Domingo 19 del Tiempo Ordinario A - 'Mándame ir hacia ti sobre el agua' - Comentarios de Sabios y Santos I: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
A su disposición
Exégesis: José María Solé Roma, C.F.M. - Sobre las tres lecturas
Comentario a las 3 lecturas: Hans Urs von Balthasar - Dios como fantasma,
Dios como susurro
Comentario Teológico: San Agustín - Pedro camina sobre las aguas (Mt
14,24-33).
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - El milagro de Jesús y la fe de Pedro
Aplicación:
Maertens-Frisque - Dios vence el mal
Aplicación: Louis Monloubou - Dios se manifiesta en la tempestad
Aplicación: P. Ervens Mengelle, I.V.E. - Creo en la Iglesia Santa
Aplicación: Alfonso Torres, S.J. - La tormenta y las tormentas(Mt.14,22-33)
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Jesús camina sobre las aguas
Aplicación: José Fernando Rey Ballesteros - Francamente yo también
Ejemplos
Exégesis: José María Solé Roma, C.F.M. - Sobre las tres lecturas
1 Reyes 19, 9. 11-13
Se nos narra la maravillosa y trascendental Teofanía del Horeb. Elías con
ella enlaza con Moisés, testigo también en Horeb de la revelación de Dios
(Ex 33, 18):
- Efectivamente, Elías, deseoso de salvaguardar la Alianza y empeñado en la
empresa de restablecer la pureza de la fe que los impíos Ajab y Jezabel
quieren exterminar en Israel, se dirige al Horeb, al Monte Santo donde Dios
se reveló a Moisés y donde concertó la Alianza (Ex 19, 3).
- Elías entra en la cueva (= en la hendidura de la peña de Ex 33, 22) donde
se metió Moisés durante la Teofanía o aparición de Dios. Elías, que ha
presenciado cómo Israel apostataba y era infiel a la Alianza allí mismo
concertada por intermedio de Moisés entre Dios y el Pueblo, le dice al
Señor: 'Me devora el celo por Yahvé, Dios Sebaot, porque los hijos de Israel
han abandonado tu Alianza' (10).
- En Éxodo 19, 16, la presencia de Yahvé es anunciada por la tempestad, el
huracán y el terremoto. Ahora, en esta nueva Teofanía, son sólo signos o
mensajeros que la preparan. A Elías se le revela la presencia de Dios en el
susurro de una brisa suave (11). Esta revelación de Dios en el susurro de
una brisa quiere significar la espiritualidad de Dios, que viene a
comunicarse de manera íntima y vital con su Profeta. En realidad Elías parte
de Horeb plenamente reconfortado. El Espíritu de Yahvé es en su Profeta luz
y vida nueva, vigor y optimismo (18). Ellas y Moisés, favorecidos en el
Monte Santo con la más rica aparición de Dios en el A. T., estarán también
presentes en la más luminosa Teofanía del Nuevo Testamento: la de la Transfiguración de Cristo en el Monte Tabor (Mt 17, 1-9).
Romanos 9, 1-15
Pablo se ocupa y se preocupa del misterio de la infidelidad de Israel. ¿Cómo
se explica que el pueblo de la Promesa Salvífica haya quedado excluido de la
Salvación?
- Ante todo aduce tres testigos de la pena que le embarga: Cristo, el
Espíritu Santo y su conciencia son testigos de su tristeza. A vista del
rechazo que Israel hace de Jesús-Mesías, Pablo se consume de pena (1). Tal
es su amor a Israel, que se ofrece a ser 'anatema' por ellos. Expresión
atrevida dictada por un amor inmenso. Está inspirada en Moisés (Ex 32, 32),
y más aún en Cristo, que siendo inocente se hizo por nosotros 'maldición' (Gál 3, 15).
- A seguida enumera nueve de los principales privilegios con que Dios ha
distinguido a Israel: 1) Son Israelitas: Linaje glorioso de Jacob-Israel. 2)
Filiación. Es el pueblo predilecto. Su hijo 'primogénito' le llama Dios (Ex
4, 22). 3) La 'Gloria' (4) es la presencia de Dios hecha a veces sensible en
el Santuario y en el Arca (Ex 25, 8). 4) Las 'Alianzas'(4) son los Pactos
con Abraham, con Jacob y especialmente con Moisés. 5) La 'Ley' es su
constitución teocrática que le hace 'Pueblo de Dios' (Ex 20, l). 6) El
Culto. Israel es el único pueblo que rinde culto al Dios verdadero. 7) Las
'Promesas'. Son las Promesas Mesiánicas hechas a Abraham, Isaac, Jacob,
David, 8) Los Patriarcas; y 9) El Mesías, la máxima gloria de Israel. Según
la carne o naturaleza humana de los Patriarcas desciende el Mesías (5), bien
que tiene también naturaleza divina, y por ello es Dios bendito por todos
los siglos' (5).- Tras estos preámbulos (su pena por Israel y los innegables
privilegios de Israel) entra de lleno en su tema: Israel tristemente queda
al margen de la Salvación; pero esto es exclusivamente por su terca
infidelidad. Por tanto, en nada queda comprometida la Fidelidad de Dios. No
es Dios quien ha dejado de cumplir sus Promesas. Es Israel quien ha negado
su fe a Dios y a su Mesías. El plan de Dios es siempre plan de amor y de
misericordia. Nadie puede alegar derechos ante Dios. Pablo, con los ejemplos
de Isaac frente a Ismael (7) y de Jacob frente a Esaú (12), interpretados
típicamente, les prueba cómo Dios no atiende a derechos de raza ni a miras
humanas. La raza no es privilegio de Salvación. La Promesa mira no al Israel
de la carne, sino al Israel de la Fe (12): al 'espiritual', al 'Israel de
Dios' (Gál 16, 16). Por tanto, si algunos o muchos judíos no heredan la
Promesa no falla Dios. Fallan ellos por negar la Fe a Dios.
Mateo 14, 22-23
Al milagro de la multiplicación de los panes se añade el de Jesús que camina
sobre el lago:
- Jesús revela con tales maravillas su Mesianidad y su Divinidad; e intenta
enseñar a sus discípulos la asistencia y presencia que prestará a su Iglesia
al modo que Yahvé la prestaba a Israel. La 'Barca' en mar agitada y en negra
noche es la Iglesia en medio de la persecución.
- Los Evangelistas nos hablan de la oración de Jesús. Preferentemente dedica
las noches a la oración. Este su coloquio íntimo y sosegado con el Padre
(22) es un ejemplo e invitación para nosotros. La Asamblea cristiana dirige
su adoración y sus plegarias filiales al Padre: Por Cristo, con Cristo, en
Cristo.
- Los discípulos llevan toda la noche remando. El viento les es contrario.
Pero ni la fiereza de la tempestad ni la inconsistencia de las aguas impiden
a Cristo caminar sobre el lago como sobre tierra firme. El ardoroso Pedro se
lanza a buscar al Maestro. Y también para Pedro el piso del lago es camino
firme (29). Lo es mientras mira a Jesús. No lo es cuando titubea en la fe
(30). Nuestra áncora segura es la fe. El gran milagro impresiona a los
Apóstoles. Cuando Jesús haya resucitado y estén iluminados por el Espíritu
verán en este milagro una prueba radiante de la Mesianidad y de la Divinidad
de Jesús (33).
- La Iglesia prosigue serena su recorrido. Sabe cierto que en la Barca va
Jesús. Jesús tiene poder sobre el viento y el mar (Mt 8. 27). Conscientes,
como Pedro, de nuestra suma debilidad, aprendamos como él que nuestra
solución es asirnos a Cristo.
No temamos la noche, no nos asuste la tempestad. Corramos a Jesús y clamemos
con fe: ¡Señor, sálvanos!
(José María Solé Roma Ministros de la Palabra Ciclo A Editorial Herder, pp.
220-223
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Comentario a las 3 lecturas: Hans Urs von Balthasar - Dios como
fantasma, Dios como susurro
1. Dios como fantasma.
El evangelio de hoy, en el que Jesús aparece caminando sobre las aguas del
lago en medio de la noche y de la tempestad, comienza con su oración «a
solas, en el monte» y termina con un auténtico acto de adoración a Jesús por
parte de los discípulos: «Se postraron ante él diciendo: Realmente eres Hijo
de Dios». Su mayestático caminar sobre las olas, su superioridad aún más
clara sobre las fuerzas de la naturaleza (pues permite que Pedro baje de la
barca y se acerque a él) y finalmente la revelación de su poder soberano
sobre el viento y las olas, muestran a sus dubitativos discípulos, mejor que
sus enseñanzas y curaciones milagrosas, que él está muy por encima de su
pobre humanidad, sin ser por ello, como creen los discípulos, un fantasma. O
mejor: el es un pobre hombre como ellos, como demostrará drásticamente su
pasión, pero lo es con una voluntariedad que revela su origen divino.
Desvelar su divinidad para fortalecer la fe de los discípulos puede formar
parte de su misión, pero también forma parte de esa misma misión velarla la
mayoría de las veces y renunciar a «las legiones de ángeles» que su Padre le
enviaría si se lo pidiera (Mt 26,S3). Y tanto esta renuncia como el dolor
asumido con ella demuestran su divinidad más profundamente que sus milagros.
Se trata aquí de iniciaciones a la fe: ante el aparente fantasma del lago,
los discípulos deben aprender a creer, por el simple «soy yo» del Señor, en
la realidad de Jesús; y Pedro, que baja de la barca, tiene miedo de nuevo y
empieza a hundirse, se hace merecedor de una reprimenda por su falta de fe.
