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Domingo 15 del Tiempo Ordinario A - 'Salió el sembrador a sembrar' - Comentarios de Sabios y Santos I: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical

Recursos adicionales para pa preparación

 

 

A su disposición
Exégesis: José María Solé Roma, C.F.M. - Sobre las tres lecturas

Comentario Teológico: P. Leonardo Castellani - Parábola del Sembrador

Comentario Teológico: Louis Monloubou - El éxito de la proclamación de la Palabra

Santos Padres: San Atanasio - Al hombre le toca sembrar; a Dios, dar el crecimiento

Santos Padres: San Agustín - No seas camino, no seas piedra

Santos Padres: San Juan Crisóstomo - Parábola del Sembrador

Aplicación: Papa Francisco - “El hombre que escucha la Palabra y la comprende produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno”

Aplicación: San Juan Paulo II - Así será mi palabra

Aplicación: P Juan Lehman V.D. - La buena semilla

Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La parábola del Sembrador

Ejemplos

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

 

Comentarios a Las Lecturas del Domingo



Exégesis: José María Solé Roma, C.F.M. - Sobre las tres lecturas

ISAÍAS 55, 10-11:
El Profeta levanta el ánimo de los israelitas que se sienten perturbados al
experimentar nuevos peligros y dificultades, tras la repatriación del
destierro de Babilonia:

— El Profeta proclama la soberana e inefable seguridad de la Palabra de
Dios. Y pone el símil o comparación de la lluvia que desciende del cielo,
empapa la tierra, fecunda la semilla y proporciona cosecha ubérrima. Así mi
Palabra (11). El plan de Dios, anunciado por los Profetas, no puede quedar
fallido. Con todo, la manera misteriosa, lenta y callada como actúa la
lluvia, nos invita a no ver en el desarrollo del plan divino exhibiciones y
fenómenos sensacionales.

— Los Profetas personifican la Palabra de Dios, el Decreto o Plan de Dios,
para con esto dar realce a su energía omnipotente. El Libro de la Sabiduría
nos lo dice con expresiones muy gráficas: «Tu Palabra omnipotente, cual
implacable guerrero, saltó del cielo, desde el trono real, empuñando como
cortante espada tu decreto irrevocable» (Sab 18, 14). Es otro símbolo en el
que muy al vivo se nos expresa la infalible seguridad de la Palabra de Dios: su vigor omnipotente, su eficacia.

— San Juan, en el N. T., da plenitud a estas intuiciones de los Profetas del
A. T. En efecto, así ha acontecido: La Palabra de Dios no como personificación poética de la acción o atributos divinos, sino la Palabra-Persona divina que subsiste eternamente con Dios, baja a la tierra a
realizar el plan salvífico de Dios: «En el principio existía la Palabra (= Verbo). Y la Palabra existía con Dios. Y la Palabra era Dios. Y la Palabra se hizo carne. Y fijó entre nosotros su tabernáculo» (Jn 1, 1. 14). Realiza la previsión de Isaías 55, 10-11: Desciende del cielo humilde y silenciosa como la lluvia, el rocío, la nieve. En el seno de la Virgen la Palabra de Dios toma naturaleza humana. Pero por ser Palabra de Dios tiene energía infinita. Y cumple lo que nos dice Sabiduría 18, 15: «Su nombre es: Palabra de Dios. De su boca sale la espada afilada» (Ap 19, 15).


ROMANOS 8, 18-23:
San Pablo nos habla de la certeza y de la riqueza de nuestra Salvación:

— De esta perfecta Salvación tenemos ahora como prenda y garantía. El cristiano es un peregrino que camina hacia la Gloria del Padre. Los sufrimientos y pruebas del camino no guardan proporción con la gloria que se
le prepara y que un día se manifestará (18).

— Esta Salvación nuestra tiene ecos grandiosos. Toda la creación, que ahora
toma parte en la maldición del pecado, participará también de la glorificación de los hijos de Dios. Pablo, en una audaz prosopopeya, nos presenta la creación entera, ahora encadenada por el dolor por culpa del hombre, oteando el horizonte ansiosa e impacientemente, pero con segura esperanza de su liberación que va ligada a la glorificación de los hijos de Dios. Esto tendrá lugar a la hora de la «Redención de nuestro cuerpo» (23), cuando la Redención nos dará un cuerpo glorioso (21. 23). Entonces la Redención será lograda y perfecta, universal y ecuménica. Será la hora que
el Apocalipsis anuncia así: «Tuve también la visión del cielo nuevo y de la
tierra nueva. Porque el primer cielo y la primera tierra y mar ya pasaron» (Ap 21, 1). La tierra que hoy es lugar de expiación y purificación, entrará «en la libertad gloriosa de los hijos de Dios» (21).

— Pero en la etapa presente «gemimos y esperamos» (23). Con esto queda definida y calificada la situación presente del cristiano. Es etapa de expiación. La Redención de su pecado le arranca gemidos. Pero nuestro dolor y nuestros gemidos son «en esperanza» (23. 24). Las primicias del Espíritu que ya gozamos son prenda de la plena y perenne efusión que se nos dará en el cielo. La economía de la Salvación se desarrolla gradualmente. Las primicias se trocarán en plenitud. La fe, en visión; la esperanza, en posesión; el amor, superada la prueba, en goce y fruición personal del Amado. Por eso el Sacramento de la le nos sustenta como viático de peregrinos, pero no sacia nuestra hambre; más bien la aviva y acucia.


MATEO 13, 1-23:
Todo el capítulo 13 es un florilegio de parábolas. Jesús usa este método pedagógico que resulta sumamente a propósito para explicar la naturaleza del
Reino Mesiánico:

— En la parábola del sembrador y la semilla se nos hace una llamada a examinar nuestra disposición interior. Es muy varia la respuesta que los hombres dan a la luz y a la gracia de Dios. Dado que aquí es el mismo Jesús
quien hace la explicación y aplicación de la parábola, es deber nuestro examinarnos a cuál de los cuatro grupos de oyentes pertenecemos (18-23). Nos
va en ello mucho. Un corazón indispuesto llega a rechazar la gracia. Un corazón bien dispuesto la hace fructificar a proporción de sus disposiciones. Un corazón duro la ahoga, la deja estéril.

— Jesús habla en parábolas como recurso pedagógico (10.17). Así los misterios del Reino se hacen asequibles en la medida que hallan docilidad y disponibilidad en los oyentes. El castigo de los incrédulos será quedarse sin la luz que ellos rechazan y sin la luz de la vieja Ley que va a caducar (15). Quedarán, pues, irremisiblemente en sus tinieblas.

— Los Apóstoles y todos los que creen son dichosos porque son testigos del Reino (17). Ellos gozan de lo que los Profetas esperaron y prometieron. Sobre todo son dichosos porque prestan oído y corazón atentos y dóciles a la gracia (16). Entran de lleno en el Reino en calidad de hijos de Dios y hermanos de Jesús (12, 49).
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo A, Herder, Barcelona,
1979, pp. 204-207)



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Comentario Teológico: P. Leonardo Castellani - Parábola del Sembrador

Esta es la segunda de las Parábolas que Jesucristo interpretó personalmente
a los Apóstoles; quiero decir, de las que tenemos interpretadas en el Evangelio; aunque la otra, la del Trigo y la Cizaña, en San Mateo está después de ésta. Estas son las dos parábolas "centrales" entre las 120 que tenemos; no digo "las más importantes" porque alguno puede estimar que es más importante la del Rico Epulón y el pobre Lázaro, donde se afirma la existencia del Infierno, o bien la del Hijo Pródigo, donde se pondera la inmensa piedad y generosidad de Dios hacia el pecador; o bien, la del Buen Pastor. Pero estas dos son "centrales", son las que tienen el tema más general y constituyen una especie de MARCO de todas las otras. La una trata de la economía general de la salvación; estotra de la economía de la salvación de cada alma particular.

En la parábola del Trigo y la Cizaña (o el Luello) Jesucristo afirmó que hay semilla buena y semilla mala, que la buena procede de Dios y la mala del Diablo, y que ambas permanecerán entremezcladas hasta el fin del mundo. Nosotros hablamos de "buenos" y de "malos" y Jesucristo también habló así; pero no nos engañemos, el bien y el mal están en todos los hombres, hay trigo y hay luello en caduno de nosotros, la cuestión es cuál de las dos cosas predomina, o mejor dicho, domina en caduno; lo cual depende de la Personalidad, la cual a su vez depende de la libre elección de caduno. Todas las cosas del mundo dependen de la Personalidad del hombre; ya hemos hablado otra vez de los que confían en sistemas políticos o económicos o filosóficos para quitar todos los males deste mundo; éstos se parecen a ese turco de Entre Ríos que quería detener la inundación de Concordia con un alambrado de alambretejido. Las consecuencias del Pecado Original y de los demás pecados se filtran a través de todos los sistemas por buenos que sean: se necesita una cantidad de hombres buenos para hacer funcionar bien cualquier sistema, Monarquía, Aristocracia o República, por ejemplo. No niego que haya algunos sistemas mejores que otros; ni que haya por desgracia sistemas simplemente malos, basados en errores o vicios; niego simplemente que esos alambrados sirvan independientemente de la Personalidad del hombre; de la cual ellos proceden en definitiva.

Hay en el fondo más secreto del hombre un punto del cual proceden sus decisiones, y sobre todo la decisión primaria y capital de si él va a votar por Dios o no va a estar con Dios. Ese punto es tan recóndito que no lo pueden conocer ni menosforzar ni los ángeles ni los demonios; sino solamente Dios, el cual no lo quiere forzar. Dese punto procede la orientación de toda nuestra conducta, y eso llamamos Personalidad.

