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Domingo 19 Tiempo Ordinario B: Comentarios de Sabios y Santos I - Preparemos con ellos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la Misa dominical
Directorio Homilético: Sugerencias desde el Catecismo
Santos Padres: San Agustín - Tratado 26 sobre el evangelio de San Juan 6, 41-52
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Yo soy el pan de vida, Jn 6, 41-51
Aplicación: P. Alfredo Sáenz, S.J. - La eucaristía como prenda de la gloria
Aplicación: S.S Benedicto XVI - al saciar de modo milagroso su hambre
física, los dispone a acoger el anuncio de que él es el pan bajado del cielo
Aplicación: P. Jorge Loring, S.J. - Domingo Décimo Noveno del Tiempo
Ordinario - Año B Jn. 6, 41-51
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?br />
Falta un dedo: Celebrarla
CComentarios II A Las Lecturas del Domingo
Párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica sugeridos por el Directorio Homilético
Decimonoveno domingo del Tiempo Ordinario (B)
CEC 1341-1344: “Haced esto en conmemoración mía” CEC 1384-1390: “Tomad y
comed todos de él”: la Comunión
"Haced esto en memoria mía"
1341 El mandamiento de Jesús de repetir sus gestos y sus palabras "hasta que
venga" (1 Co 11,26), no exige solamente acordarse de Jesús y de lo que hizo.
Requiere la celebración litúrgica por los apóstoles y sus sucesores del
memorial de Cristo, de su vida, de su muerte, de su resurrección y de su
intercesión junto al Padre.
1342 Desde el comienzo la Iglesia fue fiel a la orden del Señor. De la
Iglesia de Jerusalén se dice:
Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, fieles a la comunión
fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones...Acudían al Templo todos
los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las
casas y tomaban el alimento con alegría y con sencillez de corazón (Hch
2,42.46).
1343 Era sobre todo "el primer día de la semana", es decir, el domingo, el
día de la resurrección de Jesús, cuando los cristianos se reunían para
"partir el pan" (Hch 20,7). Desde entonces hasta nuestros días la
celebración de la Eucaristía se ha perpetuado, de suerte que hoy la
encontramos por todas partes en la Iglesia, con la misma estructura
fundamental. Sigue siendo el centro de la vida de la Iglesia.
1344 Así, de celebración en celebración, anunciando el misterio pascual de
Jesús "hasta que venga" (1 Co 11,26), el pueblo de Dios peregrinante "camina
por la senda estrecha de la cruz" (AG 1) hacia el banquete celestial, donde
todos los elegidos se sentarán a la mesa del Reino.
“Tomad y comed todos de él”: la comunión
1384 El Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento
de la Eucaristía: "En verdad en verdad os digo: si no coméis la carne del
Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros" (Jn
6,53).
1385 Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento
tan grande y santo. S. Pablo exhorta a un examen de conciencia: "Quien coma
el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la
Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba
del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su
propio castigo" ( 1 Co 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado
grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a
comulgar.
1386 Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir
humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión (cf Mt 8,8):
"Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará
para sanarme". En la Liturgia de S. Juan Crisóstomo, los fieles oran con el
mismo espíritu:
Hazme comulgar hoy en tu cena mística, oh Hijo de Dios. Porque no diré el
secreto a tus enemigos ni te daré el beso de Judas. Sino que, como el buen
ladrón, te digo: Acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.
1387 Para prepararse convenientemente a recibir este sacramento, los fieles
deben observar el ayuno prescrito por la Iglesia (cf CIC can. 919). Por la
actitud corporal (gestos, vestido) se manifiesta el respeto, la solemnidad,
el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro huésped.
1388 Es conforme al sentido mismo de la Eucaristía que los fieles, con las
debidas disposiciones (cf CIC, can. 916), comulguen cuando participan en la
misa (cf CIC, can 917. Los fieles, en el mismo día, pueden recibir la
Santísima Eucaristía sólo una segunda vez: Cf PONTIFICIA COMMISSIO CODICI
IURIS CANONICI AUTHENTICE INTERPRETANDO, Responsa ad proposita dubia, 1: AAS
76 (1984) 746): "Se recomienda especialmente la participación más perfecta
en la misa, recibiendo los fieles, después de la comunión del sacerdote, del
mismo sacrificio, el cuerpo del Señor" (SC 55).
