pero no viendo a nadie y siendo tarde ya, se internaron en el lago.
Se lo había ordenado el maestro y le obedecían, pero sin sentirse plenamente satisfechos, tanto por la separación de Jesús como porque el viaje nocturno no era agradable ni seguro. Ya entrada la primavera, es frecuente en el lago de Tiberíades que, después de un día caluroso y sereno, hacia el declinar del sol, sobrevenga desde las montañas dominantes un viento frío y fuerte en dirección sur, viento que continúa y crece más cada vez hasta la mañana, haciendo la navegación bastante difícil. Así sucedió aquella noche: batidos de lado por el viento e impelidos hacia mediodía en vez de hacia poniente, los navegantes amainaron la vela, ahora nociva y peligrosa, y remaron con esfuerzo. Pero las olas estorbaban la marcha de la barca, y a la cuarta vigilia de la noche, o sea poco después de las tres de la mañana, sólo se habían recorrido 25 ó 30 estadios, o sea alrededor de cinco kilómetros. Faltaba, pues, como un tercio del trayecto hasta llegar al punto de desembarco. El cansancio acrecía el mal humor de los navegantes.
De pronto, entre la oscuridad matinal y el salpicar de las olas, distinguen a pocos pasos de la embarcación un hombre que camina sobre el agua. Un remero da un grito y señala la figura. Todos miran. Es indudablemente una figura humana que parece caminar a la par de la barca y pretender pasar de largo. Pero no: en aquel momento gira hacia la nave como para llegar a ella. Entonces todos se turbaron, diciendo: " ¡Es un fantasma!", y gritaron de terror. Y al instante (Jesús) les habló, diciendo: " Soy yo. No temáis" (Mateo, 14, 26-27). Si era él verdaderamente, no había por qué maravillarse: quien multiplicara los panes pocas horas atrás bien podía caminar sobre las olas. Pero, ¿sería realmente él? Pedro quiso asegurarse: "Señor, si eres tú, ordena que yo vaya a ti sobre las aguas". Jesús repuso: "Ven" . Pedro saltó la borda, caminó sobre el agua y se acercó a Jesús. El experto pescador de Cafarnaúm no se había adentrado nunca en el agua de aquel modo, pero precisamente su experiencia le traicionó, y cuando se encontró solo envuelto entre las tempestuosas olas se apagó en él la llama de fe que le había hecho dejar la barca y quedó sólo el experto pescador el cual, por lo mismo, sintió miedo. El pavor le hacía hundirse, y entonces gritó: " ¡Señor, sálvame!" Y al instante Jesús tendió la mano, le sujetó y le dice: "Pobre de fe, ¿de qué dudaste?" Ambos subieron a la barca, el viento cesó y en breve alcanzaron la costa.
En el breve recorrido en calma, reinó en la barca un inmenso estupor. Los navegantes se arrojaron a los pies del recién embarcado, exclamando: "¡Verdaderamente eres hijo de Dios!" No decían que fuese el "hijo de Dios" por excelencia, el Mesías, pero le proclamaban un hombre extraordinario a quien Dios había concedido los más amplios favores. Pero aquí precisamente quedaba una mancha obscura: al querer encuadrar está nuevo prodigio junto con los otros dentro de una visión de conjunto, aquellos navegantes que tenían aún el estómago lleno del pan milagroso y los ojos llenos de aquella imagen del presunto fantasma, no lograban obtener un juicio completo de toda la visión. Repetíanse en su interior el mismo razonamiento hecho pocas horas antes por las multitudes que comieran el pan multiplicado: Si este hombre sabe producir milagros tan poderosos, por qué no se decide a obrar como potente "rey mesiánico" de Israel? ¿Qué le retiene, pues? Y mucho más se asombraban en su interior; porque no habían comprendido lo de los panes, antes su corazón estaba endurecido (Marcos, 6, 51-52).
El desembarque tuvo lugar en Genesaret, la región llamada hoy el-Ghuweir, descrita como ubérrima por Flavio Josefo (Guerr. jud., III 516 y sigs.) y que se hallaba, como Tabgha, a unos tres kilómetros al sur de Cafarnaúm. Probablemente se eludió Cafarnaúm para no provocar las acostumbradas manifestaciones clamorosas y peligrosas. Pero, con todo, se conoció en seguida la llegada de Jesús y pronto comenzó la afluencia de enfermos y pedigüeños de los lugares vecinos y cuan tos le tocaban eran curados (Marcos, 6, 56).
Entre tanto, muchos de la región de Cafarnaúm habíanse quedado en Bethsaida, en el lugar de la multiplicación de los panes. Pero como por la noche Jesús había desaparecido y sus discípulos habían zarpado sin él en la única barca existente en la orilla, resultaba inútil continuar allí. Pasada, pues, la noche como pudieron, algunos de los rezagados aprovecharon, por la mañana, algunas barcas que llegaron allí desde Tiberíades para pescar (Juan, 6, 23) y se hicieron trasladar en ellas a Cafarnaúm, mientras otros seguían distintas direcciones.
Los llegados a Cafarnaúm comenzaron a buscar a Jesús, acaso con la esperanza de continuar el fallido proyecto de rey y de inducirle a una plena aceptación o a una negativa franca. Encontráronle, en efecto, como previeran, pero probablemente al cabo de dos o tres días, que Jesús había pasado en la Zona de Genesaret. Entonces, tan sólo para entablar conversación, le dijeron: "Rabí, ¿cuándo has venido acá?" (Jn 6, 25).
Con esta pregunta se inicia la célebre predicación sobre el pan vivo sólo relatada por Juan. Nosotros sabemos ya que este método integrativo es propio del IV evangelio en su cotejo con los sinópticos. En este discurso reaparecen rasgos característicos de Juan ya notados en los diálogos de Jesús con Nicodemo y con la samaritana. Con este último muestra varias afinidades, incluso de desarrollo lógico, el discurso sobre el pan vivo. Sin embargo, analizando minuciosamente el discurso en sí, se muestran aquí y allá soldaduras o reconexiones que evidencia un trabajo redaccional. Si el Sermón de la Montaña ofreció a los dos sinópticos que lo incluyen, y sobre todo a Mateo, ocasión de ejercitar su actividad redaccionista, igual ocasión aprovechó Juan para el discurso acerca del pan vivo. En éste se distinguen con claridad tres partes: en la primera (6, 25-40) Jesús tiene por interlocutores a los habitantes de la región de Cafarnaúm que habían asistido a la multiplicación de los panes; en la segunda (6, 41-59) intervienen como interlocutores los judíos, y una nota redaccional advierte que estas palabras las pronunciaba Jesús en la sinagoga de Cafarnaum; finalmente, la tercera parte (6, 60-71) relaciona con pocas palabras de Jesús varios hechos que fueron consecuencia de los razonamientos precedentes, consecuencias que no se produjeron en seguida, sino que requirieron sin duda un tiempo más o menos largo para desarrollarse. Así, el discurso, tal como hoy lo conocemos, es una "composición" que ha unido con un núcleo cronológicamente compacto otras sentencias de Jesús, cronológicamente separadas, pero unidas a aquel núcleo por la analogía del tema. Este método de "composición", en parte cronológica y en parte lógica, era usual en la catequesis de Juan no menos que en la de los otros apóstoles, y los antiguos Padres o expositores la han reconocido y admitido mucho antes que los eruditos recientes
La primera parte del discurso transcurre en Cafarnaúm, pero fuera de la sinagoga. Los que buscan a Jesús le encuentran, quizá por el camino, y le dirigen la antedicha pregunta: "¿Cuándo has venido acá?" La intención secreta es muy diferente. Jesús, refiriéndose a esa mirada secreta y acercándose a la esencia de la pregunta, responde: En verdad, en verdad os digo (que) me buscáis, no porque visteis signos, si no porque comiste de los panes y quedasteis saciados. Los signos eran los milagros hechos por Jesús como prueba de su misión y serían eficaces como signos siempre que indujesen a los espectadores a aceptar aquella misión. Pero los habitantes de Cafarnaúm que hablaban con Jesús eran espectadores de muchos milagros, mas sin aceptarlos como signos; habían gozado del beneficio material, pero no acogido el espiritual. Después, al comer el pan milagroso, se habían enfervorizado súbitamente pensando en el reino político del Mesías. Así, Jesús prosigue: "Trabajad, no por el sustento perecedero, sino por el sustento que dura hasta la vida eterna, el cual os dará el hijo del hombre". Porque a éste, el Padre, Dios, selló con su sello. El sello era el instrumento más importante en la cancillería de un rey. Aquellos oyentes de Jesús habían intentado poco antes elegirle "rey", pero, ¿qué clase de rey habría sido él después de semejante elección? ¿Cuál sería su autoridad regia? Su autoridad no la había recibido de los hombres, sino de Dios Padre. Los interlocutores replican: "¿Qué haremos para obrar las obras de Dios?", pregunta con la que se refieren claramente a la exhortación anterior de Jesús: Trabajad... el sustento que dura hasta la vida eterna. Jesús les contesta: "Esta es la obra de Dios: que creáis en quien él envió". Es decir, que creyeran también cuando las palabras de Jesús decepcionasen sus esperanzas y desvaneciesen sus ensueños, que creyeran en su reino aunque fuese la negación total del reino de ellos.
