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Domingo 2 Tiempo Ordinario B : Más Comentarios de Sabios y Santos II - Preparemos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada en la Eucaristía Dominical

 

A su disposición

Exégesis: Manuel de Tuya - Recluta de los primeros discípulos de Cristo

Comentario Teológico: Ángel Antón, S. J. - Los discípulos de Jesús

Santos Padres: San Agustín - 'Maestro: ¿dónde vives?'

Aplcación: Papa Francisco - Escucha, encuentro y caminar

Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La mirada de Jesús - Jn 1, 35-42


 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

 

comentarios a Las Lecturas del Domingo



Exégesis: Manuel de Tuya - Recluta de los primeros discípulos de Cristo


Este último pasaje del primer capítulo no sólo tiene una vinculación histórica, más o menos próxima, con los relatos anteriores, sino que, sobre todo, la tiene lógica, temática: es el testimonio oficial delBautista ante algunos de sus discípulos. La misión de éste era testimoniar al Mesías. Lo hizo ante las turbas, ante el Sanedrín, y ahora ante sus mismos discípulos. No retendrá a éstos; los orientará hacia Cristo. Deshará su “círculo” para ensanchar el de Cristo. Es el tema de este pasaje: “Conviene que El crezca y yo mengüe” (Jua_3:30). Mas ¿en qué forma corresponde a la historia?

En este pasaje se pueden notar cuatro “vocaciones”: 1) Andrés y “otro” discípulo (v.35-40); 2) Simón Pedro (v.41-42); 3) Felipe (v.43-44); Natanael (v.45-51).

1) Andrés y “otro” Discípulo (v.35-40).
La escena es situada cronológicamente “al día siguiente,” sea con relación a la testificación del Bautista que últimamente cita el evangelista (v.29), punto de vista cronológico-literario; sea el mismo, pero valorado en un esquema artificioso y teológicamente septenario de días para indicar, en analogía con la obra creadora del Génesis, que el comienzo de la obra mesiánica de Cristo se inicia, en un septenario de días, “recreando” las cosas con su justicia divina (cf. Jua_1:27).

El relato es, aunque esquemático, sugestivo. En él se narra el principio de recluta de los que iban a ser la jerarquía de la Iglesia.

El Bautista puede tener ante sí un auditorio que no se precisa. Acaso el anterior de gentes que venían a su bautismo. Sin embargo, se detalla que con él estaban “dos de sus discípulos.” Es conocida por  .la existencia de un círculo de “discípulos” del Bautista (Mat_9:14; Mat_11:12; Mat_14:12; Mar_2:18; Luc_5:33; Luc_9:14; Jua_3:22ss). Ante ellos, el Bautista, viendo que Jesús “pasaba” por allí cerca, “fijó los ojos en  El,” y testificó ante estos discípulos que era “el Cordero (Siervo) de Dios.” Esta testificación ante estos dos discípulos parece ser un indicio de que éstos no estaban con él cuando testificó lo mismo ante un auditorio innominado, ya que, al mostrarlo así como el Mesías, le hubiesen, probablemente, seguido entonces.

Al punto de “oír” proclamar al Bautista a Cristo como el “Cordero / Siervo de Dios” (Mesías), “siguieron a Jesús.” “Seguir a uno,” “ir detrás de,” era sinónimo, en los medios rabínicos, de ir a su escuela, ser su discípulo. La forma de aoristo en que se encuentra el verbo - lo “siguieron” - , lo mismo que el “simbolismo” intentado por el evangelista en la redacción de sus relatos históricos, parece sugerir, más que el hecho de una curiosidad por conocer al Mesías, al haberse hecho sus “discípulos” (Mat_4:18.19.22 par.; Jua_1:43). Es además, un doble sentido que tiene el verbo “seguir” en este pasaje de San Juan (Jua_1:37-44) 94. Podría haber también en ello una anticipación de este primer contacto, conjugado con la vocación definitiva y elección oficial, que narran los sinópticos y omite Jn. Lo mismo puede decirse de las otras “vocaciones” aquí narradas.

Conociendo Cristo, “al volverse,” que le seguían, pero un “seguirle” que le hizo saber que le buscaban a El, les preguntó: “¿Qué buscáis?”

El verbo aramaico substratum que debió de" usar, lo mismo puede significar “buscar” que “desear.” Pero el equívoco de los dos, del gusto oriental, debe de estar aquí en juego.

Le dijeron: “Rabí,” y el evangelista, interpretándolo para sus lectores asiáticos, lo vierte: “que quiere decir Maestro, ¿dónde moras?” El título de rabí o maestro de la Ley sólo lo tenían oficialmente los “rabís” que lo habían recibido de la autoridad religiosa después de un largo aprendizaje de años. Pero todo el que tenía discípulos era llamado “rabí.” 95 Se lo usa como título de cortesía. Frecuentemente aparece Cristo llamado
así por diversas gentes (Mat_17:24, etc.).

Aquellos discípulos del Bautista requerían tiempo y profunda intimidad en lo que querían tratar con él. No era oportuno tratarlo allí entre las turbas que venían al bautismo de Juan. ¿Sería ello un indicio de
ofrecimiento indirecto a seguirle como discípulos? Se diría lo más probable. Pues viviendo en un “círculo” de orientación al Mesías, - piénsese en Qumran - , bajo la dependencia del Bautista, se explicaría bien que, al ser mostrado por éste, se quisieran incorporar a lo que orientaba su vida de “discípulos de Juan.”

La respuesta de Cristo fue: “Venid y ved.” Era la fórmula usual en curso: “Ven y ve,” tanto en el medio bíblico (Sal_46:9) como en el neotestamentario (Jua_1:46; Jua_11:34) y rabínico 96.

