Domingo 22 del Tiempo Ordinario A - 'Que cargue con su cruz y me siga' - Comentarios de Sabios y Santos I: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
A su disposición
Exégesis: José María Solé Roma, C.F.M. sobre las tres lecturas
Comentario Teológico: P. Ervens Mengelle, I.V.E. - Reino de Sacerdotes (Ap
1,6)
Santos Padres: San Gregorio Magno - La renuncia a sí mismo y el seguimiento
de Jesús
Aplicación: San Juan Pablo II - Seguir a Cristo con la fuerza del amor
Aplicación:
Benedicto XVI - La cruz gloriosa
Aplicación: Imitación de Cristo - “Que cargue con su cruz y me siga”
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. La sabiduría de la cruz Mt 16, 21-27
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis: José María Solé Roma, C.F.M. sobre las tres lecturas
JEREMÍAS 20, 7-9:
Es una página autobiográfica palpitante de emoción. La misión de Jeremías es
sumamente difícil. Él la quiere rehuir, pero debe rendirse a la voluntad de
Dios:
- Es dolorosa la vida y vocación de este Profeta. Es Profeta de la cuna al
sepulcro; pero lo es siempre a la fuerza, a repelo, en rebeldía con su
vocación. No podemos simplemente tildarle de pesimista, pusilánime,
amargado, acomplejado. Nada de complejos. Se enfrenta valiente y sereno con
reyes y cortesanos, con sacerdotes y falsos profetas. Es más bien la
clarividencia, la fina sensibilidad, la responsabilidad lo que explica su
tenaz resistencia, a veces su tozudez, a la vocación. Esta página de sus
confesiones nos revela su drama interno: "Me has seducido, Yahvé; y me he
tenido que rendir. Eres más fuerte y me has vencido" (7). Recordemos Jer 1,
4-7, donde aparece el primer forcejeo entre Dios y Jeremías. Y nunca se
reconcilia con su vocación.
- Y es que el mensaje que tiene que proclamar en nombre de Dios es muy duro
y muy contrario a los sentimientos del auditorio y del mismo Profeta:
"Porque siempre que hablo debo anunciar: ¡Derrota! Siempre que tomo la
palabra debo proclamar: ¡Devastación! La Palabra de Yahvé es para mí causa
de continuos oprobios y befas. Todos se mofan de mí. Soy su irrisión todo el
día" (8). Mientras los falsos profetas adulaban al Rey y al pueblo, Jeremías
debía proclamar el mensaje de la justicia y castigo de Dios que se cernía
sobre los gravísimos pecados de Jerusalén.
- Y tampoco tiene la opción de evadirse, de callar: "Yo decía: No me
acordaré más de la Palabra de Yahvé. No hablaré más en su Nombre" (9a). Un
auténtico Profeta de Dios no puede oponerse a la fuerza del Espíritu.
Quedaría devorado por su propia conciencia, que le recrimina su cobarde
traición: "Pero sentía en mi interior un fuego que me quemaba los huesos. Y
no podía ahogarlo. Y no podía soportarlo" (9b). Ni atenúa, ni menos calla,
el mensaje. Es fiel Profeta de Dios.
ROMANOS 12, 1-2:
Este capítulo inicia la sección parenética o exhortativa de la Carta:
- El culto a Dios, deber primario, debe practicarlo el cristiano de muy
diversa manera que lo han hecho judíos y gentiles. Pablo lo llama culto
espiritual para contraponerlo al culto exterior y formalista. De ahí que los
sacrificios de animales, tan propios del culto Mosaico, pierden su valor. En
el nuevo culto la hostia ofrecida es el hombre mismo (1). Ya Oseas elevaba a
esta zona espiritual el culto cuando proclamaba: "Porque es amor lo que yo
quiero y no sacrificios; conocimiento de Dios más que holocaustos" (Os 6,
6). Un amor sincero a Dios y una sumisión total a su voluntad compromete al
hombre entero; le hace "víctima viva, santa, grata a Dios" (1), de un valor
inmensamente superior a los sacrificios de animales, de sentido puramente
ritual.
- Este culto espiritual se cumple siempre que el hombre se consagra a
conocer, aceptar y cumplir la voluntad de Dios. Por esto San Pablo llama
culto espiritual a la predicación del Evangelio: "Dios, a quien doy culto
espiritual evangelizando a su Hijo" (Rom 1, 9). Y pone a un mismo nivel de
culto espiritual la predicación del Evangelio y la conversión sincera de los
evangelizados: "Soy ministro de Cristo Jesús entre los gentiles en el oficio
sagrado de predicar el Evangelio de Dios y de presentarle la gentilidad como
ofrenda muy grata, santificada en el Espíritu Santo" (Rom 15, 16):
"Concédenos, Señor, que en Cristo, y formando por su Espíritu un solo
Cuerpo, seamos víctima santa a honor de tu gloria", pedimos muy justamente
en una anáfora.
- El programa de toda vocación cristiana, es decir, de todo bautizado, es
tan alto como bello: a) No os amoldéis al presente siglo; b) Antes bien,
transformaos mediante la renovación de vuestra mente; c) Aquilatad cuál es
la voluntad de Dios: lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto. Conviene
recordar estas exigencias del Bautismo ante el peligro de secularización y
de mundanización que sufrimos hoy los cristianos. Nos lo avisa el Papa:
"Cristiano convertido a aquel mundo que él debería, por el contrario,
convertir a si" (Paulo VI: 16-111-69). No es el mundo el que mundaniza al
cristiano. Es el cristiano el que cristianiza el mundo. Res denominatur a
potiori.
MATEO 16, 21-27:
Jesús expone con toda claridad su Mesianismo Redentor: un Mesías en cruz es
el riesgo decisivo y difícil de la fe; Jesús plantea crudamente esta crisis
a los suyos:
- Aprovecha la confesión y profesión que Pedro acaba de hacer de la
Mesianidad de Jesús para entrarles en el misterio de un Mesías-Redentor: el
profetizado en los oráculos del "Siervo de Yahvé". Ha de tomar sobre sí los
pecados de todos. Debe ser la víctima expiatoria por todos.
- Pedro cae, una vez más, en el mesianismo de carne y sangre: glorioso,
político. Y aún intenta desviar a Jesús. Jesús rechaza aquella sugestión y
la califica de diabólica (23). Ni Pedro ni sus compañeros son capaces de
superar su cerrada mentalidad hasta que la Resurrección de Jesús y la luz de
Pentecostés les den la clave del Mesianismo-Redentor.
- Con ocasión de este despiste de Pedro, Jesús proclama cuál sea el
Mesianismo auténtico: el de la cruz. La Redención la hará Él por la cruz. Y
cuantos queramos ser de Él debemos compartir su cruz (24). Las frases
pedagógicas de los vv 25-26 contraponen el criterio divino al humano. Este
valoriza sólo la vida de acá, lo efímero y caduco. En la escala auténtica de
valores deben anteponerse los eternos a los temporales. A esta luz es válida
la paradoja de Jesús: Quien pierde gana y quien gana pierde: Quien pierde y
renuncia por amor al Reino de los cielos lo temporal, gana lo eterno. Quien
se afana sólo por lo temporal pierde lo eterno.
