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Domingo 4 de Pascua C El Buen Pastor - Comentarios de Sabios y Santos: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical

Recursos adicionales para la prepración

 

A SU DISPOSICIÓN
Exégesis: Manuel de Tuya - Enseñanza en la fiesta de la Dedicación (Jn 10,22-39)

Comentario Teológico: Benedicto XVI - Las grandes imágenes del evangelio de Juan, el pastor

Comentario Teológico: Fray Luis de León - Pastor

Santos Padres: San Agustín - El Buen Pastor

Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - El Buen Pastor

Aplicación: R.P. Leonardo Castellani - Yo soy el Buen Pastor

Aplicación: R.P. Carlos M. Buela, I.V.E. - ¿Porqué tantas vocaciones?

Aplicación: San Juan Pablo II - Cristo nos guía

Aplicación: Benedicto XVI - el Buen Pastor (espiritualidad sacerdotal)

Aplicación: Benedicto XVI - Jornada mundial de oración por las vocaciones

Aplicación: S.S. Francisco p.p. - Mis ovejas escuchan mi voz

Aplicación: San Alberto Hurtado - Cómo remediar el problema de la falta de vocaciones

Aplicación: R.P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Jesús, modelo del pastor y de las ovejas

Aplicación: Directorio Homilético: Cuarto domingo de Pascua

Ejemplos

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

«Jornada mundial de oración por las vocaciones»

comentarios a Las Lecturas del Domingo



Exégesis: Manuel de Tuya - Enseñanza en la fiesta de la Dedicación (Jn 10,22-39)


El relato que pone Jn a continuación responde a un tiempo bastante alejado de los últimos acontecimientos. Va a tener lugar en los días de la fiesta de la Dedicación o de las Encenias. Los discursos anteriores debieron de estar más próximos de la fiesta de los Tabernáculos (Jua_7:2; c.9). De ser así, entre ambas fiestas tenían que transcurrir unos dos meses, ya que la fiesta de la Dedicación se celebraba el 25 de Kasleu (nov.dic.), y la de los Tabernáculos en el mes de Tishri (sept.-oct.).

22 Se celebraba entonces en Jerusalén la Dedicación; era invierno, 23 y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón. 24 Le rodearon, pues, los judíos y le decían: ¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si eres el Mesías, dínoslo claramente. 25 Respondióles Jesús: Os lo dije y no lo creéis; las obras que Yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mí; 26 pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas. 27 Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, 28 y yo les doy la vida eterna, y no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. 29 Lo que mi Padre me dio es mejor que todo, y nadie podrá arrebatar nada de la mano de mi Padre. 30 Yo y el Padre somos una sola cosa. 31 De nuevo los judíos trajeron piedras para apedrearle. 32 Jesús les respondió: Muchas obras os he mostrado de parte de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis? 33 Respondiéronle los judíos: Por ninguna obra buena te apedreamos, sino por la blasfemia, porque tú, siendo hombre, te haces Dios. 34 Jesús les replicó: ¿No está escrito en vuestra Ley: “Yo digo: Dioses sois”? 35 Si llama dioses a aquellos a quienes fue dirigida la palabra de Dios, y la Escritura no puede fallar, 36 de aquel a quien el Padre santificó y envió al mundo decís vosotros: “Blasfemas,” porque dije: “Soy Hijo de Dios”? 37 Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; 38 pero si las hago, ya que no me creéis a mí, creed a las obras, para que sepáis y conozcáis que el Padre está en mí, y Yo en el Padre.39 De nuevo buscaban cogerle, pero El se deslizó de entre sus manos.

La escena pasa en Jerusalén, en los días en que se celebraba la fiesta de la Dedicación. El término griego significa “innovar,” y, en sentido derivado, “consagrar” o “dedicar.” En hebreo se llama la fiesta hanukkah (Esd_6:16ss; Dan_3:2), del verbo hanak, “innovar,” “dedicar.”

Esta fiesta tenía por objeto conmemorar anualmente la purificación del templo por Judas Macabeo, en el año 148 de los Seléucidas, que corresponde al 165 a.C., después de la gran profanación que de él había hecho Antíoco IV Epífanes (1Ma_4:36-59; 2Ma_1:2-19; 2Ma_10:1-8).

Comenzaba esta festividad el día 25 del mes de Kasleu (nov.-dic.). La fiesta duraba ocho días (2Ma_10:6). Tenía un ceremonial calcado en el de la fiesta de los Tabernáculos (2Ma_1:9; 2Ma_10:6). Más tarde vino a caracterizarse por las luminarias (2Ma_1:19-22), tanto que se la llamó, por antonomasia, la fiesta de las Luminarias. Pero no tanto por las “luminarias” cuanto por la luz de la libertad, según Josefo.

Para la fiesta de la Dedicación no era obligatoria la peregrinación a Jerusalén, como en las otras tres grandes fiestas de Pascua, Pentecostés y Tabernáculos.

La escena tiene lugar cuando Cristo “se paseaba” en el templo, por el llamado “pórtico de Salomón.” Así se llamaba a “una sección del pórtico oriental”. “Estaba situado este pórtico en la parte exterior oriental del templo y dominaba un profundo valle, el Cedrón; sus muros medían 400 codos (sobre 200 metros), y estaba construido con blanquísimas piedras de sillería, cada una de las cuales medía 20 codos de largo (sobre 10 metros) y seis de alto (unos tres metros); era la obra del rey Salomón,” y el pórtico más antiguo de los conservados.

Probablemente, al referir que se estaba en invierno y que se paseaba Cristo por este pórtico, es que sería lugar acogedor en esta estación del año. Es además una indicación para los lectores de la gentilidad, para precisarles la época de esta fiesta.

En este escenario, un día de la fiesta de la Dedicación, los “judíos,” que son indudablemente, por su argumentación, los fariseos, lo “rodean,” lo estrechan así en un “círculo” para forzarle a una respuesta. Es lo que parece seguirse de todo el episodio, del tipo de argumentación farisaica insidiosamente usada y de su emplazamiento literario en este preludio final yoanneo de la muerte de Cristo. Las ideas, fundamentalmente, se repiten. Así le dicen y preguntan:

“¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso?”; literalmente: “¿Hasta cuándo (tendrás) levantada nuestra alma?”; es decir: le preguntan hasta cuándo los va a tener en incertidumbre sobre algo que les interesa grandemente. Por eso concluyen: “Si eres el Mesías, dínoslo claramente”; y por el término griego usado aquí y en otros pasajes de Jn, probablemente significa, no sólo “claramente,” sino dicho con plena libertad (Jua_7:13.26; Jua_18:20).

Lagrange notó muy bien que “Juan está, por eso, aquí perfectamente de acuerdo con los sinópticos sobre el secreto mesiánico, tan notable, sobre todo, en Marcos.”

La respuesta de Cristo es que ya se lo dijo repetidas veces, no tomando la misma palabra de Mesías, pero sí “con las obras,” que, hechas “en nombre de mi Padre,” dan, por lo mismo, testimonio de Él. Pero, a pesar de todo, ellos no creen. ¿Por qué? Cristo va a dar la razón honda de esto, al tiempo que, con este motivo, va a hacer una declaración terminante de su divinidad. El razonamiento se puede sintetizar así:

No creen porque no son de sus ovejas,
pues éstas oyen su voz, por lo que se sigue
que por eso no perecerán, [Él las conoce, ellos le siguen.
Él les da la vida eterna]
pues “nadie las arrebatará de mi mano.”
Y como “esto” (éstas) es don del Padre a Cristo,
nadie puede arrebatar nada del Padre.
Y el Padre y Cristo son “una misma cosa” en esto.


Varios son los puntos doctrinales de este pasaje. Son los siguientes:

1) En la fe en Cristo, y, por tanto, en sus “obras,” que son “signos,” si inmediatamente hay causas diversas, v.gr., malas disposiciones, temor de la “luz” (Jua_3:19-21), espíritu terreno (Jua_8:23), en el fondo de ello existe una “predestinación.” Braun ha escrito, comentando este pasaje: “La doctrina de la predestinación no tiene que hacer nada aquí.” Pero esta afirmación va en contra del contexto del evangelio de Jn, en donde ya se dijo, a propósito de la incredulidad en Cristo, que “nadie puede venir a mí si el Padre no le trae” (Jua_6:44; cf. 8:47), y contra el contexto inmediato, en donde se dice que los que creen en El es don del Padre (v.29).

2) Cristo se presenta con un “conocimiento” sobrenatural y universal de sus ovejas; con un oficio de Pastor que llama a sus ovejas de modo real, aunque misterioso, porque aquéllas “oyen su voz”; con un poder vitalizador, pues les da “la vida eterna” (v.28); y se presenta dotado de un poder trascendente, pues nadie puede “arrebatar de su mano” estas ovejas.