Ante esta invitación, estos discípulos fueron y se quedaron con El “aquel día.” Y se señala que era “como la hora décima.”

Su “morada” debía de ser una de aquellas cabañas improvisadas, de cañas y follaje, en que pasar la noche.

La “hora décima” era sobre las cuatro de la tarde. Los judíos dividían el día en doce horas (Jua_4:6.52; Jua_19:14), aunque vulgarmente, por dificultad de precisar estas horas, solían dividirlo en cuatro períodos u horas. Si esta escena tiene lugar uno o dos meses antes de la Pascua que cita luego (Jua_2:13ss), sería en febrero-marzo, en que el sol se pone unas dos horas después de la hora citada. En Jerusalén, la puesta del sol del 7 de abril, como se dice a propósito de la muerte de Cristo, es a las 6:23 97. Conforme a las costumbres de Oriente, hubieron de pasar aquella noche conEl, pues “ya declinaba el día” (Luc_24:29).

El evangelista da el nombre de uno de estos dos discípulos del Bautista. Era Andrés, hermano de Simón Pedro 98.

Del “otro” no se da el nombre. ¿Quién era? A partir de San Juan Crisóstomo " se suele admitir, generalmente, que se identifica con el otro discípulo anónimo del que se dice varias veces en este evangelio que era el discípulo “al que amaba el Señor.” A esto suelen añadir la vivacidad del relato, el fijar la hora en que sucedió; todo lo cual indicaría un testigo ocular. El anonimato en que queda sería corno el signo que indica al autor mismo. Pero no puede decirse que sean razones decisivas.

Otra tendencia moderna tiende a identificarlo con el apóstol Felipe. Este y Andrés aparecen juntos en algunas listas apostólicas (Mar_3:18; ti. Hec_1:13). En el cuarto evangelio, Felipe aparece frecuentemente al lado de Andrés (Jua_6:5-9; Jua_12:20.21) 100. Sin embargo, el encuentro que tiene “al otro día” Cristo con Felipe, al que manda “seguirle,” hace difícil esto (v.43).


¿”Simbolismo” joanneo en el relato de esta escena? Así lo piensan varios autores 101.

Estos admiten que en la forma de relatarse estos hechos históricos hay intento “simbolista.” ¿Cuál sería éste? El esquematismo del relato, la falta de detalles, la ausencia del lugar geográfico y tema de aquella conversación, llevaría a intentar, superponiéndolo al relato histórico por efecto calculado de su descripción, el que esta doble “vocación” fuese el tipo de toda vocación de discípulos de Cristo. Hay para ello que recorrer estos tres estadios aquí descritos: “seguir” a Cristo, “venir” a donde El esté y “quedarse” allí con El.

A esto llevaría también la pregunta de Cristo: “¿Qué buscáis?” Se le llama aquí Rabí, y se le interpreta Maestro. Sería, en evocación del A.T., Cristo-Sabiduría, que llama a los hombres a sí para enseñarles. A esta pregunta de Cristo se respondería por estos dos discípulos, máxime si Felipe
era el “otro” que fue a hablar con Cristo: “Hemos encontrado al Mesías” (v.41). Sería el tema del A.T., realizado ahora por Cristo: hay que buscar la Sabiduría para encontrarla. Ambos temas se encontrarán desarrollados, con especiales reflejos, en el evangelio de San Juan 102.


2) Simón Pedro (v.41-42).
El hermano de Pedro, Andrés, después de venir de estar con Cristo, encontró a Pedro. ¿Cuándo? Los códices presentan cuatro variantes a este propósito: “primeramente,” “el primero,” “por la mañana,” y otrosomiten toda indicación 103.

La presentación que de Cristo hizo el Bautista a Andrés, como el “Cordero (Siervo) de Dios,” fórmula mesiánica, y la confirmación que de su mesianismo tuvo en su conversión, le hizo volcarse, con todo el ardor de su nueva fe y con el fuego de su temperamento galileo (v.44), en entusiasmo y apostolado. Y, al encontrar a Pedro, le dijo con plena convicción: “Hemos encontrado al Mesías.” Y el evangelista vierte el término para sus lectores griegos: “que quiere decir el Cristo.”

Pero no quedó su fe en esta sola confesión. Andrés le “condujo a Jesús.” Al llegar a su presencia, Cristo le “miró fijamente” (cf. Mar_10:21; Jua_1:42; Hec_1:24). Este verbo significa aquí un mirar profundo de Cristo, con el que sondea el corazón de Pedro y lo sabe apto para el apostalado y para la misión pontifical que le comunicará. Es el “mirar” de Cristo, con el que descubrirá en seguida a Natanael un misterio de su vida (v.47.48), lo mismo que en otros momentos (Jua_2:24; Jua_4:17-19; Jua_6:61, etc.) actúa en igual forma.

Y, mirándole así, le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú serás llamado Cefas, que quiere decir Pedro.”

El nombre de Simón era usual en Israel. Pero aquí le dice que es “hijo de Juan” (Jua_21:15ss), mientras que en Mt le dice ser ”hijo de Yoná” (cf. Mat_16:17). Este segundo es una transcripción material aramaica. Discuten los autores si este segundo nombre puede ser una forma equivalente admitida por Juan: “bar,” hijo; “yoná” sería Juan. Mt cita así el nombre del profeta Jonas (Mat_12:39). En todo caso, “es difícil explicar esta divergencia, si no es en función de dos tradiciones independientes.” 104

El nombre de Cefas corresponde al arameo Kepha, roca, piedra. Lo que el evangelista griego vierte para sus lectores asiáticos.