En lugar de pensar en lo que puede o no puede, debería haberse dirigido
directamente, en virtud de la fe que le ha sido dada, hacia el «Hijo del
Hombre».
2. Dios como susurro.
En la primera lectura, Elías, en un simbolismo sumamente misterioso, es
iniciado precisamente en esta fe. Se le ha ordenado aguardar en el monte la
manifestación de la majestad de Dios, que va a pasar ante él. Y el profeta
tendrá que experimentar que las grandes fuerzas de la naturaleza, que otrora
anunciaban la presencia de Dios en el Sinaí, la misma tempestad violenta de
la que los discípulos son testigos en el lago, el terremoto que en los
Salmos es un signo de su proximidad, el fuego que le reveló antaño en la
zarza ardiendo, son a lo sumo sus precursores, pero no su presencia misma.
Sólo cuando se escuchó «un susurro», como una suave brisa, supo Elías que
debía cubrir su rostro con el manto; esta suavidad inefable es como un
presentimiento de la encarnación del Hijo: «No gritará, no clamará, no
voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante
no lo apagará» (Is 42,2-3).
3. No sin los hermanos.
Pablo lamenta en la segunda lectura que Israel no haya mantenido la fe de
Elías hasta el final, hasta la encarnación del Hijo de Dios. Israel -dice el
apóstol- había recibido, con todos los dones de Dios, la «adopción filial»
(Rm 9,4), que culmina en el hecho de que Cristo, «que está por encima de
todo» (v. 4), nació según lo humano como hijo de Israel. Los judíos tendrían
que haber reconocido la adopción filial definitiva en Jesús, en lo que en él
había de suave y ligero, en vez de seguir añorando una posición de poder
terreno como la que ellos esperaban de su Mesías. Pablo quisiera incluso,
«por el bien de sus hermanos, los de su raza y sangre», ser un proscrito
lejos de Cristo, si con ello éstos consiguieran la fe y la salvación. Este
deseo casi temerario forma parte de la plena fe cristiana, que en el
encuentro con el Dios suave y ligero ha aprendido de él que también los
débiles merecen amor. El cristiano, a ejemplo de Cristo, no quiere salvarse
sin sus hermanos.
(HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA, Comentarios a las lecturas
dominicales A-B-C, Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 95 s.)
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Comentario Teológico: San Agustín - Pedro camina sobre las aguas (Mt
14,24-33).
1. La lectura evangélica que acabamos de oír amonesta a la humildad de todos
nosotros a ver y reconocer dónde vivimos y a dónde tenemos que tender y
apresurarnos. Porque algo quiere decir aquella barca, que lleva a los
discípulos, y zozobra ante el viento contrario. No sin motivo el Señor,
despedida la muchedumbre, subió al monte para orar en soledad; luego,
volviendo al lado de sus discípulos, los halló en peligro, caminó sobre el
mar, los reanimó subiendo a la barca y apaciguó las olas. ¿Qué tiene de
maravilloso el que pueda aplacarlo todo el que lo creó todo? Con todo, luego
que subió a la barca, los que iban en ella vinieron diciendo: De veras, tú
eres el hijo de Dios. Antes de esa evidencia se habían turbado, al verlo
sobre el mar. Dijeron: Es un fantasma. Al subir él a la barca, quitó la
fluctuación mental de sus corazones, pues peligraban en la mente por las
dudas más que en el cuerpo por las olas.
2. Más en todas las cosas que hizo el Señor nos enseña cómo
hemos de vivir acá. Porque en este siglo no hay nadie que no sea peregrino,
aunque no todos deseen regresar a la patria. Y el mismo camino nos
proporciona oleajes y tempestades; pero es menester que vayamos en la barca.
Porque si en la barca hay peligro, fuera de ella hay desastre seguro. Por
mucha fuerza que tenga en sus brazadas el que nada en el piélago, al fin
será engullido y sumergido por la inmensidad del mar.
Es, pues, necesario que vayamos en la barca, esto es, que no saco jamos a un
madero, para poder atravesar este mar. Y este madero, que sustenta nuestra
debilidad, es la cruz del Señor, con la que nos signamos y nos defendemos de
los embates de este mundo. Afrontamos el oleaje; pero quien nos sostiene es
el mismo Dios.
3. Sube el Señor a orar a solas en el monte, dejando a las turbas. Ese monte
significa la altura de los cielos. Dejando las turbas, subió solo el Señor
después de su resurrección al cielo, y allí interpela por nosotros, como
dice el Apóstol. Eso es lo que significa el dejar a las turbas y subir al
monte para orar a solas. Porque todavía está solo el primogénito entre los
muertos, después de su resurrección, a la derecha del Padre, pontífice y
abogado de nuestras preces. La Cabeza de la Iglesia está ya arriba, para que
los demás miembros le sigan al fin. Y si interpela por nosotros, como en la
cúspide del monte, sobre la excelsitud de todas las criaturas, es que está
solo.
4. Entre tanto, la barca que llevaba a los discípulos, esto es, la Iglesia,
fluctúa y es sacudida por tempestades de tentaciones. Y no cesa el viento
contrario, el diablo que la combate y trata de impedir que llegue al
descanso. Pero es aún mayor el que interpela por nosotros. Porque en esa
fluctuación en que nos debatimos nos da confianza, viniendo a nosotros y
confortándonos; basta que en nuestra turbación no saltemos de la nave y nos
arrojemos al mar. Porque aunque la barca fluctúe, es una barca: sola ella
lleva a los discípulos y recibe a Cristo. Ella peligra en el mar; pero sin
ella, la perdición es inmediata. Mantente, pues, en la barquilla y ruega a
Dios. Cuando fallan todas las decisiones, cuando no basta el gobernalle y la
misma extensión del velamen causa mayor peligro que utilidad, dejando a un
lado todos los auxilios y fuerzas humanos, sólo queda a los nautas la
intención de orar y elevar la voz a Dios. Quien ayuda a los navegantes para
que lleguen al puerto, ¿abandonará a su Iglesia y no la llevará más bien al
descanso?
5. Sin embargo, hermanos, la perturbación no es muy grande en la barca sino
cuando se ausenta el Señor. Estando él en la Iglesia, ¿cómo puede estar
ausente? ¿Cuándo siente la ausencia del Señor? Cuando es vencida por algún
deseo malsano. Así vemos que en cierto lugar se dice en figura: El sol no se
ponga sobre vuestra iracundia; ni deis lugar al diablo. No ha de entenderse
de este sol, que tiene la supremacía entre los cuerpos celestes, y que
podemos ver en común tanto nosotros como las bestias; se entiende de aquella
luz que no ven sino los corazones puros de los fieles, como está escrito:
Era la luz verdadera, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Estaluz del sol visible ilumina también a los animales más pequeños y efímeros.
Luz verdadera es, por consiguiente, la justicia y la sabiduría; lamente deja
de verla cuando queda cubierta como con un velo por la turbación de la
cólera. Y entonces es como si se pusiera el sol sobre la iracundia del
hombre. Así en esta nave, cuando Cristo está ausente, cada cual es sacudido
por sus tempestades, iniquidades y codicias. La Ley, por ejemplo: te dice:
No levantarás falso testimonio. Si comprendes la veracidad del testimonio,
tienes luz en la mente; pero si, vencido por la codicia del torpe lucro,
tienes intención de alegar un testimonio falso, ya comienza a turbarte la
tempestad en ausencia de Cristo. Fluctuarás en el oleaje de tu avaricia,
peligrarás en la tempestad de tus concupiscencias y quedarás casi sumergido
en ausencia de Cristo.
6. ¡Cuánto hay que temer que la nave se desvíe y mire atrás! Eso acontece
cuando, abandonada la esperanza de los premios celestes, alguien se vuelve
hacia las cosas que se ven y deslizan, bajo el impulso de la
concupiscencia.< Quien es perturbado con cosas de dentro, no se halla tan
desamparado que, solicitando perdón para sus delitos y tratando de vencer,
no pueda superar el furor del mar encrespado. En cambio, quien se distrae de
sí mismo, hasta decir en su corazón: «Dios no me ve; no va a pensaren mí y a
mirar si peco», ése vuelve la proa, se deja llevar por la tormenta y es
arrojado allí de donde venía. Porque son muchos los pensamientos del corazón
humano, y la barquilla fluctúa con el oleaje de este siglo y las muchas
tempestades, en ausencia de Cristo.
7. La cuarta vigilia de la noche es el fin de la noche, ya que cada vigilia
consta de tres horas. Significa, pues, que ya al fin del siglo ayuda el
Señor y parece caminar sobre las aguas. Aunque la barca vacile por la
marejada de las tentaciones, ve, sin embargo, a Dios glorificado, caminando
sobre toda la hinchazón del mar, esto es, sobre todos los principados de
este siglo. Antes de su pasión, cuando, con referencia a la misma, da
ejemplo de humildad según la carne, se enarcaron contra él las olas del mar
y a ellas cedió de grado por nosotros, para que se cumpliese la profecía, se
dijo: Llegué a la profundidad del mar, y la tempestad me sumergió. No
repudió los testigos falsos ni el clamor tumultuoso de los que gritaban: Sea
crucificado. No reprimió con su poder, sino que toleró con su paciencia los
corazones rabiosos y las bocas de los furiosos. Le hicieron cuanto
quisieron, pues se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Más
cuando resucitó de entre los muertos tenía que orar a solas por los
discípulos recogidos en la Iglesia como en una barquilla, sostenidos por la
fe en su cruz como en un madero, sacudidos por las tentaciones de este siglo
como por el oleaje del mar. Y entonces comenzó a ser honrado su nombre
también en este siglo, en el que fue despreciado, acusado y asesinado. Y
así, quien había venido a la profundidad del mar, según la pasión de la
carne, y había sido sumergido por la tempestad, pisoteó con el honor de su
nombre la cerviz de los soberbios, espuma de las olas. Y así ahora vemos
como que camina sobre el mar el Señor, bajo cuyos pies vemos humillada toda
la rabia de este siglo.