3) Todo este rebaño espiritual es un “don” del Padre a Él. Pero la formulación de este hemistiquio tiene una dificultad clásica de lectura y de interpretación. Son las siguientes:

a) “Mi Padre, el que (hos) me dio a mi
es más grande que todo.”

b) “Mi Padre, lo que (hos) me dio,
es más grande que todo.”

Críticamente, la primera lectura es admitida por muchos, apoyada en los siguientes manuscritos: ? S L W, Vet. lat., Vulg., Tert., HiL, Ag. Por crítica interna se ve que es lectura más fácil. Además deja sin complemento lo que el Padre dio a Cristo. La segunda es la ordinariamente admitida. En ella puede ser traducido el “más grande” por “más precioso” (Mat_23:17.19). Así, su lectura es:

“Lo que el Padre me dio es más precioso que todo.”

¿Qué es eso que el Padre dio a Cristo? A tres pueden reducirse las posiciones.

a) La naturaleza divina. — San Agustín es el primer representante de esta posición.. Entre los exegetas que le han seguido están Cornelio A., Knabenbauer, Patrizi, Lebreton. Con esta posición parece concordar lo que se dice en el concilio IV de Letrán (a. 1215): “El Padre, generando eternamente al Hijo, le da — dedit — su sustancia, conforme a lo que El mismo dice: Lo que me dio el Padre es más grande que todo.” Pero, como nota oportunamente Prat, “se sabe que la prueba escrituraria no es definida con la doctrina que ella ilustra”, y los autores católicos lo interpretan diversamente.

b) El poder divino. — Sería el poder divino que el Padre le había comunicado, tanto para hacer milagros como para conducir las ovejas y darles la vida eterna. Así Belser, Schanz, Tillmann.

Pero el contexto, como se verá, exige otra interpretación, distinta de estas dos propuestas. Cristo no iba a decir algo incoherente. Pues si aludiese a que este don del Padre era la naturaleza divina o el poder divino, ¿quién pretendería “arrebatar” del Hijo la naturaleza divina o el poder divino de que estaba dotado?

c) Las “ovejas” que oyen su voz. — Esta interpretación es exigencia del ritmo conceptual progresivo del pasaje. La garantía de que las ovejas que oyen su voz no perecerán es:

a) “Que nadie las arrebatará de mi mano,” o poder.

b) Porque es un “don” que le dio el Padre, el cual “don” es “más precioso que todas las cosas.” Nada es comparable a la “vida eterna,” que Cristo dispensa (Jua_17:1-4). El mismo lo dijo en otra ocasión: “¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?” (Mat_16:26; Luc_9:25).

c) Y de la misma manera que nadie puede “arrebatar nada de la mano de mi Padre,” que aquí son las “ovejas,” así tampoco se las puede arrebatar de las suyas.

d) Porque, en definitiva, “Yo y el Padre somos una sola cosa.”

Así, el pensamiento tiene un ritmo de desarrollo progresivo perfectamente lógico. Y conceptualmente encuentra otros pasajes paralelos en el mismo cuarto evangelio (Jua_6:37.39; Jua_17:24; compárese con Jua_17:24).

4) Por último, Cristo, como garantía de este poder salvífico que tiene para sus ovejas, proclama su divinidad, diciendo: “Yo y el Padre somos una cosa” (e? ?sµe? ).

Directamente se expresa esta unidad entre el Padre y el Hijo en el poder. El Padre y el Verbo encarnado son “una sola cosa.” Pero lo son no sólo como un profeta, en el plan, conocimiento y actividad de Cristo para su obra salvadora. Sino también, por razón de la persona divina, tiene una “unión” ontológica divina con el Padre.

Esta expresión encuentra su clarificación en la “oración sacerdotal,” en la que Cristo pide al Padre que le glorifique con “la gloria que tuve cerca de ti antes de que el mundo existiese” (Jua_17:5.24), lo mismo que en el “prólogo,” en el que se enseña abiertamente que el Verbo, que se va a encarnar, “era Dios.”

Y que éste es el intento del evangelista no cabe dudarlo después de lo que enseña en el “prólogo,” en la tesis de su evangelio, y por la reacción que recoge de los “judíos” fariseos que le oyeron, pues “trajeron piedras” de las que había allí mismo en el templo aún en construcción, y de las que se sirvieron los judíos en más de una ocasión para apedrear a la guarnición romana, “para apedrearle” como blasfemo, pues dijeron que “tú, siendo hombre, te haces Dios” (v.31-33).

Al argumentarle los fariseos, sacando la conclusión que encerraba su enseñanza, que se “hacía Dios,” quisieron “apedrearle,” puesto que este tipo de pena era el que correspondía a los blasfemos. Y el argumento que Cristo va a esgrimir contra ellos es éste:

En la Ley, que son los Salmos, pero que Jn cita así en otras ocasiones la Escritura (Jua_7:49; Jua_12:34; Jua_15:25), se lee la siguiente personificación escenográfica: Dios cita a su juicio a los jueces inicuos, y para nombrarles y constituirles como tales, les dice: “Yo dije: Sois dioses — Elohím athem — , todos vosotros hijos del Altísimo” (Sal_82:6). A los jueces, por recibir su poder de Dios (Rom_13:1) y porque “el juicio es de Dios” (Deu_1:17; cf. Deu_19:17), se los llama, en esta mentalidad semita, “dioses,” por participadores de este poder divino (Gen_1:27).

Partiendo de esto, Cristo va a usar un argumento “a fortiori,” de tipo rabínico, llamado “del ligero y de grave” (qal washomer). Y así les argumenta: Si la Escritura, palabra de Dios, que “no puede fallar,” llama “dioses” a unos hombres por participar un simple poder judicial, no puede ser blasfemia que El, a quien el Padre “consagró” y envió al mundo, y la prueba de lo que dice son los milagros, diga que es Hijo de Dios.

Si los fariseos no negaban las obras milagrosas de Cristo, y aquí no las atribuían, como en otras ocasiones, a Satanás (Mat_12:24 par.), el argumento era incontrovertible. Y que no podían hacerlo es lo que decía el ciego de nacimiento: que Dios no oye a los pecadores (Jua_9:31); y los milagros suyos eran tan evidentes, que aquí mismo los alega como testimonios inexcusables; precisamente los milagros fueron lo que hizo creer en Él a Nicodemo y a otros grupos de fariseos (Jua_2:23; Jua_3:1-2). Pero no por negarlos desvirtuaban su valor objetivo; tanto que esto les hacía a ellos inexcusables (Jua_9:39-41; Jua_12:37ss; Jua_15:24). Más que un simple juez — “dios” — era el que el Padre envió al mundo como su Mesías, y que, proclamándose el Hijo de Dios, lo rubricaba apologéticamente con milagros.

Por eso alega esto, como en otras ocasiones (Jua_5:36; Jua_10:25; Jua_14:10.11), para que “sepáis y conozcáis” que “el Padre está en mí, y yo en el Padre.”

Si Dios estaba jurídicamente presente en los jueces, tenía que estarlo realmente en el que se decía su Hijo.

Esta presencia mutua del Padre y del Hijo no es sólo una presencia moral, ni aun simplemente física por la acción del milagro, del cual Cristo es instrumento, sino que es más profunda. La presencia moral de Dios, y viceversa, la tenía todo judío piadoso; la física parecería explicarlo. Sería la profunda presencia y unión con el Padre en sus obras, ya que El nada hacía sin el Padre (Jua_5:30). Pero la lógica de la argumentación es que, no habiendo retirado nada de su proposición primera, por la que querían lapidarle, puesto que “tú, siendo hombre, te haces Dios” (Jua_10:33), aquí la conclusión abocaba a lo mismo. Si inmediatamente indica la absoluta “unión” (v.30) y “presencia” (v.38) del Padre y del Hijo en el obrar, está expresándose esta “unión” íntima y total — ontológica — de Cristo con el Padre — el Hijo de Dios encarnado — , que se expuso a propósito del v.30. Esto es lo que entienden los judíos, pues quieren volver a apoderarse de Él, sin duda para lapidarle. Pero esto es a lo que lleva por necesidad, además, el intento del evangelista, por la semejanza conceptual con otros pasajes de Cristo y de Juan.

De Cristo basta ver los atributos divinos que reclamó para sí en el capítulo 5 (Jua_5:19-30).

En el capítulo 14 dirá Cristo: “El que me ha visto a mí (como Hijo), ha visto al Padre. El Padre, que mora en mí, hace sus obras. Creedme, que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí; al menos, creedlo por las obras” (Jua_14:9-11; cf. Jua_17:21).

Y el evangelista dice del Verbo encarnado que “el Verbo estaba en Dios (en el Padre), y el Verbo era Dios” (Jua_1:1).

