Domingo 13 del Tiempo Ordinario B - Iglesia del Hogar: en Familia, como Iglesia doméstica, preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
introducción a Las Lecturas del Domingo
Primera lectura: Sab 1, 13-15; 2, 23-24
Existen situaciones
en nuestra vida que nos hacen sentir dolorosamente las limitaciones de
nuestra existencia. Hay dos tipos de reacciones posibles: resignar y quizás
también rebelarnos contra este destino o confiar en la bondad de Dios que
nos tiene preparado el camino hacia la felicidad. Recordemos que Jesús dice
que la muerte es como un sueño. Es que solamente hay una verdadera muerte y
esa es la decisión de alejarse de Dios. Escuchemos como Dios desea
convencerte que El quiere que tú tengas vida eterna.
Segunda lectura: 2 Cor 8, 7-9. 13-15
Esta lectura formula
una pregunta para todo cristiano: ¿Has pensado que en el Espíritu Santo
todos somos uno con todos nuestros hermanos? Esta lectura nos anima a tener
presente a los que tienen necesidad de ayuda. Que las palabras de San Pablo
nos animen a ser más generosos con todo que Dios nos ha regalado para que lo
administremos en su nombre.
Aprendamos que Jesús
puede darnos la vida aunque hayamos muerto. Podemos fácilmente encontrarnos
retratados en los personajes del Evangelio. Preocupémonos a ver más allá de
los milagros maravillosos que hace Jesús devolviendo la vida. Ellos son
signo de que Dios nos quiere dar otra vida mucho mejor, la vida eterna en su
compañía por toda la eternidad.
Reflexionemos los padres
La muerte física nos
espera a todos, tarde o temprano. Hay personas a las que les da escalofríos
con solamente pensar en que morirán. Pero hay otras personas como San Pablo
que desean que la muerte venga pronto (cf. 2 Cor 5, 8) porque quieren estar
con Jesús ya que en esta vida caminamos en fe y no en visión. Tengamos miedo
a la muerte física o no, lo importante es tener mayor temor a la muerte
espiritual producto del pecado mortal. El sacerdote, antes de recibir la
sagrada hostia, pide al Señor que nunca
se vea separado de Jesús. Nosotros también deberíamos pedir frecuentemente
que el Señor proteja y fortalezca nuestra unión con El. La preocupación de
no separarnos nunca de Jesús debe incluir también un esfuerzo para analizar
las situaciones, circunstancias y acontecimientos que pueden empujarnos
hacia el pecado grave, pecado que nos separa de Dios y expulsa el Espíritu
Santo de nuestro corazón. La ocasión puede darse hasta en los quehaceres más
rutinarios de nuestra vida. La televisión, por ejemplo, trae cosas buenas y
también indiferentes. Pero también trae estímulos para llevarnos a pecar.
Son muy raras las películas que no traigan violencia o pasajes que atacan el
pudor y la castidad. Sabemos evitar muchas cosas para salvaguardar nuestra
salud física. ¿Seremos igual de quisquillosos referente a lo que ataca la
castidad y el pudor? Iluminados por el Espíritu Santo vayamos recorriendo el
día para identificar todo aquello que pueda ser un estímulo para pecar.
Reflexionemos con los hijos
Nunca
comeremos o beberíamos algo que contenga veneno que nos
mata. Y si por alguna circunstancia hemos absorbido algo que nos hace daño
en seguida tomamos medidas para curarnos. Por supuesto, mejor es prevenir.
