Domingo 5 de Pascua C - Mandamiento nuevo - Iglesia del Hogar: en Familia, como Iglesia doméstica, preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
Falta un dedo: Celebrarla
1. INTRODUCCIÓN A LA PALABRA DEL DOMINGO
1.1 Primera lectura: Hechos en los Apóstoles 14, 20-26.
El primer viaje de Bernabé y Pablo fue una misión encomendada por El Espíritu Santo (13, 2) y así se les abrió a los gentiles la puerta a la fe. Las comunidades son preparadas para el servicio de la palabra. Ser discípulo de Cristo significa que tenemos que vivir nuestra misión. Esta misión entraña dificultades y esfuerzo. En cambio, cuando nuestra vida es muy cómoda y cuando no hay una tensión personal hacia un ideal, tenemos que preguntarnos si en realidad estamos viviendo nuestra fe (cf. Mateo 10, 22; 24, 13; Juan 23, 32.)
1.2 Segunda lectura: Apocalipsis 21, 1-5.
El Apocalipsis manifiesta que la resurrección de Cristo no ha eliminado de la vida de los cristianos el mal y el sufrimiento. Los cristianos siguen en medio del mundo con sus luchas y sufrimientos. Pero el mensaje del Apocalipsis es que habrá en Cristo una victoria final y definitiva sobre el mal. La Jerusalén de la que se habla es el nuevo pueblo de Dios que se instalará en la nueva tierra. El lenguaje simbólico prohíbe buscar localizaciones en el tiempo o en el espacio por no ser esta la intención. Este pasaje desea darnos fuerza en el combate de todos los días.
1. 3 Evangelio: Juan 13, 32-33. 34-35.
La hora de Jesucristo, el momento decisivo de su misión, inaugura en plenitud la revelación de Jesús como Hijo de Dios que ha venido a manifestar a los hombres el amor del Padre y su propio amor personal hacia ellos: un amor hasta el extremo. Su muerte y su resurrección son inicio de una nueva presencia de Cristo entre los hombres.
Muchas veces se oye hablar de la “sana razón” como que debe moderar el amor, como que debe evitar exageraciones, como que debe ponerle límites. Si eso es así entonces el amor de Cristo no es sano, es insano. Es que muchas veces confundimos lo sano con lo mediocre. El verdadero amor como nos lo ha traído Cristo empujará a la persona a que se “identifiquen” con su prójimo, hace posible la reconciliación en caso de enemistades quizás de años, ayuda en casos desesperados; ayuda a dar ese sentido sobrehumano a lo humanamente necio: anteponer el interés ajeno al propio interés; es que el otro es más importante que los propios deseos, anhelos y planes.
La sana razón invocada, empero, que se toma sólo así misma como punto de partida: “Yo (y mi familia) tenemos siempre la razón; yo y mi familia somos lo más importante; yo no puedo prescindir de esto o de lo otro”; no hace suyos los deseos del prójimo, ni busca, por ende, una posibilidad de lo que no es “normal”. Los fautores de la “normalidad” son los que dicen que la caridad bien entendida comienza por casa; y en realidad quieren decir que comienza, sigue y termina en uno mismo. Las consecuencias son los graves pecados de omisión en no socorrer al prójimo o las enemistades y rencores permanentes en familias cristianas.
Amar quiere decir salir de sí mismo. Por eso el amor no cae siempre por completo dentro de nuestras proporciones Nos asustamos tanto del amor a Dios y al prójimo porque parece a amenazar nuestro propio ser. Amenaza nuestra propia vida. En cambio, el que devuelve bien por mal pone las cosas a un nivel enteramente nuevo. Una fuerza desconocida se desata sobre el otro: “Haciéndolo así amontonarás carbones encendidos sobre su cabeza” (Romanos 12, 20). ¡Que tal situación novedosa se crea así!
Cualquiera supone que en una familia hay cariño y amor mutuo. Nosotros pensamos lo mismo y, aunque de vez en cuando haya roces y diferencias de opiniones, creemos que hay un gran amor entre todos los miembros de la familia. Estamos tan seguros de eso que ni siquiera lo mencionamos. Sin embargo una planta que no recibe luz del sol, que no recibe agua se marchita. Para que crezca y se haga fuerte tenemos que cuidarla y alimentarla. Lo mismo pasa con el cariño en la familia. Hay que alimentarlo no sólo con las fiestas personales de cada miembro sino y ante todo en la vida diaria. Un medio de alimentar el cariño consiste en reconocer las buenas actitudes, acciones y cualidades del otro, en reconocer cuando ha hecho algo bueno y decírselo. DECÍRSELO. Esto significa que estamos con los ojos abiertos por lo que hace el otro y que no nos concentremos solamente en aquello que hace mal sino que seamos sensibles a lo que pasa en el otro.