Y queriendo apoderarse de El, “se salió de sus manos.” No había llegado su “hora,” tema que tanto cuenta en el evangelio de Jn (Jua_7:30; Jua_8:20, etc.). El mismo logró evadir aquello ¿Cómo? No se dice. “¿Es que la lapidación no había sido más que una amenaza? ¿O acaso el pueblo se puso de su parte?”. Acaso, una vez más, la grandeza de Cristo, sin aparatosidad, se impone.
(DE TUYA, M., Evangelio de San Juan, en PROFESORES DE SALAMANCA, Biblia Comentada, BAC, Madrid, Tomo Vb, 1977)


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Comentario Teológico: Benedicto XVI - Las grandes imágenes del evangelio de Juan, el pastor

Volvamos al sermón sobre el pastor del capítulo 10. Sólo en el segundo párrafo aparece la afirmación: «Yo soy el buen pastor» (10, 11). Toda la carga histórica de la imagen del pastor se recoge aquí, purificada y llevada a su pleno significado. Destacan sobre todo cuatro elementos fundamentales. El ladrón viene «para robar, matar y hacer estragos» (10, 10). Ve las ovejas como algo de su propiedad, que posee y aprovecha para sí. Sólo le importa él mismo, todo existe sólo para él. Al contrario, el verdadero pastor no quita la vida, sino que la da: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (10, 10).

Esta es la gran promesa de Jesús: dar vida en abundancia. Todo hombre desea la vida en abundancia. Pero, ¿qué es, en qué consiste la vida? ¿Dónde la encontramos? ¿Cuándo y cómo tenemos «vida en abundancia»? ¿Es cuando vivimos como el hijo pródigo, derrochando toda la dote de Dios? ¿Cuando vivimos como el ladrón y el salteador, tomando todo para nosotros? Jesús promete que mostrará a las ovejas los «pastos», aquello de lo que viven, que las conducirá realmente a las fuentes de la vida.

Podemos escuchar aquí como un eco las palabras del Salmo 23: «En verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas... preparas una mesa ante mí... tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida.» (2.5s). Resuenan más directas las palabras del pastor en Ezequiel: «Las apacentaré en pastizales escogidos, tendrán su dehesa en lo alto de los montes de Israel.» (34, 14).

Ahora bien, ¿qué significa todo esto? Ya sabemos de qué viven las ovejas, pero, ¿de qué vive el hombre? Los Padres han visto en los montes altos de Israel y en los pastizales de sus camperas, donde hay sombra y agua, una imagen de las alturas de la Sagrada Escritura, del alimento que da la vida, que es la palabra de Dios.

Y aunque éste no sea el sentido histórico del texto, en el fondo lo han visto adecuadamente y, sobre todo, han entendido correctamente a Jesús. El hombre vive de la verdad y de ser amado, de ser amado por la Verdad. Necesita a Dios, al Dios que se le acerca y que le muestra el sentido de su vida, indicándole así el camino de la vida. Ciertamente, el hombre necesita pan, necesita el alimento del cuerpo, pero en lo más profundo necesita sobre todo la Palabra, el Amor, a Dios mismo. Quien le da todo esto, le da «vida en abundancia». Y así libera también las fuerzas mediante las cuales el hombre puede plasmar sensatamente la tierra, encontrando para sí y para los demás los bienes que sólo podemos tener en la reciprocidad.

En este sentido, hay una relación interna entre el sermón sobre el pan del capítulo 6 y el del pastor: siempre se trata de aquello de lo que vive el hombre. Filón, el gran filósofo judío contemporáneo de Jesús, dijo que Dios, el verdadero pastor de su pueblo, había establecido como pastor a su «hijo primogénito», al Logos (Barrett, p. 374).

El sermón sobre el pastor en Juan no está en relación directa con la idea de Jesús como Logos; y sin embargo —precisamente en el contexto del Evangelio de Juan— es éste su sentido: que Jesús, como palabra de Dios hecha carne, no es sólo el pastor, sino también el alimento, el verdadero «pasto»; nos da la vida entregándose a sí mismo, a El, que es la Vida (cf. 1, 4; 3, 36; 11, 25).

Con esto hemos llegado al segundo motivo del sermón sobre el pastor, en el que aparece el nuevo elemento que lleva más allá de Filón, no mediante nuevas ideas, sino por un acontecimiento nuevo: la encarnación y la pasión del Hijo. «El buen pastor da la vida por las ovejas» (10, 11). Igual que el sermón sobre el pan no se queda en una referencia a la palabra, sino que se refiere a la Palabra que se ha hecho carne y don «para la vida del mundo» (6, 51), así, en el sermón sobre el pastor es central la entrega de la vida por las «ovejas». La cruz es el punto central del sermón sobre el pastor, y no como un acto de violencia que encuentra desprevenido a Jesús y se le inflige desde fuera, sino como una entrega libre por parte de Él mismo: «Yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente» (10, 17s). Aquí se explica lo que ocurre en la institución de la Eucaristía: Jesús transforma el acto de violencia externa de la crucifixión en un acto de entrega voluntaria de sí mismo por los demás. Jesús no entrega algo, sino que se entrega a sí mismo. Así, El da la vida. Tendremos que volver de nuevo sobre este tema y profundizar más en él cuando hablemos de la Eucaristía y del acontecimiento de la Pascua.

Un tercer motivo esencial del sermón sobre el pastor es el conocimiento mutuo entre el pastor y el rebaño: «El va llamando a sus ovejas por el nombre y las saca fuera... y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz» (10, 3s). «Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas» (10, 14s). En estos versículos saltan a la vista dos interrelaciones que debemos examinar para entender lo que significa ese «conocer». En primer lugar, conocimiento y pertenencia están entrelazados. El pastor conoce a las ovejas porque éstas le pertenecen, y ellas lo conocen precisamente porque son suyas. Conocer y pertenecer (en el texto griego, ser «propio de»: ta ídiá) son básicamente lo mismo. El verdadero pastor no «posee» las ovejas como un objeto cualquiera que se usa y se consume; ellas le «pertenecen» precisamente en ese conocerse mutuamente, y ese «conocimiento» es una aceptación interior. Indica una pertenencia interior, que es mucho más profunda que la posesión de las cosas.

Lo veremos claramente con un ejemplo tomado de nuestra vida. Ninguna persona «pertenece» a otra del mismo modo que le puede pertenecer un objeto. Los hijos no son «propiedad» de los padres; los esposos no son «propiedad» uno del otro. Pero se «pertenecen» de un modo mucho más profundo de lo que pueda pertenecer a uno, por ejemplo, un trozo de madera, un terreno o cualquier otra cosa llamada «propiedad». Los hijos «pertenecen» a los padres y son a la vez criaturas libres de Dios, cada uno con su vocación, con su novedad y su singularidad ante Dios. No se pertenecen como una posesión, sino en la responsabilidad. Se pertenecen precisamente por el hecho de que aceptan la libertad del otro y se sostienen el uno al otro en el conocerse y amarse; son libres y al mismo tiempo una sola cosa para siempre en esta comunión.

De este modo, tampoco las «ovejas», que justamente son personas creadas por Dios, imágenes de Dios, pertenecen al pastor como objetos; en cambio, es así como se apropian de ellas el ladrón o el salteador. Ésta es precisamente la diferencia entre el propietario, el verdadero pastor y el ladrón: para el ladrón, para los ideólogos y dictadores, las personas son sólo cosas que se poseen. Pero para el verdadero pastor, por el contrario, son seres libres en vista de alcanzar la verdad y el amor; el pastor se muestra como su propietario precisamente por el hecho de que las conoce y las ama, quiere que vivan en la libertad de la verdad. Lc pertenecen mediante la unidad del «conocerse», en la comunión de la Verdad, que es Él mismo. Precisamente por eso no se aprovecha de ellas, sino que entrega su vida por ellas. Del mismo modo que van unidos Logos y encarnación, Logos y pasión, también conocerse y entregarse son en el fondo una misma cosa.

Escuchemos de nuevo la frase decisiva: «Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas» (10, 14s). En esta frase hay una segunda interrelación que debemos tener en cuenta. El conocimiento mutuo entre el Padre y el Hijo se entrecruza con el conocimiento mutuo entre el pastor y las ovejas. El conocimiento que une a Jesús con los suyos se encuentra dentro de su unión cognoscitiva con el Padre. Los suyos están entretejidos en el diálogo trinitario; volveremos a tratar esto al reflexionar sobre la oración sacerdotal de Jesús. Entonces podremos comprender cómo la Iglesia y la Trinidad están enlazadas entre sí. La compenetración de estos dos niveles del conocer resulta de suma importancia para entender la naturaleza del «conocimiento» de la que habla el Evangelio de Juan.