8. Más a los peligros de las tempestades se añaden los errores de los
herejes. Y no faltan los que tientan la voluntad de los que van en la nave,
diciendo que Cristo no nació de la Virgen, ni tuvo un cuerpo real, sino que
aparecía ante los ojos lo que no era realidad. Tales opiniones heréticas
aparecen ahora cuando el nombre de Cristo es honrado en todas las naciones,
como si Cristo ya caminase sobre el mar. Ante la tentación dijeron los
discípulos: Es un fantasma. Pero él nos estimula con su voz contra estas
pestes diciendo: Confiad, soy yo, no temáis. Por un vano temor concibieron
los hombres estas cosas acerca de Cristo buscando su honor y majestad; no
piensan que pudo nacer de este modo quien mereció ser honrado de este modo,
como espantados de que caminara sobre el mar. Por eso, por la excelencia de
su honor lo convierten en figura, y así estiman que es un fantasma. Mas,
cuando él dice Soy yo, ¿qué otra cosa dice sino que no es lo que no es? Si
nos muestra carne, es carne; si huesos, son huesos; si cicatrices, son
cicatrices. Porque no hay en él Sí y No, sino que, como dice el Apóstol, en
él sólo hay Sí. Y de ahí su voz: Confiad, soy yo, no temáis; esto es, no os
espante tanto mi dignidad que queráis quitarme mi verdad; aunque camino
sobre el mar, aunque tengo bajo los pies el orgullo y ostentación seculares,
como oleaje rabioso, aparecí como hombre verdadero, mi Evangelio dice de mí
la verdad, al afirmar que nací de una virgen y que el Verbo se hizo carne.
Verdad es lo que dije: Palpad y ved, que el espíritu no tiene huesos, como
veis que yo tengo; y que las manos del que dudó tocaron las verdaderas
cicatrices de mis llagas. Por ende, Soy yo, no temáis.
9. Pero este punto no designa tan sólo a los discípulos que pensaron que era
un fantasma; no sólo designa a los que niegan que el Señor tuvo carne
verdadera y perturban a veces a los que van en la barca con su ciega maldad;
designa también a aquellos que piensan que el Señor mintió de algún modo, y
no creen que se realice lo que amenazó a los impíos. Como si en parte fuera
veraz y en parte mentiroso, como un fantasma que aparece en las palabras,
como un Sí y un No. Más los que entienden la voz del que dice: Soy Yo, no
temáis, creen todas las palabras del Señor, y como esperan los premios que
promete, temen las penas que conmina. Como es verdad lo que dirá a los que
están a la derecha: Venid, benditos de mi Padre, a recibir el reino que
tenéis preparado desde el principio del mundo, así es también verdad lo que
oirán los que están a la izquierda: Id al fuego eterno, que está preparado
para el diablo y sus ángeles. Esa opinión por la que la gente piensa que
Cristo no intimó cosas reales a los inicuos y perdidos se ha originado
porque se ve que muchos pueblos e innumerables muchedumbres se han sometido
a su nombre; por eso les parece a muchos que Cristo es un fantasma que
caminaba sobre el mar; dicho de otro modo, les parece que mintió al intimar
las penas, pues no puede perder pueblos tan innumerables, que se han
sometido a su nombre y honor. Pero escuchen al que dice: Soy yo. Y los que
creen que Cristo es veraz en todo, no teman; no sólo desean lo que prometió,
sino que evitan lo que amenazó; porque, aunque camina sobre el mar, es
decir, aunque le están sometidos todos los hombres en este siglo, no es un
fantasma, y por eso no miente cuando dice: No todo el que me dice Señor,
Señor, entrará al reino de los cielos.
10. ¿Y qué significa también el que Pedro osara llegar hasta él sobre las
aguas? Con frecuencia representa Pedro el papel de la Iglesia. Al decir:
Señor, si eres Tú, mándame venir a Ti sobre las aguas, ¿qué otra cosa dice
sino: «Señor, si eres veraz y no mientes en nada, sea honrada también tu
Iglesia en este siglo, pues eso predicó de ti la profecía»? Camine, pues,
sobre las aguas y así venga hasta ti aquella de quien se dijo: Desearán ver
tu rostro los magnates del pueblo. Pero la alabanza humana no tienta al
Señor, y, en cambio, los hombres en la Iglesia son con frecuencia
perturbados por las alabanzas y honores de los hombres, y casi naufragan;
por eso, Pedro tembló en el mar, aterrado por la fuerte violencia de la
tempestad. ¿Pues quién no temerá aquella voz: Los que os llaman felices os
inducen a error y dificultan las sendas de vuestros pies? Y pues el espíritu
lucha contra la concupiscencia de la alabanza humana, bueno es que en tal
peligro recurra a la oración y a la súplica; no sea que quien se ablanda con
la alabanza se vea sorprendido y anegado por la vituperación. En el oleaje
grite el vacilante Pedro y diga: Señor, sálvame. El Señor extiende la mano y
parece increparle, diciendo: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?¿Por qué no
caminaste derechamente, mirando a Aquel a quien tendías, y gloriándote sólo
en el Señor? Sin embargo, le saca del oleaje y no le deja perecer, pues
confiesa su debilidad y solicita el auxilio divino. Una vez que el Señor es
recibido en la barca, confirmada la fe, eliminada toda vacilación, calmada
la tempestad del mar, para llegar a la estabilidad y seguridad de la tierra,
todos le adoran diciendo: En verdad, tú eres Hijo de Dios. Y ése es el gozo
eterno, con el que es conocida y amada la verdad desnuda, el Verbo de Dios,
la Sabiduría por la que fueron creadas todas las cosas y la eminencia de su
misericordia.
(SAN AGUSTÍN, Sermones (2º) (t. X). Sobre los Evangelios Sinópticos, Sermón
75, 1-10, BAC Madrid 1983, 382-91)
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Santos Padres: San Juan Crisóstomo - El milagro de Jesús y la fe de
Pedro
1. ¿Por qué sube el Señor al monte? Para enseñarnos que nada hay como el
desierto y la soledad cuando tenemos que suplicar a Dios. De ahí la
frecuencia con que se retira a lugares solitarios y allí se pasa las noches
en oración, para enseñarnos que, para la oración, hemos de buscar la
tranquilidad del tiempo y del lugar. El desierto es, en efecto, padre de la
tranquilidad, un puerto de calma que nos libra de todos los alborotos.
Por eso, pues, se sube Él al monte; sus discípulos, empero, nuevamente son
juguete de las olas y sufren otra tormenta como la primera. Más entonces le
tenían por lo menos a Él consigo; ahora se hallan solos y abandonados a sus
propias fuerzas. Es que quiere el Señor irlos conduciendo suavemente y paso
a paso a mayores cosas y, particularmente, a que sepan soportarlo todo
generosamente. Por eso justamente, cuando estaban para correr el primer
peligro, allí estaba Él con ellos, aunque estuviera durmiendo, pronto para
socorrerlos en cualquier momento; ahora, empero, para conducirlos a mayor
paciencia, ni siquiera está Él allí, sino que se ausenta y permite que la
tempestad los sorprenda en medio del mar, sin esperanza de salvación por
parte alguna, y allí los deja la noche entera juguete de las olas, sin duda,
hasta donde yo puedo ver, con la intención de despertar sus corazones
endurecidos.
Tal es, a la verdad, el efecto del miedo, al que no menos que la tormenta
contribuía el tiempo. Pero juntamente con ese sentimiento de compunción
quería el Señor excitar en sus discípulos un mayor deseo y un continuo
recuerdo de Él mismo. De ahí que no se presentara inmediatamente a ellos: A
la cuarta vigilia de la noche—dice el evangelista—vino a ellos caminando
sobre las aguas. Con lo que quería darles la lección de no buscar demasiado
aprisa la solución de las dificultades, sino soportar generosamente los
acontecimientos.
El caso fue que, cuando esperaban verse libres del peligro, entonces fue
cuando aumentó el miedo: Porque los discípulos—dice el evangelista—, al
verle caminar sobre el mar, se turbaron, diciendo que era un fantasma, y de
miedo rompieron en gritos. Tal es el modo ordinario de obrar de Dios: cuando
Él está a punto de resolver las dificultades, entonces es cuando nos pone
otras más graves y espantosas. Así sucede en este momento; pues, como si
fuera poco la tormenta, la aparición vino también a alborotarlos, no menos
que la tormenta misma. Por eso ni deshizo la oscuridad ni de pronto se
manifestó claramente a Sí mismo. Es que quería, como acabo de decir,
templarlos entre aquellos temores y enseñarles a ser pacientes y constantes.
