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Domingo 20 del Tiempo Ordinario A - 'Qué grande es tu fe' - Comentarios de Sabios y Santos I: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical

Recursos adicionales para la preparación

 



A su disposición
Exégesis: José Ma. Solé Roma O.M.F. - Sobre las tres lecturas


Comentario Teológico: San Juan Pablo II - Las mujeres del Evangelio

Comentario a las tres lecturas: Hans Urs von Balthasar - ¡Qué grande es tu fe!

Comentario a las tres lecturas: Adrien Nocent - Una casa para todos los pueblos

Santos Padres: San Agustín - Mt 15,21-28: Pidiendo las migajas que caen de la mesa, luego se encontró sentada a la mesa

Aplicación: P. Octavio Ortiz - Renovemos nuestra oración

Aplicación: Mons. Fulton J. Sheen - La Fe

Aplicación: San Juan Pablo II - El milagro como llamada a la fe

Aplicación: Raniero Cantalamessa, OFM Cap. - Dios escucha incluso cuando no escucha

Ejemplos

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

 

Comentarios a Las Lecturas del Domingo


Exégesis: José Ma. Solé Roma O.M.F. - Sobre las tres lecturas

Sobre la Primera Lectura (Is 56, 1. 6-7)
En este oráculo el Profeta exhorta a todos a la fidelidad para con Dios y abre a los extranjeros el acceso a las bendiciones de Israel, a condición de que se sometan a la Ley de la Alianza:

- El Profeta quiere que se dispongan a la Era Mesiánica, que él ve muy cercana. La disposición ha de ser preferentemente moral y espiritual: Practicar la equidad y la justicia. Si ellos quitan los obstáculos, el Señor presto les dará a gozar la Salvación Mesiánica. Notemos la equivalencia de estos dos conceptos: 'Mi Salvación = Mi Justicia' (1), tan frecuente en el estilo de Isaías y que Pablo usará en este mismo sentido (Is 45, 21; 46, 13; 56, y Rom 1, 17, 5, 1, etc.).

- En pura línea isaiana, el oráculo muestra un universalismo generoso: Todos los forasteros residentes en Israel podían, según Éxodo 12, 48, unirse al culto, a la celebración de la Pascua, a condición de que se circuncidaran. Ahora se les pide sólo fidelidad al Sábado. Con ello se equiparan al Pueblo de Dios (3) y reciben la promesa de que Dios les colmará de gozo cuando le presenten sus ofrendas en el Templo (7). El Templo será Casa de oración y de encuentro con Dios para todos los pueblos. El Destierro de Babilonia ha vuelto más abiertos y generosos a los judíos.

- También excluía la Ley a los eunucos. No podían tomar parte en el culto (Dt 23, 2). En cambio, aquí este oráculo se eleva a zona más alta. Lo que de verdad interesa a los ojos de Dios es la fidelidad a su Alianza. El eunuco que la guarde (4) recibirá de Dios una bendición mejor que la de los hijos y la de la fama entre los hombres (5). El Profeta, por tanto, supera el legalismo e interpreta la vieja Ley a una luz superior. La misma luz que permitirá decir al Sabio: 'Dichosa la estéril sin mancilla. Su fecundidad se mostrará en la visita (juicio) de las almas. Dichoso también el eunuco que no obra la iniquidad. Por su fidelidad alcanzará una herencia muy agradable en el Templo (=Cielo) del Señor' (Sab 3, 13-14). Hay, por tanto, una fecundidad, la espiritual, que supera a la corporal. La esterilidad deja de juzgarse como maldición. Jesús elevará aún más el vuelo y nos invitará a la virginidad voluntaria que tendrá una maravillosa fecundidad en el Reino de los cielos (Mt 19, 12). Como igualmente nos aglutinará a todos al fusionarnos en El: 'El Pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Y por cuanto es uno el Pan, un Cuerpo somos la muchedumbre que de este único Pan participamos' (I Cor 10, 17).

Sobre la Segunda Lectura (Rom 11, 13-15. 29-32)
San Pablo, que nos ha presentado las negras sombras del misterio de la infidelidad de Israel, ahora nos muestra las luces y las esperanzadoras perspectivas:

- La infidelidad de Israel no es total. Un ejemplo es el mismo Pablo (1). El, que también es israelita de pura sangre, cree en Jesús-Mesías. Y como él, otros innúmeros judíos. A la manera que en otras ocasiones que Dios castigó a Israel se reservó siempre un núcleo (= Resto) para la futura restauración (2-7), así ahora. La masa de Israel ha visto al Mesías y no le ha reconocido (5). Un apego ciego a sus ritos y culto (= Mesa v 9) ha sido su tropiezo.

- La infidelidad de Israel no es absoluta. Árbol, como es, de raíces santas (= Patriarcas), sigue siendo Pueblo de Dios. Los gentiles convertidos son ramas de acebuche (= olivo silvestre) injertados en el árbol santo de Israel (24). Y por eso judíos creyentes y gentiles formamos el nuevo Israel de Dios. Árbol cuya raíz y tronco (Israel del A.T.) nos sostiene y nos irriga a nosotros, los gentiles, llamados a la fe (18).

- La infidelidad de Israel no es definitiva. Día vendrá en que los judíos contumaces, ramas desgajadas del olivo de Israel, encelados a la vista de cómo los gentiles heredan las bendiciones Mesiánicas, se convertirán a Cristo (24). Cuando esto llegue verá el mundo un rejuvenecer del olivo; es decir, del 'Israel de Dios'. Será como una resurrección. Como una primavera tras un gélido invierno (12. 15). Pablo entra aún más en el interior del misterio y ve planes de misericordia de Dios donde nosotros sólo vemos negros abismos de pecado y tremendos castigos. El misterio o plan secreto de Dios es: judíos y gentiles, todos necesitan por igual de la gracia y misericordia divina (25. 32). Los gentiles sumidos en pecado aceptan de inmediato esta gracia. Israel, sumido ahora en ceguera, se dispone a través de su largo castigo a que dejando de fiar en sí acepte como 'gracia' la salvación del Mesías que le ha de redimir (26. 27). En realidad, el pecado de Israel fue orgullo. Rechazan a un Mesías Redentor porque a ellos les basta su ley.

Sobre el Evangelio (Mt 15, 21-28)
El episodio de la Cananea nos conmueve. La fe de esta mujer pagana merece el elogio de Jesús:

- En el plan del Padre, Jesús tiene la función y misión de predicar a los judíos. Su mensaje llegaría a los gentiles por medio de sus Apóstoles (24),

- Las súplicas tiernas y confiadas de esa mujer pagana obtienen por su piedad, fe y constancia el milagro. Tiene fe. Tiene grande fe (28). Por tanto, ya no es pagana, sino hija de Abraham. Queda así patente que no son títulos de raza y sangre los que dan derechos. Para la Salvación Dios pide la fe.

- Necesitamos la fe firme y perseverante de la Cananea. El orgullo es siempre el mayor obstáculo para la fe. La fe es obediencia. Y el orgullo no obedece: 'Cuando Dios revela hay que prestarle la obediencia de la fe, por la que el hombre se confíe libre y totalmente a Dios; y presta a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad' (DV 5). La Cananea, con la luz y gracia interior del Espíritu Santo, se adhiere a Jesús. Puesta a prueba, responde con una maravillosa y ejemplar humildad (27). Jesús se rinde a la súplica de la fe y de la humildad.
(José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "A", Herder, Barcelona 1979.)


