Domingo 29 del Tiempo Ordinario A - 'Al César lo que es del César, a Dioslo que es de Dios' - Comentarios de Sabios y Santos I: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
A su servicio
Exégesis: José Ma. Solé Roma O.M.F. sobre las tres lecturas
Comentario: San Lorenzo de Brindisi - Tú, cristiano, eres la moneda del
impuesto
Comentario
Comentario: Hans Urs von Balthasar - A Dios le debemos todo
Santos Padres: San Gregorio Magno - De un modo se ha de amonestar a los
sencillos y de otro a los dobles
Aplicación: Adrien Nocent - Primacía del servicio de Dios
Aplicación: Francisco Bartolomé González - Los cazadores cazados
Aplicación: Luís Garcieta - Dos peligros del creyente
Falta un dedo: Celebrarla
Comentarios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis: José Ma. Solé Roma O.M.F. sobre las tres lecturas
Sobre la Primera Lectura (Isaías 45, 1. 4-6)
El Profeta nos presenta a Ciro, llamado por Dios a realizar un plan de
salvación:
- Es propio de los Profetas darnos la historia humana en clave teológica. La
Historia Universal verá en Ciro uno de los célebres y orgullosos
conquistadores. El Profeta ve en Ciro el instrumento que Dios se escoge.
Ciro no honra, ni siquiera conoce a Yahvé (4), pero Yahvé le elige, le toma
de la mano (1), le hace su Ungido = Cristo.
- Dios, por tanto, va a suscitar en el mundo pagano a la vista de Israel un
tipo y esbozo del Mesias-Salvador. 'Ungido' o 'Cristo' era título Mesiánico.
El Profeta se lo concede a Ciro. Es que por Ciro Israel recobrará la
libertad. Tan luego el insigne guerrero hubo conquistado Babilonia firmó el
decreto de libertad y repatriación de los judíos allí en cautiverio y
esclavitud. Con esto prefigura al que nos dará la definitiva y plena
libertad y salvación: Cristo-Jesús.
- Otra finalidad encierra la elección de Ciro. Debe preparar el triunfo de
Yahvé. Día vendrá en que el Dios único y verdadero de Israel debe ser
conocido y adorado por todos los hombres. Ciro, al tiempo que hace posible
la resurrección de Israel, contribuye como el que más a que se extienda por
todo el mundo la gloria del Dios único: 'A causa de Israel mi siervo te he
llamado por tu nombre; Yo soy Yahvé; fuera de Mi ningún Dios existe. Yo te
he ceñido, sin que tú me conozcas, para que se sepa, desde el sol levante
hasta el poniente, que todo es nada fuera de Mi' (4-6). Ciro no es
consciente de la obra providencial para la que Dios le ha elegido. Dios
quiere que sea él quien acabe con el poder opresor de Israel: el Imperio
babilónico. Que sea él quien otorgue libertad a Israel a fin de que el
pueblo elegido pueda sobrevivir y ser el testigo y mensajero de Dios en el
mundo.
Sobre la Segunda Lectura (1 Tes 1, 1-5)
Probablemente esta Carta a los Tesalonicenses es la más antigua entre las
que conocemos de Pablo. Y posiblemente el escrito más antiguo del N. T. La
escribe en Atenas o Corinto el año 50:
- El saludo a la Comunidad cristiana de Tesalónica armoniza Antiguo y Nuevo
Testamento, mundo judío y mundo griego. La Comunidad es una Asamblea, una
Iglesia unida en Dios Padre y en Cristo Jesús. Y Pablo la saluda con
augurios de Gracia y Paz. Gracia (jaris) era el saludo helénico. Paz
(shalom) era el saludo semita. Pablo une los dos augurios de: Gracia y Paz
dándoles ya la plenitud teológica cristiana. Es Grada y Paz que derivan de
Dios Padre y de Jesús Cristo y Señor.
- Por vez primera hallamos la tríada de las virtudes teologales (3). Pablo
felicita a los Tesalonicenses por su fe actuante, su esperanza firme, su
caridad desvelada. Felicitación que en otro momento de la Carta se toma
invitación: 'Nosotros vivamos revestidos con la coraza de la fe y de la
caridad; y en la cabeza el yelmo: La esperanza de la salvación' (5, 8).
Estas virtudes teologales constituyen las armas ofensivas y defensivas del
cristiano. Nos es permitido entrever el dinamismo y vitalidad de aquellas
primeras células cristianas. Dinamismo que quizá hoy nos falta. No hace
mucho nos avisaba el Papa: 'Hay que pasar: de un cristianismo pasivo y
rutinario a un cristianismo activo y consciente; de un cristianismo tímido e
inhábil a otro valiente y militante; de un cristianismo desunido a otro
comunitario y asociado' (4-137-1971). Falta en muchos cristianos el fuerte
latido de las virtudes teologales.
- Pablo infundía en sus cristianos este dinamismo porque él predicaba el
Evangelio no sólo con palabras, sino también con Espíritu Santo (5). '
¿Tendrá un cristianismo, privado de una profunda vida de oración la
inspiración profética que le es necesaria para imponer entre los miles de
voces que se oyen en el mundo la suya que salva?' (Paulo VI: 20-VII-1966).
Necesitamos, pues, mensajeros de Cristo que puedan decir como Pablo: 'No os
anunciamos el Evangelio sólo con palabras, sino también con Espíritu Santo y
con plena eficacia' (5). Palabra y Espíritu, Evangelio y Eucaristía, forman
el binomio indisociable así del creyente como del mensajero de la fe.
Sobre el Evangelio (Mt 22, 15-21)
Los Herodianos, de acuerdo en esto con los Fariseos, tienden un lazo a
Jesús:
- Los Herodianos eran partidarios de la Dinastía de Herodes y, por tanto, de
la política de Roma. Y son ellos los designados para denunciar a la
autoridad romana la respuesta hostil al César que prevén va a pronunciar
Jesús. Antes adulan a Jesús. Al declararle libre de servilismo (16) indican
bien claro la respuesta que esperan de El.
- Jesús está muy por encima de toda política; les redarguye en razón de la
moneda que ellos mismos le presentan (11). Aquella moneda es el símbolo de
una autoridad que ellos prácticamente acatan. El cumplir los deberes de
sumisión con aquella autoridad civil en nada se opone a que cumplan los
deberes que les ligan a la autoridad suprema de Dios (21).
- El Concilio para orientarnos en situaciones difíciles nos dice: 'La
Iglesia, que por razón de su misión y de su competencia no se confunde en
modo alguno con la comunidad política ni está atada a sistema político
alguno, es a la vez signo y salvaguardia del carácter trascendente de la
persona humana' (G. S. 76). El Evangelio, por tanto, no crea ni rebeldes ni
esclavos. El Evangelio predica y exige el máximo respeto a todo derecho: al
derecho de la autoridad y a los derechos inalienables e inviolables de la
persona humana.
- Es evidente la mala intención con que es presentado a Jesús este problema.
Encerraba a la vez carga religiosa y carga política. ¿Debía Israel, pueblo
teocrático y libre, ser tributario de una nación pagana y opresora? En
efecto, todos los súbditos de Roma pagaban anualmente su: 'Tributum
capitis': su contribución capital, amén de un sin fin de tributos indirectos
y aduaneros.
Si Jesús se declara por la ilicitud del tributo, será inmediatamente
denunciado a Roma; y condenado a muerte. Es precisamente lo que buscan los
manipuladores de la pregunta.
