Domingo 16 del Tiempo Ordinario A - 'El Trigo y la Cizaña, El Grano de Mostaza, La Levadura' - Comentarios de Sabios y Santos I: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
A su servicio
Exégesis: José Ma. Solé Roma - sobre las tres lecturas
Comentario: Bruno Maggioni - No se entiende la paciencia de Dios
Santos Padres: San Agustín - Si siempre fuiste bueno, ten misericordia; si
alguna vez fuiste malo, no lo olvides
Santos Padres: San Crisóstomo - Lo mismo que la levadura hace fermentar toda
la masa, así vosotros convertiréis el mundo entero
Aplicación:
Dabar - El Mundo y el Reino de Dios
Aplicación: L. Monloubou - Los diversos tiempos del Reino
Aplicación: Hans Urs von Balthasar - El Reino de Dios y la Indulgencia
divina
Aplicación: R. Cantalamessa - El trigo y la cizaña
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
Las Lecturas del Domingo
Exégesis: José Ma. Solé Roma - sobre las tres lecturas
Sobre la Primera Lectura (Sabiduría 12, 13. 16-19)
El Sabio hace teología de la historia. En los acontecimientos humanos ve
brillar los divinos atributos. Pone de relieve los siguientes:
- Omnipotencia y Providencia: Cierto que nadie puede pedir cuentas a Dios.
Es el Omnipotente. Pero esa Omnipotencia nunca se ejerce para daño nuestro.
Dios es Omniprovidente como es Omnipotente. De todos tiene cuidado paternal.
Y no hay peligro que su poder degenere en despotismo, pues Dios es la
rectitud y equidad infinita.
- Poder y Justicia de Dios: La formulación que hace el Sabio es una síntesis
de teologías: "Tu poder, Señor, es el fundamento de la justicia; y el ser
Dueño de todo te hace ser clemente con todos". Esta armonía de los atributos
divinos nos permite gozarnos sin temor ninguno por el poder de Dios. Dios es
tan poderoso como bueno; su señorío es tan grande como su clemencia.
- Poder y Benignidad de Dios: Nos encanta este rasgo que el Sabio encuentra
en el gobierno de Dios: "Tú, Señor poderoso, juzgas con moderación; y con
grande respeto nos gobiernas". Así es, el poder del Omnipotente no nos
atemoriza ni nos encoge, ni menos nos ahoga y asfixia. Con nadie nos
sentimos tan libres, tan confiados, tan auténticos como son Dios. Todavía el
Sabio saca otra consecuencia de esta meditación de los divinos atributos: Si
tan bueno y benigno es Dios en su gobierno, debemos siempre confiar en su
perdón; y debemos imitarle en ser benignos y misericordiosos con los
hombres, nuestros hermanos.
Sobre la Segunda Lectura (Rom 8, 26-27)
Nos habla San Pablo de la obra del Espíritu Santo en nosotros mientras somos
peregrinos:
- El Espíritu Santo es nuestro divino huésped. Espíritu de Cristo, da ímpetu
a nuestra oración y tensión espiritual y orientación trascendente a toda
nuestra existencia de acá. Por esto nuestra oración y nuestros anhelos ya no
son de orden humano, sino propios de hijos de Dios: Son estos gemidos
inenarrables, son estos anhelos de santidad, son estas añoranzas del cielo,
son estos sentimientos filiales con Dios que todos los cristianos
experimentamos en lo más íntimo de nuestros corazones. No es nuestra voz; es
la voz del Espíritu Santo en nosotros.
- Y a la vez que el Espíritu Santo nos inspira fervor de hijos, Cristo,
nuestro Redentor-Mediador, intercede sin cesar por nosotros a la diestra del
Padre. Pablo a esta luz ve la vida del cristiano, aún ahora en su
peregrinación, rebosante de paz y gozo. Tiene como prenda y garantía de su
Salvación al Espíritu Santo, huésped en su corazón. Tiene como Valedor e
Intercesor ante el Padre al Hijo-Redentor: "Quia, etsi nostri est meriti
quod perimus, tuae tamen est pietatis et gratiae quod, pro peccato morte
consumpti, per Cristi victoriam redempti, cum ipso revocamur ad vitam"
(Praef. Defunt. V).
- El Concilio resume esta doctrina de la gozosa esperanza con estas
palabras: "Consumada la obra que el Padre confió al Hijo, fue enviado el
Espíritu Santo para que indeficientemente santificara a la Iglesia; y de
esta forma los que creen en Cristo pudieran acercarse al Padre en un mismo
Espíritu. El es el Espíritu de la vida o la fuente del agua que salta hasta
la vida eterna, por quien vivifica el Padre a todos los muertos por el
pecado hasta que resucite en Cristo sus cuerpos mortales. El Espíritu habita
en la Iglesia y en los corazones de los fieles como un templo. Y en ellos
ora y da testimoniode la adopción de hijos. Con diversos dones jerárquicos y
carismáticos dirige y enriquece con todos sus frutos a la Iglesia, a la que
guía hacia toda la verdad y unifica en comunión y ministerio. Hace
rejuvenecer a la Iglesia, la renueva constantemente y la conduce a la unión
consumada con su Esposo. Pues el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús:
¡Ven!" (L.G. 4). El Espíritu que nos inhabita es, pues, en nosotros: Oración
filial al Padre, vida y gracia, santidad y fervor, caridad y unión, gozo y
optimismo. Eso sucede especialmente cuando en el Banquete Espiritual nos
nutrimos de "Espíritu y Vida".
Sobre el Evangelio (Mateo 13, 24-43)
Prosigue Jesús exponiéndonos en parábolas la naturaleza del Reino Mesiánico
y de las disposiciones para entrar en él:
- Dado que el mismo Jesús nos explica muy al pormenor el sentido de la
cizaña sembrada entre el trigo, debemos tomar buena cuenta de lo que el
Maestro nos dice: "Quien siembra la buena simiente es el Hijo del hombre. La
buena simiente son los hijos del Reino. La cizaña son los hijos del Maligno.
Quien la siembra es el Diablo. La siega es el fin de los tiempos" (37. 38).
Por tanto, como hay un Reino Mesiánico hay un Reino Satánico. En el tiempo
presente cada hombre toma libremente su opción y se hace o hijo del Reino,
si acoge la Palabra y se deja transformar por ella, o hijo del Maligno, si
escoge el error y las tinieblas.
La parábola del grano de mostaza expresa la energía divina del Reino
Mesiánico. Ello le permitirá crecer y desarrollarse. Se extenderá hasta los
confines de la tierra. Ni habrá fuerza humana que pueda detener su
desarrollo.