1389 La Iglesia obliga a los fieles a participar los domingos y días de
fiesta en la divina liturgia (cf OE 15) y a recibir al menos una vez al año
la Eucaristía, si es posible en tiempo pascual (cf CIC, can. 920),
preparados por el sacramento de la Reconciliación. Pero la Iglesia
recomienda vivamente a los fieles recibir la santa Eucaristía los domingos y
los días de fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos los días.
1390 Gracias a la presencia sacramental de Cristo bajo cada una de las
especies, la comunión bajo la sola especie de pan ya hace que se reciba todo
el fruto de gracia propio de la Eucaristía. Por razones pastorales, esta
manera de comulgar se ha establecido legítimamente como la más habitual en
el rito latino. "La comunión tiene una expresión más plena por razón del
signo cuando se hace bajo las dos especies. Ya que en esa forma es donde más
perfectamente se manifiesta el signo del banquete eucarístico" (IGMR 240).
Es la forma habitual de comulgar en los ritos orientales
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Yo soy el pan de vida, Jn
6, 41-51
La Eucaristía presupone creer que el Verbo se ha hecho carne. Y esa carne
que ha tomado al encarnarse nos la da por comida bajo apariencia de pan.
Dios se revela en Jesús y nosotros aceptamos esa revelación creyendo en
Jesús y de esa forma llegamos a Dios. Jesús es el pan vivo que ha bajado del
cielo y el que come su Carne tiene Vida Eterna.
Primero es la fe la que nos hace entrar en comunión con Jesús para tener
vida “el que cree tiene vida eterna” y luego la manducación de su Cuerpo
plenifica esa comunión. La fe es la anticipación de la visión y la
Eucaristía la del banquete eterno. La fe nos hace vivir el cielo desde aquí
“esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al
que tú has enviado, Jesucristo”[2]. La Eucaristía es la vida eterna
comenzada “el que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene la Vida Eterna”
Así como a Elías la comida de Dios le dio fuerzas para llegar a su presencia
en el Horeb[3], así la Eucaristía nos da fuerza para peregrinar en esta vida
hasta el encuentro de Dios en el cielo.
Para comulgar a Jesús, para recibir la Eucaristía, hay que estar en comunión
con Jesús, por la fe en Jesús y por la fe a Jesús. Debemos creer que Jesús,
Dios hecho hombre, está verdaderamente presente en la Eucaristía y debemos
creer a Jesús, todas las cosas que nos ha enseñado, la revelación oral y
escrita custodiado por el Magisterio de la Iglesia, “quien a vosotros os
escucha, a mí me escucha”[4].
El maná que comieron los israelitas en el desierto y el pan que comió Elías
camino del Monte Santo conducía a una tierra prometida, delicia y anhelo de
todo hombre, pero la tierra que promete Dios a los cristianos es
trascendente. El fin del camino de nuestra peregrinación terrena es la
Patria Celestial y el alimento de nuestro peregrinar es la Eucaristía.
Jesús dice “Yo soy el pan de vida” y “Yo soy el pan vivo”. Pan que da la
vida porque tiene vida y la tiene en abundancia. Jesús es la vida. Jesús es
la vida por esencia, porque es Dios “Yo soy la vida”[5].
Jesús dice que el que come este pan vivirá para siempre. Los israelitas que
comieron el maná murieron y los santos que comulgaron murieron ¿qué clase de
vida nos da este pan? La vida del Padre, la vida del Hijo, la verdadera
vida, la vida eterna.
Dios ha tomado carne para darse como comida y para que comiéndolo tengamos
vida en nosotros “comunión de vida” que no interrumpe ni siquiera la muerte
temporal. Es más, la muerte temporal la plenifica y la confirma eternamente.