Algo similar sucede en nuestra relación con Dios. No queremos ofender a Dios
ni queremos cometer pecados contra los demás. Sin embargo, somos débiles y
fallamos muchas veces. Por eso necesitamos la ayuda de Dios para poder
curarnos en caso de que hayamos faltado. Lo maravilloso es que sabemos que
Dios, cuando le pedimos perdón arrepentidos, siempre nos perdona porque nos
ama. Los que han hecho primera comunión saben que necesitan confesarse
regularmente y especialmente cuando se ha cometido un pecado mortal. Hay un
medio que nos puede ayudar mucho en esta preocupación de pecar cada vez
menos: el examen de conciencia. Un momento muy propicio es la oración de la
noche cuando damos gracias a Dios quien en cada momento del día nos ha
amado y nos ha querido ayudar. El examen de conciencia nos hace recorrer el
día para descubrir cuando hemos fallado para arrepentirnos y pedir perdón. Y
Dios nos perdona. Quizás tenemos que proponernos a pedir perdón también
alguna persona que hemos hecho sufrir durante el día. Sería un acto
maravilloso para comenzar el siguiente día.
Conexión eucarística
Cada celebración
eucarística comienza siempre con el rito penitencial. Somos conscientes que
nos acercamos al Dios tres veces santo y esto debería despertar en nosotros
una sensibilidad muy viva de que venimos como pecadores. Existe el peligro
de que rutinariamente pedimos perdón por nuestros pecados en general. Pero
esto no cala hondo. Por eso es bueno al pedir perdón al comienzo la
celebración recordar pecados muy concretos de los días anteriores y
arrepentirnos de ellos para pedir luego perdón. Si hay pecado grave que nos
impide comulgar es urgente recibir el sacramento de la confesión. Un muerto
espiritual no puede celebrar realmente. Un domingo sin comunión no es
domingo.
Vivencia familiar
Ayuda mucho cuando la
familia de vez en cuando y no dejando pasar mucho tiempo conversa acerca de
las cosas que habría que mejorar. ¡Y maravilla! Los papás recibirán a veces
unos consejos maravillosos de sus propios hijos.
Nos habla la Iglesia
El máximo enigma de
la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor ni con la
disolución progresiva del cuerpo pero su máximo momento es el temor por la
desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a
aceptar la perspectiva de la ruina total del adiós definitivo. La semilla de
eternidad que en sí lleva, por ser irreductible a la sola materia, se
levanta contra la muerte. La fe cristiana enseña que la muerte corporal, que
entró en la historia a consecuencia del pecado, será vencida cuando el
omnipotente misericordioso Salvador restituya al hombre en la salvación
perdida por el pecado. Ha sido Cristo resucitado el que ha ganado esta
victoria para el hombre, liberándolo de la muerte con su propia muerte
(Vaticano II, constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, 17
y 18).
Leamos la Biblia con la Iglesia
|
Año impar |
Año par |
Evangelio |
||
Lunes |
Gen 18,16—33 |
S.102 |
Am
2,6—10.13—16 |
S.
49 |
Mt
8,18—22 |
Martes |
Gen 19,15—29 |
S.
25 |
Am
3,1_8; 14,11_12 |
S.
5 |
Mt
8,23—27 |
Miércoles |
Gen 21,5.8—20 |
S.33 |
Am
5,14—15.21—24 |
S.
49 |
Mt
8,28—34 |
Jueves |
Gen 22,1—19 |
S.11 |
Am
7,10—17 |
S.
114 |
Mt
9,1—8 |
Viernes |
Gen 23,1—4.19. 24,1-8 .62—67 |
S.105 |
Am
8,4—6.9—12 |
S.118 |
Mt
9,9—13 |
Sábado |
Gen 27,1—5.15-20 |
S.134 |
Am
9,11—15 |
S.84 |
Mt
9,14-17 |
Oraciones
Para que
reines en mi vida
Señor Jesús, te doy
gracias por tu amor y porque viniste al mundo a morir por mí. Confieso que
he dirigido mi propia vida y que por lo tanto, he pecado contra Dios. Ahora
quiero depositar mi confianza en ti y recibirte en mi vida. Te pido que
perdones mis pecados. Hazme la persona que tú quieres que sea. Te doy
gracias por haber contestado mi oración y porque ahora estás en mi vida.
Amén.
Para evitar
tentaciones
¡Oh
Padre celestial! Dame una mirada limpia, para
ver solamente el bien. Dame oídos limpios para oír solamente el bien.
