Domingo 25 del Tiempo Ordinario A - 'Id también vosotros a mi viña' - Comentarios de Sabios y Santos II: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
Exégesis: W. Trilling Parábola de los obreros de la viña (Mt 20,1-16)
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - La parábola de los obreros de la viña
Aplicación: P. José A. Marcone, IVE - Los obreros de la última hora (Mt 19,30 - 20,16)
Aplicación: Benedicto XVI - Obrero de la Viña
Aplicación: P. Gustavo Pascual, IVE - Los obreros de la viña Mt 20, 1-16
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis: W. Trilling Parábola de los obreros de la viña (Mt
20,1-16)
(En algunos manuscritos a continuación del v. 16 siguen las siguientes
palabras: "Porque muchos son los llamados, pero pocos los escogidos." (…).)
(…) En la pregunta de Pedro se trató de la recompensa (Mat_19:27), en la
parábola también se trata de lo mismo. Allí Jesús en su respuesta habló de
una recompensa muy superior, que es la vida eterna (Mat_19:29). Aquí al
último se le da un jornal que es mucho mayor del que puede esperar la
justicia. Allí en la frase final (Mat_19:30) se invirtió la norma humana
mediante la decisión divina, aquí sucede lo mismo. Así pues, el relato está
interiormente enlazado con lo precedente por medio de varios hilos.
Escucharemos la parábola tal como nos la da a entender el evangelista, es
decir como ulterior instrucción sobre la recompensa de Dios para los
discípulos, y también sobre nuestra recompensa, que esperamos conseguir. El
suceso que Jesús describe está tomado de la vida real, como en la mayoría de
las parábolas. En efecto, hay hombres que en el mercado aguardan que alguien
les contrate como jornaleros.
Un denario corresponde al salario medio de un día de trabajo. Se puede
comprender que el dueño de la viña contrate obreros varias veces, porque la
necesidad eventual de trabajo es muy grande, si se piensa en el tiempo de la
vendimia. Suena algo raro que el dueño de la viña contrate obreros hacia la
hora nona, más aún hacia la hora undécima. No es probable que poco antes de
terminar el trabajo, todavía haya hombres que esperen ganar algo aquel día.
Tampoco es probable que el dueño de la viña recorra por cuarta vez el camino
del mercado. Con todo se fundan estos rasgos en la disposición del relato.
Explican el suceso sin hacerlo inverosímil. Sólo con los primeros
trabajadores se concierta el jornal; de los segundos sólo se dice sin
precisar que recibirán lo que sea justo. También esto prepara la liquidación
del salario tal como debe efectuarse al final del relato, que se narra
minuciosamente y de un modo diáfano en conjunto, pero sólo como preparación
para el punto principal. El pago de los jornales al atardecer nos indica el
objeto de la parábola. El dueño encarga a su administrador que después de
terminar el trabajo pague el jornal comenzando por los últimos y acabando
por los primeros. Tiene que seguirse este orden, para que los primeros vean
cómo se paga a los últimos, cuando aquellos aún no se hayan ido con su
sueldo. Mientras se les paga, se advierte en seguida la indignación de los
obreros y también nuestro asombro. Los últimos cobran el mismo jornal que se
concertó con los primeros, un denario por el corto tiempo de trabajo. Es muy
comprensible que se levante una murmuración. Los siguientes esperan cobrar
más, puesto que a los últimos ya se les ha pagado un denario. Pero todos
cobran lo mismo. La conducta del dueño de la viña se puede llamar
arbitrariedad extravagante, enorme despreocupación o injusticia directamente
social. Así piensan aquí los obreros, así piensa el hombre en general. ¿Cómo
se justificará el dueño? Nuestra conciencia social sumamente sensible está
intranquila.
En la respuesta en primer lugar se trata de la cuestión de la justicia. A
los primeros no se les hace ningún agravio por el hecho de que se les pagara
el jornal que se había concertado, o sea un denario por la jornada. Aunque
los otros recibieran lo mismo, no por eso se perjudica a los primeros. El
propietario también ha conocido y manifestado que los murmuradores en fin de
cuentas no protestaban por ver que se quebrantaba la justicia, sino por
envidia personal. ¿O es tu ojo malo...? El ojo-malo revela una mala manera
de pensar o un corazón ofuscado. "Pero si tu ojo está enfermo, todo tu
cuerpo quedará en tinieblas" (6,23a). La indignación no la ha causado el
celo por el debido orden sino la rivalidad y la malicia. Pero eso sólo es
una parte de la respuesta. La parte principal está en el contraste entre los
dos miembros siguientes: ¿O es tu ojo malo, porque yo soy bueno? El
propietario no procedió por un capricho inconsiderado o por una injusticia
consciente, sino por bondad. Eso es lo que propiamente importa. El
propietario no quiso dañar a los primeros, sino que quiso ser generoso con
los demás. Su manera de pensar ya no se revela como la manera de pensar de
un propietario rural terreno, sino como la manera de pensar del Padre
divino. El propietario rural no podría decir de sí tranquilamente: "¿Es que
yo no puedo hacer en mis asuntos lo que quiera?" Pero Dios sí puede hacer lo
que quiera. Porque la recompensa que él tiene que dar, no hay que
conseguirla por causa de la justicia, sino por razón de la gracia. No se
puede merecer la vida eterna, sino que se adjudica al hombre como don libre.
En la vida eterna dejan de existir la lógica humana y la inteligencia
calculadora, más aún, deben ser superadas directamente en esta pregunta del
propietario. En Dios están vigentes otras reglas. porque Dios piensa de otra
manera. Y tiene que pensar de otra manera, porque su recompensa es distinta
del jornal pagado por el rendimiento del trabajo del hombre. El Dios
propietario puede regalar libremente lo que quiera. Y el hombre no le puede
impedir que dé a quien quiera y cuanto quiera. Lo único que debemos saber es
que Dios da por bondad. Sólo podemos fiarnos de la bondad de Dios y contar
sólo con ella. Nunca se puede contar con el rendimiento del propio trabajo,
con el supuesto titulo jurídico, con la correspondencia entre rendimiento y
jornal. Estas cosas son muy importantes para el orden de nuestra vida entre
los hombres, pero tienen muy poco valor y son inválidas en el orden divino
de la gracia, y nuestra parábola sólo habla de este orden. Contiene una de
las grandes revelaciones de Dios y de su modo de pensar como la contiene la
parábola del deudor despiadado (18,22-35), aunque sea de una forma distinta.
Los rabinos calculaban la recompensa y establecían para cada obra buena un
correspondiente sueldo divino. Mediante la parábola se suprime este modo de
pensar sobre la recompensa. ¿Qué podríamos esperar, si se pagara la
recompensa según nuestro rendimiento? ¡Qué esperanza puede tener ahora quien
crea que Dios también puede proceder con él por bondad y que no tiene que
proceder por justicia!