Insistieron los otros: ¿Qué signo, pues, das tú para que veamos y creamos en ti? ¿Qué haces? Nuestros padres comieron el maná en el desierto conforme a lo que está escrito: "Pan del cielo les dio a comer" (Éxodo 16, 4; Salmo, 78, 24). La alusión abarcaba dos términos y los contraponía entre sí: de una parte la obra de Moisés y su "signo": haber hecho descender el maná del cielo; de otra, la obra de Jesús y su reciente "Signo": la multiplicación de los panes en Bethsaida. Entre los dos términos de la analogía, los interlocutores muestran preferir el "signo" de Moisés y su obra a la obra y "signo" de Jesús. Los demás "signos" de Jesús no son mencionados siquiera como si no tuvieran eficacia demostrativa alguna respecto a la fe, y como para dar la razón a las primeras palabras de Jesús: "Me buscáis, no porque visteis signos, sino porque comisteis de los panes y fuisteis saciados". Jesús, en todo caso, es reprobado y pospuesto a Moisés: si quiere obtener fe en su invisible e impalpable "reino", que haga "signos" al menos iguales a los de Moisés.
La discusión llega a una encrucijada y hay que optar por uno de los dos términos del cotejo: de una parte Moisés y su obra, de otra Jesús y su reino. ¿Cuál de los dos términos es superior? Tal es el nudo de la cuestión, y Jesús lo afronta plenamente: "En verdad, en verdad os digo, no os dio Moisés el pan del cielo, sino mi Padre os da el pan del cielo, el verdadero. Porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da vida al mundo". El juicio formulado por los interlocutores queda invertido: entre los dos términos del cotejo Jesús resulta tan superior a Moisés como el cielo a la tierra. No ya Moisés, sino Jesús desciende del cielo y da vida al mundo, y es verdaderamente el pan del cielo. La exposición se interrumpe un instante por una exclamación de los interlocutores: "Señor, danos siempre ese pan", frase gemela de la de la samaritana respecto al agua y demostrativa de que en ambos casos se pensaba en cosas materiales. Jesús replica: "Yo soy el pan de la vida: quien viene a mí no sentirá hambre y quien cree en mí no sentirá sed jamás. Empero ya os he dicho que me habéis visto y no creéis". Con otras afirmaciones de Jesús (Juan, 6, 37-40) se cierra este primer encuentro.
De tal encuentro y de las afirmaciones de Jesús se debió hablar mucho en el lugar, incluso con deseos de obtener explicaciones y de procurar a Jesús oportunidad de darlas. Probablemente los hechos se desenvolvieron como en Nazaret y se ofreció a Jesús ocasión de explicarse en la primera reunión sinagoga de la localidad, porque sus nuevas declaraciones fueron hechas enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm (6, 59). No obstante, cuando se dice al principio de esta nueva parte del discurso que los judíos murmuraban de él, no es preciso suponer que un grupo de encarnizados fariseos hubiese llegado adrede de Judea para dar la batalla a Jesús. Los judíos, en el estilo de Juan, son, genéricamente, los compatriotas de Jesús que rechazan sus enseñazas. Estos judíos pues, murmuraban de Jesús porque dijo: "Yo soy el pan descendido del cielo"; y decían: " ¿es este Jesús el hijo de José, del que nosotros conocemos... a la madre? ¿Cómo ahora dice: "He descendido del cielo"?". Jesús, tras algunas consideraciones más amplias, vuelve sobre la precedente cuestión del pan: "Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; (en cambio) éste es el pan descendido del cielo para que quienes lo coman no mueran".
"Yo soy el pan viviente que ha descendido del cielo. Si alguno come de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo". Oyendo tales palabras los judíos, ya mal predispuestos, debían extrañarse más que Nicodemo y la samaritana. Si a estos dos primeros interlocutores Jesús les había hablado del renacimiento en el Espíritu y de "agua que mana hasta la vida eterna", semejantes expresiones podían a primera vista en tenderse en sentido simbólico, como en sentido simbólico podía tomarse ahora la expresión "pan de vida", la primera vez que Jesús la había usado y aplicado a sí mismo. Pero Jesús no se limitaba a aquella primera vez; insistía en la expresión, y como para excluir adrede la interpretación simbólica afirmaba que aquel pan era "su carne", dada por la vida del mundo. Esta concreción no era tolerable en un lenguaje metafórico: al hablar de su "carne pan", Jesús no hablaba simbólicamente. Así razonaron, con perfecta lógica, los oyentes de la sinagoga de Cafarnaúm, y por ello comenzaron a discutir entre sí: ¿Cómo puede éste darnos su carne a comer? El momento era decisivo y solemne. Jesús había de precisar aún mejor su intención, expresando con cristalina limpidez si sus palabras debían ser consideradas metafóricas o propias y reales.
La limpidez cristalina se obtuvo Jesús, oída la discusión de los oyentes, habló así: "En verdad, en verdad os digo, (que) si no coméis, la carne del hijo del hombre y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros mismos. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré en el postrer día. Porque mi carne es verdadero manjar y mi sangre es verdadera bebida. Y quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. (Así) como me envió el Padre viviente y yo vivo por el Padre, también quien me come vivirá por mí. Este es el pan descendido del cielo; no (sucederá) como (a) los padres (vuestros que) comieron (el maná) y murieron: quien coma este pan vivirá eternamente".
Escuchando tales explicaciones los oyentes no dudaron ya en lo más mínimo, ni en realidad podían dudar. Las palabras pronunciadas podrían ser tan duras como se quisiese pero no cabía que fueran más precisas y claras. Jesús había afirmado neta y repetidamente que su carne era verdadero manjar y su sangre verdadera bebida, y que para tener vida eterna se precisaba comer de aquella carne y beber de aquella sangre. No era posible el equívoco. Y no fueron equívocas para los hostiles judíos que vieron confirmada su primera interpretación. Tampoco lo fueron para muchos de los discípulos mismos de Jesús, que hallaron escándalo en aquellas palabras. Y muchos de sus discípulos, habiendo escuchado, dijeron: "Duro es este discurso; ¿quién puede escucharlo?". El adjetivo duro equivale aquí a "repugnante", "repulsivo" al extremo de que no se puede escucharlo sin repulsión. Evidentemente se pensaba en un banquete de antropófagos.
Jesús en realidad no había precisado la forma de comer su carne y beber su sangre; pero incluso ante la posibilidad de la interpretación antropófaga y del escándalo, no retrocedió un paso ni retiró una sola palabra. Sabiendo que sus discípulos murmuraban de él, les dijo: " ¿os escandaliza? Pues, ¿y si contemplareis al hijo del hombre subiendo donde estaba antes? El espíritu es quien vivifica; la carne no aprovecha nada. Las palabras que os he hablado son espíritu y son vida ". El último período fue juzgado suficiente por Jesús para disipar el temor de un festín de antro ya que sus palabras eran espíritu y vida. Pero las mismas palabras conservaban su pleno valor literal, sin desviaciones metafóricas: lo indispensable era tener fe en él, y el último argumento de tal fe es contemplar al hijo del hombre subiendo al cielo de donde descendiera como pan vivo. Pan celestial, carne celestial... Quien hubiera tenido aquella fe habría podido ver de qué modo cabía comer verdaderamente su carne y beber su sangre sin sombra de antropofagia.