Lo más bochornoso es que entre los testigos y embrolladores están los
Fariseos. Enemigos del régimen opresor, no tienen inconveniente en llenarse
las manos de 'denarios' y monedas romanas.
Jesús a tan liosos interrogadores les responde contestando no a lo que
preguntan sino a lo que debían haber preguntado. Y de ahí el acento que pone
Jesús en el segundo miembro de su respuesta: 'Dad a Dios lo que a Dios
pertenece.'
Y todo precedido del apóstrofe: ' ¡Hipócritas!', con que los califica y
desenmascara.
(José Ma. Solé Roma (O.M.F .),"Ministros de la Palabra" , ciclo "A", Herder,
Barcelona 1979).
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Comentario: San Lorenzo de Brindisi - Tú, cristiano, eres la moneda
del impuesto
En el evangelio de hoy se plantean dos interrogantes: uno el que los
fariseos plantean a Cristo; otro, el que Cristo plantea a los fariseos;
aquél es totalmente terreno, éste, enteramente celestial y divino; aquél es
producto de una supina ignorancia y de una refinadísima malicia; éste, de la
suprema sabiduría y de la suma bondad.
¿De quién son esta cara y esta inscripción? Le respondieron: Del César. Pues
pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios: hay que dar
-dice- a cada uno lo suyo. Sentencia llena realmente de celestial sabiduría
y doctrina. Enseña, en efecto, que existe una doble esfera de poder: una,
terrena, y humana; otra, celestial y divina. Enseña que se nos exige. una
doble obediencia, que hemos de observar tanto las leyes humanas como las
divinas, y que hemos de pagar un doble impuesto: uno al César y otro a Dios.
Al César el denario, que lleva grabada la cara y la inscripción del César; a
Dios lo que lleva impresa la imagen y la semejanza divina: La luz de tu
rostro está impresa en nosotros. (Vg).
Hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios. Tú, cristiano, eres
ciertamente un hombre: luego eres la moneda del impuesto divino, eres el
denario en el que va grabada la efigie y la inscripción del divino
emperador. Por eso te pregunto yo con Cristo: ¿De quién son esta cara y,
esta inscripción? Me respondes: De Dios. Te replico: ¿Por qué, pues, no le
devuelves, a Dios lo que es suyo?
Pero si realmente queremos ser imagen de Dios, es necesario que seamos
semejantes a Cristo. Él es, en efecto, la imagen de la bondad de Dios, e
impronta de su ser; y Dios a los que había escogido, los predestinó a ser
imagen de su Hijo. Por su parte, Cristo pagó realmente al César lo que es
del César y a Dios lo que es de Dios, observando a la perfección las dos
losas de la ley divina, rebajándose hasta someterse incluso a la muerte, y
una muerte de cruz, y estuvo perfectísimamente dotado de todas las virtudes
tanto internas como externas.
Brilla hoy en Cristo una suma prudencia, con la cual sorteó los lazos de los
enemigos, dándoles una prudentísima y sapientísima respuesta; brilla
asimismo la justicia, con la cual nos enseña a dar a cada uno lo suyo. Por
esta razón, él mismo quiso pagar también el impuesto, dando por él y por
Pedro un didracma; brilla la fortaleza del alma, con la cual enseñó
libremente la verdad, es decir, que debía pagarse al César el impuesto, sin
temer a los judíos que se sentían vejados por esto. Éste es el camino de
Dios que Cristo enseña conforme a la verdad.
Así pues, el que en la vida, en las costumbres y las virtudes se asemeja y
conforma a Cristo, ése representa de verdad la imagen de Dios; la
restauración de esta divina imagen consiste en una perfecta justicia: Pagad
al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. A cada cual lo
suyo.
(San Lorenzo de Brindis¡, Homilía 1 en el domingo 22 después de Pentecostés,
2.3.4.6: Opera omnia, t. 8, 335-336. 339-340. 346)
Comentario:
-Yo soy el Señor y no hay otro (Is 45, 1.4-6)
El interés de esta primera lectura reside en dos elementos: Ciro es un pagano;
recibe, sin embargo, la investidura de parte de Dios. Esto es reconocer, a
la vez, que el Señor puede distribuir sus dones y confiar un encargo a quien
él quiere y no solo a alguien de la nación judía; y es también afirmar que
el Señor se interesa por la vida humana y política de su pueblo. Pero esa
misión y encargo confiado por Dios a Ciro, deben llevar al reconocimiento de
que no existe otro Señor que el Dios de Israel. Ciro ha llegado a ser
poderoso, pero su poder lo tiene por completo del Señor.
Este texto es significativo y nos ayuda a entender mejor el evangelio de
hoy. «Fuera de mi no hay dios». Esta afirmación del Señor en el momento en
que designa y consagra a Ciro como caudillo político, subraya que en la
historia nada acontece independientemente de Dios. Si Ciro debe ser
obedecido, no es por sí mismo, sino por estar investido del poder de Dios,
porque es de Dios de quien él tiene el poder, de Dios que no se desentiende
de la vida de los hombres y de su política, debiendo ésta última conducir
finalmente a los hombres a la justicia, la paz y la salvación .
La doctrina del evangelio no es, por lo tanto, ni indiferente ni neutra en
lo que a la política respecta, pero la política no puede ser neutra en lo
que respecta a Dios. «Dar a Dios lo que es de Dios supone fidelidad a los
deberes sociales y políticos, pero en la línea, el espíritu y las exigencias
del evangelio, porque todo depende de Dios. Todo hombre debe, pues, vivir su
vida de hombre en cuanto hombre y en el contexto social en que se encuentre,
intentando trabajar por el progreso y el bienestar. Pero debe hacerlo
obedeciendo a lo que el evangelio le indica. Por otra parte, la proclamación
del evangelio por la Iglesia debe recordar a la política la primacía de Dios
y la necesidad de ir por la vía de sus mandamientos, precisamente en orden a
la felicidad humana de la comunidad, de esa comunidad a la que tiene el
encargo de conducirla a la felicidad. Ambos adagios son, en consecuencia,
complementarios, pero el «dad a Dios lo que es de Dios» es primero y de él
dimana la obligación y el fundamento del segundo: «dad al César lo que es
del César».
Pero Jesús introduce un elemento nuevo que no estaba presente en la pregunta
que le hacían. Jesús añade el «dar a Dios lo que es de Dios«, que supone un
elemento revolucionario y contestatario de su mensaje. Para Jesús, Dios y la
causa del Reino de Dios son el único absoluto. Todas las otras realidades
humanas no son negadas, se les reconoce su valor, pero no constituyen nunca
un absoluto: la familia, la vida misma y, por supuesto, el mismo poder, no
pueden ocupar el primer plano en la escala de valores para el seguidor de
Jesús. Hay situaciones en la vida en que esos valores pueden entrar en
tensión y en conflicto con Dios y su Reino y, entonces, hay que estar
dispuestos a sacrificarlos. Son situaciones en las que hay que repetir con
Isaías: «Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mi no hay Dios».
Para Jesús ningún César puede ocupar el lugar que Dios debe tener en la
vida.
