Domingo 12 del Tiempo Ordinario A - 'No tengan miedo' - Comentarios de Sabios y Santos: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Directorio Homilético: Duodécimo domingo del Tiempo Ordinario (A)
Exégesis: W. Trilling - Exhortación a confesar la fe (Mt 10,26-33)
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - Nada hay oculto que no se revele
Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. - Valentía y audacia ante un mundo hostil (Mt 10,26-33)
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Dar testimonio en nuestra vida diaria Mt 10, 24-33
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Directorio Homilético: Duodécimo domingo del Tiempo Ordinario (A)
CEC 852: el Espíritu de Cristo sostiene la misión cristiana
CEC 905: evangelizar con el testimonio de la vida
CEC 1808, 1816: el valiente testimonio de la fe supera el miedo y la muerte
CEC 2471-2474: dar testimonio de la Verdad
CEC 359, 402-411, 615: Adán, el Pecado Original, Cristo el nuevo Adán
852 Los caminos de la misión. "El Espíritu Santo es en verdad el
protagonista de toda la misión eclesial" (RM 21). Él es quien conduce la
Iglesia por los caminos de la misión. Ella "continúa y desarrolla en el
curso de la historia la misión del propio Cristo, que fue enviado a
evangelizar a los pobres... impulsada por el Espíritu Santo, debe avanzar
por el mismo camino por el que avanzó Cristo; esto es, el camino de la
pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolación de sí mismo hasta la
muerte, de la que surgió victorioso por su resurrección" (AG 5). Es así como
la "sangre de los mártires es semilla de cristianos" (Tertuliano, apol. 50).
905 Los laicos cumplen también su misión profética evangelizando, con "el
anuncio de Cristo comunicado con el testimonio de la vida y de la palabra".
En los laicos, esta evangelización "adquiere una nota específica y una
eficacia particular por el hecho de que se realiza en las condiciones
generales de nuestro mundo" (LG 35):
Este apostolado no consiste sólo en el testimonio de vida; el verdadero
apostolado busca ocasiones para anunciar a Cristo con su palabra, tanto a
los no creyentes ... como a los fieles (AA 6; cf. AG 15).
1808 La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la
firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de
resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La
virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso la muerte, y
de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta
la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa.
"Mi fuerza y mi cántico es el Señor" (Sal 118,14). "En el mundo tendréis
tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo" (Jn 16,33).
1816 El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella, sino
también profesarla, testimoniarla con firmeza y difundirla: "Todos vivan
preparados para confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el
camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan a la
Iglesia" (LG 42; cf DH 14). El servicio y el testimonio de la fe son
requeridos para la salvación: "Por todo aquél que se declare por mí ante los
hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los
cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante
mi Padre que está en los cielos" (Mt 10,32-33).
II "DAR TESTIMONIO DE LA VERDAD"
2471 Ante Pilato, Cristo proclama que había "venido al mundo: para dar
testimonio de la verdad" (Jn 18,37). El cristiano no debe "avergonzarse de
dar testimonio del Señor" (2 Tm 1,8). En las situaciones que exigen dar
testimonio de la fe, el cristiano debe profesarla sin ambigüedad, a ejemplo
de S. Pablo ante sus jueces. Debe guardar una "conciencia limpia ante Dios y
ante los hombres" (Hch 24,16).
2472 El deber de los cristianos de tomar parte en la vida de la Iglesia los
impulsa a actuar como testigos del evangelio y de las obligaciones que de
ello se derivan. Este testimonio es trasmisión de la fe en palabras y obras.
El testimonio es un acto de justicia que establece o da a conocer la verdad
(cf Mt 18,16):
Todos los fieles cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a
manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de su palabra al hombre
nuevo de que se revistieron por el bautismo y la fuerza del Espíritu Santo
que les ha fortalecido con la confirmación (AG 11).
2473 El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un
testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo,
muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la
verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la muerte mediante un
acto de fortaleza. "Dejadme ser pasto de las fieras. Por ellas me será dado
llegar a Dios" (S. Ignacio de Antioquía, Rom 4,1).
2474 Con el más exquisito cuidado, la Iglesia ha recogido los recuerdos de
quienes llegaron al final para dar testimonio de su fe. Son las actas de los
Mártires, que constituyen los archivos de la Verdad escritos con letras de
sangre:
No me servirá nada de los atractivos del mundo ni de los reinos de este
siglo. Es mejor para mí morir (para unirme) a Cristo Jesús que reinar hasta
las extremidades de la tierra. Es a él a quien busco, a quien murió por
nosotros. A él quiero, al que resucitó por nosotros. Mi nacimiento se
acerca...(S. Ignacio de Antioquía, Rom. 6,1-2).
Te bendigo por haberme juzgado digno de este día y esta hora, digno de ser
contado en el número de tus mártires...Has cumplido tu promesa, Dios de la
fidelidad y de la verdad. Por esta gracia y por todo te alabo, te bendigo,
te glorifico por el eterno y celestial Sumo Sacerdote, Jesucristo, tu Hijo
amado. Por él, que está contigo y con el Espíritu, te sea dada gloria ahora
y en los siglos venideros. Amén. (S. Policarpo, mart. 14,2-3).
359 "Realmente, el el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio
del Verbo encarnado" (GS 22,1):
San Pablo nos dice que dos hombres dieron origen al género humano, a saber,
Adán y Cristo...El primer hombre, Adán, fue un ser animado; el último Adán,
un espíritu que da vida. Aquel primer Adán fue creado por el segundo, de
quien recibió el alma con la cual empezó a vivir... El segundo Adán es aquel
que, cuando creó al primero, colocó en él su divina imagen. De aquí que
recibiera su naturaleza y adoptara su mismo nombre, para que aquel a quien
había formado a su misma imagen no pereciera. El primer Adán es, en
realidad, el nuevo Adán; aquel primer Adán tuvo principio, pero este último
Adán no tiene fin. Por lo cual, este último es, realmente, el primero, como
él mismo afirma: "Yo soy el primero y yo soy el último". (S. Pedro
Crisólogo, serm. 117).
Consecuencias del pecado de Adán para la humanidad
402 Todos los hombres están implicados en el pecado de Adán. S. Pablo lo
afirma: "Por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos
pecadores" (Rm 5,19): "Como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y
por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por
cuanto todos pecaron..." (Rm 5,12). A la universalidad del pecado y de la
muerte, el Apóstol opone la universalidad de la salvación en Cristo: "Como
el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así
también la obra de justicia de uno solo (la de Cristo) procura a todos una
justificación que da la vida" (Rm 5,18).
403 Siguiendo a S. Pablo, la Iglesia ha enseñado siempre que la inmensa
miseria que oprime a los hombres y su inclinación al mal y a la muerte no
son comprensibles sin su conexión con el pecado de Adán y con el hecho de
que nos ha transmitido un pecado con que todos nacemos afectados y que es
"muerte del alma" (Cc. de Trento: DS 1512). Por esta certeza de fe, la
Iglesia concede el Bautismo para la remisión de los pecados incluso a los
niños que no han cometido pecado personal (Cc. de Trento: DS 1514).
404 ¿Cómo el pecado de Adán vino a ser el pecado de todos sus descendientes?
Todo el género humano es en Adán "sicut unum corpus unius hominis" ("Como el
cuerpo único de un único hombre") (S. Tomás de A., mal. 4,1). Por esta
"unidad del género humano", todos los hombres están implicados en el pecado
de Adán, como todos están implicados en la justicia de Cristo. Sin embargo,
la transmisión del pecado original es un misterio que no podemos comprender
plenamente. Pero sabemos por la Revelación que Adán había recibido la
santidad y la justicia originales no para él solo sino para toda la
naturaleza humana: cediendo al tentador, Adán y Eva cometen un pecado
personal, pero este pecado afecta a la naturaleza humana, que transmitirán
en un estado caído (cf. Cc. de Trento: DS 1511-12). Es un pecado que será
transmitido por propagación a toda la humanidad, es decir, por la
transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia
originales. Por eso, el pecado original es llamado "pecado" de manera
análoga: es un pecado "contraído", "no cometido", un estado y no un acto.
405 Aunque propio de cada uno (cf. Cc. de Trento: DS 1513), el pecado
original no tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta
personal. Es la privación de la santidad y de la justicia originales, pero
la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus
propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al
imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es
llamada "concupiscencia"). El Bautismo, dando la vida de la gracia de
Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las
consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten
en el hombre y lo llaman al combate espiritual.