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo A, Herder, Barcelona,
1979, pp. 232-235)
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Comentario Teológico: P. Ervens Mengelle, I.V.E. - Reino de Sacerdotes (Ap
1,6)
Las lecturas de hoy nos permiten comprender mejor el misterio que venimos
considerando: el Reino de los Cielos. En especial, lo expuesto el domingo
pasado se presta fácilmente a ser malinterpretado a raíz de las
controversias con el protestantismo. Es importante recuperar una visión
genuina, íntegra, o sea católica.
1 - Todos fieles
Pocas veces podemos imaginar un contraste más dramático entre lo que vimos
el domingo pasado y lo que escuchamos hoy. El domingo pasado Pedro recibió
una gran promesa de Cristo: Bienaventurado eres Pedro...sobre esta Piedra
edificaré mi Iglesia. Hoy, en lo que viene inmediatamente después de
aquello, oímos que se dice a Pedro: Ve detrás de mí, Satanás. O sea de
bienaventurado a Satanás.
La reacción de Cristo ante la intervención de Pedro nos sirve para
profundizar mejor en lo que fue prometido a Pedro el domingo pasado.
Básicamente, ser Papa no es tanto un privilegio cuanto un oficio, es decir
no es algo para él sino para la Iglesia. Por eso, el Papa san Gregorio Magno
introdujo una costumbre de firmar "Servus servorum Dei" (Siervo de los
siervos de Dios).
Ahora, fuera de esa particular condición, Pedro debe ser también un
seguidor, un discípulo, de Cristo. Incluso más, debe ser el primer discípulo
ya que a él se le dice primero y de manera personal lo que se dice después y
de manera general. Ve detrás de mí, le dice Jesús primero a Pedro, y luego
sigue diciendo: el que quiera venir detrás de mí... etc. O sea, esta
enseñanza vale para todos.
Aquí hay un punto muy importante que el mismo catecismo señala: "por su
regeneración en Cristo, se da entre todos los fieles una verdadera igualdad
en cuanto a la dignidad y acción, en virtud de la cual todos, según su
propia condición y oficio, cooperan a la edificación del Cuerpo de Cristo"
(872). Aquí estamos tocando la naturaleza misma del Reino de los Cielos, su
intrínseca condición. Hemos visto que es uno, que es santo, que es católico,
todas características de ese Reino, pero ¿qué es en sí?
2 - La Cruz de Cristo
Para comprenderlo analicemos con cierto detalle la enseñanza del Señor.
Cristo, como señalamos, se dirige a todos en general (incluido Pedro)
diciendo simplemente: el que quiera venir detrás de mí, niéguese a sí mismo,
tome su cruz y me siga. Prestemos atención al orden: Jesús dice primero el
que quiera venir detrás de mí. ¿Adónde? "El que quiera seguirme en mi
gloria", dice san Ignacio de Loyola. ¿Cuál es la condición? Niéguese a sí
mismo, tome su cruz y me siga. ¿De qué está hablando Jesús? Jesús habla de
cargar con la cruz como medio necesario para seguirlo. ¿Cómo se relaciona
esto con lo de antes de "ir detrás de Él"? Para entenderlo es necesario que
comprendamos el misterio de la Cruz en la vida de Jesús. O sea ¿qué
significó la Cruz para Jesús?
La cruz significó, por un lado, el acto más grande de obediencia, de
humillación y de entrega que hizo Jesús: Cristo se humilló... y se hizo
obediente hasta la muerte y muerte de Cruz (Fil 2,8), por ellos me consagro
(como se hacía con las víctimas en el Templo de Jerusalén; Jn 17,19). Acto
de obediencia respecto del Padre, acto de humillación respecto de sí mismo,
acto de entrega o caridad respecto del prójimo.
Contemporáneamente, la Cruz significó el momento culminante de su misión.
Por ella y en ella, Jesús cumple de manera sublime e insuperable una triple
función: sacerdotal, profética y real. Sacerdotal porque allí ofrece el
sacrificio más excelente que redime la humanidad entera. Profética porque
ella es la cátedra más excelente de enseñanza, a punto tal que santo Tomás
dice que en la cruz encontramos ejemplo de todas las virtudes (cf. Oficio de
Lectura). Real porque por ella Cristo fue constituido en Rey del universo y
Juez de todos: por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el nombre
sobre todo nombre. De esta manera, la cruz significó el medio por el cual su
humanidad adquirió una condición totalmente nueva marcada por la
espiritualidad de su ser, como puede apreciarse luego de la Resurrección.
En síntesis, si por un lado la Cruz significó sufrimiento y muerte, por el
otro fue el camino para la completa transformación de Jesús. Para entender
el profundo significado que hay aquí es importante entender la "psicología"
del sacrificio en Israel. Nuestra palabra "sacrificio" es entendida como
algo que resulta doloroso o esforzado. Ahora, la palabra usada por los
judíos es, estrictamente, qorbán, la cual primariamente significa ofrenda, o
sea donación, entrega gozosa (pensemos en un regalo dado a alguien querido).
Lo que se ofrecía a Dios era, por así decirlo, transformado por el fuego que
había sobre el altar y, de esa manera, elevado a la morada celestial. En
definitiva, la Cruz fue el altar en el cual Cristo se ofreció y, al mismo
tiempo, fue transformado: el acto humano de Jesús, "potenciado" y revaluado
por la persona divina del Hijo fue aceptado por el Padre. La expresión de
Jesús incluso tiene una fuerte resonancia ya que habla de cargar la cruz, el
leño, apelando a la imagen de Isaac cargando la leña para su propio
sacrificio (Isaac tu siervo, se decía, cf. Dan 3,35, como Jesús el Siervo de
Yahvé).
3 - Ir detrás de Cristo
Retomemos lo que Cristo dice: el que quiera venir detrás de mí, niéguese a
sí mismo, cargue su cruz y me siga. La cruz significa ciertamente
humillación, obediencia y entrega. Pero es el medio insustituible para
alcanzar la misma condición de Cristo. Prestemos atención: Cristo nos deja
la libertad: el que quiera seguirme; pero precisa, primero, que quien pierda
su vida por mí la salvará y, segundo, que cuando venga en la gloria de su
Padre... pagará a cada uno según su conducta (gr. praxis).