La fe, que es don de Dios, nos hace atravesar el obstáculo de lo sensible.
La fe en las palabras de Jesús: “Yo soy el pan de vida”, el cual es, “mi
carne para la vida del mundo”.
Vemos pan y creemos que es la carne del Señor, vemos comulgar a los
cristianos y morir y creemos que recibimos, al comulgar, la vida eterna.
“Con la fuerza de aquella comida caminó hasta el monte de Dios”[6].
La Eucaristía nos da la fuerza para caminar el largo camino hasta el cielo.
La comunión frecuente nos fortalece en la vida del espíritu, nos va
cristificando y por tanto nos va haciendo vivir cada vez más intensamente la
vida del cielo. Claro que si la recibimos bien, sino, es perjudicial. Dice
San Pablo: “Quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será
reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor”[7].
Y ¿cómo la recibimos cada vez mejor? Imitando al que recibimos, imitando a
Jesús, creyendo su Palabra y obrando lo que creemos. Imitándolo en su
oblación total al Padre y a los hombres. “Con El, por El y en El a ti Dios
Padre Omnipotente, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”.
Amén[8]. Toda nuestra vida debe ser una oblación a Dios, como la Eucaristía;
una acción de gracias, como la Eucaristía; una entrega que satisfaga por
nuestros pecados y los del mundo, como la Eucaristía; un acto de religión
permanente, de adoración, como la Eucaristía. “Esta es mi carne para la vida
del mundo”.
Las palabras de Jesús nos enseñan que se ha abierto nuevamente el camino que
da acceso al árbol de la vida del que Adán había sido privado[9]. Ya nunca
seremos arrojados del paraíso. “Todo el que me dé el Padre vendrá a mí y el
que venga a mí no lo echaré fuera”[10].
Notas
[1] La ironía juanea: El evangelio de Juan
presenta a los adversarios de Jesús en el acto de expresar afirmaciones
sobre Él de tono despreciativo, sarcástico, incrédulo o, al menos,
inadecuado en el sentido en el que ellos lo entienden. Pero, en cambio, por
ironía, tales afirmaciones resultan a menudo verdaderas en un sentido que
permanece escondido a quien las pronuncia (cf. Jn.3,2; 4,12; 6,42;
7,28-29.35; 8,22; 9,24.40; 11,48-50; 12,19; 14,22; 19,3).
[2] Jn 17, 3
[3] Cf. 1 Re 19, 8
[4] Lc 10, 16
[5] Jn 14, 6
[6] 1Re 19, 8
[7] 1 Co 11, 27
[8] Doxología Mayor de la Misa.
[9] Cf. Gn 3, 22
[10] Jn 6, 37
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Aplicación: P. Alfredo Sáenz, S.J. - La eucaristía como prenda de la
gloria
En el evangelio del domingo pasado escuchamos decir a Jesús: "Yo soy el pan
bajado del cielo". Y en el texto que acabamos de leer —prolongación del
anterior— advertimos cómo los judíos murmuraron de Jesús precisamente por
haber dicho eso: "¿Acaso éste no era Jesús, el hijo de José? Nosotros
conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir entonces: Yo he bajado
del cielo?". No entendían esos hombres quién era Jesús, no sabían discernir,
más allá de las apariencias de su parentela humilde, al Hijo de Dios que se
había encarnado para salvarnos. Y que afirmaría su decisión de permanecer
entre nosotros, sobre todo mediante la Eucaristía, de la que seguirá
hablando a esos judíos incrédulos.
Acompañemos al Señor en su enseñanza. Sigamos también nosotros hablando con
El de la Eucaristía, el sacramento de la vida. El domingo anterior
consideramos a ese sacramento desde el punto de vista del sacrificio.
"Cristo nos amó y se entregó por nosotros —nos dice San Pablo en la epístola
de hoy—, como ofrenda y sacrificio agradable a Dios". Ese amor, esa entrega,
esa ofrenda, ese sacrificio, en cierto modo se hacen carne cada vez que se
celebra la Eucaristía.
