Domingo 32 del Tiempo Ordinario A 'Velad porque no sabéis ni el día ni la hora' - Iglesia del Hogar: en Familia, como Iglesia doméstica, preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
1.
Introducción a la Palabra
1.1 Primera Lectura:
Sabiduría 6,13—17
1.2 Segunda lectura: 1
Tesalonicenses 4, 12—17
1.3 Evangelio: Mateo
5,1-13
2. Reflexionemos
2.1 Los Padres
2.2 Con los hijos
3. Relación con la
Misa
4. Vivencia Familiar
5. Nos Habla La
Iglesia
6. Leamos la Biblia
con la Iglesia
7. Oraciones
Falta un dedo: Celebrarla
1.1 Primera
Lectura: Sabiduría
6,13-17:
“Encuentran la sabiduría los que la buscan”
Hay unos cuadros que permiten diversas interpretaciones. Según que uno mire desde tal o cual perspectiva, verá representada una cosa distinta. Así hay muchas maneras de mirar la vida. Unos dicen que es un valle de lagrimas, otros la ven como una lucha y gana el más fuerte. Otros la miran como una oportunidad de pasarla bien. Usted podría continuar la lista recordando los diversos criterios de sus conocidos.
Los cristianos tenemos un chance único. Tenemos la oportunidad de conocer el sentido profundo y la meta última de todo lo que existe. La misma Palabra de Dios nos abre esta perspectiva hacia la eternidad. Eternidad significa trascendencia y trascendencia significa que hay algo invisible, un más allá de lo que podemos alcanzar con nuestros sentidos. Ni siquiera nuestra fantasía tan fértil que sea, ni nuestros pensamientos más profundos pueden alcanzar esa realidad. Se necesita pues un esfuerzo, una manera especial de enfrentarse con este trasfondo de las cosas. Porque no es fácil, por ejemplo, ver detrás del sufrimiento el amor de Dios. Para ello necesitamos la sabiduría de Dios. Esta lectura quiere asegurarnos que esta sabiduría no es tan difícil de alcanzar. El que busca encuentra. Luego de la lectura sugerimos una reflexión acerca de la propia búsqueda o por lo menos una oración que suplica a Dios nos dé su sabiduría.
1.2 Segunda
lectura: 1 Tesalonicenses 4,12-18:
“A los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con Él”
¿Sabia usted que los escritos de San Pablo son los testimonios más antiguos que tenemos acerca de nuestra fe cristiana? Y parece que la carta a los Tesalonicenses es la más antigua de las cartas de San Pablo. Son testimonios de las primeras comunidades cristianas que tienen que vivir su fe en medio de un ambiente hostil. Las primeras comunidades serán para la Iglesia siempre un ejemplo, un punto de referencia porque ellos estaban lo más cerca a la primera evangelización y por ende representan lo más genuino de nuestra fe. Esto no significa que no hayan tenido problemas. Los han tenido y bastantes igual como nosotros. En el caso de los Tesalonicenses se daban problemas de fe: ¿qué será de nuestros muertos?
En los primeros tiempos, y las cartas de San Pablo son prueba de ello, lo cristianos esperaban un pronto retorno del Señor y su juicio universal que no se haría dejaría esperar mucho. Habrá sido lo apremiante de anuncio y el hecho que lo amaban tanto al Señor que no deseaban esperar mucho hasta que venga el Señor. Pienso nos falta algo de este amor apremiante que no desea otra cosa que encontrarse pronto con el Señor. Como sea, lo cierto es que estaban preocupados por sus muertos que habían fallecido antes de la venida de Cristo. San Pablo les recuerda el fundamente y núcleo de su anuncio: Nosotros resucitaremos con Cristo muerto y resucitado.
Esto no parece ser nuestro problema hoy. Creemos en la resurrección de Jesús y en la nuestra. Nuestro problema es que esto no marca nuestra vida, ni nos hace orar por la venida del Señor como lo hizo en aquel entonces. Al leer este pasaje tenemos que renovar la urgencia de la espera del Señor. A lo mejor es solo cuestión de "enamorarnos" de Jesús y todo lo demás se nos dará por añadidura. ¿Acaso no hemos esperado con ansia la venida de un ser querido que había estado ausente? ¿Cómo es que no sentimos lo mismo en relación con el Señor? ¿Será que no tenemos idea de lo que significa: Amar a Dios sobre TODAS las cosas?