Lo mismo hizo también con Job: cuando estaba para poner fin a sus pruebas y
temores, entonces fue cuando permitió que el fin fuera más grave que los
comienzos. Ya no se trataba entonces de la muerte de los hijos ni de las
palabras de su mujer, sino de los improperios de sus mismos criados y
amigos. Y, por modo semejante, cuando estaba Dios a punto de sacar a Jacob
de toda la miseria sufrida en tierra extranjera, entonces fue cuando
permitió que se levantara mayor alboroto. Porque fue así que su suegro,
apoderándose de él, le amenazó de muerte, y después del suegro viene el
hermano, que le pone también en el último peligro. Es que, como los justos
no pueden ser tentados por largo tiempo y a la vez con grande fuerza; como
Dios quiere, por otra parte, aumentarles sus merecimientos, de ahí el
intensificarles también las pruebas justamente cuando están para dar fin a
sus combates.
Así lo hizo Dios también con Abrahán, a quien por última prueba le puso el
sacrificio de su hijo. Y es que de este modo lo insoportable se hace
soportable, pues llega ya cuando estamos a la puerta, cuando la liberación
está ya al alcance de la mano. Tal hizo también ahora Cristo con sus
apóstoles, a quienes no se manifiesta hasta que rompen en gritos; porque,
cuanto más íntima e intensa fuera su angustia, con más gozo acogerían su
presencia. Luego, después, de lanzar los gritos, prosigue el evangelista:
Inmediatamente les habló Jesús diciendo: Tened confianza. Soy yo, no temáis.
Esta palabra disipó todo su miedo y les infundió confianza. Y es que, como
no le habían conocido por la vista, pues lo extraño de caminar sobre las
aguas y el tiempo mismo se lo impedía, el Señor se les da a conocer por la
voz.
¿Qué hace, pues, entonces Pedro, que siempre fue ardiente de carácter y se
adelantaba a los otros? Señor —le dice—, si eres tú, mándame ir a ti sobre
las aguas. No dijo: "Ruega y suplica", sino: Manda. ¡Mirad qué ardor y qué
fe tan grande! Sin embargo, por eso justamente se expone muchas veces Pedro
a peligro, pues tiende a ir más allá de la medida. A la verdad, también aquí
pidió cosa grande, si bien a ello le impulsó sólo la caridad y no la
vanagloria. Porque no dijo: "Manda que yo camine sobre las aguas". Pues ¿qué
dijo? Manda que vaya yoa ti sobre las aguas. Nadie, en efecto, amaba como él
a Jesús. Lo mismo hizo después de la resurrección. Él no pudo aguantar el ir
con los otros al sepulcro, sino que se adelantó. Aquí, empero, no sólo da
pruebas de amor, sino también de fe. Porque no sólo creyó que podía el Señor
caminar sobre el mar, sino que podía conceder la misma gracia a los otros. Y
de este modo desea Pedro llegar cuanto antes, a su lado.
Y Élle dijo: Ven. Y bajando Pedro de la barca, caminó sobre las aguas y
llegó a Jesús. Pero, viendo el fuerte viento, tuvo miedo y, empezando ya a
hundirse, gritó diciendo: Señor, sálvame. Y en seguida Jesús, tendiéndole la
mano, le cogió y le dijo: Hombre de pocafe, ¿por qué has dudado? He aquí un
milagro más maravilloso que el de la tempestad calmada. Por eso también
sucede después del primero. Y, en efecto, una vez que hubo mostrado ser El
señor del mar, ahora realiza otro más maravilloso milagro. Entonces sólo
increpó a los vientos; mas ahora es El mismo quien camina sobre el mar y
hasta le concede a otro hacer lo mismo. Cosa que, de habérselo mandado al
principio, no le hubiera Pedro obedecido tan prontamente, pues todavía no
tenía tanta fe.
2. ¿Por qué, pues, se lo permitió Cristo? Porque de haberle dicho: "No
puedes", él, ardiente como era, le hubiera contradicho. De ahí que quiere el
Señor enseñarle por la experiencia, para que otra vez sea más moderado. Mas
ni aun así se contiene. Una vez que bajó de la barca al agua, empezó a
hundirse, por haber tenido miedo. El hundirse dependía de las olas; pero el
miedo se lo infundía el viento. Juan, por su parte, cuenta: Quisieron
recibirle en la barca, e inmediatamente la barca llegó al punto de la costa
a donde se dirigían (Jn.6,21).Que viene a decir lo mismo, es decir, que,
cuando estaban para llegar a tierra, montó el Señor en la barca. Una vez que
bajó de la barca Pedro caminaba hacia Jesús, alegre no tanto de ir andando
sobre las aguas cuanto de llegar a Él.
Y lo notable aquí es que, vencido el peligro mayor, iba a sufrir apuros en
el menor, es decir, por la fuerza del viento y no por el mar. Tal es, en
efecto, la humana naturaleza. Muchas veces, triunfadora en lo grande, queda
derrotada en lo pequeño. Así le aconteció a Elías con Jezabel; así a Moisés
con el egipcio; así a David con Betsabé. Así le pasa aquí a Pedro. Cuando
todos estaban llenos de miedo, él tuvo el valor de echarse al agua; en
cambio, ya no pudo resistir la embestida del viento, no obstante hallarse
cerca de Cristo. Lo que prueba que de nada vale estar materialmente cerca de
Cristo si no lo estamos también por la fe.
Esto, sin embargo, sirvió para hacer patente la diferencia entre el maestro
y el discípulo, y para calmar, un poco, a los otros. Porque si se irritaron
en otra ocasión de las pretensiones de los dos hermanos Santiago y Juan
(Mt.20,24),con mucha más razón se irritarían aquí. Porque todavía no se les
había concedido la gracia del Espíritu Santo. Después de recibido éste, no
aparecen así. Entonces, en todo momento, dan la primacía a Pedro y a él
designan para hablar públicamente, no obstante ser el más rudo de todos.
Mas ¿por qué no mandó el Señor a los vientos que se calmaran, sino que,
tendiendo Él su mano, le cogió a Pedro? Porque hacía falta la fe del propio
Pedro. Cuando falta nuestra cooperación cesa también la ayuda de Dios. Para
dar, pues, a entender el Señor que no era la fuerza del viento, sino la poca
fe del discípulo la que producía el peligro, le dice a Pedro mismo: Hombre
de poca fe, ¿por qué has dudado? Así, de no haber flaqueado en la fe,
fácilmente hubiera resistido también el empuje del viento. La prueba es que
aun después que el Señor lo hubo tomado de la mano, dejó que siguiera
soplando el viento; lo que era dar a entender que, estando la fe bien firme,
el viento no puede hacer daño alguno. Y como al polluelo que antes de tiempo
se sale del nido y está para caer al suelo, la madre lo sostiene con sus
alas y lo vuelve al nido, así hizo Cristo con Pedro.
Y apenas hubieron subido ellos a la barca, se calmó el viento. En el milagro
de la tempestad calmada habían dicho: ¿Quién es éste, para que los vientos y
el mar le obedezcan? (Mt.8,27).No así ahora. Porque los que estaban en la
barca —prosigue el evangelista—, acercándose, le adoraron, diciendo:
Verdaderamente tú eres Hijo de Dios. Mirad cómo poco a poco va el Señor
levantándolos a todos más alto. La fe, en efecto, era ya muy grande por
haberle visto caminar sobre el mar, por haber concedido a Pedro hacer lo
mismo y por haberle salvado del peligro. En la otra ocasión había intimado
al mar; ahora no le intima, pero demuestra de otro modo mejor aún su poder.
De ahí que dijeran: Verdaderamente, tú eres Hijo de Dios.
(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo (II), homilía 50,1-2, BAC
Madrid 1956, 71-77)
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Aplicación: Maertens-Frisque - Dios vence el mal
a) La victoria de Dios sobre las aguas es un tema muy importante de la
cosmogonía judía. El pensamiento bíblico ha heredado, en efecto, de las
viejas tradiciones semíticas la idea de una creación del mundo en forma de
un combate entre Dios y las aguas, hasta que el poder creador de Dios se
impuso a las aguas y a los monstruos del mal que contenía (Sal 103/104, 5-9;
105/106, 9; 73/74,13-14; 88/89, 9-11; Hab 3, 8-15; Is 51, 9-10). Incluso la
historia de la salvación aparece como una victoria de Yahvé sobre las aguas:
tal es el significado de la victoria sobre el mar Rojo (Sal 105/106, 9) y de
la victoria escatológica sobre el mar (Ap 20, 9-13).
Ahora bien: el poder de Cristo sobre las aguas impresionó evidentemente a
los primeros cristianos, que vieron en el relato de la tempestad calmada
(Mt/08/23-27) y en el caminar sobre las aguas (nuestro Evangelio) la
manifestación de quien vuelve a reanudar la obra de la creación y la lleva a
su plena realización triunfal. El Día de Yahvé debía ser un día de victoria
sobre las aguas (Hab 3, 8-15; Is 51, 9-10); Yahvé está, pues, entre
nosotros, para completar esa obra (cf. v. 33). El caminar sobre las aguas
es, por tanto, una especie de epifanía del poder divino que reside en
Cristo.
b) Pero la victoria de Cristo sobre las aguas se sitúa en un momento
decisivo de la vida de Cristo. Su vida de rabbí itinerante, ídolo de las
multitudes, no conduce a nada. Al confrontar los pobres resultados de ese
ministerio con la voluntad salvífica de su Padre (cf. la oración del v. 23),
Cristo cambia de política y se dedica a la formación intensiva de un grupo
de apóstoles -y de Pedro en particular- separado de la multitud.
La formación de estos apóstoles persigue dos objetivos: enseñarles a
utilizar los poderes mesiánicos de Cristo tal como se los transmitiría un
día y enseñarles a tener confianza en El.