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Comentario Teológico: San Juan Pablo II - Las mujeres del Evangelio

13. Recorriendo las páginas del Evangelio pasan ante nuestros ojos un gran número de mujeres, de diversa edad y condición. Nos encontramos con mujeres aquejadas de enfermedades o de sufrimientos físicos, como aquella mujer poseída por "un espíritu que la tenía enferma; estaba encorvada y no podía en modo alguno enderezarse" (Lc 13, 11), o como la suegra de Simón que estaba "en cama con la fiebre" (Mc 1, 30), o como la mujer "que padecía flujo de sangre" (cf. Mc 5, 25-34) y que no podía tocar a nadie porque pensaba que su contacto hacía al hombre "impuro". Todas ellas fueron curadas, y la última, la hemorroisa, que tocó el manto de Jesús "entre la gente" (Mc 5, 27), mereció la alabanza del Señor por su gran fe: "Tu fe te ha salvado" (Mc 5, 34). Encontramos también a la hija de Jairo a la que Jesús hizo volver a la vida diciéndole con ternura: "Muchacha, a ti te lo digo, levántate" (Mc 5, 41). En otra ocasión es la viuda de Naima la que Jesús devuelve a la vida a su hijo único, acompañando su gesto con una expresión de afectuosa piedad: "Tuvo compasión de ella y le dijo: "No llores"" (Lc 7, 13). Finalmente vemos a la mujer cananea, una figura que mereció por parte de Cristo unas palabras de especial aprecio por su fe, su humildad y por aquella grandeza de espíritu de la que es capaz sólo el corazón de una madre: "Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas" (Mt 15, 28). La mujer cananea suplicaba la curación de su hija.

A veces las mujeres que encontraba Jesús, y que de él recibieron tantas gracias, lo acompañaban en sus peregrinaciones con los apóstoles por las ciudades y los pueblos anunciando el Evangelio del Reino de Dios; algunas de ellas "le asistían con sus bienes". Entre éstas, el Evangelio nombra a Juana, mujer del administrador de Herodes, Susana y "otras muchas" (cf. Lc8, 1-3). En otras ocasiones las mujeres aparecen en las parábolas con las que Jesús de Nazaret explicaba a sus oyentes las verdades sobre el Reino de Dios; así lo vemos en la parábola de la dracma perdida (cf. Lc15, 8-10), de la levadura (cf. Mt 13, 33), de las vírgenes prudentes y de las vírgenes necias (cf. Mt 25, 1-13). Particularmente elocuente es la narración del óbolo de la viuda. Mientras "los ricos (...) echaban sus donativos en el arca del tesoro (...) una viuda pobre echaba allí dos moneditas". En tonces Jesús dijo: "Esta viuda pobre ha echado más que todos (...) ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir" (Lc 21, 1-4). Con estas palabras Jesús la presenta como modelo, al mismo tiempo que la defiende, pues en el sistema socio-jurídico de entonces las viudas eran unos seres totalmente indefensos (cf. también Lc18, 1-7).

En las enseñanzas de Jesús, así como en su modo de comportarse, no se encuentra nada que refleje la habitual descriminación de la mujer, propia del tiempo; por el contrario, sus palabras y sus obras expresan siempre el respeto y el honor debido a la mujer. La mujer encorvada es llamada "hija de Abraham" (Lc13, 16), mientras en toda la Biblia el título de "hijo de Abraham" se refiere sólo a los hombres. Recorriendo la vía dolorosa hacia el Gólgota, Jesús dirá a las mujeres: "Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí" Lc23, 28). Este modo de hablar sobre las mujeres y a las mujeres, y el modo de tratarlas, constituye una clara "novedad" respecto a las costumbre dominantes entonces.

Todo esto resulta aún más explícito referido a aquellas mujeres que la opinión común señalaba despectivamente como pecadoras: pecadoras públicas y adúlteras. A la Samaritana el mismo Jesús dice: "Has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo". Ella, sintiendo que él sabía los secretos de su vida, reconoció en Jesús al Mesías y corrió a anunciarlo a sus compaisanos. El diálogo que precede a este reconocimiento es uno de los más bellos del Evangelio (cf. Jn4, 7-27).

He aquí otra figura de mujer: la de una pecadora pública que, a pesar de la opinión común que la condena, entra en casa del fariseo para ungir con aceite perfumado los pies de Jesús. Este, dirigiéndose al huésped que se escandalizaba de este hecho, dirá de la mujer: "Quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor" (cf. Lc7, 37-47).

Y, finalmente, fijémonos en una situación que es quizás la más elocuente: la de una mujer sorprendida en adulterio y que es conducida ante Jesús. A la pregunta provocativa: "Moisés nos mandó en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú que dices?". Jesús responde: "Aquel de vosotros que esté sin pecado que le arroje la primera piedra". La fuerza de la verdad contenida en tal respuesta fue tan grande que "se iban retirando uno tras otro comenzando por los más viejos". Solamente quedan Jesús y la mujer. "¿Dónde están? ¿Nadie te condena?" -"Nadie, Señor"- "Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no peques más" (cf. Jn 8, 3-11).

Estos episodios representan un cuadro de gran transparencia. Cristo es aquel que "sabe lo que hay en el hombre" (cf. Jn2, 25), en el hombre y en la mujer. Conoce la dignidad del hombre, el valor que tiene a los ojos de Dios. El mismo Cristo es la confirmación definitiva de este valor. Todo lo que dice y hace tiene cumplimiento definitivo en el misterio pascual de la redención. La actitud de Jesús en relación con las mujeres que se encuentran con él a lo largo del camino de su servicio mesiánico, es el reflejo del designio eterno de Dios que, al crear a cada una de ellas, la elige y la ama en Cristo (cf. Ef 1, 1-5 ). Por esto, cada mujer es la "única criatura en la tierra que Dios ha querido por sí misma", cada una hereda también desde el "principio" la dignidad de persona precisamente como mujer. Jesús de Nazaret confirma esta dignidad, la recuerda, la renueva y hace de ella un contenido del Evangelio y de la redención, para lo cual fue enviado al mundo. Es necesario, por consiguiente, introducir en la dimensión del misterio pascual cada palabra y cada gesto de Cristo respecto a la mujer. De esta manera todo tiene su plena explicación.

(…)

Guardianas del mensaje evangélico

15. El modo de actuar de Cristo, el Evangelio de sus obras y de sus palabras, es un coherente reproche a cuanto ofende la dignidad de la mujer. Por esto, las mujeres que se encuentran junto a Cristo se descubren a sí mismas en la verdad que él "enseña" y que él "realiza", incluso cuando ésta es la verdad sobre su propia "pecaminosidad". Por medio de esta verdad ellas se sienten "liberadas", reintegradas en su propio ser; se sienten amadas por un "amor eterno", por un amor que encuentra la expresión más directa en el mismo Cristo. Estando bajo el radio de acción de Cristo su posición social se transforma; sienten que Jesús les habla de cuestiones de las que en aquellos tiempos no se acostumbraba a discutir con una mujer. Un ejemplo, en cierto modo muy significativo al respecto, es el de la Samaritana en el pozo de Siquem. Jesús -que sabe en efecto que es pecadora y de ello le habla- dialoga con ella sobre los más profundos misterios de Dios. Le habla del don infinito del amor de Dios, que es como "una fuente que brota para la vida eterna" (Jn 4, 14); le habla de Dios que es Espíritu y de la verdadera adoración, que el Padre tiene derecho a recibir en espíritu y en verdad (cf. Jn4, 24); le revela, finalmente, que Él es el Mesías prometido a Israel (cf. Jn4, 26).
Estamos ante un acontecimiento sin precedentes; aquella mujer -que además es una "mujer-pecadora"- se convierte en "discípula" de Cristo; es más, una vez instruída, anuncia a Cristo a los habitantes de Samaria, de modo que también ellos lo acogen con fe (cf. Jn4, 39-42). Es éste un acontecimiento insólito si se tiene en cuenta el modo usual con que trataban a las mujeres los que enseñaban en Israel; pero, en el modo de actuar de Jesús de Nazaret un hecho semejante es normal. A este propósito, merecen un recuerdo especial las hermanas de Lázaro; "Jesús amaba a Marta, a su hermana María y a Lázaro" (cf. Jn11, 5). María, "escuchaba la palabra" de Jesús; cuando fue a visitarlos a su casa él mismo definió el comportamiento de María como "la mejor parte" respecto a la preocupación de Marta por las tareas domésticas (cf. Lc10, 38-42). En otra ocasión, la misma Marta -después de la muerte de Lázaro- se convierte en interlocutora de Cristo y habla acerca de las verdades más profundas de la revelación y de la fe.