La reacción de los discípulos ante el discurso, a pesar de las explicaciones añadidas por Jesús, no fue sólo verbal: Desde entonces, muchos de sus discípulos se retrajeron y no andaban más con él. Se produjo, pues, una defección que alejó de Jesús muchos de sus discípulos. Pero los doce apóstoles permanecieron fieles. Un día, cuando la defección había avanzado bastante, Jesús dijo a los doce: " ¿Tal vez vosotros queréis iros también?". Simón Pedro le respondió: "Señor, ¿a quién iremos? Palabras de vida eterna tienes; y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el santo de Dios" (Juan, 6, 67-69).
En un escritor como Juan no es fortuita la consecución de pensamiento según la cual los doce habían creído y luego conocido.
Juan no insiste más en este tema, y la predicción del pan de vida no tiene confirmación en todo el curso de su evangelio, ya que es el único de los cuatro que no narra la institución de la eucaristía la víspera de la muerte de Jesús. Precisamente en esta omisión está el indicio más claro de que el anuncio ha sido realizado en la forma espiritual predicha. Juan omite la institución de la Eucaristía por hallarse narrada en los tres Sinópticos y ser conocidísima de los oyentes de su catequesis. En cambio narra su predicción porque los Sinópticos la omitieron.
(Giuseppe Ricciotti, Vida de Jesucristo , Ed. Miracle, 3ª Ed., Barcelona, 1948, Pág. 418-426)
Aplicación: Remigio Vilariño Ugarte - La gran promesa de la Eucaristía
Ya los discípulos, y Jesús con ellos, estaban en la orilla de acá del lago. Amanecía, y la turba, que el día anterior se había quedado por las villas cercanas al desierto de la multiplicación de los panes, fue de nuevo a buscar al Taumaturgo, pensando tal vez lograr ese día lo que no había logrado el anterior, alzar por Rey al que les había dado de comer. Vieron que en el sitio no había más que una nave, y sabían que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que éstos habían ido solos, y creyeron que Jesús estaría aún por allá. Poco a poco fuéronse reuniendo muchas embarcaciones, en las cuales además de los que habían venido a pie, llegaban otros muchos que podían proporcionarse esta comodidad de venir embarcados.
Todos concurrieron al sitio en que Jesús había repartido los panes. Todos le esperaban y buscaban al Rey que querían aclamar. Mas pronto cayeron en la cuenta de que no estaba ya allí Jesús. Entonces se embarcaron y se dirigieron a Cafarnaúm, donde suponían que habría ido.
Allí le encontraron, en efecto. Y presentándose a el le dijeron: -Maestro, ¿cuándo has venido?-Porque, en efecto, daba mucho que pensar cómo había podido venir y por dónde habría pasado.
Jesús no los recibió muy afablemente que digamos. Al contrario, con cierta sequedad, sin dignarse responder a su curiosa pregunta, sabiendo bien el interior egoísta y positivo de los que se le presentaban los trató con digna severidad. No eran los que venían a el con aquel aire familiar las muchedumbres fieles, sino más bien algún grupo de los más notables, que acaso soñaban valerse de la influencia del Señor, y le brindaban su apoyo con la esperanza de obtener después brillantes y provechosos puestos en el reino que le ofrecían. No eran sinceros discípulos del Mesas sobrenatural, que buscasen el Reino de Dios, sino ambiciosos revolvedores que esperaban sacar provecho del omnipotente multiplicador de panes.
Por eso Jesús les respondió no a la pregunta, sino al sentimiento que leía en sus corazones y les dijo:
"-En verdad, en verdad os digo, si me buscáis no es por haber visto milagros, sino porque habéis comido de los panes y os habéis hartado". Es decir: sí, sí, vosotros no me buscáis porque los milagros os hayan hecho creer que yo soy Legado divino y que es verdadera mi doctrina: sino porque esperáis provechos temporales.
"Trabajad no por el alimento que perece, sino por el que dura para vida eterna. El cual os dará el Hijo del hombre. Porque a éste ha autorizado y como sellado el Padre". Y el sello son esos milagros que vosotros habéis visto con que el Padre autoriza su doctrina.
Sorprendidos con esta respuesta que denotaba que el Maestro no tenía en ellos ninguna confianza, le dijeron todavía en tono sumiso: -"¿Qué hemos de hacer para ejecutar las obras de Dios?".
Respondió Jesús y dijo: - "La obra de Dios es que creáis en aquel que el envió", que era como decir: creer en mí, y creer que soy enviado del Padre.
Esto era precisamente lo que ellos no querían, y lo que Jesús les había echado en cara esta vez desde el principio y otras veces en otras ocasiones: se conoce que entre los que se presentaban al Maestro había muchos que en otras ocasiones tampoco le habían querido creer. Y ahora volviendo a su ordinaria y esta vez oculta rebeldía, que el Señor como diestro maestro había tentado y descubierto con sus palabras, saltaron irritados, y como si lo pasado no tuviese ya fuerza ninguna, y desdeñándose de dar importancia a los milagros que habían visto, le dijeron despechados:
"-Y bien ¿qué señal haces tú para que veamos y creamos en ti? ¿Qué es lo que tú obras? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: dióles a comer pan del cielo". Como quien dice: aquello sí que era prodigio, aquello sí que era señal; no la que tú has hecho. ¿Qué tiene que ver dar el pan que tú has dado, en comparación de aquel maná?
La disputa cambiaba de aspecto, los fariseos se descomponían, la hipocresía se rasgaba, la insolencia aumentaba, la oposición estallaba de nuevo.
Díjoles Jesús entonces: -"En verdad, en verdad os digo, no fue Moisés el que os dio el pan del cielo; el que os da el verdadero pan del cielo es mi Padre, porque el que ha bajado del cielo y da la vida al mundo ése es el pan verdadero de Dios".
Al oír estas palabras, los galileos que estaban entre los demás oyentes, más sencillos que los escribas y fariseos y más espontáneos, así como la Samaritana en otra ocasión, así ahora le dijeron al Señor:
"-Señor, danos siempre de ese pan".
Acaso entendían que este pan tan poderoso era de la misma o parecida clase que el que les había dado en el desierto, y por eso decían que les diese siempre de aquella clase de pan.
Mas Jesús, para desengañarlos, les dijo:
"-Ese pan de vida soy yo: el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás. Mas ya os he dicho que me habéis visto, sí, pero no me creéis. Todo lo que el Padre me da vendrá a mí, y al que venga a mí no le echaré fuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado, y la voluntad del Padre que me ha enviado es que todo lo que me ha dado no pierda nada de ello, sino que lo resucite en el ultimo día. Esta es la voluntad de mi Padre que me ha enviado: que todo el que ye al Hijo y cree en el tenga vida eterna, y yo le resucitaré en el Ultimo día".
Muchas y terribles y profundas y misteriosas verdades les dijo en estas palabras. No basta el esfuerzo del hombre para ir a Cristo y creer en Cristo, si no le lleva el Padre. Mas no por eso es disculpable el hombre que no va a Cristo porque culpa suya es el no ser llevado por el Padre. Como dice muy bien Santo Tomas, Dios a todos alarga la mano, cuanto es de su parte para traerlos y desde el momento en que Dios está dispuesto a dar a todos su gracia y atraerlos a sí, no se le puede culpar a Dios de que alguno no reciba esta gracia, sino al hombre, que no la recibe.
Y en verdad que en todo este discurso parece Cristo estar invitándoles a todos a que vengan, a que le pidan la gracia de venir, a que le pidan la mano, a que le pidan el pan verdadero, no el que alimenta el cuerpo, sino el que da vida al alma. Pero no van porque no toman la gracia del Padre y el impulso de Dios, mas no lo toman porque no quieren. Por donde, como dice muy bien Maldonado, "el que éste sea traído y aquél no, es que éste quiso seguir a Dios, que le atraía, y aquél no quiso".
Otra cosa les dijo claramente: que el venía del cielo y que su Padre era Dios. Y no pudo menos de escandalizar esta doctrina a aquellos incrédulos.
"Así, pues, murmuraban los judíos de el porque había dicho: Yo soy el pan verdadero que he bajado del cielo.
"Y decían: ¿No es este Jesús, el hijo de Maria y de José, a cuyo padre y madre nosotros hemos conocido? ¿Cómo ahora dice que ha bajado del cielo?
"Respondió, pues, Jesús y díjoles: -No queráis murmurar unos con otros. Nadie puede venir a mí a no ser que el Padre que me envió le traiga, y yo le resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: y todos serán enseñados de Dios: todo el que oye al Padre y aprende, viene a mí". Es decir: como quiera que se cumple la profecía de que Dios ha de enseñar a todos, todo el que oye, cosa que pueden todos, y, además de oír, aprende lo que oye, es a saber, lo sigue, vendrá a mí y me seguirá y creerá.