(TRILLING, W., Evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su
mensaje, Herder, Barcelona, 1969)
Volver Arriba
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - La parábola de los obreros de
la viña
Introducción para entender la parábola
3. ¿Qué nos quiere decir el Señor con esta parábola? Porque lo que se dice
al principio no concuerda con lo que se dice al fin, sino que más bien se
afirma lo contrario. La parábola nos presenta a todos los trabajadores
recibiendo el mismo jornal; y no que se rechace a unos y se admita a otros.
El Señor, empero, tanto antes de la parábola como después de ella, dice lo
contrario, a saber, que los primeros serán los últimos, y los últimos los
primeros. Es decir, primeros que los mismos primeros, que no seguirán ya
siendo los primeros, sino que habrán pasado a ser los últimos. Y que esto
quiera significar, se ve por lo que añadió: porque muchos son llamados, y
pocos escogidos. De suerte que por doble modo hiere a los unos y consuela y
anima a los otros. Mas la parábola no dice eso, sino que los últimos serán
iguales a los que mucho se distinguieron y trabajaron. Porque: Los has hecho
-dice- iguales a nosotros, que hemos soportado el peso del día y el calor.
¿Qué es, pues, lo que dice la parábola? Esto es lo que ante todo es menester
poner en claro para resolver luego la otra dificultad. Ahora bien, viña
llama a las ordenaciones y mandamientos de Dios; tiempo de trabajo es la
presente vida; obreros, a los que de diversos modos son llamados a la guarda
de los
mandamientos de Dios; horas de la mañana, de tercia, sexta, nona y undécima,
a los que en diversas edades se vuelven a Dios y se distinguen por su
virtud. Ahora el problema consiste en si los que han venido primero y se han
distinguido brillantemente y han agradado a Dios y han brillado por sus
trabajos el día entero, al fin se dejan dominar de aquella pasión, suma de
la maldad, cual es la envidia y malquerencia. Porque, viendo a los otros que
reciben la misma paga que ellos, dicen: Estos últimos no han trabajado más
que una hora y los has equiparado con nosotros, que hemos soportado el peso
del día y el calor. Sin que a ellos hubiera de seguírseles daño alguno, sin
que su paga se disminuyera un ápice, se enfadan y apenan por el bien de los
otros, lo que constituye la esencia misma de la envidia y malquerencia.
Y hay más, y es que el mismo amo, justificándose a sí mismo y defendiéndose
ante el que así había hablado, le condena por su maldad y extrema envidia:
¿No te conviniste conmigo en un denario? Pues toma lo tuyo y márchate,
porque yo quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿Porque yo soy bueno,
has de ser tú envidioso? ¿Qué se trata, pues, de demostrar con esto? A la
verdad, lo mismo cabe observar en otras parábolas. Así, con ese mismo
sentimiento de envidia se nos presenta el hijo virtuoso al ver el honor que
se daba a su hermano, el hijo disoluto, a quien se honraba más que a él
mismo. Porque como estos trabajadores gozaron de la preferencia de cobrar
los primeros, así el pródigo era más honrado que su hermano por la
muchedumbre de agasajos que le hace su padre. Y bien lo atestigua el hijo
virtuoso.
¿Qué hay, pues, que decir a todo esto? Ante todo, que no hay nadie en el
reino de los cielos que necesite justificarse echando a nadie en cara tales
vicios. ¡Dios nos libre de pensarlo! Limpio está aquel lugar de toda envidia
y malevolencia. Porque si aun estando en la tierra dan los santos sus vidas
por los pecadores, con cuánta más razón no se alegrarán viéndolos gozar en
el cielo de los bienes que allí les están reservados, y que ellos consideran
como propios.
¿Por qué, pues, dio el Señor esta forma a la parábola? Porque se trata
justamente de una parábola, y en las parábolas no hay que llevar
averiguación de sus últimos pormenores a la letra, sino mirar el fin porque
fue compuesta y, éste comprendido, no llevar curiosidad más adelante.
Sentido de la parábola
¿Por qué fin, pues, fue compuesta esta parábola y qué es lo que trata de
conseguir? Lo que la parábola intenta es animar más y más a los que en su
última edad se han convertido a Dios y han corregido su vida y no
consentirles que se tengan por inferiores. Y ésta es justamente la razón por
que nos presenta a otros malhumorados por los bienes de aquellos rezagados,
no porque realmente se consuman y mueran de envidia, ni mucho menos. Lo que
con eso se nos quiere hacer ver es que gozan aquéllos de tan grande honor
que pudiera hasta causar envidia. Es lo mismo que hacemos nosotros muchas
veces, cuando decimos: "Fulano me reprendió de que te haya hecho tanto
honor". Con lo que no queremos decir que realmente hayamos sido reprendidos
ni intentamos desacreditar al otro, sino mostrar la grandeza del regalo que
hicimos al amigo.
Mas ¿por qué no los contrató a todos al principio? En cuanto del amo
dependía, a todos los contrató; pero si no todos le obedecieron al mismo
tiempo, la diferencia dependió de la distinta disposición de los que fueron
llamados. De ahí que unos son llamados de mañana, otros a la hora tercia,
sexta y nona, y hasta a la undécima, cada uno en el momento que ha de
obedecer al llamamiento.
Esto es lo que declara también Pablo cuando dice: Mas cuando le plugo al
Dios que me separó del vientre de mi madre... (Gál.1,15). ¿Y cuándo le
plugo? Cuando había de obedecerle. Por parte de Dios, desde el principio lo
hubiera querido; mas como Pablo no hubiera querido, entonces le plugo a
Dios, cuando él había de rendirse. De este modo llamó también al ladrón, a
quien indudablemente podía haber llamado antes. Pero no le hubiera
obedecido. Porque si Pablo no le hubiera respondido antes, mucho menos el
ladrón.
Ahora bien, si los obreros mismos dicen aquí que nadie los había contratado,
en primer lugar, como ya queda dicho, no todo se ha de averiguar menudamente
en las parábolas, y luego, que no es el amo, sino los trabajadores, quienes
aquí dicen eso. El, sin embargo, no los reprende, pues pudieran
desalentarse, y lo que quiere es atraérselos. Por lo demás, que, por lo que
a El tocaba, los había llamado a todos desde el principio, la parábola misma
lo da a entender al decir que salió a contratarlos desde por la mañana.