- "Señor si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano". - "Tu hermano resucitará". - "Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día". Le dijo Jesús: "Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?". "Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo" (Jn11, 21-27). Después de esta profesión de fe Jesús resucitó a Lázaro. También el coloquio con Marta es uno de los más importantes del Evangelio.

Cristo habla con las mujeres acerca de las cosas de Dios y ellas le comprenden; se trata de una auténtica sintonía de mente y de corazón, una respuesta de fe. Jesús manifiesta aprecio por dicha respuesta, tan "femenina", y -como en el caso de la mujer cananea (cf. Mt 15, 28)- también admiración. A veces propone como ejemplo esta fe viva impregnada de amor; él enseña, por tanto, tomando pie de esta respuesta femenina de la mente y del corazón. Así sucede en el caso de aquella mujer "pecadora" en casa del fariseo, cuyo modo de actuar es el punto de partida por parte de Jesús para explicar la verdad sobre la remisión de los pecados: "Quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra" (Lc 7, 47). Con ocasión de otra unción Jesús defiende, delante de sus discípulos y, en particular, de Judas, a la mujer y su acción: "¿Por qué molestáis a esta mujer? Pues una "obra buena" ha hecho conmigo (...) al derramar ella este ungüento sobre mi cuerpo, en vista de mi sepultura lo ha hecho. Yo os aseguro: dondequiera que se proclame esta Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya" (Mt 26, 6-13).

En realidad los Evangelios no sólo describen lo que ha realizado aquella mujer en Betania, en casa de Simón el leproso, sino que, además, ponen en evidencia que, en el momento de la prueba definitiva y decisiva para toda la misión mesiánica de Jesús de Nazaret, a los pies de la Cruz estaban en primer lugar las mujeres. De los apóstoles sólo Juan permaneció fiel; las mujeres eran muchas. No sólo estaba la Madre de Cristo y "la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena" (Jn 19, 25), sino que "había allí muchas mujeres mirando desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle" (Mt 27, 55). Como podemos ver, en ésta que fue la prueba más dura de la fe y de la fidelidad las mujeres se mostraron más fuertes que los apóstoles; en los momentos de peligro aquellas que "aman mucho" logran vencer el miedo. Antes de esto habían estado las mujeres en la vía dolorosa, "que se dolían y se lamentaban por él" (Lc 23, 27). Y antes aun había intervenido también la mujer de Pilatos, que advirtió a su marido: "No te metas con ese justo, porque hoy he sufrido mucho en sueños por su causa" (Mt 27, 19).
(San Juan Pablo II, Carta Apostólica MulierisDignitatem, nº 13.15)

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Comentario a las tres lecturas: Hans Urs von Balthasar - ¡Qué grande es tu fe!

1. El pagano cree. El evangelio de la mujer cananea tiene un tono extrañamente duro. En un primer momento Jesús parece no querer oír la fervorosa súplica de la mujer; después dice que su misión concierne sólo a Israel, y una tercera sentencia lo subraya: el pan que él ha de dar pertenece a los hijos y no a los perros. Pero después viene la maravillosa respuesta de la mujer: «Tienes razón, Señor»; ella lo ve y lo admite, pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de su amos. Ante semejante respuesta el Señor no puede resistirse, como tampoco pudo resistirse ante la respuesta del centurión pagano de Cafarnaún: la fe humilde y confiada en su persona se clava en el corazón de Jesús y la súplica es escuchada. En Cafarnaúm se oyeron estas palabras: «Señor, no te molestes; yo no soy quién para que entres bajo mi techo» (Lc 7,6); aquí se produce la humilde aceptación del último lugar, bajo la mesa. En ambos casos se trata de la misma fe: «En ningún israelita he encontrado tanta fe» (Mt 8,10).

2. Olvidamos fácilmente que la misión de Jesús concierne realmente a Israel: él es el Mesías del pueblo elegido, en torno al cual -una vez que este pueblo elegido ha sido salvado y ha llegado a la verdadera fe- debían congregarse los pueblos paganos, como se dice muy claramente en la primera lectura. Jesús no puede actuar al margen de su misión mesiánica, sino que ha de procurar su cumplimiento. Esta misión se cumple en la cruz, donde, rechazado por Israel, sufre no sólo por Israel sino por todos los pecadores. Y lo que sucede ya ahora es que Jesús encuentra una perfecta confianza también fuera de Israel, y esta respuesta correcta a Dios le obliga por así decirlo a considerar también en su actividad terrestre como Mesías, ya antes de la cruz, la misión de Israel de ser luz de todos los pueblos -como lo hace expresamente la primera lectura-.

3. Encerrados en la desobediencia. Si no se quiere ver aún hoy el papel de Israel en el plan salvífico de Dios, no se puede comprender su plan universal de salvación. Pablo nos lo explica en la segunda lectura. Pero este plan, al ser el plan de Dios, sigue siendo bastante misterioso incluso en esta explicación de Pablo. Los paganos parecían tener un motivo para estar celosos de Israel: ¿por qué dispensaba Dios a este pueblo semejante trato de favor? Pero ahora que el Mesías ha sido rechazado por Israel y los paganos han comprendido que Jesús ha muerto también por ellos, la situación cambia y son los judíos los que pueden estar celosos. Estos celos les hacen comprender que la salvación divina ha llegado ya, y Pablo cree que esto hará que al menos "algunos de ellos" comprendan que su salvación procede realmente del Mesías que ellos han rechazado. Además, la alianza que Dios ha ofrecido a Israel es irrevocable, como se dice en otro pasaje: «Si nosotros somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo» (2 Tm 2,13). Si los paganos pecadores han podido experimentar el amor misericordioso de Dios sin mérito alguno por su parte, entonces también el Israel pecador, que reconoce finalmente que es pecador y que su justicia legal no le sirve de nada, «alcanzará misericordia» (v. 31). Misericordia es la última palabra: es, como en el evangelio, el atributo más profundo de Dios, un atributo que sólo es comprendido por nosotros pecadores cuando sabemos que no la merecemos y que el amor de Dios es un don totalmente gratuito. De ahí las palabras finales sobre el plan divino de salvación: «Pues Dios nos encerró a todos en desobediencia» -judíos, paganos y cristianos-, «para tener misericordia de todos».
(HANS URS von BALTHASAR - LUZ DE LA PALABRA - Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C, Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 97 s.)

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Comentario a las tres lecturas: Adrien Nocent - Una casa para todos los pueblos

-Israel, sí; pero también todos cuantos creen (Mt 15, 21-28) No hay más que leer un poco atentamente este pasaje para darse cuenta de la intención de S. Mateo: poner de relieve el universalismo de la salvación. Sus lectores son sobre todo judeo-cristianos y sin duda están orgullosos de haber sido elegidos como Pueblo de Dios. Una mujer no-judía pide un milagro. Jesús no le responde. Esta actitud provoca la intervención de los discípulos que siguen situándose en el nivel material de los acontecimientos. S. Mateo, evidentemente, hace resaltar la respuesta que les da Jesús: "Sólo he sido enviado a las ovejas perdidas de Israel". Esta dura respuesta debería, de suyo, contentar a los judíos y a los judeo-cristianos.

