Domingo 5 del Tiempo Ordinario A - 'Ustedes son la luz del mundo' -Comentarios de Sabios y Santos II: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa Dominical
A su disposición
Exégesis: W. Trilling - Sal de la tierra y luz del mundo (Mt 5,13-16)
Comentario Teológico: San Alberto Hurtado - La educación para el heroísmo
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - Sal de la tierra y luz del mundo
Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. - Sal de la tierra y luz del mundo (Mt 5,13-16)
Aplicación: San Juan Pablo II - Vosotros sois la sal... la luz
Aplicación: Benedicto XVI - El sentido de la misión y del testimonio
Aplicación: S.S. Francisco p.p. - Eran pescadores, gente sencilla
Directorio Homilético: Quinto domingo del Tiempo Ordinario
Falta un dedo: Celebrarla
COMENTARIOS A LAS LECTURAS DEL DOMINGO
Exégesis: W. Trilling - Sal de la tierra y luz del mundo (Mt
5,13-16)
Ahora se continúa el tratamiento directo en segunda persona, que empezó en
los v. 11 y 12. Jesús emplea dos imágenes para mostrar lo que son sus
discípulos: la sal (v. 13) y la luz (v. 14s). Una aplicación explícita
concluye el pasaje (v. 16).
13 Vosotros sois la sal de la tierra; pero, si la sal pierde su sabor, ¿con
qué salarla? Para nada vale ya, sino para arrojarla fuera y que la pise la
gente.
Tenemos ante la vista la imagen del hombre que han descrito las
bienaventuranzas. Es una imagen de la perfección y de una sublime exigencia.
A esta sublime exigencia corresponde una gran recompensa, la mayor de todas,
la perfecta recompensa. Sin embargo, esta imagen no es una pintura romántica
que transfigure la amarga realidad, desconozca al hombre y muestre un
dechado de virtud que sea pura fantasía. Especialmente en los últimos v.
(10-12) se pone en claro que al discípulo no se le evita ninguna molestia y
que ha de tomar precauciones para pesadas cargas. El afán por el reino de
Dios traerá como consecuencia insultos y persecuciones. Pero cuando esto
ocurra, entonces los discípulos serán «la sal de la tierra». La sal sirve al
hombre para condimentar los manjares. Los alimentos desprovistos de sal son
insípidos y desabridos. La sal es como una fuerza interna y condimento de
toda la nutrición que tomamos. Pero ocurre que la señora de la casa ya no
puede emplear la sal, porque es insípida, se ha licuado, perdió su virtud.
Por tanto, es totalmente inservible, se tiene que tirar.
Vosotros sois la sal de la tierra. Como el manjar necesita sal, así también
la tierra, es decir toda la humanidad. Aguarda que la vigoricen y sazonen.
ésta es la vocación de los discípulos. Si hacen todo lo que antes se ha
dicho, es decir, si son pobres y misericordiosos, mansos y limpios de
corazón, si son pacíficos y se regocijan en todas las persecuciones,
entonces son la fuerza de la humanidad desvaída. Esta existencia pura que
vive del reino de Dios y confía en él, es el vigor interno de la
humanidad...
La frase tiene además un acento monitorio. Jesús añade en seguida: «Si la
sal pierde su sabor, ¿con qué salarla?» Así pues, la vocación puede
debilitarse, se pueden fatigar las fuerzas de esta vida que confían en Dios.
Entonces no solamente se desmorona la propia vida del discípulo, considerada
en sí misma, sino que con ella también se derrumba la fuerza para los demás.
No hay ninguna otra sal fuera de ésta. Es la única sal, de la que necesita
«la tierra», es la sal que tiene que meterse en la humanidad, sin que pueda
ser sustituida por otra. Se arroja la sal insípida, los hombres la pisotean.
En la imagen relampaguea en lontananza la reprobación del discípulo infiel.
Arrojarle fuera. Estas palabras recuerdan el invitado sin vestido de boda,
que es arrojado fuera por los sirvientes (cf. 22,12). Y al criado inútil,
que escondió en la tierra el talento de su señor y es lanzado «a la
obscuridad, allá afuera» (cf. 25,30). Es una vocación excelsa y gloriosa,
para el discípulo y para los hombres, para quienes él debe ser sal; pero
también es una vocación que puede ser malograda, que puede debilitarse,
escurrirse y perecer en la indiferencia, y entonces se inutiliza por
completo, incluso tiene que contar con el castigo...
14 Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en
la cima de un monte; 15 ni encienden una lámpara y la colocan debajo de un
almud, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la
casa.
La segunda metáfora es todavía mayor: luz-del-mundo. Para nosotros el sol es
la luz del mundo, sin la cual estamos en las tinieblas y andamos a tientas
en la obscuridad. Sin su luz no hay ningún color ni belleza, no se ve el
camino ni el mundo de las cosas. El mundo necesita esta luz externa, pero
con mucha mayor urgencia necesita la luz interna, el conocimiento adecuado,
la verdad. Antes se llamó a los discípulos sal de la tierra, aquí se los
llama luz del mundo. Ésta es la expresión más amplia. En ambos casos se
alude a lo mismo, a saber, al mundo de los hombres y de su vida, al orbe al
que se ha dado vida y que está habitado. Pero la palabra griega kósmos,
mundo, produce todavía con más fuerza la impresión de la amplitud y del
conjunto, de la totalidad del ser terreno.
¡Qué reivindicación! En el Evangelio de san Juan, Jesús dice de sí mismo que
es la luz del mundo (Jua_8:12). Aquí los discípulos son luz del mundo. Eso
sólo puede significar que los discípulos son la luz del mundo, porque llevan
la luz de la verdad, que Jesús ha traído. Los discípulos pertenecen a Jesús
de una forma tan estrecha y están tan llenos de él, que ellos mismos se
convierten en luz. Cuando la luz realmente ha llegado, entonces también
resplandece de una manera inextinguible, y nada puede oponerse a este
fulgor; con él todo se ilumina e irradia. De un modo muy semejante a lo que
sucede en la ciudad, que está situada a gran altura en la cima de un monte,
y se ve desde todas partes; así como un castillo domina el campo, o el alto
campanario de una iglesia desde todas partes denota la ciudad. El israelita
tenía que pensar en seguida en la sola ciudad, edificada en lo alto
(Sal_121:3): Jerusalén. Desde lejos la veían los peregrinos.
Dios había elegido para sí este lugar, el monte santo de Sión, como hogar de
su nombre, y como sitio de la gracia. En la visión de los profetas Sión
también se convierte en el centro de los sucesos de la salvación en el
tiempo final: los pueblos paganos partirán hacia este monte al fin de los
tiempos y dirán: «Ea, subamos al monte del Señor, y a la casa del Dios de
Jacob, y él nos mostrará sus caminos, y por sus sendas andaremos; porque de
Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Señor (Isa_2:3). La
metáfora de los profetas ha continuado, su contenido es nuevo: los
discípulos, que tienen hambre y sed de la verdadera justicia, y que se han
convertido en la luz del mundo, serán la ciudad que no puede permanecer
oculta. Ya no hay que designar como portador de la salvación para el mundo a
este único lugar geográfico, sino a personas vivientes, que en sí tienen la
luz. En cualquier parte en que estén, allí también está la «ciudad situada
en la cima de un monte»...
Por segunda vez se dilucida la palabra luz: la señora de la casa tampoco
coloca una luz debajo del almud -es decir, de un barril o jarra que sirve
como medida de granos- sino sobre el candelero. Sería necio quien encendiera
una luz, y en seguida la hiciera ineficaz, poniendo encima una jarra. La luz
es para iluminar o bien no tiene ningún sentido. La vela que enciende la
señora de la casa es para que «alumbre a todos los que están en la casa».
¿No es semejante lo que sucede en los discípulos? De nuevo está -de forma
bien consciente- la palabra «todos». La tierra, el mundo, todos, siempre es
la misma humanidad, toda la humanidad. Pero con la frase «todos los que
están en la casa» aquí quizás se piense especialmente en los compañeros de
la comunidad cristiana. Porque la luz no es solamente la luz de la misión
para los paganos, sino también la luz de la edificación y del modelo para
los que viven en la propia casa.
16 Alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas
obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
En la explicación, se añade que la luz son las buenas obras. Esto no es
fácil de entender. En primer lugar, la luz no son ideas ni pensamientos. Los
discípulos no deben llevar a los hombres nuevos conceptos del mundo, nuevas
filosofías o enseñanzas de la sabiduría, sino acciones vivas que puedan ser
oídas y vistas. Así pues, ¿se trata de «buenas obras» según la piadosa
manera católica de entender? ¿Las limosnas para la hucha de la cáritas, el
donativo para el día de la vejez, el cuidado de los ornamentos de la iglesia
o el ayuno de las témporas? Puede ser todo eso, pero también infinitamente
más. Las obras son simplemente la luz infiltrada en la vida, la luz que se
ha realizado. Son la verdad configurada, la fe vivida.