406 La doctrina de la Iglesia sobre la transmisión del pecado original fue
precisada sobre todo en el siglo V, en particular bajo el impulso de la
reflexión de S. Agustín contra el pelagianismo, y en el siglo XVI, en
oposición a la Reforma protestante. Pelagio sostenía que el hombre podía,
por la fuerza natural de su voluntad libre, sin la ayuda necesaria de la
gracia de Dios, llevar una vida moralmente buena: así reducía la influencia
de la falta de Adán a la de un mal ejemplo. Los primeros reformadores
protestantes, por el contrario, enseñaban que el hombre estaba radicalmente
pervertido y su libertad anulada por el pecado de los orígenes;
identificaban el pecado heredado por cada hombre con la tendencia al mal
("concupiscentia"), que sería insuperable. La Iglesia se pronunció
especialmente sobre el sentido del dato revelado respecto al pecado original
en el II Concilio de Orange en el año 529 (cf. DS 371-72) y en el Concilio
de Trento, en el año 1546 (cf. DS 1510-1516).
Un duro combate...
407 La doctrina sobre el pecado original -vinculada a la de la Redención de
Cristo- proporciona una mirada de discernimiento lúcido sobre la situación
del hombre y de su obrar en el mundo. Por el pecado de los primeros padres,
el diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca
libre. El pecado original entraña "la servidumbre bajo el poder del que
poseía el imperio de la muerte, es decir, del diablo" (Cc. de Trento: DS
1511, cf. Hb 2,14). Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida,
inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación,
de la política, de la acción social (cf. CA 25) y de las costumbres.
408 Las consecuencias del pecado original y de todos los pecados personales
de los hombres confieren al mundo en su conjunto una condición pecadora, que
puede ser designada con la expresión de S. Juan: "el pecado del mundo" (Jn
1,29). Mediante esta expresión se significa también la influencia negativa
que ejercen sobre las personas las situaciones comunitarias y las
estructuras sociales que son fruto de los pecados de los hombres (cf. RP
16).
409 Esta situación dramática del mundo que "todo entero yace en poder del
maligno" (1 Jn 5,19; cf. 1 P 5,8), hace de la vida del hombre un combate:
A través de toda la historia del hombre se extiend e una dura batalla contra
los poderes de las tinieblas que, iniciada ya desde el origen del mundo,
durará hasta el último día según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el
hombre debe combatir continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes
trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en
sí mismo (GS 37,2).
IV “NO LO ABANDONASTE AL PODER DE LA MUERTE”
410 Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios
lo llama (cf. Gn 3,9) y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el
mal y el levantamiento de su caída (cf. Gn 3,15). Este pasaje del Génesis ha
sido llamado "Protoevangelio", por ser el primer anuncio del Mesías
redentor, anuncio de un combate entre la serpiente y la Mujer, y de la
victoria final de un descendiente de ésta.
411 La tradición cristiana ve en este pasaje un anuncio del "nuevo Adán"
(cf. 1 Co 15,21-22.45) que, por su "obediencia hasta la muerte en la Cruz"
(Flp 2,8) repara con sobreabundancia la descendencia de Adán (cf. Rm
5,19-20). Por otra parte, numerosos Padres y doctores de la Iglesia ven en
la mujer anunciada en el "protoevangelio" la madre de Cristo, María, como
"nueva Eva". Ella ha sido la que, la primera y de una manera única, se
benefició de la victoria sobre el pecado alcanzada por Cristo: fue
preservada de toda mancha de pecado original (cf. Pío IX: DS 2803) y,
durante toda su vida terrena, por una gracia especial de Dios, no cometió
ninguna clase de pecado (cf. Cc. de Trento: DS 1573).
Jesús reemplaza nuestra desobediencia por su obediencia
615 "Como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos
pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán
constituidos justos" (Rm 5, 19). Por su obediencia hasta la muerte, Jesús
llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente que "se dio a sí mismo en
expiación", "cuando llevó el pecado de muchos", a quienes "justificará y
cuyas culpas soportará" (Is 53, 10-12). Jesús repara por nuestras faltas y
satisface al Padre por nuestros pecados (cf. Cc de Trento: DS 1529).
Exégesis: W. Trilling - Exhortación a confesar la fe (Mt 10,26-33)
26 Pero no les tengáis miedo; porque nada hay oculto que no se descubra, y
nada secreto que no se conozca. 27 Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a
plena luz; lo que escucháis al oído, proclamadlo desde las terrazas.
A veces advierte el Señor: «Guardaos», «tened mucho cuidado» (7,15; 10,17).
Aquí en cambio dice: «No tengáis miedo». Las dos cosas son necesarias. Por
una parte la prudencia en el conocimiento del adversario y el juicio sereno
de su riesgo; pero además la resistencia impertérrita en la tribulación. La
fe expulsa el temor. El conocimiento de pertenecer al Mesías y de sufrir su
propio destino da ufanía y valor. Son humildes los principios nuevos que
trae Jesús. Todos creerán poder triturar fácilmente la débil semilla. Se
revelará gloriosamente lo que ahora vive oculto y muy silencioso. Jesús hace
su obra como el sencillo siervo de Yahveh, y luego se hará potente como la
esperanza de las naciones (cf. 12,17-21). Ahora Jesús habla en la oscuridad,
pero los apóstoles deben hablar a plena luz. Deben predicar ante todo oído y
ojo lo que se les susurra al oído, a gran distancia del pueblo y de la vasta
publicidad. Es indiferente que los hombres acepten a los apóstoles o los
rechacen. Siempre es testificada por medio de los apóstoles la buena nueva,
que en último término irradiará victoriosa como el sol por la mañana.
28 No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma.
Temed más bien a quien tiene poder para hacer que perezcan cuerpo y alma en
la gehenna. 29 ¿Acaso no se venden por un as dos pajarillos? Sin embargo, ni
uno de ellos cae a tierra sin permitirlo vuestro Padre. 30 Y en vosotros,
hasta los cabellos de la cabeza están todos contados. 31 Así que no tengáis
miedo. Vosotros valéis más que muchos pajarillos.
No tengáis miedo. Esta frase se repite como un estribillo en este fragmento
(10,26.28.31). El poder de los hombres está limitado, puede desfogarse en
vosotros, pero sólo puede afectar la vida terrena (= el cuerpo). Ningún
poder humano puede destruir lo que constituye vuestro verdadero valor, la
esperanza en la vida celestial (= el alma). La destrucción de la vida
terrena no está relacionada con la destrucción de la vida eterna, con la
perdición en el infierno. Pero hay un ser que tiene poder sobre ambas vidas:
Dios, el Señor.
Él con la sentencia de su tribunal puede hacer las dos cosas: entregar todo
el hombre al infierno o llamarlo a la bienaventuranza. Debemos temerle. ¿No
es espantosa esta manera de representar a Dios? Aquí solamente se ilumina un
aspecto en la representación de Dios: el otro aspecto se nombra a
continuación en los próximos versículos: la solicitud paternal de Dios, su
benévola proximidad al hombre. Con todo en ellos se alude también al poder
soberano de Dios. Sólo cuando se ve a Dios tan grande y también se reconoce
su omnipotencia sobre la propia vida, adquiere fuerza su paternidad. Pero si
la fe expulsa el temor, ¿cómo se puede temer a Dios? ¿No es una
contradicción? El temor tiene dos formas, según la persona ante la que se
experimenta la sensación de temor. Si el temor se dirige al hombre, entonces
rebaja al alma y la llena de preocupación e inseguridad angustiosas. Este
temor destruye la fe. Pero si el temor se dirige a Dios, nos hace libres. Se
funda en la dependencia de la criatura respecto al Creador y reconoce la
sublimidad de Dios. No corroe el alma, sino que la cura, porque siempre
produce la confianza en Dios. Sólo puede amar a Dios quien también le teme.
Y viceversa el verdadero amor de Dios nunca carece de temor saludable. Los
pajarillos tienen tan poco valor, porque pueden tenerse en cantidades
enormes, así como también los lirios silvestres del campo (cf. 6,28-30).
Dios interviene aun en los más insignificantes acontecimientos, incluso en
el hecho de que un gorrión caiga del nido o sea derribado de un tiro por un
chicuelo. ¡Cuánto más estará Dios con vosotros y se preocupará por todo lo
que os sobrevenga! Incluso están contados los cabellos de vuestra cabeza. Y
si es exacto su conocimiento, no es menos solícito el amor que os tiene
dedicado. Como el amante que conoce todos los pormenores de la persona amada
y nota al instante cualquier cambio, así es Dios para nosotros. Realmente no
hay ningún fundamento para angustiarse ante los hombres, que no pueden hacer
nada sin que lo conozca el Padre...
32 Por tanto, a todo aquel que me confiese delante de los hombres, también
yo lo confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. 33 Pero a aquel
que me niegue delante de los hombres, también yo lo negaré delante de mi
Padre que está en los cielos.