Esta parábola trata déso; de cómo se ha la Personalidad del hombre respecto
a la Palabra de Dios, o sea, las verdades religiosas. Jesucristo dividió a
los hombres en tres clases en quienes la Semilla no fructifica y tres clases en quienes sí fructifica. En quienes sí fructifica, dice simplemente que fructifica el 30, el 60 o el 100 por uno; a éstos podríamos llamar los Incipientes o Comenzantes, los Píos, y los Perfectos. En el suelo pobre de Palestina, los labradores se contentan hasta con recoger 12 granos por uno; pero hay retales privilegiados de tierra gorda que rinden hasta 300 y aun 400 granos por uno. Se ve que Jesucristo tomó el término medio, de 30 a 100 granos por uno.

Aquellos en quienes NO fructifica están más caracterizados: es la semilla que cae en la calle, la que cae en el piedral y la que cae entre malezas; que podríamos llamar los Frívolos, los Flojos y los Furiosos.

"Una parte de la semilla cayó en el camino; y vinieron las aves del aire (los voraces gorriones de Palestina) y la hicieron desaparecer al momento". Las aves del aire son los diablos. Hay una disposición del alma (o una enfermedad, sería mejor dicho) que llamamos con la palabra francesa "frivolidad"; y en español les decimos hombres casquivanos, volubles, volanderos, volátiles, veletas, volvoretas, tornátiles, tornadizos, errátiles, voltarios, veleidosos, atolondrados, ligeros de cascos, que tienen la cabeza a pájaros (y esta expresión española viene del Evangelio) o tienen por cabeza una olla de grillos. En criollo decimos tilingo, macanero, ligerón, vago, vagoneta o barcino. De sobra conocen ustedes el tipo. En éstos la religión no hace mella, no viven en el plano de lo serio, sino en un plano de impresiones fugaces, palabrerío y macaneo, comparable al plano de la vida del animal. De aquí sale la gran turbamulta de la indiferencia religiosa, de que hemos hablado otrora. Nuestra civilización produce en gran cantidad esta clase de hombre: cuya alma es semejante a una calle pública.

"Otra parte de la semilla cayó en el piedral; donde brotó rápido por el calor de la resolana; pero por lo mismo se agostó también rápido": se quemó. Cristo dice que éstos son los que reciben la Palabra incluso con entusiasmo; pero no echa raíces en ellos, porque permanece en el plano del
sentimentalismo, o de la imaginación o de la rutina; y cuando viene el sufrimiento abandonan; a causa de los afanes deste mundo, o del amor al dinero, o de cualquier concupiscencia, dice Jesucristo. Aquí pertenecen los cristianos que no practican, como se dice, a causa de que están enredados en algún pecado o vicio que no quieren repudiar; contando entre los vicios también el orgullo y la pereza, que son pecados capitales. También hay otros que practican una parte de la religión por la misma razón —o sea que han suprimido uno o dos mandamientos de la Ley de Dios. Estos NO DAN fruto, dice Cristo. Pero si practican un poco, ¿no darán también fruto un poco? Nada.
Los que no están en gracia de Dios no producen nada para la vida eterna. Aunque hagan algunas obras buenas, no les sirven para la vida eterna: puede que les sirvan para que Dios los ayude a salir del pecado. Después de los Frívolos, estos son los Flojos: no se sabe cuál de los dos es peor.

Además destos grupos, hay gente que derechamente odia la Religión. La conocen, y aun la llevan dentro de sí, porque no se odia lo que no existe. Estos pueden llamarse los Furiosos; y pueden ser comparados al trigo que cayó entre malezas o espinas y allí está alimentando las malezas o empujándolas. Hay allí dos cosas contrarias juntas que producen una mezcla explosiva o una lucha continua: aquí pertenece el fenómeno también común hoy día de la Desesperación, que no es indiferencia o falta de fe, sino lucha y congoja. Los apóstatas o renegados de la fe generalmente aborrecen la Religión y la persiguen si pueden: a éstos el filósofo Kirkegord los llama simplemente "demoníacos": no se quedan quietos en su irreligión dejando que los demás la tengan si quieren, sino que persiguen la Religión en los otros;
y todas las manifestaciones externas de la Religión les dan fastidio y grima. En éstos la semilla creció entre espinas.

Estos tres estados dependen de la Personalidad, o sea del libre albedrío y
de la Elección Primaria. Todos los hombres tienen libertad en el fondo de sí
mismos, algún grado de libertad, menos los locos y los idiotas; y aun éstos,
quién sabe.

Estos días he leído (o releído) una comedia de Bernard Shaw, "La Profesión de la Señora Warren", acerca de la prostitución, que es una disculpa de la prostitución (o por lo menos, de las prostitutas) echándole la culpa a la sociedad, o sea, al sistema capitalista; y Bernard Shaw exige que se reforme la sociedad conforme al sistema socialista, y entonces la prostitución desaparecerá sola. Pero siempre en el mundo ha habido prostitución, con todos los sistemas políticos que se han probado y reprobado: y posiblemente con el sistema socialista habría más o habría otra cosa peor. La prostitución, como todos los desórdenes morales, depende de la Personalidad humana ante todo y antes que de los sistemas políticos; no digo que el Capitalismo explotador no tenga su parte de culpa.

Pero son los hombres viciosos los que prostituyen a las mujeres y las mujeres viciosas las que se dejan prostituir en todos los regímenes del mundo. ¡Que Dios tenga piedad de las que ceden a causa de una presión excesiva: que no son todas ni mucho menos! Yo también deseo una sociedad más sana que ésta, y lo deseo más que Bernard Shaw; pero sé que para conseguirla hay que combatir todos los desórdenes y no solamente el desorden del dinero; todos los desórdenes y principalmente el desorden mayor que hay, que es el  odio a la Religión; desorden que Bernard Shaw cultivó y con lo cual ganó muchísimo dinero; del cual estoy casi seguro no dio jamás un solo centavo para ayudar a alguna pobre muchacha explotada por el Capitalismo... ¡Nones! Él predicaba con su gran ingenio, que es innegable, que hay que reformar la sociedad; y predicando eso ganaba dinero; y predicando eso y ganando dinerovolvía peor a la sociedad, probablemente. El cristiano procede de contrario modo.
(Leonardo Castellani, Domingueras Predicas Ediciones Jauja 1997 pp. 57-61)

 

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Comentario Teológico: Louis Monloubou - El éxito de la proclamación de la Palabra

Jesús continúa enseñando, pero lo hace en un lenguaje parabólico. Este lenguaje, lo mismo que todo símbolo, abre la puerta a interpretaciones muy diversas; resultará tanto más fácil a los espíritus tercos encerrarse en sus propias ideas y quedarse en la historieta, ignorando su significado; y a la inversa, los espíritus abiertos, los corazones dóciles, serán discretamente introducidos en el conocimiento de una doctrina profunda: de unos "misterios".

Hay, pues, personas que no acogen como conviene la palabra de Jesús. A los ojos de los discípulos, testigos de este "fracaso" del Maestro, o a los de los cristianos que meditan en la vida de Jesús, en la que, por lo demás, vuelven a ver su propia historia, el esfuerzo de evangelización en medios judíos, ¿no topa con un fracaso casi total? ¿No es la palabra de Dios lo que Jesús trae? ¿Y la palabra de Dios puede ser tan limitada, tan ineficaz e infructuosa? No se trata de ir a buscar la explicación de este drama en la in-significancia de la Palabra o en su ineficacia. La lección que transmite hoy la primera lectura ha sido bien asimilada por el evangelista. Antaño, un profeta isaiano del destierro había hecho reflexionar a sus compañeros de exilio en la incoercible eficacia de la Palabra, en la inevitable realización de lo que Dios ha prometido. Se trataba de mantener en aquellos desgraciados que lloraban "a orillas de los ríos de Babilonia" (Sal 137. 1), la verdad del anuncio profético que prometía, en nombre de Dios, la inminente liberación y un retorno feliz a la tierra de los antepasados.

El evangelista conoce todo esto: está, pues, seguro de que la semilla, símbolo de la Palabra, es capaz de dar frutos abundantes. No hay más que un solo motivo que pueda explicar la esterilidad de una semilla echada en la tierra o la ineficacia de la Palabra predicada a los judíos: la pobreza del suelo que recibe el grano, o en otras palabras, las malas disposiciones de los oyentes.

En cuanto a estas malas disposiciones, Mateo dice varias cosas. En primer lugar, las nombra: inconstancia, afanes de este mundo, seducción de la riqueza. Ve en ello, además, el efecto de la actividad disimulada del Maligno (una causa entre otras). Porque advierte sobre todo que la Palabra se halla en el centro de un conflicto. Hay persecuciones que hacen vacilar a los oyentes inconstantes y que son provocados por la Palabra. Esta tiene, asimismo, adversarios que luchan encarnizadamente contra ella, en un conflicto permanente. Y es que el fracaso que Jesús conoció, mal recibido por los judíos incrédulos, lo experimenta la Iglesia a su vez; pero el profeta Isaías había ya pasado por esa dolorosa experiencia (v. 14/15). El combate de la Palabra y de la incredulidad viene desde los más remotos tiempos de la historia del pueblo de Dios y parece que ha de durar tanto como esa historia.

¿Cuál es su final? Este combate lleva a fracasos repetidos que preocupan al evangelista. Pero al autor le interesa más otra cosa: el éxito maravilloso que, en último término, obtiene la proclamación de la Palabra.

Porque el Evangelio, rechazado, perseguido, combatido ya ha "triunfado". En el seno de un mundo incrédulo, existe hoy una comunidad de discípulos. El inmediato entorno de Jesús era, en un principio, el signo modesto de un cierto éxito de la palabra de Jesús; pero a partir de entonces, todos aquellos que en todos los tiempos, especialmente hoy, se tienen por discípulos de Jesús, son signos de que la Palabra da sus frutos. Tras el "vosotros" (v.11), se oculta, en efecto, toda la Iglesia, se oculta incluso el auditorio que escucha hoy nuestro comentario del Evangelio.