Las buenas obras no están junto a la fe ni la acompañan como una calle
ribereña va bordeando el río, tampoco son mérito propio, como los
protestantes con frecuencia reprochan. Las buenas obras, en suma, son la
vida cristiana activa, dedicada a las obras, que fluye constantemente como
de un volcán. Aquí se concibe la luz del mundo por así decir con su más
intenso resplandor. Sólo irradia de veras la luz que produce incesantemente
tales obras y con ellas da testimonio de sí. Con las últimas palabras se
quita todo pensamiento de propio mérito o ambición hipócrita. La luz que
fluye no debe reflejarse en nosotros. No debemos alumbrar para que los
hombres elogien nuestra luz. No se hacen las obras para ser alabados, sino
única y solamente para que Dios sea ensalzado. El Padre que está en los
cielos es el que debe ser reconocido. La luz del discípulo, a través de él,
debe remitir al origen, al «Padre de las luces» (cf. Stg_1:17). Esta es la
última finalidad y el motivo más profundo de la vocación del discípulo:
hacer ostensible a Dios con toda la existencia, con la vida iluminada por el
amor, con las obras nacidas de la verdad...
(Trilling, W., El Evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su
mensaje, Herder, Barcelona, 1969)
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Comentario Teológico: San Alberto Hurtado - La educación para el
heroísmo
Más aguda que la crisis económica, que es atroz, más grave incluso que el
conflicto internacional, el más sanguinario que ha conmovido a la humanidad
es la actual crisis de hombres.
Relajación, superficialidad, falta de disciplina para la vida. Los jóvenes
de nuestro tiempo no dan la impresión en general de ser como los fuertes
robles, sino como los fofos ombúes. Su continente no es el del militar puro
nervio, cuyas piernas parecen de piedra al adoptar la posición firme, o
cuando virilmente marcha con paso de parada, sino más bien la actitud débil
del que es pura carne, de mirada indolente y de aire desmazalado.
La Patria necesita un nuevo tipo de hombre. No se puede tallar la efigie del
Chile nuevo en madera podrida. Una personalidad decadente no puede ser el
sostén de una humanidad mejor. La nueva concepción del hombre que saldrá
después de esta atroz guerra tendrá que diferir sustancialmente de la
concepción de la mayoría de nuestros contemporáneos. Merecería el
calificativo de loco quien imaginara que con simples paliativos, con un poco
de reboque y unos puntales podrá adaptarse la actual construcción ideológica
a la nueva humanidad que ha de nacer si el mundo no llega a su fin.
Y esta nueva era se presiente... Todos la desean, menos unos cuantos
explotadores del vicio; todos comprenden que así se va a la ruina, y parecen
estar todos esperando como el alumbramiento de una humanidad mejor, una
nueva manera de vida, una nueva civilización. Pero esto engendra en
nosotros, cristianos, una responsabilidad formidable, como pocas veces la
hubo en la historia: quizás antes de la caída del Imperio Romano, y fue
correspondida, y antes del Renacimiento y fue desatendida. Somos nosotros
los depositarios de la verdad, los portadores de la luz, los que poseemos la
vida. Y si nuestra verdad no se manifiesta, si nuestra luz no alumbra,
nuestra vida no enciende otras vidas, la culpa será nuestra, exclusivamente
nuestra. ¡Vosotros los que tenéis la luz! ¿qué habéis hecho de la luz? se
nos podrá preguntar con trágica amargura...
Los que profesan la ley de Jesucristo, los que concurren a los templos, los
que declaran abiertamente que son católicos, y se ofenderían si se les
tachara de paganos, ellos son los que con su ejemplo han de recordar el
concepto de la auténtica cristiandad, los que han de mostrar al mundo más
con su ejemplo que con sus palabras la belleza de la doctrina de Cristo, su
eterna juventud, y cómo es la solución de los problemas que se presentan en
todos los campos de la vida, en el terreno económico no menos que en el
artístico, en el científico no menos que en el estrictamente religioso. Eso
es ser sal de la tierra, levadura de toda la masa, luz puesta en lo alto del
monte que ilumina toda la tierra.
Para que el cristiano pueda cumplir con su misión regeneradora tiene que
tomar una posición heroica, salir de su concepción burguesa que es la
antítesis de la primera, en otros términos tomar al pie de la letra las
enseñanzas totalitarias de Cristo: el reino de los cielos padece violencia y
sólo los esforzados lo arrebatan; el que quiera venir en pos de Mí tome su
cruz y sígame cargado con ella; el grano de trigo que aspira a dar fruto,
muera primero; sólo así dará fruto en abundancia. El que ama a su padre o a
su madre más que a Mí, no es digno de Mí... El que pone la mano al arado y
vuelve los ojos atrás no es apto para el Reino de los cielos. Sentimientos
éstos que han sido admirablemente interpretados por este librito popular en
la piedad cristiana, cual ningún otro después del Evangelio, la Imitación de
Cristo: "Déjalo todo y lo hallarás todo... Tanto aprovecharás cuanta
violencia te hicieres... Sal de ti y me hallarás a Mí".
Esta es la doctrina del cristianismo auténtico combativa contra sí mismo,
viril, austera que se complace en mirar con ojos enternecidos la imagen de
su Cristo "el de las carnes en gajos abiertos, el de las venas vaciadas en
ríos..." Así lo representa su piedad y en esa imagen encuentra el valor de
las grandes renunciamientos. "Me amó, y se entregó a la muerte por mí,
también por mí". Este pensamiento volvía loco el corazón de Paulo de Tarso
de la primera generación de cristianos, que entregó virilmente su cabeza al
hacha del verdugo después de haber padecido azotes, naufragios, cárceles,
veneno por Cristo.
No menores renunciamientos han sufrido los auténticos cristianos de nuestra
generación, como un Manuel Bonilla de San Martín crucificado un Viernes
Santo por los perseguidores de Cristo en México y que escribe a su novia
minutos antes del suplicio, un pensamiento de fe tan ardiente y tan viril
como el de Paulo: "Amada Luz: En los postreros momentos de mi existencia te
escribo las presentes letras... Ha querido Dios aceptar el sacrificio de mi
vida... Mi sangre se derramará hasta la última gota por confesar la fe de
quien es el Creador de todo lo existente. El recuerdo mío jamás se borre de
tu memoria, amada mía. Sufro porque te abandono. Me cogieron prisionero y
dentro de poco me fusilarán. No hay poder humano que me salve. Estoy en las
manos de Dios y El sabrá lo que decida de mi vida. Confórmate porque así lo
ha querido Dios. Recibe el recuerdo de un corazón que te amó hasta la muerte
y te seguirá amando en la eternidad".
Y entre Pablo de Tarso y Manuel Bonilla de San Martín, veinte siglos de
cristianismo que ha producido en los seguidores auténticos de Cristo el
mismo espíritu heroico que llevaba a Ignacio de Antioquía a pedir que no le
compraran la liberación del martirio porque aspiraba a ser triturado como
trigo entre los dientes de los leones para ser ofrecido como una hostia en
unión con Cristo.
El heroísmo es algo permanente en la Iglesia. El pasado siglo el P. Damián
de Veuster marcha a la leprosería consciente de que iba a contraer la lepra
pero salvaría así las almas de esos pobres.
Al descubrir en sí la horrible enfermedad, escribe a su Provincial: "Como ya
le escribí, mi muy reverendo Padre, hace una decena de años que yo suponía
que ya tenía los gérmenes de esta terrible enfermedad en mi organismo,
consecuencia natural y prevista de un largo tiempo de permanencia entre los
leprosos. Así es que no se entristezca al saber que uno de sus hijos
espirituales ha sido condecorado no solamente con la real cruz de honor,
sino también con la cruz un poco más pesada y menos honrosa, de la lepra,
con que ha querido permitir el Señor que yo sea estigmatizado".
Ese es el auténtico sentido del cristianismo. Este es el que en cada período
de la historia se han encargado los santos de recordar a una humanidad que,
llevada por la ley de la inercia, ha decaído de sus altos ideales a una
concepción egoísta y sensual.
Una generación de santos se impone para que en nuestra época se despierte en
la masa de los cristianos el sentido heroico de su fe,,y arrastre en pos de
sí a sus contemporáneos haciendo nacer una nueva civilización.
El mundo actual está muy lejos del heroísmo... Me refiero a la masa de
nuestros contemporáneos. Se han instalado en el placer, en el hedonismo; su
Dios es el confort, su ambición; el dinero que compra el confort, su miedo
supremo; el dolor y la muerte. Nuestros contemporáneos se han arrellenado lo
más cómodamente posible en este mundo, buscando el relajamiento muscular y
espiritual. La vida burguesa es un baño tibio, la del héroe la racha de
lluvia helada que azota el rostro. El burgués se distrae en la vida, el
héroe se inquieta; espera, busca, mientras el primero se adormece en el
placer. El burgués ama las aventuras que lo entretienen: sus autores son
Zola, Ibsen, Dumas, las carnalidades de D'Annunzio, o una insulsa revista
pornográfica, mientras el héroe no tiene tiempo ni humor para esas letras
muertas cuando ve el mundo lleno de almas que salvar, de hombres que
regenerar.
(San Alberto Hurtado, Puntos de educación, 1942)
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Santos Padres: San Juan Crisóstomo - Sal de la tierra y luz del
mundo
“VOSOTROS SOIS LA SAL DE LA TIERRA”
Habiéndolos, pues, exhortado como convenía, ahora los anima dirigiéndoles
una alabanza. Y es que, como les había dado tan sublimes preceptos, de mucha
mayor perfección que los de la Antigua Ley; porque no se turbaran ni
alteraran y pudieran acaso objetarle: — ¿Cómo podemos practicar eso?, oíd
lo que ahora les dice: Vosotros sois la sal de la tierra. Con lo que les
pone delante la necesidad de lo que les ha mandado. Porque vosotros viene a
decirles—no habéis de tener cuenta solamente con vuestra propia vida, sino
con la de toda la tierra. A vosotros no os envío, como hice con los
profetas, a dos ciudades, ni a diez, ni a veinte, ni siquiera a una sola
nación. No. Vuestra misión se extenderá a la tierra y el mar, sin más
límites que los del mundo mismo.