El que está ante el tribunal -por causa de la fe en Jesús- también debe
confesarlo allí. No solamente cuando no hay ninguna contradicción o no
amenaza ningún peligro. La fe se acreditará precisamente en la decisión y en
el fracaso. El que así se acredita ante el tribunal humano, puede estar
confiado en el tribunal divino. Porque el mismo Jesucristo actuará en este
tribunal como un abogado y defensor ante el Padre. Jesús dice con
insistencia: delante de mi Padre. Se cambian los papeles. En cierto modo
Jesús fue acusado ante el tribunal humano, pero fue defendido por sus
testigos, ahora en cambio es a la inversa: el testigo es acusado ante el
tribunal divino, y Jesús le defiende. Se efectúa un trueque misterioso entre
los dos tribunales. ¡Qué manera tan elocuente de representar la mediación de
Jesús!
Lo mismo puede decirse a la inversa. Cristo no asiste ante el Padre en el
cielo a quien se le declara contrario y le niega ante los hombres. Cristo
también se le declarará contrario y le negará, quizás con palabras tan duras
como las que se leen en el sermón de la montaña: «Pero entonces yo les diré
abiertamente: Jamás os conocí; apartaos de mí, ejecutores de maldad» (7,23).
Pero, el Padre ¿no ha transferido el juicio al Hijo? El papel de defensor
¿es el mismo que tiene Jesús como juez del tiempo final? (cf. 3,11s; 7,22s).
Las imágenes cambian en la Escritura. Lo que antes correspondía al Padre, en
otro pasaje lo hace el Hijo, y lo que se describe como obra del Hijo, a
veces se atribuye al Espíritu Santo. Nunca se puede expresar por extenso en
una frase o imagen los misterios de Dios. Jesús es al mismo tiempo el Señor,
a quien el Padre lo ha entregado todo (cf. 28,18) y el siervo obediente, que
solamente hace la voluntad del Padre (cf. 12,18). Aquí el veredicto se
complementa con el que se lee en san Marcos: «Si alguno se avergüenza de mí
y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo
del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con
los santos ángeles» (Mar_8:38). En los dos textos está en vigor que la
suerte eterna se decide por la actitud que se adopte con él, y sólo con él.
(Trilling, W., El evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su
mensaje, Herder, Barcelona, 1969)
Comentario Teológico: Santo Tomás de Aquino - El objeto de la virtud
de la fortaleza son el temor y la audacia
Dice Aristóteles: “La fortaleza tiene por objeto el temor y la audacia”
(Ethic. II 17. III 18). En efecto, a la virtud de la fortaleza corresponde
eliminar el obstáculo que retrae a la voluntad de seguir la razón. Pero el
que uno se retraiga de algo difícil pertenece al temor, que implica el
alejamiento de un mal difícil. Por tanto, se ocupa sobre todo del temor a
las cosas difíciles, que pueden retraer a la voluntad de seguir la razón.
Por otra parte, es necesario no sólo soportar con firmeza la embestida de
estas dificultades reprimiendo el temor, sino también atacar moderadamente,
por ejemplo, cuando sea necesario eliminar esas dificultades para tener
seguridad en el futuro. Y esto parece propio de la audacia. Por tanto, la
fortaleza tiene por objeto los temores y audacias en cuanto reprime los
primeros y modera las segundas.
La fortaleza mira, sobre todo, a moderar el temor a perder la vida
Dice Andrónico: “La fortaleza es una virtud del apetito irascible que no se
arredra ante los temores de la muerte”. En efecto, es propio de la virtud de
la fortaleza proteger la voluntad del hombre para que no se aparte del bien
de la razón por temor a un mal corporal. Pero es preciso mantener con
firmeza este bien de la razón contra cualquier clase de mal, porque ningún
bien corporal puede compararse con el bien de la razón. Por tanto, es
necesario que la virtud que llamamos fortaleza sea la que conserve la
voluntad del hombre en el bien racional contra los males mayores: ya que
quien se mantiene firme ante ellos, lógicamente resistirá los males menores,
pero no viceversa; y también es propio del concepto de virtud tender a lo
máximo. Pero entre los males corporales, el más terrible es la muerte, que
suprime cualquier bien temporal. Por eso dice San Agustín: “El vínculo
corporal sacude al alma con el temor del trabajo y del dolor, para verse
libre de golpes y vejaciones; al alma, en cambio, con el temor a morir, para
que no se separe del cuerpo y sobrevenga la muerte” (De Moribus Eccl., L. 1,
c. 22). Por tanto, la virtud de la fortaleza tiene por objeto el temor a los
peligros de muerte.
(Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II, q. 123, a. 3 y 4 c)
La cobardía es pecado mortal
Por un solo pecado mortal uno merece la pena del infierno. Y esta pena se
debe a los cobardes, según palabras de Apoc 21,8: “Los cobardes, los
infieles, los abominables, etc., tendrán su parte en el estanque que arde
con fuego y azufre, que es la segunda muerte”. Por tanto, la cobardía es
pecado mortal. En efecto, el temor es pecado en cuanto desordenado, es
decir, en cuanto rehuye lo que no debiera rehuir según la razón. Ahora bien:
este desorden en el temor a veces consiste sólo en el apetito sensitivo, sin
el consentimiento del apetito racional, y en este sentido no puede ser
pecado mortal, sino sólo venial. Sin embargo, dicho desorden en el temor
alcanza a veces al apetito racional, que llamamos voluntad, la cual, por su
libre albedrío, rehuye algo en contra de la razón. Y tal desorden en el
temor unas veces es pecado mortal y otras venial. Si, pues, por el temor que
le hace huir del peligro de muerte, o de cualquier otro mal temporal, uno
está dispuesto a hacer algo prohibido o a omitir algo preceptuado en la ley
divina, tal temor es pecado mortal. En los otros casos será venial.
(Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II, q. 125, a. 3 c)
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - Nada hay oculto que no se
revele
Otro consuelo da seguidamente el Señor a sus discípulos no menor que el
pasado. En realidad, éste era el más grande; pero como no estaban aún ellos
muy hechos a su filosofía divina, necesitaban de otro que pudiera
reanimarlos, y éste es el que les propone ahora. Aparentemente, lo que va a
decir el Señor tiene un carácter general; sin embargo, no habla ahí de todas
las cosas en general, sino sólo del asunto de que entonces trataba. ¿Qué
dice en efecto? No los temáis, porque nada hay oculto que no haya de
revelarse; nada hay escondido que no haya de conocerse. Como si dijera: Para
vuestro consuelo, basta que yo, que soy vuestro maestro y señor, haya
recibido las mismas injurias que vosotros; mas, si todavía os duele oírlas,
considerad también una cosa, y es que poco tiempo ha de pasar sin que os
veáis libres de tales sospechas. ¿De qué os doléis, efectivamente? ¿De qué
os llamen hechiceros y embaucadores? Pues aguardad un poco, y todos a una
voz os proclamarán por salvadores y bienhechores de toda la tierra.
El tiempo saca a la luz cuanto se oculta en las sombras y él demostrará la
calumnia de vuestros enemigos y hará patente vuestra virtud. Porque cuando
los hechos mismos demuestren que vosotros habéis sido los luminares y
bienhechores del mundo y que practicasteis todas las virtudes, los hombres
no atenderán a las palabras de vuestros enemigos, sino a la verdad de los
hechos. Y entonces ellos aparecerán como sicofantas, embusteros y
maldicientes, y vosotros más brillantes que el sol. El largo tiempo será el
que os descubra y os proclame, él el que dará en favor vuestro una voz más
clara que la de una trompeta y el que hará a todos los hombres testigos de
vuestra virtud. No os abatáis, pues, por lo que ahora digan contra vosotros;
levantad más bien la esperanza de los bienes por venir. Porque es imposible
que vuestra virtud quede para siempre escondida.
LIBERTAD CON QUE HABÍAN DE PREDICAR LOS APÓSTOLES
2. Una vez, pues, que hubo el Señor librado a sus apóstoles de toda
angustia, de todo temor y preocupación; una vez que los hubo hecho
superiores a toda injuria, creyó venido el momento de hablarles de la
libertad, con que habían de predicar su doctrina: Lo que yo os digo—dice—en
las sombras, decidlo vosotros en la luz; y lo que oís al oído, pregonadlo
por los tejados. Realmente, ni había sombras cuando el Señor les hablaba ni
tampoco conversaba con ellos al oído.
Se trata de una hipérbole de lenguaje. Como conversaba con ellos solos y
allá en un rincón de Palestina, de ahí que pudiera ahora hablar de cosas
dichas entre sombras y al oído. Era comparar el modo como entonces los
instruía con la libertad de palabra que luego habían de tener y que Él mismo
les daría. Porque vosotros—les dice—no predicaréis a una, a dos o a tres
ciudades, sino al mundo entero, recorriendo tierra y mar, lo habitado y lo
inhabitado, hablando a cara descubierta y con toda libertad, a tiranos y
pueblos, a filósofos y a oradores. Por eso dijo: Sobre los tejados. Y: En la
luz, sin disimulo ninguno, con toda libertad. Y ¿por qué no dijo solo:
Pregonadlo sobre los tejados y decidlo en la luz, sino que puso antes lo de
que les hablaba entre sombras y ellos oían al oído? Porque de este modo
quería levantar sus pensamientos.