Más que en los adversarios obstinados, Mateo se fija con entusiasta atención en los discípulos de Jesús; los ve vivir en medio de un mundo (v.38) incrédulo: "aquellos que..." (v.12). Los ve, sin embargo, colmados: "A vosotros es dado". Y puesto que en ellos el "don" se ha demostrado eficaz, se les da cada vez más: "A quien tenga se le dará". Este don pródigamente concedido es el de un conocimiento supremo: "conocer los misterios del Reino de Dios". Este conocimiento ilumina toda la vida; gracias a él, sabrán los discípulos hacer las opciones que se imponen y participar como conviene en el combate de la Palabra. Y es cierto que tras la explicación de las vicisitudes que atraviese el Reino al implantarse en el mundo, se oculta un mensaje decisivo: el mensaje pascual. Porque la aventura de la Palabra, constantemente desdeñada, perseguida pero siempre viva y eficaz, semejante al grano de trigo que debe "morir" para dar fruto (/Jn/12/24), ¿no es el misterio de Pascua? El conocimiento de tales misterios es un privilegio del que los discípulos deben ser conscientes. Lo que los cristianos oyen en la proclamación del Evangelio, lo que ven en la experiencia cristiana, hay muchos hombres que no pueden verlo ni oírlo. Aun los Profetas, esos privilegiados del A.T. y con ellos, por lo tanto, todo el pueblo de la Antigua Alianza, no pudieron, a pesar de sus deseos, obtener semejante revelación de los "caminos" de Dios, de los secretos de su Reino.

Esta parábola, al igual que muchas otras parábolas de Mateo, tiene algo de doloroso, de dramático incluso: ¡tanta semilla perdida, tanta palabra rechazada! Pero no percibir los sonidos alegres con que resuena, sería entenderla mal. Aunque no esté permitido permanecer insensibles a esa tragedia que constituye la evangelización y a sus "fracasos", cuyos perdedores son los hombres, ¿sería lícito no dejar resonar nunca en nosotros -acogidas con una profunda humildad- estas palabras de esperanza.

"¡Ah, sí, dichosos vosotros!; dichosos vuestro ojos porque han sabido ver y vuestros oídos porque han sabido oír"? ¿Sería lícito permanecer insensibles ante la promesa, implícitamente contenida en la última frase del Evangelio, y de la que encontramos una formulación más clara en el apóstol Pablo, cuando habla de la "Gloria de los hijos de Dios"? Nosotros sabemos de esa Gloria no sólo que está "preparada" para nosotros, sino además que, con la transmisión de la Palabra, nos está ya comunicada; y que, semejante a una semilla, crece en nosotros. ¡Cómo, entonces, negarse uno a llamarse "dichoso"!
(LOUIS MONLOUBOU, LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE MATEO, EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 183)


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Santos Padres: San Atanasio - Al hombre le toca sembrar; a Dios, dar el crecimiento

Pasaba el Señor por unos sembrados: el grano de trigo por entre las mieses; aquel grano de trigo espiritual, que cayó en un lugar concreto y resucitó fecundo en el mundo entero. Él dijo de sí mismo: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto.

Pasaba, pues, Jesús por unos sembrados: el que un día habría de ser grano de trigo por su virtud nutritiva, de momento es un sembrador, conforme se dice en los evangelios: Salió el sembrador a sembrar. Jesús, es verdad, esparce generosamente la semilla, pero la cuantía del fruto depende de la calidad del terreno. Pues en terreno pedregoso fácilmente se seca la semilla, y no por impotencia de la simiente, sino por culpa de la tierra, pues mientras la semilla está llena de vitalidad, la tierra es estéril por falta de profundidad. Cuando la tierra no mantiene la humedad, los rayos solares penetrando con más fuerza resecan la simiente: no ciertamente por defectuosidad en la semilla, sino por culpa del suelo.

Si la semilla cae en una tierra llena de zarzas, la vitalidad de la semilla acaba siendo ahogada por las zarzas, que no permiten que la virtualidad interior se desarrolle, debido a un condicionante exterior. En cambio, si la semilla cae en tierra buena no siempre produce idéntico fruto; sino unas veces el treinta, otras el sesenta y otras el ciento por uno. La semilla es la misma, los frutos diversos, como diversos son también los resultados espirituales en los que son instruidos.

Salió, pues, el sembrador a sembrar: en parte lo hizo personalmente y en parte a través de sus discípulos. Leemos en los Hechos de los apóstoles que, después de la lapidación de Esteban, todos -menos los apóstoles- se dispersaron, no que se disolvieran a causa de su debilidad; no se separaron por razones de fe, sino que se dispersaron. Convertidos en trigo por virtud del sembrador y transformados en pan celestial por la doctrina de vida, esparcieron por doquier su eficacia.

Así pues, el sembrador de la doctrina, Jesús, Hijo unigénito de Dios, pasaba por unos sembrados. Él no es únicamente sembrador de semillas, sino también de enseñanzas densas de admirable doctrina, en connivencia con el Padre. Éste es el mismo que pasaba por unos sembrados. Aquellas semillas eran ciertamente portadores de grandes milagros.

Veamos ahora lo concerniente a la semilla en el momento de la sementera, y hablemos de los brotes que la tierra produce en primavera, no para abordar técnicamente el tema, sino para adorar al autor de tales maravillas. Van los hombres y, según su leal saber y entender, uncen los bueyes al arado, aran la tierra, ahuecan las capas superiores para que no se escurran las lluvias, sino que empapando profundamente la tierra hagan germinar un fruto copioso. La semilla, arrojada a una tierra bien mullida, goza de una doble ventaja: primero, la profundidad y la frialdad de la tierra; segundo, permanece oculta, a resguardo de la voracidad de las aves. El hombre hace ciertamente todo lo que está en su mano; pero no está a su alcance el hacer fructificar. Al hombre le toca sembrar; a Dios, dar el crecimiento. Cuando la semilla comienza a brotar y crece, de la espiga se desprende y el fruto lo indica si se trata de trigo o de cizaña.

Habéis comprendido lo que acabo de decir; ahora debo dar un paso más y apuntar a realidades más espirituales. Por medio de los apóstoles, sembró Jesús la palabra del reino de los cielos por toda la tierra. El oído que ha escuchado la predicación la retiene en su interior; y echa hojas en tanto en cuanto frecuente asiduamente la Iglesia. Y nos reunimos en un mismo local tanto los productores de trigo como de cizaña; así el infiel como el hipócrita, para manifestar con mayor verismo lo que se predica. Nosotros, los agricultores de la Iglesia, vamos metiendo por los sembrados el azadón de las palabras, para cultivar el campo de modo que dé fruto. Desconocemos aún las condiciones del terreno: la semejanza de las hojas puede con frecuencia inducir a error a los que presiden. Pero cuando la doctrina se traduce en obras y adquiere solidez el fruto de las fatigas, entonces aparece quién es fiel y quién es hipócrita.
(San Atanasio de Alejandría, Homilía [atribuida] sobre la sementera 2.3.4: PG 2$,146-150)

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Santos Padres: San Agustín - No ser camino, no ser piedra...

Mi 13,1-23: Si hubiera temido la tierra mala, no hubiera llegado tampoco a la buena

De aquí recibió Pablo la semilla. Es enviado a la gentilidad y no lo calla, al recordar la gracia recibida de modo principal y especial para esta función. Dice en sus escritos que fue enviado a predicar el evangelio allí donde Cristo aún no había sido anunciado. Pero como aquella otra siega ya tuvo lugar y los judíos que quedaron eran paja, prestemos atención a la mies que somos nosotros. Sembraron los apóstoles y los profetas. Sembró el mismo Señor; él estaba, en efecto en los apóstoles, pues también él cosechó; nada hicieron ellos sin él; él sin ellos es perfecto, y a ellos les dice: Sin mí nada podéis hacer (Jn 15,5). ¿Qué dice Cristo, sembrando entre los gentiles? Ved que salió el sembrador a sembrar (Mt 13,3). Allí se envían segadores a cosechar; aquí sale a sembrar el sembrador no perezoso.

Pero ¿qué tuvo que ver con esto el que parte cayera en el camino, parte en tierra pedregosa, parte entre las zarzas? Si hubiera temido a esas tierras malas, no hubiera venido tampoco a la tierra buena. Por lo que toca a nosotros, ¿qué nos importa? ¿Qué nos interesa hablar ya de los judíos, de la paja? Lo único que nos atañe es no ser camino, no ser piedras, no ser espinos, sino tierra buena -¡Oh Dios!, mi corazón esta preparado (Sal 56,8) para dar el treinta, el sesenta, el ciento, el mil por uno. Sea más, sea menos, siempre es trigo. No sea camino donde el enemigo, cual ave, arrebate la semilla pisada por los transeúntes; ni pedregal donde la escasez de la tierra haga germinar pronto lo que luego no pueda soportar el calor del sol; ni zarzas que son las ambiciones terrenas y los cuidados de una vida viciosa y disoluta. ¿Y qué cosa peor que el que la preocupación por la vida no permita llegar a la vida? ¿Qué cosa más miserable que perder la vida por preocuparse de la vida? ¿Hay algo más desdichado que, por temor a la muerte, caer en la misma muerte? Estírpense las espinas, prepárese el campo, siémbrese la semilla, llegue la hora de la recolección, suspírese por llegar al granero y desaparezca el temor al fuego.
(San Agutstín, Sermón 101,3)


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Santos Padres: San Juan Crisóstomo - Parábola del Sembrador