Y a una tierra que hallaréis mal dispuesta. En efecto, por el hecho mismo
de decir: Vosotros sois la sal de la tierra, el Señor les hizo ver que toda
la humana naturaleza estaba insípida y totalmente podrida por sus pecados.
De ahí justamente que de ellos exija aquellas virtudes que señaladamente
son necesarias y útiles para el aprovechamiento de los otros. En efecto, el
que es manso, modesto, misericordioso y justo, no encierra para sí solo
estas virtudes, sino que hace que estas bellas fuentes se derramen también
copiosamente para provecho de los demás. Del mismo modo, el limpio de
corazón, y el pacífico, y el que es perseguido por causa de la verdad, para
común utilidad dispone también su vida, No penséis—dice el Señor a sus
discípulos—que os lanzo a combates sin importancia y que os encomiendo
negocios de poco más o menos. No.
Vosotros sois la sal de la tierra. ¿Pues qué? ¿Curaron los apóstoles lo ya
podrido? De ninguna manera. Lo ya corrompido no podemos recuperarlo por más
sal que esparzamos encima. Tampoco hicieron eso los apóstoles. Lo que el
Señor renovaba y a ellos entregaba; lo que Él libraba del mal olor de la
podredumbre, eso salaban ellos, conservándolo y manteniéndolo en la novedad
que del Señor había recibido. Porque librar de la podredumbre de los pecados
fue hazaña exclusiva de Cristo; hacer, empero, que los hombres no volvieran
a pecar fue ya obra del celo y trabajo de sus apóstoles.
¿Veis cómo poco a poco les va el Señor haciendo ver que ellos son superiores
a los profetas? Porque no los llama maestros de sola la Palestina, sino de
la tierra entera; y no sólo los hace maestros, sino temibles. Porque ahí
está la maravilla: los apóstoles no se hicieron amables a todo el mundo
porque adularan y halagaran a todos, sino picando vivamente como la sal. No
os sorprendáis, pues les dice—, si, dejando por un momento a los demás,
hablo ahora con vosotros y os convido a tamaños peligros. Considerad, en
efecto, a cuántas ciudades, y pueblos, y naciones os quiero enviar como
maestros. Por eso no quiero que seáis prudentes vosotros solos, sino que
hagáis también prudentes a los otros. ¡Y qué prudencia no habrán menester
aquellos en quienes periclita la salvación de los demás! ¡Y qué abundancia
de virtud los que han de ser de provecho para los otros! Porque, si no sois
tales que podáis aprovechar a los demás, tampoco os bastaréis para vosotros
mismos,
EL PELIGRO DEL APOSTOLADO: LA SAL INSÍPIDA
7. No os irritéis, pues, como si lo que os digo fuera cosa molesta. Si los
otros se tornan insípidos, vosotros les podáis volver su sabor; más, si eso
os pasara a vosotros, con vuestra pérdida arrastraríais también a los demás.
Así, cuantos mayores negocios lleváis entre manos, de mayor fervor y celo
necesitáis. De ahí que les diga: Mas si la sal se torna insípida, ¿con qué
se la salará? Ya no vale para nada, sino para ser arrojada a la calle y que
la gente la pisotee.
Los otros, en efecto, aun cuando mil veces caigan, mil veces pueden obtener
perdón; pero, si cae el maestro, no tiene defensa posible y habrá de sufrir
el último suplicio. Había el Señor dicho a sus discípulos: Cuando os
insulten y persigan y digan toda palabra mala contra vosotros... Pues bien,
porque no se acobardaran al oír esto y rehusaran salir al campo, parece
ahora decirles: "Si para todo eso no estáis apercibidos, vana ha sido
vuestra elección. Porque lo que hay que temer no es que se os maldiga, sino
que aparecierais envueltos en la común hipocresía. En ese caso os habríais
vuelto insípidos y seríais pisoteados por la gente. Más si vosotros seguís
frotando con sal y por ello os maldicen, alegraos entonces. Ésa es
efectivamente la función de la sal: picar y molestar a los corrompidos. La
maledicencia habrá de seguiros forzosamente, pero ningún daño os hará; más
bien dará testimonio de vuestra firmeza. Mas, si por miedo a la
maledicencia abandonáis la vehemencia que os conviene, sufriréis más graves
daños. Primero, que se os maldecirá lo mismo, y luego, que seréis la
irrisión de todo el mundo. Porque eso quiere decir ser pisoteado".
"VOSOTROS SOIS LA LUZ DEL MUNDO"
El Señor pasa ahora a otra comparación más alta: Vosotros sois la luz del
mundo. Nuevamente se nos habla del mundo; no de una sola nación, ni de
veinte ciudades, sino de la tierra entera; se nos habla de una luz
inteligible, mucho más preciosa que los rayos del sol, como también la sal
había que entenderla en sentido espiritual. Y pone el Señor primero la sal,
luego la luz, porque te des cuenta de la utilidad de las palabras enérgicas
y el provecho de una enseñanza seria. Ella nos ata fuertemente y no nos
permite disolvernos. Ella nos hace abrir los ojos, llevándonos como de la
mano hacia la virtud.
LA CIUDAD SOBRE EL MONTE
No puede ocultarse una ciudad situada sobre un monte ni enciende nadie una
luz para ponerla debajo del celemín. Por estas comparaciones incita
nuevamente el Señor a sus discípulos a la perfección de vida y a que estén
siempre apercibido; para el combate, como quienes están puestos ante los
ojos de todos y luchan en el palenque mismo de toda la tierra. No miréis,
no, les dice, que estamos ahora sentados aquí ocupando una porción mínima de
un rincón de la tierra: Vosotros habéis de estar un día tan patentes a
todos, como si fuerais una ciudad situada en la cima de un monte, como una
luz que brilla en casa sobre el candelero. ¿Dónde están ahora los que niegan
fe al poder de Cristo?
Oigan esto y, maravillados de la fuerza de esta profecía, póstrense y adoren
el poder de quien la hizo. Considerad, en efecto, qué promesas hizo el Señor
a quienes no eran conocidos ni en su propia tierra: La tierra y el mar
habían de saber de ellos, su fama había de llegar a los confines del orbe, y
no sólo su fama, sino también el beneficio de su acción. Porque no fué sólo
la fama la que, volando por dondequiera, los hizo notorios, sino
señaladamente las obras que ellos realizaron.
Pues fue así que, como si estuvieran dotados de alas, con más celeridad que
los rayos del sol, recorrieron la tierra entera, esparciendo la luz de la
religión. Aquí, empero, a mi entender, de lo que trata el Señor es de
infundirles confianza. Porque decirles: No puede estar oculta una ciudad
situada sobre un monte, era como manifestarles su propio poder: Como no hay
manera de que tal ciudad esté oculta, así tampoco es posible que se calle y
oculte mi predicación. Como les había antes hablado de persecuciones, de
maledicencias, de insidias y de guerras, porque no pensaran que todo eso
había de poder hacerlos callar, los anima diciendo que su doctrina no sólo
no quedará oculta, sino que ella iluminará toda la tierra. Y eso justamente
los haría a ellos famosos y conocidos.
"BRILLE VUESTRA LUZ ANTE LOS HOMBRES"
Ahora bien, si con lo anteriormente dicho les hace ver el Señor su propio
poder, con lo que sigue les exige de su parte franqueza y libertad,
diciéndoles: Nadie enciende una lámpara y la pone debajo del celemín, sino
sobre el candelero, y brilla para todos los de la casa. Así brille vuestra
luz delante de los hombres, a fin de que vean vuestras buenas obras y
glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos.
Como si dijera: La luz, yo la he encendido; pero que siga ardiendo, depende
ya de vuestro celo. Y eso no sólo por motivos de vuestra propia salvación,
sino también por la de aquellos que han de gozar de su resplandor y ser así
conducidos de la mano hacia la verdad. Las calumnias, ciertamente, no han de
poder echar una sombra sobre vuestro resplandor, como vosotros viváis con
perfección y cual conviene a quienes tienen misión de convertir a todo el
mundo. Llevad, pues, una vida digna de la gracia, a fin de que, así como la
gracia se predica en todas partes, pareja con la gracia corra vuestra vida.
Luego, a par de la salvación de los hombres, señálales el Señor otro
provecho bastante por sí solo para incitarlos al combate y llevarlos al más
intenso fervor. Porque, viviendo rectamente—les viene a decir, no sólo
corregiréis a toda la tierra, sino que glorificaréis a Dios; así como, si no
vivís con perfección, no sólo perderéis a los hombres, sino que haréis que
sea blasfemado el nombre de Dios.
UNA GRAN VIRTUD NO PUEDE ESTAR OCULTA
8. ¿Y cómo—piensan ellos—ha de ser Cristo glorificado por causa nuestra, si
los hombres nos han de maldecir? —No todos os maldecirán, y aun los que lo
hagan, será por envidia, y aun los que por envidia os maldigan, os admirarán
y alabarán en lo íntimo de su conciencia. Exactamente como los que
públicamente adulan a los que viven mal, que íntimamente los condenan.