En Mc (Mat_3:16) y Lc (Mat_6:14), Cristo le da a Simón el nombre de Pedro al hacer la institución de los apóstoles en el sermón del Monte.¿Pero supone esto y estos aor. que fue entonces? En cambio, en Mt, en la lista de los apóstoles, se habla de “Simón, llamado Pedro” (Mat_10:2). Este anuncio del cambio de su nombre que se hace aquí ahora en este pasaje del cuarto evangelio  ¿es un anuncio histórico o acaso es un adelantamiento del mismo hecho por el evangelista? No sería fácil precisarlo. Acaso un indicio pudiera sugerir el adelanto. Es un paralelismo literario. Se lee aquí:

v.41: “Hemos encontrado al Mesías, que quiere decir el Cristo.”

............................................

v.42: “Tú eres Simón, el hijo de Jonas;
tú serás llamado Cefas, que quiere decir Pedro.”

(DE TUYA, M., Evangelio de San Juan, en PROFESORES DE SALAMANCA, Biblia Comentada, Tomo Vb, BAC, Madrid, 1977)



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Comentario Teológico: Ángel Antón, S. J. - Los discípulos de Jesús

“La misión de Jesús (…) de constituir la nueva comunidad mesiánica de salvación está (…) determinada por el llamamiento de un grupo de su oyentes al discipulado y por la respuesta de estos hombres dispuestos a aceptar el mensaje de Jesús sobre el reino y a seguirle en forma de convivencia íntima con él durante su vida mortal y de la fe y adhesión al Resucitado y a su Ekklêsia naciente después del misterio pascual”.

“La respuesta del hombre al anuncio de la llegada del reino de Dios por parte de Jesús sobre el fundamento común de fe (pístis) y conversión (metánoia: Mt 4,17: Mc 1,15) se traduce en el pueblo de Israel en una adhesión a la persona y al mensaje del Mesías; sin embargo, en el grupo más reducido de discípulos, y de modo particular en los Doce, el llamamiento de Jesús exige el seguimiento real y convivencia con Jesús (Mc 1,16-20; 3,13-19; Mt 4,18-22; 10,1-4; Lc 6,12-16; Mt 19,14; Lc 6,47; 14,26, etc.) y una participación de la misión de Jesús y de su poderes mesiánicos respecto a Israel (Mc 3,14-15; Mt 10,1-4; Lc 6,12-16), así como también respecto al universo entero (Mc 16,15-18; Mt 28,16-20)”.

“Además de esta dependencia incondicional de la iniciativa divina en el momento de la vocación, otros elementos fundamentales en la misión de los discípulos de Jesús y en su realización concreta distinguen a éstos de tantos otros discípulos que seguían a su Maestro. En primer lugar, Jesús los llama a un seguimiento incondicional, que no admite en el elegido compromisos ni reservas, tanto respecto a su aceptación como respecto a la duración de dicho discipulado (…).

“En segundo lugar, el discipulado de Jesús exigió una voluntad de renuncia y de entrega, que superaba fundamentalmente la decisión del simple discípulo en el seguimiento del rabino. (…) El seguimiento de Jesús presuponía en sus discípulos el participar para siempre del género de vida y de destino delMesías con todas sus implicaciones, hasta el martirio (Lc 9,57-58; Mc 8,34-35)”.

“Con esta concepción fundamental del discipulado de Jesús concuerdan los datos concretos que el evangelio de Mateo nos ha transmitido sobre la convivencia real de sus discípulos con el Maestro y de la participación a ellos confiada durante su vida mortal en la realización de su actividad mesiánica en medio de Israel. Los compañeros de Jesús, que no practican ayunos por haber comenzado ya con él los tiempos mesiánicos, son designados por los discípulos del Bautista simplemente como discípulos de Jesús (mathêtaisou: Mt 9,14). Los fariseos censuran también a esos discípulos de Jesús (mathêtaisou: Mt 12,2) por recoger en sábado espigas para saciar el hambre. Estos siguen a Jesús (Mt. 8,23), le acompañan en sus correrías apostólicas (Mt. 12,1) condividiendo enteramente con Jesús su género de vida: con Jesús se sientan a la mesa en casa de Mateo (Mt 9,10-11); distribuyen a la gente los panes, que se multiplican por la intercesión de Jesús y cuya intervención en favor de sus oyentes hambrientos ellos mismos piden (Mt 14,15-21; 15,32-39); con sus discípulos celebra Jesús la cena pascual (Mt 26,17-29), de cuyos preparativos estos mismos se han encargado (Mt 26,17-19); a sus discípulos «les he dado el conocer los misterios del reino» (Mt 13,11), y a ellos explica Jesús el sentido de algunas parábolas del reino (Mt 13,18-23. 36-43); igualmente los hace Jesús conocedores del evento futuro de su muerte redentora y de su resurrección, que mantiene todavía oculto a la multitud de sus oyentes (Mt 16,21; 17,22-23; 26, 1-2); con este grupo de discípulos se ha prodigado, finalmente, Jesús en darles instrucción particular sobre el alcance de su misión salvadora entre los hombres (Mt 17,1-13; 18,1-36).