Qué significa, entonces, seguir a Cristo? Sencillamente, imitarlo. Es decir,
cumplir la misma misión que Él realizó: "son fieles cristianos quienes,
incorporados [ing. Constituted] a Cristo por el bautismo, se integran en el
Pueblo de Dios y hechos partícipes a su modo por esta razón de la función
sacerdotal, profética y real de Cristo, cada uno según su propia condición,
son llamados a desempeñar la misión que Dios encomendó cumplir a la Iglesia
en el mundo" (871). Incorporarse por el bautismo, según san Pablo, es ser
sumergidos en la muerte de Cristo para vivir una vida nueva (cf. Ro 6).
Qué es lo que Cristo, por tanto, nos enseña? Nos insta a cumplir nuestra
misión. En primer lugar la misión real o regia (el rey era el hombre libre,
no sujeto): "Cristo ha comunicado a sus discípulos el don de la libertad
regia, para que vencieran en sí, con la propia renuncia y una vida santa, al
reino del pecado" (908). Además implica extender el reinado de Cristo a las
estructuras y condiciones del mundo para que "las costumbres sean conformes
con las normas de la justicia y favorezcan... la práctica de las virtudes"
(909)
Luego tenemos la misión profética que "Cristo realiza... no sólo a través de
la jerarquía... sino también por medio de los laicos", a los cuales hace sus
testigos, de tal manera que se lo anuncia con el testimonio de vida y de la
palabra. Esto es particularmente importante cuando es hecho por los laicos,
por el hecho de que se realiza en las condiciones generales de nuestro mundo
(cf. 904-905, 898-900).
Ahora todo esto, las misiones real y profética, adquieren todavía un valor
mayor en razón de la misión sacerdotal, incluso en el caso de los laicos:
"los laicos, consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo [el fuego
divino], están maravillosamente llamados y preparados para producir siempre
los frutos más abundantes del Espíritu. En efecto, todas sus obras,
oraciones, tareas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo
diario, el descanso espiritual y corporal, si se realizan en el Espíritu,
incluso las molestias de la vida, si se llevan con paciencia, todo ello se
convierte en sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo"
(901; cf. Sal 51). Lo hemos escuchado en la segunda lectura: ofreced
vuestros cuerpos como una hostia santa, agradable al Señor, dice san Pablo.
Al decir vuestros cuerpos se refiere a todo lo que hacemos con el cuerpo, o
sea a todo porque el hombre es alma y cuerpo. (Uno de los significados de la
gota de agua que se coloca en el cáliz es "representar" la unión de nuestro
ser y hacer al de Cristo)
Providencialmente, esta visión existía precisamente en el Judaísmo
inmediatamente anterior a Cristo, a tal punto que habían trasladado a la
vida cotidiana una serie de ritos de purificación que debían hacer los
sacerdotes en el Templo (cf. 579). E incluso en Jerusalén hubo un tiempo en
que el gobierno era ejercido por el Sumo Sacerdote (cf. Macabeos). A este
respecto, sin embargo, Jesús precisa algo cuando dice por mí, de manera tal
que deja en claro su condición. Él es la pieza clave, es decir la piedra
angular de todo el edificio.
O sea, para resumir las enseñanzas de hoy, el Papa es Papa no para su
provecho sino para cooperar "a la edificación del Cuerpo de Cristo", pero
absolutamente todos "también los laicos, partícipes de la función
sacerdotal, profética y real de Cristo, cumplen en la Iglesia y en el mundo
la parte que les corresponde en la misión de todo el Pueblo de Dios"
(873,897, cf. 913). San Pedro llegó a comprender la lección de este día de
tal manera que, en la primera carta, él mismo se dirige a los fieles
diciendo que ellos son sacerdocio real (1Pe 2,9), calificación que recoge la
expresión del Éxodo: reino de sacerdotes (19,6).
4 - Conclusión
En definitiva, Cristo está enseñándonos el camino para realizar nuestra
vida, como se dice hoy. Él mismo nos advierte: ¿de qué le sirve al hombre
ganar el mundo entero si pierde su vida? Por el contrario, quien pierda su
vida por mí, la encontrará. Pero debe ser por Cristo. A Él, que nos ama y
nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados y ha hecho de nosotros un
Reino de sacerdotes para su Dios y Padre, a Él la gloria y el poder por los
siglos de los siglos. Amén (Ap 1,5-6)
( P. Ervens Mengelle, I.V.E. - Reino de Sacerdotes Ap 1,6)
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Santos Padres: San Gregorio Magno - La renuncia a sí mismo y el seguimiento
de Jesús
Como nuestro Señor y Redentor vino al mundo cual hombre nuevo, dio al mundo
preceptos nuevos; pues a nuestra vida antigua, amamantada en los vicios,
opuso su contrario y nuevo modo de vivir. Porque el hombre viejo y carnal,
¿qué es lo que había aprendido sino a guardar para sí lo propio, arrebatar
lo ajeno, si podía, y apetecerlo cuando no podía? Pero el médico celestial a
cada uno de los vicios opuso remedios que les salieran al paso; porque así
como en el arte de la medicina el calor se cura con el frío, y el frío con
el calor, así nuestro Señor opuso a los pecados remedios contrarios,
mandando a los lúbricos continencia; a los duros de corazón, largueza; a los
iracundos, mansedumbre, y a los soberbios, humildad.
En efecto, al proponer a los que le seguían nuevos preceptos, dijo (Lc 14,
33): Cualquiera de vosotros que no renuncia todo lo que posee, no puede ser
mi discípulo. Como si claramente dijera: Los que, según el antiguo modo de
vivir, apetecéis lo ajeno, si queréis convertiros, dad generosamente de lo
vuestro.
Pero oigamos lo que dice en esta lección: Si alguno quiere seguirme,
niéguese a sí mismo. Allí se dice renunciemos a lo nuestro; aquí se dice que
renunciemos a nosotros mismos. Es verdad que tal vez no sea costoso para el
hombre el renunciar lo que posee, pero sí que es muy costoso el renunciarse
a sí mismo. En efecto, el renunciar lo que se posee tiene menos importancia,
pero la tiene mucho mayor el renunciar lo que se es.
2. Pues bien, el Señor, a los que venimos a Él, ha mandado que renunciemos
nuestras cosas, porque todos los que venimos a la palestra de la fe tomamos
a nuestro cargo el luchar contra los espíritus malignos; ahora bien, los
espíritus malignos nada poseen en este mundo; por consiguiente, con ellos,
desnudos, debemos luchar nosotros desnudos; porque, si uno que está vestido
lucha con quien está desnudo, pronto será echado a tierra, porque tiene por
donde ser asido. ¿Y qué son todas las cosas terrenas sino algo a manera de
vestidos? Luego quien corre a luchar contra el diablo debe despojarse de los
vestidos para no sucumbir; nada de este mundo posea con amor; no se procure
de las cosas temporales deleite alguno, no sea que, por cubrirse con tal
apetito, tenga por donde ser sujetado para caer.
Mas no es bastante renunciar a nuestras cosas si no renunciamos además a
nosotros mismos. Pero... ¿qué es lo que estamos diciendo? ¿Qué nos
renunciemos también a nosotros mismos? Pues si nos renunciamos a nosotros
mismos, ¿adónde iremos fuera de nosotros? ¿O quién es el que va si él mismo
se deja?
