Domingo 26 del Tiempo Ordinario A - 'Los publicanos y las prostitutas les llevan la delantera en el camino del Reino de Dios' - Comentarios de Sabios y Santos II: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
Directorio Homilético: Vigésimo sexto domingo del Tiempo Ordinario
Exégesis: W. Trilling - Parábola de los dos hijos (Mt 21,28-32)
Comentario Teológico: P. Leonardo Castellani - La Defensa
Aplicación: P. José A. Marcone, IVE - La parábola de los dos hijos (Mt 21,28-32)
Aplicación: P. Gustavo Pascual, IVE - Los dos hijos Mt 21, 28-32
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Directorio Homilético: Vigésimo sexto domingo del Tiempo Ordinario
CEC 2822-2827: "hágase tu voluntad"
CEC 1807: el hombre justo se distingue por su rectitud habitual hacia el
prójimo CEC 2842: solo el Espíritu Santo puede hacer nuestros los
sentimientos de Jesús CEC 1928-1930, 2425-2426: la obligación de la justicia
social
CEC 446-451: el señorío de Cristo
III HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO
2822 La voluntad de nuestro Padre es "que todos los hombres se salven y
lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tm 2, 3-4). El "usa de
paciencia, no queriendo que algunos perezcan" (2 P 3, 9; cf Mt
18, 14). Su mandamiento que resume todos los demás y que nos dice toda su
voluntad es que "nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado" (Jn
13, 34; cf 1 Jn 3; 4; Lc 10, 25-37).
2823 El nos ha dado a "conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo
designio que en él se propuso de antemano ... : hacer que todo tenga a
Cristo por Cabeza ... a él por quien entramos en herencia, elegidos de
antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la
decisión de su Voluntad" (Ef 1, 9-11). Pedimos con insistencia que se
realice plenamente este designio benévolo, en la tierra como ya ocurre en el
cielo.
2824 En Cristo, y por medio de su voluntad humana, la voluntad del Padre fue
cumplida perfectamente y de una vez por todas. Jesús dijo al entrar en el
mundo: " He aquí que yo vengo, oh Dios, a hacer tu voluntad" (Hb 10, 7; Sal
40, 7). Sólo Jesús puede decir: "Yo hago siempre lo que le agrada a él" (Jn
8,
29). En la oración de su agonía, acoge totalmente esta Voluntad: "No se haga
mi voluntad sino la tuya" (Lc 22, 42; cf Jn 4, 34; 5, 30; 6, 38). He aquí
por qué Jesús "se entregó a sí mismo por nuestros pecados según la voluntad
de Dios" (Ga 1, 4). "Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced
a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 10).
2825 Jesús, "aun siendo Hijo, con lo que padeció, experimentó la obediencia"
(Hb 5, 8). ¡Con cuánta más razón la deberemos experimentar nosotros,
criaturas y pecadores, que hemos llegado a ser hijos de adopción en él!
Pedimos a nuestro Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para
cumplir su voluntad, su designio de salvación para la vida del mundo.
Nosotros somos radicalmente impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con
el poder de su Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra voluntad y
decidir escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que agrada al
Padre (cf Jn 8,
29):
Adheridos a Cristo, podemos llegar a ser un solo espíritu con él, y así
cumplir su voluntad: de esta forma ésta se hará tanto en la tierra como en
el cielo (Orígenes, or. 26).
Considerad cómo Jesucristo nos enseña a ser humildes, haciéndonos ver que
nuestra virtud no depende sólo de nuestro esfuerzo sino de la gracia de
Dios. El ordena a cada fiel que ora, que lo haga universalmente por toda la
tierra. Porque no dice 'Que tu voluntad se haga' en mí o en vosotros 'sino
en toda la tierra': para que el error sea desterrado de ella, que la verdad
reine en ella, que el vicio sea destruido en ella, que la virtud vuelva a
florecer en ella y que la tierra ya no sea diferente del cielo (San Juan
Crisóstomo, hom. in Mt 19, 5).
2826 Por la oraci��n, podemos "discernir cuál es la voluntad de Dios" (Rm 12,
2; Ef 5, 17) y obtener "constancia para cumplirla" (Hb 10, 36). Jesús nos
enseña que se entra en el Reino de los cielos, no mediante palabras, sino
"haciendo la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mt 7, 21).
2827 "Si alguno cumple la voluntad de Dios, a ese le escucha" (Jn 9, 31; cf
1 Jn 5, 14). Tal es el poder de la oración de la Iglesia en el Nombre de su
Señor, sobre todo en la Eucaristía; es comunión de intercesión con la
Santísima Madre de Dios (cf Lc 1, 38. 49) y con todos los santos que han
sido "agradables" al Señor por no haber querido más que su Voluntad:
Incluso podemos, sin herir la verdad, cambiar estas palabras: 'Hágase tu
voluntad en la tierra como en el cielo' por estas otras: en la Iglesia como
en nuestro Señor Jesucristo; en la Esposa que le ha sido desposada, como en
el Esposo que ha cumplido la voluntad del Padre (San Agustín, serm. Dom. 2,
6, 24).
1807 La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme
voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. La justicia para
con Dios es llamada "la virtud de la religión". Para con los hombres, la
justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las
relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las
personas y al bien común. El hombre justo, evocado con frecuencia en las
Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus
pensamientos y de su conducta con el prójimo. "Siendo juez no hagas
injusticia, ni por favor del pobre, ni por respeto al grande: con justicia
juzgarás a tu prójimo" (Lv 19,15). "Amos, dad a vuestros esclavos lo que es
justo y equitativo, teniendo presente que también vosotros tenéis un Amo en
el cielo" (Col
4,1).
... como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden
2842 Este "como" no es el único en la enseñanza de Jesús: "Sed perfectos
'como' es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48); "Sed
misericordiosos, 'como' vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36); "Os doy
un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que 'como' yo os he
amado, así os améis también vosotros los unos a los otros" (Jn 13, 34).
Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde
fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida "del
fondo del corazón", en la santidad, en la misericordia, y en el amor de
nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es "nuestra Vida" (Ga 5, 25) puede hacer
nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2, 1. 5).
Así, la unidad del perdón se hace posible, "perdonándonos mutuamente
'como' nos perdonó Dios en Cristo" (Ef 4, 32).
Artículo 3 LA JUSTICIA SOCIAL
1928 La sociedad asegura la justicia social cuando realiza las condiciones
que permiten a las asociaciones y a cada uno conseguir lo que les es debido
según su naturaleza y su vocación. La justicia social está ligada al bien
común y al ejercicio de la autoridad.
I EL RESPETO DE LA PERSONA HUMANA
1929 La justicia social sólo puede ser conseguida en el respeto de la
dignidad transcendente del hombre. La persona representa el fin último de la
sociedad, que le está ordenada:
La defensa y la promoción de la dignidad humana "nos han sido confiadas por
el Creador, y de las que son rigurosa y responsablemente deudores los
hombres y mujeres en cada coyuntura de la historia" (SRS 47).