La frase de Jesús ha sido entendida con cierta frecuencia como si se
levantase una barrera entre la vida religiosa y la vida política y social,
de tal forma que la religión quedase relegada al ámbito de la esfera privada
e individual, arrinconada en las sacristías, sin incidencia alguna en la
vida social; como si Jesús hubiese creado dos reinos distintos, el de Dios y
el del César, en donde cada uno tuviese su poder omnímodo e independiente
del otro. Este no es el pensamiento de Jesús: para El, sólo Dios es el Señor
y no hay otro Dios fuera de él. Para Jesús, ningún poder político podrá
ocupar el puesto que sólo le corresponde a Dios.
Esto no significa no reconocer la autonomía de la ciudad secular y de sus
legítimos e indiscutibles derechos; no se trata de que el altar sustituya al
trono o la cruz a la espada, ni siquiera de que se hermanen. La historia
muestra como esas situaciones de suplantamiento o de hermanamiento han sido
siempre negativas para la Iglesia y, probablemente, también para el Estado.
El creyente en Jesús debe reconocer y asumir las legítimas exigencias de la
sociedad civil, pero debe tener siempre en la mente que «hay que obedecer a
Dios antes que a los hombres», que Dios es el único Señor y no hay otro
fuera de él.
.....................
Un autor, G. Bornkamm, aporta una sugerente interpretación de la frase de
Jesús. Subraya que Jesús, antes de dar su famosa respuesta, pregunta quién
es el que está representado en una moneda, de quién es esa imagen. En este
contexto se sitúa la respuesta de Jesús: «La imagen de la moneda pertenece
al César, pero los hombres no han de olvidar que llevan en sí mismos la
imagen de Dios y, por lo tanto, sólo le pertenecen a El». Jesús nos quiere
decir: «dad al césar lo que le pertenece a él, pero no olvidéis que vosotros
mismos pertenecéis a Dios». (J. A. Pagola).
¿Hay algo en el mundo que no sea de Dios? Son de Dios los hombres y las
cosas, el presente y el futuro, los gobernantes de todo tipo. Todos somos de
Dios, llevamos la imagen y la inscripción de Dios en nuestro ser profundo.
Imagen que puede desdibujarse, pero nunca borrarse del todo mientras
vivamos. Y porque somos de Dios, cada uno de nosotros vale más que cualquier
autoridad civil o religiosa de la tierra. Ninguna autoridad puede arrogarse
atributos totalitarios y absolutos; ninguna autoridad es dueña del hombre y
de su conciencia. Ser de Dios nos obliga a realizarnos como personas
responsables y solidarias, a llevar a plenitud el plan que Dios se propuso
realizar en nosotros, como individuos y como humanidad, antes de crear el
mundo (Ef 1,4-5).
Pocas frases de Jesús han sido objeto de interpretaciones más interesadas e,
incluso, de manipulaciones como ésta que escuchamos en el evangelio de hoy:
«Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Estas
palabras de Jesús han sido utilizadas para establecer una frontera clara
entre lo político y lo religioso y defender así la autonomía absoluta del
estado ante cualquier interpelación hecha desde la fe.
Según esta interpretación, Jesús habría colocado al hombre, por una parte,
ante unas obligaciones de carácter cívico-político y, por otra, ante una
interpelación religiosa. Como si el hombre tuviera que responder de los
asuntos socio-políticos ante el poder político y de los asuntos religiosos
ante Dios.
Ha sido G. Bornkamm quien, con claridad, ha ahondado en el verdadero sentido
de la sentencia de Jesús.
El acento de las palabras de Jesús está en la parte final. Le han preguntado
insidiosamente por el problema de los tributos y Jesús resuelve prontamente
el problema. Si manejan moneda que pertenece al césar, habrán de someterse a
las consecuencias que ello implica.
Pero Jesús introduce una idea nueva que no aparecía en la pregunta de los
adversarios.
De forma inesperada, introduce a Dios en el planteamiento. La imagen de la
moneda pertenece al césar, pero los hombres no han de olvidar que llevan en
sí mismos la imagen de Dios y, por lo tanto, sólo le pertenecen a El.
Es entonces cuando podemos captar el pensamiento de Jesús.
«Dad al césar lo que le pertenece a él, pero no olvidéis que vosotros mismos
pertenecéis a Dios».
Para Jesús, el césar y Dios no son dos autoridades de rango semejante que se
han de repartir la sumisión de los hombres. Dios está por encima de
cualquier césar y éste no puede nunca exigir lo que pertenece a Dios.
En unos tiempos en que crece el poder del estado de manera insospechada y a
los ciudadanos les resulta cada vez más difícil defender su libertad en
medio de una sociedad burocrática donde casi todo está dirigido y controlado
perfectamente, los creyentes no hemos de dejarnos robar nuestra conciencia y
nuestra libertad por ningún poder.
Hemos de cumplir con honradez nuestros deberes ciudadanos, pero no hemos de
dejarnos modelar ni dirigir por ningún poder que nos enfrente con las
exigencias fundamentales de la fe.
..........................
La sentencia evangélica "dad al César lo que es del César y a Dios lo que es
de Dios" ha contribuido a esclarecer lo que es del César y lo que no es del
César.
Pero no parece haber ayudado en la misma medida a clarificar lo que es de
Dios, o sea, lo que no pertenece al poder.
Y lo que es de Dios no es, ciertamente, el templo o los lugares sagrados, ni
los objetos religiosos, ni las ceremonias litúrgicas, ni los ornamentos
sagrados, ni mucho menos los tesoros acumulados. Todo eso puede merecer un
respeto por su función, pero son hombres los que deciden destinarlo a eso.
No Dios.
En cambio, para un creyente, hay algo que procede indefectiblemente de Dios
y que, por tanto, a él pertenece en exclusiva. Y eso que es
indiscutiblemente de Dios, según la fe, es la dignidad del hombre y sus
derechos. Lo que sí es de Dios, es, pues, el paro de los que no encuentran
trabajo, el hambre de los que no tienen pan, las lágrimas de los que sufren,
la persecución de que son objeto los que luchan por la justicia. Lo que sí
es de Dios es la justicia de los explotados, la libertad de los oprimidos,
la conciencia del individuo. Porque todo eso pertenece a la naturaleza del
hombre, creado a imagen y semejanza de Dios.
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Comentario: Hans Urs von Balthasar - A Dios le debemos todo
1. Jesús elude la trampa.
Cuando se pregunta a Jesús en el evangelio si es lícito o no pagar los
impuestos al emperador, se le está tendiendo una trampa. En el universo
espiritual en que se mueven los que le hacen la pregunta, parece imposible
escapar a este ardid. Si Jesús responde que sí, se pronuncia contra la
relación directa e inmediata del pueblo santo con Dios y condena
automáticamente los esfuerzos de este pueblo por liberarse políticamente. Si
responde que no, se declara partidario de los celotes y de su teología
política de la liberación, con lo que se convierte tácita o abiertamente en
un rebelde contra la autoridad romana. En el plano político, que es en el
que se sitúan los que le plantean la cuestión, no hay tercera vía, no existe
una solución intermedia. Pero Jesús no se deja encerrar en este plano, cuya
legitimidad sólo reconoce en la medida en que se lo supera y relativiza. Los
judíos como «pueblo carnal» se han adherido firmemente a este plano, aunque
esto ciertamente no hubiera sido necesario; los cristianos, siguiendo el
ejemplo de Cristo, se elevarán por encima de este plano y, desde un plano
superior, se sentirán corresponsables de la política de este mundo. La
segunda lectura, en la que Pablo anuncia a los Tesalonicenses la palabra de
Dios con el poder (pero no político) y la fuerza del Espíritu Santo, es el
preludio de una teología de la liberación totalmente diferente.