Pero es que somos una cosa en cuanto caídos por el pecado, y otra en cuanto
formados por la naturaleza; una, cosa es lo que nos hemos hecho, y otra lo
que hemos sido hechos. Renunciémonos en lo que nos hemos convertido pecando,
y mantengámonos cuales hemos sido hechos por la gracia. Vedlo, pues; el que
ha sido soberbio, si, vuelto a Cristo, se ha hecho humilde, ya se ha
renunciado a sí mismo; si un lujurioso ha cambiado su vida en continente,
también se ha renunciado en lo que fue; si un avaro ha dejado de ambicionar
y quien antes arrebataba lo ajeno ha aprendido a dar generosamente de lo
propio, ciertamente se ha negado a sí mismo; él es el mismo en cuanto a la
naturaleza, es verdad; pero no es el mismo en cuanto a la maldad; que por
eso está escrito (Pr 12, 7): Da una vuelta a los impíos y no quedará rastro
de ellos; porque, vueltos los impíos, desaparecerán, no porque en absoluto
no tengan ser, sino porque no estarán ya en el pecado de su maldad.
Luego, cuando cambiamos lo que fuimos en lo viejo del pecado y mantenemos
firmes en aquello para lo que hemos sido llamados por la novedad de la
gracia, entonces nos negamos, entonces nos dejamos a nosotros mismos.
Examinemos cómo se había negado San Pablo, cuando decía (Ga 2, 20): Vivo yo,
o más bien, ya no vivo yo. En efecto, habíase extinguido aquel perseguidor
cruel y había comenzado a vivir el piadoso predicador, pues si hubiera
permanecido el mismo, claro que no sería piadoso.
Pero, ya que dice que no vive, díganos cómo es que predica tan santamente
enseñando la verdad; y en seguida añade: sino que Cristo vive en mí. Como si
claramente dijera: Yo cierto es que me he extinguido a mí mismo, porque ya
no vivo según la carne; pero no estoy muerto en mi ser natural, porque vivo
según el espíritu en Cristo.
3. Diga, pues, diga con razón la Verdad: Si alguno quiere venir en pos de
mí, niéguese a sí mismo; porque quien no deja de estar en sí mismo, no puede
acercarse a lo que está más alto que él, ni puede alcanzar lo que está más
arriba que él mientras no haya aprendido a sacrificar lo que tiene. Así se
trasplantan los arbustos para que prosperen, y, por decirlo así, se les
arranca de raíz para que crezcan. Así desaparecen las semillas al mezclarse
con la tierra, para que crezcan más abundantes, conservando sus especies;
pues por donde parece que han perdido el ser que tenían, por ahí reciben el
aparecer lo que no eran. Pues bien: el que ya se ha negado a los vicios,
debe procurarse las virtudes en las cuales crezca; porque, después de haber
dicho: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, en seguida
añade: Cargue con su cruz y sígame.
De dos maneras se carga con la cruz: o afligiendo el cuerpo con la
abstinencia o afligiendo el alma con la compasión hacia el prójimo.
Veamos cómo San Pablo llevó de ambos modos su cruz, el cual decía (1 Co 9,
27): Yo castigo mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que, habiendo predicado a
los otros, venga yo a ser reprobado. Bien: ya hemos oído cómo llevó la cruz
de la carne: mortificando el cuerpo; oigamos cómo llevó la cruz del alma en
la compasión del prójimo. Dice, pues (2 Co 11, 29): ¿Quién enferma que no
enferme yo con él? ¿Quién, es escandalizado que yo no me requeme?
Efectivamente, el perfecto predicador, para dar ejemplo de abstinencia,
llevaba la cruz en el cuerpo, y porque sentía en sí los daños de la flaqueza
ajena, llevaba la cruz en el corazón.
Ahora bien, como ciertos vicios andan cercando a las virtudes, deber nuestro
es decir qué vicio acecha desde muy cerca a la abstinencia de la carne y
cuál a la compasión del prójimo. La vanagloria, pues, algunas veces asalta
de cerca a la abstinencia de la carne; porque, cuando se echan, de ver el
cuerpo macilento y flaco y la palidez del rostro, se alaba la virtud que
salta a la vista; y cuanto más de manifiesto se muestra a los ojos humanos,
tanto más rápidamente se derrama afuera; y generalmente lo que parece
hacerse por Dios, se hace solamente por los aplausos humanos; como lo
demuestra bien aquél Simón que, hallado en el camino, lleva alquilado la
cruz del Señor.
En efecto, se llevan las cargas ajenas en alquiler cuando se hace algo por
algún ansia de vanidad. ¿Y quiénes están representados en Simón sino los
abstinentes y arrogantes, que afligen, sí, su carne con la abstinencia, pero
interiormente no reportan el fruto de la abstinencia? Por tanto, Simón lleva
en alquiler la cruz del Señor; esto es, el pecador, cuando no procede en el
bien obrar con buena voluntad, realiza sin fruto la obra del justo. Por eso
el mismo Simón lleva la cruz, pero no muere; que es decir: los abstinentes y
arrogantes ciertamente afligen su cuerpo con la abstinencia, pero viven para
el mundo por el afán de vanagloria.
También la falsa piedad acecha oculta a la compasión del alma, de tal suerte
que a veces la lleva hasta condescender con los vicios; siendo así que para
con las culpas no se debe ejercer la compasión, sino el celo; porque al
hombre se debe la compasión, pero a los vicios la rectitud; de tal suerte
que a mi tiempo amemos lo que en la criatura ha hecho Dios y ahuyentemos lo
malo que la criatura ha hecho, no sea que, si incautamente dejamos pasar las
culpas, parezca, no que compadecemos por caridad, sino que condescendemos
por negligencia.
4. Prosigue: Pues quien quisiere salvar su vida, la perderá; más quien
perdiere su vida por mí, la encontrará. Así se le dice al fiel: quien
quisiere salvar su vida, la perderá; mas quien perdiere su vida por mí, la
encontrará. Es como si a un labrador se le dijera: Si guardas el trigo, lo
pierdes; si lo siembras, lo hallas de nuevo. ¿Quién no sabe que el trigo,
cuando se siembra, desaparece de la vista y muere en la tierra?; pero, por
lo mismo que se pudre en la tierra, reverdece renovado. Ahora bien, como la
santa Iglesia tiene unos tiempos de persecución y otros tiempos de paz,
nuestro Redentor da preceptos distintos para unos tiempos y para los otros.
En tiempo, pues, de persecución hay que dar la vida; pero en tiempo de paz
hay que quebrantar los deseos terrenales que más ampliamente pueden
dominarse.
Por eso se dice también a continuación: Porque ¿de qué le sirve al hombre el
ganar todo el mundo, si pierde su alma?