3. — ¿Cuál es, pues, la parábola? —Salió—dice—el sembra­dor a sembrar. ¿De
dónde salió o cómo salió el que está en todas partes y todo lo llena? No por
lugar, sino por hábito y dispensación para con nosotros, haciéndose más
cercano nuestro por haberse revestido de carne. Porque, como nosotros no
podíamos entrar donde Él estaba, porque nuestros pecados nos amurallaban la
entrada, salió Él en busca nuestra. — ¿Y a qué salió? ¿Acaso a destruir la
tierra, que estaba llena de espinas? ¿Acaso a castigar a los labradores? —De
ninguna manera. Salió a cultivarla y cuidarla por sí mismo y a sembrar la
palabra de la religión. Porque siembra llama aquí a la enseñanza de su
doctrina, y tierra de sembradura a las almas de los hombres, y sembrador a
sí mismo. ¿Qué se hace, pues, de esta semilla? Tres cuartas partes se
pierden y sólo se salva una: Y sem­brando que siembra—dice—, una parte cayó
junto al camino, y vinieron las aves y se la comieron. No dijo que la arrojó
Él, sino que cayó ella. Otra parte cayó sobre terreno rocoso, donde no había
mucha tierra, e inmediatamente brotó por no tener profundidad de tierra.
Mas, apenas salido el sol, se calentó, y, por no tener raíz, se secó. Otra
parte cayó sobre espinas, y crecie­ron las espinas y la ahogaron. Y otra,
sobre tierra buena y dio fruto: una de cien, otra de sesenta y otra de
treinta. El que tenga oídos para oír, que oiga. Sólo, pues, se salvó la
cuarta parte, y aun ésta no de modo igual, sino con mucha diferencia. Con
esta parábola quiso declarar el Señor que Él hablaba a todos con mucha
generosidad. Porque así como el sembrador no distingue la tierra que va
pisando con sus pies, sino que arroja sencilla e indistintamente su semilla,
así el Señor no dis­tingue tampoco al pobre del rico, al sabio del
ignorante, al tibio del fervoroso, al valiente del cobarde. A todos
indistintamente se dirige, cumpliendo lo que a Él tocaba, a pesar de que
sabía lo que había de suceder. Así, empero, podría luego decir: ¿Qué debí
hacer que no lo haya hecho?[1] Notemos también que los profetas hablan del
pueblo bajo la semejanza de la viña: Una viña—dice—tuvo mi amado[2].Y el
salmista: Trasplantó su viña de Egipto[3].Jesús, empero, emplea la
comparación de la siembra. ¿Qué quiere decir con eso? Que ahora será más
rápida y más fácil la obediencia y que la tierra dará inmediata­mente su
fruto. Por lo demás, no porque diga el Señor: Salió el sembrador a sembrar,
ha de pensarse haya en ello tautología, pues el sembrador sale muchas veces
a otras faenas, por ejem­plo, a labrar el barbecho, a escardar las malas
yerbas, o a arrancar las espinas, o a otra faena semejante. Más Él salió a
sembrar.


POR QUÉ SE PERDIÓ TANTA SEMILLA
¿De qué provino, pues, decidme, que se perdiera la mayor parte de la
siembra? Ciertamente que no fue por culpa del sem­brador, sino de la tierra
que recibió la semilla; es decir, por culpa del alma, que no quiso atender a
la palabra. — ¿Y por qué no dijo que una parte la recibieron los tibios y la
dejaron per­derse, otra los ricos y la ahogaron, otra los vanos y la
abando­naron? —Es que no quería herirles demasiado directamente, para no
llevarlos a la desesperación, sino que deja la aplicación a la conciencia de
sus mismos oyentes. Mas no pasó esto solamente con la siembra, sino también
con la pesca; pues también allí la red sacó muchos peces inútiles. Sin
embargo, el Señor pone esta parábola para animar a sus discípulos y
enseñarles que aun cuando la mayor parte de los que reciben la palabra
divina hayan de perderse, no por eso han de desalentarse. Porque también al
Señor le aconteció eso, y, no obstante saber Él de antemano que así había de
suceder, no por eso desistió de sembrar. —Mas ¿en qué cabeza cabe—me dirás—
sembrar sobre espinas y sobre roca y sobre camino? —Tratándose de semilla:
que han de sembrarse en la tierra, eso no tendría sentido; mas tratándose de
las almas y de la siembra de la doctrina, la cosa es digna de mucha
alabanza. El sembrador que hiciera como el de la parábola, merecería ser
justamente reprendido; pues no es posible que la roca se convierta en
tierra, ni que el camino deje de ser camino, y las espinas, espinas. No así
en el orden espiritual. Aquí sí que es posible que la roca se transforme y
se convierta en tierra grasa; y que el camino deje de ser pi­sado y se
convierta también en tierra feraz, y que las espinas desaparezcan y dejen
crecer exuberantes las semillas. De no haber sido así, el Señor no hubiera
sembrado. Y si no en todos se dio la transformación, no fue ciertamente por
culpa del sem­brador, sino de aquellos que no quisieron transformarse. Él
hizo cuanto estaba de su parte; si ellos no cumplieron su de­ber no fue
ciertamente culpa de quien tanto amor les mostrara.


HAY MUCHOS CAMINOS DE PERDICIÓN
Más considerad, os ruego, cómo no es uno solo el camino de la perdición,
sino varios y distantes los unos de los otros, Porque entre los que reciben
la palabra de Dios, unos se pa­recen al camino, y son negligentes, tibios y
desdeñosos; más los de la roca son solamente débiles: La semilla—dice—
sembrada sobre terreno rocoso es el que oye la palabra, y de pronto la
recibe con gozo; pero no tiene raíz dentro de sí mismo, sino que es
momentáneo y, viniendo tribulación o persecución por causa de la palabra, al
punto se escandaliza. Todo aquel—dice antes—que oyela palabra del reino y no
la entiende, viene el malo y le arrebata lo sembrado en su corazón. Éste es
el sem­brado junto al camino. Ahora bien, no es lo mismo que se mar­chite la
enseñanza de la verdad cuando nadie nos molesta ni persigue que cuando se
nos echan encima las tentaciones, Y menos dignos aún de perdón que éstos son
los que se parecen a las espinas.

4. Ahora bien, porque nada de esto nos suceda, cubramos con el fervor y la
memoria continua la palabra divina. Porque si es cierto que el diablo
intenta arrebatárnosla, también está en nuestra mano que no nos la arrebate.
Si es cierto que las se­millas se secan, no es por culpa del calor. No dijo,
en efecto, el Señor que se secaron por causa del calor, sino por no tener
raíces. Si la palabra divina puede ahogarse, no es por culpa de las espinas,
sino por culpa de quienes las dejaron crecer. Por­que con sólo que tú
quieras, posible es no dejar brotar esa mala planta y usar como es debido de
la riqueza. De ahí que no dijo el Señor: "El siglo", sino: La solicitud del
siglo; ni: "La riqueza", sino: El engaño de la riqueza. No les echemos,
pues, la culpa a las cosas, sino a nuestra dañada intención, Porque posible
es ser rico y no dejarse engañar por la riqueza; y vivir en este siglo, y no
dejarse ahogar por las solicitudes del siglo. A la verdad, dos defectos
contrarios tiene la riqueza: uno, que nos atormenta y ofusca, y es la
solicitud; otro, que nos enmo­llece, y es el placer. Y muy bien dijo el
Señor: El engaño de la riqueza. Pues es un puro nombre, no realidad de las
cosas. Y lo mismo el placer y la gloria y el lujo y todo lo otro; todo es
apariencia pura, no verdad y realidad.

POR QUÉ LA TIERRA BUENA DA FRUTO DISTINTO
Habiendo, pues, dicho el Señor los modos de perdición, pone finalmente la
tierra buena, pues no quiere que desesperemos, y nos da esperanza de
penitencia, haciéndonos ver que de camino y rocas y espinas puede el hombre
pasar a ser tierra buena. Sin embargo, si la tierra era buena y el sembrador
el mismo y las semillas las mismas, ¿cómo es que una dio ciento, otra
sesenta y otra treinta? Aquí también la diferencia depende de la naturaleza
de la tierra, pues aun donde la tierra es buena, hay mucha diferencia de un
corro a otro. Ya veis que no tiene la culpa el labrador ni la semilla, sino
la tierra que la recibe, y no por causa de la naturaleza, sino de la
intención y dispo­sición. Mas también aquí se ve la benignidad de Dios, que
no pide una medida única de virtud, sino que recibe a los prime­ros, no
rechaza a los segundos y da también lugar a los terce­ros. Más si así habla
el Señor, es porque no piensen los que le siguen que basta con oír para
salvarse. — ¿Y por qué—me di­ces—no puso también los otros vicios, por
ejemplo, la lujuria y la vanagloria? --Porque con decir: la solicitud del
siglo y el en­gaño de las riquezas, ya lo puso todo. Y, a la verdad, la
vanagloria y todo lo demás, de este siglo y del engaño de las rique­zas
proceden. Tal el placer y la gula y la envidia y la vana­gloria y cuanto es
por el estilo. Ahora que añadió lo del camino y el terreno rocoso para
darnos a entender que no basta apar­tarnos de las riquezas, sino que es
menester practicar también las demás virtudes. Porque ¿de qué te vale estar
libre de ri­queza si eres afeminado y muelle? ¿Y qué, si no eres afemi­nado,
pero sí tibio y negligente en oír la palabra divina? Por­que no nos basta
una sola parte para la salvación. Primero hay que escuchar con diligencia y
pensar constantemente en lo que oímos, luego hace falta valor, luego
desprecio de las riquezas y desprendimiento de todo lo mundano. De ahí que
ponga el Señor lo primero el oír, porque, en efecto, es lo primero que se
necesita. ¿Cómo creerán si no oyen—dice---el Apóstol?[4]Lo mismo que
nosotros, si no prestamos atención a lo que se nos dice, no podremos ni
enterarnos de lo que tenemos que hacer. Luego pone el valor y el desprecio
de las cosas presentes.