Trasladando esto a nuestra experiencia vital, podemos decir: sólo en Dios y a través de Dios se conoce verdaderamente al hombre. Un conocer que reduzca al hombre a la dimensión empírica y tangible no llega a lo más profundo de su ser. El hombre sólo se conoce a sí mismo cuando aprende a conocerse a partir de Dios, y sólo conoce al otro cuando ve en él el misterio de Dios.

Para el pastor al servicio de Jesús eso significa que no debe sujetar a los hombres a él mismo, a su pequeño yo. El conocimiento recíproco que le une a las «ovejas» que le han sido confiadas debe tender a introducirse juntos en Dios y dirigirse hacia Él; debe ser, por tanto, un encontrarse en la comunión del conocimiento y del amor de Dios. El pastor al servicio de Jesús debe llevar siempre más allá de sí mismo para que el otro encuentre toda su libertad; y por ello, él mismo debe ir también siempre más allá de sí mismo hacia la unión con Jesús y con el Dios trinitario.

El Yo propio de Jesús está siempre abierto al Padre, en íntima comunión con El; nunca está solo, sino que existe en el recibirse y en el donarse de nuevo al Padre. «Mi doctrina no es mía», su Yo es el Yo sumido en la Trinidad. Quien lo conoce, «ve» al Padre, entra en esa su comunión con el Padre. Precisamente esta superación dialógica que hay en el encuentro con Jesús nos muestra de nuevo al verdadero pastor, que no se apodera de nosotros, sino que nos conduce a la libertad de nuestro ser, adentrándonos en la comunión con Dios y dando Él mismo su propia vida.

Llegamos al último gran tema del sermón sobre el pastor: el tema de la unidad. Aparece con gran relieve en la profecía de Ezequiel. «Recibí esta palabra del Señor: "hijo de hombre, toma una vara y escribe en ella 'Judá' y su pueblo; toma luego otra vara y escribe 'José', vara de Efraín, y su pueblo. Empálmalas después de modo que formen en tu mano una sola vara". Esto dice el Señor: "Voy a recoger a los israelitas de las naciones a las que se marcharon, voy a congregarlos de todas partes... Los haré un solo pueblo en mi tierra, en los montes de Israel... No volverán ya a ser dos naciones ni volverán a desmembrarse en dos reinos"» (Ez 37, 15-17.21s). El pastor Dios reúne de nuevo en un solo pueblo al Israel dividido y disperso.

El sermón de Jesús sobre el pastor retoma esta visión, pero ampliando de un modo decisivo el alcance de la promesa: «Tengo además otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor» (10, 16). La misión de Jesús como pastor no sólo tiene que ver con las ovejas dispersas de la casa de Israel, sino que tiende, en general, «a reunir a todos los hijos de Dios que estaban dispersos» (11, 52). Por tanto, la promesa de un solo pastor y un solo rebaño dice lo mismo que aparece en Mateo, en el envío misionero del Resucitado: «Haced discípulos de todos los pueblos» (28, 19); y que además se reitera otra vez en los Hechos de los Apóstoles como palabra del Resucitado: «Recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo» (1, 8).

Aquí se nos muestra con claridad la razón interna de esta misión universal: hay un solo pastor. El Logos, que se ha hecho hombre en Jesús, es el pastor de todos los hombres, pues todos han sido creados mediante aquel único Verbo; aunque estén dispersos, todos son uno a partir de Él y en vista de El. La humanidad, más allá de su dispersión, puede alcanzar la unidad a partir del Pastor verdadero, del Logos, que se ha hecho hombre para entregar su vida y dar, así, vida en abundancia (10, 10).

La figura del pastor se convirtió muy pronto —está documentado ya desde el siglo III— en una imagen característica del cristianismo primitivo. Existía ya la figura bucólica del pastor que carga con la oveja y que, en la ajetreada sociedad urbana, representaba y era estimada como el sueño de una vida tranquila. Pero el cristianismo interpretó enseguida la figura de un modo nuevo basándose en la Escritura; sobre todo a la luz del Salmo 23: «El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar... Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo... Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por días sin término».

En Cristo reconocieron al buen pastor que guía a través de los valles oscuros de la vida; el pastor que ha atravesado personalmente el tenebroso valle de la muerte; el pastor que conoce incluso el camino que atraviesa la noche de la muerte, y que no me abandona ni siquiera en esta última soledad, sacándome de ese valle hacia los verdes pastos de la vida, al «lugar del consuelo, de la luz y de la paz» (Canon romano).

Clemente de Alejandría describió esta confianza en la guía del pastor en unos versos que dejan ver algo de esa esperanza y seguridad de la Iglesia primitiva, que frecuentemente sufría y era perseguida: «Guía, pastor santo, a tus ovejas espirituales: guía, rey, a tus hijos incontaminados. Las huellas de Cristo son el camino hacia el cielo» (Paed., III 12, 101; van der Meer, 23).

Pero, naturalmente, a los cristianos también les recordaba la parábola tanto del pastor que sale en busca de la oveja perdida, la carga sobre sus hombros y la trae de vuelta a casa, como el sermón sobre el pastor del Evangelio de Juan. Para los Padres estos dos elementos confluyen uno en el otro: el pastor que sale a buscar a la oveja perdida es el mismo Verbo eterno, y la oveja que carga sobre sus hombros y lleva de vuelta a casa con todo su amor es la humanidad, la naturaleza humana que Él ha asumido. En su encarnación y en su cruz conduce a la oveja perdida —la humanidad— a casa, y me lleva también a mí. El Logos que se ha hecho hombre es el verdadero «portador de la oveja», el Pastor que nos sigue por las zarzas y los desiertos de nuestra vida. Llevados en sus hombros llegamos a casa. Ha dado la vida por nosotros. Él mismo es la vida.
(Joseph Ratzinger – Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Parte I, Editorial Planeta, Santiago de Chile, 2007, p. 326

 




Comentario Teológico: Fray Luis de León - Pastor


Si es Pastor Cristo por el lugar de su vida, ¿cuánto con más razón lo será por el ingenio de su condición, por las amorosas entrañas que tiene, a cuya grandeza no hay lengua ni encarecimiento que allegue? Porque, demás de que todas sus obras son amor, que en nacer nos amó y viviendo nos ama, y por nuestro amor padeció muerte, y todo lo que en la vida hizo y todo lo que en el morir padeció, y cuanto glorioso ahora y asentado a la diestra del Padre negocia y entiende, lo ordena todo con amor para nuestro provecho.

Así que, demás de que todo su obrar es amor, la afición y la terneza de entrañas, y la solicitud y cuidado amoroso, y el encendimiento e intensión de voluntad con que siempre hace esas mismas obras de amor que por nosotros obró, excede todo cuanto se puede imaginar y decir. No hay madre así solícita, ni esposa así blanda, ni corazón de amor así tierno y vencido, ni título ninguno de amistad así puesto en fineza, que le iguale o le llegue. Porque antes que le amemos nos ama; y, ofendiéndole y despreciándole locamente, nos busca; y no puede tanto la ceguedad de mi vista ni mi obstinada dureza, que no pueda más la blandura ardiente de su misericordia dulcísima. Madruga, durmiendo nosotros descuidados del peligro que nos amenaza. Madruga, digo, antes que amanezca se levanta; o, por decir verdad, no duerme ni reposa, sino, asido siempre al aldaba de nuestro corazón, de contino y a todas horas le hiere y le dice, como en los Cantares se escribe: «Ábreme, hermana mía, Amigo mía, Esposa mía, ábreme, que la cabeza traigo llena de rocío, y las guedejas de mis cabellos llenas de gotas de la noche. No duerme — dice David—, ni se adormece el que guarda a Israel.»

Que en la verdad, así como en la divinidad es amor, conforme a San Juan: “Dios es caridad”, así en la humanidad, que de nosotros tomó, es amor y blandura. Y como el sol, que de suyo es fuente de luz, todo cuanto hace perpetuamente es lucir, enviando, sin nunca cesar, rayos de claridad de sí mismo, así Cristo, como fuente viva de amor que nunca se agota, mana de contino en amor; y en su rostro y en su figura siempre está bulliendo este fuego, y por todo su traje y persona traspasan y se nos vienen a los ojos sus llamas, y todo es rayos de amor cuanto de Él se parece.