Pero sucede que la mujer no-judía hace una profesión de fe conmovedora en su humildad. Y Jesús queda visiblemente impresionado: "Mujer, grande es tu fe; que se realice lo que deseas".

El anuncio del Evangelio, la salvación se ofrece también a los paganos que creen. Esto es lo que quiere enseñar, principalmente, el Evangelio de hoy. No se requiere ser del pueblo elegido, pues también los que no lo son pueden acceder a la salvación si creen activamente. Su fe termina por vencer todos los obstáculos.

Para nosotros, hoy, la actitud de esta mujer, que insiste con toda la penetración que le da su fe, es una lección muy importante que debemos recibir con gratitud. Vemos en ella una seguridad en su esperanza que nos deja confundidos. La cananea acepta ser considerada como un "perro", una mera "pagana" en relación con los hijos que son los judíos. Pero no se resigna a creer que ella no pueda recibir una gracia de Jesús si cree en El, como efectivamente cree.

-Una casa en la que recen todos los pueblos (Is 56, 1.6-7)
Puede surgir la pregunta de por qué el autor de este texto hace tanto hincapié en la situación religiosa de los extranjeros. Se debe a que al ser muchos, se creaba un verdadero problema, tanto para los mismos judíos como para ellos que se veían excluidos de la vida de la ciudad.

El autor recuerda que la salvación esta ligada, sobre todo, a una actitud que hay que tomar y no depende, en primer lugar, de la pertenencia a una nación. Lo fundamental es practicar el derecho y la justicia. Y esto lo pueden hacer también los extranjeros, que se transforman así en siervos del Señor y pueden observar el sábado y vincularse a la Alianza.

Cuantos conducen así su vida, pueden acceder a la montaña santa del Señor. Serán felices en la casa de oración y sus holocaustos y sacrificios serán aceptados. La afirmación es importante. Es una ruptura con todo lo que pueda ser nacionalismo de la salvación y pretensión de monopolizar la Alianza y la oración. El autor pone en boca del Señor: "Mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos". Es verdad que este texto universalista no es ni el único, ni el primero en el Antiguo Testamento. Ya en Amós podemos ver que el Señor invita al Templo a los Filisteos y a los Arameos (9, 7), como en el texto que leemos hoy, los extranjeros pueden acceder a la salvación si se someten al Señor (Am 1, 3.2, 3). Hay otros pasajes en los que vemos a extranjeros llegar a Jerusalén para conocer la salvación que procede de Dios y de su Ley, y les vemos, también, convertirse al Dios vivo (Is 45, 14-17.20-25). Podemos asistir a la conversión de Egipto y de Asiria (Is 19, 16-25). El Señor reúne a todas las naciones y a todas las lenguas (Is 66, 18-21). Pero los judíos están lejos de admitir este universalismo; los peligros de corrupción que han experimentado, no sin graves perjuicios, durante su cautividad, les empujan a encerrarse en sí mismos. Lo que más predomina, entre ellos, es un fuerte exclusivismo (Esd 9-10) y un cierto proselitismo, cosas que también podemos constatar en el texto que hoy proclamamos.

El salmo 66, responsorial de hoy, canta el universalismo, y nosotros, cristianos, lo debemos cantar pensando en lo que significa la palabra "católica" referida a la Iglesia.
¡Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Ilumine su rostro sobre nosotros,
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación!

-Todos los pueblos pueden alcanzar misericordia (Rm 11, 13-32)
La carta de S. Pablo se expresa en términos fuertes y podemos imaginar la conmoción del Apóstol al escribir estas líneas que escuchamos hoy. Está hasta tal punto convencido de la llamada a los paganos y de su misión para con ellos, que desea provocar la envidia de los judíos cuando caigan en la cuenta de la salvación dada a los paganos. Efectivamente, la cosa es dolorosa para los judíos. Infieles y rechazados, constatan ahora que la Alianza ha pasado a los paganos. El mundo ha sido reconciliado con Dios y el Señor no ha reservado sus privilegios en exclusiva para el pueblo que en otro tiempo eligió. Pero S. Pablo afronta también el tema de la vuelta de los judíos y la considera como una reintegración, semejante a la vida para los que murieron. Vida de Dios para los que no creyeron. Existe pues un doble movimiento: Por un lado, los paganos no participaban de la vida; ahora viven la vida de Dios por su fe y su conversión. Por otro lado, los judíos que habían sido elegidos, murieron a la vida de Dios porque no aceptaron la Palabra enviada por Dios. Pero también a ellos se les ofrece la reintegración y aunque están muertos pueden volver a vivir.

De este modo nos presenta S. Pablo admirablemente, el plan de Dios en la historia: la desobediencia da ocasión al Señor de actuar con misericordia para con los paganos primero y de ofrecerla, ahora, a los judíos.

También para nosotros tiene gran importancia esta presentación de la salvación universal por parte de Dios. Tenemos que abandonar un cierto exclusivismo cristiano. Aunque tengamos que seguir afirmando la necesidad absoluta de entrar en la Iglesia para alcanzar la salvación y aunque esta afirmación sea de fe, estamos hoy mejor capacitados para ver los matices que hay que introducir en esta aseveración: "fuera de la Iglesia no hay salvación". Los cristianos estamos divididos. Pues aunque felizmente sentimos cada vez más el escándalo de la división, no por eso deja de existir y no se la puede superar con actitudes simplistas. Tenemos que sufrirla y tener la paciencia de esperar. Esta paciencia supone la apertura y el diálogo,. que no consisten en renegar de lo que es la verdad, sino en comprender al otro y en buscar una expresión de nuestra fe, que sin dimitir de nada. sea más accesible a aquellos que no siempre nos han comprendido y a los que nosotros no siempre hemos aceptado.

De todas formas, el universalismo de la salvación sigue siendo un gran misterio: el de la voluntad de Dios que quiere salvar a todos los hombres, en relación con la profundidad de su fe y de su búsqueda. Esto supera los límites de todo lo que nosotros podamos establecer y marca como dirección única la Sabiduría de Dios.
(ADRIEN NOCENT, EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6, TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21, SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 110 ss.)

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Santos Padres: San Agustín - Mt 15,21-28: Pidiendo las migajas que caen de la mesa, luego se encontró sentada a la mesa

¡Cómo clamó también aquella mujer cananea que iba dando gritos detrás del Señor! Su hija padecía un demonio; estaba poseída por el diablo, pues la carne no estaba en concordia con la mente. Si ella clamó tan intensamente en favor de su hija, ¡cuál debe ser nuestro clamor en favor de nuestra carne y nuestra alma! Veis lo que consiguió con su clamor. En un primer momento fue despreciada, pues era cananea, un pueblo malo que adoraba ídolos. El Señor Jesucristo, en cambio, caminaba por Judea, tierra de los patriarcas y de la Virgen María, que dio a luz a Cristo: era el único pueblo que adoraba al verdadero Dios y no a los ídolos. Así, pues, cuando le interpeló no sé qué mujer cananea, no quiso escucharla. No le hacía caso precisamente porque sabía lo que le tenía reservado: no para negarle el beneficio, sino para que lo mereciera ella con su perseverancia.