Pero todos deben practicar la virtud
4. Por todas partes, pues, resulta evidente que la parábola dirige a los que
desde la primera edad, por un lado, y a los que en la vejez y más
tardíamente, por otro, se dan a la virtud: aquéllos, porque no se engrían ni
insulten a los de la hora undécima; a éstos, para que sepan que pueden en
breve tiempo recuperarlo todo.
Y es así que, como antes había hablado acerca del fervor, del abandono de
las riquezas y desprecio de cuanto se tiene, y esto requería un gran
esfuerzo y un aliento juvenil, para encender en ellos la llama de la caridad
y darles temple de voluntad, les hace ver la posibilidad, aun habiendo
llegado tarde, de recibir paga de todo el día. Pero esto no se lo dice por
el peligro de que también éstos se desvanezcan, sino que les muestra que
todo es obra de su benignidad, y que, gracias a ella, tampoco ellos serán
preteridos, sino que gozarán de bienes inefables.
Y esto es lo que señaladamente quiere el Señor dejar bien asentado por medio
de esta parábola. Y no es de maravillarse si luego añade: De este modo serán
los últimos primeros, y los primeros últimos. Y: Porque muchos son llamados
y pocos escogidos. Porque eso no lo dice como deducido de la parábola, sino
que quiere sólo dar a entender que como sucedió lo uno, sucederá lo otro.
Porque aquí no fueron los primeros últimos, sino que todos, contra lo que
podían esperar y barruntar, recibieron el mismo pago. Ahora bien, al modo
como esto sucedió, contra toda esperanza y barrunto, y los últimos vinieron
a ser iguales que los primeros; así también sucederá lo que es más extraño
que eso, a saber, que se pongan los últimos delante de los primeros y los
primeros vengan detrás de los últimos. De suerte que una cosa es lo uno y
otra lo otro.
Y, a mi parecer, eso de los últimos y primeros lo dice el Señor, de una
parte, por alusión a los judíos, y también a aquellos cristianos que
brillaron al principio por su virtud, pero se descuidaron luego y se
quedaron atrás; de otra, por aquellos que, convertidos de la maldad,
sobrepujaron luego a muchos por su virtud. Vemos, en efecto, que tales
transformaciones se dan tanto en el terreno de la fe como en el de la
conducta.
Por eso, yo os exhorto a que pongáis el mayor empeño no sólo en manteneros
en la recta fe, sino también en llevar una vida irreprochable. Porque, si
nuestra vida no corresponde a nuestra fe, sufriremos el último suplicio.
Esto nos quiso dar a entender el bienaventurado Pablo, tomando pie de los
antiguos ejemplos, cuando decía: Todos comieron la misma comida espiritual y
todos bebieron la misma espiritual bebida, y añade seguidamente que no todos
se salvaron: Porque quedaron tendidos en el desierto (1Cor.10,3-
5).
Y nos lo dio también a entender Cristo en el Evangelio al presentarnos
algunos que, después de haber expulsado demonios y haber profetizado, fueron
conducidos al suplicio. Por otra parte, todas sus parábolas, por ejemplo, la
de las vírgenes, la de la red, la de las espinas, la del árbol infructuoso,
requieren la virtud demostrada por las obras.
A la verdad, sobre doctrinas, raras veces habla el Señor, pues es cosa que
no exige grande esfuerzo. De la vida, empero, habla muchas veces, o, por
mejor decir, siempre, pues aquí la guerra es continua, y
donde hay guerra hay trabajo. Y no hablemos de la conducta entera; una parte
de ella que se omita nos trae grandes males. Así, la omisión de la limosna
conduce al infierno a quienes en ella faltan. Y ciertamente la limosna no es
toda la virtud, sino una parte de ella. Más por no haberla tenido fueron
castigadas las vírgenes fatuas y por lo mismo se abrasaba el rico glotón en
el infierno, y los que no dan aquí de comer al hambriento son condenados
juntamente con el diablo.
Por modo semejante, no injuriar al prójimo es parte mínima de la virtud, y,
sin embargo, ello solo basta para expulsar del cielo a quienes no la
practiquen: Porque el que dijere "necio" a su hermano-dice el evangelio-será
reo del fuego del infierno (Mt.5,22). La castidad misma es también una
parte, y, sin embargo, sin ella nadie verá al Señor: Seguid -dice el
Apóstol- la paz y la castidad, sin la cual nadie Verá al Señor (Heb.12,14).
Y la humildad es también una parte de la virtud, y, sin embargo, por más que
uno lleve a cabo otros actos de bien, pero no practica la humildad, es
impuro delante de Dios, como lo demuestra el caso del fariseo, que, no
obstante abundar en tantos bienes, por falta de humildad los perdió todos.
Mas por mi parte, yo me apresuro a decir algo más que todo eso. No sólo nos
cierra el cielo la omisión de una parte de ésas, sino que, aun dado caso que
la practiquemos, pero no con la intensidad y perfección convenientes, el
efecto es el mismo. Porque: Si vuestra justicia -nos dice el Señor- no fuere
más copiosa que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de
los cielos (Mt.5,20). Así, aun cuando des limosna, si no das más que los
escribas y fariseos, no entrarás en el reino de los cielos. ¿Y cuánta
limosna -me dirás- daban ellos? Eso es lo que yo quiero decir ahora, a fin
de que, quienes no dan, se animen a dar, y los que ya dan, no se engrían por
ello, sino que mas bien la acrecienten.
¿Qué daban, pues, los fariseos? Ante todo, el diezmo de todo lo que poseían;
luego, otro diezmo, y aun sobre éste, un tercero. De modo que
aproximadamente daban un tercio de su hacienda, pues ello viene a resultar
de los tres diezmos juntos. Y juntamente con eso, aún quedaban las
primicias, los primogénitos y muchas otras donaciones; por ejemplo, por los
pecados, por las purificaciones, las de las fiestas, las del jubileo, las
del saldo de las deudas, las de la libertad de los esclavos y de los
préstamos sin interés. Ahora bien, si el que da este tercio de su hacienda,
o más bien la mitad, puesto que junto todo lo dicho viene a resultar la
mitad, no hace nada extraordinario, ¿qué merecerá el que no da ni la décima
parte? Con razón, pues, decía el Señor que son pocos los que se salvan.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía
64,3-4, BAC, Madrid,
1956, Tomo II, p. 323 - 328)
Volver Arriba
Aplicación: P. José A. Marcone, IVE - Los obreros de la última hora
(Mt 19,30 - 20,16)
Introducción
"La parábola de los Obreros de la Hora Undécima es la más difícil que hay en
el Evangelio"1. Por esta razón, para poder interpretarla correctamente, será
conveniente más que nunca, recordar el principio básico de las parábolas de
Cristo: cada una de ellas dejan una sola enseñanza global y hay que resistir
a la
tentación de alegorizar, es decir, de encontrar para cada detalle de la
parábola un significado particular. No que en ellas haya algo que sobre o
que sea puro ornamento, como erróneamente afirmaba Maldonado. Se trata de un
justo equilibrio: en las parábolas de Cristo no sobra nada, son perfectas,
pero no son alegorías en las que cada detalle tiene un significado
teológico.