Que por esta causa, cuando se demostró primero a Moisés, no le demostró sino unas llamas de fuego que se emprendía en una zarza; como haciendo allí figura de nosotros y de sí mismo, de las espinas de la aspereza nuestra, y de los ardores vivos y amorosos de sus entrañas, y como mostrando en la apariencia visible el fiero encendimiento que le abrasaba lo secreto del pecho con amor de su pueblo. Y lo mismo se ve en la figura de Él, que San Juan en el principio de sus revelaciones nos pone, a do dice que vio una imagen de hombre cuyo rostro lucía como el sol, y cuyos ojos eran como llamas de fuego, y sus pies como oriámbar encendido en ardiente fornaza, y que le centelleaban siete estrellas en la mano derecha, y que se ceñía por junto a los pechos con cinto de oro, y que le cercaban en derredor siete antorchas encendidas en sus candeleros. Que es decir de Cristo que espiraba llamas de amor, que se le descubrían por todas partes, y que le encendían la cara y le salían por los ojos, y le ponían fuego a los pies, y le lucían por las manos, y le rodeaban en torno resplandeciendo. Y que como el oro, que es señal de la caridad en la Sagrada Escritura, le ceñía las vestiduras junto a los pechos, así el amor de sus vestiduras, que en las mismas Letras significan los fieles que se allegan a Cristo, le rodeaba el corazón.

Mas dejemos esto, que es llano, y pasemos al oficio del pastor y a lo propio que le pertenece. Porque, si es del oficio del pastor gobernar apacentando, como ahora decía, sólo Cristo es Pastor verdadero, porque Él solo es, entre todos cuantos gobernaron jamás, el que pudo usar y el que usa de este género de gobierno. Y así, en el salmo, David, hablando de este Pastor, juntó como una misma cosa el apacentar y el regir. Porque dice: «El Señor me rige, no me faltará nada; en lugar de pastos abundantes me pone.» Porque el propio gobernar de Cristo, como por ventura después diremos, es darnos su gracia y la fuerza eficaz de su espíritu; la cual así nos rige, que nos alimenta; o, por decir la verdad, su regir principal es darnos alimento y sustento. Porque la gracia de Cristo es vida del alma y salud de la voluntad, y fuerzas de todo lo flaco que hay en nosotros, y reparo de lo que gastan vicios, y antídoto eficaz contra su veneno y ponzoña, y restaurativo saludable, y, finalmente, mantenimiento que cría en nosotros inmortalidad resplandeciente y gloriosa. Y así, todos los dichosos que por este Pastor se gobiernan, en todo lo que, movidos de Él, o hacen o padecen, crecen y se adelantan y adquieren vigor nuevo, y todo les es virtuoso y jugoso y sabrosísimo pasto. Que esto es lo que Él mismo dice en San Juan: «El que por mí entrare, entrará y saldrá, y siempre hallará pastos.» Porque el entrar y el salir, según la propiedad de la Sagrada Escritura, comprende toda la vida y las diferencias de lo que en ella se obra.

Por donde dice que en el entrar y en el salir, esto es, en la vida y en la muerte, en el tiempo próspero y en el turbio y adverso, en la salud y en la flaqueza, en la guerra y en la paz, hallarán sabor los suyos a quienes Él guía; y no solamente sabor, sino mantenimiento de vida y pastos substanciales y saludables. Conforme a lo cual es también lo que Esaías profetiza de las ovejas de este Pastor, cuando dice: «Sobre los caminos serán apacentados, y en todos los llanos pastos para ellos; no tendrán hambre ni sed, ni les fatigara el bochorno ni el sol. Porque el piadoso de ellos los rige y los lleva a las fuentes del agua.» Que, como veis, en decir que sean apacentados sobre los caminos, dice que les son pasto los pasos que dan y los caminos que andan; y que los caminos que en los malos son barrancos y estropiezos y muerte como ellos lo dicen, «que anduvieron caminos dificultosos y ásperos», en las ovejas de este Pastor son apastamiento y alivio. Y dice que así en los altos ásperos como en los lugares llanos y hondos, esto es, como decía, en todo lo que en la vida sucede, tienen sus cebos y pastos, seguros de hambre y defendidos del sol. Y esto, ¿por qué? Porque —dice— «El que se apiadó de ellos, ese mismo es el que los rige»; que es decir que porque los rige Cristo, que es el que sólo con obra y con verdad se condolió de los hombres; como señalando lo que decimos, que su regir es dar gobierno y sustento, y guiar siempre a los suyos a las fuentes del agua, que es en la Escritura la gracia del Espíritu, que refresca y cría y engruesa y sustenta.

Y también el sabio miró a esto a do dice «que la ley de la sabiduría es fuente de vida». Adonde, como parece, juntó la ley y la fuente; lo uno, porque poner Cristo a sus ovejas ley es criar en ellas fuerzas y salud para ella por medio de la gracia, así como he dicho. Y lo otro, porque eso mismo que nos manda es aquello de que se ceba nuestro descanso y nuestra verdadera vida. Porque todo lo que nos manda es que vivamos en descanso, y que gocemos de paz, y que seamos ricos y alegres, y que consigamos la verdadera nobleza. Porque no plantó Dios sin causa en nosotros los deseos de estos bienes, ni condenó lo que Él mismo plantó; sino que la ceguedad de nuestra miseria, movida del deseo, y no conociendo el bien a que se endereza el deseo, y engañada de otras cosas que tienen apariencia de aquello que se desea, por apetecer la vida, sigue la muerte, y en lugar de las riquezas y de la honra, va desalentada en pos de la afrenta y de la pobreza. Y así Cristo nos pone leyes que nos guíen sin error a aquello verdadero que nuestro deseo apetece.

De manera que sus leyes dan vida, y lo que nos manda es nuestro puro sustento, y apaciéntanos con salud y con deleite y con honra y descanso, con esas mismas reglas que nos pone con que vivamos. Que como dice el Profeta: «Acerca de Ti está la fuente de la vida, y en tu lumbre veremos la lumbre.» Porque la vida y el ser, que es el ser verdadero y las obras que a tal ser le convienen, nacen y manan, como de fuente, de la lumbre de Cristo, esto es, de las leves suyas, así las de gracia, que nos da, como las de mandamientos, que nos escribe. Que es también la causa de aquella querella contra nosotros suya, tan justa y tan sentida, que pone por Jeremías, diciendo: «Dejáronme a Mí, fuente de agua viva, y caváronse cisternas quebradas, en que el agua no para.» Porque, guiándonos Él al verdadero pasto y al bien, escogemos nosotros por nuestras manos lo que nos lleva a la muerte; y, siendo fuente Él, buscamos nosotros pozos; y siendo manantial su corriente, escogemos cisternas rotas, adonde el agua no se detiene. Y a la verdad, así como aquello que Cristo nos manda es lo mismo que nos sustenta la vida, así lo que nosotros por nuestro error escogemos, y los caminos que seguimos, guiados de nuestros antojos, no se pueden nombrar mejor que como el Profeta los nombra.

Lo primero, cisternas cavadas en tierra con increíble trabajo nuestro, esto es, bienes buscados entre la vileza del polvo con diligencia infinita. Que si consideramos lo que suda el avariento en su pozo, y las ansias con que anhela el ambicioso a su bien, y lo que cuesta de dolor al lascivo el deleite, no hay trabajo ni miseria que con la suya se iguale. Y lo segundo, nombra las cisternas secas y rotas, grandes en apariencia y que convidan a sí a los que de lejos las ven, y les prometen agua que mitigan su sed, mas en la verdad son hoyos hondos y obscuros, y yermos de aquel mismo bien que prometen, o, por mejor decir, llenos de lo que le contradice y repugna, porque en lugar de agua dan cieno. Y la riqueza del avaro le hace pobre; y al ambicioso su deseo de honra le trae a ser apocado y vil siervo; y el deleite deshonesto a quien lo ama le atormenta y enferma.

Mas si Cristo es Pastor, porque rige apastando y porque sus mandamientos son mantenimientos de vida, también lo será porque en su regir no mide a sus ganados por un mismo rasero, sino atiende a lo particular de cada uno que rige. Porque rige apacentando, y el pasto se mide según el hambre y necesidad de cada uno que pace. Por donde, entre las propiedades del buen Pastor, pone Cristo en el Evangelio «que llama por su nombre a cada una de sus ovejas, que es decir que conoce lo particular de cada una de ellas, y la rige y llama al bien en la forma particular que más le conviene, no a todas por una forma, sino a cada cual por la suya. Que de una manera pace Cristo a los flacos, y de otra a los crecidos en fuerza; de una a los perfectos y de otra a los que aprovechan; y tiene con cada uno su estilo, y es negocio maravilloso el secreto trato que tiene con sus ovejas, y sus diferentes y admirables maneras. Que así como en el tiempo que vivió con nosotros, en las curas y beneficios que hizo, no guardó con todos una misma forma de hacer, sino a unos curó con su sola palabra, a otros con su palabra y presencia, a otros tocó con la mano, a otros no los sanaba luego después de tocados, sino cuando iban su camino, y ya de Él apartados les enviaba salud; a unos que se la pedían y a otros que le miraban callando; así en este trato oculto y en esta medicina secreta que en sus ovejas contino hace, es extraño milagro ver la variedad de que usa y cómo se hace y se mide a las figuras y condiciones de todos. Por lo cual llama bien San Pedro multiforme a su gracia, porque se transforma con cada uno en diferentes figuras.