Le dijeron sus discípulos: «Señor, despáchala ya, dale una respuesta; estás viendo que clama detrás de nosotros y nos está cansando». Y él replicó a sus discípulos: No he sido enviado más que a las ovejas que perecieron de la casa de Israel (Mt

15,23-24). He sido enviado al pueblo judío para buscar las ovejas que se habían perdido. Había otras en otros pueblos, pero Cristo no había venido para ellas, porque no creyeron por la presencia de Cristo, sino que creyeron en su evangelio. Por eso dijo: No he sido enviado más que a las ovejas; por eso eligió también . personalmente a los apóstoles. De aquellas mismas ovejas era Natanael, de quien dijo: He aquí un israelita en quien no hay engaño (Jn 1,47). De aquellas ovejas procedía la gran muchedumbre que ponía sus ramos delante del asno que llevaba el Señor, y decía: Bendito el que viene en el nombre del Señor (Mt 21,9). Aquellas ovejas de la casa de Israel se habían extraviado y habían reconocido al pastor que estaba presente y habían creído en Cristo a quien veían. Por lo tanto, cuando no atendía a aquella mujer, la dejaba para más tarde como oveja de la gentilidad.

A pesar de haber oído lo que el Señor dijo a sus discípulos, ella perseveró clamando sin cesar. Y el Señor, dirigiéndose a ella, le dice: No está bien quitar el pan a los hijos y echárselo a los perros (Mt 15.26). ¿Por qué la llamó perro? Porque pertenecía a los gentiles, quienes adoraban a los ídolos; pues los perros lamen las piedras. No está bien quitar el pan a los hijos y echárselo a los perros. Ella no contestó: «Señor, no me llames perro, pues no lo soy», sino más bien: «Dices la verdad, Señor, soy un perro». Mereció el beneficio cuando reconoció la verdad del insulto; donde reconoció la iniquidad, allí fue coronada la humildad. Así es, Señor, dices verdad, pero también los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus señores. Y entonces le dijo el Señor: ¡Oh mujer! Grande es tu fe; hágase según tú deseas (Mt 15,27-28). Hace poco la llamó perro, ahora mujer; ladrando se ha trasformado. Deseaba las migajas que caían de la mesa, e inmediatamente, se encontró sentada a la mesa. En efecto. cuando el Señor le dice: Grande es tu fe, ya la había contado entre aquellos cuyo pan no quería que se echase a los perros.
(San Agustín, Sermón 154 A, 4

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Aplicación: P. Octavio Ortiz - Renovemos nuestra oración

Nexo entre las lecturas
El tema de la universalidad de la salvación aparece de modo especial en este XX domingo del tiempo ordinario. El tercer Isaías expone la situación de los judíos deportados que, después de haber convivido con pueblos extranjeros en el exilio -desde el 587 hasta el 538-, vuelven a la patria y encuentran otros pueblos que habitan su tierra. En el exilio intentaron mantener su fe permaneciendo unidos en torno a los sacerdotes y los escribas pero, sin la presencia del templo, anhelaban siempre el retorno a la ciudad de David y a la Casa del Señor. Una vez vueltos a su tierra, encuentran pueblos extranjeros que habitan en ella. Advierten que se ha creado un nuevo estado de cosas, que les obliga a reflexionar y a adoptar una nueva actitud hacia aquellos pueblos. El oráculo del libro de Isaías que hoy leemos, trata de dar respuesta a esta circunstancia: "Aquellos extranjeros que se adhieran al Señor, ofrezcan sacrificios, se abstengan de profanar el sábado, serán acogidos en el templo y el Señor escuchará sus plegarias. La Casa del Señor (el templo) se llamará casa de oración para todos los pueblos. (1L). El tema de la universalidad de la salvación se presenta también en la carta a los romanos. La salvación, dice san Pablo, es para todos: judíos y paganos. Pablo se preocupaba por la salvación de sus hermanos en sangre. Él predicaba a los gentiles, sólo después de haberlo hecho a los judíos y haber sido rechazado. Sabía que su misión era la conversión de los gentiles, pero esto no excluía en absoluto la salvación de su pueblo. El razonamiento de Pablo era sencillo y claro. Todos han desobedecido a Dios, judíos y paganos. Si Dios ha ofrecido la salvación a los paganos, con mayor razón la ofrecerá a los judíos, pueblo de la Alianza (2L). En el evangelio vemos a Cristo mismo realizar un milagro en favor de una "cananea", una mujer pagana venida de Tiro y Sidón. El Señor deja bien sentado que debe ceñirse a su misión "en la casa de Israel", pero al mismo tiempo muestra que la salvación posee un carácter universal. Corresponderá a los apóstoles "ir al mundo entero y predicar el evangelio a toda creatura".

Mensaje doctrinal
1. El carácter universal de la salvación en Cristo Jesús. El encuentro de Jesús con la "cananea" nos ofrece elementos fundamentales de la historia de la salvación. Por una parte encontramos la actitud molesta de los discípulos que desean despedir rápidamente a aquella mujer que entorpece la marcha del maestro. El evangelista dice que era "cananea", queriendo expresar que era pagana, que no pertenecía al pueblo judío ¿Qué se puede lograr con una mujer venida allende los confines del pueblo escogido?. Jesús mismo había dado a los doce la siguiente indicación: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mt 10,5-7). Por otra parte, este pasaje nos muestra la actitud de Cristo en relación con los paganos. Queda claro que Jesús ha venido a recuperar las ovejas perdidas de la casa de Israel. Él ha sido enviado a esto. Es su misión. Sin embargo, Jesús puede hacer una excepción cuando encuentra una fe sólida que se adhiere a la salvación que viene de Dios. En este caso, se trata de la gran fe de aquella mujer que no pide nada para sí misma, sino para su hija. No pide de cualquier modo, sino con una confianza absoluta en el poder de Cristo. San Hilario de Poitiers ve en la mujer cananea a los prosélitos (paganos convertidos a la fe hebraica y en este caso a la fe cristiana) y en la hija a todos los pueblos paganos llamados también ellos a adherirse a la fe. En cierto sentido no se trata de una excepción, sino más bien de un principio general: los no judíos tienen los mismo privilegios que éstos a condición de que tengan una fe suficiente. Aquí se repite el caso del centurión: "no he encontrado una fe tan grande en Israel". La Iglesia descubrió temprano este principio y lo aplicó ampliamente en la predicación del evangelio.

Es importante subrayar que la fe de la que se habla, es una respuesta a la revelación de Dios. Ante un Dios que se revela la respuesta apropiada es la obediencia de la fe. La "cananea" cruzaba de este modo, no sólo la frontera geográfica del pueblo judío, sino se adhería de un modo incipiente, pero profundo, a la revelación en Cristo. Ella se refiere a Jesús con el mismo título que se daba al futuro rey de Israel: Hijo de David y añade otro título con el que los discípulos se dirigían a Jesús: Señor. La grandeza de la fe de la cananea reside en penetrar en el corazón misericordioso de Jesús, para descubrir que Dios quiere que todos los hombres se salven. No se tomará el pan de los hijos, pero el alimento es suficiente para que los cachorrillos coman de las migajas que caen de la mesa de sus amos. Es tan grande el don y es tan profunda la indigencia humana, que vale la pena cualquier espera, cualquier humillación, cualquier sacrificio, con tal de participar de la salvación que viene de Dios. La cananea aceptaba la revelación de Jesús así como se presentaba, aceptaba el misterioso plan de salvación, aceptaba su propia indigencia, y en esta aceptación residía su riqueza. La respuesta de la cananea a la revelación de Jesús era la fe.

En los tiempos que nos toca vivir donde se insinúa un pluralismo religioso, conviene mantener firmemente la distinción entre la fe teologal, que es acogida de la verdad revelada por Dios Uno y Trino, y la creencia en otras religiones, que es una experiencia religiosa todavía en búsqueda de la verdad absoluta y carente todavía del asentimiento a Dios que se revela. Cf. Dominus Iesus 7.