1930 El respeto de la persona humana implica el de los derechos que se
derivan de su dignidad de criatura.
Estos derechos son anteriores a la sociedad y se imponen a ella. Fundan la
legitimidad moral de toda autoridad: menospreciándolos o negándose a
reconocerlos en su legislación positiva, una sociedad mina su propia
legitimidad moral (cf PT 65). Sin este respeto, una autoridad sólo puede
apoyarse en la fuerza o en la violencia para obtener la obediencia de sus
súbditos. Corresponde a la Iglesia recordar estos derechos a los hombres de
buena voluntad y distinguirlos de reivindicaciones abusivas o falsas.
2425 La Iglesia ha rechazado las ideologías totalitarias y ateas asociadas
en los tiempos modernos al "comunismo" o "socialismo". Por otra parte, ha
reprobado en la práctica del "capitalismo" el individualismo y la primacía
absoluta de la ley de mercado sobre el trabajo humano (cf CA 10, 13.44). La
regulación de la economía únicamente por la planificación centralizada
pervierte en la base los vínculos sociales; su regulación únicamente por la
ley de mercado quebranta la justicia social, porque "existen numerosas
necesidades humanas que no tienen salida en el mercado" (CA 34). Es preciso
promover una regulación razonable del mercado y de las iniciativas
económicas, según una justa jerarquía de valores y atendiendo al bien común.
IV LA ACTIVIDAD ECONOMICA Y LA JUSTICIA SOCIAL
2426 El desarrollo de las actividades económicas y el crecimiento de la
producción están destinados a remediar las necesidades de los seres humanos.
La vida económica no tiende solamente a multiplicar los bienes producidos y
a aumentar el lucro o el poder; está ante todo ordenada al servicio de las
personas, del hombre entero y de toda la comunidad humana. La actividad
económica dirigida según sus propios métodos, debe moverse dentro de los
límites del orden moral, según la justicia social, a fin de responder al
plan de Dios sobre el hombre (cf GS 64).
IV SEÑOR
446 En la traducción griega de los libros del Antiguo Testamento, el nombre
inefable con el cual Dios se reveló a Moisés (cf. Ex 3, 14), YHWH, es
traducido por "Kyrios" ["Señor"]. Señor se convierte desde entonces en el
nombre más habitual para designar la divinidad misma del Dios de Israel. El
Nuevo Testamento utiliza en este sentido fuerte el título "Señor" para el
Padre, pero lo emplea también, y aquí está la novedad, para Jesús
reconociéndolo como Dios (cf. 1 Co 2,8).
447 El mismo Jesús se atribuye de forma velada este título cuando discute
con los fariseos sobre el sentido del Salmo 109 (cf. Mt 22, 41-46; cf.
también Hch 2, 34-36; Hb 1, 13), pero también de manera explícita al
dirigirse a sus apóstoles (cf. Jn 13, 13). A lo largo de toda su vida
pública sus actos de dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades,
sobre los demonios, sobre la muerte y el pecado, demostraban su soberanía
divina.
448 Con mucha frecuencia, en los Evangelios, hay personas que se dirigen a
Jesús llamándole "Señor".
Este título expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a Jesús
y esperan de él socorro y curación (cf. Mt 8, 2; 14, 30; 15, 22, etc.). Bajo
la moción del Espíritu Santo, expresa el reconocimiento del misterio divino
de Jesús (cf. Lc 1, 43; 2, 11). En el encuentro con Jesús resucitado, se
convierte en adoración: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20, 28). Entonces toma
una connotación de amor y de afecto que quedará como propio de la tradición
cristiana: "¡Es el Señor!" (Jn 21, 7).
449 Atribuyendo a Jesús el título divino de Señor, las primeras confesiones
de fe de la Iglesia afirman desde el principio (cf. Hch 2, 34-36) que el
poder, el honor y la gloria debidos a Dios Padre convienen también a Jesús
(cf. Rm 9, 5; Tt 2, 13; Ap 5, 13) porque el es de "condición divina" (Flp 2,
6) y el Padre manifestó esta soberanía de Jesús resucitándolo de entre los
muertos y exaltándolo a su gloria (cf. Rm 10, 9;1 Co 12, 3; Flp 2,11).
450 Desde el comienzo de la historia cristiana, la afirmación del señorío de
Jesús sobre el mundo y sobre la historia (cf. Ap 11, 15) significa también
reconocer que el hombre no debe someter su libertad personal, de modo
absoluto, a ningún poder terrenal sino sólo a Dios Padre y al Señor
Jesucristo: César no es el "Señor" (cf. Mc 12, 17; Hch 5, 29). " La Iglesia
cree.. que la clave, el centro y el fin de toda historia humana se encuentra
en su Señor y Maestro" (GS 10, 2; cf. 45, 2).
451 La oración cristiana está marcada por el título "Señor", ya sea en la
invitación a la oración "el Señor esté con vosotros", o en su conclusión
"por Jesucristo nuestro Señor" o incluso en la exclamación llena de
confianza y de esperanza: "Maran atha" ("¡el Señor viene!") o "Maran atha"
("¡Ven, Señor!") (1 Co 16, 22): "¡Amén! ¡ven, Señor Jesús!" (Ap 22, 20).
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Exégesis: W. Trilling - Parábola de los dos hijos (Mt 21,28-32)
En san Marcos, la parábola de los viñadores homicidas había seguido a la
discusión sobre la autoridad. San Mateo interpone la parábola de los dos
hijos, con su aplicación (21,31b-32). A la parábola de los viñadores san
Mateo junta la parábola del banquete de las bodas reales (22,1-14) y reúne
así una tríada de parábolas. Estas tres parábolas van dirigidas a los
adversarios y contienen un severo ajuste de cuentas. En su distinta
dirección se complementan recíprocamente. También puede notarse una
gradación. La primera parábola habla de la raíz de la recusación, la
incredulidad. La segunda anuncia que los viñadores serán castigados y que se
les quitará la viña (sobre todo 21,41). La tercera habla de la reprobación
que ya se ha efectuado y del castigo que se llevó a cabo (sobre todo 22,7).
En estas parábolas de un modo a duras penas velado se anticipa lo que en el
capítulo 23 dice explícitamente el discurso antifarisaico.
28 ¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Acercándose al primero, le
dijo: Hijo, vete hoy a trabajar en la viña. 29 él le respondió: Voy, señor;
pero no fue. 39 Se acercó luego al segundo y le dijo lo mismo. Este
respondió: No quiero; pero después se arrepintió y fue. 31 ¿Cuál de los dos
cumplió las voluntad del padre? Responden: El último.