Y no es cosa que tiene una figura sola o un rostro. Antes, como al pan que en el templo antiguo se ponía ante Dios, que fue clara imagen de Cristo, le llama pan de faces la Escritura divina, así el gobierno de Cristo y el sustento que da a los suyos es de muchas faces, y es pan. Pan porque sustenta, y de muchas faces porque se hace con cada uno según su manera; y como en el maná dice la sabiduría que hallaba cada uno su gusto, así diferencia sus pastos Cristo, conformándose con las diferencias de todos. Por lo cual su gobierno es gobierno extremadamente perfecto; porque como dice Platón, no es la mejor gobernación la de leyes escritas; porque son unas y no se mudan, y los casos particulares son muchos y que se varían, según las circunstancias, por horas. Y así acaece no ser justo en este caso lo que en común se estableció con justicia; y el tratar con sola la ley escrita es como tratar con un hombre cabezudo por una parte y que no admite razón, y por otra poderoso para hacer lo que dice, que es trabajoso y fuerte caso. La perfecta gobernación es de ley viva, que entienda siempre lo mejor, y que quiera siempre aquello bueno que entiende. De manera que la ley sea el bueno y sano juicio del que gobierna, que se ajusta siempre con lo particular de aquel a quien rige.

Mas porque este gobierno no se halla en el suelo, porque ninguno de los que hay en él es ni tan sabio ni tan bueno que, o no se engañe o no quiera hacer lo que ve que no es justo, por eso es imperfecta la gobernación de los hombres, y solamente no lo es la manera con que Cristo nos rige; que, como está perfectamente dotado de saber y bondad, ni yerra en lo justo ni quiere lo que es malo; y así siempre ve lo que a cada uno conviene, y a eso mismo le guía, y, como San Pablo de sí dice, «a todos se hace todas las cosas, para ganarlos a todos».

Que toca ya en lo tercero y propio de este oficio, según que dijimos, que es ser un oficio lleno de muchos oficios, y que todos los administra el pastor. Porque verdaderamente es así, que todas aquellas cosas que hacen para la felicidad de los hombres, que son diferentes y muchas, Cristo principalmente las ejecuta y las hace; que Él nos llama y nos corrige y nos lava y nos sana y nos santifica y nos deleita y nos viste de gloria. Y de todos los medios de que Dios usa para guiar bien un alma, Cristo es el merecedor y el autor.

Mas ¡qué bien y qué copiosamente dice de esto el Profeta! Porque el Señor Dios dice así: «Yo mismo buscaré mis ovejas y las rebuscaré; como revee el pastor su rebaño cuando se pone en medio de sus esparcidas ovejas, ansí yo buscaré mi ganado. Sacaré mis ovejas de todos los lugares a do se esparcieron en el día de la nube y de la obscuridad, y sacarélas de los pueblos, y recogerlas he de las tierras, y tornarélas a meter en su patria, y las apacentaré en los montes de Israel. En los arroyos y en todas las moradas del suelo las apacentaré con pastos muy buenos, y serán sus pastos en los montes de Israel más erguidos. Allí reposarán en pastos sabrosos, y pacerán en los montes de Israel pastos gruesos. Yo apacentaré a mi rebaño y yo le haré que repose, dice Dios el Señor. A la oveja perdida buscaré; a la ablentada tornaré a su rebaño; ligaré a la quebrada y daré fuerza a la enferma, y a la gruesa y fuerte castigaré; paceréla en juicio.» Porque dice que Él mismo busca sus ovejas, y que las guía si estaban perdidas, y si cautivas las redime, y si enfermas las sana; y Él mismo las libra del mal, y las mete en el bien, y las sube a los pastos más altos. En todos los arroyos y en todas las moradas las apacienta, porque en todo lo que les sucede les halla pastos, y en todo lo que permanece o se pasa; y porque todo es por Cristo, añade luego el Profeta: «Yo levantaré sobre ellas un PASTOR y apacentarálas mi siervo David; Él las apacentará y Él será su PASTOR; y yo, el Señor, seré su Dios, y en medio de ellas ensalzado mi siervo David.»

En que se consideran tres cosas: una, que para poner en ejecución todo esto que promete Dios a los suyos, les dice que les dará a Cristo, Pastor, a quien llama siervo suyo, y David, porque es descendiente de David según la carne, en que es menor y sujeto a su Padre. La segunda, que para tantas cosas promete un solo Pastor, así para mostrar que Cristo puede con todo, como para enseñar que en Él es siempre uno el que rige. Porque en los hombres, aunque sea uno solo el que gobierna a los otros, nunca acontece que los gobierne uno solo; porque de ordinario viven en uno muchos, sus pasiones sus afectos, sus intereses, que manda cada uno su parte. Y la tercera es que este Pastor, que Dios promete y tiene dado a su Iglesia, dice que ha de estar levantado en medio de sus ovejas; que es decir que ha de residir en lo secreto de sus entrañas, enseñoreándose de ellas, y que las ha de apacentar dentro de sí.

Porque cierto es que el verdadero pasto del hombre está dentro del mismo hombre, y en los bienes de que es señor cada uno. Porque es sin duda el fundamento del bien aquella división de bienes en que Epicteto, filósofo, comienza su libro; porque dice de esta manera: «De las cosas, unas están en nuestra mano y otras fuera de nuestro poder. En nuestra mano están los juicios, los apetitos, los deseos y los desvíos, y, en una palabra, todas las que son nuestras obras. Fuera de nuestro poder están el cuerpo y la hacienda, y las honras y los mandos, y, en una palabra, todo lo que no es obras nuestras. Las que están en nuestra mano son libres de suyo, y que no padecen estorbo ni impedimento; mas las que van fuera de nuestro poder son flacas y siervas, y que nos pueden ser estorbadas, y al fin son ajenas todas. Por lo cual conviene que adviertas que, si lo que de suyo es siervo lo tuvieres por libre tú, y tuvieres por propio lo que es ajeno, serás embarazado fácilmente y caerás en tristeza y en turbación, y reprenderás a veces a los hombres y a Dios. Mas si solamente tuvieres por tuyo lo que de veras lo es, y lo ajeno por ajeno, como lo es en verdad, nadie te podrá hacer fuerza jamás, ninguno estorbará tu designio, no reprenderás a ninguno, ni tendrás queja de él, no harás nada forzado, nadie te dañará, ni tendrás enemigo, ni padecerás detrimento.»

Por manera que, por cuanto la buena suerte del hombre consiste en el buen uso de aquellas obras y cosas de que es señor enteramente, todas las cuales obras y cosas tiene el hombre dentro de sí mismo y debajo de su gobierno, sin respeto a fuerza exterior; por eso el regir y el apacentar al hombre es el hacer que use bien de esto que es suyo y que tiene encerrado en sí mismo. Y así Dios con justa causa pone a Cristo, que es su Pastor, en medio de las entrañas del hombre, para que, poderoso sobre ellas, guíe sus opiniones, sus juicios, sus apetitos y deseos al bien, con que se alimente y cobre siempre mayores fuerzas el alma, y se cumpla de esta manera lo que el mismo Profeta dice: «Que serán apacentados en todos los mejores pastos de su tierra propia»; esto es, en aquello que es pura y propiamente buena suerte y buena dicha del hombre. Y no en esto solamente, sino también en los montes altísimos de Israel, que son los bienes soberanos del cielo, que sobran a los naturales bienes sobre toda manera, porque es señor de todos ellos aquese mismo Pastor que los guía, o para decir la verdad, porque los tiene todos y amontonados en sí.

O porque los tiene en sí, por esta misma causa, lanzándose en medio de su ganado, mueve siempre a sí sus ovejas; y no lanzándose solamente, sino levantándose y encumbrándose en ellas, según lo que el Profeta de Él dice. Porque en sí es alto por el amontonamiento de bienes soberanos que tiene; y en ellas es alto también, porque apacentándolas las levanta del suelo, y las aleja cuanto más va de la tierra, y las tira siempre hacia sí mismo, y las enrisca en su alteza, encumbrándolas siempre más y entrañándolas en los altísimos bienes suyos. Y porque Él uno mismo está en los pechos de cada una de sus ovejas, y porque su pacerlas es ayuntarlas consigo y entrañarlas en sí, como ahora decía, por eso le conviene también lo postrero que pertenece al Pastor, que es hacer unidad y rebaño. Lo cual hace Cristo por maravilloso modo, como por ventura diremos después. Y bástenos decir ahora que no está la vestidura tan allegada al cuerpo del que la viste, ni ciñe tan estrechamente por la cintura la cinta, ni se ayuntan tan conformemente la cabeza y los miembros, ni los padres son tan deudos del hijo, ni el esposo con su esposa tan uno, cuanto Cristo, nuestro divino Pastor, consigo y entre sí hace una su grey.