Como les decía en otra ocasión: El que cree en mí, las obras que yo hago
también las hará él, y aún mayores que éstas hará*1; así también aquí les
quiere dar a entender que todo lo ha de hacer por medio de ellos, y hasta
más que por sí mismo. Los principios—les dice—y como los preludios los he
puesto yo, pero lo más importante lo quiero llevar a cabo por medio vuestro.
Este lenguaje no es ya solo de uno que manda, sino de profeta que predice lo
por venir y que infunde aliento con sus palabras y les hace ver a los suyos
que en todo habían de salir vencedores. Y esto era también enterrar
definitivamente toda su angustia por la maledicencia. Porque así como esta
predicación, oculta al principio, había luego de invadirlo todo; así, por
lo contrario, las calumnias de los judíos se desvanecerían rápidamente.
NO TEMER A QUIENES NO PUEDE MATAR EL ALMA
Ya, pues, que ha animado el Señor y levantado a sus apóstoles, nuevamente
les profetiza los peligros por que habrían de pasar, y nuevamente también
presta alas a sus almas y los levanta por encima de todas las cosas. Pues
¿qué les dice? No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el
alma. ¡Mirad cómo los pone .por encima de todo! Porque no les persuade a
despreciar sólo toda solicitud, y la maledicencia, y los peligros, y las
insidias, sino a la muerte misma, que parece ser lo más espantoso de todo. Y
no sólo la muerte en general, sino hasta la muerte violenta. Y no les dijo
simplemente: "Se os matará", sino que todo lo expresó con la magnificencia
que dice con Él mismo: No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden
matar el alma. Temed más bien al que puede echar alma y cuerpo en el
infierno. Como lo hace siempre, también aquí lleva su razonamiento al
extremo opuesto. Porque ¿qué es lo que viene a decir? ¿Teméis la muerte, y
por eso vaciláis en predicar?
Justamente porque teméis la muerte, tenéis que predicar, pues la predicación
os librará de la verdadera muerte. Porque, aun cuando os hayan de quitar la
vida, contra lo que es principal en vosotros, nada han de poder, por más que
se empeñen y porfíen. De ahí que no dijo: "No temáis a los que no matan",
sino: a los que no pueden matar el alma. Es decir, que, aun cuando quieran,
no han de lograrlo. De suerte que, si temes el suplicio, teme el que es
mucho más grave que la muerte del cuerpo. Mirad cómo tampoco aquí les
promete el Señor librarlos de la muerte. No, permite que mueran; pero les
hace merced mayor que si no lo hubiera permitido. Porque mucho más que
librarlos de la muerte es persuadirlos que desprecien la muerte. Así, pues,
no los arroja temerariamente a los peligros, pero los hace superiores a todo
peligro. Y notad como con una breve palabra fija el Señor en sus almas el
dogma de la inmortalidad del alma y cómo, plantada en ella esa saludable
doctrina, pasa a animarlos por otros razonamientos.
LA CONFIANZA EN LA PROVIDENCIA DEL PADRE
Y, en efecto, porque no pensasen que, si morían y se los pasaba a cuchillo,
se debía a estar abandonados de Dios, nuevamente habla el Señor de su
providencia, diciendo: ¿No es así que dos pajarillos se venden por un as? Y,
sin embargo, ni uno de ellos caerá en el lazo sin permisión de vuestro
Padre, que está en los cielos. En cuanto a vosotros, a n los cabellos de
vuestra cabeza están contados todos. Como s dijera: ¿Qué cosa de menos valor
que unos pajarillos? Y, sin embargo, ni ésos serán cogidos en el lazo sin
conocimiento de vuestro Padre. No dice que sea Dios quien los haga caer en
el lazo, pues ello sería indigno de Dios, sino que nada de cuanto acontece
le pasa inadvertido.
Si, pues; Dios no ignora nada de cuanto acontece y a vosotros os ama con más
sincero amor que el de un padre, y hasta tal punto os ama que tiene contados
los cabellos de vuestra cabeza, no hay motivo para que temáis. Más tampoco
quiso decir que Dios cuente realmente uno por uno nuestros cabellos. Con
esas palabras quiso el Señor ponerles de manifiesto el cabal conocimiento y
la grande providencia que de ellos tenía. Si, pues, Él sabe todo lo que os
pasa y puede y quiere salvaros, sufráis lo que sufráis, no penséis que lo
sufrís por estar de Él abandonados. Realmente, no quiere el Señor librar a
los suyos de sufrir, sino enseñarles a menospreciar el sufrimiento, pues
ésta es sin duda la más cabal liberación del sufrimiento. No temáis, pues;
vosotros valéis más que muchos pajarillos. ¿Veis cómo ya el miedo se había
apoderado de los apóstoles? Bien conocía el Señor los secretos de su alma.
De ahí que prosiguiera: No los temáis, pues. Aun cuando lleguen a dominaros,
sólo dominarán lo que hay de inferior en vosotros, es decir, vuestro cuerpo.
Y éste, aun cuando no lo mataran vuestros enemigos, la naturaleza vendrá sin
remedio a arrebatároslo.
EXHORTACIÓN AL TEMOR DE DIOS
3. De manera que ni aun en eso tienen vuestros enemigos verdadero poder,
sino que se lo deben a la naturaleza. Y si eso temes, mucho más es razón que
temas lo que es más que eso; que temas al que puede echar alma y cuerpo en
el infierno. No dice claramente el Señor ser Él quien tiene ese poder de
echar cuerpo y alma en el infierno; pero por lo que anteriormente ha
afirmado, bien claramente da a entender que Él es el juez. Mas ahora sucede
todo lo contrario: al que puede perder, es decir, castigar nuestra alma, no
le tememos; en cambio, temblamos ante quienes tienen poder de matar el
cuerpo. Y, sin embargo, Dios castiga juntamente alma y cuerpo; más los
hombres, no ya al alma, al cuerpo mismo, no son capaces de castigarle. Le
podrán infligir mil suplicios; pero con eso sólo conseguirán aumentar su
gloria. ¿Veis cómo el Señor les hace fáciles los combates? Sin duda, el
espectro de la muerte había abatido a los discípulos—una muerte que todavía
respiraba fiereza—, pues no había aún sido domada, y los que luego habían
de despreciarla, no habían aún recibido la gracia del Espíritu Santo.
CONFESAR A JESÚS ANTE LOS HOMBRES
Ahora, pues, que el Señor ha expulsado del alma de sus discípulos el miedo y
la angustia que la agitaba, nuevamente los anima por lo que sigue,
expulsando un temor por otro temor, si bien no sólo por temor, sino también
por la esperanza de grandes bienes. Así, con gran autoridad les amenaza, y
por uno y otro lado, por el temor y la esperanza, los incita a la libertad
con que han de decir la verdad y les dice: Todo aquel que confesare por mí
delante de los hombres, yo también le confesaré a él delante de mi Padre,
que está en los cielos. No los exhorta, pues, solamente con la perspectiva
del premio, sino también con la contraria, y de hecho termina por lo triste.
Y notad la precisión de sus palabras, pues no dijo: "El que me confesare a
mí", sino: El que confesare por mí, con lo que dio a entender que el que
confiesa, no confiesa por propia virtud, sino porque es ayudado de lo alto.
En cambio, hablando del que le niega, ya no dijo: "El que negare por mí,
sino: El que me negare a mí, porque el que niega, por estar abandonado de la
gracia niega. —Entonces dirás— ¿qué culpa tiene el que niega, si niega
por haber sido abandonado? —Tiene culpa, porque el haber sido abandonado
dependió del mismo que fue abandonado. —Mas ¿por qué razón no basta la fe
interior, sino que nos exige también el Señor que le confesemos con la boca?
—Es que quiere prepararnos para la libertad de palabra, para mayor amor y
prontitud, para mayor elevación de nuestra alma. De ahí que ahora habla con
todos sin excepción y no sólo personalmente a los apóstoles. No sólo a sus
discípulos, sino también a los discípulos de éstos, trata el Señor de
hacerlos generosos. Y es así que quien se penetre de esta palabra del Señor,
no sólo enseñará con libertad, sino que todo lo sufrirá fácil y
animosamente. De hecho, el haber creído esa palabra atrajo a muchos hacia
los apóstoles.