El episodio de la marcha sobre las aguas responde a este doble objetivo:
Cristo convence a Pedro de que posee realmente los poderes que le permitirán
vencer al mal (simbolizado por las aguas sobre las que Pedro camina) (vv.
28-29). Cristo enseña igualmente a Pedro que esa victoria no dimana de un
poder mágico, sino que depende de la fe (vv. 30-31).
La victoria sobre las fuerzas del mal es ofrecida, pues, al cuerpo
apostólico, con la condición de que a ese poder conferido sobre tales
fuerzas correspondan una fe y una adhesión confiadas a la persona de Cristo.
Lo mismo que en la primera lectura, la victoria sobre las fuerzas del mal
aparece, por tanto, como una posibilidad ofrecida al hombre en Jesucristo.
Afirmar que Cristo ha vencido al imperio del mal es, en realidad, reconocer
a la obra de Cristo sus dimensiones cósmicas. Hasta El existía una
solidaridad en el pecado que afectaba a toda la creación. En adelante queda
abierta una brecha en el círculo de esa solidaridad. Con Cristo se rompe ese
lazo cósmico en beneficio de otra solidaridad: la del amor.
Injertado en ese dinamismo de amor, el cristiano no es solo vencedor de sí
mismo y de las zonas oscuras de su persona, su victoria tiene realmente una
repercusión cósmica: ha vencido realmente al mundo, ha dominado realmente a
los elementos lo mismo que Cristo y Pedro han dominado al mar.
La misión del cristiano en el mundo consiste, efectivamente, en destruir el
influjo del imperio del mal en todos los terrenos en que se sigue
manifestando y hasta en la muerte que parece ser hasta ahora su mejor
sirvienta.
La Eucaristía alimenta al cristiano para el combate efectivo de cada día,
puesto que le hace copartícipe de la victoria sobre Satanás y sobre la
muerte.
(MAERTENS-FRISQUE, NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA V, MAROVA MADRID
1969.Pág. 253)
Aplicación: Lous Monloubou - Dios se manifiesta en la tempestad
Jesús es reconocido como Hijo de Dios. Se trata de un momento capital en el
descubrimiento de los discípulos. El relato no tiene probablemente otra
finalidad que la de hacer ver a través de qué experiencias han llegado los
discípulos a esta confesión de fe. La multitud vacilante, dominada por sus
jefes, queda a un lado; no le será revelado el misterio. Incluso quedará
prohibido comunicarle las cosas esenciales (16, 20). Por el contrario, este
misterio va a ser "revelado" a los discípulos. Por lo tanto es lógico que
Jesús "despida a las multitudes" y "obligue" a los discípulos a separarse de
ellas.
Los discípulos están ahora solos. ¿Qué ocurre cuando se encuentran así,
lejos de Jesús? Mientras Jesús "está con" sus amigos, hay confianza, paz
(comparar con 28, 20). Pero cuando se aleja o parece desinteresarse de su
destino -por ejemplo, durmiendo (8,24)-, entonces viene la turbación, la
tempestad.
Precisamente es en la tempestad cuando Dios se revela. Jonás tuvo de ello
una cierta experiencia cuando una oportuna tempestad le devolvió a su misión
profética. Job lo entendió mejor todavía: "Yahvé respondió a Job desde el
seno de la tempestad" (Job 38, 1; 40, 6). "Y Job respondió de esta manera:
yo no te conocía más que de oídas, pero ahora te han visto mis ojos". E
igualmente los héroes del Salmo 107 hicieron el mismo descubrimiento: les
fue dado -mal de su grado, comenta el autor con humor- "ver las obras de
Yahvé, sus maravillas en lo más profundo de los abismos" (vv. 23-32). Y un
poco más arriba, en este mismo evangelio, después de que una gran agitación
zarandeara la barca envuelta en la tempestad que había de calmar Jesús, es
cuando los "hombres" sintieron la necesidad de preguntarse acerca de "Aquel
a quien vientos y mares obedecen" (8, 24-27).
Es pues cuando la barca de los Apóstoles se ve envuelta en la noche -"en la
cuarta vigilia" (hacia las 4 de la mañana)-, cuando se ve "sacudida por las
olas", expuesta a un "viento contrario"; entonces es cuando Jesús "va hacia
ellos andando sobre el mar". Es conocido el giro bíblico: Dios camina sobre
el mar, en el Salmo 77: "Por el mar iba tu camino, y por las inmensas aguas
tu sendero; y nadie conoció tus pisadas" (v. 20). Los discípulos se
extrañan; no saben reconocer en Jesús a Aquel que traza "en las aguas su
sendero"; y le toman por un fantasma.
Será necesaria la frase soberana de Jesús: "¡Soy yo!", para que le
reconozcan de veras.
Reconocerle, confesando lo que es en realidad. Para Mateo, ese "soy yo",
dicho en medio del mar, es proclamación de la identidad divina. Es la
fórmula con que se reveló Dios a Moisés, y después a Israel, en el curso de
una aventura histórica en la que el mar había jugado el papel que es
conocido, mostrando a su manera la omnipotencia de Yahvé-Yo soy.
Pero la revelación no ha alcanzado de lleno al corazón de los discípulos.
Pedro nos lo prueba. Necesita hacer la experiencia personal, inmediata, de
la brutalidad de la tempestad, del peligro que hace correr, para que vuelvan
a hallar en lo más profundo de su ser una aptitud para creer. "¡Señor,
sálvame!", exclama; y ya tenemos a Jesús saludado por Pedro con el título de
Señor Kyrios, traducción griega del nombre divino Yahvé, es decir: Dios
próximo, eficaz... salvador.
Ahora ya la tempestad ha terminado; el viento se ha calmado. Los discípulos
han comprendido: Jesús es "Hijo de Dios". Primero, era uno hacia quien
dirigirse porque su aparición en medio del peligro tenía algo de fascinante:
"mándame ir hacia ti", pedía Pedro. Ahora es Aquel ante quien uno "se
prosterna": "Verdaderamente tú eres Hijo de Dios". La unanimidad de la fe
está establecida; todos los que están presentes en la misma barca adoptan
ante Jesús la misma actitud y confiesan la misma fe.
Causará extrañeza la elección de la 1 lectura, puesta en paralelo con el
relato del encuentro de Jesús y de Pedro en medio de las aguas.
Indudablemente se trata de un tema idéntico, que podría definirse no
olvidando la importancia simbólica de los datos: tempestad y encuentro de
Dios. Pero el tema es tratado de formas absolutamente contrarias. El motivo
de esta diversidad es claro.
El lenguaje simbólico, extremadamente sugestivo, el único capaz de traducir
algo de la experiencia inefable de Dios, es siempre deficiente en lo que a
esta experiencia se refiere. Deficiente, hasta el punto de que se podrá
decir que es a la vez capaz e incapaz de expresar la experiencia de Dios.
"Huracán, temblor de tierra, relámpagos no son más que los signos
precursores del paso divino; el murmullo de un viento tranquilo simboliza la
espiritualidad de Dios y la intimidad en medio de la que conversa con sus
profetas", escribe R. de Vaux.
Podrá alguien sentir una gran dificultad en construir una homilía a partir
de dos textos que se refieren a la misma realidad -el encuentro de Dios- y
que lo expresan con el mismo tema simbólico -la tempestad- explotado en dos
direcciones contrarias. A no ser que nos sensibilicemos al hecho de que
estos dos pasajes no se contradicen en la superficie más que para...
completarse mejor en profundidad. Podríamos entonces llegar a las
reflexiones siguientes.
Los hombres del Antiguo Testamento ya habían realizado la dura experiencia,
y varios de sus textos así lo afirman, de que Dios jamás se revela tan bien
como en el seno de la tempestad. Se trata del momento en que el creyente, o
la comunidad de los fieles, siente el desconcierto más profundo, experimenta
con la mayor violencia la imposibilidad de la salvación humana. En ese
momento es cuando esos fieles se hacen más aptos para acoger la revelación
de Dios, y es el momento en que el poder amistoso de Dios se revela en su
verdad seductora.
Con su habitual penetración y claridad, Pablo supo percibir y expresar
perfectamente esta verdad fundamental. Términos conmovedores, únicos en la
literatura neotestamentaria, afluyen en él para decir lo que, entre otros
acontecimientos, la crisis sobrevenida en Corinto le había hecho descubrir.
"Nuestra confianza no podía fundarse por más tiempo en nosotros mismos, sino
en Dios que resucita los muertos" (2 Co 1, 8 s)... "Llevamos incesantemente
en nuestro cuerpo la agonía de Jesús, a fin de que la vida de Jesús sea
también manifestada en nuestro cuerpo" (4, 10 s)... "Con sumo gusto seguiré
enorgulleciéndome más bien en mis flaquezas, a fin de que habite en mí el
poder de Cristo" (12, 9).
Una enseñanza así es difícil de aceptar. Difícil primero de proponer, aunque
no sea más que porque podría llevar a falsas interpretaciones, a
aplicaciones tendenciosas. Por eso, no está mal que la doctrina que emana de
la 1. lectura venga en cierto modo a completar la del evangelio. En el seno
de la tempestad se encuentra a Dios... pero la tempestad no es más que un
preliminar; quizá no hace sino disponer a ver. Dios está más allá de la
tempestad, más allá de la turbación, del miedo. Dios es fuente de paz, de
aliento eficaz, tranquilo. El encuentro de Dios lleva a la misión
serenamente aceptada, valiente, eficazmente cumplida, como cuenta la
continuación, no leída, de la historia de Elías.
Cuando el Hijo de Dios está en la barca, ésta no puede menos de llegar a
ribera segura.