- La parábola del fermento explica la transformación que en toda la
humanidad ha de producir Cristo. Cristo es ciertamente "la clave, el centro
y el fin de toda la Historia humana" (G. S, 10). Y su Iglesia ha creado la
nueva e innúmera generación de los hijos de Dios: "En efecto, la Iglesia,
por la predicación y el Bautismo, engendra para la vida nueva e inmortal a
los hijos de Dios. Y por virtud del Espíritu Santo conserva virginalmente la
fe íntegra, la sólida esperanza, la sincera caridad" (L.G. 64). El grano
humilde de mostaza que sembró Cristo, el fermento que dejó en el mundo, es
vida divina en cada cristiano. Es la Iglesia, pueblo de innúmeros hijos de
Dios. Y cual hijos gozamos los regalos y el convite de Dios: "Deus in quo
vivimus, movemur et sumus, atque in hoc corpore constituti non solum
pietatis tuae cotidianos experimur effectus, sed aeternitatis etiam pignora
jam tenemus. Primitias enim Spiritus habentes, qui suscitavit Jesum a
mortuis, paschale mysterium speramus nobis esse perpetum" (Pref. Dom per
annum VI).
- Ambas la del grano de mostaza y la de la levadura) son lección magnífica
para el cristiano apóstol. La luz y la gracia del Evangelio avanzan. Su
fuerza es interior y de energía infinita.
Ante la realidad y el poderío del Mal (cizaña) no debemos ni asombrarnos ni
impacientarnos. La Iglesia peregrina no será nunca coto cerrado al pecado;
ni nos toca a nosotros exterminar a los pecadores. Los celos impacientes y
los soñadores de utopías producen más daños que bienes. Velemos porque el
enemigo no siembre cizaña; arranquemos de nuestros corazones toda malicia;
trabajemos con celo paciente y tesonero, amable y optimista. Y conseguiremos
incluso mudar la cizaña en buen trigo. ¡Cuán diferente este proceder del de
quienes todo lo quieren llevar a sangre y fuego!
(José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "A", Herder,
Barcelona 1979)
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Comentario: Bruno Maggioni, No se entiende la paciencia de Dios
Como la parábola del sembrador, también la del trigo y la cizaña va seguida
de una explicación. Sin embargo, la parábola y la explicación no pertenecen
al mismo nivel de tradición: la primera se debe a Jesús, la segunda
pertenece a la comunidad. Esto nos impone dos lecturas: la parábola en sí
misma y, luego, la parábola a la luz de su explicación.
La parábola enseña que en el campo hay buenos y malos (pero los hombres no
están en condiciones de saber quiénes son los buenos y quiénes son los
malos). La presencia de la cizaña no constituye una sorpresa. Y, sobre todo,
no es señal de fracaso. La Iglesia no es la comunidad de los salvados, de
los elegidos, sino el lugar donde podemos salvarnos. La Iglesia no se cierra
a nadie.
Existen siempre "siervos impacientes" que querrían anticipar el juicio de
Dios; pero el juicio de Dios no debe anticiparse (la misma enseñanza se
contiene en la parábola de la red); no está reservado a los hombres. Los
hombres no saben juzgar; no conocen el metro de Dios. Además, es Dios el que
establece la hora; el bien y el mal deben llegar a sazón, a su plenitud; san
Pablo diría a su "parusía". (...). El centro de la parábola no se encuentra
simplemente en la presencia de la cizaña, ni tampoco meramente en el hecho
de que más tarde el trigo será separado de la cizaña. El centro lo
constituye el hecho de que la cizaña no sea arrancada ahora. Esto es lo que
suscita la sorpresa y el escándalo de los siervos: esta política de Dios,
esta paciencia suya.
Es obvio que la parábola quiere responder a una exigencia. Y es bastante
fácil comprender que se trata de una exigencia presente en la comunidad y,
ya antes, presente en la situación histórica de Jesús. Si nos colocamos en
la situación de la comunidad, podemos advertir que la comunidad primitiva
estuvo siempre agitada por el problema del escándalo frente a los pecados
ocurridos después del bautismo. Sabemos, por ejemplo, que existió una
polémica sobre la posibilidad de perdonar o no perdonar los pecados después
del bautismo. Por lo demás, hay textos significativos: "Nada juzguéis antes
de tiempo, hasta que venga el Señor, que iluminará los escondrijos de las
tinieblas y declarará los propósitos de los corazones (1 Co 4. 5). Como se
ve, la comunidad primitiva padeció pronto la tentación de la rigidez.
Pero podemos también colocarnos en la situación de Jesús. En su tiempo
existía el movimiento fariseo, que pretendía ser el pueblo santo, separado
de la multitud de los pecadores. También existía el movimiento de Qumran,
con su idea de oposición y separación, de rígida santidad, que exigía
rechazar a cuantos no eran puros. Y estaba la misma predicación del Bautista
(Mt 3. 12), que anunciaba al Mesías como el que cribaría el grano y lo
separaría de la cizaña. Llega Jesús y parece hacer lo contrario de todas
estas tentativas: no se separa de los pecadores, sino que va con ellos.
Incluso tiene en el círculo de los doce a un traidor.
Podemos, pues, decir que los zelotes, fariseos y Qumran querían las cosas
nítidas; pretendían que el Reino interviniese de modo claro; afirmaban la
santidad a costa de la separación. En este contexto se comprende toda la
fuerza polémica de la parábola de Jesús. No es tanto una predicación moral,
una invitación a la paciencia, sino una explicación teológica: una
explicación de la política del Reino de Dios, una extraña política de
tolerancia.
El mensaje es éste: ha llegado el Reino, aunque no lo parezca, aunque Israel
no se haya convertido y aunque siga habiendo pecadores.
(BRUNO MAGGIONI, EL RELATO DE MATEO, EDIC. PAULINAS/MADRID 1982.Pág. 144)
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Santos Padres: San Agustín - Si siempre fuiste bueno, ten misericordia; si
alguna vez fuiste malo, no lo olvides
Y vosotras, ovejas mías -dijo- esto dice el Señor Dios: He aquí que yo juzgo
entre oveja y oveja, y entre los carneros y los machos cabríos (Ez 34,17).
¿Qué hacen los machos cabríos aquí, en el rebaño de Dios? Están en los
mismos pastos, en las mismas fuentes; esos machos cabríos, destinados a
estar a la izquierda, están con las ovejas destinadas a la derecha; pero
luego serán separados los que hasta entonces habían sido tolerados. De este
modo se ejercita la paciencia de las ovejas, igual que la paciencia de Dios.
Llegará el momento en que él haga la separación: los unos a la izquierda;
los otros a la derecha. Ahora él calla, mientras tú quieres hablar. ¿Por qué
quieres hablar? Porque él calla. Tú alegas la venganza del juicio, no la
palabra de corrección. Él aún no separa y tú ya quieres hacerlo. El que
sembró tolera la amalgama. Si quieres que el trigo esté limpio antes de la
bielda, mal lo aventarás, si lo haces con tu viento.