Y, en efecto, la dilación del castigo aumenta el suplicio; pero la dilación
del premio aumenta la recompensa. Y es que, como con el tiempo gana el que
hace bien, y el pecador cree también ganar por el aplazamiento del castigo,
el Señor vino a introducir un como equilibrio o, por mejor decir, una mayor
ventaja, cual es el aumento de las recompensas. ¿Has ganado ya—parece
decirte—por el hecho de haberme confesado primero en el mundo? Pues aún te
haré ganar yo más al darte mayor recompensa, e inefablemente mayor, pues yo
te confesaré en el cielo. ¿Veis cómo bienes y males están reservados para la
eternidad? ¿A qué, pues, corres y te apresuras? ¿A qué buscar aquí
recompensa, cuando es la esperanza la que te salva? No, si haces algún bien
y no recibes el galardón en esta vida, no te turbes, pues te espera en la
otra una recompensa con creces. Y si haces algún mal y no sufres el castigo,
no por eso seas negligente, pues si no te conviertes y corriges, te espera
el castigo en la eternidad.
Si no lo crees, conjetura lo por venir por lo presente. En efecto, si en el
tiempo de los combates, tan gloriosos son los que confiesan a Cristo,
considera cómo serán en la hora de las coronas. Y si ahora aplauden hasta
los enemigos, ¿cómo no te admirará y proclamará el que te ama con amor
mayor que el de todos los padres? Allí, allí están las recompensas de
nuestras buenas obras; allí también los castigos de las malas. Aunque, a
decir verdad, los que niegan a Cristo, sufren en ésta y en la otra vida: en
ésta, porque viven con el torcedor de su mala conciencia, y, aunque de
pronto no mueran, han de morir sin remedio; y en la otra, porque se los
condenará a eterno suplicio. Los que le confiesan, en cambio, ganan aquí y
en la eternidad. Aquí, porque mueren, y su muerte los hace más gloriosos
que los mismos que viven, y en la eternidad, porque gozarán de bienes
inefables. Porque Dios no está dispuesto sólo a castigar, sino también a
premiar, y más se inclina al premio que al castigo. Mas ¿por qué razón el
premio sólo una vez lo puso el Señor, y el castigo dos? Porque sabía que sus
oyentes se corregían mejor de ese modo. Por eso, después de haber dicho:
Temed al que puede arrojar cuerpo y alma al infierno, todavía añadió: Yo
también le negaré. Así hacía. También Pablo, que recuerda continuamente el
infierno.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (I), homilía
34, 1-3, BAC Madrid 1955, 682-91)
*1- Jn 14,12
Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. - Valentía y audacia ante un
mundo hostil (Mt 10,26-33)
Introducción
El capítulo 10 de San Mateo, al cual pertenecen los versículos presentados
en el evangelio de hoy, constituye una unidad literaria en sí misma. En
efecto, el bloque literario anterior a este capítulo 10 está constituido por
los capítulos 8 y 9, donde se narran diez milagros en forma sucesiva. Y en
11,1 comienza claramente otra sección, ya que en ese versículo se dice que
Jesús terminó de dar instrucciones a sus discípulos y se marchó a predicar a
otras ciudades.
El tema fundamental de este capítulo 10 de San Mateo es el envío que Jesús
hace de sus Doce Apóstoles*1 a dar testimonio de Él y a predicar su Palabra.
Con toda claridad lo dice San Mateo: “A estos Doce envió Jesús” (Mt 10,5). Y
el mismo Jesús lo dice: “Yo os envío” (Mt 10,16).
El envío que Jesús hace es para predicar o anunciar el evangelio. Lo dice
dos veces en este capítulo 10 de San Mateo: “Id y predicad: ‘El Reino de los
Cielos está cerca’” (Mt 10,7). “Lo que escuchasteis al oído, predicadlo
desde las azoteas” (Mt 10,27). Marcos también lo dice con toda claridad:
“Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar”
(Mc 3,14).
1. Enviados a predicar
El verbo griego que usa aquí el evangelista para expresar la acción de
enviar es el verbo apostéllo. En la Biblia griega de los LXX, traducción
autorizada de la Biblia hebrea del AT, se usa el verbo apostéllo para
traducir el verbo hebreo salah. El verbo salah se usa en el AT para expresar
el envío que Yahveh hace de los profetas a predicar. El verbo salah “no
indicaba puramente el envío en sí, sino que subrayaba el encargo o
investidura del enviado, que adquiría para aquella tarea concreta y
determinada la misma autoridad que la persona mandante”*2. En este caso, la
persona mandante era Yahveh. Se usa especialmente “para indicar con este
verbo la misión de los profetas de Israel para hablar en nombre de Dios”*3.
Por lo tanto, enviar, en sentido bíblico, significa:
- que se trata de una persona que ha sido llamada
- ha sido vinculada estrechamente al que va a enviar
- ha sido revestida con la autoridad del que envía y, por lo tanto…
- hace las veces del que envía;
- es enviado para una misión muy concreta asignada por el que envía y…
- tiene que volver a dar cuentas de su misión.
Todo esto se aplica a los Apóstoles de una manera más estricta todavía que a
los profetas del AT, dado que la misma palabra ‘apóstol’ (en griego,
apóstolos), el nombre con el que el mismo Cristo los llamó (Lc 6,13), es un
término que proviene del verbo apostéllo y que, por lo tanto, significa,
‘enviado’.
Y la misión que Jesús les asigna a estos ‘Apóstoles’, a estos ‘enviados’ es
la de predicar o anunciar el Reino de Dios, es decir, el Evangelio[4], tal
como queda de manifiesto en los textos ya citados de Mt 10,7.27; Mc 3,14.
Esta predicación los Apóstoles la harán con la misma autoridad de
Jesucristo*5.
Pero apóstoles no son solamente los Doce. Todo discípulo del Señor, el
simple bautizado, también es enviado al mundo para predicar, anunciar y
proclamar el Evangelio con la misma autoridad de Jesucristo. Esto queda
claro en Lc 10,1, donde Jesucristo envía a 72 discípulos que se distinguen
claramente de los Doce: “Después de esto, designó el Señor a otros 72, y los
envió (verbo apostéllo) de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y
sitios a donde él había de ir” (Lc 10,1). Al decir, ‘otros 72’ Lucas tiene
la intención de diferenciarlos de los Doce apóstoles. Por lo tanto, los 72
también son apóstoles, no en el sentido jerárquico, pero sí en el sentido de
que son enviados (= apóstoles) a predicar el Evangelio. San Pablo, al menos
una vez, llama a simples bautizados, apóstoles. Y entre ellos se encuentra
una mujer. Dice San Pablo: “Saludad a Andrónico y Junia, mis parientes y
compañeros de prisión, ilustres entre los apóstoles” (Rm 16,7). Y en el
momento culmen de su partida al cielo, Jesucristo deja un mandato que, con
toda evidencia, es para todo discípulo: “Y les dijo: Id por todo el mundo y
proclamad (verbo kerýsso) la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,15).
En el Ritual del Bautismo hay un rito conocido como el ‘Éfeta’ que
representa el envío que todo bautizado recibe para predicar el evangelio. En
este rito, que es la repetición de un gesto del mismo Jesús (cf. Mc
7,33-34), el celebrante toca al bautizado la boca y los oídos, y le dice:
“El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te permita,
muy pronto, escuchar su Palabra y profesar la fe para gloria y alabanza de
Dios Padre”. De esta manera, hay en el Bautismo un envío claro a confesar la
fe y a dar testimonio de Cristo con la predicación.
Por lo tanto, cada uno de nosotros, cada bautizado ha sido enviado por Jesús
al mundo a predicar el Evangelio con la misma autoridad de Jesucristo. Cada
uno de nosotros es apóstol en sentido estricto. Por esta razón, todo lo
dicho por Jesús en este capítulo 10 de San Mateo se aplica a la letra a cada
uno de nosotros.
2. No tener miedo ante la hostilidad del mundo
Pero Jesucristo nos anuncia con muchísima claridad que el anuncio del
Evangelio encontrará una gran hostilidad por parte del mundo.
Las primeras palabras del evangelio de hoy en el Leccionario de uso en
Argentina dicen así: “No teman a los hombres”. La Iglesia ordena así estas
palabras para poder hacer que el resto del texto evangélico sea entendible.
Pero no se refiere a los hombres en general, sino a unos hombres concretos.
En realidad, el texto original dice así: “Pero no tengáis miedo a
aquellos”*6. ¿Quiénes son ‘aquellos’? Son los hombres que en los versículos
anteriores se mencionan como enemigos y perseguidores del apóstol cristiano.
Y el ‘pero’ hace mención al tipo de enemistad y persecución que recibirá el
apóstol cristiano. El ‘pero’ significa: ‘A pesar de la hostilidad de
aquellos hombres, no les tengáis miedo’.
¿Quiénes son, concretamente, los enemigos a los que no hay que tener miedo?