(LOUIS MONLOUBOU, LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE MATEO, EDIT. SAL TERRAE
SANTANDER 1981.Pág 202)
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Aplicación: P. Ervens Mengelle, I.V.E. - Creo en la Iglesia Santa
¡Qué experiencia la que los apóstoles han vivido! ¡Algo
indudablemente fascinante, pero aterrorizador simultáneamente!
¡Definitivamente in-olvidable! Inmediatamente después del milagro de la
multiplicación de los panes, que escuchamos el domingo pasado, viene esto.
1 – ¿Qué experimentaron los discípulos?
¿Por qué Jesús llevó a los discípulos a esta experiencia? Él
ya había calmado una tempestad (cf. Mt 8,23-27), pero este milagro presenta
algunos elementos que nos permiten extraer algunas enseñanzas muy valiosas
para nuestra vida espiritual. En definitiva, podemos decir que lo que los
discípulos vivieron aquí fue una experiencia de la santidad, o mejor dicho
del Santo, es decir de Dios.
Varios detalles en el relato evangélico nos lo muestran.
Primero, las palabras de Cristo a los apóstoles: ¡No temáis! Esta es una
expresión típica usada en la Biblia cuando hay alguna intervención divina
(cf. Lc 5,10; 1,13.30). Además, el episodio concluye con el reconocimiento
de Jesús como Hijo de Dios (mientras que en el otro de Mt 8 el episodio
terminó con un cuestionamiento: ¿Quién es este que hasta el viento y el mar
le obedecen?).
De alguna manera podemos ver que Jesús quiere que los
discípulos tomen conciencia de lo que es Santo y no lo confundan o mezclen
indebidamente con lo profano. San Mateo dice que Cristo obligó a los
discípulos a subir a la barca e irse. San Juan refiere la causa de este
actuar del Señor: Al ver la gente la señal que había realizado
[multiplicación de los panes], decía: “este es verdaderamente el profeta que
iba a venir al mundo”. Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a
tomarlo por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo. Y
más adelante reprocha a los judíos su actitud: Vosotros me buscáis, no
porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os
habéis saciado (Jn 6,14-15.26).
O sea, después del milagro de la multiplicación de los panes
había un riesgo de malentendimiento de su misión. Jesús tiene que evitar eso
en sus discípulos y para ello los lleva a tener una experiencia del Santo.
¿Qué significa Santo? El término indica una condición
especial de algo o alguien que consiste en una cierta elevación o
trascendencia por sobre lo terrenal y mundano (Santo Tomás usa la palabra
griega, hagios, para afirmar que significa “quasi sine terra”). Dada esa
condición es el término que designa una característica de Dios. Mejor dicho,
Santidad es LA característica de Dios y todo lo demás puede decirse santo en
razón de Él y en relación a Él [la palabra hebrea, Qadosh, intenta
transmitir ese sentido de majestuosidad y trascendencia, cfr. Is 6]
2 �� Iglesia Santa
Los apóstoles, entonces, experimentan eso. ¿Por qué? Pues,
sencillamente, Cristo quiere que ellos recuerden que su función es en
relación a lo Santo primariamente, sobre todo cuando aparece en el horizonte
una cierta bonanza de bienes materiales (como la multiplicación de los panes
y la aclamación de la gente). Para resumir, Cristo quiere que sus apóstoles
tengan en claro que, primariamente, ellos, es decir, la Iglesia, está para
eso, para lo Santo.
Es más, dado que Dios es Santo, toda obra que Él realice va
a estar marcada por esta condición (de alguna manera esto está significado
en el hecho de que Pedro participa de la condición de Cristo caminando sobre
las aguas). En consecuencia, la Iglesia, por ser obra de Dios, es Santa: “La
fe confiesa que la Iglesia… no puede dejar de ser santa. En efecto, Cristo,
el Hijo de Dios, a quien con el Padre y con el Espíritu se proclama ‘el solo
santo’, amó a su Iglesia como a su esposa. Él se entregó por ella para
santificarla… La Iglesia es el Pueblo santo de Dios… La Iglesia, unida a
Cristo, está santificada por Él…” (823-824). De allí que afirmemos en el
Credo: “Creo en la Iglesia Santa”. Alguno podría decir: “pero hay pecadores
en ella”. Y es verdad que los hay, incluso entre los ministros. Pero Pablo
VI precisa: “la Iglesia es santa aunque abarque en su seno pecadores, porque
ella no goza de otra vida que de la vida de la gracia” (827). Las ramas
secas, aunque estén todavía pegadas al árbol, en realidad ya no son parte de
él, de su vida.
Nosotros decimos todavía algo más en el Credo: “Creo en la
Santa Iglesia Católica, la Comunión de los Santos”: “La comunión de los
santos es precisamente la Iglesia” (946). En realidad, “la expresión
‘comunión de los santos tiene dos significados estrechamente relacionados:
‘comunión en las cosas santas’ y ‘comunión entre las personas santas’”
(948).
3 – Comunión en lo Santo
Pero no sólo eso, sino que además “por [Cristo] y en Él,
ella también ha sido hecha santificadora. Todas las obras de la Iglesia se
esfuerzan en conseguir la santificación de los hombres en Cristo y la
glorificación de Dios…” (824). Es decir, de alguna u otra manera, esta
experiencia vivida por los apóstoles debe ser re-vivida por nosotros si nos
acercamos a Dios, al Santo. Puede que no sea con la espectacularidad con que
la vivieron los apóstoles sino como le tocó a Elías: Dios estaba presente en
la suave, casi imperceptible, brisa, lo cual es más conforme a la
espiritualidad de Dios (recordemos que brisa y espíritu en hebreo, son la
misma palabra: soplo, ruah). De hecho Jesús mismo refirió esto: El espíritu
sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dondeva. Así es todo el que nace del Espíritu (Jn 3,8).
¿Cómo puedo revivir esa experiencia? ¿Cómo puedo acercarme y
entrar en contacto con el Santo? Evidentemente dado que Dios es un ser
espiritual, el contacto con Él debe ser espiritual. Es necesario que nos
aproximemos a Cristo, que lo toquemos. Vale la pena observar que el episodio
del evangelio de hoy tiene lugar después que Cristo pasó casi toda la noche
en oración, en contacto con el Padre. Y, por otro lado, ¿qué fue lo que
mantuvo a Pedro sobre el agua sino una fuerza espiritual?
Es necesario, entonces que entremos en contacto con Cristo, lo que equivale
a decir con Dios, para no hundirnos. Pues bien, para eso está la Iglesia:
“en la Iglesia es en donde está depositada la plenitud total de los medios
de salvación. Es en ella donde conseguimos la santidad por la gracia de
Dios” (824). La Iglesia entonces es la causa instrumental a través de lacual entramos en contacto con Cristo.
¿Qué medios concretos existen? El Catecismo señala
diferentes medios para entrar en Comunión con Cristo y participar de su
condición de Santo:
- primero la comunión en la fe, “tesoro de vida” (949)
- comunión en los sacramentos, que “son otros tantos vínculos
sagrados que unen a todos y los ligan a Jesucristo”, sobre todo la
Eucaristía que “lleva esta comunión a su culminación” (950)
- comunión en los carismas, es decir en las gracias brindadas por el
Espíritu Santo, ya que a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común (951)
- incluso los mismos bienes materiales deben ser considerados como
un bien en común con los demás (952)
- pero el vínculo por excelencia es la caridad (953): “comprendí,
dice santa Teresita, que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto por
diferentes miembros, el más necesario, el más noble de todos no le faltaba,
comprendí que la Iglesia tenía un corazón y que este corazón estaba ardiendo
de Amor. Comprendí que el Amor solo hacía obrar a los miembros de la
Iglesia, que si el Amor llegara a apagarse, los Apóstoles ya no anunciarían
el Evangelio, los Mártires rehusarían verter su sangre… Comprendí que el
Amor era todo… que es Eterno” (en 826).
Y por eso, en última instancia el que hace la Comunión de los Santos es
justamente el que es llamado Espíritu Santo, quien continúa la obra de
Cristo. El Reino de Dios no es comida ni bebida sino justicia, paz y gozo en
el Espíritu Santo (Ro 14,17)
4 – Conclusión
¿Qué es, en definitiva, el Reino de los Cielos del que
venimos hablando durante varios domingos? Es el Reino de Dios, es decir es
donde Dios habita, o sea donde habita el Santo. Donde hay algo santo, allí
está Dios. Para eso está la Iglesia, por eso la Iglesia es Santa.
¿Qué debemos hacer nosotros para adquirir la misma condición
de Dios? Primero desarrollar sensibilidad hacia lo Santo. Así como no puedo
apreciar un cuadro o una pieza musical si no tengo desarrollada la
sensibilidad hacia ello, tampoco lo podré hacer con lo Santo si no
desarrollo mi “sensibilidad” hacia lo Santo. ¿Cómo lograrlo? Frecuentándolo.
En la medida en que más lo reciba mejor dispuesto voy a estar para recibirlo
mejor. Como Elías, debo aprender a hacer silencio para poder percibir el
Espíritu que es Santo.
Por otro lado, entrando en contacto con el Santo, seré capaz
de transmitirlo, seré transformado en instrumento suyo, tal como María
Santísima lo fue.
(MENGELLE, E., Dios Padre y su Reino, IVE Press, Nueva York, 2007, p. 275 -
278. Todos los derechos reservados)
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Aplicación: Alfonso Torres, S.J. - La tormenta y las tormentas
(Mt.14,22-33)
Este milagro lo narran tres evangelistas: San Mateo, San Marcos y San Lucas.