Sin embargo, no es ése el único aspecto de este sacramento. Porque la
Eucaristía no mira tan sólo hacia el pasado, hacia la pasión de Cristo,
haciéndola presente sobre el altar, merced a lo cual afirmamos que es un
verdadero sacrificio. Mira también hacia el futuro, hacia el cielo, ya que
es prenda de la gloria final. El que la recibe como corresponde, vivirá para
siempre. Jesús lo afirma hoy de manera terminante a los judíos que lo
rodeaban: "Yo soy el pan de vida. Vuestros padres, en el desierto, comieron
el maná y murieron. Pero éste es el pan que desciende del ciclo, para que
aquel que lo coma no muera... El que coma de este pan vivirá eternamente".
No quiere decir, como es obvio, que la recepción de la Eucaristía nos ahorre
la muerte corporal. Nosotros comulgamos con frecuencia, y a pesar de todo un
día moriremos. Acá se trata de la muerte espiritual, de la muerte eterna. El
pan que desciende del cielo nos libra de esa muerte y nos da la vida
indeficiente. Porque todo alimento nutre según sus propiedades: El alimento
de la tierra alimenta para el tiempo. El alimento celestial, particularmente
Cristo, pan bajado del cielo, alimenta para la vida eterna.
La Eucaristía tiene, así, un respecto al futuro, a la vida que no se acaba.
Porque nosotros estamos en camino, no hemos aún llegado al término. La
Iglesia se encuentra a la vez en posesión y en tensión. Sus miembros conocen
al mismo Dios que los santos, pero su caridad no siempre es actual. En la
celebración litúrgica, la Iglesia peregrina posee al Señor del cielo, pero
sacramentalmente, lo que no puede satisfacerla del todo. Por eso está en
situación de éxodo hacia una maduración de lo ya adquirido. La Eucaristía,
que es como una tangencia del tiempo y de la eternidad, construye la Iglesia
pascual en estado de tránsito de este mundo al Padre.
De ahí que la mejor figura de la Eucaristía sea el maná, pan del caminante.
El maná acompañó al pueblo elegido durante su travesía por el desierto. Lo
alimentó. Lo fortificó. Pero una vez que ese pueblo llegó a la meta de la
tierra prometida, dejó de caer. Así sucede y sucederá con la Eucaristía. Nos
acompaña en nuestro camino por este desierto que es el mundo. Nos alimenta.
Nos da fuerzas. Pero cesará una vez alcanzada la meta del cielo.
Algo parecido a lo que se nos relató en la primen lectura de hoy, a
propósito de Elías: cuando tras un largo trajinar, el profeta se sintió
cansado hasta el agotamiento, fue confortado con el pan que le trajeron los
ángeles y, así, "fortalecido por ese alimento, caminó cuarenta días y
cuarenta noches hasta la montaña de Dios, el Horeb". Nuestro Horeb es el
cielo. Hasta allí, hasta ese umbral, nos acompañará el pan bajado del cielo.
Pero hay más. La Eucaristía no sólo nos acompaña en nuestra peregrinación al
cielo sino que, en cierto modo, ya desde ahora siembra algo de "cielo" en
nuestro interior. Porque en la Eucaristía recibimos a Cristo paciente y
glorioso. En cuanto paciente nos aplica el fruto de su Pasión. En cuanto
glorioso nos comunica el germen de su Resurrección. Por eso es efecto de la
Eucaristía la aniquilación de la muerte, que Cristo destruyó al morir, y la
restauración de la vida, que el Señor obró al resucitar. Comer al Cristo
glorioso es alimentarse de cielo. Su cuerpo resucitado, al penetrar en
nuestro cuerpo, abocado a la muerte, va sembrando en él semillas de gloria.
El Cristo vencedor, al dejarse asimilar por el que lo recibe, se convierte
en "principio de resurrección, frenando en El la descomposición de la
naturaleza'', como enseña San Gregorio de Nyssa.