--¿Qué es, pues, lo que nos mandas: que vivamos para la ostentación y
ambición de honores? — ¡Ni mucho menos! No es eso lo que yo digo. Yo no os
he dicho: “Esforzaos por sacar a relucir vuestras buenas obras". Yo no os
he dicho: "Haced alarde de ellas", sino: Brille vuestra luz. Es decir, haya
grande virtud, haya fuego abundante, brille una luz indecible. Porque cuando
la virtud alcanza ese grado, por más que quiera ocultarla entre las sombras
el mismo que la practica, es imposible quede definitivamente oculta. Llevad,
pues, una vida irreprochable; no deis motivo alguno verdadero a
maledicencia, y, aunque sean miles y miles los que os calumnien, no serán
capaces de echar una sombra sobre vosotros. Y muy bien habló el Señor de la
luz, pues nada hace al hombre tan ilustre, por mucho que él quiera
ocultarse, como la práctica de la virtud.
Es como si el hombre se revistiera de la luz misma, y aun brilla tanto más
intensamente que ella, que no sólo aparecen sus rayos sobre la tierra, sino
que traspasan el cielo mismo. De aquí toma el Señor otro motivo de mayor
consuelo para sus discípulos. Porque, si es cierto --les dice—que sentiréis
veros maldecidos por unos; otros muchos, empero, habrá que alabarán a Dios
por causa vuestra. De uno y otro lado habéis de cosechar vuestra paga:
porque es Dios alabado por causa vuestra y porque sois vosotros maldecidos
por causa de Dios. Sin embargo, no porque sepamos que las injurias tienen su
recompensa hemos de buscar adrede ser injuriados. De ahí que no habló el
Señor de modo absoluto, sino que puso dos condiciones: que se nos injurie
mentirosamente y que sea por Dios. Además, nos muestra el Señor que no sólo
la injuria, sino también la alabanza nos puede procurar gran provecho, con
tal de que toda la gloria redunde en Dios.
Y sobre ello les da las más bellas esperanzas. Porque no tendrá—les
dice—tanta fuerza la maledicencia de los malos que llegue a cegar también a
los demás para que no vean vuestra luz. Sólo si os volvéis insípidos seréis
pisoteados por las gentes; no si, viviendo vosotros rectamente, sois
calumniados por los malvados. Entonces justamente serán más los que os
admirarán, no sólo a vosotros, sino también, por causa vuestra, a vuestro
Padre. Y el haber dicho ''a vuestro Padre" en lugar de "a Dios", era como
echar ya de antemano la semilla de la futura nobleza que había de darles.
Luego, para demostrar su igualdad con el Padre, antes había dicho: No
tengáis pena de que se hable mal de vosotros, pues os basta que se hable así
por causa mía. Y ahora pone a su Padre, con lo que por todas partes nos hace
ver su igualdad con Él.
SEAMOS IRREPROCHABLES EN NUESTRA VIDA
Conscientes, pues, del bien que se nos sigue de una vida fervorosa y del
peligro a que nos exponemos con nuestra desidia —no sólo nuestra propia
perdición, sino, lo que es más grave, que el que es Señor nuestro sea
blasfemado por causa nuestra--, seamos irreprochables para judíos y gentiles
y para la Iglesia de Dios. Sea nuestra vida más brillante que el sol, y, si
hay guiar tenga ganas de maldecimos, no tanto sintamos que se hable mal de
nosotros cuanto que pudiera hablarse mal y con razón. Y es así que, si
vivimos en la maldad, aun cuando nadie hable mal de nosotros, somos los más
desgraciados del mundo; mas, si trabajamos por la virtud, aun cuando el
mundo entero nos calumnie, siempre seremos dignos de envidia y acabaremos
por atraer a nosotros a cuantos de verdad quieren salvarse.
Pues no atenderán tanto a las calumnias de los malvados como a la virtud de
nuestra vida. Porque la demostración fundada en las obras es más clara que
la voz de la trompeta, y una vida pura, por más que haya infinitos que
intenten calumniarla, es más brillante que la luz misma. Si poseemos las
virtudes antedichas: si somos mansos, humildes, y misericordiosos, y limpios
de corazón, y pacíficos; si, al ser injuriados, no contestamos injuria con
injuria, sino que nos alegramos, atraeremos no menos que con milagros a los
que nos contemplen, y, aun cuando fueran fieras, aun cuando fueran demonios
u otra cualquiera cosa todos acudirán a nosotros. Mas, si aún hubiere alguno
que habla mal de ti, aun cuando públicamente te insulten, no te turbes por
ello. Penetra un poco en tu conciencia, y verás cómo allí te aplauden, y te
admiran, y te tributan infinitas alabanzas. Mirad, si no, cómo
Nabucodonosor terminó alabando a los jóvenes a quienes él mismo mandara
arrojar al horno. Era su enemigo y les había declarado la guerra; mas,
después que los vio resistir valerosamente, los proclama triunfadores y él
mismo los corona, no por otro motivo sino porque le habían desobedecido a
él, a trueque de mantenerse obedientes a Dios. Porque cuando el diablo ve
que no consigue nada, termina por retirarse definitivamente, pues teme ser
él mismo la causa de más espléndida corona nuestra. Y una vez retirado el
diablo, disipada aquella niebla, el hombre más perverso y corrompido
reconocerá nuestra virtud. Mas, en fin, aun suponiendo que los hombres se
engañen, la alabanza y admiración que Dios nos rendirá será mayor todavía.
LA FUERZA IRRESISTIBLE DEL EJEMPLO
9. No os apenéis, pues, ni os abatáis. También los apóstoles eran para unos
olor de muerte, y para otros olor de vida. No demos nosotros asidero alguno
a la maledicencia, y estaremos libres de toda culpa, o, por decir mejor,
nuestra felicidad será mayor. Brille, pues, nuestra vida y no hagamos caso
alguno de los maldicientes. No es posible, no, que el hombre que de verdad
se ocupa en la virtud, deje de tener muchos enemigos.
Mas al hombre virtuoso, nada ha de importársele de ello, pues eso ha de
abrillantar más la corona de su gloria. Considerando todo esto, sólo en una
cosa hemos de poner nuestra mira: en ordenar con perfección nuestra propia
vida. Si esto hay, conduciremos la vida celeste a los que están sentados en
las tinieblas. Porque la virtud de esta luz no está sólo en brillar, sino en
conducir allá a los que la siguen. Porque, si nos ven que despreciamos todo
lo presente y nos preparamos para lo eterno, mejor que a cualquier discurso,
creerán a nuestras obras. ¿Quién será, en efecto, tan insensato que, viendo
a un hombre que ayer nadaba en delicias y riquezas y que hoy se despoja de
todo y, como si tuviera alas, vuela al hambre, y a la pobreza, y a todo
género de asperezas, y a los peligros, y a la sangre, y al degüello, y todo
lo que parece ser más espantoso; ¿quién, digo, será tan insensato que no vea
ahí una prueba patente de los bienes futuros? Mas, si nos ven enredados en
las cosas presentes y que nos hundimos más y más en ellas, ¿cómo podrá nadie
persuadirse que vamos de viaje hacia otra patria?
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (I), homilía
15, 6-9, BAC Madrid 1955, 287-97)
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Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. - Sal de la tierra y luz del
mundo (Mt 5,13-16)
Introducción
El domingo pasado, domingo IV del Tiempo Ordinario, la Iglesia ha comenzado
la lectura del famoso Sermón de la Montaña, que es la predicación en donde
Jesucristo expone toda la doctrina moral del cristianismo, y que se
encuentra en los capítulos del 5 al 7 del evangelio de San Mateo. El domingo
pasado leímos el núcleo y como el resumen de esta predicación, las
Bienaventuranzas. Ellas son como la concentración de toda la doctrina moral
del cristianismo y por eso se las ha llamado ‘el evangelio del Evangelio’.
Durante cinco domingos más, incluido el actual, leeremos trozos del Sermón
de la Montaña. Éste empeño de la Iglesia en que se proclame con cierto
detalle la mencionada predicación de Jesucristo, nos habla de su
importancia.
El trozo de evangelio que leemos hoy es corto y, aparentemente, sin mayor
relieve. Pareciera que se tratara sólo de una cierta comparación o una
simple ilustración dicha en términos poéticos que sólo toca significados
periféricos de la doctrina de Jesucristo. Sin embargo, las dos comparaciones
que usa hoy Jesucristo, ser sal y ser luz, tocan el nervio de la misión del
cristiano y el núcleo fundamental de la moral del Nuevo Testamento. Además,
expresan la profunda relación que existe entre el cristianismo y el mundo en
general, entre la Iglesia y el mundo pagano en medio del cual ella vive.
Tocan el nervio de la misión del cristiano porque si no es sal y si no es
luz el bautizado traiciona la finalidad para la cual existe. Tocan el núcleo
más fundamental del evangelio porque el ser sal y el ser luz son dos
consecuencias necesarias de la práctica de las Bienaventuranzas; si no se es
sal y si no se es luz es porque no se han cumplido las Bienaventuranzas.