2. El emperador desacralizado.
Jesús pide que le enseñen la moneda del impuesto y, cuando le presentan un
denario con la efigie y la inscripción del César, da una primera respuesta a
la pregunta de sus interlocutores: «Pagadle al César lo que es del César».
El poder del soberano antiguo se extiende hasta donde llega su moneda. Pero
este poder es limitado, está muy por debajo del poder de Dios. La primera
lectura es significativa al respecto: Dios ha encomendado al rey Ciro, a la
vez que una tarea política, una misión religiosa: la misión de dejar volver
a casa a los israelitas exiliados. Pero la relación puede también
invertirse: Dios encomienda al profeta Jeremías la misión de hacer
comprender al rey Joaquín que debe someterse al rey de Babilonia en vez de
hacer «teología» política contra él. La respuesta que da Jesús en el
evangelio de hoy parece una respuesta política, pero él habla desde un plano
más elevado, como muestra claramente lo que sigue.
3. A Dios le debemos todo.
«Pagad a Dios lo que es de Dios». A Dios se le debe todo porque el hombre ha
sido creado no a imagen del César sino a imagen de Dios, y Dios es el
soberano de todos los reyes de este mundo. Los reyes de la tierra consideran
que tienen poderes sagrados y reivindican para sí atributos divinos. Pero
Dios desencanta esta sacralidad. Dios es el único Señor, y en el mejor de
los casos a los reyes de la tierra sólo se les confiere una tarea divina, la
de velar por encargo de Dios del orden en el Estado. Por defender esta idea,
los cristianos tendrán que derramar su sangre. Pero Jesús no se detiene en
esta cuestión de la legitimidad o ilegitimidad de las pretensiones de la
autoridad mundana. Lo único que a él le importa es que Dios reciba todo lo
que se le debe, y lo que se le debe es realmente todo, tanto en el orden
natural como en el sobrenatural. Y allí donde un poder mundano se rebela
contra este todo -que supera ampliamente lo político- y lo reclama para sí,
Jesús opondrá resistencia, y los suyos con él. Jesús reconoce que Pilato
tiene el poder de crucificarlo, pero le dice que no tendría tal poder si no
lo hubiera recibido de lo alto: tal es -algo que Pilato ni siquiera
sospecha- la voluntad del Padre.
(HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA, Comentarios a las lecturas
dominicales A-B-C, Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 111 s.)
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Santos Padres: San Gregorio Magno - De un modo se ha de amonestar a
los sencillos y de otro a los dobles
Se ha de alabar a los sencillos porque cuidan de no decir jamás falsedades;
pero hay que aconsejarles que aprendan a ocultar alguna vez la verdad,
porque, así como siempre daña el decir cosas falsas, también a veces
perjudica a algunos el oír la verdad. Por eso el Señor, moderando con el
silencio su lenguaje, dice a sus discípulos (lo. 16,12): Aún tengo oirás
muchas cosas que deciros, mas por ahora no podéis comprenderlas.
Por tanto, se debe aconsejar a los sencillos que, así como siempre evitan
provechosamente la falsedad, así también profieran siempre útilmente la
verdad. Hay que aconsejarles que junten con la virtud de la sencillez la
prudencia, de manera que mantengan la seguridad de la sencillez sin perder
la circunspección de la prudencia; que por eso dice el Doctor de las Gentes
(Rom. 16, 19): Deseo que seáis sabios en orden al bien y sencillos como
niños en cuanto al mal. Porque, ciertamente, en el corazón de los elegidos
la astucia de la serpiente debe agudizar a la simplicidad de la paloma, y la
simplicidad de la paloma debe moderar la astucia de la serpiente, esto es,
que ni llevados de la prudencia den en la astucia, ni por la sencillez se
hagan perezosos en el deseo de saber.
Pero los dobles, por el contrario, deben ser amonestados para que conozcan
cuan grave sea el trabajo de la doblez que culpablemente practican, ya que,
temiendo ser sorprendidos, buscan siempre argumentos falaces y siempre están
inquietos con temerosas sospechas. No hay cosa que defienda mejor que la
veracidad, ni hay cosa que se diga más fácilmente que la verdad; porque,
cuando uno quiere defender su falsedad, el corazón se fatiga con rudo
trabajo, que por eso está escrito (Ps. 139,10): Toda la malignidad de sus
labios vendrá a descargar sobre ellos mismos, pues la malignidad que ahora
satisface, luego descarga su peso, porque oprime después con duro castigo al
alma de la que ahora brota con suave inquietud Por esto se dice, según.
Jeremías (9,5): Tienen avezada su lengua a la mentira, se afanaron en hacer
mal; como si claramente dijera. Los que sin esfuerzo alguno pudieron ser
amigos de la verdad se esfuerzan por pecar, y, rehusando el vivir con
verdad, se cargan de trabajos para morir. Porque muchas veces, sorprendidos
en la culpa, huyendo de ser conocidos cuales son, se esconden bajo el velo
de 1a falsía y se esfuerzan por disimular el mal que hacen, y aun lo que ya
claramente se ve, de tal modo que a veces hasta el que pretende corregir sus
culpas, engañado por las nieblas de la falsedad expuesta, casi llega a creer
que no es verdad lo que de ellos tenía cierto. De ahí que acertadamente,
bajo la figura de la Judea, dice por el profeta al alma que peca y que se
excusa (Is. 34,15) Allí tendrá su cueva el erizo. Por el nombre del erizo se
significa ciertamente la doblez del alma falaz y que astutamente se
defiende; porque, en efecto, al erizo, al ser sorprendido, todavía se le ven
la cabeza y los pies y el cuerpo; pero al punto de ser cogido hace una bola
y guarda dentro los pies, esconde la cabeza, y así como antes se veía todo
él, así ahora desaparece todo él. Lo mismo son cabalmente las almas falaces
cuando se ven sorprendidas en sus excesos. Y se ve la cabeza del erizo
porque, al principio de acercarse el pecador a la culpa, se le ve; se ven
los pies del erizo porque la maldad se conoce por las huellas que deja
cuando se comete; y no obstante, cuando aduce de pronto las disculpas, el
alma falaz guarda dentro los pies, porque esconde todas las huellas de su
maldad; esconde la cabeza, porque demuestra a maravilla que ni siquiera ha
intentado mal alguno; y queda hecho una bola en las manos de quien le tiene,
porque el que trata de corregirle, olvidando de pronto todo lo que ya sabía,
tiene al pecador encerrado en su conciencia, y con haberle visto todo al
sorprenderle, engañado con la tergiversación de la Falaz defensa, también le
desconoce todo. Tiene, pues, el erizo su cueva en los réprobos, porque la
doblez del alma falaz, replegándose en su interior, se esconde en las
tinieblas de la defensa.
Oigan los falaces lo que está escrito (Prov. 10,9): Quien anda con sencillez
anda seguro. Es, pues, prenda de gran seguridad el obrar con sencillez.
Oigan lo que dice el Sabio (Sap. 1,5): El Espíritu Santo, que enseña la
sabiduría, huye de ficciones. Oigan lo que otra vez atestigua la Escritura
(Prov. 3,32); El Señor sólo conversa con los sencillos. La conversación de
Dios consiste en revelar secretos a las almas humanas, ilustrándolas con su
presencia. Se dice, pues, que conversa con los sencillos, porque con la luz
de su visita descubre misterios celestiales a los entendimientos de aquellos
a quienes no ofusca sombra alguna de doblez.