Esta parábola no es una historia desarrollada, sino que propiamente consiste
en una doble pregunta. Se contrapone a dos hijos de un padre, de una manera
parecida como en la narración del hijo pródigo y del hijo que se había
quedado en casa (Luc_15:11-32). Los dos hijos son invitados a ir a trabajar
a la viña del padre. El primero se declara dispuesto, pero luego no va. El
segundo al principio rehúsa, pero muda de parecer y va a trabajar. Se deja
al descubierto el contraste entre lo que se dice y lo que se hace. Lo que
importa es"cumplir la voluntad del padre". No deciden las palabras, sino las
acciones. Aunque el segundo al principio se negó, con todo ha cumplido la
voluntad de su padre. Eso los adversarios también tienen que reconocerlo a
Jesús.
Por otra parte, san Mateo hace resplandecer en la figura de este padre
terreno la del Padre celestial. Dios encarga el trabajo y llama a los
hombres para que le sirvan (cf. 20,1-16). Exige que realmente se cumpla su
voluntad, con lo cual no se dispensa la confesión con los labios: "No todo
el que me dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el
que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (7,21). El que
oye y no hace, ha construido su casa sobre la arena. Cae la lluvia, los
torrentes se precipitan y soplan los vientos y derriban la casa. Ha
edificado la casa sobre la roca el que oye y hace, y así está firme en la
tempestad del juicio (cf. 7,24-27). Poco después Jesús descubrirá la llaga
de la doctrina y de la piedad farisaicas en la desavenencia entre lo que se
dice y lo que se obra: "Pero no los imitéis en sus obras; porque dicen y no
hacen" (23,3b). En esto se incluye el mayor peligro para servir cordialmente
a Dios y a los hombres.
31b Díceles Jesús: Os aseguro que los publicanos y las meretrices llegan
antes que vosotros al reino de Dios. 32 Porque se presentó Juan ante
vosotros por el camino de la justicia, y no creisteis en él; pero los
publicanos y las meretrices en él creyeron. Vosotros, en cambio, aun
habiendo visto esto, no os habéis arrepentido para, finalmente, creer en él.
Jesús aplica la breve parábola a los adversarios en un ataque de aspereza
inaudita. Los publicanos y las meretrices entrarán en el reino de Dios antes
que ellos. Todos ellos oyeron el mismo llamamiento a la conversión y se les
ha mostrado el camino de la verdadera justicia. Juan vino a todo el pueblo
para llevarlo al Mesías. Pero lo han recusado, no se han convertido y no se
han abierto a la fe. En cambio los publicanos lo hicieron (Luc_3:12). Estos
no sólo han oído, sino que han preguntado por las obras: "¿Qué tenemos que
hacer?" (cf. Luc_3:10-14).
Son los mismos que también se abren a Jesús. Como Leví, que siguiendo la
mera llamada de Jesús lo deja todo (Luc_9:9), como la pecadora en la casa de
Simón, la cual se pone a los pies de Jesús con arrepentimiento y amor
exuberantes (Luc_7:36-50). Y así se dijo que Jesús era "amigo de publicanos
y pecadores" (Mt _11:19). Los adversarios lo han visto, pero no lo han
reconocido como una señal para ellos. Han percibido la voz, pero no en su
calidad de llamada. Se quedaron como espectadores indiferentes. Aunque sus
ojos veían, estaban tan ofuscados que no entendían nada (Mt _13:13). El
camino acertado hubiese sido ver, convertirse, creer, bautizarse. "Vosotros,
en cambio, aun habiendo visto esto, no os habéis arrepentido para,
finalmente, creer en él" (Mt _21:32b). Así también lo ha descrito el
evangelista san Lucas: "Y al oírlo, todo el pueblo, incluso los publicanos,
reconocieron los designios de Dios, recibiendo el bautismo de Juan. Pero los
fariseos y los doctores de la ley frustraron el plan de Dios respecto de
ellos mismos no recibiendo el bautismo de aquél" (Luc_7:29 s). Los pequeños
han entendido, los grandes se han negado... Juan vino por el camino de la
justicia, puesto que él pregonaba el reino de Dios (Mt _3:2). Esta fue la
señal de la verdadera justicia futura, que Jesús trae en su plenitud. El
sermón de la montaña es la doctrina de esta verdadera justicia (capítulos
5-7).
Este sermón desde un punto de vista humano es el verdadero camino hacia el
reino de Dios. Y desde el punto de vista divino es la revelación de este
reino como la revelación de la verdadera justicia. Así lo dice Jesús en la
frase: "Buscad primero el reino y (= a saber) su justicia..." (Mt _6:33).
Juan y Jesús no han enseñado dos caminos diversos, sino el mismo camino. En
la actividad del Bautista y en la de Jesús se ha testificado la misma
sabiduría divina (Mt _11:19). El que no cree en Juan, tampoco creerá en el
Mesías. El bautismo con que Jesús tiene que ser bautizado en su pasión (cf.
Mar_10:38), no lo querrá recibir para llegar a la vida el que no tomó sobre
sí su bautismo como corroboración de su voluntad de convertirse.
Para él está interceptado el acceso al reino de Dios, porque no anduvo por
el camino de la justicia. Porque solamente hay este único camino, fuera del
cual ningún otro conduce al término. Con frecuencia nos sorprendemos de sólo
recorrer un trecho, de este camino o de desviarnos por caminos laterales. No
podemos aceptar el mensaje del amor y negarnos al mensaje de la pasión. No
se puede alabar el amor al enemigo como la senda de la verdadera humanidad
sin tener en cuenta la hostilidad a Satán y todo el mal que de él emana.
(TRILLING, W., El Evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su
mensaje, Herder, Barcelona,
1969)
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Comentario Teológico: P. Leonardo Castellani - La Defensa
"Y después dicen que es malo El gaucho si los pelea" (Martín Fierro)
Si bien se mira, la acción antifarisaica de Cristo aunque parece agresiva,
fue una defensa. El alboroto en el Templo con que la inicia es una
afirmación de hecho de su misión mesiánica, ya combatida; y el terrible
discurso "elenco contra los fariseos" con que la termina es una tentativa
suprema de salvar su vida, ya condenada, usando de las más fuertes armas: la
imprecación y la amenaza profética.
La expulsión de los tratantes del Templo es un acto sorprendente; tan
incomprensible como el haberse quedado antaño en él sin avisar a sus padres,
si se prescinde de lo que Cristo era. Son dos afirmaciones mesiánicas tan
netas que destruyen de raíz la conocida teoría de Renán, a saber, que Cristo
habría sido un paisano galileo y excelso moralista que empezó a predicar la
religión interior y universal de Moisés contra la deformación localista y
exterior de los fariseos; se fue entusiasmando al compás de sus triunfos;
concibió la idea de que el mundo se acababa pronto; se identificó con el Rey
Mesías y finalmente después del triunfo del Domingo de Ramos pronunció
palabras exaltadas en que se asimilaba a Dios mismo; palabras que siendo
expresiones místicas hicieron mal los Hierarchas en tomar tan en serio; pero
que tomadas en serio realmente según las leyes judías merecían la pena
capital.