Acaso a muchos oyentes se les ocurriría pensar cuándo les habría hablado el Padre, por eso Jesús prosiguió:
"No que al Padre haya visto nadie, fuera del que ha venido de Dios; ése sí ha visto al Padre". Referíase a sí mismo.
Y como muchos estaban murmurando de lo que iba diciendo, una vez que ya había explicado tan grave y dignamente lo preciso que era creer en el, y había insinuado claramente que el era el verdadero pan del cielo, comienza definitivamente a exponer la promesa de la Eucaristía de esta manera:
"En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres en el desierto comieron el maná y murieron: éste (decía refiriéndose a sí) es el pan que ha bajado del cielo, para que quien coma de él no muera. Yo soy el pan vivo que bajé del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo os daré es la carne mía, por la vida del mundo."
No pudo decírselo más claramente. Así que todos lo entendieron, y se armó una confusión muy grande.
"Comenzaron, pues, a disputar los judíos unos con otros, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?".
No se rectificó Jesús ni les dijo que le entendían mal, sino que:
"Respondióles: -En verdad, en verdad os digo, si no coméis la carne del Hijo del hombre y bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré en el Último día. Porque mi carne es verdaderamente comida y mi sangre es verdaderamente bebida; el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en é1. Así como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así el que me come, también é1 vivirá por mí."
Quería decir que así como el Padre le comunica a é1 la vida, de modo que vive por el Padre, así el que comulga recibirá de Cristo comunicación de vida tal que pueda decir que vive con la vida de Jesucristo. Gran privilegio y admirables prerrogativas y promesas las que ofrece Jesucristo en este discurso. Concluyó tan preciosa profecía con estas palabras:
"Este es el pan que ha bajado del cielo. No como cuando vuestros padres comieron el mamá en el desierto y murieron; el que come este pan vivirá para siempre".
ESCANDALO Y DESERCIÓN
"Esto dijo Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm. La doctrina era tan nueva, la promesa tan inverosímil, la oferta tan extraña, que se escandalizaron muchísimos, aun de los discípulos de Jesús. ¡Banquete singular, pan nunca visto! ¡La carne y la sangre de Jesús como comida y bebida!
"Muchos, pues, de sus discípulos, se dijeron: -Dura es esta doctrina... ¿quién puede oírle?
"Conociendo, pues, Jesús que murmuraban de esto sus discípulos, les dijo: "-¿De esto os escandalizáis?... Pues ¿qué será cuando veáis subir al Hijo del hombre adonde estaba primero?" Como quien dice: entonces entenderéis, por una parte, que tengo poder para disponer estas cosas; y, por otra, al ver mi carne glorificada, no os parecerá tan inverosímil y chocante este misterio. Y añadió:
"-E1 espíritu es el que vivifica, no la carne, que no vale nada". Es decir, no penséis que la carne da vida al alma, sino el espíritu; mas como mi carne está unida con mi espíritu y mí divinidad, por eso os aprovechará y dará la vida. "Mis palabras que he hablado son vida y espíritu. Pero hay alguno de vosotros que no cree.
Porque Jesús sabía desde el principio, quiénes eran los que no creían, y quién le iba a entregar.
"Y decía: -Por eso os dije que nadie puede venir a mí, si o se lo concede mi Padre.
"Desde esto, muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él".
Y debieron de ser muchos los que se marcharon, y parece que fueron desfilando en aquel mismo punto de modo que fuese notable la deserción, porque Jesús se volvió a los doce, los apóstoles, entre los cuales también notó alguna vacilación, y les dijo: "-¿También vosotros queréis iros? "Respondió Simón Pedro:
-Señor, ¿a quién iremos? Tu tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Cristo hijo de Dios. Les respondió Jesús: ¿No sois doce los que yo he elegido? y sin embargo, uno de vosotros es diablo. "Y decíalo por Judas Iscariote; porque éste le había de entregar, a pesar de ser uno de los doce." Y es que de los doce el que iba a ser el traidor, empezaba a ser infiel y desleal, y en aquella ocasión quería introducir entre los apóstoles la misma deserción y apostasía que se había introducido entre los otros discípulos. Salióle al paso el Maestro, y cortó la malicia infiel el más noble de todos los apóstoles, San Pedro, con una de aquellas acostumbradas vehemencias que de su decidido corazón brotaban a menudo.
Esta fue la primera vez que Jesucristo trató del soberano beneficio de la Eucaristía. La prueba más delicada de su amor a los hombres fue acogida por ellos con burla, incredulidad y apostasía.
Bueno es verdaderamente Jesús. Bueno por hacer tan estupendos beneficios. Mucho más bueno por hacerlos a hombres, que tan desconfiados y soberbios le desdeñan!...
Nosotros, más avisados e iluminados por la fe, digamos con San Pedro: -"Señor, a ti venimos, porque tus palabras son palabras de vida eterna".
Visus, gustus, Tactus in tu fallitur,
Sed auditu solo tuto creditur
Credo quidquid dixit Dei Filius,
Nil hoc Verbo veritatis verius.
"La vista, el gusto, el tacto en ti se engañan, mas al oído solo se le cree seguro: creo lo que el Hijo de Dios dijo, nada más verdadero que este Verbo de verdad".
(Remigio Vilariño Ugarte, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, Ed. El mesajero del Corazón de Jesús, Bilbao, 1929, pg. 320-326)
Aplicación: R. P. Raniero Cantalamessa - Vivir «eucarísticamente» los gozos de la vida
La presencia y la mirada de Dios no ofuscan nuestras alegrías honestas; al contrario, las dilatan
«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él».
El pasaje evangélico continúa la lectura del capítulo VI de Juan. El elemento nuevo es que al discurso sobre el pan Jesús añade el del vino; a la imagen del alimento la de la bebida; al don de su carne el de su sangre. El simbolismo eucarístico alcanza su culmen y su totalidad.
Dijimos la semana pasada que para entender la Eucaristía es esencial partir de los signos elegidos por Jesús. El pan es signo de alimento, de comunión entre quienes lo comen juntos; a través de él llega al altar y es santificado todo el trabajo humano. Planteémonos la misma pregunta para la sangre. ¿Qué significa y qué evoca para nosotros la palabra sangre? Evoca en primer lugar todo el sufrimiento que existe en el mundo. Si, por lo tanto, en el signo del pan llega al altar el trabajo del hombre, en el signo del vino llega ahí también todo el dolor humano; llega para ser santificado y recibir un sentido y una esperanza de rescate gracias a la sangre del Cordero inmaculado, a la que está unido como las gotas de agua mezcladas con el vino en el cáliz.
¿Pero por qué, para significar su sangre, Jesús eligió precisamente el vino? ¿Sólo por la afinidad del color? ¿Qué representa el vino para los hombres? Representa la alegría, la fiesta; no representa tanto la utilidad (como el pan) cuanto el deleite. No está hecho sólo para beber, sino también para brindar. Jesús multiplica los panes por la necesidad de la gente, pero en Caná multiplica el vino para la alegría de los comensales. La Escritura dice que «el vino recrea el corazón del hombre y el pan sostiene su vigor» (Sal 104, 15).
Si Jesús hubiera elegido para la Eucaristía pan y agua, habría indicado sólo la santificación del sufrimiento («pan y agua» son de hecho sinónimos de ayuno, de austeridad y de penitencia). Al elegir pan y vino quiso indicar también la santificación de la alegría. Qué bello sería si aprendiéramos a vivir también los gozos de la vida, eucarísticamente, esto es, en acción de gracias a Dios. La presencia y la mirada de Dios no ofuscan nuestras alegrías honestas; al contrario, las dilatan.
Pero el vino, además de alegría, evoca también un problema grave. En la segunda lectura escuchamos esta advertencia del Apóstol: «no os embriaguéis con vino, que es causa de libertinaje; llenaos más bien del Espíritu». Sugiere combatir la ebriedad del vino con «la sobria embriaguez del Espíritu», una embriaguez con otra.