“Consta de los datos aquí expuestos que el elemento fundamental del discipulado en la tradición sinóptica, y particularmente en Mateo, es el llamamiento libre y categórico por parte de Jesús al hombre, para que éste se desvincule de todos los lazos de profesión y familia y siga incondicional e irrevocablemente al Mesías. Este seguimiento fiel y sin reservas caracteriza a los discípulos de Jesús. El entrar en el discipulado de Jesús impone a éstos el abandono de los lazos familiares (Mt 4,21-22; 10,37-39; Lc 14,26; Mc 10,29), hasta el punto de tener en casos determinados que pasar por encima de los deberes más sagrados de familia (Lc 9,59-62; Mc 10,29; Le 14,26) y que renunciar a todos los demás bienes de este mundo legítimamente poseídos (Mt 9,9; 19,21; Mc 10,29; Le 9,57-58; 14,33) y, finalmente, a toda otra actividad profesional (Mt 4,18-22; 9,9; Mc 1,18-20; 2,14; Lc 5,11) para acompañar a Jesús en su actividad mesiánica (Mt 4,20.22; 8,22).

En numerosospasajes de su evangelio hace mención Mateo de las exigencias más radicales y sacrificios nada fáciles y no pocas veces heroicos que el seguimiento de Jesús impone a sus discípulos. Se trata de seguir a Jesús por el camino de la pasión y de la cruz (Mt 8,19-22; 10,37-38) y de cargar con el yugo de la ley de Cristo (Mt 11,29-30), no recargado con el peso de las observancias farisaicas, pero vinculado con la imitación de Cristo, que implica una perfección esencialmente superior a la de la ley mosaica (Mt c.5-7). En este sentido, el Mesías es presentado por Mateo—en conformidad con los otros tres evangelistas—como norma y modelo de la vida para el discípulo (Mt 11,29), pues «no está el discípulo por encima de su maestro, ni el siervo por encima de su amo» (Mt 10,24), que en concreto se trata de una ejemplaridad de servicio (Lc 22,27; Jn 13,15) hasta en su forma suprema de dar la vida por los demás (Mt 16,24-26; 20,23; Mc 8,34-38; 10,39).

“Los discípulos de Jesús han sido además llamados a participar en la misión del Mesías. Estos no sólo son los fieles y asiduos oyentes de su mensaje, que conviven con él, sino sus más íntimos colaboradores e instrumentos eficaces en la proclamación del reino mesiánico al pueblo de Israel. En este sentido son llamados «sal de la tierra» y «luz del mundo» (Mt 5,13-14). La participación de los discípulos en la actividad mesiánica de Jesús es un elemento que, mediante varias expresiones simbólicas, aflora en casi todos los relatos de la vocación al discipulado.

“El discípulo es llamado a abandonar todo en el seguimiento de Jesús «para anunciar el reino de Dios» con mayor eficacia (Le 9,59-62). A los llamados promete el Señor hacerles pescadores de hombres (Mt 4,19; Mc 1,17; Lc 5,11) y obreros en el trabajo de recoger la mies (Lc 10,2). La misión de los discípulos a colaborar con Jesús en el anuncio de la venida del reino mesiánico es un elemento tan fundamental del discípulo de Jesús, que nos sale al encuentro frecuentemente en la tradición sinóptica y, por cierto, casi siempre en relación directa con el mismo llamamiento por parte de "Jesús”.

“El Mesías los ha llamado «para que estuvieran con él y para (hina) enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios» (Mc 3,14-15). (…)

“El asociar a sus discípulos con su actividad mesiánica de anunciar el reino de Dios implicó el hacerles partícipes de aquellos poderes mesiánicos, tanto en la eficacia de su palabra como en su virtud taumatúrgica (…)

“Este discipulado de Jesús (…) debe considerarse el lugar de la epifanía del reino y la anticipación todavía muy imperfecta de la nueva comunidad mesiánica de salvación, que se manifestará al mundo después del evento
pascual”.
(Antón, A., La Iglesia de Cristo, BAC, Madrid, 1977, p. 390 – 396)

 

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Santos Padres: San Agustín - 'Maestro: ¿dónde vives?'


8. Estaba Juan y dos de sus discípulos. He aquí dos discípulos de Juan. Como Juan era así amigo del Esposo, no buscaba su gloria, sino que daba testimonio de la verdad. ¿Intentó, por ventura, retener con él a sus discípulos para que no fueran en pos del Señor? Más bien muestra él a sus discípulos a quién debían seguir. Los discípulos le tenían a él por el Cordero, y les dice: ¿Qué es lo que de mí pensáis? Yo no soy el Cordero. Mirad: Ese es el Cordero de Dios, del cual ya había dicho antes: He aquí el Cordero de Dios. Pero ¿qué bien nos trae el Cordero de Dios? He ahí, dice, el que borra el pecado del mundo. Oído esto, van tras de El los dos que estaban en compañía de Juan.

9. Veamos lo que sucede cuando dice Juan: He aquí el Cordero de Dios. Los dos discípulos, al oírle hablar así, van en pos de Jesús. Se vuelve Jesús, ve que le siguen y les dice: ¿Qué buscáis? Responden ellos: Rabí (que significa Maestro), ¿dónde moras? Ellos no le siguen todavía como para quedarse con El. Ellos se quedaron con El, como es evidente, cuando les llamó de la barca. Andrés era uno de estos dos, como lo acabáis de oír, y hermano de Pedro. Y sabemos por el Evangelio que el Señor llamó a Pedro y Andrés de la barca con estas palabras: Venid en pos de mí y yo haré que lleguéis a ser pescadores de hombres. Desde ese momento se unieron ya con El para no separarse jamás. Ahora, pues, le siguen estos dos, no como para no separarse ya de Él, sino porque quieren ver dónde mora y cumplir lo que está escrito: El dintel de sus puertas desgasten tus pies. Levántate para venir a él siempre e instrúyete en sus preceptos. El les muestra dónde mora y se estuvieron con El. ¡Qué día tan feliz pasan y qué noche tan deliciosa! ¿Hay quien sea capaz de decirnos lo que oyeron de la boca del Señor? Edifiquemos también nosotros mismos y hagamos una casa en nuestro corazón, adonde venga El a enseñarnos y hablar con nosotros.