Esto es pura fantasía. La verdad es que los actos de Cristo, desde el
primero, llevan impresa la afirmación mesiánica. El ayuno total de 40 días,
lo hacían los Hebreos al prepararse para una gran misión, y existía el
precedente de Moisés y Elías.
(…)
Así pues el ayuno y las tentaciones subsiguientes ya son mesiánicos. El
milagro de Caná, que parece una amable deferencia hacia sus amigos, ostenta
la conclusión de que "creyeron en Él sus discípulos", es decir, los
discípulos que el Bautista le envió, Pedro y Andrés, Juan y su hermano. El
bautismo y el testimonio del Bautista son una solemne consagración de
mesianismo. Y el primer acto público del nuevo profeta es un acto de
autoridad que tiene el fragor indisimulable de una bomba.
La recusación del Mesías, humilde y nacido en Galilea se había iniciado ya
en la persona de su Precursor y primer discípulo el Bautista. Los fariseos
no lo habían reconocido y le eran adversos, como se deduce de la violenta
imprecación y amenazas con que éste los obsequia, evidentemente después del
"examen" que trae San Juan Evangelista en el cual el Bautista les responde
en cambio con toda modestia y deferencia. De aquel examen los fariseos
sacaron que el Bautista, por propia confesión, no era el Mesías, no era
Elías, no era profeta y que su autoridad derivaba de otro mucho mayor que
él, que había de aparecer, que estaba ya entre ellos y ellos no conocían.
"No creyeron en él", consta por los tres Sinópticos1.
Es muy probable y parece traslucirse del Evangelio que con esta "confesión"
los fariseos comenzaron a combatir a Juan, desautorizándolo; y también por
ende al otro "mayor" en el cual se apoyaba. No hay que olvidar que la
información religiosa estaba en manos de la logia: de la red de la
predicación organizada y eficaz que cubría Judea, comparable a nuestras
parroquias modernas, la clave la tenían los Doctores de la Ley. Con el
resultado del "examen" de la comisión oficial, que no procedió adelante
cuando se llegó al punto vital, táctica farisea que se repetirá muchas
veces, se podía presentar a Juan como un cismático y un semiloco; y es
prácticamente cierto que lo hicieron, visto que inmediatamente lo hacen con
Cristo, como consta explícitamente en el Evangelio. "Estás loco. Tienes
demonio. Contradices la Ley de Moisés." Los fariseos disponían de la llave
de la información religiosa, de todos los "boletines eclesiásticos" como si
dijéramos.
Asombra la mansedumbre de la defensa de Cristo, que a primera vista parece
violenta; pero naturalmente es la defensa de un rey ante un usurpador por
manso que sea: no es la defensa de un inferior.
Podían haberlo arrollado en el Atrio del Templo, a un solo hombre armado de
un cinto, contra una multitud; el que no lo hayan hecho demuestra la mala
conciencia (y la debilidad que ella naturalmente causa) no sólo de los
tratantes sino de los sacerdotes custodios y sacristas. Se limitan a
interrogarlo.
A la pregunta, contesta Jesús atribuyéndose una relación especial con Dios y
con esa casa ("la casa de mi padre") y al requerimiento de un milagro, no
niega que pueda él hacerlos, antes se afirma capaz de un portento enorme,
mayor de lo que ellos podían imaginar: chocante.
Este acto de indignación y autoridad, especie de parábola en acción no se
repite sino al fin de la campaña de Cristo (…). Su sentido era claro para
los judíos. Y la reacción de los fariseos es de perfecto cerrojazo a la
afirmación mesiánica y "buscan cómo eliminarlo; pues le tenían miedo; y no
sabían qué hacerle; porque la turba lo admiraba."
El resto de la defensa de Cristo es verbal y se confunde con su misión de
Maestro, Reformador y profeta. Es una discusión continua con los vacuos
doctores.
Consiste en denunciar la casuística farisaica como vana, vacía y perversa;
en establecer que la salvación del hombre no está en pertenecer a una
nación, raza, secta, congregación o grupo, ni en tener la doctrina verdadera
ni siquiera en hacer milagros, sino en el amor a Dios y al prójimo cuya base
es la justicia y cuya flor es la misericordia; en completar los preceptos
meramente exteriores con la introducción de la pureza y santidad interior;
en prevenir a sus discípulos contra el pervadente espíritu farisaico, que él
llama "fermento"; en deshacer sus estratagemas y afrontar victoriosamente
sus interpelaciones; en definir el fariseísmo con rasgos cada vez más
terribles; y por último en recurrir a la imprecación y la amenaza divina, al
modo de los antiguos profetas. Hemos de creer que existió esta gradación en
la lucha, como es natural, a medida que crecía la persecución y la
inminencia del asesinato; y que las tremendas maldiciones de Mateo XXIII
representan el último estadio del largo forcejeo, cuando ya el propósito
homicida era patente y público. "¿No es éste el que quieren matar? ¿Y cómo
anda aquí tan tranquilo predicando en el templo?"
La discusión con los fariseos penetra y enmarca toda la predicación de
Cristo, de modo que era de la más dramática "actualidad". Los hebreos según
nos cuentan amaban las "payadas en contrapunto", como nuestros paisanos, y
en general todos los pueblos primitivos: el pueblo gusta de instruirse y
aprender oyendo el pro y el contra de una tesis en boca de dos peritos. En
realidad es la manera más natural y eficaz de convencer, mezcla de
instrucción, lucha y juego. Es tan interesante como el fútbol.
La discusión con los doctores da pie a Cristo para exponer genialmente su
doctrina: hasta las parábolas con que describe, define y funda su reino
tienen en vista la idea farisaica del falso Reino mesiánico. Sus respuestas
a preguntas sutiles, embrolladas o arteras que ahora nos parecen sencillas y
a fuerza de oírlas, obvias, son geniales. Recuerdan el peligroso
interrogatorio de Juana de Arco. A veces esquiva la pregunta contestándola
con otra pregunta, como hacen los campesinos gallegos; otras veces responde
con una parábola o una antítesis, metáfora o sentencia inesperada; cuando
hay buena fe responde directamente; como al Escriba que le pregunta cuál era
el mayor de los mandatos, y que habiendo testificado: "Maestro, has
respondido bien, realmente el amor a Dios y al prójimo abarca toda la
Ley" es premiado con esta invitación: "No estás lejos del Reino de Dios". El
ejemplo típico de la pregunta esquivada es el que narran los tres sinópticos
de los últimos días de la predicación, en el Templo, y no ante un doctor
solo sino ante muchos reunidos y todo el pueblo. Le preguntan ya casi
oficialmente - "príncipes de los Sacerdotes, o prelados como si dijéramos,
escribas o sea teólogos, Ancianos del Pueblo o magistrados reunidos en uno:
-Dinos con qué autoridad haces esto y quién te dio esta potestad."