Cuando falta la persecución de los enemigos, hay que guardar con la mayor
cautela el corazón, porque en tiempo de paz, como se puede vivir, también
gusta ambicionar. Esta ambición ciertamente se reprime bien si se examina
con cuidado la misma situación del ambicioso. Porque ¿a qué conduce el afán
de acumular cuando no puede perdurar el mismo que acumula? Tenga en cuenta
cada uno lo efímero de su vida y caerá en la cuenta de que puede bastarle lo
poco que tiene. Pero tal vez teme que le falte con qué sostenerse en el
viaje de esta vida; la brevedad de la vida está reprendiendo nuestros largos
deseos, pues inútilmente llevamos muchas cosas cuando tan cercano se halla
el término adonde se va.
Mas muchas veces vencemos, sí, la avaricia, pero todavía existe un
obstáculo: el no seguir los caminos de la rectitud por no poner el menor
cuidado para la perfección; pues muchas veces menospreciamos lo pasajero,
pero, no obstante, nos hallamos impedidos por el respeto humano, de tal
suerte que no nos atrevemos todavía a profesar de palabra la rectitud que
guardamos en el alma; y en la defensa de la justicia, no tanto atendemos a
que lo ve Dios cuanto nos avergüenza el que los hombres vean que obramos
contra la justicia.
Pero también a esta llaga se aplica después el oportuno remedio, cuando el
Señor dice (Lc 9, 26): Quien se avergonzare de mí y de mis palabras, de ese
tal se avergonzará el Hijo del hombre cuando venga en su majestad y en la
del Padre y de los santos ángeles.
5. Mas he aquí que los hombres dicen ahora para sus adentros: Nosotros no
nos avergonzamos ya del Señor ni de sus palabras, puesto que a plena voz le
confesamos. A los cuales yo respondo que en esta multitud de cristianos hay
algunos que confiesan a Cristo porque se ve que todos son cristianos; pero,
si el nombre de Cristo no estuviera hoy en tanta gloria, no tendría hoy la
santa Iglesia tantos profesos. Luego no es prueba de la fe la profesión
verbal de la fe, cuando el profesarla todos libra de la vergüenza. Hay, sin
embargo, alguna señal por donde cada uno se pruebe verdaderamente en la
confesión de Cristo: pregúntese si no se avergüenza ya del nombre; si con
plena fortaleza de alma arrostra el que los hombres le avergüencen; pues
cierto es que en tiempo de persecución podían los fieles soportar las
afrentas, ser despojados de sus bienes, depuestos de sus dignidades, ser
atormentados con castigos; más en tiempo de paz, como no nos hacen tales
cosas nuestros perseguidores, hay otras cosas por donde nosotros nos demos a
conocer.
Con frecuencia nos avergonzamos de que nos desprecien nuestros prójimos;
tenemos por indigno el soportar palabras injuriosas; si tal vez surge una
contienda con el prójimo, nos da vergüenza ser los primeros en dar una
satisfacción. Claro, el corazón carnal, como busca la gloria de este mundo,
desprecia la humildad; y muchas veces el hombre airado quiere reconciliarse
con su contrario, pero se avergüenza de ir el primero a dar satisfacción.
Meditemos la conducta de la Verdad, para que veamos hasta dónde nos han
postrado nuestras malas acciones; pues si somos miembros de la Cabeza
suprema, de Jesucristo, debemos imitar a Aquel a quien estamos unidos;
porque ¿qué es lo que, para ejemplo y enseñanza nuestra, dice el egregio San
Pablo? (2 Co 5, 20): Somos embajadores de Cristo, y es Dios el que os
exhorta por boca nuestra. Os rogamos, pues, encarecidamente en nombre de
Cristo que os reconciliéis con Dios.
He aquí que, pecando, hemos entablado discordia entre nosotros y Dios; y,
con todo, es Dios el primero que ha enviado a nosotros sus embajadores para
rogarnos que nosotros mismos, los que hemos pecado, volvamos a la paz de
Dios. Avergüéncese, pues, la soberbia humana; confúndase cada cual si no es
él el primero en dar satisfacción al prójimo, siendo así que, después de
nuestra culpa, el mismo Dios, que ha sido ofendido, ruega, por medio de sus
embajadores, que debemos reconciliarnos con El.
(SAN GREGORIO MAGNO, Homilías sobre el Evangelio, Homilía XII (XXXII), 1-5,
BAC Madrid 1958, p. 697-701)
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Aplicación: San Juan Pablo II - Seguir a Cristo con la fuerza del
amor
"Dios, Padre todopoderoso, de quien procede todo don perfecto, infunde en
nuestros corazones el amor de tu nombre y reaviva nuestra fe".
El programa para la vida de Fe nos lo traza San Pablo: "Os exhorto, pues,
hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como
una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto
espiritual. Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos
mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál
es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto" (Rom 12,1-2).
La fe cristiana es ante todo ofrenda de sí mismo como sacrificio viviente:
porque Dios, antes que nada pide nuestro corazón. Nos espera a nosotros,
nuestro trabajo, nuestros sufrimientos. Así se ejercita el sacerdocio real,
a lo que el Concilio Vaticano II ha invitado a todos, incluido los laicos. Y
efectivamente, hablando de la función de los laicos en la Iglesia, ha puesto
de relieve que "todas sus obras, sus oraciones e iniciativas apostólicas...
el trabajo cotidiano, el descanso del cuerpo y del alma, si son hechos en el
Espíritu, e incluso las mismas pruebas de la vida si se sobrellevan
pacientemente, se convierten en sacrificios espirituales, agradables a Dios
por Jesucristo" (Lumen Gentium 34).
De este modo, nuestra vida, aunque oculta, monótona, insignificante a los
ojos de los hombres, se hace extraordinariamente preciosa ante Dios: se hace
adhesión a Él, a su palabra de verdad y a su mensaje evangélico; convencida
adhesión a la Santa Iglesia y a su Magisterio; sacrificio continuo en unión
con el de Jesús: firme repulsa de errores y concepciones que van contra la
Palabra de Dios, oponiéndose con los valores eternos a los pseudo-valores
que "la mentalidad de este mundo" quisiera contraponer a la
indefectiblemente Revelación, en contra de la santidad de las costumbres,
del respeto a la vida humana en todas sus formas, ya desde la concepción, en
contra de la indisolubilidad y sacralidad del matrimonio, etc.
"No os ajustéis...sino transformaos", nos exhorta San Pablo: y así la fe se
traduce en práctica afectiva, coherente, decisiva, al "discernir lo que es
la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto".
De la fe nace el amor: he aquí este segundo polo insustituible de la
"comunidad de amor".