10. ¿Qué buscáis? Responden ellos: Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives? Contesta Jesús: Venid y vedlo. Y se fueron con El y vieron dónde vivía, y se quedaron en su compañía aquel día. Eran como las diez. ¿Pensaremos acaso que no le interesaba al evangelista decirnos con precisión qué hora era? ¿Puede ser que no quiera advertirnos nada ni que inquiramos nada en esto? La hora era como las diez. Este número significa la ley. Por eso se dio en diez mandamientos. Mas había llegado ya el tiempo de cumplir la ley por el amor, ya que los judíos no podían cumplirla por el temor. Por esto dice el Señor: No he venido a destruir la ley, sino a cumplirla. Con razón, pues, a la hora décima le siguen estos dos por el testimonio del amigo del Esposo, y a la hora décima oyó: Rabí (quo significa Maestro). Si el Señor oyó Rabí a las diez y el número diez es el de la ley, luego el maestro de la ley no es sino el dador de la ley también. No diga nadie que uno da la ley y otroenseña la ley. La enseña el mismo que la da. Él es el maestro de la ley y El mismo la enseña. La misericordia está en sus labios: por eso enseña la ley misericordiosamente; así lo dice la Escritura hablando de la Sabiduría: En sus labios la ley y la misericordia. No temas que te sea imposible cumplir la ley. Vete a la misericordia. Si te es muy difícil cumplir la ley, utiliza aquel pacto, aquel escrito, aquellas plegarias que para ti compuso el celestial jurisconsulto.

11. Quienes tienen algún pleito y quieren dirigir una súplica al emperador, buscan un hábil jurisconsulto que se la redacte, no sea que formule mal la petición y que, en vez de conseguir lo que pide, se encuentre el castigo. Los apóstoles querían dirigir súplicas, pero no sabían cómo presentarse al Emperador-Dios, y dijeron a Cristo: Señor, enséñanos a orar. Tú, nuestro jurisconsulto; tú, el asesor, o mejor dicho, tú que te sientas con Dios en su mismo trono, redáctanos una fórmula de súplica. Y el Señor les redacta una fórmula del código del derecho divino. Y en esa fórmula les enseña cómo debían orar; pero es una fórmula condicional. Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Si no pides conforme a la ley, eres reo.

¿Tiemblas ante el Emperador porque eres reo? Ofrece el sacrificio de la humildad, el sacrificio de la misericordia, di esta súplica: Perdóname, que yo también perdono. Si lo dices, hazlo. ¿Qué has de hacer, adonde has de ir si mientes en las preces? No tendrás, como se suele decir en los tribunales, ni el beneficio del rescripto y ni siquiera el rescripto mismo. Es norma del derecho judicial que no obtenga lo que solicita quien es falaz en sus demandas. Esta norma se da entre los hombres, porque a un hombre se le puede engañar, lo mismo que se le puede enga��ar al emperador en las reclamaciones que se le presentan. Tú dijiste lo que se te antojó, porque aquel a quien se lo expusiste ignora si es verdad o no: por eso deja él que sea tu adversario quien te muestre tu culpabilidad. El emperador, como no sabe si mientes, no puede sino concederte la gracia; mas si ante el juez eres convicto de falso, allí mismo se te despoja del beneficio que por el rescripto habías obtenido. Más Dios, que conoce lo mismo si mientes que si dices la verdad, no sólo impide que del juicio saques algún beneficio, sino que ni siquiera te permite la súplica, pues has tenido la osadía de ser falso con la verdad.

12. ¿Qué hacer, pues? Dimelo. Es difícil cumplir la ley en su totalidad, sin transgresión alguna. La infidelidad, pues, es cierta, ¿y no quieres utilizar el remedio? Ved aquí, mis hermanos, el remedio que ha preparado Dios para las enfermedades del alma. ¿Qué remedio? Cuando tienes dolor de cabeza, me parece digno de elogio que apliques allí el Evangelio en vez de acudir a los amuletos. Pero la flaqueza humana, hermanos, es tal y quienes corren a los amuletos son tan dignos de compasión y de lágrima, que no puede menos de producirme especial regocijo ver a un hombre postrado en su lecho, presa de la fiebre y de los dolores, y que no pone su confianza sino en que se lo ponga sobre la cabeza el Evangelio. No que el Evangelio sea para este fin, sino porque se da preferencia al Evangelio sobre los amuletos. Si se aplica el Evangelio a la cabeza para que desaparezca el dolor, ¿por qué no se ha de aplicar también al corazón, para que lo sane de los pecados? Hágase, pues, esto.

¿Qué es lo que hay que hacer? Aplicarlo al corazón para sanarlo. Buena cosa es, buena, que no te preocupes de la salud del cuerpo, sino que te preocupes únicamente de pedírsela a Dios. Si conoce que ha de ser de provecho, te la otorgará, y si no te la da, es que no te conviene tenerla. ¡Cuántos hay que, postrados en el lecho, son inocentes, y sanos irán a cometer crímenes! ¡A cuántos es perniciosa la salud! ¿No le valiera mucho más al ladrón el estar enfermo que lanzarse a la garganta de un hombre para ahogarlo? Al que de noche se levanta para socavar los muros ajenos, ¿no le sería mejor verse abrasado por las fiebres? Enfermo, estaría sin culpa, y  sano, es un criminal. Dios sabe, pues, lo que nos conviene. Procuremos solamente que nuestro corazón esté libre de culpas y, cuando tal vez se nos flagele en el cuerpo, acudamos a Él.