1.3
Evangelio: Mateo
25,1-13:
“Que llega el esposo, salid a recibirlo”.
Cristo es la luz del mundo. Nosotros participamos de esta luz: "Ustedes son la luz del mundo para iluminar a todos quienes al ver sus obras glorifican al Padre que está en los cielos" (Mt 5,14s). Oscuridad y tinieblas significan que no brilla ya en nuestra vida la luz de Cristo. El príncipe de este mundo se ha apoderado también de nuestra persona. ¿Quiere saber cómo se puede asegurar que somos y tenemos luz? Cuando nuestra vida está repleta de amor, no tanto de un sentimiento sino del amor-entrega de Jesús.
El evangelio nos urge a considerar que no tenemos mucho tiempo para esperar otras oportunidades, que no es el momento de descansar ahora, de ocuparnos de nuestros asuntos egoístas y luego más tarde del Señor. Está preparado el banquete de gloria para todos nosotros pero hay que estar vigilantes si no queremos que sólo con las migajas de los minúsculos goces nuestros y nos perdemos la gloria de la fiesta de Dios.
La venida del Señor
Se habla en la Biblia que el día del Señor será un día terrible. ¿Por qué? ¿Quizás porque se presentará la omnipotencia de una manera que los hombres no la podremos soportar? De ninguna manera. En aquel día, se presentará ante nuestros ojos de manera repentina nada más que el misterio del corazón, de nuestro corazón. Hasta lo que estaba escondido, lo que teníamos escondido en las profundidades de nuestro corazón porque no teníamos ni el tiempo ni el deseo ocuparnos de él. Cuando habremos perdido esta ceguera que no nos hace mirar con sinceridad lo que somos, entonces, contra nuestra voluntad, que nos queda que decir: "Es verdad". Seremos nosotros que nos condenaremos porque ante la luz de la santidad de Dios irresistiblemente pronunciaremos sentencia de condenación. Santiago dice en su carta que el amor cubre la multitud de pecados. Llenemos nuestra lámpara con el aceite del amor, entonces el día del juicio será para nosotros una invitación a las bodas del cordero en la eterna gloria del Padre.
Cuando murió Edison, inventor de las bombillas eléctricas, se le hizo un gran entierro, y en el discurso de despedida se dijo de él una herniosa alabanza: "Si alguno, declaró el orador, hubiese observado la tierra desde un lejano planeta cuando nació Edison y la volviese a contemplar ahora que Edison ha muerto, subiría de categoría la tierra en la clasificación de las estrellas, porque ha aumentado su luz gracias a las innumerables bombillas eléctricas".
Hay una luz y unas tinieblas que tienen mucho más importancia. Hablamos de la luz y de las tinieblas que pueden existir en nuestro corazón. Hablamos de la luz de Cristo y de las tinieblas del pecado y del odio. Es mucho más importante cómo nos observa y contempla Dios. El ve el corazón y sabe si somos luz o si somos tinieblas. Si reina en nuestro corazón Cristo o si reina en él el pecado. Nosotros podemos contribuir para que esta nuestro mundo sea un lugar donde haya más luz que tinieblas. Cada vez que hacemos algo por los demás cada vez que ayudamos aumenta esta luz.
Así como la luz necesita del aceite para no apagarse así los cristianos necesitamos comer el cuerpo de Cristo para no desfallecer en el amor. Necesitamos participar del misterio del amor de Dios para con los hombres para que nuestra vigilancia se mantenga no por un sentimiento de un deber a cumplir sino por la entrega provocada y proporcionada por la entrega de Cristo.
Sugerimos a la familia que durante los días que siguen a esta reflexión encienda una velita cuando comen juntos. También podernos encender una vela al rezar la oración de la noche para recordarnos la necesidad de estar vigilantes en el amor del Señor.