Cuando terminábamos de comentar la multiplicación de los panes y de los
peces, decíamos que se había suscitado entre aquella muchedumbre a quien
alimentó milagrosamente Jesús el deseo de proclamarle rey; decíamos además
que los apóstoles habían sentido una cierta simpatía con aquel movimiento
suscitado en la muchedumbre, y que nuestro Señor, con humildad profunda y
para seguir adelante el cumplimiento de la voluntad del Padre celestial,había rehuido aquel honor que las gentes querían tributarle. Lo rehuyó de
este modo: obligó a los discípulos a que se embarcaran en seguida y
partieran para la otra orilla del lago, despidió a las muchedumbres y por
fin se retiró Él a un monte vecino a orar.
Por lo que dicen los evangelistas, entendemos nosotros que el Señor debió
pasar casi toda la noche en oración.
Mientras tanto, los discípulos, que habían partido para la orilla occidental
del lago de Genezaret, tropezaron en su viaje con una verdadera tempestad,
que les hizo pasar largas horas en lucha, en tribulación, en angustia y
peligro
A remo lograron avanzar algo; pero, cuando ya se acercaba la aurora, todavía
estaban en el medio del lago, es decir, habían empleado casi toda la noche
en recorrer un espacio que generalmente se recorre en una hora.
Esta explicación ilustra algún tanto el evangelio; pero se queda en la
superficie externa nada más. Debajo de esa superficie externa hay algo más
misterioso, que para nosotros puede contener todavía mayor fruto espiritual.
Podemos contrastar la unión de Jesús con el Padre, y esa efusión divina de
Jesús en presencia de su Padre celestial, esa paz profunda de la soledad y
ese amor ardoroso con lo que acontece a los discípulos en medio del lago.Están en tribulación, están temerosos y están en peligro. ¿Qué significan
todas estas cosas? Por de pronto, es evidente que aquellas almas se han
alejado de Jesús. Los apóstoles se alejaron materialmente cuando abandonaron
la orilla oriental del lago; pero se habían alejado también
espiritualmente. Lo vemos en que participaban de los mismos sentimientos
mundanos que dominaron las muchedumbres y de los mismos deseos de realeza
terrena que aquellas gentes habían concebido. Esto significa un alejarse de
Dios. Los pensamientos de los apóstoles no eran los pensamientos de Jesús;
los amores de los apóstoles no eran los amores de Jesús, espiritualmente
estaban separados. Sus corazones estaban lejos de Jesús,
En el momento que aquellas almas se ven lejos de Jesús, padecen una
tempestad exterior, que es símbolo otra tempestad interior, casi náufragos
en la fe, y no digo náufragos, porque, en el fondo, el amor que tenían al
Maestro, aunque era un amor imperfectísimo, significaba una suerte de
conocimiento o una suerte de revelación de Jesús; pero eran casi náufragos,
porque no procedían como hombres de viva fe, sino más bien como hombres
influidos por las maneras de pensar del pueblo judío, en ocasiones hasta
maneras de pensar supersticiosas y vanas. Además eran hombres que no iban
buscando todavía puramente las cosas del cielo, habían abandonado la orilla
con dolor, con amargura, y esto porque habían visto en perspectiva la
realeza temporal de Jesús, y Jesús había desvanecido aquella visión y había
acabado con aquellas esperanzas, y como hombres terrenos llevaban en su
corazón el desaliento, la falta de fe y hasta la falta de amor verdadero.
Es la hora de la tentación, porque, cuando el alma está así, es cuando las
tentaciones la pueden asaltar con más fuerza, es cuando los enemigos tienen
más poder sobre el alma, tempestades interiores que se agrandan cuando
estamos lejos de Jesús, tempestades interiores que consisten en que soplan
sobre el corazón los vientos huracanados; tempestades interiores que
consistes en que se abren los abismos bajo nuestros pies y amenazan con
absorbernos, amenazan con perdernos para siempre; tempestades interiores en
que no hay más punto de apoyo que la confianza en Jesús y que la esperanza
en Jesús, y todo lo demás, el cielo y la tierra tal como lo ven nuestros
ojos, parece que se han cerrado a nuestra esperanza.
Dicen los evangelistas que hacia la cuarta vigilia de la noche, o sea, de
las tres a las seis de la mañana, nuestro Señor vino a donde estaban los
discípulos con la lancha andando sobre las aguas; los discípulos le vieron y
creyeron que era un espectro; se dejaron dominar entonces de ciertas
supersticiones judías, y conforme a aquellas supersticiones juzgaron la
aparición de Jesús; se espantaron, y fruto de ese espanto fue que comenzaron
a gritar. Los gritos de espanto se unían al rugir de la tempestad. Entonces,
Jesús, dominando aquella gritería y el rugir de la tormenta, los
tranquilizó. Hizo oír su voz y les dijo que tuvieran ánimo, que era Él, que
no temieran.
Aquellas palabras produjeron inmediatamente su efecto; tranquilizaron los
ánimos y los enardecieron. El ánimo más dispuesto a todos los entusiasmos
era el ánimo de Pedro, y, en efecto, San Pedro, más ardoroso que los demás,
se dirige al Señor y exclama: Si tú eres, mándame ir a ti andando sobre las
aguas. El Señor responde con una sola palabra a Pedro: ¡Ven! Y Pedro, puesta
la confianza en la palabra de su Maestro, sale de la barca y comienza a
andar sobre las olas encrespadas; y así fue caminando hacia Jesús. Cuando
estaba más cerca de Jesús la tempestad, sin duda, en torno a Pedro se
enfureció más, y Pedro temió. En el momento en que entra en su alma la
desconfianza y el temor, Pedro comienza a hundirse en las olas, clama de
nuevo al Maestro- que esto queda en el alma de San Pedro aun en medio de
aquella desconfianza y de aquella falta de fe; el recurso a la oración- ;
clama, y entonces Jesús, tendiéndole la mano, le sostuvo y le dijo aquella
frase: Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado? Le llevó consigo, y ambosentraron tranquilamente en la barca. Desde el momento en que entra Jesús en
la barca, cesa la tempestad; ya pueden bogar hacia la orilla con tiempo y
con mar bonancibles.
Esta escena es, de un lado, una historia de todas las debilidades humanas,
y, de otro lado, es una historia de las grandes misericordias de Jesús; casi
podríamos decir que no había debilidad de esas que entran en el corazón
humano en nuestro trato con Jesús, que no esté aquí descrita.
Está ahí la falta de fe. La falta de fe, que, aun cuando se pone Jesús
delante de los ojos y aun cuando se comunica a nuestro corazón no le
conocemos. Cuando estamos en tribulación hasta los auxilios más poderosos de
Jesús nos parece a nosotros imaginación y fantasmas. Faltas de fe para nosaber mirar las visitaciones divinas de Jesús en los momentos de desolación,
en los momentos de tentación y de lucha. Está aquí algo que es muy hermoso
también, y que con frecuencia se nota también en las almas; se tranquilizan
cuando habla Jesús, se enardecen. En ese enardecerse son capaces hasta de
heroísmos por Jesús; pero no bien han emprendido el camino de esa
generosidad, de esa confianza, ese camino de amor, la menor contrariedad, el
aparecer la cruz en ese camino, les pone nuevo espanto, y con la misma
facilidad con que la palabra de Jesús había enardecido los corazones y había
infundido ánimo para todo el corazón, ve apagarse esas luces, ve apagarse
esos esfuerzos, y se entrega a la falta de fe, a la desconfianza, al
desaliento, el corazón comienza a naufragar. En medio de esa miseria, a
veces el corazón humano todavía se acuerda del poder de la oración, y,
aunque sea con una oración muy imperfecta, clama a Jesús; Jesús nos oye
siempre.
Y aquí comienzan a resplandecer las más altas misericordias del Señor. A un
alma a quien Él ha iluminado; a un alma a quien Él ha defendido, a quien Él
ha sostenido, a quien se ha manifestado, aunque le vea que cae de nuevo en
infidelidad y que se pone a punto de perecer por su cobardía, por su
desconfianza, por su falta de fe, por sus dudas, porque se resiste a luchar
contra la tentación, todavía Jesús le tiende de nuevo una mano y la saca de
las olas que van a sumergirle y la conduce a su barca; y en el momento que
entra Jesús en la barca del alma, en ese momento se tranquiliza el mar,
cesan los vientos y comienza de nuevo la consolación divina. ¿Qué trabajo
cuesta a Jesús mantener nuestra fe? Es verdad que Él hace un verdadero
derroche de esas misericordias y de esas consolaciones, pero cuando quiera
darnos la misericordia que necesitamos más y cuando quiera hacernos
participantes de su cruz, milagro será que no desfallezca nuestro ánimo y
milagro será que no nos pongamos a nosotros mismos en el peligro de perecer.
Y ver que aun entonces no nos abandona el amor de Jesús, que aun entonces
Jesús viene a buscarnos, viene a nuestro encuentro, y se manifiesta a
nuestro corazón, y le sostiene, y se le revela, y le enciende en su amor, y
le devuelve la paz, es algo que nos descubre, como pocas páginas del
evangelio, hasta dónde llega la misericordia del Señor.
(Alfonso Torres, S.J.,Obras Completas,Lecciones Sacras 3, Madrid,. pág. 233.