El apóstol Pablo le pidió que le quitase el aguijón de la carne, y no quiso quitársele. ¿Se turbó acaso por eso? ¿Se entristeció tal vez hasta el punto de considerarse como dejado de la mano de Dios? Antes por el contrario, se sintió menos abandonado por no haberlo quitado lo que quiso que le arrancase de raíz para ser curado de aquella enfermedad. Es lo que le enseñó la palabra del médico: Te basta mi gracia, porque la virtud se perfecciona en las enfermedades. ¿Cómo sabes que Dios no te quiere sanar? Es que todavía conviene que te flagele más. ¿Cómo sabes lo podrido que está lo que te corta el médico cuando mete el hierro en las llagas? ¿No sabe él lo que hace y por qué lo hace y hasta qué extremo debe hacerlo? ¿Acaso los gritos del que se opera hacen retirar la mano del que con habilidad corta? Aquél grita, pero éste sigue cortando. ¿Es cruel porque no escucha al que grita, o más bien es misericordioso porque extirpa la llaga con el fin de sanar al enfermo? Digo esto, hermanos míos, para que nadie busque más que el auxilio de Dios cuando somospor El corregidos. Tened cuidado, no perezcáis. Mirad no osalejéis del Cordero y os devore el león.

13. Os he explicado por qué era la hora décima. Veamos lo que sigue: Era Andrés, hermano de Pedro, uno de los que oyeron el testimonio de Juan y siguieron a Jesús. Este se encuentra con Simón, su hermano, y le dice: Hemos hallado al Mesías, que significa Cristo. Mesías es en hebreo y en griego, Cristo, y en latín, Ungido. Por la unción se llama Cristo. Crisma en griego es unción; luego Cristo significa Ungido. Él es el Ungido en singular, el Ungido por excelencia, y de donde procede la unción a todos los cristianos; pero Él es el Ungido por excelencia. Oye cómo lo dice el Salmo: Por eso te ungió Dios, tu Dios, con el óleo de la alegría sobre tus copartícipes. Todos los santos son partícipes de esta unción; pero Él es en singular, el Santo de los santos, y el Ungido en singular, y el Cristo en singular.

14. Y lo lleva a Jesús. Jesús fija en él su mirada y le dice: Tú eres Simón, hijo de Juan, y tú te llamarás Cefas, que significa Pedro. No es gran cosa que el Señor diga de quién es hijo éste. ¿Qué es grande para el Señor? Sabía los nombres de todos los santos que predestinó antes de la existencia del mundo, ¿y te causa extrañeza que le diga a un hombre: Tú eres hijo de tal y tú llevarás tal nombre? ¿Es gran cosa cambiarle el nombre y de Simón hacer Pedro? Pedro viene de piedra, y la piedra es la Iglesia. El nombre de Pedro es, pues, figura de la Iglesia. ¿Quién es el que está seguro sino el que construye sobre piedra? ¿Qué es lo que dice el mismo Señor? El que oye mis palabras y las practica, semejante es a un hombre prudente, que edifica sobre piedra (que no cede a las tentaciones), y cae la lluvia, llegan los ríos, soplan los vientos, choca todo contra la casa y no se derrumba. Está construida sobre piedra. Todo hombre, por el contrario, que oye mis palabras, pero no las practica (tema ya cada uno de vosotros y póngase en guardia), semejante es al insensato, que edifica su casa sobre arena, y cae la lluvia, llegan los ríos, soplan los vientos, y todo esto choca con fuerza contra esa casa y se derrumba, y es grande su ruina.

¿Qué utilidad reporta de entrar en la Iglesia el que edifica sobre arena? El que oye y no practica, edifica, sí, pero sobre arena. Quien no oye, tampoco edifica. Más el que oye edifica. ¿Sobre qué?, pregunto. Puede edificar de dos maneras: sobre piedra y sobre arena. ¿Qué decir de los que no oyen? ¿Tienen seguridad? ¿Es el Señor el que dice que tienen seguridad porque no edifican nada? No tienen defensa ni contra la lluvia, ni contra los ríos, ni contra los vientos. Todo esto, cuando llega, los barre antes de derribar las casas.

Una sola seguridad hay: edificar, sí, pero sobre piedra. Si oyes, pero no prácticas, construyes, si, pero lo que construyes es tu ruina, porque, cuando llega la prueba, deshace tú casa y sus ruinas te deshacen a ti. Más, si no oyes, no tienes defensa, y aquellas pruebas te darán a ti mismo la muerte. Oye, pues, y práctica. Es el único remedio. ¡Cuántos, ciertamente, que oyen hoy, pero no practican, serán barridos por el río de esta fiesta! Como oyen, pero no practican, llega al torrente y al punto se seca. Pero ¡ay de aquel a quien llevo el torrente! Sabe vuestra caridad que, si no se oye y se practica no se construye sobre piedra y no se tiene relación alguna con ente gran nombre tan recomendado por el Señor. Ese nombre ha robado vuestra atención. Pues, si antes hubiera llevado el nombre de Pedro, no hubiera comprendido vuestra caridad el misterio de la piedra y creyera que por casualidad se llamaba así, no por providencia de Dios. Quiso, pues, que llevara antes un nombre diferente con el fin de que, por la sustitución misma del nombre, resaltara más la significación del sacramento.
(SAN AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, Tratado VII, 1-15, O. C. (XIII), BAC Madrid 19682, pág. 204-212)


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Aplicación: Papa Francisco - Escucha, encuentro y caminar

Queridos catecúmenos:
En este momento conclusivo del Año de la fe, os encuentro aquí reunidos, con sus catequistas y familiares, en representación de tantos otros hombres y mujeres que están cumpliendo, en diversas partes del mundo, su mismo camino de fe. Venís de muchos países diferentes, de tradiciones culturales y experiencias diferentes. Y sin embargo, esta tarde sentimos tener entre nosotros tantas cosas en común. Sobretodo tenemos una: el deseo de Dios.