Oyendo, pues, estas enseñanzas, fortifiquémonos por todas partes, atendiendo
a la palabra divina, echando profundas raí­ces y purificándonos de lo
mundano. Porque de nada nos ser­virá hacer unas cosas y omitir otras. En tal
caso, si no nos per­demos de una manera, nos perderemos de otra. ¿Qué más
nos da que no nos perdamos por la riqueza y sí por la negligen­cia; o, no
por la negligencia, sí por la cobardía? El labrador llora lo mismo si pierde
la cosecha por una causa o por otra. No intentemos, por ende, buscar
consuelo en el hecho de no pe­recer por todos los modos posibles, sino
lloremos más bien por cualquier modo que perezcamos. Abrasemos las espinas,
pues ellas son las que ahogan la palabra divina. Bien lo saben los ricos,
que no sólo son inútiles para la tierra, sino también para el cielo. Y en
efecto, esclavos y prisioneros de los placeres, aun para los asuntos
políticos son gente baldía; y si lo son para ésos, ¡cuánto más no lo serán
para los del cielo! De doble fuente deriva el daño para su espíritu: de la
vida de placer y de las preocupaciones. Cualquiera de las dos cosas por sí
sola basta para hundir el esquife de un alma. Considerad, pues, qué
naufragio no les espera cuando concurren las dos juntas.

LOS PLACERES SON ESPINAS
5. Y no os maravilléis de que el Señor llamara espinas a los placeres. Si
vosotros no los reconocéis por tales, es que estáis embriagados por la
pasión; pero los que están sanos sa­ben muy bien que el placer punza más que
una espina, que el goce consume más al alma que los mismos cuidados y
acarrea más graves dolores al cuerpo y al alma. Y es así que más duro golpe
da un hartazgo que una preocupación. Porque cuando al intemperante le cercan
los insomnios y las tensiones de las sie­nes y los dolores de cabeza y las
punzadas de las entrañas, considerad si todo eso no es más doloroso que
cualesquiera es­pinas. Y al modo como las espinas, por dondequiera que se
toquen, ensangrientan las manos que dan con ellas, así la gula ataca pies y
manos y cabeza y ojos y cuerpo entero. Como las espinas, la gula es seca e
infecunda, y es más que ellas fuente de dolor y nos hiere en puntos más
vitales. Ella acarrea la vejez prematura, embota los sentidos, entenebrece
el enten­dimiento, ciega la aguda vista de la razón, hace al cuerpo mue­lle,
aumentando su secreción de excremento, trayendo un mon­tón de enfermedades,
aumentando su peso y acumulando masa en excesiva cantidad. De lo que se
originan ruinas continuas y frecuentes naufragios. ¿Qué fin tiene, te ruego,
cebar de ese modo tu cuerpo? ¿Es que te tenemos que sacrificar en el
matadero? ¿Es que te vamos a servir a la mesa? Bien que cebes las aves; o,
por decir mejor, ni siquiera eso está bien, pues cuando engordan con exceso
no son aptas para un alimento sano. Es tan grande mal la gula, que hasta a
los animales les resulta pernicioso. Y, en efecto, si a las aves las
regalamos con ex­ceso, las hacemos inútiles para sí y para nosotros, pues
las superfluidades indigestas y la corrupción húmeda o diarrea, de toda
aquella gordura procede. Los animales, empero, no some­tidos a esta
alimentación de placer, sino que, como si dijéra­mos, viven también
sobriamente y siguen un régimen moderado y les obligamos al trabajo y la
fatiga, ésos son los más útiles para sí mismos y para nosotros, ora para
nuestro alimento, ora para todo lo demás. Por lo menos los que de éstos se
alimen­tan viven más sanos; los que comen, en cambio, a los cebados, se
vuelven semejantes a ellos, perezosos y expuestos a enfer­medades y que a sí
mismos se atan la más dura cadena. Nada hace, en efecto, tan fiera guerra al
cuerpo, nada le es tan da­ñoso como el placer; nada le rompe, nada le
abruma, nada le corrompe en tanto grado como la disolución. Realmente hay
para pasmarse de la insensatez de estos hombres intemperantes y disolutos,
que no quieren tener consigo mismos ni aquella mí­nima consideración que los
viñateros tienen con sus odres. No hay, efectivamente, vendedor de vino que
consienta echar en un boto más vino del que conviene, por el peligro de
rasgar­lo; pero esos glotones no se dignan conceder a su vientre in­feliz
esta mínima providencia. No. Cuando ya se han hartado hasta reventar, lo
llenan de vino hasta las orejas, hasta las narices, hasta la garganta; con
lo que procuran doble angustia y ahogan al aliento y a la fuerza que dirige
nuestra vida.

¿Acaso te fue dada la garganta para que la llenes hasta
rebosarte por la boca de vino corrompido y de toda la otra corrupción? ¡No,
hombre, no te fue dada para eso! Para lo que principalmente te fue dada es
para que cantes a Dios, para que eleves a Él las sagradas canciones, para
que leas las divinas leyes, pera que aconsejes debidamente a tu prójimo.
Pero tú, como si sólo para tu intemperancia la hubieras recibido, no le
dejas un momento de vagar para que cumpla aquella función divina y la
sometes durante tu vida entera a esta ignominiosa servidumbre, Es como si un
bárbaro tomara en sus manos una citara de cuerdas de oro perfectamente
templada y, en lugar de sacar de ella la más cabal melodía, la envolviera
entre fiemo y barro. Y llamo fiemo no al comer, sino al placer; al placer,
sobre todo, de aquella intemperancia sin límites. Porque lo que pasa de la
medida, ya no es alimento, sino pestilencia pura. Sólo el vientre fue hecho
para la mera recepción de los alimentos; pero la boca, la garganta y la
lengua fueron también hechos para otras funciones más importantes que ésa;
o, por mejor decir, ni siquiera el vientre fue hecho para la recepción sin
más de los alimentos, sino sólo de los alimentos moderados. Y esto él mismo
lo declara cuando de mil modos protesta de que le dañemos con tales excesos;
y no sólo protesta, sino que, en justa venganza del agravio que le hacemos,
nos impone los más severos castigos. Y lo primero que castiga son los pies,
que son los que nos llevan y conducen a aquellos abominables convites; luego
ata las manos, por haberle servido tales y tantos man­jares; y muchos hay
que han sufrido de la boca, de los ojos y de la cabeza. Y a la manera como
un esclavo, si se le manda algo que está sobre sus fuerzas, muchas veces,
fuera de sí, mal­dice a quien se lo mandó, así el vientre, aparte dañar a
esos miembros, muchas veces, por la violencia sufrida, ataca y corrompe al
cerebro mismo. Sabia providencia de Dios, que de tal desmesura se sigan esos
daños; así, ya que no quieras de tu voluntad vivir filosóficamente, por lo
menos, aun contra tu vo­luntad, el miedo a tu propio daño te enseñe a ser
moderado.

EXHORTACIÓN FINAL: HUYAMOS LA INTEMPERANCIA
Sabiendo, pues, estas cosas, huyamos la gula, procuremos la moderación, y
así gozaremos de la salud del cuerpo y libraremos de toda enfermedad a
nuestra alma y alcanzaremos los bienes venideros, por la gracia y amor de
nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder ahora y siempre y
por los siglos de los siglos. Amén.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (I), homilía
44, 3-5, BAC Madrid 1955, 845-55)

 

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Aplicación: Papa Francisco - “El hombre que escucha la Palabra y la comprende produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno”

Toda la evangelización está fundada sobre la Palabra de Dios, escuchada, meditada, vivida, celebrada y testimoniada. Las Sagradas Escrituras son fuente de la evangelización. Por lo tanto, hace falta formarse continuamente en la escucha de la Palabra. La Iglesia no evangeliza si no se deja continuamente evangelizar. Es indispensable que la Palabra de Dios «sea cada vez más el corazón de toda actividad eclesial» [Benedicto XVI]. La Palabra de Dios escuchada y celebrada, sobre todo en la Eucaristía, alimenta y refuerza interiormente a los cristianos y los vuelve capaces de un auténtico testimonio evangélico en la vida cotidiana. Ya hemos superado aquella vieja contraposición entre Palabra y Sacramento. La Palabra proclamada, viva y eficaz, prepara la recepción del Sacramento, y en el Sacramento esa Palabra alcanza su máxima eficacia.

El estudio de las Sagradas Escrituras debe ser una puerta abierta a todos los creyentes. Es fundamental que la Palabra revelada fecunde radicalmente la catequesis y todos los esfuerzos por transmitir la fe. La evangelización requiere la familiaridad con la Palabra de Dios y esto exige a las diócesis, parroquias y a todas las agrupaciones católicas, proponer un estudio serio y perseverante de la Biblia, así como promover su lectura orante personal y comunitaria. Nosotros no buscamos a tientas ni necesitamos esperar que Dios nos dirija la palabra, porque realmente «Dios ha hablado, ya no es el gran desconocido sino que se ha mostrado» [Benedicto XVI]. Acojamos el sublime tesoro de la Palabra revelada.
(Papa Francisco Exhortación apostólica “Evangelii Gaudium / La alegría del Evangelio” §174-175)




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Aplicación: San Juan Paulo II - Así será mi palabra

“Así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya cumplido aquello a que la envié” (Is 55,11).

Como la lluvia baña la tierra, así Dios con su gracia da nuevamente vigor al hombre abrumado por el peso del pecado y de la muerte. Él es fiel y mantiene siempre la palabra dada. Ningún poder logrará frenar la fuerza irresistible de su misericordia.