Por esta razón, algunos Padres de la Iglesia llamaron a la Eucaristía
"remedio de inmortalidad". Y San Ireneo escribía: "Como el grano de trigo
que cae en la tierra, se descompone, pura levantarse luego, multiplicarse y
servir después para el uso de los hombres, y finalmente, recibiendo la
Palabra de Dios hacerse Eucaristía; así nuestros cuerpos, alimentados por la
Eucaristía y depositados en la tierra, donde sufren la descomposición, se
levantaran en el tiempo designado y se revestirán de inmortalidad".
El hecho de que la Eucaristía sea la primicia y el comienzo da nuestra
glorificación, explica su intrínseca relación con la venida del Señor. San
Pablo decía que cuantas veces se celebra la Eucaristía se anuncia la muerte
del Señor "hasta que venga". Porque el día en que el Señor vuelva, al fin de
la historia, ese día la Eucaristía se habrá vuelto innecesaria, así como
todo el orden sacramental. Para señalar la referencia de la misa a la
Parusía del Señor, la Iglesia ha incluido en el ritual eucarístico diversas
alusiones a la segunda venida de Jesús. Por ejemplo, en la aclamación que
sigue a la fórmula consecratoria: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu
resurrección, ven, Señor Jesús". Al decir "Ven, Señor Jesús", no nos estamos
refiriendo a la venida sacramental del Señor, porque ya se ha hecho presente
sobre el altar, sino que aludimos a su venida final, en la consumación de
los tiempos. Asimismo, en la oración que sigue al Padrenuestro, el
celebrante pide al Señor que nos libre de todos los males y nos dé la paz en
los días de nuestra vida terrenal, "mientras esperamos la gloriosa venida de
nuestro Salvador Jesucristo". Se celebra, por tanto, la Eucaristía "hasta
que el Señor venga". Más aún, en cierto modo se celebra "para que el Señor
venga", para que apresure su venida. No se trata tan sólo de una simple
espera, sino de una súplica ardiente por su Parusía final.
Comenzaremos ahora la liturgia de la Eucaristía, de esa admirable Eucaristía
que en su mirada al pasado, a la Pasión de Cristo, se constituye en
verdadero sacrificio, y en su mirada al futuro, a la felicidad del cielo, se
constituye en prenda de gloria eterna. Participemos plenamente en el
sacrificio, de modo que al acercarnos a comulgar, el Señor glorioso
encuentre menos obstáculos en su divina labor de ir preparando nuestro
cuerpo para la resurrección final y para la visión sin fin.
(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo B, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1993,
p. 225-228)
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Aplicación: S.S Benedicto XVI - Al saciar de modo milagroso su hambre
física, los dispone a acoger el anuncio de que él es el pan bajado del cielo
Queridos hermanos y hermanas:
La lectura del capítulo sexto del Evangelio de san Juan, que nos acompaña en
estos domingos en la liturgia, nos ha llevado a reflexionar sobre la
multiplicación del pan, con el que el Señor sació a una multitud de cinco
mil hombres, y sobre la invitación que Jesús dirige a los que había saciado
a buscar un alimento que permanece para la vida eterna. Jesús quiere
ayudarles a comprender el significado profundo del prodigio que ha
realizado: al saciar de modo milagroso su hambre física, los dispone a
acoger el anuncio de que él es el pan bajado del cielo (cf. Jn 6, 41), que
sacia de modo definitivo. También el pueblo judío, durante el largo camino
en el desierto, había experimentado un pan bajado del cielo, el maná, que lo
había mantenido en vida hasta la llegada a la tierra prometida. Ahora Jesús
habla de sí mismo como el verdadero pan bajado del cielo, capaz de mantener
en vida no por un momento o por un tramo de camino, sino para siempre. Él es
el alimento que da la vida eterna, porque es el Hijo unigénito de Dios, que
está en el seno del Padre y vino para dar al hombre la vida en plenitud,
para introducir al hombre en la vida misma de Dios.