Hubiese sido lícito a los siervos decir: ¿Quieres que vayamos y arranquemos
la cizaña? Se les revolvió el estómago al ver la cizaña y lamentaron
hallarla mezclada con tan buena cosecha. Dijeron: ¿No sembraste buena
semilla? ¿A qué se debe el que haya aparecido la cizaña? Él les explicó de
dónde procedía. Sin embargo, no permitió que la arrancasen antes de tiempo.
Aunque los siervos mismos estaban airados contra la cizaña, con todo
pidieron el consejo y la orden del dueño. Les disgustaba el ver la cizaña
entre el trigo; pero veían que si hacían algo por su propia cuenta aun en el
arrancar la cizaña, ellos mismos iban a ser contados entre la cizaña.
Esperaron que el dueño se lo mandase; esperaron la orden del rey: ¿Quieres
que vayamos y la arranquemos? Él respondió: No, y les dio la razón: No sea
que, al querer arrancar la cizaña, arranquéis también el trigo. Tranquilizó
su indignación y no los dejó en el dolor. A los siervos les parecía cosa
grave el que hubiese cizaña entre el trigo, y lo era en verdad. Pero una es
la condición del campo y otra la tranquilidad que reina en el granero.
Tolera, para eso has nacido. Tolera, pues tal vez eres tolerado tú. Si
siempre fuiste bueno, ten misericordia; si alguna vez fuiste malo, no lo
olvides. ¿Y quién es siempre bueno? Si Dios te examinara atentamente, más
fácilmente descubriría una maldad presente que esa bondad perenne que te
atribuyes. Por lo tanto, ha de tolerarse la cizaña en medio del trigo, los
machos cabríos en medio de las ovejas.
¿Qué dice acerca del trigo? En el tiempo de la siega diré a los segadores:
Recoged primero la cizaña, atadla en haces para quemarla; mi trigo, en
cambio, guardadlo en el granero. Pasará la promiscuidad del campo; vendrá la
separación de la mies. El Señor exige ahora de nosotros, la paciencia que
presenta en sí mismo, al decirte: «Si yo quisiera juzgar ahora, ¿sería
injusto mi juicio? Si yo quisiera juzgar ahora, ¿podría equivocarme, acaso?
Si, pues, yo que siempre juzgo rectamente y no puedo equivocarme, retardo mi
juicio, ¿te atreves a juzgar antes de tiempo, tú que ignoras cómo serás
juzgado?». Ved hermanos, como el dueño no permitió a aquellos siervos que
querían arrancar la cizaña antes de tiempo que lo hicieran ni siquiera en la
siega. Dice, en efecto: En el tiempo de la siega diré a los segadores: No
dice: «Os diré a vosotros». Pero, ¿qué ocurrirá, si los mismos siervos han
de ser los segadores? No. Expuso todo detalladamente y dijo: Los segadores
son los ángeles (Mt 13,24-30; 37-43). Tú, hombre limitado por la carne, que
llevas la carne, o que, tal vez, no eres más que carne, es decir, carne en
el cuerpo y carne en el espíritu, ¿te atreves a usurpar antes de tiempo un
oficio ajeno, que ni siquiera en la siega será tuyo? 1. Esto respecto a la
separación de la cizaña. ¿Qué dice de los machos cabríos? Cuando venga el
Hijo del hombre y todos los ángeles de Dios con él, se sentará en el trono
de su gloria, congregará en su presentía a todos los pueblos y los separará
como e! pastor separa las ovejas de los machos cabríos (Mt 25,31-32). Vendrá
y los separará. Llegará la siega y ellos serán separados. Ahora, pues, no es
el tiempo de la separación, sino el de la tolerancia. Y no decimos esto,
hermanos, para que dormite el afán de corregir. Al contrario, para no llegar
como incautos a aquel juicio, o como ciegos que descuidaron su ceguera; para
que no nos encontremos repentinamente a la izquierda: con esta finalidad,
impóngase la disciplina, pero no se anticipe el juicio.
( San Agustín, Sermón 47,6)
En este tiempo, la Iglesia es como una era, en la que se hallan a la vez la
paja y el trigo. Que nadie tenga la pretensión de eliminar toda la paja
antes que llegue la hora de aventar. Que nadie abandone la era antes de esta
hora, aunque sea con el pretexto de evitar el daño que le pueden hacer los
pecadores... Si uno mira la era desde lejos, uno diría que no hay en ella
más que paja. Hay que revolverla con la mano y soplar con la boca para echar
fuera el tamo y descubrir el grano. Si no es así, el grano no se ve. Y a
veces aun a los mismos granos les sucede algo de este género: se encuentran
separados unos de otros y sin contacto entre sí, y puede incluso llegar a
pensar cada uno que está enteramente solo". (SAN AGUSTÍN, Enarr. Ps. 25,5:
PL 36,190-191)
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Santos Padres: San Crisóstomo - Lo mismo que la levadura hace
fermentar toda la masa, así vosotros convertiréis el mundo entero
El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres
medidas de harina y basta para que todo fermente. Lo mismo que la levadura
hace fermentar toda la masa, así vosotros convertiréis el mundo entero. Y no
me digas: ¿Qué podemos hacer doce hombres perdidos entre una tan gran
muchedumbre? Pues precisamente el mero hecho de que no rehuyáis mezclaros
con las multitudes hace inmensamente más espléndida vuestra eficacia. Y lo
mismo que la levadura hace fermentar la masa cuando se la aproxima a la
harina -y no cuando tan sólo se la aproxima, sino cuando se la aproxima
tanto que se mezcla con ella, pues no dijo simplemente puso, sino amasó-,
así también vosotros, aglutinados y unidos con vuestros impugnadores,
acabaréis por superarlos.
Y lo mismo que la levadura queda envuelta en la masa, pero no perdida en
ella, sino que paulatinamente va inyectando su virtualidad a toda la masa,
exactamente igual sucederá en la predicación. Así pues, no tenéis por qué
temer si os he predicho muchas tribulaciones: de esta forma resaltará más
vuestro temple y acabaréis superándolo todo.
Pues es Cristo el que da a la levadura esa virtud. Por eso a los que creían
en él los mezcló con la multitud, para que comuniquemos a los demás nuestra
comprensión. Que nadie se queje, pues, de su pequeñez, pues el dinamismo de
la predicación es enorme, y lo que una vez ha fermentado, se convierte en
fermento para los demás.
Y así como una chispa que cae sobre la leña prende en ella y la convierte en
llamas, que a su vez prenden fuego a otros troncos, exactamente ocurre con
la predicación. Sin embargo, Jesús no habló de fuego, sino de levadura. ¿Por
qué? Pues porque en el primer caso no todo procede del fuego, sino también
de la leña que arde; en cambio, en el segundo ejemplo la levadura lo hace
todo por su misma virtualidad.
