Domingo 34 del Tiempo Ordinario A - Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo - Iglesia del Hogar: en Familia, como Iglesia doméstica, preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical parroquial
Recursos adicionales para la preparación
1.
Introducción a la Palabra
1.1 Primera Lectura:
Ezequiel 34,11-1216-17
1.2 Segunda Lectura: 1
Corintios 15,20-26a.30
1.3 Evangelio: San
Mateo 25,31—46
2. REFLEXIONEMOS
2.1 Los Padres
2.2 Con los Hijos
3. Relación con la
Misa
4. Vivencia Familiar
5. Nos habla la
Iglesia
6. Leamos la Biblia
con la Iglesia
7. Oraciones
7.1 Oración a mi juez
(San Agustín)
7.2 Obrando la patria
eterna (San Agustín)
Falta un dedo: Celebrarla
Las Lecturas del Domingo
1.1 Primera
Lectura: Ezequiel 34,11s.15-17: “A vosotras, ovejas mías, os voy a juzgar” Todos hemos vivido momentos oscuros
en nuestra vida cuando Dios parecía estar muy, pero muy lejos. Si miramos
alrededor de nosotros vemos hombres viviendo en miseria, los pueblos y
continentes enteros amenazan exterminarse por medio de la bomba atómica y
dentro de algunos años este mundo ya no será habitable porque lo hemos
contaminado todo. Los pueblos fuertes oprimen a los pueblos débiles.
¿Donde está Dios? Ezequiel habla su palabra en medio
de un pueblo que está disperso por el exilio. Jerusalén ha sido destruida,
el pueblo vive en medio de paganos y no se ve posibilidad alguna de
cambios. Situación sin salida. Es fácil creer en momentos cuando
todo va viento en popa. Nuestra fe se prueba en momentos de angustia y de
oscuridad. Hay que aferrarse como alguien que se ha perdido en la
oscuridad, a la mano de alguien que sabe el camino. No vernos nada, no
sabemos en qué dirección vamos, pero confiamos. Leamos este texto como quienes
sabemos que vendrán momentos difíciles en la vida cuando necesitamos
repetirnos estas palabras de Dios para que nos sean apoyo en la oscuridad
del sufrimiento. Si en este momento nos embarga la angustia aferrémonos a
la promesa de Dios que El mismo está detrás de nosotros. 1.2 Segunda
Lectura: 1 Corintios 15,20-26a.28: “Devolverá el Reino de Dios Padre para que
Dios sea todo en todo” Cuando uno contempla las galaxias
uno se siente tan insignificante, un punto perdido en un planeta menor
perdido entre millones de estrellas. Esta impresión puede causar también
inicialmente la lectura que vamos a leer. San Pablo, en unas pocas frases,
resume la historia de la humanidad desde Adán hasta que todo sea entregado
a Dios. Esta visión del apóstol nos coloca como puntito insignificante
dentro de la fila de los millones y millones de hombres de todos los
tiempos. Sin embargo tenemos a un rey que muere por todos, resucita por
todos pero también por cada uno personalmente, por mí, por ti. Es posible
aplicar esta lectura también a nuestra vida: Jesús debe reinar después de
haber destruido todo poder y fuerza del mal, del egoísmo de la mentira.