Este punto es importantísimo. El evangelio que hemos leído hoy está
inmediatamente después de las Bienaventuranzas y guardan una relación
textual muy fuerte con ellas. Es casi como si Jesucristo dijera: “Si cumplís
las Bienaventuranzas seréis sal de la tierra y luz del mundo”.
Y expresan la profunda relación que hay entre Iglesia y mundo porque si el
bautizado no es sal y no es luz, el mundo, entonces, sencillamente, se
muere.
El tema fundamental, entonces, del evangelio de hoy es la dimensión social
que tiene la vida individual del cristiano. O, dicho de otro modo, el valor
comunitario que tiene la vida privada del bautizado. Veamos cómo se concreta
esto en las palabras que hoy nos dice Jesucristo.
1. Ustedes son la sal de la tierra
El uso de la sal tiene en los hábitos alimenticios de los hombres,
fundamentalmente, tres funciones:
En primer lugar, para darle sabor a los alimentos.
En segundo lugar, para conservar y transformar los alimentos. Esto lo hace
en función del ‘fuego’ que guarda en sí la sal. La sal quema y por eso, de
alguna manera, cocina los alimentos y otras sustancias.
En tercer lugar, una función esencial en la salud corporal del hombre. En
efecto, la sal es sustancial para el ser humano. La sal no sólo es un
aderezo, sino que ella, en sí misma, es un alimento. La sal vigoriza el
cuerpo. El elemento principal que proporciona la sal al cuerpo es el sodio.
De hecho la definición química de la sal es cloruro de sodio. El sodio es lo
que permite el mantenimiento de la presión de la sangre. Además, sin la sal
se perturba el delicado equilibrio del agua en el organismo y se produce la
muerte por deshidratación. El cuerpo humano posee en su misma composición
unos 250 gr. de sal. Los habitantes de zonas áridas y las nómades y
peregrinos, no podían vivir sin llevar permanentemente consigo una bolsita
con sal, ya que ello le aseguraba evitar el peligro de deshidratación. El
Gatorade no es un invento actual.
Por estas razones, desde siempre la sal ha sido un elemento importantísimo
en toda civilización.
“Ustedes son la sal de la tierra”: ¿Qué quiere decir con esto Jesucristo?
Quiere decir lo siguiente: cada uno de nosotros, cristianos bautizados,
somos esenciales para que el mundo viva. Cada uno de nosotros, cristianos
bautizados, si no somos pobres de espíritu, si no lloramos los pecados (los
nuestros y los del mundo) y sus consecuencias, si no somos dulces y mansos,
si no nos esforzamos realmente en ser santos, si no somos misericordiosos,
si no tenemos un corazón puro, si no trabajamos por la paz, si no nos
alegramos en medio de las persecuciones sufridas por Cristo, entonces, no
sólo no seremos bienaventurados en el cielo, sino que, además, el mundo se
morirá. Eso es lo que Jesucristo quiere decir. En las Bienaventuranzas se
subraya el premio eterno que tendrá el que las cumple. En el evangelio de
hoy se subraya el valor social o la dimensión comunitaria en el tiempo
presente que tiene el hecho de cumplir las Bienaventuranzas. El que cumple
las Bienaventuranzas se convierte para sus contemporáneos en transmisor de
vida sobrenatural, como la sal con el cuerpo humano.
¿Cómo es sal el cristiano para el mundo? En que la tierra, el mundo, el
conjunto de los hombres reciben vida y unidad de los cristianos que se
comportan como tales. Un antiguo y famoso escrito cristiano antiguo, la
Carta a Diogneto, expresa con palabras elocuentes lo que es el cristianismo,
la Iglesia Católica para el mundo: “Lo que es el alma al cuerpo, eso son los
cristianos en el mundo”.
Viviendo como cristianos en medio del mundo, los bautizados son lo que el
alma al cuerpo, es decir la forma sustancial del cuerpo. Por eso también se
dice que la Iglesia es forma mundi. La forma es lo que hace que una cosa sea
esa cosa. El alma es forma del cuerpo. El cristianismo vivido coherentemente
es lo que mantiene la cohesión del mundo.
Para darle sabor a la comida basta con un poquito de sal. El cuerpo humano
necesita sal, pero no mucha; bastan unos gramos diarios. Así también para
sazonar y conservar el mundo basta un pequeño rebañito de cristianos; en el
mundo los católicos, aproximadamente, son el 17 %. Lo mismo puede aplicarse
a comunidades más pequeñas: el barrio, el ambiente de trabajo, la familia.
Recuerdo que, en Santiago del Estero, Argentina, donde estaba realizando una
misión popular, había un pueblo que respondía muy bien a los llamados de los
misioneros y aprovechaban bien la gracia de Dios. Y un sacerdote más
experimentado me decía: “Debe ser porque en este pueblo hay un alma santa
que atrae las gracias de Dios”. Un alma santa puede bastar para que Dios se
apiade de toda una comunidad. Sólo diez justos, diez santos hubieran bastado
para salvar a Sodoma (Gén 18,32).
Jesús no se contenta con predicar la doctrina positiva (“Deben cumplir las
Bienaventuranzas para irse al cielo y para dar vida al mundo”), sino que
advierte y amonesta en tono monitorio que hay que vigilar porque es posible
que el cristiano, por comodidad y egoísmo, abandone su misión de ser sal. Y
esta monición debemos tomarla en serio: “Si la sal pierde su sabor, ¿con qué
se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada
por los hombres”.
Para decir ‘pierde su sabor’ el texto original griego usa una sola palabra,
el verbo moranthê, una forma del verbo moraíno. El verbo moraíno significa,
en su sentido propio, ‘ser necio’, ‘entontecerse’, ‘volverse loco’,
‘volverse estúpido’, ‘perder la razón’. La traducción literal sería,
entonces: “Si la sal se vuelve estúpida, ¿quién la volverá salinizar
(halisthésetai)?”. El verbo moraíno aplicado a la sal que se desaliniza es
un uso que también aparece en el griego clásico. El sentido último del verbo
moraíno aplicado a la sal quiere decir: dejar de ser lo que se es por
naturaleza, dejar de ser sal. Por eso es que la Biblia de Jerusalén traduce
bien cuando traduce: “Si la sal se desvirtúa…” También se podría traducir:
“Si la sal se desnaturaliza…”
De todas maneras, es imposible no ver aquí una alusión al cristiano que, por
haber perdido la gracia divina y haber abandonado la misión conferida en el
bautismo, se vuelve necio. El adjetivo que proviene de este verbo, el
adjetivo morós, es una palabra fuertísima en boca de Jesús. En el mismo
Sermón de la Montaña Jesucristo aclara: “El que diga morós (‘loco’, traduce
Nácar-Colunga) a su hermano, es reo de muerte” (Mt 5,22). Y califica de
morós (insensato, necio) al hombre que no edificó su casa sobre roca sino
sobre arena (Mt 7,26). Y si bien Jesucristo prohíbe decir morós a un hermano
para insultarlo, sin embargo, Él mismo se la va a aplicar a los fariseos y
les dirá: “¡Moroí! (¡insensatos!) (Mt 23,17). El cristiano que abandona su
misión y deja de ser sal se convierte en un necio, en un insensato.
La sal se desvirtúa. Por ejemplo, la sal con que se cubre los jamones de un
cerdo para que cocine con su acción la carne, una vez transcurrido un tiempo
y luego de haber hecho su acción, pierde su fuerza. Se desnaturaliza. Ya no
sirve para preparar otro jamón. Esa sal debe ser tirada. En la época de
Cristo se arrojaba en los caminos, pues el cristal de la sal aplaca el polvo
y suaviza el camino. En pleno siglo XXI yo he visto con mis propios ojos
cómo, un camino de tierra del centro de Chile, era cubierto de sal que, con
el paso de los vehículos, convertía la carretera en una superficie lisa y
fácil de transitar.
La consecuencia del cristiano que deja de ser sal es tremenda: sólo sirve
para ser pisoteado por los hombres. Debe correr la misma suerte que corre la
sal que se desvirtúa. El cristiano que se desnaturaliza y abandona su misión
de cristiano es despreciado por los hombres.
2. Ustedes son la luz del mundo
Esta es una comparación para resaltar de nuevo el papel social de la vida
espiritual del cristiano individual. La diferencia con la comparación
anterior es que aquí Jesucristo nos dice explícitamente en qué consiste ser
luz: en las obras. Al decir obras Jesucristo se refiere a la vida práctica
del cristiano. Si tu vida práctica refleja con evidencia que tu vida está
informada por Cristo, entonces eres luz del mundo. Lo dice explícitamente:
“Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a
fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el
cielo” (Mt 5,16).
La luz es un elemento todavía más esencial que la sal para la vida del
hombre. Lo primero que creó Dios fue la luz (Gen 1,3). Lo que sacó al mundo
del caos, de la confusión y de la oscuridad fue la luz (Gen 1,2). Eso sólo
ya nos habla de la importancia de la luz. Cuando pensamos en la luz no
debemos pensar en primer lugar en la luz artificial que alumbra la noche,
sino en aquella luz que permite que el día no sea noche: el sol. Jesucristo
también usa la imagen de la luz artificial de una ciudad que alumbra en la
noche, pero la luz por antonomasia es la del sol. Es tan imposible la vida
del mundo sin el ejemplo del cristiano como es imposible la vida de los
hombres sin el sol. He aquí la importancia radical del testimonio de vida
del cristiano y, por lo tanto, la importancia radical del evangelio de hoy.