Ahora bien, si doce hombres hicieron fermentar toda la tierra, piensa cuán
grande no será nuestra maldad, pues siendo tan numerosos, no conseguimos
convertir a los que todavía quedan, siendo así que debiéramos estar en
situación de hacer fermentar a mil mundos. Pero ellos -me dirás- eran
apóstoles. ¿Y eso qué significa? ¿Es que ellos no participaban de tu misma
condición? ¿No vivían en las ciudades? ¿Es que disfrutaron de las mismas
cosas que tú? ¿No ejercieron sus oficios? ¿Eran acaso ángeles? ¿Acaso
bajaron del cielo? Pero me replicarás: ellos hicieron milagros. ¿Hasta
cuándo echaremos mano del pretexto de los milagros para encubrir nuestra
apatía? ¿Qué milagros hizo Juan que tuvo pendientes de sí a tantas ciudades?
Ninguno, como atestigua el evangelista: Juan no hizo ningún milagro.
Y el mismo Cristo, ¿qué es lo que decía al dar normas a sus discípulos?
¿Haced milagros para que los hombres los vean? En absoluto. Entonces, ¿qué
es lo que les decía? Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean
vuestras buenas obras y den gloria a vuestra Padre que está en el cielo.
¿Ves cómo es necesario en todas partes que la vida sea buena y esté llena de
buenas obras? Pues por sus frutos -dice- los conoceréis.
(San Crisóstomo - Homilía 46 sobre el evangelio de san Mateo 2-3: PG 58,
478-480)
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Aplicación: Dabar - El Mundo y el Reino de Dios
La liturgia de la Palabra de éste y de los próximos domingos domingos quiere
hacernos reflexionar sobre un tema central del Evangelio: el Reino de Dios.
Cada domingo, a través de las parábolas, nos acercará a una faceta distinta
de este misterio. Hoy la parábola que nos habla del Reino es la de la cizaña
y el trigo.
Decimos que a través de las parábolas, Jesús nos va acercando al misterio
del Reino de Dios, porque el Reino es ciertamente un misterio, una realidad
que no acabaremos de aprehender nunca. El Reino no es como nosotros
quisiéramos, ni su lógica es la nuestra, ni su crecimiento obedece a los
criterios que nosotros quisiéramos proyectar sobre él. Y esto se pone de
relieve claramente en la parábola de la cizaña y el trigo.
El mundo es el campo de la parábola. Y en el mundo, como en aquel campo,
observamos la presencia simultánea del bien y del mal. Una presencia no sólo
simultánea, sino tan entrelazada y entretejida, que resulta difícil
distinguir el bien y el mal. En el campo no crece el trigo en un lado y la
cizaña enfrente. Trigo y cizaña se encuentran mezclados. Crecen tan juntos
que no se podría arrancar uno sin arrancar la otra. Más aún, cuando nacen
-antes del tiempo de la siega, antes del final- tienen las mismas
apariencias y no cualquiera podría distinguirlos. Ello hace que sea obligada
su convivencia: hay que tolerar el crecimiento de la cizaña, hay que tolerar
la presencia del mal. El mal se hace así una especie de "mal necesario".
Lo mismo pasa en la vida del hombre. No existe el hombre absolutamente
bueno, ningún hombre es trigo limpio. Tampoco existe el hombre absolutamente
malo; todos tenemos un fondo bueno. La frontera entre el trigo y la cizaña
no divide el campo en dos partes, ni divide tampoco a la humanidad en dos
bloques, los buenos y los malos. La frontera entre el trigo y la cizaña pasa
por el corazón de cada uno de los hombres. Todos tenemos trigo y cizaña. Por
eso, ningún hombre puede rechazar enteramente a ningún hermano. Porque
rechazaría la cizaña, ciertamente, pero también su trigo. No se tratará
nunca de eliminar a un hombre porque tenga cizaña, sino de hacer crecer su
trigo hasta que sofoque la cizaña.
Tampoco la Iglesia puede pensar que ella acapara todo el trigo y que fuera
de ella no hay más que cizaña. Más de una vez la Iglesia lo ha pensado. Pero
la verdad es que fuera de la Iglesia también hay trigo y dentro de ella
también hay cizaña. La frontera entre el trigo y la cizaña también pasa por
el corazón de cada uno de los cristianos.
La parábola nos habla del Reino, no lo perdamos de vista. Y recalca que el
dueño del campo corrige la impaciencia de los criados. Ellos querían
arrancar la cizaña cuanto antes. El dueño les hace esperar hasta la hora de
la siega.
Nosotros, olvidando que somos también trigo y cizaña, quisiéramos más de una
vez imponer nuestros criterios en este campo que es el mundo y la Iglesia.
Olvidamos que también nosotros tenemos cizaña. Olvidamos que es difícil
distinguir el trigo de la cizaña. Olvidamos que detrás de la cizaña hay
trigo también.
Olvidamos que no fuimos nosotros los que sembramos y que no somos nosotros
los que tenemos que segar.
Y por eso surge la intolerancia, las inquisiciones, las luchas, las
diferencias, las cruzadas, las penas de muerte, muchos anatemas... Cada uno
creemos que la diferencia entre el trigo y la cizaña se mide según nuestros
propios criterios.
Y nos da pena, y nos impacientamos o nos desesperamos al ver el campo lleno
de trigo y cizaña. Y nos parece imposible que el Reino deba estar sometido a
la servidumbre de tener que tolerar la presencia de la cizaña. Nos causa
extrañeza, nos desalienta.
Quisiéramos medir el desarrollo del Reino según nuestros propios criterios.
Nos preocupa el número, el éxito, el aplauso, las cuentas... Y nos resulta
intolerable que no sea nuestro criterio el que predomine. Nos parece muy
bueno el pluralismo, pero a costa de descalificar a todos los que no piensan
como nosotros.
Llamamos a nuestros tiempos de pluralismo. Y nos gusta que así sea. Pero a
veces nuestro pluralismo no es soportado sino a base de anatemas interiores.
El pluralismo -también en la Iglesia- no nos ha educado para la convivencia
social. Cada uno sigue convencido de que el trigo lo tiene él y que los
demás sólo tienen cizaña.
La fe en el Reino de Dios nos pide -según la parábola- la tolerancia. Es
decir, no cabe duda de que la tolerancia se basa en buena parte en la fe. No
es a nosotros a los que nos toca juzgar. La justicia total llegará al final.
Dios, el dueño del campo, se ha reservado el hacer justicia. Nosotros,
mientras, tenemos que convivir en la comprensión, en la tolerancia, en la
paz, sin anatematizar a ningún hombre, sin despreciar a nadie, sabiendo con
humildad que también nosotros cosechamos cizaña en nuestro propio corazón.