Cuando Jesús reina en nosotros, nos puede entregar al Padre al superar el
último enemigo, la muerte. Esto suena quizás un poco demasiado
complicado. Pero leamos este pasaje y abramos nuestra vida y la vida de
nuestra familia a la victoria de Jesús. Experimentando el poder de Jesús
comprenderemos lo que significa que El sea nuestro rey. 1.3
Evangelio: San Mateo
25,31-46: “Se sentará en el trono de su gloria y
separará a unos de otros” Siempre me ha dado un poco de cólera
cuando las personas que no van a Misa dicen en tono autosuficiente: "No
voy a Misa pero estoy seguro que trato mejor a mi prójimo que otras
personas que comulgan todos los domingos’. Como que su proceder fuera más
autentico y menos farisaico. Es cierto: el juez del evangelio no
pregunta si han ido a Misa durante su vida sino si han alimentado al
hambriento, vestido al desnudo porque esto lo han hecho al Señor mismo. En
otras palabras seremos juzgados según el amor que hay en nuestra vida. Y esto va en serio. La lectura de
este evangelio nos juzgará aquí y ahora. Pienso que mi participación en la
Misa es también expresión a la misión más grande que tengo: mi vocación de
caminar juntos con los hermanos hacia el Padre, fortalecidos por el cuerpo
y la sangre de Jesús. Evidentemente que no puedo desdecir esta amor luego
siendo inherente a la necesidad ajena. Ahora bien, de otro lado, muchas
veces es difícil amar, superar el egoísmo. Necesitamos para ello la tuerza
de Dios. Amar al otro es en el fondo un acto de fe, la de ver presente en
los demás a Jesucristo. El que no tiene fe hace el bien por ser él bueno.
Nosotros lo hacemos por amor a Dios. Después de la resurrección de los
muertos viene el juicio universal."Dios tiene fijado el día en que juzgará
la tierra con justicia" (Hechos 17,31). En aquel momento se habrá acabado
el tiempo en el cual Dios, con su gran paciencia, ha venido soportando la
mala conducta de los pecadores. Los malos sentirán los efectos de su justa
indignación y a los buenos les mostrará todo su amor. Este juicio se
llama"juicio final" o también juicio universal". Dios quiere juzgar al mundo"por
medio de Jesucristo" (Romanos 2,16)."El Padre ha entregado a su Hijo todo
el poder de juzgar" (Juan 5,22). Jesucristo ha redimido al mundo. Por eso
a él le corresponde también juzgarlo. Todo lo que cada uno haya hecho,
será revelado ante la faz del Señor glorificado."Iluminará los escondrijos
de las tinieblas y hará manifiestos los propósitos de los corazones" (1
Corintios 4,5). Los buenos serán separados de los malos. Entonces, Cristo
pronunciará la sentencia. Al que ha amado a Dios y le ha servido, a éste
le llamará a su lado y le concederá la vida eterna; al que ha vuelto la
espalda a Dios y no se ha y convertido ni en el último momento, a éste lo
rechazará de su presencia y lo condenará a la muerte eterna. Después del juicio universal, los
buenos irán a la vida eterna en cuerpo y alma; los malos serán echados al
infierno, también en cuerpo y alma. El cuerpo debe participar del premio o
del castigo, porque en la tierra ha participado también en las obras
buenas o en las malas. En el juicio final también será
definitivamente condenado el diablo. Cristo le despojará de todo su poder
y lo sepultará en el infierno para siempre. Se celebrará el juicio final para
que todos los hombres reconozcan la santidad, la sabiduría y la justicia
de Dios; para que Jesucristo sea glorificado ante todo el mundo. Para que
los justos reciban el honor merecido y los malos la ignominia merecida. A partir de entonces, ya nadie podrá
hablar mal de Dios, ni acusarlo, rechazar a Cristo o combatirlo, hacer
mofa de los buenos, oprimirlos y atormentarlos "Entonces los impíos
suspirarán llenos de espanto: Este es aquel que algún tiempo fue tema a
risa y fue objeto de nuestro escarnio. Nosotros, insensatos, tuvimos su