Nadie puede coaccionar la libertad del otro de tal manera que lo obligue a
creer en Cristo y en la Iglesia Católica. Pero puede mostrarle un modelo que
al que no cree o al que está en duda le sirva de llamada y estímulo. Cuando
un bautizado muestra, con su vida, sin palabras, que cree en Cristo y en la
Iglesia Católica, se convierte en un modelo para los demás. A esto llamamos
testimonio. Y en esto consiste, precisamente, el ser luz del mundo.
El testimonio de aquel que demuestra que cree en Cristo a través de la
plasmación en su vida de los mandatos de Cristo es el único modo que existe
de inducir legítimamente a alguien, sin coaccionar su libertad, a que
también él acepte a Cristo, acepte su revelación y lo siga por el camino de
sus mandatos, y así llegue a la salvación eterna. Por eso es correcto aquel
refrán: “Las palabras empujan, el ejemplo arrastra”.
El conocer y el creer por el testimonio de otro es un modo absolutamente
humano de adherir a la verdad. El conocimiento que se logra a través del
testimonio de un testigo creíble es algo que nos permite, de una manera
absolutamente humana y racional, alcanzar la verdad. Este conocimiento por
el testimonio se funda sobre la confianza interpersonal, porque se confía en
la verdad que el otro nos manifiesta. La capacidad y la opción de confiarse
uno mismo y la propia vida a otra persona constituyen uno de los actos
humanos más intensos y más racionales.
La verdad sobre la revelación de Cristo, que es una verdad vital y esencial
para la vida del hombre, no se logra solamente a través de una vía
intelectual (= palabras), sino también mediante el abandono confiado en
otras personas, que pueden garantizar la certeza y la autenticidad de la
verdad misma. Pero esas personas garantizan la certeza y la autenticidad de
la verdad cristiana no a través de palabras sino a través del resplandor de
sus obras coherentes con los principios cristianos. Este modo de
conocimiento de la verdad cristiana y su consiguiente aceptación pertenecen
a la misma naturaleza del ser humano y por eso es irreemplazable.
Por esta razón, si se quita el testimonio de vida cristiana se quita la luz
al mundo, se quita la posibilidad de que otros crean, se quita la
posibilidad de que el cristianismo se extienda, se quita la posibilidad de
que otros lleguen a creer en Cristo y a unirse a Él.
Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), había dejado consciente y
libremente de rezar a los 14 años. Dios desapareció del horizonte de su
vida. Y una de los hechos que la conmovió profundamente y la hizo plantearse
otra vez la posibilidad de la existencia de Dios fue ver entrar a la gran
catedral de Colonia a una señora que venía del mercado, con sus bolsas de
frutas y verduras, para rezar. Dios mezclado en medio de la vida cotidiana
fue para ella un testimonio y este testimonio concreto de un cristiano fue
luz para su mente.
Por eso es que el ser luz del mundo está directamente relacionado con las
obras, las cuales son efecto de la fe en Cristo. Se trata de obras externas
y visibles, que puedan ser percibidos por los que no creen o los que tienen
una fe débil o inconsecuente
Testimonio y obras, son, en este caso, sinónimo de luz. Y sin ellas el mundo
no encuentra a Cristo y por lo tanto no encuentra la salvación. Como dice el
Catecismo de la Iglesia Católica: “La fidelidad de los bautizados es una
condición primordial para el anuncio del evangelio y para la misión de la
Iglesia en el mundo. Para manifestar ante los hombres su fuerza de verdad y
de irradiación, el mensaje de la salvación debe ser autentificado por el
testimonio de vida de los cristianos. "El mismo testimonio de la vida
cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural son
eficaces para atraer a los hombres a la fe y a Dios" (AA 6)” (CEC, 2044).
Por esta razón es que la Iglesia pone como primera lectura el texto del
profeta Isaías donde se subraya que la verdadera justicia está en hacer las
obras de misericordia corporales. Y culmina diciendo: “Entonces despuntará
tu luz como la aurora (…); delante de ti avanzará tu justicia y detrás de ti
irá la gloria del Señor” (Is 58,8). Así el cristiano se convierte en lámpara
y, más aún, en una ciudad iluminada magníficamente y puesta en la cumbre de
un monte.
Otra vez, al igual que en el caso de la comparación de la sal, Jesucristo
advierte sobre la posibilidad de frustrar esa vocación a ser luz. Para
hacerlo usa otra comparación: no se enciende una lámpara para ponerla
adentro de una tinaja para medir trigo, sino para ponerla sobre un
candelero. La palabra del original griego que se traduce como ‘lámpara’ es
lýjnon. Esta palabra designa a “una lámpara portátil generalmente puesta
sobre un soporte” consistente en una “vasija pequeña que contiene aceite de
oliva y una mecha, usada para alumbrar en la oscuridad”. La palabra del
original griego que usamos como ‘tinaja’ es módion. Esta palabra griega
designa un recipiente (normalmente de arcilla cocida) que se usaba para
medir granos. Tuggy dice que tenía una capacidad de 25 litros. Otro autor,
Vine, dice que tenía una capacidad de 9 litros. Swanson dice que tenía una
capacidad de 8 litros. Las Biblias en español, algunas traducen como
‘celemín’ que es una medida de casi 5 litros. Otras traducen como ‘almud’
que es una medida de unos 25 litros. Pero lo único importante es tratar de
captar bien la imagen: no se enciende la mecha de una lámpara de mano para
meterla adentro de una tinaja. Un cristiano no ha sido bautizado para tener
pensamientos elevados y decir hermosas palabras, sino para dar testimonio a
través de su vida configurada por el evangelio.
Conclusión
Sal y luz son dos cosas esenciales en la vida del hombre. El testimonio
individual del cristiano es tan esencial para el mundo como la sal y la luz.
Si yo no soy fiel a mi vocación dada en el bautismo (vivir en gracia, vida
transformada y transfigurada, vivencia de las bienaventuranzas) no solamente
me caigo yo, sino que conmigo caen todos aquellos que están a mi alrededor.
Si la sal deja de ser sal, el hombre se muere. Si la luz no brilla, si el
sol no brilla, tampoco hay vida. Si el cristiano deja de llevar una vida
según Cristo, deja de ser sal y deja de ser luz y, por lo tanto, el mundo se
muere.
Pidámosle a la Virgen María la gracia de ser sal de la tierra y luz del
mundo.
____________________________________________
Pensemos, por ejemplo,
en el pescado disecado con sal, la carne disecada con sal (en la Puna, por
ejemplo) o el jamón.
Carta a Diogneto, cap.
5; Funk 1,319.
Moraíno se usa cuatro
veces en el NT: aquí, en el paralelo de Lc 14,34; en Rm 1,22 (“jactándose de
sabios se volvieron estúpidos”); y en 1Cor 1,20 (“Dios entonteció la
sabiduría del mundo”).
Cf. Schenkl F.-Brunetti
F., Dizionario Greco-Italiano-Greco, Fratelli Melita Editori, La Spezia,
1990, p. 575.
De este tema habla San
Juan Pablo II en la Encíclica Fides et Ratio, nº 32-33.
Vine, en Multiléxico
3088.
Swanson 3304, en
Multiléxico 3088.
Ver las voces ‘celemín’
y ‘almud’ en el Diccionario de la Real Academia Española. No responde a la
realidad lo expresado por Benoit, P., en Nota a Mt 5,15, en Biblia de
Jerusalén, Ediciones Desclée du Brouwer, Bilbao, 1975, p. 1393.
Los paralelos de Mc y
Lc agregan también ‘debajo de la cama’(Mc 4,21: Lc 8,16).
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Aplicación: San Juan Pablo II - Vosotros sois la sal... la luz
“Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo” (Mt
5,13-14). Con estas palabras Cristo definió a sus discípulos y, al mismo
tiempo, les asignó una tarea: explicó cómo deben ser, puesto que se trata de
sus discípulos.
¿Por qué el Señor Jesús ha llamado a sus discípulos “la sal de la tierra”?
Él mismo nos da la respuesta si consideramos, por una parte, las
circunstancias en que pronuncia estas palabras y, por otra, el significado
inmediato de la imagen de la sal. Como sabéis la afirmación de Jesús se
inserta en el sermón de la montaña, cuya lectura comenzó el domingo pasado
con el texto de las ocho bienaventuranzas: Jesús rodeado de una gran
muchedumbre, está enseñando a sus discípulos (cfr. Mt 5,1), y precisamente a
ellos, como de improviso, les dice no que “deben ser”, sino que “son” la sal
de la tierra. En una palabra, se diría que Él, sin excluir obviamente el
concepto de deber, designa una condición normal y estable del discipulado:
no se es verdadero discípulo suyo, si no se es sal de la tierra.
Por otra parte, resulta fácil la interpretación de la imagen: la sal es la
sustancia que se usa para dar sabor a las comidas y para preservarlas,
además, de la corrupción. El discípulo de Cristo, pues, es sal en la medida
en que ofrece realmente a los otros hombres, más aún, a toda la sociedad
humana, algo que sirva como un saludable fermento moral, algo que dé sabor y
que tonifique. Este fermento solo puede ser el conjunto de las virtudes
indicadas en la serie de las bienaventuranzas.