Actualmente existen muchas iniciativas de recuperación entre las personas con problemas de alcoholismo. Procuran emplear todos los medios sugeridos por la ciencia y la psicología. No se puede sino alentarlas y sostenerlas. Pero quien cree no debería descuidar también los medios espirituales, que son la oración, los sacramentos y la palabra de Dios. En la obra El peregrino ruso se lee una historia cierta. Un soldado esclavo del alcohol y amenazado con ser licenciado fue a un santo monje a preguntarle qué debía hacer para vencer su vicio. Este le ordenó que leyera cada noche, antes de acostarse, un capítulo del Evangelio. Él consiguió un Evangelio y comenzó a hacerlo con diligencia. Pero al poco volvió desolado al monje a decirle: «¡Padre, soy demasiado ignorante y no entiendo nada de lo que leo! Deme otra cosa que hacer». Le respondió: «Sigue solamente leyendo. Tu no entiendes, pero los demonios entienden y tiemblan». Así lo hizo aquél y fue liberado de su vicio. ¿Por qué no intentarlo?
Aplicación: San Pedro Julián Eymard (I) El Pan de Vida
"Ego sum panis vitae".
"Yo soy el pan de vida." (Juan 6, 35)
El mismo Jesús es quien se ha dado el nombre de pan de vida. ¡Qué nombre! Sólo Él podía imponérselo. Si un ángel hubiera recibido el encargo de poner un nombre a nuestro Señor, habríale dado uno conforme a alguno de sus atributos; pero nunca se hubiera atrevido a llamar pan a Dios. ¡Ah! pan de vida: esto es el verdadero nombre de Jesús, el que le comprende por entero con su vida, muerte y resurrección: en la cruz será molido y cernido como la harina; resucitado, tendrá para nuestras almas iguales propiedades que el pan material para nuestro cuerpo; será realmente nuestro pan de vida.
Ahora bien: el pan material alimenta y mantiene la vida. Es necesario sustentarnos con la alimentación, so pena de sucumbir. Y la base de esta alimentación es el pan, manjar más sustancial para nuestro cuerpo que todos los demás, pues sólo él basta para poder vivir.
Físicamente hablando, el alma ha recibido de Dios una vida que no puede extinguirse, por ser inmortal. Mas la vida de la gracia, recibida en el bautismo, recuperada y reparada por la penitencia; la vida de la santidad, mil veces más noble que la natural, no se sostiene sin comer, y su alimento principal es Jesús sacramentado. La vida que recobramos por la penitencia completase en alguna manera con la Eucaristía, la cual nos purifica del apego al pecado, borra las faltas cotidianas, nos infunde fuerzas para ser fieles a nuestras buenas resoluciones y aleja las ocasiones de pecar.
"El que come mi carne tiene la vida", ha dicho el Señor. ¿Qué vida? La misma de Jesús: "Así como el Padre, que me ha enviado, vive, y yo vivo por el Padre, así quien me come, también él vivirá por mí”. El alimento comunica su sustancia a quien lo come. No se transforma Jesús en nosotros, sino que a nosotros nos transforma en sí.
Hasta nuestro cuerpo recibe en la Comunión una prenda de resurrección; y merced a ella podrá ser, aún desde esta vida, más templado y dócil al alma. Después no hará más que descansar en la tumba, conservando siempre el germen eucarístico, que en el día de premios será manantial de una gloria más esplendorosa.
No se come sólo para conservar la vida, sino también para sacar fuerzas con que realizar los trabajos necesarios. Comer para no morir, a duras penas llega a la más elemental prudencia. Eso no basta. El cuerpo debe trabajar y en el trabajo se gastan fuerzas, que han de sacarse, no de la propia sustancia, que bien pronto se agotaría, sino de las reservas producidas por la alimentación. Es ley que no puede darse lo que no se tiene; bien pronto cae exhausto el hombre Condenado a un trabajo duro que, llegada la tarde, no puede alimentarse sino insuficientemente.
Cuanto más queramos acercarnos a Dios y practicar la virtud, mayores son los combates que nos aguardan, y mayores han de ser, por tanto, las fuerzas de que debemos proveernos para no salir derrotados. Pues bien: sólo la Eucaristía puede darnos fuerzas suficientes para todas estas luchas de la vida cristiana. La oración y la piedad bien pronto languidecen sin la Eucaristía. La vida piadosa es un continuo crucificarse de la naturaleza, y en sí misma considerada pocos alicientes presenta; no sale uno al encuentro de la cruz si no se siente suave, pero fuertemente sostenido. Regla general: piedad sin Comunión, piedad muerta.
Por lo demás, ved lo que os dice vuestra experiencia. ¿Cómo habéis cumplido vuestros deberes al dejar de comulgar? No bastan ni el bautismo que da la vida, ni la confirmación que la aumenta, ni la penitencia que la repara: todos estos sacramentos no son más que preparación de la Eucaristía, corona y complemento de todos ellos.
Jesús ha dicho: Sígueme. Sólo que es difícil, porque eso pide muchos esfuerzos, exige la práctica de las virtudes cristianas. Únicamente el que mora en nuestro Señor produce mucho fruto, y ¿cómo morar en nuestro Señor sino comiendo su carne y bebiendo su sangre? Qui manducat meam carnem et bibit meum sanguinem, in me menet et ego in eo.
Somos dos cuando Jesucristo está en nosotros. El peso dividido entre dos resulta más ligero. Por eso dice san Pablo: "Todo lo puedo en Aquél que me fortifica." Quien le fortifica es el que vive en nosotros: Cristo Jesús.
Además, el pan, sean cuales fueren las apariencias, no carece de ciertas delicias. La prueba, que nunca se cansa uno con él. ¿A quién le hastía el pan aun cuando los demás alimentos le parezcan insípidos? Ahora bien: ¿dónde, a no ser o este panal de miel que llamamos Eucaristía, puede hallarse la dulzura substancial? De ahí que esa piedad que no se alimenta frecuentemente de la Eucaristía no sea suave ni se trasluzca en ella el amor de Jesucristo. Es dura, austera; salvaje; no gusta ni atrae, no va sembrada en el amor de Jesús. Pretenden ir a Dios sólo por el sacrificio. Buen camino es éste, seguramente; pero sobradas razones hay para temer que el desaliento rompa al fin ese arco demasiado tirante. Los que van por este camino tienen sin género de duda mucho mérito; pero les falta el corazón, la ternura de la santidad, que no se encuentra más que en Jesús.
¿Sin la Comunión quieres vivir? ¡Pero, hermano, si la tradición cristiana te condena! No digas más el Pater, pues en esta oración pides el pan de cada día sin el que pretendes pasarte.
Sí, sin la Comunión queda uno siempre en lo arduo del combate; no se conocen las virtudes más que por lo que cuestan para adquirirlas y se desconoce su aspecto más atrayente, esto es, el gusto de trabajar, no sólo para sí, sino también por la gloria de Dios, por amor para con El, por amistad, como hijos, sin que la esperanza de la recompensa sea el único móvil que a ello nos impulse. El que comulga fácilmente comprende que, como recibe mucho, mucho debe también devolver, y en esto consiste la piedad inteligente, filial y amante. De ahí que la Comunión nos haga felices con felicidad amable y dulce aun en las mayores pruebas. Es perfección consumada mantenerse unido con Dios en medio de las más violentas tentaciones interiores. Al tentarnos más, más nos ama Dios. Pero, para que estas tempestades no acaben con vosotros, habéis de volver a menudo al manantial del amor para cobrar nuevas fuerzas y purificaros más cabalmente en este torrente de gracias y de amor.
Comulgad, por tanto; comed el pan de vida, si queréis disfrutar de una vida sana, de fuerzas bastantes para el combate cristiano y de felicidad en el seno mismo de la adversidad.
La Eucaristía es pan de los débiles y de los fuertes; es necesario a los débiles, está claro; pero también lo es a los fuertes, pues en vasos de arcilla, rodeados por todas partes de enemigos encarnizados, llevan su tesoro.
Asegurémonos, pues, una guardia, una escolta fiel, un viático que nos conforte. Todo eso lo será Jesús nuestro pan de vida.
(SAN PEDRO JULIÁN EYMARD, Obras Eucarísticas. Ed. Eucaristía, Madrid, 1963, pp. 272 - 275)
Aplicación: San Pedro Julián Eymard (II) - El don de la personalidad
"Qui manducat me ipse vivet propter me".
“Quien me come vivirá por mí” (Jn 6, 58)
I
Por medio de la Comunión viene Jesús a tomar posesión de nosotros, trocándonos en cosa suya; para conformarnos con sus designios debemos despojarnos en sus manos de todo derecho de propiedad sobre nosotros mismos; dejarnos la dirección y la iniciativa sobre nuestros actos; no hacer nada por nosotros y para nosotros, sino todo por Él y para Él.