Lo que se dice de Santo Tomás de Aquino acerca de sus obras teológicas se
aplica de la misma manera a sus comentarios de la Sagrada Escritura: "En sus
libros aprovecha más el hombre en un solo año que en el estudio de los demás
durante toda la vida"2. Así sucede con esta parábola: más aprovecha el
hombre leyendo media hora el comentario de Santo Tomás a San Mateo que
leyendo muchas horas los otros comentarios3.
1. El mensaje central de la parábola
El primer gran acierto de Santo Tomás es ubicar nuestra parábola en su
contexto amplio, es decir, en la unidad constituida por los capítulos 19 y
20 de San Mateo. Para Santo Tomás el tema principal de esos dos capítulos es
la entrada en el Reino. Reino entendido en sentido amplio, es decir, tanto
la Iglesia militante como la Iglesia triunfante. Dice Santo Tomás: "En el
capítulo 19, el Señor trata acerca de la entrada al Reino por la vía común
de salvación (se refiere al matrimonio, Mt 19,1-12) y por la vía de
perfección (se refiere al sacerdocio y la vida consagrada, el joven rico, Mt
19,14-30). Y dado que algunos creen que pueden entrar de una manera
indebida, por eso los rechaza. Y esto lo hace en el capítulo 20. Primero
rechaza a aquellos que quieren entrar al Reino basados en la anterioridad
temporal (propter temporis antiquitatem; se refiere a la parábola de hoy, Mt
20,1-16). En segundo lugar, rechaza a aquellos que quieren entrar al Reino
basados en el origen carnal (propter carnis originem; se refiere a los hijos
del Zebedeo que piden los primeros puestos por ser hijos del Zebedeo, Mt
20,17-34)"4.
Por lo tanto, según Santo Tomás, esta parábola está dirigida a rechazar y
confutar a aquellos que pretenden entrar y pertenecer al Reino basados en
prerrogativas humanas. Si bien Santo Tomás reserva la expresión propter
carnis originem ('a causa del origen carnal') para los hijos del Zebedeo,
sin embargo, el pretender entrar y pertenecer al reino propter temporis
antiquitatem ('a causa de la antigüedad o anterioridad en el tiempo') es,
propiamente hablando, también un 'origen carnal'. Y Dios de ninguna manera
se deja condicionar por los orígenes carnales o humanos. Éste es el núcleo,
la esencia de la parábola de hoy.
Mil veces hemos escuchado la explicación de esta parábola aplicada a las
distintas etapas de una vida humana (niñez, adolescencia, juventud, adultez,
senectud). Y esto no está mal, siempre y cuando se haga la aclaración que
hace Santo Tomás. No se trata estrictamente de un análisis del hombre según
las etapas de su vida sino de explicar que no hay preeminencia alguna a
causa de prerrogativas que tienen su origen en condicionamientos humanos,
como es, en este caso, la anterioridad o antigüedad en la aceptación del
Reino.
Quizá la palabra clave de la parábola de hoy sea ésta: origen. La parábola
de hoy también podría resumirse de la siguiente manera: para Dios no vale
nada el origen humano; para Dios no vale nada la procedencia humana.
El texto que mejor expresa, quizá, esta realidad es Jn 1,12-13. Allí se dice
que, a los que recibieron al Verbo "se le dio potestad de ser hijos de Dios
(…), a aquellos que no nacieron (egennéthesan) ni de sangre (ek haimáton) ni
de voluntad de la carne (ek thelématos sarkós) ni de voluntad de hombre (ek
thelématos andrós) sino que nacieron de Dios". En este breve versículo están
todas las palabras claves que sirven para rechazar y confutar a aquellos que
quieren entrar al Reino por algún título humano, al igual que sucede con
nuestra parábola de hoy, como dice Santo Tomás.
Efectivamente, en Jn 1,13 se dice que 'no nacieron'. Se usa aquí el verbo
gennáo, que significa 'nacer' y de donde provienen las palabras castellanas
'engendrar', 'génesis', 'género', 'gen'5, 'generación'6, etc. ¿De dónde no
fueron engendrados? Ni de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la
voluntad de varón. Es imposible rechazar de una manera más insistente y más
clara el origen humano para llegar a ser 'hijos de Dios', es decir,
pertenecer al Reino7.
Dios no se atiene a la carne. Dios es absolutamente soberano, independiente,
autónomo. Dios es libre en sentido absoluto. Dios es emancipado, es decir,
libre de toda patria potestad, de toda tutela o servidumbre, de cualquier
clase de subordinación o dependencia. Dios es exento, es decir, no sometido
a ningún condicionamiento ni jurisdicción. Dios está separado de cualquier
influencia. Dios está desembarazado de cualquier condicionamiento humano.
Dios es "el Trascendente". He aquí el mensaje principal de la parábola de
hoy.
Por esta razón es que la Iglesia quiere poner como primera lectura ese texto
del profeta Isaías: "Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos,
ni vuestros caminos son mis caminos - oráculo del Señor -
. Porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos
a los vuestros y mis pensamientos
a los vuestros" (Is 55,8-9).
2. Algunas particularidades de la parábola
La explicación de algunas de las particularidades de la parábola nos ayudará
a comprender más profundamente el mensaje central. En primer lugar, el que
unos hombres sean conchabados para trabajar con un salario representa a los
hombres que son llamados a trabajar "al servicio de Dios"8 dentro de la
Iglesia Católica y, por ese trabajo, ganan méritos9. Pero esos méritos no
están sujetos a una regla fija que pueda medirse según los esfuerzos
humanos, sino que están sujetos a la libertad y a la misericordia de Dios. O
mejor, a la libérrima misericordia de Dios. O mejor todavía, a la
misericordiosísma libertad de Dios.
El haber sido llamados a ocupar un puesto en la Iglesia para estar al
servicio de Dios en su viña es, ya de por sí, un acto de misericordia. Y el
premio o salario que recibiremos por nuestro trabajo, los méritos, son
también un acto de misericordia. Todos nuestros méritos no tendrían ningún
fundamento si no fuera por los méritos que ganó Jesucristo en su pasión. Por
eso, con mucha razón, decía el P. Martín Descalzo hablando con Dios: "Me da
un poco de risa eso de que nos vas a dar el cielo como premio. ¿Como premio
de qué? Eres un tramposo: nos regalas tu cielo y encima nos das la impresión
de haberlo merecido"10.