Las palabras del Deutero-Isaías que hemos escuchado en la primera lectura subrayan de manera significativa la promesa que Yavé renueva al pueblo de
Israel afligido y desorientado. Ellas se dirigen también a nosotros como un llamamiento a la esperanza y como un estímulo a la confianza. Se dirigen al hombre de nuestro tiempo, sediento de felicidad y bienestar, que va en busca de la verdad y de la paz, pero que, por desgracia, experimenta la decepción
del fracaso.

Las palabras del profeta son una invitación a creer que Dios puede modificar cualquier situación, incluso la más dramática y compleja. En efecto, ¿quién puede oponerse a su obrar? Él, que es omnipotente y bueno, ¿nos abandonará quizá a nuestra fragilidad y nos dejará vagar a merced de nuestra infidelidad?

En los textos de este domingo el Omnipotente se nos presenta revestido de ternura y atención, prodigando a la humanidad dones de salvación. Él acompaña con paciencia al pueblo que eligió; guía fielmente a lo largo de los siglos a la Iglesia, el “nuevo Israel”, que caminando en el tiempo presente busca la ciudad futura y perenne” (L. G. n.9). Habla y obra, dona sin medida y sin arrepentimiento, interviene en nuestra realidad diaria incluso cuando somos débiles y no correspondemos a su amor
gratuito y generoso.

Pero el hombre tiene la posibilidad tremenda de volver vana la iniciativa divina y rechazar su amor. Nuestro “sí”, adhesión libre a su propuesta de vida, es indispensable para que el proyecto de salvación se cumpla en
nosotros.

Reflexionemos sobre la parábola del sembrador. Ella nos ayuda a comprender mejor esta realidad providencial y a ponderar sabiamente la responsabilidad que nos corresponde a cada uno de nosotros de hacer madurar la semilla de la Palabra, difundida ampliamente en nuestro corazón. La semilla de la que hablamos es la Palabra de Dios; es Cristo, el Verbo de Dios vivo. Se trata de una semilla en sí misma fecunda y eficaz, surgida de la fuente inextinguible del Amor trinitario. Sin embargo, el hecho de hacerla fructificar depende de nosotros, depende de la acogida de cada uno de nosotros. A menudo, el hombre es distraído por demasiados intereses, le llegan innumerables estímulos desde muchas partes, y le resulta difícil distinguir, entre tantas voces, la única Verdad que hace libre. Es necesario convertirse en terreno disponible sin abrojos y sin piedras, sino arado y escardado con cuidado. Depende de nosotros ser la tierra buena en la que “da fruto y produce uno ciento, otro sesenta, otro treinta” (Mt 13,23).

Os exhorto a crecer en deseos de Dios; os aliento a acoger generosamente la
invitación que os dirige la liturgia de este día. Ojalá correspondáis siempre a los impulsos de la gracia y produzcáis frutos abundantes de santidad. El mundo, “sometido a la vanidad” (Rm 8,20), grita que tiene sed de Cristo. Invoca la paz, pero no sabe dónde hallarla plenamente. ¿Quién podrá transformar este terreno pedregoso y  leno de abrojos en un campo ubérrimo, sino la lluvia y la nieve que bajan desde arriba?

“Virgo potens, erige pauperem” - “Virgen poderosa, alza al pobre”. Es verdad: la Virgen sostiene al pobre que confía en Ella. Ayuda al cristiano, día tras día, a seguir los pasos de Jesús, a gastar por Él todo tipo de recursos físicos y espirituales, realizando de este modo la misión que le fue confiada por el bautismo. El creyente se transforma así, a su vez, en una semilla de vida ofrecida, junto a Cristo, por la salvación de sus hermanos.

“La ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios” (Rm 8,19).

La humanidad pide ayuda y busca seguridad. Todos tenemos necesidad de la lluvia de la misericordia, todos aspiramos a los frutos del amor. Dios sigue visitando la tierra y bendiciendo sus retoños, y seguramente llevará a término la obra comenzada. El panorama formidable que contemplamos aquí nos habla de su fidelidad eterna. Nos habla también de la riqueza de sus dones. Dios se manifiesta desde lo alto “muestra a los extraviados la luz de su verdad para que puedan volver a su camino recto” (Colecta). Nos muestra a Jesucristo, su Verbo eterno. Nos lo muestra y nos lo ofrece en la Eucaristía; nos lo ofrece a través de las manos de María, su Madre, nuestra Madre.
(Homilía de san Juan Pablo II en el Santuario alpino de Nuestra Señora de
Barmasc el 15 de julio de 1990)


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Aplicación: P Juan Lehman V.D. - La buena semilla

El mundo de las almas es un vasto campo cultivo, en cuyo fecundo seno la semilla germina crece, florece y fructifica.

Lucha entre el bien y el mal en nuestras almas.

Si sembráis la semilla del bien, veréis brotar bendecida sementera, florida y abundante, y obtendréis consoladores frutos de buenas obras y de virtud cristiana. Sembrad el mal, y ese maldito germen se repro­ducirá terriblemente, emponzoñando el suelo y el ambiente con las hierbas maléficas del vicio y los frutos mortíferos del pecado. Es ahí, en ese vasto campo, donde se traban las reñidas luchas, en las que se ha de decidir nuestro eterno destino. El bien y el mal libran duelo a muerte en el santuario de nuestras conciencias.

Dios siembra la buena semilla. — El mismo Dios, que creó y cultivó ese campo, es el Señor que, co­mo buen padre de familia, sembró en él la simiente de la buena doctrina. Dispone de operarios, obreros evangélicos encargados de cuidar la querida sementera, por la que tanto trabajó y sufrió, hasta el sacrificio de la cruz.

El diablo siembra la cizaña. — Pero en cuanto se duermen los criados, en la tenebrosa noche de la negligencia y del egoísmo, surge audaz el renco­roso enemigo de las almas, y siembra la cizaña entre el trigo. Luego, se va. Cuando la hierba crece y da su fruto, entonces aparece la cizaña de las malas doctrinas y del escándalo. Acuden al padre de familias sus siervos extrañados y le dicen:

” ¿Por ventura, Señor, no habéis sembrado bue­na semilla en vuestro campo? ¿De dónde, pues, le viene la cizaña?”

El amo les responde: "Lo hizo mi enemigo". Insisten los criados: "¿Queréis que vayamos a arrancarla?"

¿Por qué tolera Dios el mal? — "No —les replica—, no sea que al arrancar la cizaña, con ella destruyáis también el trigo. Dejad que entrambos crezcan hasta el tiempo de la siega, y entonces yo diré a mis segadores: "Recoged primero la cizaña y atadla en haces para quemarla; después recogeréis también el trigo para depositarlo en mis graneros".

Exige a las veces la prudencia, que se tolere el mal para no comprometer el bien.

Y sin descanso prosigue la sangrienta lucha, donde tantas veces el valor flaquea y tantos corazo­nes caen vencidos al contacto mortífero de la semilla envenenada.

Cerremos, almas cristianas, nuestro campo espiritual a los sembradores de la maldad. No dejemos penetrar en nuestras almas esos gérmenes malditos de incredulidad y corrupción, que bajo mil seductoras formas engañosas procura el enemigo a todo trance introducir en nuestra heredad. ¡Alerta! Es la cizaña de que nos habla el Evangelio, mala semilla cuyos frutos perversos acarrean forzosamente la desgracia y la muerte eterna.

La Palabra de Dios

1. Necesidad de oírla. — Para salvarnos hemos de conocer, amar y servir a Dios. Esto no es posible si no oímos lo que el mismo Dios nos propone para creer y obrar. Por tanto, tan necesario es oír la palabra de Dios como salvar nuestra alma.

Pruebas de Sagrada Escritura. — Dijo el mismo Jesús: "¡Bienaventurados los que escuchan la pala­bra de Dios y la ponen en práctica!" (Luc., XI, 28).

Nuestra eterna felicidad sólo depende de que oigamos la palabra de Dios y la observemos. Jesucristo nos impone esa condición para tenernos por sus discípulos. Fue proclamada la Santísima Virgen aventurada, no tanto por ser madre de Jesucristo cuanto por guardar todas las palabras en su corazón. "Cualquiera que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana, y mi madre". (Mat., XII, 50). ¿Cómo podremos hacer la voluntad de Dios si no la conocemos? ¿Y cómo nos será posible conocer su voluntad si no oímos su palabra? Bienaventurados aquéllos que oyen la palabra de Dios y la guardan. "El que me escuchare, reposará exento de todo temor, y nadará en la abundancia, libre de todo mal". (Prov., I, 33).

"Mi pueblo no quiso escuchar la voz mía; los hi­jos de Israel no quisieron obedecerme. Y así los abandoné, dejándolos ir en pos de los deseos de su corazón, y seguir sus devaneos". (Salmo, LXXX; 12-13). Jesús claramente anuncia que la señal de la predestinación divina es oír la palabra de Dios: "Quien es de Dios, escucha las palabras de Dios. Por eso vosotros no las escucháis, porque no sois de Dios". (Juan, VIII, 47). Y añade: "Mas vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas oyen la voz mía; y yo las conozco, y ellas me siguen (Juan, X, 26-27). "Cualquiera que me ama observará mi doctrina, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos mansión dentro de él. Pero el que no me ama no practica mi doctrina". (Juan, XIV, 23-24). Estas sentencias de Cristo merecen ser pro-fundamente meditadas.