En el pensamiento judío estaba claro que el verdadero pan del cielo, que
alimentaba a Israel, era la Ley, la Palabra de Dios. El pueblo de Israel
reconocía con claridad que la Torah era el don fundamental y duradero de
Moisés, y que el elemento basilar que lo distinguía respecto de los demás
pueblos consistía en conocer la voluntad de Dios y, por tanto, el camino
justo de la vida. Ahora Jesús, al manifestarse como el pan del cielo,
testimonia que es la Palabra de Dios en Persona, la Palabra encarnada, a
través de la cual el hombre puede hacer de la voluntad de Dios su alimento
(cf. Jn 4, 34), que orienta y sostiene la existencia.
Entonces, dudar de la divinidad de Jesús, como hacen los judíos del pasaje
evangélico de hoy, significa oponerse a la obra de Dios. Afirman: «Es el
hijo de José. Conocemos a su padre y su madre» (cf. Jn 6, 42). No van más
allá de sus orígenes terrenos y por esto se niegan a acogerlo como la
Palabra de Dios hecha carne. San Agustín, en su Comentario al Evangelio de
san Juan, explica así: «Estaban lejos de aquel pan celestial, y eran
incapaces de sentir su hambre. Tenían la boca del corazón enferma... En
efecto, este pan requiere el hambre del hombre interior» (26, 1). Y debemos
preguntarnos si nosotros sentimos realmente esta hambre, el hambre de la
Palabra de Dios, el hambre de conocer el verdadero sentido de la vida. Sólo
quien es atraído por Dios Padre, quien lo escucha y se deja instruir por él,
puede creer en Jesús, encontrarse con él y alimentarse de él y así encontrar
la verdadera vida, el camino de la vida, la justicia, la verdad, el amor.
San Agustín añade: «El Señor afirmó que él era el pan que baja del cielo,
exhortándonos a creer en él. Comer el pan vivo significa creer en él. Y
quien cree, come; es saciado de modo invisible, como de modo igualmente
invisible renace (a una vida más profunda, más verdadera), renace dentro, en
su interior se convierte en hombre nuevo» (ib.).
Invocando a María santísima, pidámosle que nos guíe al encuentro con Jesús
para que nuestra amistad con él sea cada vez más intensa; pidámosle que nos
introduzca en la plena comunión de amor con su Hijo, el pan vivo bajado del
cielo, para ser renovados por él en lo más íntimo de nuestro ser.
(Castelgandolfo, Angelus. Domingo 12 de agosto de 2012)
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Aplicación: P. Jorge Loring, S.J. - Domingo Décimo Noveno del Tiempo
Ordinario - Año B Jn. 6, 41-51
1.- En este Evangelio se nos narra que los judíos se escandalizaron de la
predicación de Jesús.
2.- Esto me da pie para hablar de los que hoy se escandalizan de Jesús. Se
apartan de Él. Rechazan su doctrina.
3.- Este rechazo es más por su doctrina moral que por razones intelectuales.
4.- Pocas personas rechazan la religión por motivos intelectuales. Yo jamás
he oído a nadie que tenga dificultades contra el dogma de la Santísima
Trinidad. Nadie me ha dicho: «Yo creo que en Dios hay cinco Personas. Tres
me parecen pocas». A la gente le es igual que en Dios haya tres Personas o
cinco.
5.- A la gente lo que le molesta es la moral católica: - Que sea inmoral el
adulterio en un mundo que aplaude los adulterios de las personas famosas. -
Que sea inmoral el aborto, ASESINATO DE INOCENTES, en un mundo que hace
leyes permitiendo que las madres maten a sus hijos, porque los no nacidos no
votan, y a muchos que votan les gusta poder abortar para deshacerse de los
hijos no deseados. - Que sea inmoral el divorcio en un mundo que no quiere
compromisos estables, sino que quiere hacer en cada momento lo que más le
guste. - Que sean inmorales las relaciones sexuales prematrimoniales en un
mundo en el que el libertinaje sexual se hecho normal en la juventud, etc.
etc.
6.- Muchos quieren que la DOCTRINA DE JESUCRISTO se acomode a las modas del
momento, y esto no puede ser. La DOCTRINA DE JESUCRISTO es eterna, porque es
la verdad, y la verdad no cambia con las modas.
(Cortesía: iveargentina.org y otros)