2. La fe en la oración. La oración de la mujer cananea nos ayuda a descubrir algunos rasgos esenciales de nuestra relación con Dios. Su petición: ten piedad de mí es aquella que resuena continuamente en los salmos y que expresa adecuadamente la situación de la creatura ante su hacedor. Se trata de una oración de petición en la que se manifiesta la convicción de que Dios puede realizar aquello que se le pide, que Él tiene poder para producir la curación de la niña, para cambiar una situación determinada. Se trata de una fe que obtiene aquello que pide porque pide aquello que es la voluntad de Dios. Se trata pues, de pedir lo que Dios quiere que pidamos. Por otra parte, el pasaje evangélico nos muestra que la oración es una lucha, es un combate espiritual, es un conformarse con el pensar de Dios, un "arrancarle gracias" conforme a lo que Cristo mismo nos había indicado: "pedid...buscad...tocad". Ella obtiene aquello que solicita porque mantiene su condición indigente y muestra a Dios su necesidad. Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo libra de sus angustias. Salmo 34,7

Sugerencias pastorales
1. La renovación de la oración. Este día nos ofrece la oportunidad de renovar nuestra vida de oración. El mundo agitado que vivimos muchas veces no nos deja espacio para recoger nuestra alma y alabar a Dios. Nos encontramos en cierto sentido "extrovertidos", desparramados por las cosas y los acontecimientos. No somos capaces de reservar algunos minutos para la oración personal. Será muy útil, pues, crear aquellas condiciones necesarias para entablar un contacto más cercano y espontáneo con Dios Nuestro Señor. Lo podemos hacer renovando nuestras oraciones de niñez que ofrecíamos a Dios al levantarnos y al ir a descansar. Lo podemos hacer al bendecir la mesa y pedir a Dios por nuestra familia y nuestros hijos. ¡Qué experiencia tan profunda la de la familia que reza unida! ¡Cómo se queda grabada en la mente de los niños las oraciones recitadas al lado de la madre o del padre! Los testimonios de personas que vuelven a la fe después de muchos años de abandono son elocuentes: lo primero que hacen es volver a las oraciones infantiles que aprendieron de boca de sus madres; volver a las oraciones básicas del cristianismo, sobre todo el Padre Nuestro y el Ave María. No saben más y empiezan a repetir el "Ave" María" una tras otra dando a su espíritu la paz y el espacio que necesitan en medio del vértigo de la jornada. Reavivemos nuestra fe en la oración. Impongámonos esa ascesis que supone el dedicar unos minutos cada día al silencio interior y al diálogo profundo con Dios. Nuestra alma ganará en paz, en esperanza, en fortaleza para enfrentar los avatares de la vida.

2. El amor no se detiene ante las dificultades. Es verdad, el amor no conoce la dilación, no conoce los obstáculos. El amor está en continua actitud de donación y de sacrificio en bien de la persona amada. Esto es lo que vemos en la mujer cananea. Su petición a Jesús está toda en favor de su hija.
(P. Octavio Ortiz)

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Aplicación: Mons. Fulton J. Sheen - La Fe

1. La fe no consiste en creer que algo va a ocurrir, ni tampoco en la aceptación de lo que se opone a la razón, ni tampoco es un reconocimiento intelectual dado por el hombre a lo que no entiende o que su razón no puede demostrar, por ejemplo, la relatividad. La fe es la aceptación de una verdad, ante la autoridad de la revelación Divina.

La fe es, por lo tanto, una virtud sobrenatural, inspirada y asistida por la gracia de Dios; creemos verdaderas las cosas que El nos reveló, no porque la verdad de esas cosas sea claramente evidente para la razón en sí, sino porque las apoya la autoridad de Dios, que no puede ni engañar ni ser engañada.

Antes de la fe, uno efectúa una investigación por la razón. Así como ningún negociante nos daría crédito sin algún motivo que lo indujera a hacerlo, tampoco se espera que pongamos nuestra fe en alguien sin motivo. Antes de poseer la fe, hay que estudiar los motivos por los cuales creeremos; por ejemplo, ¿por qué pondremos nuestra fe en Cristo?

Nuestra razón investiga los milagros que Él realizó, las profecías que lo preanunciaron y la concordancia de su enseñanza con nuestra razón. Estos constituyen los preámbulos de la fe, gracias a los cuales nos formamos un juicio de credibilidad: "Esta verdad, que Cristo es el Hijo de Dios, es digna de ser creída." Pasando luego a lo práctico, agregamos: "Debo creerla."

De allí en adelante damos nuestro consentimiento y nuestro asentimiento: "Creo que es el Hijo de Dios, y por lo tanto, cualquier cosa que nos haya revelado la aceptaré como la Verdad de Dios." El motivo de nuestro asentimiento dentro de la fe es siempre la autoridad de Dios, que nos dice que esa cosa es cierta. No creeríamos, a menos que comprendiéramos que debemos creer.

Creemos en las verdades de la razón porque presentan una evidencia intrínseca; creemos en las verdades de Dios porque presentan una verdad extrínseca. Uno cree que el sol dista tantos kilómetros o miles de kilómetros de la tierra, aunque no hayamos medido nunca la distancia; creemos que Moscú es la capital de Rusia, aunque nunca la hayamos visto. Del mismo modo aceptamos las Verdades del Cristianismo por la autoridad de la Revelación de Dios, por intermedio de su Hijo Jesucristo, Nuestro Señor.

La fe, por lo tanto, no es nunca ciega. Como nuestra razón depende de la Razón increada o Divina Verdad, se deduce que nuestra razón debe inclinarse ante lo que Dios nos revela. Ahora creemos, no a causa de los argumentos, que sólo fueron un preliminar necesario. Creemos porque Dios lo dijo. La antorcha brilla con su brillo propio.

La naturaleza del acto de fe fue revelada por la actitud de Nuestro Señor ante los fariseos incrédulos. Habían visto milagros realizados y profecías cumplidas. No les faltaban motivos para creer. Pero seguían decididos a no creer. Nuestro Señor llevó a un niñito ante su presencia, y les dijo: "En verdad, os digo, quien no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él" (Marcos 1o, 15 5).

Con esto quiso decir que el acto de fe tiene más en común con la fe ciega de un niño en su madre, que con el asentimiento del crítico. El niño cree lo que su madre le dice, porque lo dijo ella, nada más. Su fe es un homenaje, sencillo y confiado, que le rinde a ella.

Cuando el cristiano tiene fe, la tiene no porque en el fondo de su conciencia recuerde los milagros de Cristo, sino a causa de la autoridad que para él representa Aquel que no puede ni engañar ni ser engañado. "Si aceptamos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios porque testimonio de Dios es éste: que Él mismo testificó acerca de Su Hijo. Quien cree en el Hijo de Dios, tiene en sí el testimonio de Dios; quien no cree a Dios, le declara mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado de Su Hijo" (I Juan, 5, 9-10).

2. No podemos llegar a la fe por la discusión, o el estudio, o la razón, o el hipnotismo. La fe es un don de Dios. Cuando alguien nos instruye en la doctrina cristiana, no nos da la fe. Es solamente un agricultor espiritual, que ara el terreno de nuestra alma, arranca algunas hierbas malas y rompe los terrones del egoísmo. Dios arrojará la semilla. "Porque habéis sido salvados gratuitamente por medio de la fe; y esto no viene de vosotros: es el don de Dios" (Efesios 2, 8).

Si la fe fuera el deseo de creer, podríamos llegar a la fe por un acto de voluntad. Pero lo único que podemos hacer es disponernos a la recepción de la fe de manos de Dios. Así como un palo seco está mejor dispuesto para el fuego que un palo mojado, así el hombre humilde está más dispuesto a la fe que el que cree saberlo todo. En cualquier caso, así como en el fuego que arderá la leña debe provenir de afuera, así la fe debe provenir de afuera, es decir, de Dios.