Lo había dicho ya cien veces. La pregunta tendía a hacerle confesar
públicamente que no tenía permiso de ellos para predicar, o bien desmentirlo
en su cara.
Respondió diciéndoles:
-Os preguntaré yo también una cosa, que si me la dijereis, también os diré
yo la potestad que tengo.
¿El bautismo de Juan de dónde era? ¿Era cosa de Dios o cosa de hombres?
Respondedme.
Bien mirado, esta pregunta envuelve la respuesta a la otra: hago esto con
autoridad de Dios como lo testificó fehacientemente Juan el Bautista. La
pregunta llevaba la cuestión a sus fuentes, no era un subterfugio solamente.
Ellos así lo vieron.
"Si dijéramos: 'era de Dios', nos dirá: '¿Por qué pues no lo creísteis?' Si
decimos: 'era cosa de hombres', el pueblo entero es capaz de apedrearnos;
por- que están ciertos de que Juan era verdadero profeta..."
Tocaron a retirada:
-No lo sabemos.
Tenían obligación de saberlo. No querían decirlo. Por eso Jesús no contesta,
como pedía la rima, "Yo tampoco sé lo que me preguntáis", sino que les
responde:
-Yo tampoco os digo con qué autoridad hago lo que hago -aunque en realidad
se los había dicho en la forma sutil de los "contrapuntos" semíticos. El
pueblo espectador sentenció sin duda con un murmullo de aprobación.
(…)
(CASTELLANI, L., Cristo y los fariseos, Ediciones Jauja, Mendoza
(Argentina), 1999, p. 53 - 60)
1 Mt 21,23-27; Mc 11,27-33; Lc 20,1-8
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Aplicación: P. José A. Marcone, IVE - La parábola de los dos hijos
(Mt 21,28-32)
Introducción
El evangelio de hoy sucede el día lunes santo, ya dentro de la semana de
pasión, al día siguiente del domingo de Ramos, es decir, de la entrada
triunfal de Jesús en Jerusalén. Esto es muy importante porque indica que la
controversia entre Jesús y los fariseos ha llegado ya a su culmen, y se
acerca el desenlace del odio de los fariseos hacia Jesús.
En el evangelio de San Mateo este contexto tiene un elemento que lo hace aún
más dramático. En efecto, el día anterior, el domingo de Ramos,
inmediatamente después de la entrada triunfal a Jerusalén, Jesús expulsa por
segunda vez a los vendedores del templo2. De hecho, la controversia del
lunes santo comienza cuando los fariseos le exigen que explique por qué y
con qué autoridad echó a los vendedores del templo (Mt 21,23). Jesús les
hace notar su mala intención y su falta de amor a la verdad y no les
responde (Mt 21,24-27). La disputa con los fariseos había llegado a su punto
más álgido. En este contexto Jesús dice la parábola de hoy.
1. El sentido fundamental de la parábola
El sentido fundamental de la parábola de hoy es el de convencer a los
fariseos de su malicia. Esta malicia consiste en no haber creído en Jesús.
Todo el sentido de la parábola está en la pregunta: "¿Quién de los dos hizo
la voluntad del padre?" (Mt 21,31). La voluntad del Padre es que los hombres
crean en Jesús. Creer en Jesús significa creer que es el Hijo que ha sido
enviado desde el seno del Padre, y creer que es el Mesías sufriente que
purifica al pueblo de sus pecados a través de sus sufrimientos. En Mateo
esto se resume en la confesión de Pedro: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios
vivo" (Mt 16,16).
Los fariseos tenían dos argumentos fortísimos que podían impulsarlos a
creer: los milagros de Jesús y la predicación de Juan Bautista. En Juan
Bautista no creyeron. Y, lo que es todavía peor, cerraron los ojos ante la
evidencia de los milagros de Jesús. San Mateo hace notar esta ceguedad en
este mismo capítulo 21, durante el domingo de Ramos. En efecto, apenas
termina de echar a los vendedores del templo, Jesús hace varios milagros,
curando ciegos y cojos (Mt 21,14). Y entonces dice textualmente San Mateo:
"Mas los sumos sacerdotes y los escribas, al ver los milagros que había
hecho (…) se indignaron" (Mt 21,15). Ven los milagros, reconocen que son
milagros, pero, en lugar de creer en Jesús, se indignan. En esto consiste el
pecado contra el Espíritu Santo: en que viendo lo evidente, no lo reconocen
y no creen. Éste pecado no puede ser perdonado, no por defecto de la
misericordia de Dios, sino porque cierra la posibilidad del arrepentimiento
y la penitencia por parte del pecador.
En el evangelio de San Juan se narra con todavía mayor claridad la malicia
del corazón y la ceguedad de la inteligencia de los fariseos. Después de
narrar el milagro de la resurrección de Lázaro, San Juan dice: "Entonces los
sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo y decían: '¿Qué hacemos?
Porque este hombre realiza muchos milagros. Si le dejamos que siga así,
todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y
nuestra nación'. Pero uno de ellos, Caifás, que era el Sumo Sacerdote de
aquel año, les dijo: 'Vosotros no sabéis nada, ni caéis en la cuenta que os
conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación'. (…).
Desde este día, decidieron darle muerte" (Jn 11,47-50.53). Según San Juan,
la causa de la decisión de darle muerte a Jesús fue el hecho de haber
resucitado un muerto. En esto está la malicia de los fariseos y a esto
apunta la parábola de hoy.
El 'no hacer la voluntad del Padre', el núcleo de la parábola de hoy, no
consiste, en primer lugar, en no cumplir los diez mandamientos. Ciertamente
que se trata de una falta de obediencia, pero se trata, en primer lugar, de
la falta de lo que San Pablo llama 'la obediencia de la fe' (Rm 1,5; 16,26).
Es la inteligencia que no quiere doblegarse ante la revelación del Padre
respecto a su Hijo Jesús. No acepta la cruz de la inteligencia, que es la fe
recta en Jesús, es decir, creer que Jesús es Dios y es Mesías sufriente.
Como fruto de esa 'obediencia de la fe' brota la 'obediencia de las obras',
que consiste en obrar de acuerdo al modelo en que se ha creído. En este
sentido, 'el hacer la voluntad del Padre' incluye también la guarda de los
diez mandamientos.
Precisamente a esto apunta la comparación que Jesús hace entre los fariseos
por un lado, y los publicanos y las prostitutas, por otro. El arrepentirse
del primer hijo significa el creer en Jesús, Dios y Mesías, por parte de
aquellos que cometen pecados gravísimos, muchos y públicos. Dice Santo Tomás
que con 'publicanos y prostitutas' se quiere significar a todos los hombres
pecadores, varones y mujeres. Con 'publicanos' se quiere significar la
avaricia, y con 'prostitutas', la lujuria3.