2, Cómo nos habla Dios.

a) Dios nos habla por medio de sus obras “ los cielos publican la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la grandeza de las obras de sus manos" (Salmo XVIII, 1). To­das las criaturas pregonan la existencia de Dios, su providencia y sus infinitas perfecciones. Todo cuanto en la naturaleza existe clama a nuestros oídos para que no seamos sordos ni ciegos, sino que antes bien, adoremos y amemos a nuestro Dios.

b) También nos habla Dios por medio de nuestra conciencia, en la cual con caracteres indelebles gravó la ley natural que es un reflejo de la ley eterna; la conciencia nos habla elogiándonos cuando practicamos el bien y reprobando el mal que hacemos.

c) Dios nos habla por medio del Ángel de la Guarda, a cuya tutela nos encomendó, para que desde el nacimiento hasta la muerte sea guía y compañero que nos ilumine, proteja, gobierne y conduzca en nuestra peregrinación por esta vida.

d) Dios nos habla directamente por medio de sus inspiraciones, y con su gracia preveniente. "He aquí que estoy a la puerta de tu corazón y llamo; si al­guno escuchare mi voz y me abriere la puerta, en­traré a él, y con él cenaré, y él conmigo". (Apoc., III, 20).

e) Dios nos habla por medio del sufrimiento, enseñándonos la ciencia de soportarlo todo por su amor, que es la ciencia de Jesús crucificado.

f) Dios nos habla en la meditación y oración, que es la elevación de nuestra mente hacia El, y al mismo tiempo la comunicación de El con nuestras almas. "Desciende la Santísima Trinidad hasta nosotros, cuando nosotros la buscamos. Viene dispensándonos su ayuda, su luz y sus tesoros. Y nosotros oímos, meditamos y comprendemos". (San Agustín).

g) Por los Sagrados Libros. "Dios, que en otro tiempo habló a nuestros padres en diferentes oca­siones y de muchas maneras por los profetas, nos ha hablado últimamente y en estos días, por medio de su Hijo Jesucristo, a quien constituyó heredero universal de todas las cosas, por quien crió también los siglos". (Hebr., I, 1-2). Todo lo que Dios reveló a los patriarcas y profetas está en los libros del Antiguo Testamento; los del Nuevo contienen las enseñanzas esenciales del Hijo de Dios. Por tanto, "Toda Escritura inspirada de Dios es propia para enseñar, para convencer, para corregir, para dirigir a la justicia, para que el hombre de Dios sea per­fecto, y esté apercibido para toda obra buena". (II Tim., III, 16-17).

h) Por la tradición. Más no todo lo que Jesús hi­zo se refiere en el Evangelio. "Muchas otras cosas hay que hizo Jesús, que si se escribieran una por una, me parece que no cabrían en el mundo los libros que se habrían de escribir". (Juan, XXI, 25). El Evangelio no relata todos los hechos de la vida de Cristo, especialmente los ocurridos en los cua­renta días siguientes a la resurrección, en los cua­les Jesús continuó "hablando del reino de Dios". (Hech., I, 3).Jesús encomendó a sus Apóstoles que transmitie­ran su divina palabra, no por escrito sino de viva voz, cuando les ordenó: "Id por todo el mundo; predicad el Evangelio a todas las criaturas: el que creyere y se bautizare se salvará; pero el que no creyere será condenado". (Marc., XVI, 15-16). "Estad ciertos que yo estaré siempre con vosotros, hasta la consumación de los siglos". (Mat., XXVIII, 20) .

i) La Iglesia es "columna de la verdad"; (I Tim., III, 15) por esto arguye San Agustín que nadie debe dar crédito a un Evangelio que de la Iglesia no proceda. Sólo ella puede con infalibilidad ha­blar en nombre de Dios, explicar el sentido de la Escritura, decidir si nuestras inspiraciones proce­den de Dios o del demonio, que a veces se transfor­ma en ángel de luz. De ahí se deriva la necesidad absoluta que tenemos de escuchar la palabra de Dios predicada por la Iglesia, ora en el púlpito, ora en el catecismo, ora en el confesionario. De nada valen inspiraciones interiores, lecturas espirituales, meditaciones, ni éxtasis, si no van acompañados de una perfecta docilidad a la palabra proferida por la Iglesia. Clara y terminante se alza la condenación por boca de Jesucristo: "Pero si ni a la misma Iglesia oyere, tenlo como por gentil y publicano". (Mat., XVIII, 17)

3. Cómo la hemos de oír. — En la parábola de la semilla dice Jesús que parte de ella cayó en el camino, parte sobre piedra, parte entre espinos, y parte en buen terreno. "Los granos sembrados a lo largo del camino, significan aquellos que escuchan la palabra, sí; pero viene luego el diablo, y se la saca del corazón, para que no crean y se salven".

a) La primera condición para que la palabra divina produzca fruto es que sea oída con corazón puro, con corazón recogido, no abierto a todos cual camino público, hollado por los vicios y pasiones. Sólo un corazón puro puede comprender la palabra de Dios. "Bienaventurados los que tienen puro su corazón, porque ellos verán a Dios" (Mat., V, 8), "El hombre animal no puede hacerse capaz de las cosas que son del espíritu de Dios". (I Cor., II, 14),"Los sembrados en un pedregal, son aquéllos que, oída la palabra, recíbenla, sí, con gozo; pero no echa raíces en ellos; y así creen por una temporada, y tiempo de la tentación vuelven atrás".

b) La segunda condición es tener buena voluntad, es decir, solidez en los buenos propósitos y ge­nerosidad en el amor. No basta oír la palabra de Dios con arrobamiento, admirando su grandeza. Es necesario aplicársela a sí mismo y ponerla en prác­tica con paciencia y constancia, sin pretender por eso hacerse santo de golpe.

"La semilla caída entre espinos, son los que la escucharon, pero con los cuidados, y las riquezas y delicias de la vida, al cabo la sofocan, y nunca lle­ga a dar fruto".

c) La tercera condición es ésta: Apreciar las cosas de Dios en sumo grado como cosas completamente necesarias, y despreciar las cosas del mundo. Es inútil querer conciliar a Dios con Mammón, símbolo de la riqueza, a Cristo con Belial, al cielo con el infierno. Jesús, profundo conocedor del alma humana, nos dio el medio seguro e infalible para hacer fructificar en nuestras almas su divina palabra, haciéndola producir el treinta, el sesenta y hasta el ciento por uno: Preparar primeramente, un buen terreno con la pureza del corazón, con la fir­meza de la voluntad y con la rectitud de intención. Indicó también el camino que conduce al abismo a tantas almas que oyen primero la palabra de Di y siguen después la voz del mundo; a tantas otras que en la hora de la tentación y del dolor abando­nan a Dios para seguir al mundo; y a aquellas por fin que raras veces y superficialmente prestan oídos a la voz de Dios. Todo esto produce efectos desastrosos: el corazón se endurece, la voluntad se obstina en el mal, la mente se rebela contra las verdades antes admitidas, y el alma se encamina irremisiblemente hacia la impenitencia final.
(P Juan Lehman V.D., Salió el Sembrador…, Tomo I, Ed. Guadalupe, Buenos Aires, 1946, Pág. 571).


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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La parábola del Sembrador

Jesús comienza el discurso parabólico con la parábola del sembrador. Colocado en un escenario natural muy gracioso les enseña la parábola a la multitud. Entre los oyentes están los discípulos.

Nosotros que hemos leído o escuchado la parábola del sembrador muchas veces, además, de escuchar la explicación que hace Jesús a sus discípulos en privado nos parece algo muy sencillo pero si la escucháramos por primera vez y sin explicación no nos resultaría tan sencilla.

De hecho, los discípulos no habían entendido del todo la parábola, quizá un poco mejor que la gente porque algo les iba quedando de lo que les enseñaba Jesús, a pesar de su rudeza, pero la gente que allí estaba presente seguramente no entendería mucho. Los discípulos le preguntan a Jesús porque les habla en parábolas, probablemente preocupados por lo poco que podrían entender, experimentado en ellos mismos, y Jesús les responde, más o menos, lo siguiente para que no entiendan citándole al profeta Isaías: “Oír, oiréis, pero no entenderéis, mirar, miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos han cerrado; no sea que vean con sus ojos, con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane”.

El corazón de los israelitas estaba endurecido a la Palabra de Dios como en el tiempo de Isaías, endurecimiento voluntario y culpable que causa la retirada de la gracia para entender las Escrituras y creer en el que la pronuncia. Sin embargo, al hablarles en parábolas, que para los hebreos eran como un enigma, ellas llevan a los bien dispuestos a acercarse al que las pronuncia para que se las explique y así se abre el camino a la conversión.

Los discípulos tienen la gracia de “conocer los misterios del Reino” y sus ojos “ven y oyen” lo que quisieron escuchar muchos justos del Antiguo Testamento[5]. Ellos contemplan la Palabra hecha carne y escuchan sus palabras[6], palabras de vida eterna[7]. Jesús les explica las parábolas en privado[8], pero no sólo a ellos, sino a todos los llamados al Reino, a todos los que con buena voluntad aceptan su palabra y se acercan para que se las explique, que es ya hacerse sus discípulos. Estos, a los cuales se les concede conocer los misterios del Reino, son por voluntad del Padre que así lo ha querido, los humildes[9].

Con la explicación magistral que hace Jesús de la parábola no queda mucho por decir, sin embargo, se han llenado muchas páginas explicando la parábola
del sembrador, explicaciones que enturbian la transparencia de la explicación del Señor y desarmonizan la hermosa sencillez y poesía que contiene. La explicación de Jesús como toda palabra divina es universal y eterna y su enseñanza como la de todo gran maestro es entendible por todos. Nosotros los predicadores la recortamos a un auditorio particular y por eso la enfocamos desde distintos ángulos para iluminar a un grupo de fieles o para explicitar algunas cosas que los oyentes de Cristo tenían por obvias.