‘El Pueblo de Dios, inhabitado por el Espíritu, es también un Pueblo santo. Mediante el Bautismo, el mismo Espíritu le ha participado la vida divina. Lo ha ungido así como Pueblo mesiánico, revestido de una santidad sustancial que se funda en la misma santidad de la vida divina recibida. Tal santidad recuerda el Pueblo de Dios la dimensión vertical y constituyente de su comunión. Es un Pueblo no solo que nace de Dios, también se ordena, como Pueblo consagrado, a rendirle culto y gloria. El Pueblo de Dios aparece así como su templo vivo, morada de su presencia entre los hombres. En el los cristianos o somos piedras vivas.
Los ciudadanos de este Pueblo deben caminar por la tierra pero como ciudadanos del cielo, con su corazón enraizado en Dios, mediante la oración y la contemplación. Actitud que no significa fuga frente a lo terreno, sino condición para una entrega fecunda a los hombres. Porque quien no haya aprendido a adorar la voluntad del Padre en el silencio de la oración, difícilmente logrará hacerlo cuando su condición de hermano lo exija renuncia, dolor y humillación.
El culto que Dios nos pide - expresado en la oración y la liturgia - se prolonga en la vida diaria, a través del esfuerzo por convertirlo todo en ofrenda. Corno miembros de un pueblo ya santificado por el Bautismo, los cristinas estamos llamados a manifestar esta santidad. "Sed perfectos corno vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5.48). Santidad que exige el cultivo tanto de las virtudes sociales como de la moral personal. Todo lo que atenta contra la dignidad del cuerpo del hombre, llamado a ser templo de Dios, implica profanación y sacrilegio y entristece al Espíritu. Esto vale para el homicidio y la tortura, pero también para la prostitución, la pornografía, el adulterio, el aborto y cualquier abuso de la sexualidad.
En este mundo la Iglesia nunca logrará vivir plenamente su vocación universal de la santidad. Permanecerá compuesta de justos y pecadores. Más aun: por el corazón de cada cristiano pasa la línea que divide la parte que tenemos de justos y de pecadores.
(Puebla 250—253)
6. Leamos la Biblia con la Iglesia
Semana 32 - Lunes | Sb 1:1-7 | Sl 139:1-3, 4-6, 7-8, 9-10 | Tit 1:1-9 | Sl 24:1-2, 3-4, 5-6 | Lc 17:1-6 |
Semana 32 - Martes | Sb 2:23-3:9 | Sl 34:2-3, 16-17, 18-19 | Tit 2:1-8, 11-14 | Sl 37:3-4, 18, 23, 27, 29 | Lc 17:7-10 |
Semana 32 -Miércoles | Sb 6:2-11 | Sl 82:3-4, 6-7 | Tit 3:1-7 | Sl 23:1-3, 3-4, 5, 6 | Lc 17:11-19 |
Semana 32 - Jueves | Sb 7:22–8:1 | Sl 119:89, 90, 91, 130, 135, 175 | Phlm 7-20 | Sl 146:7, 8-9, 9-10 | Lc 17:20-25 |
Semana 32 - Viernes | Sb 13:1-9 | Sl 19:2-3,4-5 | 2 Jn 4-9 | Sl 119:1, 2, 10, 11, 17, 18 | Lc 17:26-37 |
Semana 32 - Sábado | Sb 18:14-16; 19:6-9 | Sl 105:2-3, 36-37, 42-43 | 3 Jn 5-8 | Sl 112:1-2, 3-4, 5-6 | Lc 18:1-8 |
Nocturno
He aquí que llega el Esposo en medio de la noche. Dichoso el servidor a quien halle vigilando. Guarda, alma mía, presente en tu espíritu ese día temible. Mantente en vela, cuidando siga encendida tu lámpara. Estate provista de aceite brillante porque no sabes cuándo oirás la voz que dice: Ahí está el Esposo. Cuida por no adormilarte, no sea que te quedes fuera golpeando la puerta, como la vírgenes necias. Vive siempre en la vigilancia para salir al encuentro de Cristo y que El te introduzca dentro de la estancia nupcial de su gloria (Liturgia bizantina).