Las lecturas de la Misa de este domingo nos ofrecen una enseñanza fortísima
sobre la totalidad del amor que Dios nos pide. El profeta Jeremías, en el
pasaje recién leído al que se ha denominado sus "confesiones", reconoce en
términos dramáticos la fuerza del amor de Dios, que lo ha llamado a
profetizar para la conversión de su pueblo: "Me sedujiste, Señor, y me dejé
seducir... Era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos;
intentaba contenerlo, y no podía" (Jer 20, 7-9). El profeta respondió
plenamente a la llamada de Dios, que también lo hacía signo de
contradicción, se dejó "aferrar" por Dios, a quien se adhirió con todas sus
fuerzas.
Lo mismo nos pide Jesucristo, Hijo del Padre: "El que quiera venirse conmigo
que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere
salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará...
¿Qué podrá dar el hombre para recobrar su vida?" (Mt 16,24 ss.).
Debemos seguir a Cristo con la fuerza del amor. Debemos dar amor por amor.
Porque Él nos amó primero: por amor nuestro se encaminó por la senda de la
cruz, previendo con anticipación todos los detalles dolorosos, y oponiéndose
resueltamente a las interpretaciones seductoras y a los consejos de
prudencia humana que incluso Pedro intentaba darle. ¿Quién ha sido más
privilegiado por Cristo que Pedro? Y sin embargo, lo llama hasta "satanás",
cuando intenta desviar al Maestro del camino real de la cruz. He aquí cuánto
nos ha amado Jesucristo: a precio de su misma sangre, con la obediencia
ofrecida al Padre, sin pedir nada para sí.
También a cada uno pide Jesús la totalidad del don de sí mismo: nos pide
seguirle por nuestro "Via Crucis" cotidiano, no negarle las conquistas,
conseguidas a veces a precios de heroísmos ocultos, que Él exige a quien
quiere permanecer fiel siempre y a cualquier costa; nos pide llevar la cruz
de nuestra vida cotidiana, sin retroceder, agarrándonos a Él para no caer
por desconfianza o cansancio; y, desde luego, sin traicionarle jamás, en la
perspectiva del juicio final: "Porque el Hijo del hombre -así termina el
Evangelio de hoy- vendrá con la gloria de su Padre... y entonces pagará a
cada uno según su conducta" (Mt 16,27). Y como se ha dicho seremos juzgados
de amor.
Amor de Dios "con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente"
(cfr. Mt 22,37): el amor al hermano como a nosotros mismos (ib., 22,39),
"Por lo cual el amor de Dios y del prójimo es el primero y el mayor
mandamiento -ha vuelto a afirmar el Vaticano II-... Más aún, el Señor Jesús,
cuando ruega al Padre que 'todos sean uno, como nosotros somos uno' (Jn
17,21), sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas
y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza
demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por
sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega
sincera de sí mismo a los demás" (Gaudium et Spes 24).
"Dios, Padre todopoderoso, infunde en nuestros corazones el amor y reaviva
nuestra fe".
¡Sed fieles...! / Fieles siempre, sin ajustaros a la mentalidad de este
mundo. / Fieles siempre, transformando vuestra mente, y siendo un sacrificio
vivo, santo, agradable a Dios.
Fieles en seguir la luz de Cristo. / En poner a Dios en primer lugar. "Oh
Dios, Tú eres mi Dios, por ti madrugo, / mi alma está sedienta de Ti; / mi
carne tiene ansia de Ti.../ Tu gracia vale más que la vida, / te alabarán
mis labios./ Toda mi vida te bendeciré/ y alzaré las manos invocándote"
(Salmo responsorial).
(Homilía de San Juan Pablo II en Alatri el domingo 2 de septiembre de 1984)
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Aplicación:
Benedicto XVI - La cruz gloriosa
Queridos hermanos y hermanas:
En el Evangelio de hoy, Jesús explica a sus discípulos que deberá "ir a
Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y
escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día" (Mt 16,
21). ¡Todo parece alterarse en el corazón de los discípulos! ¿Cómo es
posible que "el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (v. 16) pueda padecer hasta la
muerte? El apóstol Pedro se rebela, no acepta este camino, toma la palabra y
dice al Maestro: "¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte" (v.
22).
Aparece evidente la divergencia entre el designio de amor del Padre, que
llega hasta el don del Hijo Unigénito en la cruz para salvar a la humanidad,
y las expectativas, los deseos y los proyectos de los discípulos. Y este
contraste se repite también hoy: cuando la realización de la propia vida
está orientada únicamente al éxito social, al bienestar físico y económico,
ya no se razona según Dios sino según los hombres (cf. v. 23).
Pensar según el mundo es dejar aparte a Dios, no aceptar su designio de
amor, casi impedirle cumplir su sabia voluntad. Por eso Jesús le dice a
Pedro unas palabras particularmente duras: "¡Aléjate de mí, Satanás! Eres
para mí piedra de tropiezo" (ib.). El Señor enseña que "el camino de los
discípulos es un seguirle a él [ir tras él], el Crucificado. Pero en los
tres Evangelios este seguirle en el signo de la cruz se explica también...
como el camino del "perderse a sí mismo", que es necesario para el hombre y
sin el cual le resulta imposible encontrarse a sí mismo" (cf. Jesús de
Nazaret, Madrid 2007, p. 337).
Como a los discípulos, también a nosotros Jesús nos dirige la invitación:
"El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con
su cruz y me siga" (Mt 16, 24). El cristiano sigue al Señor cuando acepta
con amor la propia cruz, que a los ojos del mundo parece un fracaso y una
"pérdida de la vida" (cf. ib. 25-26), sabiendo que no la lleva solo, sino
con Jesús, compartiendo su mismo camino de entrega.
Escribe el siervo de Dios Pablo VI: "Misteriosamente, Cristo mismo, para
desarraigar del corazón del hombre el pecado de suficiencia y manifestar al
Padre una obediencia filial y completa, acepta... morir en una cruz" (Ex.
ap. Gaudete in Domino, 9 de mayo de 1975: aas 67 [1975] 300-301).
Aceptando voluntariamente la muerte, Jesús lleva la cruz de todos los
hombres y se convierte en fuente de salvación para toda la humanidad. San
Cirilo de Jerusalén comenta: "La cruz victoriosa ha iluminado a quien estaba
cegado por la ignorancia, ha liberado a quien era prisionero del pecado, ha
traído la redención a toda la humanidad" (Catechesis Illuminandorum XIII, 1:
de Christo crucifixo et sepulto: PG 33, 772 b).
Queridos amigos, confiamos nuestra oración a la Virgen María, para que cada
uno de nosotros sepa seguir al Señor en el camino de la cruz y se deje
transformar por la gracia divina, renovando -como dice san Pablo en la
liturgia de hoy- su modo de pensar para "poder discernir cuál es la voluntad
de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto" (Rm 12, 2).