Esta conclusión de tolerancia y humildad sube de tono al aplicarla al
interior mismo de la Iglesia. También en la Iglesia tenemos un pluralismo
muchas veces no más que soportado y lleno de anatemas interiores. Cada uno
suele pensar que la recta opinión (ortodoxia) que se ha de tener hoy día en
cuanto a pastoral, liturgia, moral, teología, espiritualidad, etc., es,
claro está, la suya. Todos los demás, a derecha e izquierda de uno mismo, no
están en la verdad exacta, que es la mía. Esta actitud que tenemos en el
corazón tantos cristianos, no es ciertamente la del Reino, según la
parábola.
(DABAR 1978/41)
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Aplicación: L. Monloubou - Los diversos tiempos del Reino
La parábola se construye sobre un determinado esquema temporal. Existe un
tiempo en que "el hombre siembra buena semilla"; otro en el que "la gente
duerme" y en el que interviene "el enemigo".
Existe el tiempo en que "aparece también la cizaña" y la duración, indicada
por el "hasta" (v. 30); y en fin, "el tiempo de la siega". Estas diversas
indicaciones pueden reducirse a dos.
Hay, dice Qohelet (3, 2), "un tiempo de plantar y un tiempo de arrancar". La
parábola también conoce un tiempo para trabajar: sembrar, segar, y un tiempo
de abstenerse de trabajar, tiempo de sueño y tiempo durante el cual se "deja
crecer" (v. 30). Este último tiempo es necesario. Sólo a continuación de él
puede venir una siega correcta. Ese indispensable tiempo del "dejar hacer"
llegará incluso hasta el "fin del mundo".
Entonces, y sólo entonces, los "segadores" angélicos enviados por "el Hijo
del hombre", lo mismo que los criados por el amo, harán la oportuna
discriminación, separando a los "hijos del Reino" y a los "hijos del
Maligno", para someter a éstos al "llanto y rechinar de dientes", y llevar a
aquéllos a "brillar como el sol".
Señalemos de paso que la insistencia puesta en el "dejar hacer", que vuelve
a encontrarse en otros textos (Mc 4, 26-29, por ejemplo), no podrá por menos
de indisponer a muchos contemporáneos, legítimamente deseosos de oír al
Evangelio recordar a cada uno la parte de las responsabilidades y de las
acciones que le corresponda en el establecimiento del Reino.
Aunque justificada, esta reacción no ha de impedir escuchar este evangelio.
Haríamos mal en olvidar que una página evangélica, sobre todo una página
parabólica, no dice todo siempre, sino que se atiene a subrayar un punto.
Precisamente el punto subrayado hoy es esencial. Se trata de la misteriosa
imbricación de nuestra acción y de la de Dios. Es cierto en nuestra época lo
mismo que siempre, que cuanto más sentimos la necesidad de nuestro trabajo,
más debemos aprender a situar este trabajo en relación con la acción divina.
Por eso el presente evangelio resulta tanto más necesario.
¿Por qué, pues, es necesario que, en nuestra parábola, se establezca un
plano a la intervención discriminadora de Dios? Esta permanente pregunta se
repite incesantemente en los labios del pueblo de Dios, desconcertado,
escandalizado incluso, por el triunfo de los impíos, por el mal con que
estos malvados, impunes, abruman a los justos. Los "hasta cuándo", rayanos
en la desesperación están en todas las bocas: en los Salmistas, en Job, en
los destinatarios del Apocalipsis (Apoc 6, 10), de las cartas de Pedro,
etc... y en las nuestras.
A esta pregunta angustiosa da diversas respuestas la Escritura. Hoy no
esboza más que un elemento de solución. Una tentativa prematura de
discernimiento, explica el dueño, sería equivocada (v. 29). Quizá haya que
entender que ese discernimiento demasiado precoz sorprendería a la gente
antes de que hubiesen podido demostrar lo que realmente son: hijos del Reino
o del Maligno, lo mismo que una colección precipitada arrancaría los tallos
antes de que se viera su verdadera naturaleza: semilla buena o cizaña.
-La Mostaza Y La Levadura
Estas dos parábolas se insertan aquí debido sin duda a que ambas contienen
una alusión temporal. Su lección principal, sin embargo, era otra.
En la parábola de la mostaza, la insistencia recaía en la desproporción
evidente que separa los humildes comienzos del Reino, "grano más pequeño que
las demás semillas", y la impresionante dimensión de los resultados: un
árbol, refugio para los pájaros del cielo. No hay dificultad en encontrar
aquí de nuevo un tema permanente en la Biblia: la intervención divina
transforma radicalmente aquello sobre lo que opera. Abraham, solitario, será
padre de una muchedumbre. David, el más pequeño de los hijos, de Jesé, será
el más grande, el rey. Lo que está abajo es elevado, lo que está arriba,
abajado. Como obra que es de Dios, el Reino sigue el mismo camino; partiendo
de los más humildes orígenes, llega a los más deslumbrantes resultados.
Pero la parábola contiene una discreta notación temporal. "Cuando la semilla
ha crecido", entonces se hace un árbol. De esta forma, el tiempo queda
presentado como un elemento necesario de la vida del Reino. Sin la duración,
el Reino no puede desplegar todas sus virtualidades; sobre todo, no puede
aparecer como la obra de Aquel que es el único capaz de hacer grande lo que
es pequeño.
Otra desproporción se subraya también en la parábola de la levadura.
Desproporción entre la masa de harina que ha de fermentar -tres grandes
medidas- y la cantidad de levadura que, por experiencia, se sabe es
ridícula. ¿No es la misma desproporción que se encuentra entre la pequeñez
de la comunidad de los discípulos, la Iglesia, y el mundo inmenso que se
trata de transformar, de "hacer fermentar"? No obstante, la ínfima cantidad
de levadura hace "fermentar toda la masa", y la Iglesia penetra todo el
mundo; pero para ello se necesita tiempo: "hasta que toda la masa haya
fermentado", dice el texto que recoge así la preocupación de la primera
parábola.
El reino necesita tiempo para realizar su obra. Sorprendente necesidad: Dios
tiene necesidad del tiempo, EL que está por encima del tiempo. ¿Por qué? El
pasaje del libro de la Sabiduría, leído como 1 lectura, da una respuesta más
desarrollada. Esta respuesta procede de un solo término: Dios es "fuerte".
No hay nadie cuya fuerza pueda compararse con la suya. La fuerza de Dios es
tal que EL puede ser, que sabe ser justo con todos los hombres. "Tu fuerza
está en el origen de tu justicia".
Porque Dios es fuerte puede también permitirse ser paciente. El hombre débil
es injusto: tan urgido se ve a demostrarse a sí mismo y a los demás de qué
es capaz. Dios, cuya fuerza es evidente no tiene la misma prisa. EL es
paciente; espera a que los hombres elijan realmente, lo mismo que el dueño
esperaba a que la cizaña se distinguiera de la semilla buena.