Es, por tanto, un mal particular el de los falaces, porque, a la vez que
engañan a otros con su perversa y torcida acción, se glorían como de ser más
prudentes que los demás, y como no tienen en cuenta lo riguroso del juicio,
los desgraciados se llenan de regocijo de sus propios daños.
Mas oigan, como lanza sobre ellos el dardo de la indignación divina el
profeta Sofonías cuando dice (1,14): Cerca está el día del Señor grande y
terrible, día de ira aquél, día de tribulación y congoja, día de calamidad y
miseria, día de tinieblas y de oscuridad, de nublados y de tempestades, día
del terrible sonido de la trompeta contra las ciudades fuertes y contra los
altos ángulos.
Y ¿qué se entiende por las ciudades fuertes sino las almas suspicaces y
cercadas siempre de falaz defensa, las cuales, cuando se reprende su culpa,
no dejan que las lleguen los dardos de la verdad? Y ¿qué se entiende por los
altos ángulos sino la doblez del alma mendaz, porque en los ángulos la pared
es siempre doble? Y ¿qué se entiende por los ángulos de la pared sino los
corazones mendaces, los cuales, al huir de la sencillez de la verdad, en
cierto modo se repliegan dentro de sí por la perversidad de la doblez, y lo
que es peor aún, allá en sus conciencias se engríen del mismo pecado de la
doblez, haciendo gala de prudentes? Pero cercano está el día del Señor, día
lleno de venganza y de ira contra las ciudades fuertes y contra los altos
ángulos, porque la ira del juicio final acaba con los corazones humanos
cerrados con defensas contra la verdad y deslía a los envueltos en dobleces.
Entonces, pues, caen Las ciudades fuertes, porque Dios condena a las almas
suspicaces; entonces se desploman los altos ángulos, porque los corazones
que se ufanan de la prudencia de la mentira caen a tierra por fallo de la
justicia.
(“Obras” B.A.C. Madrid 1958, Pág. 164 y ss.)
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Aplicación: Adrien Nocent - Primacía del servicio de Dios
-Dar al Cesar lo que es del Cesar (Mt 22, 15-21)
He aquí una enseñanza dominical que puede interesar a muchos cristianos de
hoy...: religión y politiza... Es importante, pues, dejar en su punto estas
lecturas en unas pocas frases que quisieran ayudar a reflexionar en el
problema que suscitan, dándole una respuesta. Esta no siempre va en el
sentido que muchos cristianos quisieran.
"Dar al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios" es entendido a
menudo como una respuesta cómoda para hoy día: dos dominios separados; cada
uno en su casa, el cura en la sacristía y el político en la Cámara de
debates.
Pero los dos miembros de la respuesta no son iguales. Ciertamente, Jesús
afirma que hay que dar al Cesar lo que es del Cesar, pero también afirma que
hay que dar a Dios lo que es de Dios. El evangelista quiere insistir sobre
todo en esta última afirmación .
Para los contemporáneos de Jesús, había aquí una invitación a reconocer a
Jesús como el Mesías y la presencia del Reino, del cual El es el Dueño.
Ahora bien, los que plantean la cuestión no entienden que aquel a quien
ellos interrogan es ese Señor que instaura el Reino y a quien todo le es
debido. Pero a la vez que afirma la presencia del Reino en sí mismo, Jesús
quiere precisar que ese Reino no es de este mundo y que no hay ninguna
comparación que establecer con el del César; se sitúa en un nivel
espiritual: "Mi Reino no es de este mundo", dirá Jesús en san Juan (18, 36).
Jesús no es, pues, en modo alguno un Mesías político, y su Reino nada tiene
de político; no hay, por tanto, competición alguna con el del César. Este,
además, dado que Cristo anuncia un Reino divino, está evidentemente sometido
a tal Reino. Porque todo está sometido al plan de Dios. La afirmación de
Jesús: "Dar a Dios lo que es de Dios" invita a un acto de fe y de sumisión
en ese Jesús Mesías que viene a establecer el Reino de una forma que sus
contemporáneos no pueden entender, rehuyendo todo poder político y
entregándose voluntariamente a sus enemigos para morir y ofrecer su vida y
resucitar gloriosamente, fundando así en su victoria sobre el pecado y la
muerte el Reino al que están llamados los hombres que creen.
"Dar al César lo que es del César" no tiene, evidentemente, un alcance del
mismo nivel, ni es un adagio equivalente al de "Dar a Dios lo que es de
Dios". Al recomendar que se dé al César lo que es del César, Jesús,
reconociendo para todo individuo el interés social y político que debe
conceder a su país, le quita al poder político todo carácter divino, sin
retirarle por ello la responsabilidad que tiene respecto a Dios: Dios quiere
que el hombre organice la vida que le ha dejado temporalmente en esta
tierra.
"Dar a Dios lo que es de Dios", no significa quedarse en eso; e igualmente,
"dar al César lo que es del César" expresa que la fidelidad al Señor, a
quien debemos dar todo, incluye también el respeto al sentido social: "dar
al César lo que es del César" es un deber que se inscribe en "dar a Dios lo
que es de Dios"; lo primero se inscribe en la línea, en la medida y en la
manera en que debe realizarse lo segundo.
Parece evidente que la importancia del pasaje reside todo él en el acto de
reconocimiento del verdadero y único verdadero Reino: el que Cristo ha
instaurado.
-Yo soy el Señor y no hay otro (Is 45, 1.4-6)
El interés de esta lectura reside en dos elementos: Ciro es un pagano;
recibe, sin embargo, la investidura de parte de Dios. Esto es reconocer, a
la vez, que el Señor puede distribuir sus dones y confiar un encargo a quien
él quiere y no solo a alguien de la nación judía; y es también afirmar que
el Señor se interesa por la vida humana y política de su pueblo. Pero esa
misión y encargo confiado por Dios a Ciro, deben llevar al reconocimiento de
que no existe otro Señor que el Dios de Israel. Ciro ha llegado a ser
poderoso, pero su poder lo tiene por completo del Señor.
Este texto es significativo y nos ayuda a entender mejor el evangelio de
hoy. "Fuera de mi no hay dios". Esta afirmación del Señor en el momento en
que designa y consagra a Ciro como caudillo político, subraya que en la
historia nada acontece independientemente de Dios. Si Ciro debe ser
obedecido, no es por sí mismo, sino por estar investido del poder de Dios,
porque es de Dios de quien él tiene el poder, de Dios que no se desentiende
de la vida de los hombres y de su política, debiendo ésta última conducir
finalmente a los hombres a la justicia, la paz y la salvación .
La doctrina del evangelio no es, por lo tanto, ni indiferente ni neutra en
lo que a la política respecta, pero la política no puede ser neutra en lo
que respecta a Dios. "Dar a Dios lo que es de Dios supone fidelidad a los
deberes sociales y políticos, pero en la línea, el espíritu y las exigencias
del evangelio, porque todo depende de Dios. Todo hombre debe, pues, vivir su
vida de hombre en cuanto hombre y en el contexto social en que se encuentre,
intentando trabajar por el progreso y el bienestar. Pero debe hacerlo
obedeciendo a lo que el evangelio le indica. Por otra parte, la proclamación
del evangelio por la Iglesia debe recordar a la política la primacía de Dios
y la necesidad de ir por la vía de sus mandamientos, precisamente en orden a
la felicidad humana de la comunidad, de esa comunidad a la que tiene el
encargo de conducirla a la felicidad. Ambos adagios son, en consecuencia,
complementarios, pero el "dad a Dios lo que es de Dios" es primero y de él
dimana la obligación y el fundamento del segundo: "dad al César lo que es
del César".