Esos hombres están retratados sobre todo en los versículos 14-25, los más
próximos al texto del evangelio que hemos leído hoy. Son aquellos que no van
a recibir la Palabra de Cristo. Son aquellos que se comportarán con el
apóstol como un lobo se comporta con un cordero. Son aquellos que
considerarán al apóstol, por el solo hecho de predicar el Evangelio, como un
delincuente digno de ser procesado y condenado. Incluso dentro de la misma
familia habrá quienes considerarán al apóstol como un malhechor y no tendrán
compasión de él, aun cuando fueran hermanos o padres del apóstol. Son éstos
los hombres de los que Jesús habla y a los cuales no hay que tener miedo.
Jesús advierte con absoluta franqueza el destino que le espera al apóstol si
quiere realmente predicar el Evangelio. El verdadero apóstol, que no esconde
la doctrina de Jesucristo, será odiado por todos. Y correrá la misma suerte
que su Maestro y Señor, Jesucristo, a quien acusaron de estar endemoniado
(Mt 12,24). “A estos hombres, dice Jesús, no les tengáis miedo”.
El ‘¡No tengáis miedo!’ de Jesucristo se presenta como un ritornello o un
estribillo en la exhortación que hace a los enviados a predicar, es decir, a
los apóstoles, en este capítulo 10 de San Mateo. Y las tres veces comparecen
en el evangelio del domingo de hoy (Mt 10,26.28.31). Por esta razón podemos
afirmar que el mensaje central del evangelio que la Iglesia nos presenta hoy
es la exhortación a no tener miedo de aquellos hombres que se oponen y
persiguen a los apóstoles enviados a predicar el Reino de Dios. El hecho de
que se repita tres veces esta exhortación indica insistencia por parte del
Espíritu Santo, que es el autor principal del texto bíblico.
3. Parresía
Jesucristo no se contenta con exhortar a evitar el miedo, sino que les pide
a los apóstoles algo más: audacia para predicar el evangelio. Por eso les
dice: “Hablen a la luz del día y prediquen desde las azoteas” (Mt 10,27).
San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, dice que al diablo no
sólo hay que resistirle sino incluso derrocarlo, es decir, voltearlo de la
roca en la que se hace fuerte*7. No sólo hay que tener la actitud firme del
que se defiende y resiste, sino que se debe pasar al ataque para hacer huir
al enemigo y, si es posible, aniquilarlo*8. Aquí es más cierto que nunca
aquel axioma que se usa en los deportes: no hay mejor defensa que un buen
ataque. El ‘predicar desde las azoteas’ del que habla Cristo suena parecido
al ‘quitar de la roca’ del que habla San Ignacio. Para ‘predicar desde las
azoteas’ primero hay que derrocar al enemigo que está en la azotea. El ganar
las alturas es siempre un objetivo primario en el combate. Desde allí se
domina al enemigo. Jesucristo exhorta no sólo a no tener miedo sino a pasar
al ataque y conquistar la altura de las colinas para, desde allí, prevalecer
sobre el enemigo.
San Ignacio tiene otra semejanza que expresa la misma idea. En la regla nº
12 de las Reglas de Discernimiento para la segunda semana dice que para
poder vencer al diablo hay que hacer ‘lo diametralmente opuesto’ a lo que el
diablo sugiere con su tentación*9. No basta con decirle que no a lo que
sugiere, sino que, además, hay que hacer todo lo contrario de lo que
insinúa. Si no se hace esto no sólo que se cede a la tentación, sino que el
diablo se envalentona tanto que “no hay bestia tan fiera sobre la faz de la
tierra como el enemigo de natura humana, en prosecución de su dañada
intención con tan crecida malicia”, como dice San Ignacio textualmente en el
lugar recién citado*10. Algo así pasa con el predicador: no sólo no debe
tener miedo, no sólo debe resistir el ataque de ‘aquellos hombres’
perseguidores, sino que debe ganar las alturas (= las azoteas) y predicar a
la vista de todos con una voz tan alta que a los enemigos no les quede otro
remedio que retirarse derrotados. Si no se hace esto, no sólo estaremos
callando el Evangelio, sino que estaremos ‘agrandando’ al enemigo y
excitándolo para que nos persiga con mayor encarnizamiento.
Creo que debemos preguntarnos si los feroces ataques que está sufriendo la
Iglesia Católica hoy, año 2017, sobre todo desde ‘las azoteas’ de los mass
media, no se deben a una actitud timorata de nosotros, apóstoles de hoy,
actitud que consiste en estar siempre a la defensiva, que no pasa al ataque,
que no busca derrocar al enemigo, que no hace el oppósitum per diámetrum.
Sin duda que Jacques Maritain ha hecho mucho mal en este sentido exponiendo
una doctrina según la cual el mundo actual es ‘vitalmente cristiano’ y
camina, de modo necesario, según él, al progreso indefinido. Esto lo hace
sobre todo en sus libros “Humanismo Integral” y “Cristianismo y
democracia”*11. Si ni siquiera somos capaces de identificar al enemigo y lo
confundimos con tropas amigas, mal podremos hacerle el agere contra o el
oppósitum per diámetrum. Mucho de esta actitud indolente ante los ataques
del mundo procede de esta actitud maritainiana de conformismo con el mundo.
Los Apóstoles comprendieron bien esta enseñanza de Jesús de subirse a las
azoteas a plena luz del día y gritar con fuerza la consoladora verdad del
Evangelio. La comprendieron y la pusieron en práctica de una manera egregia.
El original griego del NT tiene una palabra específica para expresar esta
valentía en el proclamar el Evangelio. Esa palabra es parresía. Los
Apóstoles la pidieron insistentemente al Espíritu Santo, y el Espíritu Santo
se las dio: “Y ahora, Señor, ten en cuenta las amenazas de estos hombres y
concede a tus siervos que puedan predicar tu Palabra con toda valentía
(parresía)*12 Acabada su oración, retembló el lugar donde estaban reunidos,
y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la Palabra de Dios
con valentía (parresía)” (Hech 4,29.31)*13.
Los Apóstoles hicieron esto siguiendo el ejemplo del Maestro. En efecto,
después de haber sido entregado, cuando el Sumo Sacerdote le pregunta acerca
de su doctrina, Jesús responde: “Yo hablé al mundo con parresía” (Jn 18,20),
es decir, valientemente, con toda claridad, a plena luz del día y
públicamente.
La palabra parresía proviene de otras dos palabras griegas: pan, ‘todo’, y
rema, ‘decir’, ‘hablar’. El sentido literal de este término, brotado
inmediatamente de su etimología es ‘hablar o decir todo’ y quiere indicar,
en primer lugar, el ‘decir todo’ en el sentido de ‘no guardarse nada’. Por
eso, el significado primero de este sustantivo es ‘libertad plena en el
hablar’. Hablar con parresía significa entonces, ‘hablar con total libertad
interior, sin esconder ni callar nada de lo que se considera que hay que
decir’. La palabra parresía implica desde su concepción etimológica el
compromiso con la verdad. Por eso podemos decir que parresía en su sentido
pleno es la ‘libertad de espíritu para decir la verdad’.
Dado que tener libertad de espíritu para decir la verdad requiere ‘valentía’
y ‘franqueza’, parresía también puede indicar estas dos virtudes. Incluso en
algunos casos es usada como ‘audacia’. Hablar con franqueza también requiere
‘confianza’ y ‘seguridad’ y por eso en algunos casos también es usada con
esos sentidos. La parresía así entendida traerá ciertamente peligros. Muchas
veces se entiende, entonces, la parresía como la actitud del espíritu que
pone a alguien en peligro de muerte, como es el caso de los Apóstoles en los
textos de los Hechos de los Apóstoles recién citados (Hech 4,21-31).
Todos estos sentidos de la palabra parresía se aplican a Cristo en Jn 18,20
(y otros pasos) y a los Apóstoles en Hech 4,29.31. Libertad de espíritu para
decir la verdad, franqueza, valentía, confianza en el hablar, seguridad en
el modo de decir las cosas y ausencia de miedo ante el peligro de muerte que
se cierne sobre ellos al decir la verdad: todo esto brilla en Cristo y los
Apóstoles cuando deben predicar el Evangelio.
Y el agere contra y el oppósitum per diámetrum les dio resultado a los
Apóstoles, porque dejaron boquiabiertos a los enemigos. En efecto, luego de
haber sido aprehendidos y puestos en la cárcel, cuando los llaman a
comparecer ante el Sanedrín en medio de amenazas, Pedro toma la palabra y
les dice frontalmente que fueron ellos los que crucificaron a Jesucristo. Y
entonces dice el narrador, San Lucas: “Viendo los miembros del Sanedrín la
valentía (parresía) de Pedro y Juan, y sabiendo que eran hombres sin
instrucción ni cultura, estaban maravillados” (Hech 4,13). Fue la parresía y
no la erudición lo que paralizó a los enemigos*14.