vida por locura y su fin por deshonra. Miren cómo son contados entre los
hijo de Dios y tienen su heredad entre los santos" (Sabiduría 5,3-5). El cuerpo y la vida de todo hombre
son preciosos a los ojos de Dios. Por ello debemos también tener respeto
al cuerpo y a la vida de nuestro prójimo y procurar su bienestar corporal. Debemos especial atención hacia los
que se encuentran en necesidad corporal. Debemos practicar en ellos las
siete obras corporales de misericordia: dar de comer al hambriento, dar de
beber al que tiene sed, vestir al desnudo, acoger al peregrino, rescatar
al cautivo, visitar y cuidar a los enfermos y presos, enterrar a os
muertos. Según estas obras, Jesucristo nos juzgará el día del juicio
final. Peca contra la vida del prójimo el
que no cuida de él en su necesidad; igualmente el que, sin derecho le pega
o hiere, el que le perjudica en su salud, o pone en peligro su cuerpo y su
vida. También peca contra la vida del prójimo el que le mortifica o amarga
y acorta su vida por malos tratos o injusticias. El que injustamente mata
a un semejante, comete un pecado que clama al cielo. Dios dijo a Caín: "La
voz de la sangre de tu hermano clama a mi desde la tierra" (Génesis 4,10). Dios no quiere que estemos
abandonados y sin protección ante los ataque injustos. Por esto se puede,
en justa defensa, propia o de otros, actuar contra el agresor. El que
perjudique a la salud de otro, o de manera injusta le hiera o le mate debe
reparar el mal cometido, a él o a su familia. Podemos matar a los animales, si nos
es útil o necesario, pero no podernos causarles dolores innecesarios. El
que adrede martiriza alguna bestia, comente un pecado. Debemos apreciar
todo ser viviente, pues ha salido de las manos de Dios. Dios no quiere esperar para
admitirnos al banquete de su Reino hasta el día del juicio final. La Santa
Misa es anticipo de la recompensa eterna. Celebramos ya la resurrección de
Cristo y la nuestra y compartimos el alimento de vida eterna. Hagamos una lista de las siete obras
de misericordia corporales y espirituales coloquémosla en lugar visible
para todos y conversemos como ponerlas en práctica. Las siete obras
corporales de misericordia son: Dar de comer al hambriento; dar de beber
al que tiene sed; vestir al desnudo; recoger al peregrino, libertar al
cautivo; visitar y cuidar a los enfermos y presos; enterrar a los muertos. Las siete obras espirituales de
misericordia: Enseñar al que sabe; dar buen consejo al que lo necesita;
corregir al que yerra; consolar al triste; perdonar las injurias por amor
de Dios; sufrir con paciencia las flaquezas y molestias del prójimo; rogar
a Dios por los vivos y por los difuntos. La Iglesia y el Reino que anuncia
Jesús El mensaje de Jesús tiene su centro
en la proclamación del Reino que en El mismo se hace presente y viene.
Este Reino, sin ser una realidad desligable de la Iglesia, la trasciende
en sus límites visibles. Porque se da en cierto modo donde quiera que él
esté reinando mediante su gracia y amor, venciendo el pecado y ayudando a
los hombres a crecer hacia la gran comunidad que les ofrece en Cristo. La
acción de Dios se da también en el corazón de los hombres que viven fuera
del ámbito perceptible de la Iglesia. Lo cual no significa, en modo
alguno, que la pertenencia a la Iglesia sea diferente. De ahí que la Iglesia haya recibido
la misión de n anunciar e instaurar el Reino en todos los pueblos. Ella es
su signo. En ella se manifiesta de modo visible. Es el lugar donde se
concentra al máximo la acción del Padre, que en la fuerza del Espíritu de
Amor, busca solicito a los hombres, para compartir con ellos — en gesto de
indecible ternura — su propia vida trinitaria. La Iglesia es también el
instrumento que introduce el Reino entre los hombres para impulsarlos
hacia su meta definitiva. Ella "ya constituye en la tierra el
germen y principio de ese Reino" (LG 5), germen que deberá crecer en la