La conversión de publicanos y prostitutas comienza cuando creen en la
predicación de Juan Bautista, es decir, creen lo que Juan Bautista dice de
Jesús: "Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no
soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará en
Espíritu Santo y fuego" (Lc 3,16). Con esto Juan Bautista manifiesta que
Jesús es Dios. Y también: "He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo" (Jn 1,29). Con esto Juan Bautista manifiesta que Jesús es el Mesías
sufriente que salva a los hombres de sus pecados a través de su sufrimiento.
La obediencia de la fe de los publicanos y prostitutas, con una fe recta en
Jesús, es el punto de partida para el cambio de vida y de conducta. En Lucas
se narra explícitamente la conversión de algunos publicanos a raíz de la
predicación de Juan Bautista (Lc 3,12-13). Por eso hoy Jesús, como
conclusión de la parábola, les dice a los fariseos que los publicanos y
prostitutas 'creyeron' (en griego, epísteusan) en la predicación de Juan
Bautista y ellos no.
2. Dos aplicaciones de Santo Tomás
Una vez que se ha explicado el sentido literal de la parábola se pueden
hacer aplicaciones pastorales. La primera aplicación, la más obvia, es la
siguiente: "Los dos hijos son dos géneros de hombres, justos y pecadores.
Pero no cualquier clase de justos, sino los que se creen justos y se
declaran justos a sí mismos. Y no cualquier clase de pecadores, sino los que
se convierten y hacen penitencia"4. Ésta es la que más nos sirve a nosotros
para guiar nuestra vida espiritual y nuestra vida moral. En este sentido la
conclusión sería: "El amor se debe poner más en las obras que en las
palabras"5. O también, el viejo adagio castellano: "Obras son amores y no
buenas razones".
Nuestro Señor Jesucristo nos enseñó a pedir en el Padre Nuestro: 'Padre, que
yo haga tu voluntad tan perfectamente como la hacen los ángeles en el cielo'
(cf. Mt 6,10). Pero, además, hizo una parábola especialmente para hacer ver
que lo único que cuenta en la religión es hacer la voluntad de Dios. Esta
parábola (Mt 7,20-27) es la de la casa que fue construida sobre arena (= las
puras palabras y las promesas vacías) y la casa que fue construida sobre
piedra (= el cumplimiento de la voluntad de Dios). La conclusión Jesús la
pone al principio de la parábola: "No todo el que me diga 'Señor, Señor',
entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre
Celestial" (Mt 7,21).
Pero Santo Tomás hace también una aplicación muy llamativa. Él dice: "Estos
dos hijos son los clérigos y los laicos"6, es decir, el primer hijo son los
laicos; el segundo, que representa a los fariseos, son los clérigos. Y
comienza a hacer una aplicación sistemática de la parábola a estos dos
géneros de hombres7.
Dice, efectivamente, Santo Tomás: "'Y se acercó al otro hijo', esto es, al
pueblo judío o al clero o a todos aquellos que se creen santos, 'y le habló
de la misma manera'. 'Él respondió: Voy, Señor'. De esta manera, este
segundo hijo está declarando que él es santo y que observa los mandamientos.
En efecto, el pueblo judío dice: 'Señor, todo lo que mandes, lo haremos'. De
la misma manera hablan los clérigos y los religiosos. Después promete ir, y
no va"8. Y entonces cita aquí Santo Tomás un versículo que el profeta
Malaquías dirige a los sacerdotes: "Pero vosotros os habéis extraviado del
camino, habéis hecho tropezar a muchos en la Ley, habéis corrompido la
alianza de Leví, dice el Señor, Dios de los Ejércitos" (Mal. 2,8).
El P. Castellani presenta esta misma actitud de una manera muy real pero
dicha con términos jocosos. El verdadero cristiano (el laico) "es el hijo
que lanzó una puteada cuando su padre lo mandó trabajar, y trabajó; no el
otro que desobedeció después de decir: 'Con mucho gusto, Papi'"9.
Sigue diciendo Santo Tomás: "Luego Jesucristo adapta la parábola a la
realidad, es decir, hace una aplicación. Y ante todo pone una preminencia
(…), que es la de los laicos sobre los clérigos, cuando dice:
'En verdad os digo, los publicanos y las prostitutas os anteceden en el
Reino de Dios'. De una manera muy similar se había expresado Jesucristo
cuando dijo: 'Los últimos serán los primeros' (Mt 20,16)"10.
Santo Tomás, de este modo, señala dos peligros al clero católico. El
primero, decir que sí al llamado de la vocación sacerdotal y a las promesas
hechas el día de la ordenación sacerdotal, y después renunciar a la búsqueda
de la perfección. Esto, con los años, lleva, necesariamente, a la hipocresía
farisaica. El segundo, creer que lo que se realiza ex opere operato en el
alma del que se ordena sacerdote reemplaza la lucha por alcanzar la
santidad. El carácter sacerdotal nos hace obrar in persona Christi ex opere
operato, pero no nos entrega la santidad ex opere operato. San Juan Pablo II
se lo dijo claramente a los obispos: "La Ordenación episcopal no infunde la
perfección de las virtudes"11.
Conclusión
Debemos someter nuestras inteligencias a la obediencia de la fe, teniendo
una fe recta acerca de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, Mesías
sufriente, que no vino a darnos el éxito en esta vida, sino a darnos la
salvación eterna.
Eso debe llevarnos a cumplir todos los preceptos de Jesús, es decir, a hacer
en todo la voluntad de Dios. No importa si nos cuesta mucho, remoloneamos un
poco y al principio no observamos todas las leyes de la educación. Lo
importante es cumplir lo prometido, cumplir la voluntad de Dios. El primer
hijo fue seco y maleducado. Le dijo al padre secamente: "No quiero" (en
griego, ou thélo). Él otro fue sumamente educado e, incluso, lo llama
'Señor': "Sí voy, Señor" (en griego, egó, Kýrie). Pero no hizo la voluntad
del Padre. Por eso, como dice de nuevo el P. Castellani: "No tenemos más
remedio que putear un poco, y después ir y hacer su Voluntad"12.
Notas
2 La primera vez fue al inicio de su ministerio,
cf. Jn 2,13-21.
3 Cf. SANCTI TOMAE DE AQUINO, Super Evangelium S.
Matthaei lectura, caput 21, lectio 2.
4 "Duo filii sunt duo genera hominum, iusti et
peccatores. Non dicuntur iusti quicumque, sed qui profitentur se iustos; et
peccatores non quicumque, sed qui poenitentiam agunt" (SANCTI TOMAE DE
AQUINO, Ibidem; traducción nuestra).