Así lo pide y así lo alcanza, y así de hecho lo hace. Que los demás hombres que, antes de Él y sin Él, introdujeron en el mundo leyes y sectas, no sembraron paz, sino división; y no vinieron a reducir a rebaño, sino, como Cristo dice en San Juan, «fueron ladrones y mercenarios, que entraron a dividir y desollar y dar muerte al rebaño». Que, aunque la muchedumbre de los malos haga contra las ovejas de Cristo bando por sí, no por eso los malos son unos ni hacen un rebaño suyo en que estén adunados, sino cuanto son sus deseos y sus pasiones y sus pretendencias, que son diversas y muchas, tanto están diferentes contra sí mismos. Y no es rebaño el suyo de unidad y de paz, sino ayuntamiento de guerra y gavilla de muchos enemigos, que entre sí mismos se aborrecen y dañan; porque cada uno tiene su diferente querer. Mas Cristo, nuestro Pastor, porque es verdaderamente Pastor, hace paz y rebaño. Y aun por eso, allende de lo que dicho tenemos, le llama Dios Pastor uno en el lugar alegado; porque su oficio todo es hacer unidad.

Así que Cristo es Pastor por todo lo dicho; y porque si es del pastor el desvelarse para guardar y mejorar su ganado, Cristo vela sobre los suyos siempre y los rodea solícito. Que como David dice: «Los ojos del Señor sobre los justos, y sus oídos en sus ruegos. Y aunque la madre se olvide de su hijo, yo —dice {132}— no me olvido de ti.» Y si es del pastor trabajar por su ganado al frío y al hielo, ¿quién cual Cristo trabajó por el bien de los suyos? Con verdad Jacob, como en su nombre, decía: «Gravemente laceré de noche y de día, unas veces al calor y otras veces al hielo, y huyó de mis ojos el sueño». Y si es del pastor servir abatido, vivir en hábito despreciado, y no ser adorado y servido, Cristo, hecho al traje de sus ovejas, y vestido de su bajeza y su piel, sirvió por ganar su ganado.

Y porque hemos dicho cómo le conviene a Cristo todo lo que es del pastor, digamos ahora las ventajas que en este oficio Cristo hace a todos los otros pastores. Porque no solamente es Pastor, sino Pastor como no lo fue otro ninguno que así lo certificó Él cuando dijo: «Yo soy el buen PASTOR». Que el bueno allí es señal de excelencia, como si dijese el Pastor aventajado entre todos. Pues sea la primera ventaja, que los otros lo son, o por caso o por suerte; mas Cristo nació para ser Pastor, y escogió, antes que naciese, nacer para ello; que, como de sí mismo dice, bajó del cielo y se hizo Pastor hombre, para buscar al hombre, oveja perdida. Y así como nació para llevar a pacer, dio, luego que nació, a los pastores nueva de su venida.

Demás de esto, los otros pastores guardan el ganado que hallan; mas nuestro Pastor Él se hace el ganado que ha de guardar. Que no sólo debemos a Cristo que nos rige y nos apacienta en la forma ya dicha, sino también y primeramente que, siendo animales fieros, nos da condiciones de ovejas; y que, siendo perdidos, nos hace ganados suyos, y que cría en nosotros el espíritu de sencillez y de mansedumbre y de santa y fiel humildad, por el cual pertenecemos a su rebaño.

Y la tercera ventaja es que murió por el bien de su grey, lo que no hizo algún otro pastor, y que por sacarnos de entre los dientes del lobo consintió que hiciesen en Él presa los lobos.

Y sea lo cuarto, que es así Pastor, que es pasto también, y que su apacentar es darse a sí a sus ovejas. Porque el regir Cristo a los suyos y el llevarlos al pasto, no es otra cosa sino hacer que se lance en ellos y que se embeba y que se incorpore su vida, y hacer que con entendimientos fieles de caridad le traspasen sus ovejas a sus entrañas, en las cuales traspasado, muda Él sus ovejas en sí. Porque, cebándose ellas de Él, se desnudan a sí de sí mismas y se visten de sus cualidades de Cristo; y creciendo con este dichoso pasto el ganado, viene por sus pasos contados a ser con su Pastor una cosa.

Y finalmente, como otros nombres y oficios le convengan a Cristo, o desde algún principio o hasta un cierto fin o según algún tiempo, este nombre de Pastor en Él carece de término. Porque antes que naciese en la carne, apacentó a las criaturas luego que salieron a luz; porque Él gobierna y sustenta las cosas, y Él mismo da cebo a los ángeles, y todo espera de su mantenimiento a su tiempo, como en el salmo se dice. Y ni más ni menos, nacido ya hombre, con su espíritu y con su carne apacienta a los hombres, y luego que subió al cielo llovió sobre el suelo su cebo; y luego y agora y después, y en todos los tiempos y horas, secreta y maravillosamente y por mil maneras los ceba; en el suelo los apacienta, y en el cielo será también su Pastor, cuando allá los llevare; y en cuanto se revolvieren los siglos y en cuanto vivieren sus ovejas; que vivirán eternamente con Él, Él vivirá en ellas, comunicándoles su misma vida, hecho su Pastor y su pasto.
(FRAY LUIS DE LEÓN, De los Nombres de Cristo)


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Santos Padres: San Agustín - El Buen Pastor


5. Mis ovejas oyen mi voz. Yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna. Recordaréis que antes había dicho: Y entrarán, y saldrán y hallarán pastos. Hemos entrado creyendo y salimos muriendo. Y así como hemos entrado por la puerta de la fe, así salgamos del cuerpo con la misma fe, y de este modo salimos por la misma puerta, para poder hallar los pastos. Buen pasto es la vida eterna, donde la hierba no se seca, siempre está toda verde y lozana. Hay una hierba que se llama siempreviva; sólo allí se encuentra. Yo, dice, les daré la vida eterna a mis ovejas. Vosotros sólo maquináis calumnias, porque sólo pensáis en la vida presente.

6. Y no perecerán eternamente, como si quisiera decirles: Vosotros pereceréis eternamente porque no sois de mis ovejas. Nadie las arrebatará de mi mano. Escuchad con mayor atención: Lo que mi Padre me ha dado, sobrepuja a todo. ¿Qué podrán el lobo, el ladrón y el salteador? No perderán sino a los predestinados a la muerte. Pero de aquellas ovejas de las cuales dice el Apóstol: Conoce el Señor quiénes son los suyos. A quienes previo, los predestinó; a quienes predestinó, los llamó; a quienes llamó, los justificó, y a quienes justificó, a estos mismos glorificó; de estas ovejas ni el lobo arrebata, ni el ladrón roba, ni el salteador mata. Seguro está de su número, porque sabe lo que dio por ellas. Por eso dice que nadie las arrebatará de sus manos; y, dirigiéndose al Padre, dice que lo que el Padre le dio supera a todo. ¿Qué es lo que el Padre le dio que vale más que todo? El ser su Hijo unigénito. ¿Qué quiere significar el vocablo dio? ¿Existía ya aquel a quien daba, o lo dio con la generación? Porque, si existía aquel a quien daba el ser Hijo, hubo un tiempo en que no era Hijo. Jamás tengáis el pensamiento de que en algún tiempo Cristo existiera sin ser Hijo. De nosotros bien puede decirse, pues en algún tiempo éramos hijos de los hombres, pero no éramos hijos de Dios. A nosotros la gracia de Dios nos hizo hijos suyos; a Él, la naturaleza, porque así ha nacido. Ni te asiste razón para decir que no existía antes de nacer, porque nunca nació quien era coeterno del Padre. El que lo vea que lo entienda, y quien no lo entienda, que lo crea; nútrase con la fe y lo entenderá. El Verbo de Dios estuvo siempre con el Padre, y siempre fue Verbo; y porque es Verbo, es Hijo. Siempre Hijo y siempre igual. No es igual por haber crecido, sino por haber nacido es igual, porque siempre nace el Hijo del Padre, Dios de Dios, coeterno del eterno. El Padre no tiene del Hijo el ser Dios; el Hijo tiene del Padre el ser Dios, porque el Padre le dio el ser Dios engendrándole, y en la misma generación le dio el ser coeterno a Él y el ser igual a Él. Esto es lo que es más que todo. ¿Cómo el Hijo es la Vida y tiene la vida? Lo que Él tiene, eso es. Una cosa es lo que tú eres y otra cosa es lo que tienes. Tienes, por ejemplo, sabiduría, ¿eres tú la sabiduría? Y porque tú no eres lo que tienes, si pierdes lo que tienes, te haces no poseedor, y así unas veces lo pierdes, otras veces lo recuperas. Nuestros ojos no son inseparables de la luz: la reciben cuando se abren, la pierden cuando se cierran. No es Dios de este modo el Hijo de Dios, el Verbo del Padre. No es el Verbo de tal forma que no sea cuando deja de sonar, sino que permanece desde su nacimiento. Tiene la sabiduría de modo que Él es la sabiduría y hace a otros sabios. Tiene la vida de modo que Él es la vida y hace que otros sean seres vivos. Esto es lo que es mayor que todo. Queriendo hablar del Hijo de Dios el evangelista San Juan, mira al cielo y a la tierra, los mira y se remonta sobre ellos. Sobre el cielo contempla los millares de ejércitos angélicos, contempla con la mente a todas las criaturas, como el águila contempla las nubes, y, remontándose sobre todas ellas, llega a aquello, que es mayor que todo, y dice: En el principio era el Verbo. Pero, como aquel de quien Él es Verbo no procede del Verbo, y el Verbo procede de aquel cuyo es el Verbo, dice: Lo que me dio el Padre, esto, es el ser su Verbo, el ser su Hijo unigénito y esplendor de su luz, es mayor que todas las cosas. Nadie, por lo tanto, arrebata a mis ovejas de mis manos. Nadie puede arrebatarlas de las manos de mi Padre.