Así se realiza la nueva encarnación del Verbo en nosotros y continúa para gloria de su Padre lo que hizo en la naturaleza humana de Jesús. Ahora bien; en el misterio de la encarnación la humanidad de Jesús fue privada de aquel último elemento que hace a una naturaleza dueña de sí misma e incomunicable a otro ser. No recibió la subsistencia o la personalidad que le era connatural, sino que la persona del Verbo remplazó la personalidad que la naturaleza humana hubiera naturalmente debido recibir. Y como en un ser perfecto es la persona la que obra por medio de la naturaleza y de sus facultades, como ella es lo más noble y lo que nos hace seres completos y perfectos, a ella se refieren los actos naturales, de los cuales es primer principio y a los que confiere el valor que tienen. Mando a las facultades de mi alma; mis miembros me obedecen; soy yo, hombre completo, quien obro y hago obrar, y de todos los movimientos, así como de todos los actos, yo soy el responsable; mis potencias me sirven ciegamente; el principio que les hace obrar es el único responsable de lo que hacen, pues trabajan sólo por él y para él y no para sí mismas.
Síguese de ahí que en nuestro Señor, en quien había dos naturalezas y una sola persona, la del Verbo, ambas naturalezas obraban por el Verbo y el menor acto humano de nuestro Señor era al mismo tiempo divino, una acción del Verbo, puesto que sólo Él podía haberla inspirado y sólo Él le daba su valor, valor infinito por lo mismo que procedía de una persona divina. De ahí también que la naturaleza humana no fuese principio de nada, ni tuviese interés alguno propio, ni obrase para sí, sino que en todo se condujese como sierva del Verbo, único motor de todos sus actos. El Verbo quería divinamente y quería también humanamente; obraba por cada una de sus naturalezas.
Así debe ocurrir también en nosotros, o cuando menos debemos, poniendo en juego todos nuestros esfuerzos, aproximarnos a este divino ideal, en que el hombre no obra más que como instrumento pasivo, conducido, guiado por un divino motor, el espíritu de Jesucristo, con el único fin proponible en un Dios que obra, que no puede ser otro que Él mismo, su propia gloria. Debemos, por consiguiente, estar muertos a todo deseo propio, a todo propio interés. No miremos a otra cosa que lo que mira Jesús, quien no mora en nosotros más que para seguir viviendo todavía, por la mayor gloria de su Padre. Se da en la sagrada Comunión sólo para alimentar y estrechar esta unión inefable.
Cuando el Verbo dice en el Evangelio (Jn 6,57) Sicut misit me vivens Pater, et ego vivo propter Patrem et qui manducat me, et ipse vivet propter me, es igual que si dijera; así como, al enviarme al mundo por la encarnación para ser la personalidad divina de una naturaleza que no había de tener otra, el Padre me cortó toda raíz de estima propia para que no viviese más que para El, así también yo me uno a vosotros por la Comunión para vivir en vosotros y para que vosotros no viváis más que para mí, moraré vivo en vosotros y llenaré vuestra lama de mis deseos, consumiré y aniquilaré todo interés propio; yo desearé, yo querré, yo me pondré en vuestro lugar; vuestras facultades serán las mías, yo viviré y obraré por medio de vuestro corazón, de vuestra inteligencia y de vuestro sentidos; yo seré vuestra personalidad divina, por la que vuestras acciones participarán de una dignidad sobrehumana, merecerán una recompensa divina, serán actos dignos de Dios, merecedores de la bienaventuranza, de la visión intuitiva de Dios. Seréis por gracia lo que yo soy por naturaleza, hijos de Dios, herederos en toda justicia de su reino, de sus riquezas y de su gloria.
Cuando nuestro Señor vive en nosotros por su Espíritu somos sus miembros, somos El. El Padre celestial tiene por agradables nuestras acciones, viéndolas, ve las de su divino hijo y en ellas encuentra sus complacencias; el Padre, inseparablemente unido al Hijo, vive y reina también en nosotros, y esta vida y reino divinos paralizan y destruyen el reino de satanás. Entonces es cuando las criaturas rinden a Dios el fruto de honor y de gloria a que tiene derecho por su parte.
Así que la gloria del Padre en sus miembros es el primer motivo por el que nuestro Señor desea que le estemos sobrenaturalmente unidos por la vida de la caridad perfecta; por eso nos llama San Pablo tan a menudo Membra Christi, miembros, cuerpo de Jesucristo; por eso repite también muchas veces nuestro Señor estas palabras: “Morad en mí”. Trátase del don de sí mismo, puesto que ya no reside uno en sí, puesto que trabaja por aquel en quien moramos, quedándonos por completo a su disposición.
II
También desea nuestro Señor esta unión por amor hacia nosotros, con el fin de ennoblecernos por medio de sí mismo, de comunicarnos un día su gloria celestial con todo lo que la compone: poder, belleza, felicidad cumplida. Y como nuestro Señor sólo puede comunicarnos su gloria por ser miembros suyos y porque sus miembros son santos, quiere unirnos consigo y hacer que compartamos así su gloria.
Aún acá abajo nuestras acciones se truecan en acciones de nuestro Señor, y de Él toman más o menos valor, según sea el grado en que estén unidas a las suyas. Esta unión guarda relación con las costumbres, las virtudes y el espíritu de Jesús que habita en nosotros. De ahí estas hermosas palabras; “Christianus alter Christus, vivit vero in me Christus” Gal 2, 20; non ego solus sed gratia Dei mecum ICor 15, 10. “El cristiano es otro Cristo; no estoy solo sino también la gracia de Dios conmigo.”
Esta unión es el fruto del amor de Jesucristo; es el fin de toda la economía divina, así en el orden sobrenatural como en el natural; cuanto ha establecido la Providencia, tiende a realizar, a consumar la unión del cristiano con Jesucristo y a perfeccionar esta unión, pues que en ella consiste toda la gloria de Dios en la criatura y toda la santificación de las almas; en suma, todo el fruto de la redención.
III
La unión de Jesucristo con nosotros será en razón de nuestra unión con Él: “Morad en mí, así como yo en vosotros, también yo moro en aquel que mora en mí” (Jn 15, 4.5). Puedo, pues, estar seguro de que Jesús morará en mí si yo quiero morar con Él. Del propio modo que el viento se precipita en el vacío y el agua en el abismo, llena el espíritu de Jesús en un momento el vacío que hace el alma en sí misma.
Esta unión con nuestro Señor es lo que confiere al hombre su dignidad. Cierto que no llego a ser una porción de la divinidad ni nada que merezca adoración, pero sí algo sagrado; mi naturaleza sigue siendo una nada ante Dios, y de sí misma podría volver a caer en el abismo; pero Dios la eleva hasta unírsela por la gracia, por su presencia en mí. Esta unión me hace pariente de nuestro Señor: parentesco tanto más estrecho cuanto más lo sea mi unión, cuanto mayor sea mi pureza y santidad, porque el parentesco con nuestro Señor no es otra cosa que la participación de su santidad, conforme a esta afirmación: “ el que practica mi palabra, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” Mt, 12, 50
De esta unión nace el poder del hombre: “Así como los sarmientos no pueden llevar frutos por sí mismos si no permanecen en la vid, así tampoco ustedes pueden llevar frutos si no permanecen en mí. Sin mí nada podéis hacer. Sine me nihil potestis facere” (Jn.15,4.5). Esto sí que es cosa clara, nihil, nada. Así como la fecundidad de la rama procede de su unión al tronco y a la savia, así también la fecundidad espiritual proviene de nuestra unión con Jesucristo, de la unión de nuestros pensamientos con los suyos, de nuestras palabas con sus palabras, de nuestras acciones con sus acciones. De la sangre del corazón mana la vida de los miembros, y la sangre a su vez es producto del alimento; pues nuestro alimento es Jesús, pan de vida, y sólo el que lo come tiene en sí la vida. Ese es el principio de nuestro poder de santidad: la unión con nuestro Señor. La nulidad, el vacío y la inutilidad de las obras obedecen a la ausencia de esta unión; es imposible que la rama seca, que no guarda comunicación con la vida del árbol, pueda producir fruto.
Gracias a esta unión son también meritorias nuestras obras. Es un mérito de sociedad. Nuestro Señor se apodera de nuestra acción, la hace suya y merecedora de un premio infinito, de una eterna recompensa; y esta acción que, como nuestra, casi nada valía, revestida de los merecimientos de Jesucristo, se hace digna de Dios, y cuanto mayor se a nuestra unión con Jesús, mayor será también la gloria de nuestras santas obras.