Dame tu mente limpia para pensar solamente el bien. Dame tu lengua limpia
para hablar solamente el bien. Y finalmente, dame tu corazón amplio para
poder vivir con intensidad las maravillas y bellezas del amor en toda su
extensión.
Letanías de
la buena muerte
Jesús, Señor, Dios de
bondad, Padre de misericordia, aquí me presento delante de Vos con el
corazón humillado, contrito y confuso, a encomendaros mi última hora y la
suerte que después de ella me espera.
Cuando mis pies,
fríos ya, me adviertan que mi carrera en este valle de lágrimas está por
acabarse; Jesús misericordioso, tened compasión de mí.
Cuando mis manos
trémulas ya no puedan estrechar el Crucifijo, y a pesar mío le dejan caer
sobre el lecho de mi dolor; Jesús misericordioso, tened compasión de mí.
Cuando mis ojos, apagados con el dolor de la cercana muerte, fijen en Vos por última vez sus miradas moribundas; Jesús misericordioso, tened compasión de mí.
Cuando mis labios
fríos y balbucientes pronuncien por última vez vuestro santísimo Nombre;
Jesús misericordioso, tened compasión de mí.
Cuando mi cara pálida
amoratada causa ya lástima y terror a los circunstantes, y los cabellos de
mi cabeza, bañados con el sudor de la muerte, anuncien que está cercano mi
fin; Jesús misericordioso, tened compasión de mí.
Cuando mis oídos,
próximos a cerrarse para siempre a las conversaciones de los hombres, se
abran para oír de vuestra boca la sentencia irrevocable que marque mi suerte
para toda la eternidad; Jesús misericordioso, tened compasión de mí.
Cuando mi
imaginación, agitada por horrendos fantasmas, se vea sumergida en mortales
congojas, y mi espíritu, perturbado por el temor de vuestra justicia, a la
vista de mis iniquidades, luche con el ángel de las tinieblas, que quisiera
precipitarme en el seno de la desesperación; Jesús misericordioso, tened
compasión de mí.
Cuando mi corazón,
débil y oprimido por el dolor de la enfermedad, esté sobrecogido del horror
de la muerte, fatigado y rendido por los esfuerzos que hubiere hecho contra
los enemigos de mi salvación; Jesús misericordioso, tened compasión de mí.
Cuando derrame mis
última lágrimas, síntomas de mi destrucción, recibidlas, Señor, en
sacrificio de expiación, para que muera como víctima de penitencia, y en
aquel momento terrible, Jesús misericordioso, tened compasión de mí.
Cuando mis parientes
y amigos, juntos a mí, lloren al verme en el último trance, y cuando
invoquen vuestra misericordia en mi, favor; Jesús misericordioso, tened
compasión de mi.
Cuando perdido el uso
de los sentidos, desaparezca todo el mundo de mi vista y gima entre las
últimas agonías y afanes de la muerte; Jesús misericordioso, tened compasión
de mí.
Cuando los últimos
suspiros del corazón fuercen a mi alma a salir del cuerpo, aceptadlos como
señales de una santa impaciencia de ir a reinar con Vos, entonces: Jesús
misericordioso, tened compasión de mí.
Cuando mi alma salga
de mi cuerpo, dejándolo pálido, frío y sin vida, aceptad la destrucción de
él como un tributo que desde ahora quiero ofrecer a vuestra Majestad, y en
aquella hora: Jesús misericordioso, tened compasión de mí.
En fin, cuando mi
alma comparezca delante de Vos, para ser juzgada, no la arrojéis de vuestra
presencia, sino dignaos recibirla en el seno amoroso de vuestra
misericordia, para que cante eternamente vuestras alabanzas; Jesús
misericordioso, tened compasión de mí.
Oración. Oh Dios mío,
que condenándonos a la muerte, nos habéis ocultado el momento y la hora,
haced que viviendo santamente todos los días de nuestra vida, merezcamos una
muerte dichosa, abrasados en vuestro divino amor. Por los méritos de Nuestro
Señor Jesucristo, que vive y reina con Vos, en unidad del Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos.
Amén.