Se comprende, pues, cómo estas palabras de Jesús valen para todos los
discípulos. Por tanto, es necesario, que cada uno de nosotros las entienda
como referidas a sí mismo. Ahora, después de la explicación que de estas
palabras he hecho, debéis sentiros comprendidos en ellas todos. ¡Porque
todos sois discípulos de Cristo!
Y ahora la segunda pregunta: ¿Por qué el Señor llamó a sus discípulos la
“luz del mundo”? Él mismo nos da la respuesta, basándonos siempre en las
circunstancias a que hemos aludido y en el valor peculiar de la imagen.
Efectivamente la imagen de la luz se presenta como complementaria e
integrante respecto a la imagen de la sal: si la sal sugiere la idea de la
penetración en profundidad, la de la luz sugiere la idea de la difusión en
sentido de extensión y de amplitud, porque -diré con las palabras del gran
poeta italiano y cristiano- “La luz rápida cae como lluvia de cosa en cosa,
y suscita varios colores dondequiera que se posa” (A. Manzoni).
El cristiano, pues, para ser fiel discípulo de Cristo, debe iluminar con su
ejemplo, con sus virtudes, con esas “bellas obras” (Kala Erga), de las que
habla el texto evangélico de hoy (Mt 5,16), y las cuales puedan ser vistas
por los hombres. Debe iluminar precisamente porque es seguidor de Aquél que
es “la luz verdadera que viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre” (Jn
1,9), y que se autodefine “luz del mundo” (Jn 8,12). El lunes pasado hemos
celebrado la fiesta de “La Candelaria”, cuyo nombre exacto es el de
“Presentación del Señor”. Al llevar al Niño al templo, fue saludado
proféticamente por el anciano Simeón como “luz para alumbrar a las naciones”
(Luc 2,32). Ahora bien, ¿no nos dice nada esta “persistencia de imagen” en
la óptica de los evangelistas? Si Cristo es luz, el esfuerzo de la imitación
y la coherencia de nuestra profesión cristiana jamás podrá prescindir de un
ideal y, al mismo tiempo, de la semejanza real con Él.
También esta segunda imagen configura una situación normal y universal,
válida para la vida cristiana: se presenta y se impone como una obligación
de estado y debe tener, por tanto, una realización práctica y detallada, de
modo que en ella se encuentren todos. Igual que todos están invitados a
hacerse discípulos de Cristo, así también todos pueden y deben hacerse, en
sus obras concretas, sal y luz para los demás hombres.
Y ahora escuchemos la confesión del auténtico discípulo de Cristo.
He aquí que habla San Pablo con las palabras de su carta a los Corintios. Lo
vemos mientras se presenta a sus destinatarios, y oímos que lo ha hecho
“débil y temeroso” (1 Cor 2,3). ¿Por qué?
Esta actitud de debilidad y temor nace del hecho de que él sabe que choca
con la mentalidad corriente, la sabiduría puramente humana y terrena, que
sólo se satisface con las cosas materiales y mundanas. Él, en cambio,
anuncia a Cristo y a Cristo crucificado, esto es, predica una sabiduría que
viene de lo alto. Para hacer esto, para ser auténtico discípulo de Cristo,
vive interiormente todo el misterio de Cristo, toda la realidad de su cruz y
de su resurrección. Además, es preciso notar que así también la intensa vida
interior se convierte, casi de modo natural en lo que el Apóstol llama “el
testimonio de Dios” (1Cor 2,1). Así, pues, en la vida práctica, un auténtico
discípulo de Cristo debe siempre ser tal en el sentido de la aceptación
interior del misterio de Cristo, que es algo totalmente “original”, no
mezclado con la ciencia “humana” y con la “sabiduría de este mundo.
Viviendo de este modo tendremos ciertamente el “conocimiento” de él y
también la capacidad de actuar según
él. Pero es necesario que en relación con los compromisos de naturaleza
laical, nuestra fe no se funde en sabiduría humana, sino en el poder de Dios
(1 Cor 2,5).
¿Qué consecuencias prácticas nos conviene sacar de las lecturas litúrgicas
de hoy? Me parece que deben ser éstas: ante todo, la profundización en la fe
y en la vida interior; en segundo lugar, un empeño serio en la actividad
apostólica: “para que los hombres vean vuestras buenas obras y den gloria a
vuestro Padre que está en el Cielo” (Mt 5,16); y finalmente la
disponibilidad de ayudar a los otros, como bien dice la primera lectura con
las palabras de Isaías: “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los
pobres sin techo, viste al que va desnudo, y no te cierres a tu propia
carne. Entonces romperá tu luz con la aurora, enseguida te brotará la carne
sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Entonces
clamarás al Señor y te responderá. Gritarás y te dirá: Aquí estoy” (Is.
58,7-9).
Ante todo, deseo que renovéis en vosotros la conciencia personal y
comunitaria: soy discípulo, quiero ser discípulo de Cristo. Esto es una cosa
maravillosa: ¡Ser discípulo de Cristo! ¡Seguir su llamada y su Evangelio! Os
deseo que podáis sentir esto más profundamente, y que la vida de cada uno de
vosotros y de todos adquiera, gracias a esta conciencia, su pleno
significado.
En las palabras de Isaías se contiene una promesa particular: el Señor
escucha a los que le obedecen. El responde “Aquí estoy” a los que se hallan
ante Él con la misma disponibilidad y dicen con su conducta el mismo “aquí
estoy”. Os deseo que vuestra relación con Jesucristo nuestro Señor, Redentor
y Maestro, se regule de este modo. Deseo que Cristo esté con vosotros, y
que, mediante vosotros esté con los demás: y que se realice así la vocación
de sus verdaderos discípulos, los cuales deben ser “la sal de la tierra”.
(Homilía en la parroquia de San Carlos y San Blas)
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Aplicación: Benedicto XVI - El sentido de la misión y del testimonio
Queridos hermanos y hermanas:
En el Evangelio de este domingo el Señor Jesús dice a sus discípulos:
«Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,
13.14). Mediante estas imágenes llenas de significado, quiere transmitirles
el sentido de su misión y de su testimonio. La sal, en la cultura de Oriente
Medio, evoca varios valores como la alianza, la solidaridad, la vida y la
sabiduría. La luz es la primera obra de Dios creador y es fuente de la vida;
la misma Palabra de Dios es comparada con la luz, como proclama el salmista:
«Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero» (Sal 119, 105).
Y también en la liturgia de hoy, el profeta Isaías dice: «Cuando ofrezcas al
hambriento de lo tuyo y sacies el alma afligida, brillará tu luz en las
tinieblas, tu oscuridad como el mediodía» (58, 10). La sabiduría resume en
sí los efectos benéficos de la sal y de la luz: de hecho, los discípulos del
Señor están llamados a dar nuevo «sabor» al mundo, y a preservarlo de la
corrupción, con la sabiduría de Dios, que resplandece plenamente en el
rostro del Hijo, porque él es la «luz verdadera que ilumina a todo hombre»
(Jn 1, 9). Unidos a él, los cristianos pueden difundir en medio de las
tinieblas de la indiferencia y del egoísmo la luz del amor de Dios,
verdadera sabiduría que da significado a la existencia y a la actuación de
los hombres.
(Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo 6 de febrero de 2011)
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Aplicación: S.S. Francisco p.p. - Vosotros sois la sal... la luz
En el Evangelio de este domingo, que está inmediatamente después de las
Bienaventuranzas, Jesús dice a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la
tierra... Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5, 13.14). Esto nos maravilla
un poco si pensamos en quienes tenía Jesús delante cuando decía estas
palabras. ¿Quiénes eran esos discípulos? Eran pescadores, gente sencilla...
Pero Jesús les mira con los ojos de Dios, y su afirmación se comprende
precisamente como consecuencia de las Bienaventuranzas. Él quiere decir: si
sois pobres de espíritu, si sois mansos, si sois puros de corazón, si sois
misericordiosos... seréis la sal de la tierra y la luz del mundo.
Para comprender mejor estas imágenes, tengamos presente que la Ley judía
prescribía poner un poco de sal sobre cada ofrenda presentada a Dios, como
signo de alianza. La luz, para Israel, era el símbolo de la revelación
mesiánica que triunfa sobre las tinieblas del paganismo. Los cristianos,
nuevo Israel, reciben, por lo tanto, una misión con respecto a todos los
hombres: con la fe y la caridad pueden orientar, consagrar, hacer fecunda a
la humanidad. Todos nosotros, los bautizados, somos discípulos misioneros y
estamos llamados a ser en el mundo un Evangelio viviente: con una vida santa
daremos «sabor» a los distintos ambientes y los defenderemos de la
corrupción, como lo hace la sal; y llevaremos la luz de Cristo con el
testimonio de una caridad genuina. Pero si nosotros, los cristianos,
perdemos el sabor y apagamos nuestra presencia de sal y de luz, perdemos la
eficacia. ¡Qué hermosa misión la de dar luz al mundo! Es una misión que
tenemos nosotros. ¡Es hermosa! Es también muy bello conservar la luz que
recibimos de Jesús, custodiarla, conservarla.
El cristiano debería ser una persona luminosa, que lleva luz, que siempre da
luz. Una luz que no es suya, sino que es el regalo de Dios, es el regalo de
Jesús. Y nosotros llevamos esta luz. Si el cristiano apaga esta luz, su vida
no tiene sentido: es un cristiano sólo de nombre, que no lleva la luz, una
vida sin sentido. Pero yo os quisiera preguntar ahora: ¿cómo queréis vivir?