(Ángelus del Papa Benedicto XVI en el Palacio pontificio de Castelgandolfo
el domingo 28 de agosto de 2011)
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Aplicación: Imitación de Cristo - “Que cargue con su cruz y me siga”
Si de buena voluntad llevas la cruz, ella te llevará, y guiará al fin
deseado, adonde será el fin del padecer, aunque aquí no lo sea. Si contra tu
voluntad la llevas, cargas y te la haces más pesada: y sin embargo conviene
que sufras. Si desechas una cruz, sin duda hallarás otra, y puede ser que
más grave.
¿Piensas tu escapar de lo que ninguno de los mortales pudo? ¿Quién de los
Santos fue en el mundo sin cruz y tribulación? Nuestro Señor Jesucristo por
cierto, en cuanto vivió en este mundo, no estuvo una hora sin dolor de
pasión. Porque convenía, dice, que Cristo padeciese, y resucitase de los
muertos, y así entrase en su gloria (Lc 24,46s). Pues ¿cómo buscas tú otro
camino sino este camino real, que es la vida de la santa cruz? […]
Mas este tal así afligido de tantas maneras, no está sin el alivio de la
consolación; porque siente el gran fruto que le crece con llevar su cruz.
Porque cuando se sujeta a ella de su voluntad, toda la carga de la
tribulación se convierte en confianza de la divina consolación. […] Esto no
es virtud humana, sino gracia de Cristo, que tanto puede y hace en la carne
flaca, que lo que naturalmente siempre aborrece y huye, lo acometa y acabe
con fervor de espíritu.
No es según la condición humana llevar la cruz, amar la cruz […]. Si miras a
ti, no podrás por ti cosa alguna de éstas: mas si confías en Dios, El te
enviará fortaleza del cielo, y hará que te estén sujetos el mundo y la
carne. Y no temerás al diablo tu enemigo, si estuvieses armado de fe, y
señalado con la cruz de Cristo.
(Imitación de Cristo, tratado espiritual del siglo XV Libro II, cap. 12)
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. La sabiduría de la cruz Mt
16, 21-27
¡Qué contraste entre este Evangelio y el del domingo pasado en que se
relataba la felicitación de Jesús a Pedro por su respuesta carismática!
Jesús lo llamó en aquella ocasión "bienaventurado" y ahora lo llama
"Satanás" o sea malaventurado, maldito. Allí habló el Espíritu por boca de
Pedro, aquí habló la carne, habló Pedro movido por su propio espíritu y
resultó que las dicciones fueron antagónicas como sus respectivas
procedencias, "pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el
espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos"[1]. Allá
Pedro confiesa a Cristo como el Mesías y Jesús lo felicita, aquí Pedro niega
al Mesías porque rechaza su misión y lo persuade para que la deje. Con razón
le dice Jesús a Pedro que es "escándalo" porque lo quiere hacer desviar de
su misión de redención por la cruz.
No nos sorprendan las palabras de Pedro que son las nuestras muchas veces.
Cuántas veces decimos palabras similares a las de Pedro: ¡Jesús no quiere el
sufrimiento! ¡Qué sentido tiene apartarse del mundo! ¡Hay que gozar de la
vida! ¿Por qué privarnos de lo que nos gusta? ¡Las comodidades no son malas,
ni tampoco el tener muchos bienes materiales! ¡No hay que ser exagerado!
¡Creo que Dios no se enoja si yo hago lo que hace la gente del mundo! ¡No
podemos hacernos extraños al mundo, hay que vivir como la gente del mundo
para estar cerca de ellos, sino como los vamos a convertir!
Jesús ante el rechazo de la cruz, que hizo Pedro, y de todos los discípulos,
porque Pedro era la voz cantante de los demás, les enseña la doctrina de la
cruz, la cual, es necesaria nada menos que para seguirlo, para ser su
discípulo: "si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome
su cruz y sígame". Palabras duras en apariencia. Duras porque van contra
nuestro espíritu humano, contra nuestra manera carnal de considerar las
cosas, contra nuestra naturaleza caída. La sola mención de cruz nos eriza el
cabello porque la imaginación vuela sin amarras a la consideración del
sufrimiento, y el sufrimiento y el sacrificio y el dolor por sí solos no
tienen sentido.
Pero detrás de la cruz y del sufrimiento que ella implica está la Vida y
esta es la amarra que debe sujetar nuestra imaginación para que no nos haga
sucumbir. El que piensa que el cristianismo es sacrificio y sufrimiento por
sí mismos es como el sordo que ve bailar a un hombre sin escuchar la música.
Dirá: ¡está loco! Pero es porque no escucha la música de fondo que da
sentido al baile. La cruz sin la vida eterna es locura pero considerándola
desde la eternidad es lo mejor, como el baile del que sabe bailar. La carne
nos hace sordos para escuchar la sabiduría de Dios, para escuchar la
sabiduría de la cruz, en cambio el Espíritu nos la revela: "pues la
predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; más para los
que se salvan - para nosotros - es fuerza de Dios"[2] y así la cruz divide a
los hombres espirituales de los carnales: "los judíos piden señales y los
griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado:
escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; más para los llamados,
lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios.
Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la
debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres"[3]. El Padre
quiso salvar a los hombres por la cruz y Jesús aceptó la cruz para
redimirnos: "El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el
ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de
siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como
hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de
cruz"[4].
La cruz es el camino único para alcanzar el cielo, es el camino que siguió
Jesús y que deben seguir sus discípulos, por supuesto, si quieren ser sus
discípulos. Jesús no obligó a los doce a seguirlo. Ellos quisieron seguirle.
Tampoco los obliga ahora que les abre el panorama de lo que implica su
seguimiento. Es la primera vez que Jesús les habla de la cruz y de su
mesianismo doloroso. Sin embargo, les dice: "si alguno quiere venir en pos
de mí", es una invitación no un mandato. Si quieres lo sigues, sino, te
quedas. Si lo quieres seguir... Él te dirá sus condiciones. Si quieres
quedarte y no seguirlo, haz lo que quieras. Y aquí también se manifiesta la
diferencia entre el discípulo de Jesús, el cristiano, que porque quiere
estar con Él, porque lo ama, lo obedece, hace lo que Jesús quiere, y el
hombre carnal y mundano que hace lo que quiere, que tiene absoluta libertad,
que nadie lo manda, pero que se queda sin Jesús. ¡Más duras son las palabras
"te quedas sin Jesús" que "tome su cruz" y sin embargo, son pocos los que lo
siguen. Es tu decisión...
Si quieres estar con Jesús tienes que negarte a ti mismo, a tu manera carnal
de ver las cosas, a tu pensar y querer humanos para pensar y querer según
Jesús y esto no es carne ni sangre sino don de Dios que se da por la fe. La
fe nos hace trascender nuestra mirada carnal porque por ella depositamos
nuestro ser en manos de Jesús, o sea, nos negamos a nosotros mismos para ser
de Él. Y llevar la cruz es llevar los afanes de cada día, las cosas que
Jesús quiere que hagamos cada día rechazando las que no quiere que hagamos,
es decir, negándonos a nosotros mismos, diciendo con San Pablo: "cada día
estoy a la muerte"[5], todos los días tenemos que negarnos a nosotros
mismos, morir a nuestro ser carnal, al hombre viejo para renacer al hombre
nuevo, espiritual, discípulo de Cristo.