¡Oh! ¿Por qué será que descuidamos tanto esta divina unión? ¡Cuánto méritos perdidos, cuántas acciones estériles por no haberlas hecho en unión con Jesucristo; cuántas gracias sin fruto! ¿Cómo es posible haber ganado tan poco con tantos medios y en negocio tan fácil?
Estemos, pues, unidos con nuestro Señor Jesucristo, seamos dóciles a su dirección y sumisos a su voluntad, dejémonos guiar por su pensamiento, obremos conforme a su inspiración y ofrezcámosle todos los actos, del propio modo que la naturaleza humana estuvo en el Verbo sometida, unida y obediente a la persona divina que la gobernaba. Mas para esta imitación es menester estar unido con unión de vida recibida, renovada y mantenida por medio de una comunicación incesante con Jesús; hace falta que, como la rama del árbol es dilatada por el sol, la divina savia nos penetre plenamente. El sol que atrae la savia divina nos dispone a recibirla y la mantiene, es el recogimiento, la oración, es el don de sí mismo de todos los momentos; es el amor que sin cesar anhela por Jesús, lanzándose hacia Él en todo instante; Veni, domine Jesu. Esta savia no es más que la sangre de Jesús, que nos comunica su vida, su fuerza y su fecundidad. La vida de Comunión puede, por tanto, reducirse a estos dos términos: comulgar sacramentalmente y vivir de recogimiento.
(SAN PEDRO JULIÁN EYMARD, Obras Eucarísticas. Ed. Eucaristía, Madrid, 1963, pp. 343 – 347)
Aplicación: R.P. Ervens Mengelle, I.V.E. - Sacramento y Vida: el banquete sagrado
Nota: Los números son los del Catecismo
Continúa el “sermón del Pan de Vida”. Si ustedes recuerdan, hace tres domingos comenzó este relato con la narración del milagro de la multiplicación de los panes, Jesús ofreció a sus oyentes un banquete en medio de un lugar desolado. Ahora se nos enseña el sentido profundo de este gesto de Nuestro Señor.
1. Banquete
La primera lectura nos narraba como la Sabiduría invita a los hombres a su Banquete: vengan, coman de mi pan, y beban del vino que yo mezclé. En la preparación de ese Banquete, sin embargo, hay un detalle que nos muestra que no es un banquete común, una cena cualquiera, sino algo especial: inmoló sus víctimas. Se trata de un banquete donde hay víctimas ofrecidas. ¿Dónde encontramos ese banquete sacrificial? “La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrifico de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor... El altar... representa los dos aspectos de un mismo misterio: el altar del sacrificio y la mesa del Señor... La liturgia expresa esta unidad del sacrificio y de la comunión en numerosas oraciones. Así, la Iglesia de Roma ora en su anáfora: Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, que esta ofrenda sea llevada a tu presencia hasta el altar del cielo, por manos de tu ángel, para que cuantos recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, al participar aquí de este altar, seamos colmados de gracia y bendición” (1382-3).
De hecho, también en el evangelio hemos escuchado una invitación urgente: en verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros (1384).
2. Vida = Comunión con Cristo
Es una invitación cuyo desprecio es peligroso, porque “la vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí... Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado, “vivificada por el Espíritu Santo y vivificante”, conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático” (1391-2).
Veamos esto mejor (cf. 1127-30). Los sacramentos, celebrados dignamente en la fe, confieren la gracia que significan. Son eficaces porque en ellos actúa Cristo mismo, obran ex opere operato (“por el hecho mismo de que la acción es realizada”), es decir, en virtud de la obra salvífica de Cristo. Por supuesto que, los frutos de los sacramentos, dependen también de las disposiciones del que los recibe.
¿Cómo actúan los sacramentos? El Espíritu Santo actúa: “como el fuego transforma en sí todo lo que toca, así el Espíritu Santo transforma en vida divina lo que se somete a su poder... La gracia sacramental es la gracia del Espíritu Santo dada por Cristo y propia de cada sacramento. El Espíritu cura y transforma a los que lo reciben conformándolos con el Hijo de Dios. El fruto de la vida sacramental consiste en que el Espíritu de adopción deifica a los fieles uniéndolos vitalmente al Hijo único, el Salvador” (1127.29)
Teniendo en cuenta estas verdades, es que la Iglesia celebra el Misterio de su Señor. Ya desde la era apostólica, la liturgia es atraída hacia su término por el gemido del Espíritu en la Iglesia: ¡Maran atha!. La liturgia participa así en el deseo de Jesús: con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros... hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios. En los sacramentos de Cristo, la Iglesia recibe ya las arras de su herencia, participa ya en la vida eterna (cf. 1130).
En síntesis, los sacramentos nos dan la vida de Cristo resucitado. Y esto se realiza de manera máxima en la comunión, porque en ella se obtiene como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús: quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él (1391).
3. Los efectos del Banquete
¿Qué frutos produce en el alma esta unión? “El fruto de la vida sacramental es a la vez personal y eclesial. Por una parte, este fruto es para todo fiel la vida para Dios en Cristo Jesús; por otra parte, es para la Iglesia crecimiento en la caridad y en su misión de testimonio” (1134).
En primer lugar los frutos en el orden personal:
- La comunión nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es entregado por nosotros, y la Sangre que bebemos es derramada por muchos para el perdón de los pecados. Por eso la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos. Dice san Ambrosio: “Cada vez que lo recibimos anunciamos la muerte del Señor. Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados. Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco siempre, debo tener siempre un remedio” (1393).
- Como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada borra los pecados veniales. Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos en Él. Dice san Fulgencio de Ruspe: “Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor; suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestros propios corazones, con objeto de que consideremos al mundo como crucificado para nosotros, y sepamos vivir crucificados para el mundo... y llenos de caridad, muertos para el pecado vivamos para Dios” (1394).
- Por la misma caridad que enciende en nosotros, La Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con Él por el pecado mortal. (1395).
Los frutos en el orden eclesial:
- La Eucaristía hace la Iglesia, es decir constituye la unidad del Cuerpo místico. Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo... El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo?, y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan (1Co 10,16-17). Por eso, hermosamente exhorta san Agustín: “si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis ‘amén’ (es decir, ‘sí’, ‘es verdad’) a lo que recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir ‘el Cuerpo de Cristo’, y respondes ‘amén’. Por lo tanto, sé tú verdadero miembro de Cristo para que tu ‘amén’ sea también verdadero” (1396).
- La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres (1397). Por eso dice san Juan Crisóstomo: “¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies pues, cuando lo encuentres desnudo en los pobres, ni lo honres aquí en el templo con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez...”.
- Finalmente, la Eucaristía lleva consigo un reclamo a la unidad de los cristianos, porque es, al decir de san Agustín, signo de unidad, vínculo de caridad (1398).
4. Conclusión
El Señor dirige una invitación urgente: si no coméis la carne del hijo del hombre, y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. Por ello, la Iglesia, recomienda vivamente a todos los fieles recibir la santa Eucaristía los domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos los días (1389).
Para responder a esta invitación, debemos prepararnos dignamente para este momento tan grande y santo. Ante todo, señala san Pablo: quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo. Por eso, quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar (1386). Y también “por la actitud corporal (gestos, vestido) se manifiesta el respeto, la solemnidad, el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro huésped” (1387).
Pero no despreciemos la invitación.
(MENGELLE, E., Jesucristo, Misterio y Mysteria , IVE Press, Nueva York, 2008. Todos los derechos reservados)
Ejemplos Predicables
¿Cómo es posible?
Un desengaño a tiempo
El Apóstol San Andrés y el Procónsul
Santa Coleta, durante la elevación, ve a Cristo crucificado
El Rey mahometano Abulet, en el instante de la elevación, ve al Niño Jesús
en lugar de la Hostia
San Pedro de Alcántara y el acólito
Santísimo Sacramento, descanso del alma
¿Cómo es posible?
Mons. Samonas, Obispo de Gaza, una ciudad de Palestina, fue invitado por un mahometano a responder tres preguntas respecto a la comunión.
Primera pregunta: ¿Cómo es posible que el pan y el vino se conviertan en el cuerpo y la sangre de Jesucristo? Respondió el obispo: Cuando tú naciste, no eras grande ni grueso como ahora. ¿Cómo creciste? Ha sucedido lo siguiente: Lo que has comido se ha transformado en carne y sangre. He aquí un prodigio muy común. ¿Acaso Dios no podrá elaborar un milagro como el que obra la naturaleza?