5 SAN IGNACIO DE LOYOLA, Libro de los Ejercicios
Espirituales, nº 230 (Contemplación para alcanzar amor).
6 "Isti duo filii sunt clerici et laici" (SANCTI
TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción nuestra).
7 Respecto a esto dice el P. Castellani:
"Inesperadamente santo Tomás después de proponer la exégesis antigua,
introduce una propia de 'los Laicos y el Clero', identificando a los laicos
con el hijo que primero puteó y al fin hizo el trabajo; y al clero con el
que no hizo nada sino buenas palabras. Parece demasiado anticlerical"
(CASTELLANI, L., Las Parábolas de Cristo, Ediciones
Jauja, Mendoza (Argentina), 1994, p. 285).
8 "Dicit accedens ad alterum hoc est Iudaicum
populum, vel ad clerum, vel qui iustos se dicunt, dixit similiter. At ille
respondens ait: eo, domine. Profitetur iustitiam se servaturum; unde dicit
populus Iudaicus: omnia quaecumque praeceperit dominus, faciemus. Sic etiam
dicunt clerici et quicumque religiosi. Unde promisit ire. Et non ivit"
(SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción nuestra).
9 CASTELLANI, L., Las parábolas de Cristo…, p.
292.
10 "Consequenter adaptat parabolam. Et primo
ponit praeeminentiam gentilium ad Iudaeos, vel laicorum ad clericos; secundo
rationem assignat. Dicit illis amen dico vobis, quod publicani et meretrices
praecedent vos in regno Dei. Simile dictum est supra XX, 16: et erunt
novissimi primi" (SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción nuestra).
11 SAN JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica
post-sinodal Pastores Gregis, sobre el obispo servidor del evangelio de
Jesucristo para la esperanza del mundo, 2003, nº 13.
12 CASTELLANI, L., Las parábolas de Cristo…, p.
293.
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Aplicación: P. Gustavo Pascual, IVE - Los dos hijos Mt 21, 28-32
El padre, dueño de la viña, es Dios.
La viña, es el Reino de los cielos.
El primer hijo, dice no al mandato del padre y después obedece, son algunos
hijos de Israel, los despreciados, los publicanos y meretrices.
El segundo hijo, dijo sí y luego no cumplió la voluntad del Padre, son los
fariseos.
La enseñanza primordial está en el v. 31: "En verdad os digo que los
publicanos y las meretrices os preceden a vosotros en el reino de Dios".
El hijo que dice sí y luego no va a la viña, los fariseos. Ellos, como
conocedores de la ley, eran los primeros que debían haber ingresado en el
Reino, los primeros en recibir a Cristo. Teóricamente decían que sí, para
aceptar al Mesías cuando viniese, pero, de hecho, ante Cristo Mesías,
dijeron que no. Vieron las señales que Cristo hacía como garantía de su
misión, pero no supieron, culpablemente, discernirlas.
Dad, pues, fruto digno de conversión, y no creáis que basta con decir en
vuestro interior: "Tenemos por padre a Abraham"; porque os digo que puede
Dios de estas piedras dar hijos a Abraham13.
Y de ellos dijo el mismo Jesucristo, caracterizando ésta hipocresía
religiosa: "dicen y no hacen"14. Y también dijo: "vosotros ciertamente no
entráis (en el Reino de los cielos); y a los que están entrando no les
dejáis
entrar"15.
El hijo que dice no y luego va a la viña, es decir, el que cumple la
voluntad de Dios, son aquellos despreciados por los fariseos, aquellos con
quien el Señor se juntaba para convertirlos y por los cuales recibió el
reproche de los fariseos. Estos no ingresaron en un principio en el Reino,
pero luego, al saber la obra de Cristo, se convirtieron e ingresaron. Así
por ejemplo: El publicano Zaqueo16, la mujer pecadora17, etc.
El Señor nos llama a todos a su Reino. Dice San Ignacio "todo hombre es
creado para alabar, servir y hacer reverencia a Dios y mediante esto salvar
su alma (obtener el Reino)". Es un llamado universal. A todos nos llama a
cumplir su voluntad: que alcancemos el Reino.
Analicemos cuál de los dos hijos somos y hagamos una aplicación espiritual a
nuestra vida:
Somos el hijo bautizado, que recibió el catecismo, que recibió la fe, que
conoce los mandamientos, que recita el credo, que llena su boca de alabanzas
a Dios, o sea el que dice sí, pero que en la práctica no reconoce al
verdadero Cristo, porque no busca como fin de la vida el Reino de los
cielos, porque no da testimonio con sus obras de ese Reino y cierra las
puertas de ese Reino al que no lo conoce.
Si somos así todavía no cumplimos la voluntad de Dios porque el amor a Dios
y al prójimo no está tanto en las palabras como en las obras.
O somos el hijo que hasta aquí ha sido un hipócrita, que ha dicho ¡soy
cristiano! pero sólo de la boca para afuera y que al escuchar las palabras
del Señor quiere comenzar a vivir siguiendo las enseñanzas de Cristo, quiere
buscar el Reino de Dios y entrar en él. Quiere cumplir la voluntad de Dios e
ir a su viña aunque hasta ahora haya dicho no.
Dichoso el hijo que va a la viña, dichoso el hijo que busca primero el Reino
de Dios y su justicia porque en realidad todos tenemos algo de fariseos que
en mayor o menor grado debemos corregir para dejar el no que le hemos dicho
al Señor y buscar su Reino.
Tomemos el ejemplo de aquellos pecadores del tiempo de Jesucristo y
convirtámonos como ellos ante el testimonio de Cristo.
Ellos por seguir a Cristo dejaron su pecado y se convirtieron en habitantes
del Reino. "En verdad os digo que los publicanos y las meretrices os
preceden a vosotros en el Reino de los cielos".
Jesús insiste en la obediencia a la voluntad de Dios. ¿Cuál de los dos hijos
hizo la voluntad de Dios? El primero.
El amor a Dios se muestra cumpliendo su voluntad. "No todo el que me diga:
Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la
voluntad de mi Padre celestial"18. "Así pues, todo el que oiga estas
palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que
edificó su casa sobre roca"19. "Estos son mi madre y mis hermanos. Quien
cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre"20.
Obras, no sólo palabras, es lo que se necesita de un buen cristiano, mucho
más, en el tiempo presente. En los dos hijos de la parábola hay rebeldía. El
primero al escuchar el mandato del padre. El segundo en el momento de
cumplir lo mandado. El primer hijo es el penitente, el segundo el hipócrita.
El primero rechaza la palabra por estar sumergido en lo mundano, pero una
vez arrepentido de su mala vida, la cumple. El segundo es religioso en
apariencia, manifiesta fidelidad, pero no la tiene.