Cuando tratamos de aclararnos todo mediante la razón, de algún modo sólo conseguimos confundirnos aún más. Una vez que uno introduce un solo misterio, todo lo demás se vuelve claro a la luz de ese misterio. El sol es el "misterio" en el universo; es tan brillante que no podemos mirarlo; no podemos "verlo". Pero a la luz del sol, todo se vuelve claro. Como dijo una vez Chesterton: "Es cierto que podemos ver la luna y las cosas a la luz de la luna, pero la luna es la madre de los lunáticos."
(Mons. Fulton Sheen, Conozca su Religión, EMECÉ Editores, Buenos Aires 1957, Pag. 174 y ss.)


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Aplicación: San Juan Pablo II - El milagro como llamada a la fe

1. Los “milagros y los signos” que Jesús realizaba para confirmar su misión mesiánica y la venida del reino de Dios, están ordenados y estrechamente ligados a la llamada a la fe. Esta llamada con relación al milagro tiene dos formas: la fe precede al milagro, más aún, es condición para que se realice; la fe constituye un efecto del milagro, bien porque el milagro mismo la provoca en el alma de quienes lo han recibido, bien porque han sido testigos de él.

Es sabido que la fe es una respuesta del hombre a la palabra de la revelación divina. El milagro acontece en unión orgánica con esta Palabra de Dios que se revela. Es una “señal” de su presencia y de su obra, un signo, se puede decir, particularmente intenso. Todo esto explica de modo suficiente el vínculo particular que existe entre los “milagros-signos” de Cristo y la fe: vínculo tan claramente delineado en los Evangelios.

2. Efectivamente, encontramos en los Evangelios una larga serie de textos en los que la llamada a la fe aparece como un coeficiente indispensable y sistemático de los milagros de Cristo.

Al comienzo de esta serie es necesario nombrar las páginas concernientes a la Madre de Cristo con su comportamiento en Caná de Galilea, y aún antes y sobre todo en el momento de la Anunciación. Se podría decir que precisamente aquí se encuentra el punto culminante de su adhesión a la fe, que hallará su confirmación en las palabras de Isabel durante la Visitación: “Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor” (Lc 1, 45). Sí, María ha creído como ninguna otra persona, porque estaba convencida de que “para Dios nada hay imposible” (cf. Lc 1, 37).

Y en Caná de Galilea su fe anticipó, en cierto sentido, la hora de la revelación de Cristo. Por su intercesión, se cumplió aquel primer milagro-signo, gracias al cual los discípulos de Jesús “creyeron en él” (Jn 2, 11). Si el Concilio Vaticano II enseña que María precede constantemente al Pueblo de Dios por los caminos de la fe (cf. Lumen gentium, 58 y 63; Redemptoris Mater, 5-6), podemos decir que el fundamento primero de dicha afirmación se encuentra en el Evangelio que refiere los “milagros-signos” en María y por María en orden a la llamada a la fe.

3. Esta llamada se repite muchas veces. Al jefe de la sinagoga, Jairo, que había venido a suplicar que su hija volviese a la vida, Jesús le dice: “No temas, ten sólo fe”. (Dice “no temas”, porque algunos desaconsejaban a Jairo ir a Jesús) (Mc 5, 36).

Cuando el padre del epiléptico pide la curación de su hijo, diciendo: “Pero si algo puedes, ayúdanos...”, Jesús le responde: “Si puedes! Todo es posible al que cree”. Tiene lugar entonces el hermoso acto de fe en Cristo de aquel hombre probado: “¡Creo! Ayuda a mi incredulidad” (cf. Mc 9, 22-24).

Recordemos, finalmente, el coloquio bien conocido de Jesús con Marta antes de la resurrección de Lázaro: “Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto? “Sí, Señor, creo...” (cf. Jn 11, 25-27).

4. El mismo vínculo entre el “milagro-signo” y la fe se confirma por oposición con otros hechos de signo negativo. Recordemos algunos de ellos. En el Evangelio de Marcos leemos que Jesús de Nazaret “no pudo hacer...ningún milagro, fuera de que a algunos pocos dolientes les impuso las manos y los curó. Él se admiraba de su incredulidad” (Mc 6, 5-6).

Conocemos las delicadas palabras con que Jesús reprendió una vez a Pedro: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?”. Esto sucedió cuando Pedro, que al principio caminaba valientemente sobre las olas hacia Jesús, al ser zarandeado por la violencia del viento, se asustó y comenzó a hundirse (cf. Mt 14, 29-31).

5. Jesús subraya más de una vez que los milagros que Él realiza están vinculados a la fe. “Tu fe te ha curado”, dice a la mujer que padecía hemorragias desde hacia doce años y que, acercándose por detrás, le había tocado el borde del manto, quedando sana (cf. Mt 9, 20-22; y también Lc 8, 48; Mc 5, 34).

Palabras semejantes pronuncia Jesús mientras cura al ciego Bartimeo, que, a la salida de Jericó, pedía con insistencia su ayuda gritando: “¡Hijo de David, Jesús, ten piedad de mi!” (cf. Mc 10, 46-52). Según Marcos: “Anda, tu fe te ha salvado” le responde Jesús. Y Lucas precisa la respuesta: “Ve, tu fe te ha hecho salvo” (Lc 18, 42).

Una declaración idéntica hace al Samaritano curado de la lepra (Lc 17, 19). Mientras a los otros dos ciegos que invocan volver a ver, Jesús les pregunta: “¿Creéis que puedo yo hacer esto?”. “Sí, Señor”... “Hágase en vosotros, según vuestra fe” (Mt 9, 28-29).

6. Impresiona de manera particular el episodio de la mujer cananea que no cesaba de pedir la ayuda de Jesús para su hija “atormentada cruelmente por un demonio”. Cuando la cananea se postró delante de Jesús para implorar su ayuda, Él le respondió: “No es bueno tomar el pan de los hijos y arrojarlo a los perrillos” (Era una referencia a la diversidad étnica entre israelitas y cananeos que Jesús, Hijo de David, no podía ignorar en su comportamiento práctico, pero a la que alude con finalidad metodológica para provocar la fe). Y he aquí que la mujer llega intuitivamente a un acto insólito de fe y de humildad. Y dice: “Cierto, Señor, pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores”. Ante esta respuesta tan humilde, elegante y confiada, Jesús replica: “¡Mujer, grande es tu fe! Hágase contigo como tú quieres” (cf. Mt 15, 21-28).

¡Es un suceso difícil de olvidar, sobre todo si se piensa en los innumerables “cananeos” de todo tiempo, país, color y condición social que tienden su mano para pedir comprensión y ayuda en sus necesidades!

7. Nótese cómo en la narración evangélica se pone continuamente de relieve el hecho de que Jesús, cuando “ve la fe”, realiza el milagro. Esto se dice expresamente en el caso del paralítico que pusieron a sus pies desde un agujero abierto en el techo (cf. Mc 2, 5; Mt 9, 2; Lc 5, 20). Pero la observación se puede hacer en tantos otros casos que los evangelistas nos presentan. El factor fe es indispensable; pero, apenas se verifica, el corazón de Jesús se proyecta a satisfacer las demandas de los necesitados que se dirigen a Él para que los socorra con su poder divino.

8. Una vez más constatamos que, como hemos dicho al principio, el milagro es un “signo” del poder y del amor de Dios que salvan al hombre en Cristo. Pero, precisamente por esto es al mismo tiempo una llamada del hombre a la fe. Debe llevar a creer sea al destinatario del milagro sea a los testigos del mismo.