(ADRIEN NOCENT, EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 7, TIEMPO ORDINARIO:
DOMINGOS 22-34 ,SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 71 ss.)
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Aplicación: Francisco Bartolomé González - Los cazadores cazados
1. Los enemigos se unen cada vez más
Después de las parábolas sobre el reino, dedicadas a los dirigentes
religiosos de Israel, nos encontramos con unas controversias provocadas por
los dos grupos más representativos del judaísmo: los fariseos y los
saduceos. La primera trata del tributo personal que se pagaba al César, que
estaba rodeado, en la teoría y en la práctica, de honores y exigencias
divinos. Nos la cuentan los tres sinópticos.
Para entender correctamente el texto debemos saber las circunstancias
concretas en que vivían los oyentes de Jesús. Israel, un pueblo con tanta
historia a sus espaldas, que amaba profundamente la libertad y la
independencia de su nación, se encuentra ocupada por las tropas del
emperador romano. El signo más visible y más odiado de esta ocupación era el
impuesto que debían pagar al César todas las personas, incluidos los
siervos; los hombres desde los catorce años, y las mujeres desde los doce,
hasta la edad de sesenta y cinco para todos. Había sido la introducción de
este tributo la que había provocado la rebelión de Judas en el templo el año
6 d.C.
Pagar o rechazar este impuesto tenía para ellos una doble significación:
someterse o rebelarse ante la ocupación y someterse o rebelarse ante la
pretendida divinidad del emperador. Someterse y pagar significaba abandonar
la defensa de la propia independencia y la divinidad única de Yavé, o
reducirlas a puras palabras, ya que, según la concepción antigua general,
uno se sometía al régimen en el poder mediante el pago de tributos e
impuestos.
Rebelarse y no pagar obligaba a levantarse en armas, ya que con ellas
forzaba la policía romana a los que se negaban, y así defender esa
independencia y esa única divinidad. La postura de los diversos grupos
políticos y religiosos estaba muy dividida. Los más radicales eran los
zelotes, para los que pagar el impuesto era ir en contra del primer
mandamiento, que manda reconocer a Yavé como único Dios (Dt 6, 4-5), y
defendían la lucha armada contra Roma como camino para defender la
independencia nacional. En el otro extremo estaban los herodianos,
partidarios de Herodes, el rey-títere admitido por los romanos, que
defendían el pago del impuesto por los beneficios y privilegios que
disfrutaban con la ocupación. También los saduceos -el partido de las clases
altas sacerdotales y laicas que dominaba el sanedrín y ejercía el poder
político mediante una alianza de sumisión con los romanos- se había
resignado al pago del impuesto y a todo aquello que no pusiera en peligro
sus intereses económicos privados. Finalmente, los fariseos eran contrarios
a la ocupación romana y al pago del impuesto, pero se habían sometido como
mal menor, y adoctrinado al pueblo para que siguiera su ejemplo. Es curioso
constatar que, de los cuatro partidos, el único que jamás se enfrentó con
Jesús fue el primero: el de los zelotes. También fue el único que Jesús no
atacó, a pesar de todas sus imperfecciones de fondo e incorrecciones de
forma.
Atacar su ideología y su programa de lucha habría supuesto ponerse de parte
de los conservadores y de los romanos. De su postura deberían tomar ejemplo
muchas personas influyentes, siempre dispuestas a criticar la ideología y
las estrategias de los movimientos revolucionarios populares que,
lógicamente, tienen aspectos oscuros e imperfectos, dejando a los pueblos
sin defensa posible.
2. Si los pensamientos olieran...
La actitud negativa de los fariseos frente al reino de Dios había sido
puesta en evidencia por Jesús en tres parábolas (los dos hijos, los
viñadores asesinos y la boda del hijo del rey). Pasan ahora al ataque y
buscan desacreditarle ante el pueblo o hacerle prender por las tropas
romanas, proponiéndole una cuestión política que le obligaría a una
declaración comprometedora para él, diera la respuesta que diera. La
presencia de unos herodianos aseguraría la denuncia, en caso de responder
negativamente, que les parecía lo más probable teniendo en cuenta la opción
de Jesús por el pueblo y que éste odiaba pagar un impuesto que les recordaba
constantemente la dominación extranjera. El pueblo, testigo también de la
pregunta, se separaría de él si contestaba de modo afirmativo. De esta forma
pretenden, además, eludir las exigencias que Jesús predicaba. Ya tenían
bastante con sus 613 preceptos. Es lo de siempre: desviar el verdadero
problema y eliminar, si se puede, al que importuna. Actitud siempre
lamentable, pero mucho más cuando se hace en nombre de Dios.
La pregunta no la hacen los mismos fariseos, sino "unos discípulos, con unos
partidarios de Herodes". Estos jóvenes estudiantes de la ley, que aún no
habían recibido el título de rabí, fueron los encargados de proponerle la
difícil cuestión; posiblemente con más candidez y menor malicia que los
jefes que los habían enviado.
Se dirigen a él cortésmente -"Maestro"- y preparan el terreno alabando su
enseñanza y su valentía y libertad, que no se deja impresionar por la
posición social de los hombres ni por los riesgos que le puedan ocasionar.
Se presentan como israelitas piadosos que tienen un grave escrúpulo de
conciencia. El elogio que hacen de Jesús, antes de lanzarle la insidiosa
pregunta, subraya la figura de un rabino íntegro, honesto, resistente a todo
chantaje.... todo lo contrario a un oportunista. Con sus palabras -para
ellos aduladoras- quieren, evidentemente, empujarle a una declaración en
contra del tributo. La trampa, de claro matiz político, es manifiesta: de
responder negativamente, habría provocado la reacción inmediata de las
autoridades romanas; si la respuesta era afirmativa -poco probable, si
tenían en cuenta sus enseñanzas-, perdería la simpatía de las multitudes.
Jesús se da cuenta de la trampa que intentan tenderle. Por esa razón no
acepta el planteamiento. Y así, después de desenmascararlos -"¡Hipócritas!,
¿por qué me tentáis?"-, hace que los mismos que han formulado la pregunta
queden implicados en la respuesta.
3. Los cazadores, cazados
Les obliga a quitarse la máscara: tienen que enseñarle una moneda del
tributo y reconocer que se sirven del dinero del César.
El no puede mostrarla porque no la tiene. En el mundo grecorromano y en el
judío estaba en vigor este principio: la zona de soberanía de un rey se
extiende al área de validez de sus monedas.
Quien acepta y utiliza una moneda reconoce la soberanía del que la ha
mandado acuñar. Si los judíos utilizan la moneda del emperador, reconocen
también su soberanía y, consiguientemente, su deber de pagar impuestos. Así
pues, ellos mismos han resuelto ya de antemano la cuestión que plantean a
Jesús, que sólo tendrá que sacar la conclusión. Son precisamente ellos, los
que querían comprometerle ante el pueblo o ante el gobernador, quienes
atesoraban monedas de aquellas, tantas como podían, a costa del trabajo y de
la miseria de las clases humildes, del pueblo. No en vano eran las capas
sociales altas, sacerdotales y laicas, las que se habían sometido al pago
del impuesto. "Le presentaron un denario", moneda de plata que pesaba unos
3,40 gramos.