Conclusión
“No tengáis miedo, no tengáis miedo, no tengáis miedo”; tres veces nos dice
Jesucristo estas palabras en el evangelio de hoy*15, en el corto lapso de 6
versículos. A los mismos Apóstoles, Jesucristo los va a reprender con
franqueza por haber tenido miedo ante la tormenta que azotó la barca en
medio del Mar de Galilea, y les dirá frontalmente: “¿Por qué sois cobardes?”
(Mc 4,40).
El siglo XX, muy cercano todavía a nosotros, a causa de la persecución
comunista al cristianismo, fue el siglo de la mayor persecución religiosa de
la historia de la Iglesia, después de las persecuciones de los primeros
tiempos. Y el siglo XXI en el cual vivimos no se diferencia mucho del siglo
anterior.
Incluso, hay quienes piensan que la situación actual es peor que la de los
cristianos de las persecuciones romanas y las persecuciones comunistas, como
es el caso del ex - Arzobispo de Toledo y primado de España, Mons. Antonio
Cañizares Llovera. Mons. Cañizares denunció las amenazas que sufre la
Iglesia por parte de los poderes y medios de comunicación social, que “están
incluso dispuestos a despedazar a la Iglesia”*16. Mons. Cañizares explicó
que “la Iglesia en su peregrinar a lo largo del siglo XX y comienzos del
XXI padeció muchas persecuciones y tuvo que lidiar dura batalla contra el
poder de las tinieblas, pero nunca tal vez en la historia se vio acosada
como en este período”. Pero, según el ex – Primado de España, lo que está
pasando ahora la Iglesia en España es incluso más grave que lo que pasó la
Iglesia durante la guerra civil e incluso las otras tribulaciones que ha
tenido que pasar la Iglesia a lo largo de la historia.
Y el P. Buela concluye: “Las cosas no están nada bien y, tal vez, podría
estar gestándose una persecución cruenta aquí en Europa. (…) Estamos
realmente en una situación más difícil de lo que la inmensa mayoría piensa.
Hay que prepararse para los momentos difíciles que nos puedan tocar, para
ser fieles como los santos mártires, que fueron fieles a Cristo hasta el
derramamiento de la sangre”*17.
Uno de los primeros en hablar de ‘cristofobia’ en Europa fue un estudioso
norteamericano de religión judía, al ver el encarnizamiento con que los
jefes de Estado europeos se oponían a la mención del cristianismo en la
constitución europea*18.
Mons. Aguer denuncia con valentía (= parresía) la presencia de esta
‘cristofobia’ en el mundo actual: “Últimamente se ha desatado en todo el
mundo una ola prepotente, impúdica, de desprecio y odio a Jesucristo. No
sólo a la Iglesia o a los cristianos, sino al mismo Cristo”. Y todo esto
sostenido por “la flojedad, la desidia, la inacción de los cristianos, que
sufren sin chistar que se insulte a su Señor y que se manoseen las
realidades más santas de la religión” *19.
Un gran luchador de los valores cristianos, Alexander Solzhenytsin, que
sobrevivió a la gran persecución comunista en Rusia, habla de ‘el declive de
la valentía en Occidente’. Dice él: “La merma de coraje puede ser la
característica más sobresaliente que un observador imparcial nota en
Occidente en nuestros días. El mundo Occidental ha perdido en su vida civil
el coraje, tanto global como individualmente. (…) Tal descenso de la
valentía se nota particularmente en las élites gobernantes e intelectuales y
causa una impresión de cobardía en toda la sociedad. (…) ¿Habrá que señalar
que, desde la más remota antigüedad, la pérdida de coraje ha sido
considerada siempre como el principio del fin?”*20.
La respuesta a esta realidad tiene una sola palabra: parresía. Los macabeos
habían recibido también el don de la parresía y eso los llevó a pasar al
ataque con un denuedo nunca visto. Dice el Espíritu Santo en el texto
bíblico: “Todos a una bendijeron a Dios misericordioso; y sus almas se
llenaron de valentía (parresía), de tal forma que se sentían capaces de
acometer no sólo a hombres, sino a fieras y aun a penetrar los muros de
hierro” (2Mac 11,9). Esta misma parresía es necesaria para el día de hoy.
Pidámosle a la Virgen María la gracia de tener la misma parresía que tenían
los macabeos.
*1- ‘Doce Apóstoles’ escrito con mayúsculas
porque son el núcleo de la constitución jerárquica de la Iglesia.
*2- Leonardi, G., Voz Apóstol / Discípulo, en
Nuevo Diccionario de Teología Bíblica, Ediciones Paulinas, Madrid, 1990, p.
144 – 145.
*3- Leonardi, G., Voz Apóstol / Discípulo…, p.
145.
*4- El verbo que San Mateo y los otros
evangelistas usan para decir ‘predicar’ o ‘anunciar’ es el verbo griego
kerýsso. Éste verbo significa ‘predicar’, ‘anunciar’, ‘proclamar’. El
diccionario de Swanson lo define con más exactitud: “1. Anunciar, en calidad
de oficial (Apoc 5,2); 2. Decir, anunciar públicamente (Mc 5,20); 3.
Prédica, prédica destinada a persuadir, instar, advertir sobre la necesidad
del acatamiento de algo (Rm 10,14)”, en Multiléxico, nº 2784. De este verbo
kerýsso proviene la palabra kérygma que expresa el mensaje o el contenido de
la predicación. En el lenguaje técnico de la teología kérygma ha pasado a
significar el núcleo fundamental del mensaje evangélico: encarnación –
pasión y muerte – resurrección y ascensión a la derecha del Padre.
*5- Este envío a predicar que hace Jesucristo de
los Apóstoles no es otra cosa sino un eco del envío que el Padre ha hecho
del mismo Jesucristo. Jesucristo es el enviado del Padre ya en el seno de la
Trinidad, ya que Él es la Palabra que procede del Padre. Pero, además, por
la Encarnación, Jesús ha sido enviado al mundo por el Padre: “El Padre ha
enviado al mundo a su Hijo” (Jn 3,17). Y, además, lo envió a decir una
palabra, a predicar, a anunciar la Buena Nueva de la Encarnación: “Yo no he
hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo
que tengo que decir y hablar” (Jn 12,48-49). Y Jesús cumplió perfectamente
ese envío: “Desde entonces comenzó Jesús a predicar (verbo kerýsso),
diciendo: ‘Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado’” (Mt 4,17).
“Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas,
proclamando (verbo kerýsso) la Buena Nueva del Reino” (Mt 9,35). El envío
que Jesús hace a los Doce es un calco del envío que el Padre hace de
Jesucristo: “Como tú, Padre, me has enviado al mundo, yo también los he
enviado al mundo” (Jn 17,18).
*6- En el original griego: mè oûn phobethête
autoús.
*7- San Ignacio de Loyola, Ejercicios
Espirituales, nº 13.
*8- Un principio básico de toda doctrina de la
guerra, sea antigua o moderna, es que su finalidad es la aniquilación del
enemigo.
*9- Oppósito per diametrum, dice San Ignacio (San
Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, nº 325).
*10- San Ignacio tiene una tercera expresión para
significar la misma idea. Esta expresión, que él usa en latín, es agere
contra, es decir, ‘obrar contra’, y la usa en el nº 13 de sus Ejercicios
Espirituales. La aplica a los afectos desordenados del alma y por eso dice
que “muy conveniente es moverse, poniendo todas sus fuerzas, para venir al
contrario de lo que está mal afectada” (San Ignacio de Loyola, Ejercicios
Espirituales, nº 16). Y en el nº 350 la usa para aplicarla al diablo: “La
ánima que desea aprovecharse en la vida espiritual, siempre debe proceder
contrario modo que el enemigo procede”.
*11- Cf. Meinvielle, J., Iglesia y mundo moderno,
Ediciones Theoría, Buenos Aires, 1966, p. 122 – 123.
*12- El texto griego dice: metà parresías páses
laleîn tòn lógon sou, que literalmente significa: ‘con toda valentía decir
tu Palabra’.
*13- Respecto a este paso de los Hechos, dice
Benedicto XVI: “¿Qué pide a Dios la comunidad cristiana en este momento de
prueba? No pide la incolumidad de la vida frente a la persecución, ni que el
Señor castigue a quienes encarcelaron a Pedro y a Juan; pide sólo que se le
conceda «predicar con valentía» la Palabra de Dios (cf. Hch 4, 29), es
decir, pide no perder la valentía de la fe, la valentía de anunciar la fe”
(Benedicto XVI, Catequesis en la Audiencia General, Plaza San Pedro, 18 de
abril de 2012).