Esto vale para los mismos Apóstoles, desde el primer “signo” realizado por Jesús en Caná de Galilea; fue entonces cuando “creyeron en Él” (Jn 2, 11). Cuando, más tarde, tiene lugar la multiplicación milagrosa de los panes cerca de Cafarnaum, con la que está unido el preanuncio de la Eucaristía, el evangelista hace notar que “desde entonces muchos de sus discípulos se retiraron y ya no le seguían”, porque no estaban en condiciones de acoger un lenguaje que les parecía demasiado “duro”. Entonces Jesús preguntó a los Doce: “¿Queréis iros vosotros también?”. Respondió Pedro: “Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios” (Cfr. Jn 6, 66-69). Así, pues, el principio de la fe es fundamental en la relación con Cristo, ya como condición para obtener el milagro, ya como fin por el que el milagro se ha realizado. Esto queda bien claro al final del Evangelio de Juan donde leemos: “Muchas otras señales hizo Jesús en presencia de los discípulos que no están escritas en este libro; y éstas fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn 20, 30-31).
(JUAN PABLO II - AUDIENCIA GENERAL, Miércoles 16 de diciembre de 1987)

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Aplicación: Raniero Cantalamessa, OFM Cap. - Dios escucha incluso cuando no escucha

Una mujer cananea se puso a gritar
Si Jesús hubiera escuchado a la mujer cananea a la primera petición, sólo habría conseguido la liberación de la hija. Habría pasado la vida con menos problemas. Pero todo hubiera acabado en eso y al final madre e hija morirían sin dejar huella de sí. Sin embargo, de este modo su fe creció, se purificó, hasta arrancar de Jesús ese grito final de entusiasmo: "Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas". Desde aquel instante, constata el Evangelio, su hija quedó curada. Pero, ¿qué le sucedió durante su encuentro con Jesús? Un milagro mucho más grande que el de la curación de la hija. Aquella mujer se convirtió en una "creyente", una de las primeras creyentes procedentes del paganismo. Una pionera de la fe cristiana. Nuestra predecesora.

¡Cuánto nos enseña esta sencilla historia evangélica! Una de las causas más profundas de sufrimiento para un creyente son las oraciones no escuchadas. Hemos rezado por algo durante semanas, meses y quizá años. Pero nada. Dios parecía sordo. La mujer Cananea se presenta siempre como maestra de perseverancia y oración.

Quien observara el comportamiento y las palabras que Jesús dirigió a aquella pobre mujer que sufría, podía pensar que se trataba de insensibilidad y dureza de corazón. ¿Cómo se puede tratar así a una madre afligida? Pero ahora sabemos lo que había en el corazón de Jesús y que le hacía actuar así. Sufría al presentar sus rechazos, trepidaba ante el riesgo de que ella se cansara y desistiera. Sabía que la cuerda, si se estira demasiado, puede romperse. De hecho, para Dios también existe la incógnita de la libertad humana, que hace nacer en él la esperanza. Jesús esperó, por eso, al final, manifiesta tanta alegría. Es como si hubiera vencido junto a la otra persona.

Dios, por tanto, escucha incluso cuando... no escucha. En él, la falta de escucha es ya una manera de atender. Retrasando su escucha, Dios hace que nuestro deseo crezca, que el objeto de nuestra oración se eleve; que de lo material pasemos a lo espiritual, de lo temporal a lo eterno, de los pequeño a lo grande. De este modo, puede darnos mucho más de lo que le habíamos pedido en un primer momento.

Con frecuencia, cuando nos ponemos en oración, nos parecemos a ese campesino del que habla un antiguo autor espiritual. Ha recibido la noticia de que será recibido en persona por el rey. Es la oportunidad de su vida: podrá presentarle con sus mismas palabras su petición, pedirle lo que quiere, seguro de que le será concedido. Llega el día, y el buen hombre, emocionadísimo, llega ante la presencia del rey y, ¿qué le pide? ¡Un quintal de estiércol para sus campos! Era lo máximo en que había logrado pensar. A veces nosotros nos comportamos con Dios de la misma manera. Lo que le pedimos comparado a lo que podríamos pedirle no es más que un quintal de estiércol, nimiedades que sirven de muy poco, es más, que a veces incluso pueden volverse contra nosotros.

San Agustín era un gran admirador de la Cananea. Aquella mujer le recordaba a su madre, Mónica. También ella había seguido al Señor durante años, pidiéndole la conversión de su hijo. No se había desalentado por ningún rechazo. Había seguido al hijo hasta Italia, hasta Milán, hasta que vio que regresaba al Señor. En uno de sus discursos, recuerda las palabras de Cristo: "Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; tocad y se os abrirá", y termina diciendo: "Así hizo la Cananea: pidió, buscó, tocó a la puerta y recibió". Hagamos nosotros también lo mismo y también se nos abrirá.
(Raniero Cantalamessa, OFM Cap., predicador de la Casa Pontificia, a la liturgia del domingo XX A.)


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Ejemplos

San Agustín admirador de la Cananea

En la Oración nos parecemos al campesino que iba a tener audiencia con el rey

LA SILLA
La hija de un hombre le pidió al sacerdote que fuera a su casa a hacer una oración para su padre que estaba enfermo. Cuando el sacerdote llegó a la habitación, encontró a este pobre hombre en su cama, con la cabeza alzada por un par de almohadas. Había una silla al lado de su cama por lo que el sacerdote pensó que el hombre sabía que vendría a verlo.
- ¿Supongo que me estaba esperando?, le dijo.
- No, ¿Quién es usted? dijo el hombre.
- Soy el sacerdote que su hija llamó para que orase por usted. Cuando entre y vi la silla vacía al lado de su cama supuse que usted sabría que vendría a visitarlo-.
- Ah sí, la silla, ¿le importa cerrar la puerta? Dijo el hombre.
El sacerdote sorprendido, cerró la puerta.
El hombre le dijo: - Nunca le he dicho esto a nadie, pero toda mi vida la he pasado sin saber cómo orar, cuando he estado en la iglesia he escuchado siempre al respecto de la oración, como se debe orar y los beneficios que trae... Pero siempre esto de las oraciones, no sé... !me entra por un oído y me sale por el otro. De todos modos no tengo idea de cómo hacerlo. Entonces... hace mucho tiempo abandoné por completo la oración. Esto ha sido así en mí hasta hace unos cuatro años, cuando conversando con mi mejor amigo me dijo: - José, la oración es simplemente tener una conversación con Jesús, así es como te sugiero que lo hagas... Te sientas en una silla y colocas otra silla en frente tuyo, luego con fe, miras a Jesús sentado delante de tí. No es algo alocado hacerlo, pues el nos dijo: "YO ESTARÉ SIEMPRE CON VOSOTROS". Por lo tanto le hablas y lo escuchas, de la misma manera como lo estás haciendo conmigo ahora-. - Es así que lo hice una vez y me gustó, que lo he seguido haciendo una o dos horas diarias desde entonces. Siempre tengo mucho cuidado que no me vaya a ver mi hija... pues me internaría de inmediato en el manicomio.
El sacerdote sintió una gran emoción al escuchar esto, y le dijo a José que era algo muy bueno lo que venía haciendo y que no dejara de hacerlo nunca. Luego hizo una oración con él; le extendió la bendición y se fue a su parroquia. Dos días después, la hija de José llamó al sacerdote para decirle que su padre había fallecido, el sacerdote preguntó ¿murió en paz? - Si, cuando salí de la casa a eso de las dos de la tarde me llamó y fui a verlo a su cama, me dijo que me quería mucho y me dio un beso. Cuando regresé de hacer unas compras una hora más tarde ya lo encontré muerto. Pero hay algo extraño al respecto de su muerte, pues aparentemente antes de morir se acercó a la silla que estaba al lado de su cama y recostó su cabeza en ella, pues así lo encontré. ¿Qué cree que pueda significar esto? El sacerdote profundamente estremecido, se secó las lágrimas de emoción y le respondió: "Ojalá que todos nos pudiésemos ir de esa manera".


(Cortesía: NBCD e iveargentina.org)

 

Domingo 20 A - Jesús y la Cananea: "Mujer, qué grande es tu fe".

 

 

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