La semilla es la Palabra de Dios que es esparcida por los predicadores, siguiendo a Cristo, entre los hombres. Esa Palabra va dirigida a suscitar la fe, que es la respuesta del hombre a la Revelación divina.

En algunos la Palabra no suscita la fe y en otros sí.

La Palabra que cae a orillas del camino no tiene ningún efecto porque ni siguiera prende un poquito, pues, no penetra en el corazón. Como dice el refrán “entra por un oído y sale por el otro”. ¿Por qué? Por el desinterés. El Evangelio dice “no la comprende”. Muchos no comprenden la palabra porque no les interesa comprenderla. Viven desentendidos de las cosas de Dios y ocupados únicamente en las cosas mundanas. Además ni siquiera se molestan por buscar quien les explique lo que no entienden. En ellos la siembra es inútil, al menos desde el punto de vista humano. Dios tendrá sus razones para esparcir su semilla allí donde sabe no va a brotar. Un hombre no sembraría allí. Lo que sí es cierto que siempre la palabra cumple la voluntad de Dios y el encargo para la cual Él la envía[10].

La que cae entre piedras tampoco suscita una fe auténtica. Hay una cierta conversión que lleva a recibir la semilla con alegría pero es una conversión superficial. La tierra no está limpia de piedras y por tanto es escasa como la fe superficial. Cuando viene la prueba, cuando sale el sol de la contrariedad y de la cruz, se seca como la plantita que sale entre piedras. La raíz no es profunda. Hay que crecer en vida interior para que la fe sea auténtica. No nos podemos quedar con una fe a nivel sensible, acomodada a nuestras apetencias, porque cuando la fe contradiga nuestros gustos, la abandonaremos.

La que cae entre espinas es la semilla que produce una fe inicial propensa a crecer pero es obstaculizada por los abrojos que no se han arrancado. La fe para que crezca no debe ser obstaculizada por las malas pasiones. Hay que arrancar las malas pasiones para tener una fe verdadera. Si no se arrancan las malas pasiones, que son los abrojos, terminarán ahogando la fe. Jesús pone dos pasiones que suelen comúnmente ahogar la fe de la gente: “las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas”, es decir la solicitud terrena que termina ahogando la religión. En otros serán otras pasiones, pero es necesario arrancarlas para que la fe se vaya fortaleciendo
y la semilla dé fruto.

En otros la semilla da fruto. Son los que se preocupan por proteger la semilla para que vaya brotando y se convierta en planta y luego dé fruto. La fe fuerte da muchos frutos. Unos darán treinta, otros sesenta y otros ciento según la preocupación por limpiar el terreno que es nuestra alma. En la medida que se limpia el alma la fe va creciendo, en la medida que la desocupamos de las criaturas se va llenando de Dios.

Además los frutos dependen, en el caso de dos terrenos perfectamente limpios, de la dimensión del terreno, el más grande dará más fruto. Cada hombre tiene talentos que Dios le da al crearlo, algunos diez, otros cinco y otros uno y esos talentos haciéndolos producir el ciento por uno darán diez, cinco y uno respectivamente de acuerdo a la donación de Dios.

A todos se nos pide dar frutos si queremos alcanzar la vida eterna y para
ello tenemos que preparar bien el terreno de nuestra alma. La semilla de la
palabra, si encuentra en nosotros un terreno apto, suscitará una fe firme que fructifique en unos treinta, en otros sesenta y en otros cien de acuerdo a la preocupación por tener una tierra más apta. A trabajar… a sacar piedras, a arrancar espinas y abrojos, a remover la tierra, a abonarla, que por conquistar la vida eterna no hay trabajo grande.



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Ejemplos

Introducción chocante a la primera lectura

Compartir las semillas
Un hombre tenía un sembrado de flores bellísimas. Cada día, de su cultivo salían centenares de paquetes para vender a la ciudad con las flores más bellas y fragantes que nadie pudiera conocer. Este hombre, cada año ganaba el premio a las flores más grandes y de mejor calidad y como era de esperarse, era la admiración de todos en la región. Un día, se acercó a él un periodista de un importante medio de comunicación para preguntarle el secreto de su éxito, y el hombre contestó: - Mi éxito se lo debo a que de cada cultivo saco las mejores semillas y las comparto con mis vecinos, para que ellos también las siembren. - ¿Cómo? -dijo el periodista- pero eso es una locura-. ¿Por qué comparte su mejor semilla con sus vecinos, si usted también entra al mismo concurso año tras año? ¿Acaso no teme que sus vecinos se hagan famosos como usted y le quiten su importancia?
Verá usted señor, dijo el floricultor:
- El viento lleva el polen de las flores de un sembrado a otro. Si mis vecinos cultivaran un semilla de calidad inferior, la polinización cruzada degradaría constantemente la calidad de mis flores. Si deseo cultivar las mejores y más bellas flores, debo ayudar a que mi vecino también lo haga.

Lo mismo ocurre con otras situaciones de nuestra vida. Quienes quieren lograr el éxito, deben ayudar a que sus vecinos también tengan éxito. Quienes decidan vivir bien, deben ayudar a que los demás vivan bien, porque el valor de una vida se mide por las vidas que toca. Y quienes optan por ser felices, deben ayudar a que otros encuentren la felicidad, porque el bienestar de cada uno se halla unido al bienestar de todos los demás.

Es necesario compartir nuestras mejores semillas de cualidades y virtudes para obtener una excelente cosecha que se verá reflejada en una mejor sociedad.


Confianza en la palabra de Dios
En una revista de tropas en París, el caballo de Napoleón se escapó y se fue al galope. Un soldado salió de filas, cogió el caballo de Napoleón por la brida y lo devolvió al emperador. Napoleón miró al soldado y le dijo nada más que: "Gracias, capitán". Pronto y acertado le preguntó el soldado: "?De qué regimiento?". "Regimiento de guardia", fue la breve respuesta. El soldado se presentó inmediatamente al estado mayor. "¿Qué quiere este hombre?"preguntó un oficial. Ëste hombre es capitán del regimiento de guardia". "¿Dónde tiene su nombramiento y la espada?" "No los tengo, pero tengo mucho más, tengo la palabra del emperador". Ke 2, 524


Gota por gota se ha partido
Un señor se quejaba donde un ermitaño y le pidió un consejo cómo lograr cumplir los mandamientos de Dios que todos sus esfuerzos eran en vano. El ermitaño lo llevó a un riachuelo y le dijo:" ¿Ves esta roca? Antes cerraba el paso a este hilo de agua. Pero el agua le caía gota por gota y lo ha partido. Así es la Palabra de Dios. Tienes que escucharla frecuentemente. ¡La Palabra de Dios puede romper el corazón más duro!"

Palabra de Dios - Pan de Vida
Cuentan que el emperador romano había prohibido con la amenaza de severos castigos a los cristianos que tengan una Biblia en su casa. Pero mucho cristianos la guardaban a pesar de todo y la leían a escondidas. Un día entró al pueblo un contingente de policías para revisar casa por casa. Una mujer que los veía llegar tuvo una idea ingeniosa. Ya que estaba justo preparando la masa para hornear el pan para la semana tomó la Biblia la envolvió en la masa y le introdujo en el horno. Cuando entraron los policías a la casa no encontraron Biblia alguna en la casa. Vieron nada más que pan horneándose. El día siguiente la madre sacó el pan del horno para servirlo a la familia. En medio del pan la Biblia estaba perfectamente conservada.
Todos entendían enseguida. La Biblia es el pan de la vida porque es la Palabra de Cristo. Así como el pan alimenta a los hombres diariamente de la misma manera la Palabra de Dios proclamada o leída cada día alimenta la vida eterna en los creyentes. Se pueden imaginar que aquella Biblia fue conservada de generación en generación como tesoro precioso.


Descubre tu nombre (= a ti mismo) sembrado y creciendo en la Biblia...
Beattie, el célebre filósofo escocés, quiso dar una lección intuitiva a su hijito. Sin que nadie lo notara, trazó en un rincón del jardín el nombre del niño. En el surco abierto sembró berro, y luego aplanó la tierra. Diez días después, el niño llamó con alborozo a su padre: -Mi nombre ha crecido en el jardín. Fueron ambos a verlo. -Sí - dijo Beattie -; es tu nombre. ¡Qué casualidad! Mas el niño contestó: -No puede haber casualidad. Alguien habrá preparado las semillas. -¿,Consideras que estas letras tan regulares no pueden ser efecto de la casualidad: Mira pues, hijo, a ti mismo, tus manos, tus ojos... Tan útiles, tan bien formados. ¿Pueden ser efecto de la casualidad? Ciertamente que no. -Como no lo son las letras de mi nombre. --No, no lo son. Son obra mía. La casualidad no hace nada con orden. Mas la creación fue hecha con orden; debe, pues, su existencia... -a Dios. Fue el niño quien terminó la frase.


Fue, compró y creyó
Un hindú cristiano (Sundar Singh + 1927) cuenta: "Estábamos predicando e invitamos a los oyentes a leer ellos mismos la Sagrada Escritura. Algunos nos la compraban. También lo hizo un enemigo acérrimo quien adquirió el evangelio de San Juan. Delante de todos lo rompió en pedazos. El que había vendido la Escritura estaba triste pero Sundar Singh dijo: "La Palabra de Dios es poderosa". Dos años más tarde se enteraron de lo siguiente: un hombre que por siete años había buscado la verdad caminaba por allí. Encontró un pedazo de papel que decía: "Vida eterna". Esto no lo conocen los hindúes. Luego encontró otro papelito: "Pan de vida". Mostró el papelito a uno de los presentes y preguntó de dónde venía esto. Alguien le dijo: "Son cosas impresas que venden allí", y le indicó el camino. El hombre fue, compró la Biblia y encontró la fe.


(cortestía de NBCD e iveargentina.org)


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