Santo Tomás lo dice de una manera más teológica: "Con otros (los de la hora
tercia y los que siguen) no convino en ningún precio porque Él siempre paga
más de lo que promete. Como dice San Pablo citando a Isaías: 'Ni el ojo vio
ni el oído oyó lo que Dios preparó para los que le aman' (1Cor 2,9)"11. Y
también dice Santo Tomás: "El administrador del rey no puede dar algo sino
según los méritos del obrero; pero el rey sí puede dar sin méritos.
Igualmente, Dios, que es Señor de todos, puede dar sin méritos, como dice el
Sal 113,11: 'Todo lo que quiere lo hace'. Y San Pablo: '¿Quién puede
resistir a su voluntad?' (Rm 9,19). Aquí es importante notar que en aquello
que se da por misericordia es imposible que haya acepción de personas,
porque de aquellas cosas que me pertenecen legítimamente yo puedo dar lo que
quiero y cómo quiero sin que haya acepción de personas"12.
Esto se aplica a todos los obreros que vienen de la hora tercia en adelante,
pero se realiza de una manera más patente aún con los obreros de la hora
undécima, es decir, los que empezaron a trabajar a las cinco de la tarde.
Los de la primera hora quieren recibir el denario a causa de su anterioridad
en el tiempo (propter temporis antiquitatem), que es una forma de título
apoyado en la carne, en la sangre o en la voluntad de hombre (cf. Jn 1,13).
Lo que en la parábola es una diferencia de tiempo (seis, nueve, doce, tres
de la tarde, cinco de la tarde), en la enseñanza de la parábola es una
diferencia entitativa, es decir, lo que en los hombres es nobleza, riqueza,
virtud, responsabilidad, capacidad de trabajo, erudición o cualquier otro
tipo de título humano.
Y esto los lleva a caer en el pecado de envidia y la consiguiente
murmuración, como dice San Juan Crisóstomo13. Y el título ex carnis originem
que esgrimen es el de haber trabajado duramente durante todo el día y haber
soportado el calor agobiante: "Hemos soportado el peso del trabajo y el
calor durante toda la jornada" (Mt 20,12). Éste es el privilegio que blanden
como un título que les da derecho a los dones de Dios: sus fuerzas humanas,
su capacidad de trabajo, sus estudios llevados con esfuerzo, etc. Son todos
títulos humanos. Son todas cosas que proceden ex carnis.
Lamentablemente, la Iglesia está llena de estos señores que, sin alejarse de
la Iglesia ni perder la gracia santificante, le quieren corregir la plana a
Jesucristo. Son ellos los que quieren decidir a quién y cómo va a bendecir
Dios. De esta raza eran aquellos hombres del evangelio que rechazaban a
Cristo porque provenía de Galilea. Cuando Nicodemo les dice que la Ley de
Moisés manda escuchar al acusado antes de condenarlo, ellos responden:
"¿También tú eres de Galilea? Indaga y verás que de Galilea no sale ningún
profeta" (Jn 7,52).
Pero el Señor no renuncia a sus derechos de Señor. Con mucha caridad pero
también con mucha firmeza le dice a uno que los representa a todos: "Yo soy
el Señor y soy libre, independiente y autónomo.
Vos no me vas condicionar con tus pensamientos humanos. Y mucho menos me vas
a condicionar con tu
envidia por los dones que yo derramo sobre aquellos que vos considerás
indignos. Toma lo tuyo y vete".
Ese 'vete' (en griego, hýpage) no implica ninguna excomunión ni castigo
particular. Dice Santo Tomás: "Algunos explican este trozo de la siguiente
manera: 'Toma lo tuyo', es decir, la condenación eterna por murmurar, y
'vete' al fuego eterno. Pero esto no puede ser, porque el evangelio dice que
cada uno recibió un denario"14. Simplemente quiere decir: 'Goza del Reino y
de mis dones en la medida en que eres capaz. Pero te advierto que no has
comprendido profundamente la naturaleza del Reino y mucho menos la
naturaleza de Dios'.
Se trata de una enfermedad espiritual, de una 'miopía espiritual', porque no
ven más allá de sus narices. Se trata también de una 'bizquera o estrabismo
espiritual', porque tienen los dos ojos enfocados hacia ellos mismos.
Además, es una bizquera porque los ojos se les extravían apuntando a
direcciones distintas cuando ven grandes dones en hombres que ellos
consideran indignos. Y por eso esa enfermedad se llama 'envidia' que
significa 'el acto de mirar con malos ojos'. La palabra 'envidia' viene del
verbo latino in-videre, que significa 'ver con malos ojos' o 'aojar'15. Esto
responde exactamente a la frase que Jesús le dice en su original griego: "Tu
ojo es malo" (ho ophthalmós sou ponerós estin; Mt 20,15). Algunas biblias
traducen directamente: "¿O te da envidia?".
3. Todo es gracia… pero hay que laburar
Tanto la iniciativa del llamado para pertenecer al Reino (la contratación a
trabajar) como la pertenencia definitiva al Reino (el denario) dependen
absolutamente de Dios. Nadie puede esgrimir ningún título personal para
exigir el ser llamado a participar del Reino o el permanecer definitivamente
en él.
Sin embargo, una vez contratado, la obligación es de trabajar intensamente.
Tocamos aquí uno de los problemas más bravos de la teología: la relación
entre naturaleza y gracia, la relación entre la gratuidad de la gracia y la
colaboración del hombre para que la gracia dé frutos. Sin embargo, hay un
axioma que resuelve en breves y exactas palabras este problema teológico:
"Obrar y trabajar como si todo dependiera de mí, sabiendo que todo depende
de Dios".
Por eso, esta parábola también se puede resumir así: gratuidad en el llamado
inicial, gratuidad en el premio final, pero trabajo en el período
intermedio.
La primera consecuencia de saber que tanto el llamado como el premio son
absolutamente obra de la generosidad y misericordia de Dios es que todo debe
referirse a Dios. Por eso dice Santo Tomás: "El hecho de ser un buen
asalariado implica necesariamente que se trabaje para el provecho de su
Señor. De manera que, si trabajamos en la viña de la Iglesia, todo debemos
referirlo a Dios, como dice San Pablo: 'Haced todo para gloria del Señor'
(1Cor 10,31)"16.
La segunda consecuencia es que, desde el momento en que somos llamados,
debemos trabajar intensamente. Dice Santo Tomás: "¿Para qué son contratados?