Y la cruz la llevamos para seguir a Jesús sabiendo que "si hemos muerto con
él, también viviremos con él"[6] y que "los sufrimientos del tiempo presente
no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros"[7],
gloria que "ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó,
lo que Dios preparó para los que le aman"[8].
Perder la vida, ganar la vida. ¿A qué vida se refiere? Se refiere a dos
vidas: la vida carnal, humana, natural, quiere Jesús que la perdamos. La
vida sobrenatural, divina, espiritual, quiere que la ganemos. Y es condición
que perdamos una para alcanzar la otra. No se pueden tener las dos vidas
juntas porque son antagónicas como la carne y el espíritu. Perder la vida.
No se trata de la vida natural que se pierde obligatoriamente cuando Dios lo
dispone, que se pierde con la muerte. Perder la vida carnal,
voluntariamente, para ganar la vida eterna, la vida verdadera, por la cual,
el Padre entregó a su propio Hijo y, por la cual, Jesús ha venido al mundo
para que la tengamos[9]. No ha venido por la vida pasajera sino por la vida
eterna. No ha venido Jesús para que tengamos una vida con todas las
comodidades: un auto último modelo, una casa con piscina, dinero para
vacaciones, etc. lo cual, puede ser que se dé. Él ha venido por una vida de
mucho más valor, al lado de la cual, todo eso es risible y diminuto. "¿De
qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué
puede dar el hombre a cambio de su vida?".
(P. Gustavo Pascual, I.V.E. La sabiduría de la cruz)
[1] Ga 5, 17
[2] 1 Co 1, 18
[3] 1 Co 1, 22-25
[4] Flp 2, 6-8
[5] 1 Co 15, 31
[6] 2 Tm 2, 12
[7] Rm 8, 18
[8] 1 Co 2, 9
[9] Cf. Jn 10, 10
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Ejemplos
TRES ÁRBOLES
Había una vez tres árboles en una colina de un bosque. Hablaban acerca de
sus sueños y esperanzas y el primero dijo: Algún día seré cofre de tesoros.
Estaré lleno de oros, plata y piedras preciosas. Estaré decorado con
labrados artísticos y tallados finos, todos verán mi belleza.
El segundo árbol dijo: Algún día seré una poderosa embarcación. Llevaré a
los más grandes reyes y reinas a través de los océanos, e iré a todos los
rincones del mundo. Todos se sentirán seguros por mi fortaleza, fuerza y mi
poderoso casco.
Finalmente, el tercer árbol dijo: Yo quiero crecer para ser el más recto y
grande de todos los árboles en el bosque. La gente me verá en la cima de la
colina, mirará mis poderosas ramas y pensarán en el Dios de los cielos, y
cuán cerca estoy de alcanzarlo. Seré el más gran árbol de todos los tiempos
y la gente siempre me recordará.
Después de unos años de que los árboles oraban para que sus sueños se
convirtieran en realidad, un grupo de leñadores vino donde estaban los
árboles. Cuando uno vio al primer árbol dijo: "Este parece un árbol fuerte,
creo que podría vender su madera a un carpintero", y comenzó a cortarlo. El
árbol estaba muy feliz debido a que sabía que el carpintero podría
convertirlo en cofre para tesoros.
El otro leñador dijo mientras observaba al segundo árbol: Parece un árbol
fuerte, creo que lo podré vender al carpintero del puerto". El segundo árbol
se puso muy feliz porque sabía que estaba en camino a convertirse en una
poderosa embarcación. El último leñador se acercó al tercer árbol, este muy
asustado, pues sabía que si lo cortaban, su sueño nunca se volvería
realidad.
El leñador dijo entonces: No necesito nada especial del árbol que corte, así
que tomaré éste, y cortó el tercer árbol.
Cuando el primer árbol llegó donde el carpintero, fue convertido en un cajón
de comida para animales, y fue puesto en un pesebre y llenado con paja. Se
sintió muy mal, pues eso no era, por lo que tanto había orado.
El segundo árbol fue cortado y convertido en una pequeña balsa de pesca, ni
siquiera lo suficientemente grande para navegar en el mar, y fue puesto en
un lago. Y vio como sus sueños de ser una gran embarcación cargando reyes
habían llegado a su final.
El tercer árbol fue cortado en largas y pesadas tablas y dejado en la
oscuridad de una bodega.
Años más tarde, los árboles olvidaron sus sueños y esperanzas por las que
tanto habían orado.
Entonces un día un hombre y una mujer llegaron al pesebre. Ella dio a luz un
niño, y lo colocó en la paja que había dentro del cajón en que fue
transformado el primer árbol. El hombre deseaba haber podido tener una cuna
para su bebé, pero este cajón debería serlo. El árbol sintió la importancia
de este acontecimiento y supo que había contenido el más grande tesoro de la
historia.
Años más tarde, un grupo de hombres entraron en la balsa en la cual habían
convertido al segundo árbol. Uno de ellos estaba cansado y se durmió en la
barca. Mientras ellos estaban en el agua una gran tormenta se desató y el
árbol pensó que no sería lo suficientemente fuerte para salvar a los
hombres. Los hombres despertaron al que dormía, éste se levantó y dijo:
"¡Calma! ¡Quédate quieto!" y la tormenta y las olas se detuvieron. En ese
momento el segundo árbol se dio cuenta de que había llevado al Rey de Reyes
y Señor de Señores.
Finalmente, un tiempo después alguien vino y tomó al tercer árbol convertido
en tablas. Fue cargado por las calles al mismo tiempo que la gente escupía,
insultaba y golpeaba al Hombre que lo cargaba. Se detuvieron en una pequeña
colina y el Hombre fue clavado al árbol y levantado para morir en la cima de
la colina. Cuando llegó el domingo, el tercer árbol se dio cuenta que él fue
lo suficientemente fuerte para permanecer erguido en la cima de la colina, y
estar tan cerca de Dios como nunca, porque Jesús había sido crucificado en
él.
La moraleja de esta Historia es:
Cuando parece que las cosas no van de acuerdo con tus planes, debes saber
que siempre Dios tiene un plan para uno. Si pones tu confianza en él, te va
a dar grandes regalos a su tiempo. Recuerda que cada árbol obtuvo lo que
pidió, sólo que no en la forma en que pensaba. No siempre sabemos lo que
Dios planea para nosotros, sólo sabemos que: ¡Sus Caminos no son nuestros
caminos, pero sus caminos siempre son los mejores!
(Roca, Juan Manuel.Cómo acertar con mi vida. Ediciones Eunsa. Pamplona.
2.003. Pag. 205-208)
(Cortesía: NBCD, EDD e iveargentina.org)