¿Como una lámpara encendida o como una lámpara apagada? ¿Encendida o
apagada? ¿Cómo queréis vivir? [la gente responde: ¡Encendida!] ¡Lámpara
encendida! Es precisamente Dios quien nos da esta luz y nosotros la damos a
los demás. ¡Lámpara encendida! Ésta es la vocación cristiana.
(Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo 9 de febrero de 2014)
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Directorio Homilético: Quinto domingo del Tiempo Ordinario
CEC 782: el pueblo de Dios, sal de la tierra y luz del mundo
CEC 2044-2046: vida moral y testimonio misionero
CEC 2443-2449: la atención a las obras de misericordia, amor a los pobres
CEC 1243: los bautizados (neófitos) están llamados a ser luz del mundo
CEC 272: Cristo crucificado es Sabiduría de Dios
782 El Pueblo de Dios tiene características que le distinguen claramente de
todos los grupos religiosos, étnicos, políticos o culturales de la Historia:
– Es el Pueblo de Dios: Dios no pertenece en propiedad a ningún pueblo. Pero
El ha adquirido para sí un pueblo de aquellos que antes no eran un pueblo:
"una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa" (1 P 2, 9).
– Se llega a ser miembro de este cuerpo no por el nacimiento físico, sino
por el "nacimiento de arriba", "del agua y del Espíritu" (Jn 3, 3-5), es
decir, por la fe en Cristo y el Bautismo.
– Este pueblo tiene por jefe a Jesús el Cristo [Ungido, Mesías]: porque la
misma Unción, el Espíritu Santo fluye desde la Cabeza al Cuerpo, es "el
Pueblo mesiánico".
– "La identidad de este Pueblo, es la dignidad y la libertad de los hijos de
Dios en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo".
– "Su ley, es el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo mismo nos amó
(cf. Jn 13, 34)". Esta es la ley "nueva" del Espíritu Santo (Rm 8,2; Ga 5,
25).
– Su misión es ser la sal de la tierra y la luz del mundo (cf. Mt 5, 13-16).
"Es un germen muy seguro de unidad, de esperanza y de salvación para todo el
género humano".
– "Su destino es el Reino de Dios, que el mismo comenzó en este mundo, que
ha de ser extendido hasta que él mismo lo lleve también a su perfección" (LG
9).
III VIDA MORAL Y TESTIMONIO MISIONERO
2044 La fidelidad de los bautizados es una condición primordial para el
anuncio del evangelio y para la misión de la Iglesia en el mundo. Para
manifestar ante los hombres su fuerza de verdad y de irradiación, el mensaje
de la salvación debe ser autentificado por el testimonio de vida de los
cristianos. "El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas
realizadas con espíritu sobrenatural son eficaces para atraer a los hombres
a la fe y a Dios" (AA 6).
2045 Los cristianos, por ser miembros del Cuerpo, cuya Cabeza es Cristo (cf
Ef 1,22), contribuyen, mediante la constancia de sus convicciones y de sus
costumbres, a la edificación de la Iglesia. La Iglesia aumenta, crece y se
desarrolla por la santidad de sus fieles (cf LG 39), "hasta que lleguemos al
estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo" (Ef 4,13).
2046 Mediante un vivir según Cristo, los cristianos apresuran la venida del
Reino de Dios, "Reino de justicia, de verdad y de paz" (MR, Prefacio de
Jesucristo Rey). Sin embargo, no abandonan sus tareas terrenas; fieles al
Maestro, las cumplen con rectitud, paciencia y amor.
VI EL AMOR DE LOS POBRES
2443 Dios bendice a los que ayudan a los pobres y reprueba a los que se
niegan a hacerlo: "a quien te pide da, al que desee que le prestes algo no
le vuelvas la espalda" (Mt 5,42). "Gratis lo recibisteis, dadlo gratis" (Mt
10,8). Jesucristo reconocerá a sus elegidos en lo que hayan hecho por los
pobres (cf Mt 25,31-36). La buena nueva "anunciada a los pobres" (Mt 11,5;
Lc 4,18) es el signo de la presencia de Cristo.
2444 "El amor de la Iglesia por los pobres...pertenece a su constante
tradición " (CA 57). Está inspirado en el Evangelio de las bienaventuranzas
(cf Lc 6,20-22), en la pobreza de Jesús (cf Mt 8,20), y en su atención a los
pobres (cf Mc 12,41-44). El amor a los pobres es también uno de los motivos
del deber de trabajar, con el fin de "hacer partícipe al que se halle en
necesidad" (Ef 4,28). No abarca sólo la pobreza material, sino también las
numerosas formas de pobreza cultural y religiosa (cf CA 57).
2445 El amor a los pobres es incompatible con el amor desordenado de las
riquezas o su uso egoísta:
Ahora bien, vosotros, ricos, llorad y dad alaridos por las desgracias que
están para caer sobre vosotros. Vuestra riqueza está podrida y vuestros
vestidos están apolillados; vuestro oro y vuestra plata están tomados de
herrumbre y su herrumbre será testimonio contra vosotros y devorará vuestras
carnes como fuego. Habéis acumulado riquezas en estos días que son los
últimos. Mirad: el salario que no habéis pagado a los obreros que segaron
vuestros campos está gritando; y los gritos de los segadores han llegado a
los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido sobre la tierra
regaladamente y os habéis entregado a los placeres; habéis hartado vuestros
corazones en el día de la matanza. Condenasteis y matasteis al justo; él no
os resiste (St 5,1-6).
2446 S. Juan Crisóstomo lo recuerda vigorosamente: "No hacer participar a
los pobres de los propios bienes es robarles y quitarles la vida. Lo que
tenemos no son nuestros bienes, sino los suyos" (Laz. 1,6). "Satisfacer ante
todo las exigencias de la justicia, de modo que no se ofrezca como ayuda de
caridad lo que ya se debe a título de justicia" (AA 8):
Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les hacemos
liberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que
realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia
(S. Gregorio Magno, past. 3,21).
2447 Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales
ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (cf.
Is 58,6-7; Hb 13,3). Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras de
misericordia espiritual, como perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de
misericordia corporal consisten especialmente en dar de comer al hambriento,
dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a
los presos, enterrar a los muertos (cf Mt 25,31-46). Entre estas obras, la
limosna hecha a los pobres (cf Tb 4, 5-11; Si 17,22) es uno de los
principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de
justicia que agrada a Dios (cf Mt 6,2-4):
El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga
para comer que haga lo mismo (Lc 3,11). Dad más bien en limosna lo que
tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros (Lc 11,41). Si un
hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno
de vosotros les dice: "id en paz, calentaos o hartaos", pero no les dais lo
necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? (St 2,15-16; cf. 1 Jn 3,17).
2448 "Bajo sus múltiples formas -indigencia material, opresión injusta,
enfermedades físicas o síquicas y, por último, la muerte- la miseria humana
es el signo manifiesto de la debilidad congénita en que se encuentra el
hombre tras el primer pecado y de la necesidad de salvación. Por ello, la
miseria humana atrae la compasión de Cristo Salvador, que la ha querido
cargar sobre sí e identificarse con los `más pequeños de sus hermanos' .
También por ello, los oprimidos por la miseria son objeto de un amor de
preferencia por parte de la Iglesia, que, desde los orígenes, y a pesar de
los fallos de muchos de sus miembros, no ha cesado de trabajar para
aliviarlos, defenderlos y liberarlos. Lo ha hecho mediante innumerables
obras de beneficencia, que siempre y en todo lugar continúan siendo
indispensables" (CDF, instr. "Libertatis conscientia" 68).
2449 En el Antiguo Testamento, toda una serie de medidas jurídicas (año
jubilar, prohibición del préstamo a interés, retención de la prenda,
obligación del diezmo, pago del jornalero, derecho de rebusca después de la
vendimia y la siega) responden a la exhortación del Deuteronomio:
"Ciertamente nunca faltarán pobres en este país; por esto te doy yo este
mandamiento: debes abrir tu mano a tu hermano, a aquel de los tuyos que es
indigente y pobre en tu tierra" (Dt 15,11). Jesús hace suyas estas palabras:
"Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me
tendréis" (Jn 12,8). Con esto, no hace caduca la vehemencia de los oráculos
antiguos: "comprando por dinero a los débiles y al pobre por un par de
sandalias..." (Am 8,6), sino nos invita a reconocer su presencia en los
pobres que son sus hermanos (cf Mt 25,40):
El día en que su madre le reprendió por atender en la casa a pobres y
enfermos, Santa Rosa de Lima le contestó: "cuando servimos a los pobres y a
los enfermos, servimos a Jesús. No debemos cansarnos de ayudar a nuestro
prójimo, porque en ellos servimos a Jesús".
1243 La vestidura blanca simboliza que el bautizado se ha "revestido de
Cristo" (Ga 3,27): ha resucitado con Cristo. El cirio que se enciende en el
cirio pascual, significa que Cristo ha iluminado al neófito. En Cristo, los
bautizados son "la luz del mundo" (Mt 5,14; cf Flp 2,15).
El nuevo bautizado es ahora hijo de Dios en el Hijo Unico. Puede ya decir la
oración de los hijos de Dios: el Padre Nuestro.
(cortesia: ive argentina)