Dios, además, sabe tratar a los hombres; cuenta, sin duda, con sus
posibilidades reales, con su ser real, aunque tal vez oculto.
La reflexión es tanto más notable cuanto que el autor de la Sabiduría toma
como ejemplo de la longanimidad de Dios su actitud para con los Cananeos,
aquellos inveterados enemigos a los que Israel había tenido que desposeer
para establecerse en su lugar en Palestina, y que se habían permitido
durante largo tiempo impugnar la hegemonía de los nuevos inquilinos. Dios,
dice el autor, hubiera podido exterminar inmediatamente a aquellos enemigos
impíos; y aunque decía que Dios hubiera podido, todos los destinatarios de
su texto pensaban que hubiera debido. Pues bien, precisamente es lo que Dios
no hizo; se contentó con "destruir poco a poco" a tales enemigos
insoportables, a fin de dejarles tiempo para arrepentirse.
No nos dejemos obstaculizar por ese "destructor poco a poco" y subrayemos
más bien que para el autor de la Sabiduría, Dios es paciente y quiere dar,
aun a gentes infames, tiempo para convertirse.
El comportamiento de Dios es un ejemplo. Lo mismo que Dios da tiempo a los
hombres -a los hijos del Reino, a los hijos del Maligno- para que afirmen
plenamente lo que son, así también los hombres deben darse tiempo unos a
otros. O mejor, deben dejar el tiempo para "gobernar con consideración";
tiempo para que crezca plenamente el grano de mostaza; tiempo para que
fermente toda la masa por la acción tan modesta de la levadura. Tiempo, en
fin, para llevar la semilla hasta la siega. Porque a pesar de la incursión
imprevista del enemigo, el dueño sigue siendo el único capaz de determinar
las exigencias de su obra y de guiar su desarrollo.
¿No será a la contemplación de esta serenidad de Dios, magistral y dulce,
poderosa y delicada, a lo que nos invita la liturgia de este domingo? Una
serenidad de la que tendríamos que dejarnos penetrar.
(LOUIS MONLOUBOU, LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE MATEO, EDIT. SAL TERRAE
SANTANDER 1981.Pág 188)
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Aplicación: Hans Urs von Balthasar - El Reino de Dios y la
Indulgencia divina
1. El reino de Dios se impone.
En el evangelio de hoy Jesús anuncia el reino de Dios en otras tres
parábolas, y en esta ocasión se dice expresamente que elige esta forma de
discurso para anunciar lo secreto desde la fundación del mundo (v. 3S). En
este mundo sólo se puede hablar del cielo en imágenes, en parábolas.
Las tres imágenes que Jesús propone en esta ocasión muestran algo de la
paradoja del crecimiento del reino de Dios en este mundo tan indispuesto
para lo divino. En la primera, la semilla de Dios crece en medio de la
cizaña, que no ha sido sembrada por Dios, sino por su enemigo, y que Dios
deja crecer para no poner en peligro prematuramente la cosecha. En la
segunda se podría entender lo contrario: los judíos celebran la fiesta de
los ázimos (unida a la Pascua), la levadura les parecía podredumbre. Ahora
la levadura de la fiesta cristiana penetra en la masa y hace que todo
fermente poco a poco. Y finalmente el reino de los cielos es la más pequeña
de todas las semillas, pero termina siendo más grande que todas las demás
plantas. Sólo se explica el significado de la primera parábola -de nuevo por
la acción del Espíritu Santo en la Iglesia-, la segunda y la tercera son tan
claras que no necesitan explicación.
2. El Espíritu Santo es por tanto el que penetra e interpreta allí donde la
comprensión del hombre natural no llega. Eso es lo que se dice expresamente
en la segunda lectura. El hombre, incluso el cristiano, puede a menudo
quedarse perplejo cuando se pregunta cómo debe dirigirse a Dios
correctamente desde la tierra y sus campos llenos de cizaña. Siente su
oración como una mezcla impura de trigo y cizaña que no se puede presentar
así ante Dios. Entonces «el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad»;
él sabe cómo debe ser nuestra oración al Padre y la pronuncia en lo profundo
de nuestros corazones. Por eso el Padre oye, cuando escucha nuestra oración,
no solamente a su propio Espíritu, sino una unidad indisoluble de nuestro
corazón con él. Y de esta unidad el Padre sólo oye lo que es correcto, lo
que nos conviene. Y nosotros estamos presentes en ello. Nosotros rezamos en
el Espíritu, pero al mismo tiempo también con nuestra inteligencia (cfr. 1
Co 14,1S). No es verdad que el Espíritu sea el trigo y nosotros simplemente
la cizaña.
3. La separación y la indulgencia.
Al final del evangelio de la cizaña mezclada con el trigo se produce una
separación inexorable: la cizaña se arranca, se ata en gavillas y se quema;
el trigo se almacena en el granero de Dios. La separación es necesaria
porque nada impuro puede entrar en el reino del Padre. ¿Hay hombres que no
son más que cizaña e impureza? El juicio al respecto le corresponde sólo a
Dios. En la primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría, se nos dice
que Dios, en su «poder total», practica una justicia perfecta, pero que
precisamente este poder ilimitado le lleva a gobernar con «indulgencia», con
"clemencia", con «moderación»; y al mostrar esta su indulgencia a su pueblo,
le enseña que «el justo debe ser humano». Y no sólo esto, sino que «diste a
tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al
arrepentimiento».
(HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA, Comentarios a las lecturas
dominicales A-B-C, Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 90 s.)
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Aplicación: R. Cantalamessa - El trigo y la cizaña
Con tres parábolas, Jesús presenta en el Evangelio la situación de la
Iglesia en el mundo. La parábola del grano de mostaza que se convierte en un
árbol indica el crecimiento del Reino, no tanto en extensión, sino en
intensidad; indica la fuerza transformadora del Evangelio que "levanta" la
masa y la prepara para convertirse en pan.
Los discípulos comprendieron fácilmente estas dos parábolas; pero esto no
sucedió con la tercera, la del trigo y la cizaña, y Jesús tuvo que
explicársela a parte.
El sembrador, dijo, era él mismo; la buena semilla, los hijos del Reino; la
cizaña, los hijos del maligno; el campo, el mundo; y la siega, el fin del
mundo.
Esta parábola de Jesús, en la antigüedad, fue objeto de una memorable
disputa que es muy importante tener presente también hoy. Había espíritus
sectáreos, donatistas, que resolvían la cuestión de manera simplista: por
una parte, está la Iglesia (¡su iglesia!) constituida sólo por personas
perfectas; por otra, el mundo lleno de hijos del maligno, sin esperanza de
salvación. A estos se les opuso san Agustín: el campo, explicaba,
ciertamente es el mundo, pero también en la Iglesia; lugar en el que viven
codo a codo santos y pecadores y en el que hay lugar para crecer y
convertirse. "Los malos --decía-- están en el mundo o para convertirse o
para que por medio de ellos los buenos ejerzan la paciencia".