(…) Se requiere que todo el día sea ocupado en trabajar. En efecto, es
necesario que el que cultiva la viña del Señor gaste poco tiempo en sus
propias cosas, pero que gaste todo el tiempo en el servicio de Dios, como
dice San Pablo: 'Manteneos super- abundando siempre en la obra del Señor'
(1Cor 15,58). Además, será vergonzoso comparecer delante del Señor sin haber
hecho el bien; así también ahora no debe aparecer el obrero delante del
Señor sino con obras buenas, como dice el libro del Éxodo: 'Nadie se
presentará a mí con las manos vacías' (Éx 34,20)"17.
4. Una sorpresa
En medio del Comentario de Santo Tomás a este pasaje de San Mateo, de golpe,
se abre un relámpago que nos revela una realidad que hasta ahora había
permanecido en las sombras. Es como un relámpago porque es breve e ilumina
mucho. Ese relámpago son las siguientes palabras: "Similiter praelati sunt
operarii", es decir, "De la misma manera, los operarios son los prelados"18.
Sólo cuatro palabras que nos abren a una realidad nueva. Por 'prelados'
Santo Tomás entiende a todos aquellos constituidos en autoridad dentro de la
Iglesia, es decir, obispos, sacerdotes y diáconos. Por lo tanto, esta
parábola puede aplicarse de una manera particular y específica a la vocación
sacerdotal.
Esta intuición de Santo Tomás tiene un sustento real en el mismo texto del
evangelio. En efecto, tal como lo trae el Leccionario, la parábola de hoy
está encerrada entre dos frases gemelas: "Los últimos serán los primeros, y
los primeros serán los últimos". Esta frase debe considerarse como la clave
de interpretación de la parábola. El sentido es: "Los que son últimos a los
ojos de los hombres (ex carnis) serán los primeros ante Dios (ek Pneúmatos
Hagíou), y los primeros a los ojos de los hombres serán los últimos para
Dios".
Ahora bien, esta frase, en el versículo de Mt 19,30 está enlazada con lo
anterior, pues dice textualmente: "Pero muchos primeros serán últimos y
muchos últimos serán primeros". Y lo anterior es la historia del joven rico
que es llamado al sacerdocio y no acepta la invitación de Jesucristo por su
apego a las riquezas (Mt 19,16-22). Con este motivo viene una reflexión
sobre el peligro de las riquezas (Mt 19,23-29). Entonces, viene la frase
recién mencionada de Mt 19,30.
Y la narración de la parábola se enlaza con el tema del joven rico y el
peligro de las riquezas porque comienza diciendo: "En efecto (en griego,
gar), el Reino de los Cielos es semejante a…" (Mt 20,1).
Por lo tanto, podemos decir, siguiendo a Santo Tomás y asentándonos en el
texto mismo del Evangelio, que la parábola de hoy tiene una especial
aplicación a la vocación al sacerdocio19.
Aplicada a la vocación al sacerdocio esta parábola quiere decir: Dios llama
a quien quiere y le da la perseverancia a quien quiere20. Ahora bien, una
vez que alguien ha sido llamado debe trabajar mucho.
Desde este punto de vista, en esta parábola se enfrentan dos modos de ver el
sacerdocio y la vocación al sacerdocio. Por un lado, la visión meramente
humana21. Los trabajadores de la primera hora se quejan al patrón y le
dicen: "Dios debería llamar al sacerdocio a los que somos nacidos en buenas
familias, que llevamos una vida decorosa, que tenemos medios para
sustentarnos, que somos trabajadores desde nuestra adolescencia, que tenemos
muchas virtudes porque las hemos aprendido desde chicos en nuestras
familias, que somos prolijos, que somos responsables, etc." Ellos hacen
sustentar el llamado de Dios en el origen ex carnis.
Por el otro la visión de Cristo, la visión propia de la ciencia de la cruz:
Dios llama a quién quiere. Dios es trascendente. Sus pensamientos están
lejos de los nuestros como el oriente del ocaso, como la tierra del cielo.
Llama a personas de buenas familias, con medios para sustentarse, con
virtudes que traen ya de la familia. Pero también llama a publicanos y
pecadores y prostitutas, que son los últimos. Los que van en la última hora
son los últimos de la sociedad, los que han andado vagando durante el día,
pero ahora quieren trabajar. Y Dios los llama y ellos aceptan con gusto. Y
los primeros se escandalizan del paterfamilae porque les ha dado en la
Iglesia el mismo derecho que a ellos. Porque no conocen al Hombre-Dios, al
paterfamiliae. Ya lo dijo Jesús de los fariseos: "Ustedes no conocen al que
me envió" (Jn 7,29). Y llamó a Leví Publicano y a María Magdalena
Prostituta.
La visión miope y estrábica de los obreros de la última hora respecto a la
llamada de Dios al sacerdocio muchas veces se cuela dentro de la Iglesia y,
en algunos casos, se convierte en la visión dominante al momento de
discernir una vocación. Al no tener la sabiduría suficiente (la sabiduría
como don del Espíritu Santo) para discernir si una vocación viene de Dios o
no, apelan de una manera desconsiderada e imprudente a medios meramente
humanos para discernir una posible vocación. Y de este modo se cae en un
abuso de los métodos sicológicos.
Sin duda que el candidato a las órdenes sagradas debe tener la idoneidad
suficiente, tanto física como espiritual y moral. Se le debe exigir que sea
un verdadero ser humano de sexo masculino bien marcado, con una psicología
normal. Pero "los formadores deben ponderar adecuadamente y con mucha
prudencia la historia del candidato. Sin embargo, por sí sola, dicha
historia no puede constituir el criterio decisivo, es decir, no es
suficiente para juzgar la admisión o la expulsión de la formación"22.
"En cuanto fruto de un don particular de Dios, la vocación al sacerdocio y
su discernimiento escapan a la estricta competencia de la psicología. Sin
embargo, para una valoración más segura de la situación psíquica del
candidato, de sus aptitudes humanas para responder a la llamada divina, y
para una ulterior ayuda en su crecimiento humano, en algunos casos puede ser
útil el recurso al psicólogo"23. "En algunos casos", pero no de modo
sistemático.
Son igualmente miopes y estrábicos aquellos que dan una importancia
desmesurada a la formación humana dentro de la formación sacerdotal. Tenemos
así sacerdotes impecablemente vestidos y con los zapatos lustrados pero que
no han captado que la vida sacerdotal es una entrega permanente para ser
comidos por los demás. La Iglesia Católica debe formar pastores como el Cura
Brochero que, como quiere el Papa Francisco, tenía 'olor a oveja' de tanto
andar entre las ovejas. Es preferible que nuestros curas y seminaristas
anden un poco zaparrastrosos pero que tengan el sentido de lo sagrado,
sentido sobrenatural y fe recta. Lo primero es primero, lo segundo es
segundo24.