Hay un tercer hijo, del cual no habla directamente la parábola, el ejemplar
de hijo y que motiva la parábola, el que dijo sí al padre y cumplió su
voluntad. Pero sólo hay un hijo así y es Jesús, modelo al que hay que
imitar.
Los santos imitaron a Jesús y todo el que aspire al cielo debe ser hijo como
el Hijo, como enseña San Pablo a los cristianos de Filipos: "Tened entre
vosotros los mismos sentimientos que Cristo"21, enseñanza que vivía el mismo
Pablo: "no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí"22. Pero, en cierta
manera, todos los santos han sido de la primera clase de hijos hasta
convertirse de verdad.
Hoy día, la mayor parte de los cristianos, pertenecen al primer tipo de
hijos. El modelo de hijo es Jesús. Jesús conoció la voluntad del Padre y la
cumplió con toda perfección y así desde la cruz pudo decir: "todo está
cumplido"23.
Jesús recrimina a los fariseos, que eran los hombres religiosos de su época,
no escuchar al Bautista ni creer en él y, en consecuencia, desconocer al que
el Bautista señaló como Mesías. En cambio, sí lo escucharon los pecadores y
se hicieron bautizar en preparación al perdón que les traía Jesús, el cual,
vino como Médico divino a sanar a los enfermos.
Jesús les llama la atención por no haber escuchado a Juan. Nosotros hoy
escuchamos a uno que es mayor que Juan: "Si oís hoy su voz, no endurezcáis
vuestros corazones como en la Querella"24. Hoy ve a mi viña, nos dice Dios.
El segundo hijo de la parábola tiene una religión exterior que es pura
apariencia. Su interior está lejos de Dios. El fariseísmo se muestra hermoso
por fuera pero por dentro está descompuesto y algún día sale el gusano al
exterior como sucedió en la muerte de Jesús.
El fariseo odia a su hermano que hizo la voluntad de Dios, al que se asemejó
al Hijo modelo, y lo odia porque en definitiva odia a Jesús y odia a Dios.
No quiere que se cumpla la voluntad de Dios sino su propia voluntad o la de
su padre el diablo.
Otro aspecto que podemos considerar en la parábola es la obediencia. ¿Cuál
obedeció? El primer hijo.
Ninguno tiene una obediencia perfecta, aunque es menos imperfecta, la del
primer hijo porque realizó lo mandado aunque fue rebelde en el primer
momento.
La desobediencia es fruto de la soberbia. La obediencia es fruto de la
humildad. La desobediencia es del diablo, desobediente desde el principio.
La desobediencia, bajo capa de libertad, constituye la esencia del mundo.
Hoy día se estima muy poco la obediencia porque se ha destruido el concepto
de autoridad. Si no hay autoridad no hay obediencia, hay una aparente
libertad que lleva a la anarquía. Todos somos iguales en algunos aspectos,
en otros hay una jerarquía.
La obediencia es una virtud muy difícil de practicar. Para obedecer hay que
renunciar a la propia voluntad y someterla a la voluntad de otro. Sin
embargo, en ese otro, constituido como autoridad, obedecemos a Dios, hacemos
su voluntad.
Por la parábola Jesús quiere enseñarnos a obedecer al Padre celestial. Jesús
es ejemplo perfecto de obediencia25.
Y ¿la voluntad de Dios coacciona mi libertad? No, al contrario, la
plenifica.
Decimos obedecer a Dios pero ponemos entre paréntesis lo que nos manda la
Iglesia o nuestros superiores, "quien a vosotros os escucha, a mí me
escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza
a mí, rechaza al que me ha enviado"26.
Hay que estar atento a las inspiraciones de Dios. Muchas veces, Cristo se
preanuncia con inspiraciones que nos vienen por distintos medios. Luego
Cristo viene para darse más intensamente a nosotros.
Por otra parte, conviene analizar nuestras infidelidades a Dios. Ver cuántas
veces nos inspiró Jesús y lo rechazamos. Para que nos cuidemos para la
próxima vez.
Los judíos fueron infieles a las inspiraciones de Dios que les llegaron
principalmente por los mensajeros de Dios, los profetas. El último de ellos,
Juan Bautista.
Averiguan con qué autoridad bautiza Juan y Juan les revela la condición de
su bautismo y les señala veladamente la presencia del Mesías, pero ellos
rechazan su testimonio y desprecian su autoridad. También desoyen su llamado
a la conversión27.
Luego indagan sobre la autoridad de Jesús, porque ven que hace milagros en
el templo, porque expulsa a los vendedores y porque lo proclaman "hijo de
David"28 y Él les hace conocer el fundamento de su autoridad indirectamente.
Tienen que volver a Juan y a su testimonio si quieren reconocer su
autoridad. Como no quieren, tampoco reconocen a Jesús29.
Jesús les hace ver que por haber rechazado a Juan lo han rechazado a Él y al
Reino de Dios.
No hicieron caso a las inspiraciones, a las voces que precedieron al Mesías,
y no prepararon el corazón, luego, no reconocieron al Mesías30.
Está bien investigar, como autoridades religiosas, la autoridad de los que
enseñan algo religioso, lo que está mal es hacer una investigación
hipócrita. Quieren saber la autoridad pero rechazan los signos que acreditan
esa autoridad. No los consideran.
Es necesaria la reflexión, un discernimiento de las inspiraciones, pero un
discernimiento sincero que nos libre de la rebeldía o de la precipitación.
El primer hijo de la parábola fue rebelde y precipitado contestó ¡no quiero!
a la voluntad de su padre.
La reflexión nos libra de una respuesta farisaica que en definitiva es
inconsideración ¡voy, señor!, dijo el segundo hijo de la parábola, y no fue.
Respondió con la voz pero su corazón no quería la voluntad del padre e
impuso su propio querer, su voluntad.
Una nueva reflexión de nuestro obrar, aunque hayamos sido rebeldes en un
primer momento, nos puede convertir para volver al querer del padre. Los
publicanos y las prostitutas convirtieron su corazón por la predicación de
Juan y recibieron el Reino de Dios y a su Enviado.
La inconsideración de las autoridades religiosas, nacida de su propia
voluntad, anuló toda reflexión y rechazó de raíz la predicación y la
autoridad de Juan y por ende al que Juan proclamaba.
Notas
13 Mt 3, 8-9
14 Mt 23, 3
15 Mt 23, 13
16 Lc 19,1-10
17 Lc 7, 37
18 Mt 7, 21
19 Mt 7, 24
20 Mc 3, 34-35
21 Flp 2, 5
22 Ga 2, 20
23 Jn 19, 30
24 Hb 3, 8
25 Cf. Flp 2, 5-8
26 Lc 10, 16
27 Cf. Jn 1, 19-28
28 Cf. Mt 21, 1- 17
29 Cf. Mt 21, 23-27
30 Cf. Lc 7, 30
cortesía iveargentina