Conocemos la efigie y la inscripción que llevaba la moneda del impuesto en
tiempos de Tiberio (14-27 d.C.): en el anverso, el busto del emperador,
adornado con una guirnalda de laurel que indicaba su dignidad divina,
acompañado de la siguiente inscripción: "Tiberio César Augusto, hijo del
divino Augusto"; en el reverso aparece "pontifex maximus" y la imagen de la
madre del emperador sentada en un trono de dioses, llevando a la derecha el
cetro olímpico y en la izquierda un ramo de olivo, que la hace aparecer como
encarnación terrena de la paz celestial. Los enviados, celosos de la ley de
Dios, llevan consigo esta moneda con todos los símbolos de la divinización
del poder romano.
Jesús les pide algo que repugnaba a los "piadosos": mirar la efigie del
emperador y la inscripción, impresas en la moneda del tributo, que indicaba
su naturaleza divina. No teme hablar en presencia de la efigie del César,
que en aquellos tiempos comprometía mucho: cualquier desacato ante su imagen
era considerado como crimen de lesa majestad; despreciarla era un acto
religioso-político de clara rebeldía contra el orden establecido.
Naturalmente, penado con la muerte.
4. Al César lo del César y a Dios lo de Dios
Las relaciones entre lo religioso y lo político han estado, casi siempre,
saturadas de confusionismo, llegándose en las grandes religiones a una
estrecha relación, hasta el punto de ejercer una misma persona las máximas
autoridades civil y religiosa: el rey era, a la vez, el máximo jefe
religioso. El cristianismo nace independiente del poder político y sin
relación con los Estados, que ven en él un peligro cuando es fiel a su
Maestro. La fe cristiana no inspira a ningún partido político. Es una
actitud de respuesta total a Dios, pero no invade los fueros de la vida
secular. ¡Cuántas veces se ha olvidado, en la historia, un principio tan
elemental!
"Pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Palabras
que se han utilizado para defender todo tipo de posiciones contrapuestas.
Desde afirmar que la Iglesia no tenía que meterse en cuestiones políticas ni
sociales, porque eso eran cosas de los gobernantes y Dios no tenía nada que
decir sobre ellas, hasta defender que, puesto que el poder venía de Dios y
era Dios el que ponía a los gobernantes, la Iglesia tenía derecho a hacer y
deshacer en todo lo de este mundo y del otro. Ambas posiciones extremas
fueron defendidas por los que ocupaban los poderes políticos, económicos y
religiosos: la primera, cuando la Iglesia se convertía al evangelio de Jesús
y defendía los derechos de los oprimidos y explotados; la segunda, cuando
las altas jerarquías religiosas y civiles unían sus intereses. Siempre era
el pueblo sencillo el que pagaba los platos rotos.
La respuesta de Jesús se parece a esas frases enigmáticas de los sabios, que
tienen la finalidad de demostrar la inteligencia del maestro y de obligar,
al mismo tiempo, al discípulo a superar el caso particular para llegar a la
raíz del tema planteado, porque son conscientes de lo limitadas e ineficaces
que son las respuestas que sólo se interesan por las soluciones inmediatas.
La respuesta de Jesús es inesperada. Lleva el razonamiento a mayor
profundidad. No coloca a Dios y al César en el mismo plano. Afirma
claramente, delante de la moneda, cometiendo crimen de lesa majestad, que el
César no es Dios; que hay cosas que no son suyas; que su poder no es
absoluto, ni mucho menos.
Negando la divinidad del César, ataca en su raíz los fundamentos del Estado
romano. Toma una posición política definida: si hay algo que de verdad sea
de los romanos, que se queden con ello y que se vayan. Años más tarde, por
entender perfectamente esta respuesta de Jesús y ser consecuentes con ella,
muchos cristianos fueron asesinados. "A Dios lo que es de Dios". No se
limita a responder a la pregunta. Añade unas palabras para él decisivas: lo
fundamental es ponerse totalmente a disposición de Dios, que es lo que ellos
tratan de evitar.
Para todo israelita consciente de su raza y de su fe, la tierra de
Palestina, sus habitantes, el templo, los productos del suelo..., pertenecen
a su único rey: Yavé. Devolver todo aquello a Dios implicaba, de momento,
darle la primacía, sacarlo de las manos de los romanos y colocar al
emperador en su justo lugar. Para Jesús, las cosas que son de Dios se le
devuelven únicamente si son compartidas por todos los hombres por igual.
¿Hay algo en el mundo que no sea de Dios? Son de Dios los hombres y las
cosas, el presente y el futuro, los gobernantes de todo tipo. Todos somos de
Dios, llevamos la imagen y la inscripción de Dios en nuestro ser profundo.
Imagen que puede desdibujarse, pero nunca borrarse del todo mientras
vivamos. Y porque somos de Dios, cada uno de nosotros vale más que cualquier
autoridad civil o religiosa de la tierra. Ninguna autoridad puede arrogarse
atributos totalitarios y absolutos; ninguna autoridad es dueña del hombre y
de su conciencia. Ser de Dios nos obliga a realizarnos como personas
responsables y solidarias, a llevar a plenitud el plan que Dios se propuso
realizar en nosotros, como individuos y como humanidad, antes de crear el
mundo (Ef 1,4-5).
A pesar de su aparente oscuridad, la gente entendió perfectamente la
respuesta de Jesús sobre el tributo. Los sumos sacerdotes y los letrados
también. Pronto veremos cómo le acusan ante Pilato de haber dicho que no
había que pagar tributo al César (Lc 23,2). La actitud de Jesús era clara y
definida. Le negaba al César todo poder para dominar y para imponer
tributos; le negaba todo derecho a oprimir a los súbditos, que era lo mejor
que el emperador sabía hacer. Una vez más, se jugaba la vida. Su palabra se
extendía desde lo más íntimo del hombre hasta lo más público de la sociedad,
incluyendo las realidades políticas; removió conciencias e instituciones,
intentó que los poderosos abandonaran su opresión y comodidad, llamó a todos
a comprometerse en la edificación de una nueva humanidad.
La red se había tendido en vano. Los que habían planteado la cuestión
enmudecen. La respuesta es objeto de admiración.
Pretendían poner una trampa a Jesús, y han resultado cogidos en ella. ¿Qué
conclusiones podemos sacar para nosotros? Principalmente que un cristiano
puede pensar políticamente como le parezca más oportuno, sabiendo que su
pensamiento nunca será la perfección, nunca será lo absoluto. Pero con una
limitación fundamental: jamás debemos amparar las dictaduras ni las
esclavitudes del signo que sean, ni la opresión del pueblo, ni la
insolidaridad. En todo lo demás, pensará y actuará como quiera, pero
teniendo en cuenta que el evangelio de Jesús es una crítica constante de los
pensamientos y las obras de los hombres, ya que los hombres nunca llegamos a
realizar plenamente su amor y su justicia, nunca llegaremos a realizar en
plenitud el reino de Dios. ¡Qué difícil les resulta a los que luchan por una
sociedad más justa realizar su trabajo desde dentro de la Iglesia
institucional, y a los cristianos comprometidos con la causa de los pueblos
luchar por una sociedad más justa. Sólo uniendo la fe al trabajo por la
liberación integral de los pueblos y de las personas seremos fieles a Jesús.