*14- Respecto a la parresía dice Monseñor Héctor
Aguer, Arzobispo de La Plata (Argentina): “Parresía es un concepto capital
del Nuevo Testamento para comprender la misión de la Iglesia y del
cristiano. Como que procede de pan-resía, connota la libertad total para
hablar, no tanto en sentido objetivo, porque lo permiten las condiciones
externas o la autorización de la ley, sino más bien en sentido subjetivo, es
decir, una libertad que procede de la constancia de ánimo y de la firme
persuasión de la verdad.
“La parresía ante los hombres es la actitud
apostólica por excelencia en el desarrollo de la misión de predicar y de
implantar la Iglesia. Es la libertad espontánea de hablar por la que no se
teme decir algo claramente (lo opuesto a callar por timidez o a hablar
crípticamente) y no se vacila en amonestar, si es preciso, con toda
franqueza (ver Hch 4,13; 2,29; 4,31; 28,31; 2Cor 7,4; 3,12; Flm 8)” (Aguer,
H., Parresía de la fe, audacia de la razón. Las trece encíclicas de Juan
Pablo II, en Revista Espiritualidad y Vida).
*15- Las tres veces con exactamente la misma
expresión griega: mè phobethête (Mt 10,26.28.31).
*16- Cañizares Llovera, A., en AICA (Agencia
Informativa Católica Argentina, dependiente de la Conferencia Episcopal
Argentina), n. 2496, 20 de Octubre 2004, edición impresa, p. 117, citado en
Buela, C., Algunas señales de la apostasía de Europa, 21 de enero de 2015.
*17- Buela, C., Algunas señales de la apostasía
de Europa, 21 de enero de 2015.
*18- Cf. Buela, C., Cristofobia europea, 25 de
enero de 2015.
*19- Aguer, H., en AICA (Agencia Informativa
Católica Argentina, dependiente de la Conferencia Episcopal Argentina) n.
2574, 19 de Abril 2006, p. 85, citado en Buela, C., Cristofobia europea, 25
de enero de 2015. Y nosotros nos preguntamos: ¿es éste el mundo ‘vitalmente
cristiano’ del que habla Maritain?
*20- Solzhenitsyn, A., Un mundo dividido en
pedazos, Discurso de graduación en Harvard, 8 de junio, 1978. de Dios",
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Dar testimonio en nuestra
vida diaria Mt 10, 24-33
Hay que estar siempre preparados para el testimonio si viniese alguna
persecución. Pero aunque no haya persecución siempre debemos estar
dispuestos a confesar a Cristo ante los hombres.
En la realidad, a veces, no confesamos a Cristo delante de los hombres por
miedo a la cruz y, a veces, ni siquiera lo confesamos ante nuestros hermanos
religiosos por miedo al “qué dirán”, porque nos van a tachar de beatones,
porque nos van a mirar como a escrupulosos, porque se van a burlar de
nosotros, porque se van a enojar con nosotros… La cuestión es que tememos
confesar a Cristo.
Hay que prepararse para dar testimonio de Cristo. ¿Cómo? Con testimonio de
cada día en nuestra vida común. “Todos los días muero”, decía San Pablo.
Todos los días puedo y debo confesar a Cristo con mis obras delante de mis
hermanos.
Para dar testimonio de Cristo, si bien es una gracia, hay que prepararse por
una vida pura. Pura en el sentido pleno de la palabra, una vida simple, que
busque sólo a Dios.
Esta vida pura es una vida de fe ortodoxa y profunda que esté dispuesta a
perder todo antes de renegar de Cristo y una fe grande como para rechazar
todas las criaturas y a nosotros mismos por Cristo. El mejor himno al
martirio es una vida de fe profunda.
El martirio y el dar testimonio cada día es una gracia pero de nuestra parte
esa gracia pide fidelidad y la fidelidad en grado superlativo está en el
abandono absoluto en Dios. Con razón el Señor pone ejemplos de su
Providencia sobre nuestros cabellos y sobre los pájaros. Nada escapa a la
Providencia del Señor. Nosotros estamos en manos de la Providencia de Dios.
¿Por qué preocuparnos de cómo vamos a dar testimonio? ¿Por qué temer lo que
nos pueda suceder? No va a ocurrir sino lo que Dios disponga en su divina
Providencia. Y la Providencia divina es sabia y amorosa, por lo cual, no
debemos temer. Las cosas que pueden hacernos los hombres no serán mayores
que las que sufrió Cristo porque el discípulo no está por sobre su Maestro
pero si nos tratarán, si somos fieles, como lo trataron al Señor. Sin
embargo, nos da fuerza el pensar en la vida eterna “porque estimo que los
sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha
de manifestar en nosotros”*1.
No debemos temer a los hombres si estamos en manos de Dios pero si debemos
temer a Dios si le somos infieles por temor a los hombres. El castigo a la
infidelidad no sólo implica nuestro sufrimiento corporal, como el que
podrían provocarnos los hombres y en su máximo grado la muerte corporal,
sino el castigo de todo el hombre, alma y cuerpo. Debemos temer la
infidelidad porque por causa de ella podemos condenarnos para siempre en el
infierno.
La fidelidad a Dios es la respuesta acertada a nuestro ser de hombres, a
nuestra condición creatural. Por el contrario, la infidelidad nos coloca en
una situación de inestabilidad existencial a la cual demos temer porque si
somos infieles a Dios perdemos el fundamento último de nuestro ser y esto es
temible. Además esta posibilidad es real en nuestra condición de viadores,
es la posibilidad del pecado.
El miedo a los hombres por la fidelidad a Dios también es real porque nos
pueden infligir dolor y sufrimiento pero no más allá de lo que Dios permita
y Dios nos dará la gracia de salir victoriosos en aquello que Él permita, si
somos fieles. Estos sufrimientos dañan nuestro ser corporal pero no nuestro
ser más profundo que sólo puede dañar Dios cuando se retira porque se lo
pedimos.
Las pequeñas infidelidades diarias nos hacen vulnerables a los hombres que
nos odian porque van aflojando en nosotros la vida pura. Tenemos que tratar
de evitar las infidelidades conscientes y abocarnos a crecer en la pureza de
vida. El que es fiel en lo poco se prepara para ser fiel en lo mucho y el
Señor al que es fiel lo bendice como bendijo al que tenía diez talentos.
Las infidelidades van destruyendo nuestra recta conciencia. Al principio
notamos que estamos obrando mal aunque sea por un pequeño rumor interior del
Espíritu Santo. Si no somos fieles y decimos para nosotros: es de poca
monta, esa infidelidad repetida va amortiguando la conciencia y le va
haciendo perder rectitud. Cuando nos damos cuenta hemos concedido a nuestra
conciencia una mala libertad. Si esto continúa nuestra conciencia se va
retorciendo y finalmente llega a grandes infidelidades.
El martirio sólo lo da el alma fiel. El alma reblandecida por las pequeñas
infidelidades es probable que reniegue de la fe. De todas maneras el ser
testigos es una gracia y Dios la concede a quien quiere como lo atestigua la
historia de los mártires. Pero también Dios “mira el corazón” y se complace
en los de conciencia recta, en los que le son fieles hasta en lo más
pequeño, en los que tienen puesta su confianza totalmente en Él que esto es
ser fiel.
A medida que se aproxima el fin del tiempo la apostasía se hará más
universal y la fe más rara. Por eso cada vez es necesaria una fe mayor.
Tenemos que pedir a Cristo que acreciente nuestra fe. Quizá tengamos que
sufrir persecución, quizá no, pero sí tenemos que sufrir la insidiosa
persecución diaria de parte del demonio, “porque nuestra lucha no es contra
la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades,
contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal
que están en el aire”*2 que nos combate por él mismo y por su satélite el
mundo y por su aliado en nosotros que es nuestra propia carne.
El crecimiento en la fe es una gracia y este se consigue por la oración. Si
rezamos más y mejor fortalecernos nuestra fe e iremos creciendo en ella.
Pero “a Dios rogando y con el mazo dando”. Pidamos crecer en la fe y de
nuestra parte busquemos ser fieles a Dios no sólo evitando lo que puede
separarnos de Él sino también las pequeñas infidelidades y sobre todo
confiando en Él “porque valemos mucho más que los pajarillos” y porque “los
cabellos de nuestra cabeza están contados y ni uno sólo caerá sin el querer
de Dios”.
Estas cosas que Cristo nos ha dicho en lo secreto y que han hecho germinar
en nosotros la confianza en Él, la fe, tenemos que proclamarlas a los cuatro
vientos porque los hombres necesitan este testimonio más que nunca y
proclamémoslo no sólo con palabras sino sobre todo con las obras para que
este testimonio ante los hombres nos valga el reconocimiento de Jesús en el
juicio final.
*1- Rm 8, 18
*2- Ef 6, 12
(cortesía de iveargentina.org)