Segunda pregunta: ¿Cómo es posible que en una hostia tan pequeña esté presente Jesucristo todo entero? La respuesta fue esa: Ves lo grande que es el paisaje que tienes delante. Sin embargo, tu ojo, tan pequeño como es todo lo abarca. Así es posible que Jesucristo esté todo él en la hostia.
Tercera pregunta: ¿Como puede ser que el mismo Jesús se puede encontrar en todas las hostias consagradas? Dijo el obispo: Para Dios no hay nada imposible. Bastaría esta respuesta pero también la naturaleza puede ayudarte a entender: Rompe un espejo en muchos pedazos; cada pedacito reproducirá la misma imagen que reflejaba el espejo entero. Así Jesucristo está en todas las hostias consagradas y en cada fragmento de ellas.
Un desengaño a tiempo
Un desengaño a tiempo, mis hermanos, puede ayudarnos a menospreciar la vida de aquí, y a estimar sólo la vida de la eternidad.
Un cortesano de un emperador romano, llamado Similis, cansado por fin de las preocupaciones de la corte, dejó a su señor y se retiró a sus posesiones. Allí vivió durante siete años completamente en constante oración. Al morir hizo grabar en su tumba este epitafio: “Aquí descansa Similis. ¡Murió de viejo, y no vivió más que siete años!”.
Efectivamente, no vivimos más que aquellos años que empleamos, no en servir al mundo, sino en servir a Dios.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 544)
El Apóstol San Andrés y el Procónsul
El Apóstol San Andrés, en sus viajes de evangelización, alcanzó las tierras que baña el Danubio y después pasó a Grecia, donde sufrió el martirio en la ciudad de Patrás, en Acaia. Allí fue donde el Procónsul Egeas quiso inducirle a sacrificar a los dioses paganos, diciéndole: "Si no sacrificas a los dioses inmortales te mandaré clavar en una cruz." El Santo Apóstol negóse a ello y dijo al Procónsul: "Sacrifico diariamente al Dios verdadero y todopoderoso sobre el altar, y no ciertamente la carne de los toros o la sangre del macho cabrío, sino el impoluto Cordero de Dios, del cual se sustenta la innúmera muchedumbre de los creyentes, y, no obstante, permanece intacto y vivo por los siglos de los siglos". Enojado el Pagano por estas palabras, mandó sin demora que el Apóstol fuese reducido a prisión, de la que salía al poco tiempo para ser clavado sin piedad en una cruz en forma de aspa. Cuando el Santo Apóstol distinguió la cruz en la que debía sufrir tormento, exclamó lleno de gozo: "Yo te saludo, Cruz bendita, que fuiste santificada por la muerte de mi Dios y Salvador. Me acerco a ti con inefable alegría. ¡Cuánto tiempo hace que mi anhelo va hacia ti, cuánto tiempo que tu eres el único deseo de mi corazón!". Besó la cruz muy devoto y se ofreció con semblante apacible y sonriente al sacrificio. Al segundo día predicó aún con ánimo lúcido a la muchedumbre agrupada en derredor suyo; al día tercero entregó su alma al Eterno.
Santa Coleta, durante la elevación, ve a Cristo crucificado
Santa Coleta, religiosa de la orden de Santa Clara, cierta vez durante la misa vio, en el instante de la elevación, a Jesucristo colgando de la cruz, con el cuerpo cubierto de heridas y chorreando sangre; y oyó como el Salvador, dirigiéndose al Eterno, pronunciaba estas palabras: "Mira ¡oh, Padre! este pobre cuerpo mío desmedrado y doliente, sufriendo en esta cruz. Mira mis heridas, mi sangre, mis atroces dolores y mi angustiosa muerte. Mira cuánto he sufrido, y todo para que sea más leve el castigo de los pobrecitos pecadores. ¡Oh, Padre! que mi sacrificio no haya sido en vano, socorre a los pecadores, sálvales de la condenación eterna; hazlo por mi amor, por mis padecimientos y angustias, por mi carne lacerada y mi frente coronada de espinas, por mis costados desgarrados par los azotes, y por mis manos y mis pies traspasados por los clavos."
San Pedro de Alcántara y el acólito
Ha sucedido bastantes veces el caso de personas que han visto en el instante de la Comunión, en lugar de la Hostia a un niñito, sin duda el Niño Jesús. He aquí un caso de semejante aparición. El virtuosísimo sacerdote Pedro de Alcántara, religioso de la orden Franciscana (1562), celebraba la Misa con ejemplar unción y recogimiento. El acólito que se la ayudaba, al llegar un día a casa dijo que había resuelto no ayudar más la Misa. La madre le preguntó por qué había formado semejante propósito, a lo que respondió el muchacho: "Más de una vez me he dado cuenta de que, mientras ayudaba misa a Pedro de Alcántara al ir el sacerdote a comulgar, en vez de la Hostia, devoraba a un niñito chiquitín y preciosísimo. No quiero acercarme más al altar, no suceda que un día quiera devorarme a mí." La madre, que conocía la vida de santidad que llevaba aquel bueno de Pedro de Alcántara, tranquilizó al muchacho y le explicó que el niñito que vela era, sin duda, una gracia especialísima de Jesucristo, que quería aparecerse en la forma del Nino Jesús. El muchacho continuo ayudando misa, más lleno de fervor que nunca por el milagro que presenciara.
El Rey mahometano Abulet, en el instante de la elevación, ve al Niño Jesús
en lugar de la Hostia
El Rey moro Abulet, que reinaba en Murcia a principios del siglo XIII, mandó cierto día que fuesen traídos a su presencia unos prisioneros cristianos, entre los que se hallaba un sacerdote llamado Perez. El Rey preguntó a cada uno de ellos en qué profesión u oficio se habían ejercitado, para encomendarles tareas que correspondiesen a sus respectivas habilidades. Cuando llegó el turno al sacerdote Perez, respondió éste a la pregunta del Rey: "Señor, soy un ministro del verdadero Dios y tengo un poder que no lo alcanza ningún soberano, por muy poderoso que sea. Puedo obrar la maravilla de que el Creador de cuanto existe, el Omnipotente e Increado, Dios Nuestro Señor, descienda del Cielo a la Tierra." El Rey se rió mucho de estas palabras y manifestó deseos de ver con sus propios ojos semejante prodigio. El sacerdote reiteró su promesa, rogando al Rey que mandase traer de una iglesia católica todos los elementos necesarios para celebrar Misa; una vez dispuesto y acomodado todo convenientemente, dijo la Misa en el propio alcázar del Rey moro. Cuando el sacerdote levantó la Hostia, Abulet vio en las manos del celebrante, no al Pan Eucarístico, sino a un niñito resplandeciente de una luz celestial. Tal maravilla no quedó sin eficacia. El Rey moro y algunos de sus dignatarios pidieron el bautizo y fueron admitidos solemnemente en el seno de la Iglesia verdadera. Abulet murió después de una vida de piadoso y perfecto cristiano, justamente el día de la Invención de la Santa Cruz, aniversario de la celestial aparición.
(Dr. Francisco Spirago, Catecismo en ejemplos, Ed. Políglota, Barcelona, 1940, pg. 14-15, 22-23)
Santísimo Sacramento, descanso del alma
Antes de concluir este capítulo quiero referir dos modelos de celo verdaderamente apostólico que me han movido mucho siempre. Uno es el V. P. José Diego de Cádiz, y el otro es el V. P. Maestro Ávila. Del primero se lee en su Vida: El Siervo de Dios, movido del celo de ganar almas para Jesucristo, se consagró por todo el tiempo de su vida al ejercicio del ministerio apostólico, sin jamás descansar. Emprendía continuamente largos y fatigosos viajes, siempre caminando a pie, sin excusar las incomodidades de la estación en los tránsitos de un lugar a otro, todo para anunciar la divina palabra y conseguir el deseado fruto. Se cargaba de cilicios, se disciplinaba dos veces todos los días y observaba un riguroso ayuno. Su reposo por las noches, después de las fatigas del día, era ponerse a orar delante del Santísimo Sacramento, cuya devoción le era tan agradable, que le consagraba el más tierno y encendido amor.
(San Antonio María Claret, Escritos autobiográficos y espirituales, B.A.C., Madrid, 1959, pg. 254-255)
(cortesia: iveargentina.org et alii)