Ni limitarnos a los problemas temporales del hombre, renunciando a su
destino trascendente; ni evadirnos de esos problemas refugiados en un
cristianismo desencarnado que, evidentemente, no es el de Jesús.
La tarea de evangelización cristiana no se identifica con la promoción
humana que buscan los líderes políticos que de verdad quieren promocionar al
pueblo. A pesar de ello, el cristiano verdadero lucha con el pueblo para
lograr su liberación total y colabora con todos los que buscan sacar de la
opresión a los hombres, aunque se queden en lo temporal.
(FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ, ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET- 4,
PAULINAS/MADRID 1986.Págs. 54-60)
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Aplicación: Luís Garcieta - Dos peligros del creyente
La vida está llena de problemas y dificultades, y en el saber superarlos
está la medida de la madurez del ser humano. El niño desconoce los problemas
o sabe que son otros -normalmente los padres- quienes se preocupan de
resolverlos; el adolescente descubre -dolorosamente- que ya no puede eludir
los problemas y sueña con que desaparezcan; el adulto ha descubierto que son
precisamente los problemas -el saber hacerles frente- lo que le ayuda en la
vida a crecer y a madurar.
Sin embargo al hombre le cuesta entender esto; y por eso lucha contra los
problemas, la mayoría de las veces, sin la ilusión, la esperanza y aún la
alegría de quien sabe que su lucha vale para algo más que el simple quitarse
de encima un problema (que, por supuesto, no es poco, pero se queda corto y
es un tanto inhumano). Superar un problema sólo para encararse con el
siguiente es algo sin sentido, agotador, que lleva muchas veces al abandono.
Al creyente le puede pasar -y le pasa- algo parecido. Y así, cuando se
encuentra con las dificultades, los problemas y, en definitiva, el mal en
cualquiera de sus formas, pronto siente la tentación de lanzar la acusación:
¿dónde se mete Dios?, ¿me escucha Dios?, ¿existe Dios? Para muchos creyentes
su fe en Dios es una especie de patente de corso que les da derecho a no
tener problemas; pero, claro, como la realidad no es así, vienen los
problemas. La realidad es que para el creyente, más que para nadie, debe
estar claro que los problemas son el camino que nos posibilita la cercanía a
Dios.
TEILHARD-DE-CHARDIN supo describirlo con su finura y hondura
características: «Dios, con tal que nos entreguemos a Él amorosamente, sin
alejar de nosotros las muertes parciales (los problemas), ni la muerte
final, que esencialmente forman parte de nuestra vida, las transfigura al
integrarlas en un plano mejor. Y a esta transformación están no sólo
admitidos nuestros males inevitables sino también nuestras faltas, incluso
las más voluntarias, con tal de que las lloremos. Para quienes buscan a
Dios, no todo es inmediatamente bueno, pero sí es susceptible todo de llegar
a serlo« (El medio divino, pág. 82).
Quizás uno de los motivos más importantes que explican por qué a veces al
creyente le cuesta encontrarse con Dios es porque está demasiado
acostumbrado a buscarlo «en el cielo», en vez de buscarlo "en la tierra", en
la historia, entre los hombres, en los acontecimientos de cada día.
Y esta doble lección (que Dios está con el hombre en la historia, y que el
mal es aquello que, por nuestra lucha contra él, nos ayuda a crecer y a
madurar) es la que nos presenta la primera lectura de hoy.
-La acción de Dios /GRATUIDAD
Ver así la vida no es sólo cuestión de voluntariedad; aunque tenemos que
reconocer y aceptar que los predicadores, con demasiada frecuencia, hemos
exigido a nuestras feligresías que se esfuercen y se esfuercen, como si ser
cristiano fuese sólo cuestión de fuerza de voluntad. Por supuesto que el
esfuerzo y la voluntad son imprescindibles, pero como respuesta al don de
Dios que es la fe, como respuesta a la acción de Dios en nosotros, que es el
primero que actúa, el primero en amarnos. Quizás si los responsables del
anuncio de la Palabra pusiésemos un poco más de empeño en que los creyentes
nos abramos a la acción de Dios, las cosas serían de otra manera. Dios os ha
elegido, proclama rotundamente Pablo en la segunda lectura de hoy. Y esa
elección es una verdad que olvidamos con demasiada frecuencia los cristianos
de hoy día. Por supuesto que no se trata de alardear de esa elección, pero
sí de estar agradecidos. Cuando uno se sabe y se siente amado hace todo lo
posible por corresponder, con amor -gratitud y gestos- a la persona amada.
Nosotros, la mayoría de las veces, respondemos con obediencia por miedo.
Entonces es que no nos sentimos amados por Dios. Y si esa es nuestra
situación, tenemos que volver a empezar por el abc de nuestra fe, porque no
nos hemos enterado de nada.
-Dios y el César
Quizás esta manera de vivir la fe es la que, a la hora de la verdad, nos
crea tantos problemas y tantos líos, y acabamos sin saber qué es lo de Dios
ni qué es lo del César, ni nada de nada.
No sabemos poner las cosas en su sitio, no sabemos dar a las cosas su
verdadero y justo valor, y terminamos endiosando cualquier césar, cualquier
diosecillo que nos resulte más o menos apetecible en la vida.
Si nos sentimos amados de Dios, sentiremos también todo lo que eso
significa. Ser amado de Dios no es ninguna fruslería; que Dios nos ama
significa que nos ama quien nos ha dado la vida, que nos ama quien todo lo
puede, que nos ama el que nos va a rescatar de la muerte. No es un amor
cualquiera el amor de Dios. Quien se siente amado por Dios sabe que es un
amor de otra clase, de otra categoría, de otra dimensión (valga la expresión
siempre y cuando no la interpretemos de un modo angelical y desencarnado).
Alguien dijo, y es verdad, que allí donde terminan los grandes amores
humanos, empieza el amor de Dios; allí donde los hombres ya no somos capaces
de amar más, allí está el mínimo (es una manera de hablar) del amor de Dios;
allí donde los hombres llegamos exhaustos al límite de nuestras
posibilidades de amar, allí empieza fresco, lozano y recién estrenado el
amor de Dios. El «mínimo» del amor de Dios al hombre esta muy por encima del
«máximo» posible en nosotros.
Pero esto no hay que saberlo: hay que experimentarlo. Y, experimentándolo,
es cuando empezamos a ver las cosas, la vida y los hombres de otra forma. Y
entonces empezamos a entender quién es Dios y qué son los césares y
cesarillos, a quienes no podemos por menos que «ponerlos en su sitio».
La frase tan aparentemente enigmática de Jesús, en el evangelio de hoy, no
es sino una llamada a dar a Dios en nuestra vida el lugar que se merece, y a
poner todo lo demás por debajo de él. Ningún césar, ningún ídolo, ningún
diosecillo puede ponerse a la altura del Dios Padre de Jesús; aunque
nosotros, a veces, seamos lo suficientemente brutos como para cometer
semejante disparate. Terminemos volviendo por un momento a la primera
lectura: «Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay dios... Yo soy
el Señor y no hay otro». No lo olvidemos.
(LUIS GRACIETA, DABAR 1993/51)
(cortesía NBCD)