Conclusión
"Los judíos piden milagros, los griegos buscan sabiduría; nosotros
predicamos a Cristo y Cristo crucificado, escándalo para los judíos y
necedad para los griegos (…). Porque la necedad divina es más sabia que la
sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de
los hombres. ¡Mirad, hermanos, quiénes habéis sido llamados! No hay muchos
sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha
escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios. Y ha
escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y
despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la
nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios"
(1Cor 1,22-23.25-29).
Notas
1 CASTELLANI, L., Domingueras prédicas, Ediciones
Jauja, Mendoza, 1997, p. 51.
2 JUAN XXII, Alocución en el Consistorio, 14 de
julio de 1323.
3 El Comentario a San Mateo de Santo Tomás de
Aquino no está traducido al castellano.
4 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Super Evangelium S.
Matthaei lectura, caput 20, lectio 1; traducción nuestra
5 Gen. (De la raíz del lat. genus). m. Biol.
Secuencia de ADN que constituye la unidad funcional para la transmisión de
los caracteres hereditarios (DRAE)
6 Cf. FONTOYNONT, V., Vocabulario Griego,
Ediciones Sal Terrae, Santander, 1966, p. 43.
7 Otro texto que expresa la misma realidad y la
completa es Jn 3,6: "Lo nacido (verbo gennáo) de la carne (ek tês sarkòs),
carne es; pero lo nacido (verbo gennáo) del Espíritu (ek toû Pneûmatos),
espíritu es". Digo que la completa porque expresa también la realidad de
nuestra parábola desde el punto de vista positivo: el único título de
nobleza para ser hijos de Dios y pertenecer al Reino es proceder del
Espíritu.
Hay que tener en cuenta que aquí, en nuestra
parábola, no se habla de carne en el sentido de sensualidad o lujuria o
falta de castidad. Se habla de carne en el sentido de 'voluntad humana',
como se usa en Jn 1,13 y 3,6. Otros textos del NT donde se usa el término
carne en este sentido son: Rm 8,1-9; Ef 2,3; 1Jn 2,16. En este mismo sentido
la usa Jesucristo cuando le dice a Pedro que 'ni la carne ni la sangre' le
revelaron que Él era el Mesías y el Hijo de Dios, sino que el que se lo
reveló fue el Padre de los Cielos (cf. Mt 16,17).
8 "In servitio Dei", dice Santo Tomás dos veces
en la explicación de esta parábola (SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem).
9 "Se dice que son contratados porque deben
trabajar por el mérito, al modo de los asalariados" (SANCTI TOMAE DE AQUINO,
Ibidem; traducción nuestra)
10 DESCALZO, M., Cartas a Dios, Grupo Hoguera de
Jóvenes, 2011.
11 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción
nuestra.
12 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción
nuestra.
13 Cf. SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el
Evangelio de San Mateo, Homilía 64,3-4, BAC, Madrid, 1956, Tomo II, p. 323 -
328). El hecho de que haya envidia y murmuración es una prueba de que el
denario no significa solamente la vida eterna, porque en la vida eterna no
hay murmuración, como bien hace notar Santo Tomás. Significa la vida eterna,
pero no sólo la vida eter na, sino todos los bienes, naturales y
sobrenaturales, recibidos de Dios, especialmente el llamado a participar de
la Iglesia (el Reino), el llamado a trabajar en ella y el premio recibido
por eso (permanecer eternamente en el Reino = el cielo). Todo de una manera
absolutamente gratuita.
14 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción
nuestra.
15 Cf. Diccionario Vox, voz invideo.
16 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción
nuestra
17 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción
nuestra.
18 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción
nuestra.
19 Hay otros nexos textuales que enlazan nuestra
parábola con el acontecimiento del joven rico, pero que no es posible
desarrollarlos en el contexto de esta homilía. Uno de ellos es una frase que
falta en algunos manuscritos, p ero que, en sí misma, es una confirmación
más de que Cristo piensa en los llamados al sacerdocio cuando dice esta
parábola. Esa frase es: "En efecto, muchos son los llamados y pocos los
escogidos" (Mt 20,16).
20 Por eso el sacerdote, después de haber
consagrado el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Santa Misa dice: "Te damos
gracias, Señor, porque nos haces dignos de servirte en tu presencia"
(Plegaria Eucarística II).
21 No nos olvidemos que lo meramente humano
termina siendo, necesariamente, diabólico. Así lo dice el Apóstol Santiago:
"Tal sabiduría no desciende de lo alto, sino que es terrena, natural,
demoníaca" (Sant 3,15)
22 CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA,
Orientaciones para el uso de las competencias de la Psicología en la
admisión y en la formación de los candidatos al sacerdocio, Roma, 29 de
junio de 2008, nº 4.
23 CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Idem,
nº 5.
24 Santo Tomás no sólo nos regala esa frase en la
que aplica la parábola a las vocaciones a la vida consagrada sino que
también hace algunas aplicaciones particulares. Una de ellas es que hace
notar que Dios puede llamar al sacerdocio incluso en la infancia: "La
infancia es como una hierba que ya verdea. Por eso algunos son llamados
desde la infancia, como fueron llamados desde la infancia Jeremías, Daniel y
Juan Bautista" (SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción nuestra). Hay
algunos que opinan que los Seminarios Menores ya pasaron de moda. Los que
dicen estos son los que le quieren poner cortapisas al Espíritu Santo,
indicándole cuándo tiene que llamar. San Juan Pablo II habla que Dios puede
llamar al sacerdocio incluso en la preadolescencia, y habla también de la
necesidad y valor de los Seminarios Menores (Cf. SAN JUAN PABLO II,
Exhortación Apostólica post-sinodal Pastores dabo vobis, sobre la formación
de los sacerdotes en la situación actual, Roma, 1992, nº 63)
Volver Arriba
Aplicación:
Benedicto XVI - Obrero de la Viña
Queridos hermanos y hermanas:
Quizá recordéis que el día de mi elección, cuando me dirigí a la multitud en
la plaza de San Pedro, se me ocurrió espontáneamente presentarme como un
obrero de la viña del Señor. Pues bien, en el evangelio de hoy (cf. Mt 20,
1-16) Jesús cuenta precisamente la parábola del propietario de la viña que,
en diversas horas del día, llama a jornaleros a trabajar en su viña. Y al
atardecer da a todos el mismo jornal, un denario, suscitando la protesta de
los de la primera hora. Es evidente que este denario representa la vida
eterna, don que Dios reserva a todos. Más aún, precisamente aquellos a los
que se considera "últimos", si lo aceptan, se convierten en los "primeros",
mientras que los "primeros" pueden correr el riesgo de acabar "últimos".