Este deseo es evocado por las palabras del salmista: “Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma y te busca a ti, Dios mío; mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?” (Sal 41, 2-3). ¡Qué importante es mantener vivo este deseo, este anhelo de encontrar al Señor y hacer experiencia de Él, de su amor, de su misericordia! Si viene a faltar la sed del Dios viviente, la fe corre el riesgo de convertirse en rutinaria, amenaza de apagarse, como un fuego que no es reavivado.

El pasaje del Evangelio (cfrJn 1,35-42) nos ha mostrado a Juan Bautista que indica a sus discípulos a Jesús como el Cordero de Dios. Dos de ellos siguen al Maestro, y luego, a su vez, se convierten en “mediadores” que permiten a otros encontrar al Señor, conocerlo y seguirlo. Hay tres momentos en este pasaje que llaman a la experiencia del catecumenado.

En primer lugar, está la escucha. Los dos discípulos han escuchado el testimonio del Bautista. También vosotros, queridos catecúmenos, habéis escuchado a los que os han hablado de Jesús y os han propuesto seguirlo, convirtiéndoos en sus discípulos a través del Bautismo. En el tumulto de tantas voces que resuenan alrededor y dentro de nosotros, vosotros habéis escuchado y acogido la voz que os indicaba a Jesús como el único que puede dar sentido pleno a vuestra vida.

El segundo momento es el encuentro. Los dos discípulos encuentran al Maestro y permanecen con Él. Después de haberlo encontrado, advierten inmediatamente algo nuevo en su corazón: la exigencia de transmitir su alegría también a los otros, para que también ellos puedan encontrarlo a Él. Andrés, en efecto, encuentra a su hermano Simón y lo conduce a Jesús. ¡Cuánto buen nos hace contemplar esta escena! Nos recuerda que Dios no nos ha creado para estar solos, cerrados en nosotros mismos, sino para poder encontrarlo y para abrirnos al encuentro con los otros. Dios primero viene hacia cada uno denosotros; ¡y esto es maravilloso! En el Biblia Dios aparece siempre como aquel que toma la iniciativa del encuentro con el hombre: es Él quien busca al hombre, y generalmente lo busca justo mientras el hombre atraviesa por la experiencia amarga y trágica de traicionar a Dios y huir de Él. Dios no espera a buscarlo: lo busca enseguida.

¡Es un buscador paciente nuestro Padre! Él nos precede y nos espera siempre. No se aleja de nosotros, sino que tiene la paciencia de esperar el momento favorable del encuentro con cada uno de nosotros. Y cuando ocurre el encuentro, no es nunca un encuentro apresurado, porque Dios desea permanecer por mucho tiempo con nosotros para sostenernos, para consolarnos, para donarnos su alegría. Como nosotros anhelamos a Él y lo deseamos, así también Él tiene deseo de estar con nosotros, porque nosotros le pertenecemos a Él, somos “cosa” suya, somos sus criaturas. También Él, podemos decir, tiene sed de nosotros, de encontrarnos.

La última parte del pasaje es caminar. Los dos discípulos caminan haciaJesús y luego hacen un trecho de camino junto a Él. Es una enseñanza importante para todos nosotros. La fe es un camino con Jesús… y que dura toda la vida. Al fin estará. Ciertamente, en algunos momentos de este camino nos sentimos cansados y confundidos. Pero la fe nos da la certeza de la presencia constante de Jesús en cada situación, también la más dolorosa o difícil de entender. Estamos llamados a caminar para entrar siempre más dentro al misterio del amor de Dios, que nos domina (sobrepasa) y nos permite vivir con serenidad y esperanza.

Queridos catecúmenos, hoy iniciáis el camino del catecumenado. Os deseo
recorrerlo con alegría, seguros del sostén de toda la Iglesia, que os mira con mucha confianza. María, la dis ípula perfecta, os acompaña: ¡es bello sentirla como nuestra Madre en la fe! Os invito a custodiar el entusiasmo del primer momento que os hizo abrir los ojos a la luz de la fe; a recordar, como el discípulo amado, el día, la hora en la cual por primera vez permanecieron con Jesús, sintieron su mirada sobre vosotros. Y así estarán siempre seguros del amor fiel del Señor ¡Él no os traicionará jamás! Amén.
(Homilía del Santo Padre Francisco en el Rito de admisión al catecumenado. Basílica Papal de San Pedro, Vaticano. Sábado, 23 de noviembre de 2013)



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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La mirada de Jesús - Jn 1, 35-42


“Fijando Jesús su mirada en él”.
Jesús tiene una mirada tan penetrante que lee la eternidad del alma. ¿La eternidad? Sí. La existencia del alma en la mente divina y la historia temporal del alma cumpliendo el plan divino, la historia providencial del alma. Jesús conoce la predestinación y vocación del alma y la realización temporal de esa vocación. Él es el único que puede cambiar el nombre, manifestando en el nuevo, la misión futura de la persona apodada.