Los escándalos que de vez en cuando sacuden a la Iglesia, por tanto, nos
deben entristecer, pero no sorprender. La Iglesia se compone de personas
humanas, no sólo de santos. Además, hay cizaña también dentro de cada uno de
nosotros, no sólo en el mundo y en la Iglesia, y esto debería quitarnos la
propensión a señalar con el dedo a los demás. Erasmo de Roterdam, respondió
a Lutero, quien le reprochaba su permanencia en la Iglesia católica a pesar
de su corrupción: "Soporto a esta Iglesia con la esperanza de que sea mejor,
pues ella también está obligada a soportarme en espera de que yo sea mejor".
Pero quizá el tema principal de la parábola no es el trigo ni la cizaña,
sino la paciencia de Dios. La liturgia lo subraya con la elección de la
primera lectura, que es un himno a la fuerza de Dios, que se manifiesta bajo
la forma de paciencia e indulgencia. Dios no tiene simple paciencia, es
decir, no espera al día del juicio para después castigar más severamente. Se
trata de magnanimidad, misericordia, voluntad de salvar.
La parábola del trigo y de la cizaña permite una reflexión de mayor alcance.
Uno de los mayores motivos de malestar para los creyentes y de rechazo de
Dios para los no creyentes ha sido siempre el "desorden" que hay en el
mundo. El libro bíblico de Qoelet (Eclesiastés), que tantas veces se hace
portavoz de las razones de los que dudan y de los escépticos, escribía:
"Todo le sucede igual al justo y al impío... Bajo el sol, en lugar del
derecho, está la iniquidad, y en lugar de la justicia la impiedad" (Qoelet
3, 16; 9,2). En todos los tiempos se ha visto que la iniquidad triunfa y que
la inocencia queda humillada. "Pero --como decía el gran orador Bossuet--
para que no se crea que en el mundo hay algo fijo y seguro, en ocasiones se
ve lo contrario, es decir, la inocencia en el trono y la iniquidad en el
patíbulo".
La respuesta a este escándalo ya la había encontrado el autor de Qoelet:
"Dije en mi corazón: Dios juzgará al justo y al impío, pues allí hay un
tiempo para cada cosa y para toda obra" (Qoelet 3, 17). Es lo que Jesús
llama en la parábola "el tiempo de la siega". Se trata, en otras palabras,
de encontrar el punto de observación adecuado ante la realidad, de ver las
cosas a la luz de la eternidad.
Es lo que pasa con algunos cuadros modernos que, si se ven de cerca, parecen
una mezcla de colores sin orden ni sentido, pero si se observan desde la
distancia adecuada, se convierten en una imagen precisa y poderosa.
No se trata de quedar con los bazos cruzados ante el mal y la injusticia,
sino de luchar con todos los medios lícitos para promover la justicia y
reprimir la injusticia y la violencia. A este esfuerzo, que realizan todos
los hombres de buena voluntad, la fe añade una ayuda y un apoyo de valor
inestimable: la certeza de que la victoria final no será de la injusticia,
ni de la prepotencia, sino de la inocencia.
Al hombre moderno le resulta difícil aceptar la idea de un juicio final de
Dios sobre el mundo y la historia, pero de este modo se contradice, pues él
mismo se rebela a la idea de que la injusticia tenga la última palabra. En
muchos milenios de vida sobre la tierra, el hombre se ha acostumbrado a
todo; se ha adaptado a todo clima, inmunizado a muchas enfermedades. Hay
algo a lo que nunca se ha acostumbrado: a la injusticia. Sigue
experimentándola como intolerable. Y a esta sed de justicia responderá el
juicio. Ya no sólo será querido por Dios, sino también por los hombres y,
paradójicamente, también por los impíos. "En el día del juicio universal
--dice el poeta Paul Claudel--, no sólo bajará del cielo el Juez, sino que
se precipitará a su alrededor toda la tierra".
¡Cómo cambian las vicisitudes humanas cuando se ven desde este punto de
vista, incluidas las que tienen lugar en el mundo de hoy! Tomemos el ejemplo
que tanto nos humilla y entristece a nosotros, los italianos, el crimen
organizado, la mafia la ‘ndrangheta, la camorra..., y que con otros nombres
está presente en muchos países. Recientemente el libro "Gomorra" de Roberto
Saviano y la película que se ha hecho sobre él han documentado el nivel de
odio y de desprecio alcanzado por los jefes de estas organizaciones, así
como el sentimiento de impotencia y casi de resignación de la sociedad ante
este fenómeno.
En el pasado, hemos visto personas de la mafia que han sido acusadas de
crímenes horrorosos defenderse con una sonrisa en los labios, poner en jaque
a jueces y tribunales, reírse ante la falta de pruebas. Como si, librándose
de los jueces humanos, habrían resuelto todo. Si pudiera dirigirme a ellos,
les diría: ¡no os hagáis ilusiones, pobres desgraciados; no habéis logrado
nada! El verdadero juicio todavía debe comenzar. Aunque acabéis vuestros
días en libertad, temidos, honrados, e incluso con un espléndido funeral
religioso, después de haber dado grandes ofertas a obras pías, no habréis
logrado nada. El verdadero Juez os espera detrás de la puerta, y no se le
puede engañar. Dios no se deja corromper.
Debería ser, por tanto, motivo de consuelo para las víctimas y de saludable
susto para los violentos lo que dice Jesús al concluir su explicación sobre
la parábola de la cizaña: "De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña
y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre
enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a
los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será
el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el
sol en el Reino de su Padre".
(Cortesía: NBCD e iveargentina.org)
El fruto es eterno.
Era una mujer
de unos 53 años, enferma de cáncer y perfectamente consciente de su
enfermedad. Se enteró de que a otra amiga suya le habían diagnosticado la
misma enfermedad.
Ante esa noticia le mandó un recado por una amiga común:
- Dile que aproveche el tesoro que tiene. Que la enfermedad y el dolor se
pasan, se acaban, pero el fruto, el premio, la recompensa, es para siempre,
para toda la eternidad.
"Estoy convencido de que los padecimientos del tiempo presente no son
comparables con la gloria futura que se ha de manifestar en nosotros"(Rom.
8, 18). Qué estimulante y consoladora resulta esa visión del dolor y de la
dificultad: "el dolor se pasa, se acaba, pero el fruto dura" Después de los
sufrimientos, la Gloria.
¡Bendita fe!
Saber ver
Dicen que una vez un hombre era perseguido por varios malhechores
que querían matarlo. El hombre ingresó a una cueva. Los malhechores
empezaron a buscarlo por las cuevas anteriores a la que él se encontraba.