Un primer mensaje de esta parábola es que el propietario no tolera, por
decirlo así, el desempleo: quiere que todos trabajen en su viña. Y, en
realidad, ser llamados ya es la primera recompensa: poder trabajar en la
viña del Señor, ponerse a su servicio, colaborar en su obra, constituye de
por sí un premio inestimable, que compensa por toda fatiga. Pero eso sólo lo
comprende quien ama al Señor y su reino; por el contrario, quien trabaja
únicamente por el jornal nunca se dará cuenta del valor de este inestimable
tesoro.
El que narra la parábola es san Mateo, apóstol y evangelista, cuya fiesta
litúrgica, por lo demás, se celebra precisamente hoy. Me complace subrayar
que san Mateo vivió personalmente esta experiencia (cf. Mt 9, 9). En efecto,
antes de que Jesús lo llamara, ejercía el oficio de publicano y, por eso,
era considerado pecador público, excluido de la "viña del Señor". Pero todo
cambia cuando Jesús, pasando junto a su mesa de impuestos, lo mira y le
dice: "Sígueme". Mateo se levantó y lo siguió. De publicano se convirtió
inmediatamente en discípulo de Cristo. De "último" se convirtió en
"primero", gracias a la lógica de Dios, que -¡por suerte para nosotros!- es
diversa de la del mundo. "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni
vuestros caminos son mis caminos", dice el Señor por boca del profeta Isaías
(Is 55, 8).
También san Pablo, de quien estamos celebrando un particular Año jubilar,
experimentó la alegría de sentirse llamado por el Señor a trabajar en su
viña. ¡Y qué gran trabajo realizó! Pero, como él mismo confiesa, fue la
gracia de Dios la que actuó en él, la gracia que de perseguidor de la
Iglesia lo transformó en Apóstol de los gentiles, hasta el punto de decir:
"Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia" (Flp 1, 21). Pero
añade inmediatamente: "Pero si el vivir en la carne significa para mí
trabajo fecundo, no sé qué escoger" (Flp 1, 22). San Pablo comprendió bien
que trabajar para el Señor ya es una recompensa en esta tierra.
La Virgen María, a la que hace una semana tuve la alegría de venerar en
Lourdes, es sarmiento perfecto de la viña del Señor. De ella brotó el fruto
bendito del amor divino: Jesús, nuestro Salvador. Que ella nos ayude a
responder siempre y con alegría a la llamada del Señor y a encontrar nuestra
felicidad en poder trabajar por el reino de los cielos.
(BENEDICTO XVI, Ángelus del domingo 21 de septiembre de 2008,
Castelgandolfo)
Volver Arriba
Aplicación: P. Gustavo Pascual, IVE - Los obreros de la viña
Mt 20, 1-16
"El Reino de los cielos es semejante", en realidad, se refiere a Dios y
propiamente a alguno de los atributos de Dios. Primero, analizaremos lo más
conocido, lo referido, lo que nos dice Nuestro Señor, y luego arrojaremos al
lado la semejanza…
La parábola se refiere a un propietario que sale a buscar obreros para que
vayan a trabajar a su viña y sale a distintas horas del día, desde las seis
de la mañana hasta las cinco de la tarde, en que llegan los últimos. La
jornada de doce horas termina al caer el sol, a las seis de la tarde, a la
hora de vísperas. El dueño manda pagar el jornal, un denario, empezando por
los últimos contratados y les paga a todos lo convenido. Los que han
comenzado a trabajar a las seis de la mañana se quejan, pero sin razón,
porque como les hace ver el dueño de la viña ellos se contrataron por un
denario y él les dio lo convenido.
Lo sorprendente es la generosidad del patrón, que él mismo hace notar a uno
de los quejumbrosos, "¿va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?".
La parábola, así como está planteada por Jesús, hace aparecer al dueño de la
viña como un tanto extravagante en el uso de sus bienes y en la forma de
manifestar su bondad. Quizá al día siguiente cuando saliese a contratar
obreros todos se esconderían para aparecer aunque más no fuese a partir de
las doce del mediodía, pero supongo que este señor tan particular cambiaría
su manera de proceder antes de su salida. Da la impresión o aparenta esta
forma de obrar un incentivo a la vagancia o a ganar dinero con el menor
esfuerzo.
Uno se ve tentado de ver con ojo torcido o quizá no tanto pero al menos con
extrañeza este modo de obrar. Es un tanto sorprendente. Hay una
extravagancia. ¿Será un toque de humor?
Vamos a arrojar al lado de la parábola el referente. ¿A qué es semejante
este patrón y su actitud? Al Reino de los cielos… Sí, pero, en particular a
Dios y a su bondad, como refiere la misma parábola del dueño de la viña.
Dios es bueno con todos pero es más bueno con algunos. Dios no es injusto
con nadie.
La parábola culmina con las palabras: "¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy
bueno?" La libertad de Dios; es señorío de su decisión que se sustrae a todo
juicio; el hecho de que no hay nada sobre Él a lo cual podría elevarse una
apelación […] todo esto es bondad, es amor. Realidad a la cual el Nuevo
Testamento le da un nombre: gracia. Se exhorta al hombre a no encerrarse en
la justicia, sino a abrirse a ese pensar y actuar divinos, que son bondad; a
entregarse a la gracia, que está por encima de la justicia, y por este
camino alcanzar la libertad25.
Dios a todos les da las gracias necesarias para salvarse porque "quiere que
todos los hombres se salven" pero a algunos da más gracias, es más bueno con
ellos porque quiere, y quien le pone cascabel al gato, es decir, quien le
corta libertad a Dios para hacer lo que Él quiera.
Si alguno que desde joven vive en gracia hubiese rechazado la gracia no la
tendría, en cambio, hombres que en su niñez y juventud no tuvieron la gracia
Dios se las concedió cuando grandes. Si los primeros hubiesen esperado hasta
ser grandes no la tendrían. Dios tiene un tiempo para cada alma y gracias
destinadas según su querer.
La justicia del hombre, se nos enseña, es algo muy cuestionable. El hombre
debe aspirar a ella, pero sin encasillarse en ella. Quizá acertemos a
expresar el sentido del Nuevo Testamento si decimos que aquella otra
justicia, a la cual se asume con pasión para hacerla fundamento del
pensamiento y las actitudes, es una cosa ambigua. La verdadera justicia es
fruto de la bondad. El hombre estará capacitado para la justicia recién
cuando haya aprendido en la escuela del amor de Dios a contemplar al prójimo
y a sí mismo tal cual él es y tal cual uno es en realidad. Para poder ser
justos hay que aprender a amar"26.
25 GUARDINI R., El Señor…, 341
Volver Arriba