La mirada de Jesús penetra el corazón de la persona. No hay criatura invisible para Él: todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuenta[1]. Jesús ve en el corazón de los hombres la fidelidad a su vocación, punto por punto. Ve sus desvíos y su resolución final que es en definitiva el cumplimiento o no de la vocación. La perseverancia final es la manifestación indiscutible de la fidelidad a la misión encomendada: somos en verdad compañeros de Cristo, a condición de que mantengamos firme hasta el fin la posición del comienzo[2].

Jesús nos está mirando siempre y penetra hasta el fondo de nuestro corazón. Ante su mirada debemos obrar. Creer que Dios no nos ve y escondernos, como hizo Adán, es efecto de la ignorancia y consecuencia de nuestro desorden interior. Nada está oculto al que ha hecho todas las cosas. Si desviamos la mirada del corazón ante la mirada de Jesús es porque algo no está bien.

Dios es más íntimo a mí mismo que yo mismo, dice San Agustín, porque me da el ser y por tanto es mayor su conocimiento de mí que el mío propio.

El Señor ve nuestros combates interiores, nuestras miserias, nuestra confianza en Él, nuestras negaciones, nuestras hipocresías, nuestras intenciones rectas.

¡Es lo que hay…! Esto que ves, eso soy. Y así, nos ama. Pero quiere que seamos mejores para amarnos más. Mírame Señor y haz que tema. Tema porque conoces mi miseria y así temiendo comience a saber y sabiendo comience a amar y amando deje de temer.

Jesús vio el corazón del joven rico y lo amó, llamándolo a estar más cerca de Él, llamándolo a la vida consagrada[3]. Jesús miró entre la multitud de gente que lo rodeaba a la que lo había tocado porque había salido de Él una fuerza curativa, la hemorroisa se había atrevido a tocarlo, llevada de su fe. Jesús conocía a la mujer y su corazón indigente[4]. Jesús miró el corazón de la pobre viuda que echó en la canasta todo lo que tenía para vivir en ofrenda de amor a Dios[5], Jesús miró a Pedro que acababa de negarlo y movió su corazón al arrepentimiento[6]. Jesús miró airadamente en varias ocasiones a los fariseos admirado de la obstinación de sus corazones[7]. Jesús reprendió a Pedro que lo quería apartar de la cruz mirando a los demás discípulos y enseñándoles con esto que Pedro desatinaba[8].

Jesús no se deja llevar por las apariencias, no ve sólo el porte externo sino que ve el corazón[9].

Estamos descubiertos ante la mirada de Jesús, nos conoce tal cual somos, nos conoce pobres e indigentes, deformes, débiles, desequilibrados, torpes, torcidos, doblez. Pidámosle que la luz de su mirada ilumine nuestra mente para que aún con repugnancia nos veamos tal cual somos y nos aceptemos recurriendo a Él para que nos sane, pues, El es la Salud. Somos débiles e indigentes y nuestras buenas obras son como paño inmundo[10].

Descubriremos nuestro nombre nuevo ante la presencia de Jesús. Mirándonos como a Pedro nos dirá como nos llamaremos al seguirlo y en ese nombre se encerrará la misión que eternamente El tiene pensada para mí.

Tenemos un nombre nuevo desde el bautismo: cristianos, hijos de Dios, hermanos de Cristo, católicos, pero hay que descubrir el particular nombre nuevo. Señor ¿cuál es mi nuevo nombre?

A Abram (el Padre es exaltado) lo llamó Abraham (padre de una multitud)[11].

A Jacob (el que sustituye, sostenido por el talón) lo llamó Israel (el que lucha y es fuerte)[12].

A Simón (el que sabe escuchar a Dios) lo llamó Cefas (Piedra).

¿A todos les da un nombre nuevo? A todos. No uno que procede de carne y sangre… sino de Dios[13]. A algunos se lo da a conocer expresamente como a Pedro, otros, tendremos que descubrirlo.

Pidamos al Señor que nos mire y pronuncie nuestro nuevo nombre. Quizá descubramos nuestra misión en la tierra y de allí nuestro nuevo nombre. Tácitamente, en la mayoría de los casos, Jesús nos llama con un apodo, un nombre nuevo, que procede de su amor y que capacita, por el don de Dios, para cumplir lo que nos pide. La misión da el nombre. La misión procede de Dios y es eterna en el pensamiento divino y siendo fieles a su providencia cumpliremos la misión encomendada y aunque nunca aquí nos llamen con el nuevo nombre sí lo llevaremos en el cielo.

Jesús le cambia el nombre a Simón y le cambia la vida y él dócil comienza una nueva vida, la vida de discípulo de Jesús.

Conocer a Jesús nos transforma, vivir con El nos hace hombres nuevos, apóstoles. Junto a Jesús descubrimos nuestra misión peculiar en esta tierra y nuestro nuevo nombre.

“Maestro ¿dónde vives?” En lo íntimo de tu ser, en el fondo de tu corazón. ¿Cómo? “Venid y lo veréis”. El nos dirá lo que hemos sido, lo que somos y lo que seremos. Nos dirá lo que haremos por El y nos pondrá un nombre nuevo, porque por El seremos en verdad hombres nuevos.

“Se quedaron con El aquel día”… y para siempre. El que encuentra verdaderamente a Jesús nunca más se aparta de Él y quiere que todos lo conozcan y vayan a Él, como lo hizo el Bautista señalándolo para que sus discípulos lo siguieran y como lo hizo Andrés llamando a sus amigos.

¿Por qué trajo Andrés a sus amigos? Porque había descubierto al Mesías, porque estaba feliz con El, porque sabía que ellos también estarían bien con Jesús.

(cortesia iveargentina.org)



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