Con tal desesperación elevó una plegaria a Dios, de la siguiente manera:
- Dios todopoderoso, haz que dos ángeles bajen y tapen la entrada, para que
no entren a matarme.
En ese momento escuchó a los hombres acercándose a la cueva en la que estaba
escondido, y vio que apareció una arañita. La arañita empezó a tejer una
telaraña en la entrada.
- Señor, te pedí ángeles, no una araña.
Y continuó:
- Señor por favor, con tu mano poderosa coloca un muro fuerte en la entrada
para que los hombres no puedan entrar a matarme.
Abrió los ojos esperando ver el muro tapando la entrada, y observó a la
arañita tejiendo la telaraña.
Estaban ya los malhechores ingresando en la cueva anterior y éste quedó
esperando su muerte. Cuando los malhechores estuvieron frente a la cueva que
se encontraba el hombre, ya la arañita había tapado toda la entrada,
entonces se escuchó esta conversación:
- ¡Vamos, entremos a esta cueva!
- No. ¡No ves que hasta hay telarañas!, nadie ha entrado en esta cueva.
Sigamos buscando en las demás.
Si le pides a Dios un árbol te lo dará en forma de semilla.
Camino de la fuente
Un aguador de la India tenía sólo dos grandes vasijas que colgaba
en los extremos de un palo y que llevaba sobre los hombros.
Una tenía varias grietas por las que se escapaba el agua, de modo que al
final de camino sólo conservaba la mitad, mientras que la otra era
"perfecta" y mantenía intacto su contenido.
Esto sucedía diariamente. La vasija sin grietas estaba muy orgullosa de sus
logros pues se sabía idónea para los fines para los que fue creada. Pero la
pobre vasija agrietada estaba avergonzada de su propia imperfección y de no
poder cumplir correctamente su cometido. Así que al cabo de dos años le dijo
al aguador:
"Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mis grietas
sólo obtienes la mitad del valor que deberías recibir por tu trabajo"
El aguador le contestó: "Cuando regresemos a casa quiero que notes las
bellísimas flores que crecen a lo largo del camino". Así lo hizo la tinaja
y, en efecto, vio muchísimas flores hermosas a lo largo de la vereda; pero
siguió sintiéndose apenada porque al final sólo guardaba dentro de sí la
mitad del agua del principio.
El aguador le dijo entonces: "¿Te diste cuenta de que las flores sólo crecen
en tu lado del camino? Quise sacar el lado positivo de tus grietas y sembré
semillas de flores. Si no fueras exactamente como eres, con tu capacidad y
tus limitaciones, no hubiera sido posible crear esa belleza. Todos somos
vasijas agrietadas por alguna parte, pero siempre existe la posibilidad de
aprovechar las grietas para obtener buenos resultados."
Susurra el nombre de Jesús
Las madres, los educadores, tienen el peligro de desanimarse al ver
con frecuencia el poco resultado de sus enseñanzas y consejos. Las malas
compañías, algunos profesores, el permisivismo ideológico, suelen borrar las
buenas semillas que ellos sembraron en los hijos. Pero no deben desanimarse.
Hay que seguir sembrando. La buena semilla que ellas depositaron en el
corazón de sus hijos rebrotarán un día, y en medio y por encima de la
maleza.
Las madres cristianas de Kerala, en la India, tienen la hermosa costumbre de
susurrar el nombre de Jesús al oído de sus hijos recién nacidos. Dicen que
el nombre de Jesús, dulcemente susurrado, y succionado como subliminalmente
junto con la leche materna, ha producido en Kerala una cristiandad fuerte y
consistente. ¡Santa costumbre, empezar así la vida, y terminarla luego
pronunciado este nombre!
Sembrar para cosechar
Una mujer soñó que estaba en una tienda recién inaugurada y para su
sorpresa, descubrió que Dios se encontraba tras el mostrador. - ¿Qué vendes
aquí?, le preguntó. -Todo lo que tu corazón desee, respondió Dios. Sin
atreverse a creer lo que estaba oyendo, se decidió a pedir lo mejor que un
ser humano podría desear. -Deseo paz, amor, felicidad, sabiduría... Tras un
instante de vacilación, añadió: -No sólo para mí, sino para todo el mundo...
Dios se sonrió y le dijo: -Creo que no me has comprendido. -Aquí no vendemos
frutos, únicamente vendemos semillas. -Para sembrar una planta hay necesidad
de romper primero la capa endurecida de tierra y abrir los surcos; luego,
desmenuzar y aflojar los trozos que aún permanecen apelmazados, para que la
semilla pueda penetrar, regando abundantemente para conservar el suelo
húmedo y entonces... -Esperar con paciencia hasta que germinen y crezcan! En
la misma forma en que procedemos con la naturaleza hay que trabajar con el
corazón humano, "roturando" la costra de la indiferencia que la rutina ha
formado, removiendo los trozos de un egoísmo mal entendido, desmenuzándolos
en pequeños trozos de gestos amables, palabras cálidas y generosas, hasta
que con soltura, permitan acoger las semillas que diariamente podemos
solicitar "gratis" en el almacén de Dios, porque EL mantiene su supermercado
en promoción. Son semillas que hay que cuidar con dedicación y esmero y
regarlas con sudor, lágrimas y a veces hasta con sangre, como regó Dios
nuestra redención y como tantos han dado su vida y su sangre por otros, en
un trabajo de fe y esperanza, de perseverante esfuerzo, mientras los
frágiles retoños, se van transformando en plantas firmes capaces de dar los
frutos anhelados...
Para que la caridad crezca
Dios es caridad, y el que permanece en la caridad permanece en Dios
y Dios en él (1Jn 4, 16). Y Dios difunde su caridad en nuestros corazones
por el Espíritu Santo, que se nos ha dado (cfr. Rom 5, 5). Por consiguiente,
el primero y más imprescindible don es la caridad, con la que amamos a Dios
sobre todas las cosas y al prójimo por Él. Pero, a fin de que la caridad
crezca en el alma como una buena semilla y fructifique, todo fiel debe
escuchar de buena gana la palabra de Dios y poner por obra su voluntad con
la ayuda de la gracia. Participar frecuentemente en los sacramentos, sobre
todo en la Eucaristía, y en las funciones sagradas. Aplicarse asiduamente a
la oración, a la abnegación de sí mismo, al solícito servicio de los
hermanos y al ejercicio de todas las virtudes. Pues la caridad, como vínculo
de perfección y plenitud de la ley (cfr. Col 3, 14; Rom 3, 10), rige todos
los medios de santificación, los informa y los conduce a su fin. De ahí que
la caridad para con Dios y para con el prójimo sea el signo distintivo del
verdadero discípulo de Cristo (Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 42).