“En esto hemos reconocido el amor: en que ha dado su vida por nosotros. Así también nosotros tenemos que dar nuestra vida por los hermanos” (1 Juan 3, 16). ¿Se nota de verdad que comemos el mismo pan de la eucaristía en la mesa de Cristo y así formamos un solo cuerpo? ¿Somos una familia unida a la vez que abierta a los demás? Cuando tengamos tiempo reflexionemos con los niños acerca de lo que sería un signo de que todos los cristianos formamos un solo cuerpo. Si había habido un altercado que todos aprendamos a reconciliarnos al darnos el saludo de la paz.
Encontrar momentos frecuentes para alabar a los demás por lo buenos que son y por lo bueno que hacen. Los cumplidos deben ser sinceros, sin ironía y sin exageraciones. El ejemplo de los padres tiene mucha importancia.
“La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde el mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios que lo creó y por el amor de Dios que lo conserva. Y sólo puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero en su Creador”. (Concilio Vaticano II, Iglesia en el mundo, 19).
6. Leamos la Biblia con la Iglesia
Lunes: Hechos 14, 5-18; Juan 14, 21-26;
Martes: Hechos de 14, 19-28; Juan 14, 27-31
Miércoles: Hechos 15, 1-16; Juan 15, 1-8
Jueves: Hechos 15, 7-21; Juan 15, 9-11
Viernes: Hechos 15, 22-31; Juan 15, 12-17
Sábado: Hechos 16, 1-10; Juan 15, 18-21
En el momento de realizar la oración de la mañana o de la noche el padre o la madre recita los actos de fe, esperanza y caridad línea por línea y los niños repiten.
Acto de Fe
Señor Dios, creo firmemente
y confieso todas y cada una de las verdades
que la Santa Iglesia Católica propone,
porque tú las revelaste,
oh Dios, que eres la eterna Verdad y Sabiduría, que ni se engaña
ni nos puede engañar.
Quiero vivir y morir en esta fe.
Amén
Acto de Fe
(tradición española)
Creo en Dios Padre;
Creo en Dios Hijo;
Creo en Dios Espíritu Santo;
Creo en la Santísima Trinidad;
Creo en mi Señor Jesucristo,
Dios y hombre verdadero.
Acto de Esperanza
Señor Dios mío, espero por tu gracia
la remisión de todos mis pecados;
y después de esta vida,
alcanzar la eterna felicidad,
porque tú lo prometiste que eres
infinitamente poderoso,
fiel, benigno y lleno de misericordia.
Quiero vivir y morir en esta esperanza. Amén.
Acto de Esperanza
(tradición española)
Espero en Dios Padre;
Espero en Dios Hijo;
Espero en Dios Espíritu Santo;
Espero en la Santísima Trinidad;
Espero en mi Señor Jesucristo,
Dios y hombre verdadero.
Acto de caridad
Dios mío, te amo sobre todas las cosas
y al prójimo por ti,
porque Tú eres el infinito,
sumo y perfecto Bien,
digno de todo amor.
Quiero vivir y morir en este amor. Amén
Acto de Caridad
(tradición española)
Amo a Dios Padre;
Amo a Dios Hijo;
Amo a Dios Espíritu Santo;
Amo a la Santísima Trinidad;
Amo a mi Señor Jesucristo,
Dios y hombre verdadero.
Amo a María santísima, madre de Dios
y madre nuestra y amo a mi prójimo
como a mí mismo.
Para orar con la liturgia
Tanto amaste al mundo, Padre Santo,
que, al cumplirse la plenitud de los tiempos,
nos enviaste como salvador a tu único Hijo.
El cual se encarnó por obra del Espíritu Santo,
nació de María la Virgen,
y así compartió en toda nuestra condición humana
menos en el pecado;
anunció la salvación a los pobres,
la liberación a los oprimidos
y a los afligidos el consuelo.
Para cumplir tus designios,
él mismo se entregó a la muerte,
y, resucitando, destruyó la muerte
y nos dio nueva vida.
Y porque no vivamos ya para nosotros mismos
sino para él, que por nosotros murió y resucitó,
envió, Padre, desde tu seno al Espíritu Santo
como primicia para los creyentes,
a fin de santificar todas las cosas,
llevando a plenitud su obra en el mundo.
(Plegaria Eucarística IV)