historia, bajo el influjo del Espíritu, hasta el día en que "Dios sea todo
en todos" (l Corintios 15,28). Hasta entonces, la Iglesia permanecerá
perfectible bajo muchos aspectos, permanentemente necesitada de
auto-evangelización, de conversión y purificación. No obstante, el Reino ya está en
ella. Su presencia en nuestro continente es una Buena Nueva. Porque ella -
aunque de modo germinal - llena plenamente los anhelos y esperanzas más
profundos de nuestros pueblos. En esto consiste el "misterio"de la
Iglesia: es una realidad humana formada por hombres limitados y pobres,
pero penetrada por la insondable presencia y fuerza del Dios Trino que en
ella resplandece, convoca y salva. La Iglesia de hoy no es todavía lo
que está llamada a ser. Es importante tenerlo en cuenta, para evitar una
falsa visión triunfalista. Por otro lado, no debe enfatizarse tanto lo que
le falta, pues en ella ya está presente y operando de modo eficaz en este
mundo la fuerza que obrará el Reino definitivo. (Puebla 226-231)
Semana 34 - Lunes | Dan 1:1-6, 8-20 | Dan 3:52, 53, 54, 55, 56 | Apoc 14:1-3, 4-5 | Sl 24:1-2, 3-4, 5-6 | Lc 21:1-4 |
Semana 34 - Martes | Dan 2:31-45 | Dan 3:57, 58, 59, 60, 61 | Apoc 14:14-19 | Sl 96:10, 11-12, 13 | Lc 21:5-11 |
Semana 34 -Miércoles | Dan 5:1-6, 13-14, 16-17, 23-28 | Dan 3:62, 63, 64, 65, 66, 67 | Apoc 15:1-4 | Sl 98:1, 2-3, 7-8, 9 | Lc 21:12-19 |
Semana 34 - Jueves | Dan 6:12-28 | Dan 3:68, 69, 70, 71, 72, 73, 74 | Apoc 18:1-2, 21-23; 19:1-3, 9 | Sl 100:2, 3, 4, 5 | Lc 21:20-28 |
Semana 34 - Viernes | Dan 7:2-14 | Dan 3:75, 76, 77, 78, 79, 80, 81 | Apoc 20:1-4, 11-21:2 | Sl 84:3, 4, 5-6, 8 | Lc 21:29-33 |
Semana 34 - Sábado | Dan 7:15-27 | Dan 3:82, 83, 84, 85, 86, 87 | Apoc 22:1-7 | Sl 95:1-2, 3-5, 6-7 | Lc 21:34-36 |
7.1 Oración a mi juez (San Agustín)
Dios de los dioses. Señor que das tu gracia a pesar de la culpa, Dios que está por encima de toda maldad. Siempre has callado frente a mi ser y obrar y has manifestado paciencia; sé que después de mi paso de este mundo hablarás con mi alma. Señor, ¿cómo podré presentarme ante tu juicio de justicia? Ante Ti ningún mortal es justo. Ya no podré esconderme de Ti y ningún escondite me puede alejar de tu presencia. Ya que se acerca esta amarga decisión me tortura mi conciencia y los secretos del corazón me castigan. Me acusan la avaricia, el orgullo y la envidia; arde como fuego la lujuria y me pisotea la ambición; me torturan la discordia, la cólera, la dejadez, el fariseísmo, la adulación. Todo esto me acusa ya ahora antes que tú me acuses ante tu tribunal. Sólo sé una cosa que me reconcilia contigo: no rechazas el sacrificio de un corazón arrepentido. Señor y Dios mío, dame tu perdón, dámelo hoy — porque mañana puede ser tarde. Amén
7.2 Obrando la patria eterna (San Agustín)
Señor Jesucristo, rey de gloria eterna, a ti levantamos nuestros ojos. Las olas de nuestra historia nos sacuden. Aquí no hay patria definitiva, un lugar seguro donde el pie de una paloma pueda descansar seguro. En ninguna parte hay paz verdadera, serenidad imperturbable sino guerra y discordia, ataques desde afuera y temores desde adentro.
Pero tu has orado por nosotros:"Padre, deseo que aquellos que tu me has dado estén conmigo y contemplen mi gloria que tu h me has dado desde el principio". Tú nos has prometido: "Quien quiere ser mi servidor que me siga y donde yo estoy estará conmigo". Y: "Quien me ama, también mi Padre lo amará y vendremos a él". ¿Cuando se cumple tu palabra en nosotros, Señor? Día y noche buscamos tu rostro. No te alejes de nosotros. ¿Cuando entraremos en las moradas celestiales donde resuena la voz de los santos con jubilo eterno?
Sabernos, Señor, y lo reconocemos que no somos dignos de entrar bajo tu techo. Sin embargo, deja que sea realidad por amor a tu gloria y haz que no sean confundidos estos tus siervos que confían en ti.