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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Jesús camina sobre las
aguas
El domingo pasado reflexionábamos sobre la primera
multiplicación de los panes que hizo Jesús y cómo la gente buscaba hacerlo
rey[1]. Él mandó a los discípulos subir a la barca y retirarse de allí[2] y
después de despedir a la gente se fue a un monte a orar. ¿Por qué esta
actitud de Jesús de hacer que rápidamente se vayan los apóstoles? ¿Por qué
los “obligó” a irse? Creo yo para que no agigantaran en sus corazones la
concepción carnal y fabulosa del Mesías. Se daba una buena oportunidad en
aquella ocasión para proclamar a Jesús rey-mesías, pero Jesús no era un
Ungido que viniese a solucionar los problemas económicos y sociales de
Israel, aunque de alguna manera venía también a eso, sino a solucionar la
causa de la que se derivan ellos que es la separación entre el hombre y Dios
por el pecado. Jesús fue enviado a ser Jesús, es decir, a salvarnos del
pecado. Jesús se retira solo a la oración ante su Padre para agradecer el
signo que ha hecho por sus manos y para que sean iluminados los corazones y
así los hombres entiendan su misión entre ellos.
Los discípulos encuentran dificultad en la navegación pues
el mar estaba embravecido y las olas sacudían la barca. A pesar del esfuerzo
avanzaban lentamente. Jesús seguía en oración.
A la cuarta vigilia de la noche, entre las tres y seis de la
mañana, muy cansados de tanto remar y poco avanzar ven un hombre caminando
sobre las aguas. El agotamiento y la visión espantosa les hacen perder el
juicio y comienzan a gritar creyendo que el que avanzaba era un fantasma.
Jesús los calma diciendo: “¡ánimo!, soy yo; no temáis”. Su voz apacigua los
ánimos. Algunos padres dicen que en esta presentación se da a conocer como
Dios[3].
Pedro le dice que le permita ir hacia Él, lo cual, será una
prueba de que es Jesús. Jesús se lo permite y Pedro comienza a vencer las
leyes naturales pero duda en un momento del poder de Jesús, porque las
criaturas lo atemorizan, porque cree que lo pueden hacer sucumbir a pesar de
estar Jesús con él y comienza a hundirse arrastrado por las criaturas que
había vencido. Jesús lo salva y le reprocha la poca confianza que tiene en
Él.
Al subir Jesús a la barca se calma la tempestad y ellos
atemorizados ante la presencia de lo divino se postran y lo adoran
reconociéndolo Hijo de Dios.
Podemos ver en este pasaje la amorosa sabiduría divina.
Jesús los va llevando desde una visión carnal del Mesías y de su Reino a una
visión real. Los aparta del peligro de quedar enredados en esa concepción
después de la multiplicación de los panes, permite que experimenten su fragilidad en la navegación peligrosa, para que sus sueños de grandeza queden sepultados al menos por un tiempo, y en el momento de la angustia
máxima y cuando sus fuerzas humanas son inservibles para salvarse, se les
aparece y se da a conocer con el nombre de Dios y no con su nombre de
salvador, manifiesta su poder y la posibilidad de trasmitirlo a los que Él
quiera dándole la posibilidad a Pedro de realizar el milagro que Él mismo ha
manifestado, reprocha a Pedro su falta de fe en Él después de salvarlo y
finalmente muestra una vez más su divinidad calmando la tempestad. Ellos,
finalmente, lo reconocen como Hijo de Dios. Se dan cuenta que aunque su
mesianismo es en poder no es ostentoso sino que se manifiesta
preferentemente en lo oculto y como don a los que quiere manifestárselo.
Jesús en esta ocasión y lo hará en muchas otras, de distintas maneras, los
hace trascender y cambiar la concepción mesiánica que tenían arraigada.
En la dificultosa travesía podemos reconocer las tentaciones
que experimentan todos los discípulos de Jesús. La dificultad para luchar
con las tentaciones sin la ayuda de Jesús y el peligro de naufragar.
Cuando Jesús está con nosotros, desaparece el miedo, crece
la magnanimidad y hacemos obras grandes, la fuerza de la tentación
desaparece y vuelve la paz y la alegría.
En toda nuestra vida debemos buscar la compañía de Jesús, en
especial, en los momentos de tentación, de oscuridad del alma, ante los
ataques del mundo. Y esa compañía no debe ser una compañía extraña porque a
veces estamos con Jesús pero lo tenemos como si estuviera durmiendo en
nuestra barca y no lo queremos despertar porque nos parece que solos podemos
con las dificultades o porque queremos gozar de lo peligroso y por eso
muchas veces perecemos.
La compañía de Jesús debe ser vivencial, que no sea para nosotros un extraño
o un objeto más que nos rodea sino que sea una persona viva, cercana, amiga, esencial para nosotros. Un amigo que es todopoderoso y bueno infinitamente y
que nos quiere salvar siempre. Ese amigo debe darnos una absoluta confianza
para navegar en cualquier mar cuando Él lo pida, como lo hizo con los
discípulos. Él les pidió la travesía peligrosa porque los quería salvar y
porque quería que se acrecentará su confianza y su amor en Él. Tenemos que
aprender de este pasaje evangélico la confianza y el amor a Jesús, tenemos
que aprender a buscarlo cuando se nos oculte o lo veamos como un fantasma,
como sólo una fantasía nuestra, lo que ocurre frecuentemente por falta de
fe, tenemos que aprender a vivir en su presencia, ininterrumpidamente en su
presencia, porque Él quiere estar con nosotros siempre y quiere brindarnos
su amistad siempre. Con Él llegaremos en paz y alegría, prontamente, a la
ribera de la otra orilla para gozar con Él de la felicidad sin fin.
(P. Gustavo Pascual, I.V.E.)
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Aplicación: José Fernando Rey Ballesteros - Francamente yo también
Pocos saben que el final de la oración “Alma de Cristo” está tomado de la
escena evangélica de hoy: «… Y mándame ir a ti». Son las palabras que Simón
Pedro dice a Jesús al contemplarlo caminando sobre las aguas en una noche de
tormenta.
Mándame ir a ti andando sobre el agua. Pedro no pide, en primera instancia,
caminar sobre las aguas. Hay muchos que pedirían eso, aunque no fuesen a
ninguna parte. «Señor -dirían- concédeme caminar con paz entre los
sufrimientos y las angustias de esta vida. Concédeme la serenidad necesaria
para aceptar los contratiempos y asumir mis limitaciones. Haz que las mil
contrariedades de mi existencia no me ahoguen»… No diré que sea mala
oración; no lo es. Sólo digo que Simón no pidió eso.
Simón pidió, principalmente, ir a Jesús. ¿Para qué quería la paz, si la paz
le conducía a la soledad y a la muerte? ¿Para qué quería toda la serenidad
que cabe en un espíritu, si no encontraba el Amor?
A la vista de lo que sucedió después, y de cómo las olas lo engulleron,
quedó claro que prefería, mil veces, ahogarse con Jesús al lado que flotar
en soledad. Francamente, yo también.
(José Fernando Rey Ballesteros, Homilías brevísimas 4 de Agosto 2014,
espiritualidaddigital.com)
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Ejemplos
EL ÁGUILA QUE NO VOLABA
A uno de aquellos reyes antiguos le obsequiaron dos pequeñas águilas para
ser entrenadas. Pasados unos meses, fue informado que una estaba
perfectamente entrenada, mientras la otra no se había movido de la rama en
que fue colocada el primer día.
Curanderos y sabios sanadores examinaron el águila. Nadie logró hacerla
volar. El Rey ofreció una recompensa a quien lo lograra.
La siguiente mañana el águila volaba ágilmente. De inmediato pidió hablar
con el autor de ese portento, presentándose un humilde campesino.
- ¿Cómo lo hiciste? ¿Eres mago o brujo?
- Fue fácil, Su Majestad. Yo tan sólo corté la rama y el águila voló. Se dio
cuenta que tenía alas y se lanzó a volar.
Dice Fray Fernando Rodríguez que en la vida tenemos que pasar por muchas
pruebas, algunas de ellas tan duras que incluso nos hacen dudar de nuestra
fe. Todos pasamos por momentos dolorosos en los que levantamos la mirada al
cielo, reclamando… “¿Por qué me has abandonado?” De esto, ni Jesús se libró.
Sin embargo, como bien señala San José María Escrivá, “cuando nos decidimos
a contestar al Señor: mi libertad para ti, nos encontramos liberados de
todas las cadenas que nos habían atado a cosas sin importancia, a
preocupaciones ridículas, a ambiciones mezquinas”.
La senda del Señor es todo refrigerio, si se marcha por ella. Somos nosotros
mismos quienes nos creamos dolores y tormentos por nuestras preocupaciones,
siempre que preferimos seguir los caminos tortuosos del mundo, incluso a
trueque de peligros y dificultades. (Casiano).
Entonces, “si te sientes cansado y deprimido. Si en tu vida no tienes ya
consuelo. Si piensas que has perdido la esperanza, serénate un momento y
mira al cielo.
Luego baja la vista y más tranquilo, contempla en derredor cuánto hay de
bueno: bosques, ríos, montañas y llanuras, maravillas sin par de nuestro
suelo.
Educa tus sentidos y percibe la suave melodía que el Eterno inspiró para el
arte de Beethoven y de tantos artistas que no han muerto.
Y luego, aligerado de la carga y el peso de nefastos sentimientos, relájate
en tu silla favorita, respira hondo, y vuelve a ver el cielo”.
Y tú… ¿a qué te estás aferrado que no puedes empezar tu vuelo? ¿Qué estás
esperando para soltarte? ¡No puedes descubrir nuevos mares a menos que
tengas el coraje de volar!
¡Confía en el Señor y suéltate de esa rama!
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