7. De mis manos, de las manos de mi Padre. ¿Qué quiere significar diciendo: Nadie las arrebata de mis manos, nadie las arrebata de las manos de mi Padre? ¿Por ventura es la misma la mano del Padre y la del Hijo, o acaso el Hijo es la mano del Padre? Si por la mano entendemos el poder, uno es el poder del Padre y del Hijo, porque una es la divinidad; pero, si por mano entendemos lo que dijo el profeta: ¿A quién ha sido revelado el brazo del Señor?, entonces la mano del Padre es el mismo Hijo. Mas no se dicen estas cosas como si Dios tuviese forma humana y como miembros corporales, sino que indican que por ese brazo han sido hechas todas las cosas. También los hombres suelen llamar brazos suyos a otros hombres, por medio de los cuales hacen lo que ellos quieren. Y algunas veces se llama mano del hombre a la obra que ejecutaron sus manos; por ejemplo, cuando uno dice que conoce su mano al ver un escrito suyo. Entendiéndose, pues, de varios modos la mano del hombre, que propiamente la posee entre los miembros de su cuerpo, ¿por qué se le ha de dar una sola interpretación a la mano de Dios, que no tiene forma corporal alguna? Por lo cual, en este lugar, con mejor acuerdo, por la mano del Padre y del Hijo entendemos el poder del Padre y del Hijo para evitar que, al oír decir aquí que el Hijo es la mano del Padre, pueda surgir el pensamiento carnal de buscar al Hijo un hijo suyo, del cual se diga que es la mano de Cristo. Luego nadie las arrebata de mis manos significa que nadie me las arrebata a mí.

8. Pero, para que alejes de ti toda clase de duda, escucha lo que sigue: Yo y el Padre somos una sola cosa. Hasta aquí pudieron tolerar los judíos; pero cuando oyeron: Yo y el Padre somos una sola cosa, no pudieron contenerse, y, persistiendo en su acostumbrada dureza, apelaron a las piedras. Cogieron piedras para apedrearle. Y el Señor, que no padecía cuando no quería, y que no padeció sino lo que quiso padecer, sigue aun hablando a quienes intentaban apedrearle. Cogieron piedras los judíos para apedrearle. Respondióles Jesús: Muchas obras buenas os he manifestado acerca de mi Padre, ¿por cuál de ellas me apedreáis? Y ellos replicaron: No te apedreamos por ninguna obra buena, sino por la blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces Dios. Contestaron a lo que Él había dicho: Yo y el Padre somos una sola cosa. Ved cómo los judíos entendieron lo que no comprenden los arrianos. Por eso se enfurecieron, porque entendieron que, cuando no hay igualdad entre el Padre y el Hijo, no se puede decir: Yo y el Padre somos una sola cosa.
(SAN AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan (t. XIV), Tratado 48, 5-9, BAC, Madrid, 1965, pp. 164-168)



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Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - El Buen Pastor


En este cuarto domingo de Pascua, la Iglesia pone ante nuestros ojos la figura de Cristo bajo el aspecto de un pastor. No lo hace arbitrariamente, ya que el mismo Cristo dijo de sí: "Yo soy el buen pastor".

El tema del pastor es un tema muy tradicional, que aparece ya en el Antiguo Testamento. Allí Dios quiso presentarse como Pastor, y su pueblo lo reconoce por tal. Así en el salmo 76: "Tú guiaste a tu pueblo, como un rebaño, por la mano de Moisés y Aarón"; y en el salmo 22 el pueblo canta agradecido: "El Señor es mi pastor, nada me puede faltar". Este tema se encuentra también muy frecuentemente en la predicación de los profetas. La autocalificación de Cristo como "el buen pastor", se encuentra íntimamente ligada con su proclamación como Mesías e Hijo de Dios, y Dios como el Padre. La Iglesia primitiva mostró gran devoción por este nombre de Cristo, e iconográficamente lo representó a menudo llevando una oveja sobre sus hombros.

En el evangelio de hoy, el Señor nos dice que conoce a sus ovejas: "yo las conozco", afirma taxativamente. No se trata, por cierto, de un conocimiento frío, descarnado, sino de un conocimiento personal, ya que conoce a cada una de sus ovejas por su nombre, y las ama entrañablemente, cargándolas, si es menester, sobre sus propios hombros, con un amor sacrificado que lo lleva a cuidarlas, protegerlas, alimentarlas, y hasta a dar su vida por ellas.

Tal es la relación que el Pastor divino quiere tener con sus ovejas. Pero en el evangelio de hoy el Señor también nos quiere hacer entender cuál es el trato que deben tener las ovejas respecto de su Pastor, o en otras palabras, cuáles son las condiciones requeridas para pertenecer a su rebaño: "mis ovejas escuchan mi voz... y ellas me siguen".

Como puede verse, dos son las condiciones que pone el Señor: escuchar su voz y seguirlo. También podríamos decir: oír su enseñanza y ponerla en práctica. Lo primero se dirige a la inteligencia y lo segundo a la voluntad. Conocerlo con nuestra inteligencia y así poder amarlo, tendiendo a Él con todo el impulso de nuestra voluntad.

Toda la Escritura es una reiterada invitación a escuchar. Así, cuando en el Antiguo Testamento el Señor se preparaba para dar a conocer sus mandamientos al pueblo elegido, comenzó diciendo: "Escucha, Israel". Sólo luego los enumeró uno por uno. Primero el pueblo tenía que disponerse a "escuchar". A menudo retomaría Dios aquella exhortación, como lo advertimos por ejemplo en uno de los salmos: "Ojalá escuchéis hoy mi voz, no endurezcáis vuestro corazón”. Dios bien sabe que quien se resiste a escucharlo, camina decididamente hacia su propia perdición.

También en el Nuevo Testamento, Dios nos sigue exhortando a lo mismo. Cuando Cristo se transfiguró en el monte Tabor, el Padre celestial dejó oír su voz diciendo: "Este es mi Hijo muy amado, escuchadlo". Dios espera que nos pongamos en la actitud del "discípulo", del que aprende. Se trata de un mandato. Pertenecer al rebaño de Cristo implica, pues, oírlo con atención para poner por obra lo escuchado.

En la Sagrada Escritura varios son los personajes que nos dan ejemplo de esta actitud acogedora. Por ejemplo el profeta Samuel, que al ser llamado por Dios, le respondió: "Habla, Señor, que tu siervo escucha". En el Nuevo Testamento vemos cómo María, la hermana de Lázaro, estaba a los pies de Jesús escuchando al Maestro. El Señor elogió esa actitud acogedora y contemplativa y la puso por encima de la vida activa. Escuchar con atención la Palabra de Dios para luego llevarla a la práctica: he aquí la actitud requerida para pertenecer realmente al rebaño del Señor.

Tal actitud parece incluir tres exigencias ineludibles. Ante todo la humildad, para ser capaces de reconocer la Verdad divina, dejarse medir por ella, y acomodarse a sus requerimientos. Quien no la posea, no puede pertenecer al rebaño del Señor. Ese y no otro fue el pecado de los fariseos que clausuraron su corazón para no ver lo que veían. Su soberbia les impidió reconocer, a pesar de tantos milagros, que estaban en presencia del Hijo de Dios. Es el pecado contra la luz, del que habla nuestro Señor, el pecado contra el Espíritu Santo. En la primera lectura, hemos encontrado las dos actitudes opuestas, con motivo de la predicación de Pablo y Bernabé en Antioquía. La actitud propia del discípulo, según lo revelan los antioquenos que se reunieron "para escuchar la palabra de Dios", y la de los judíos, que "instigaron a unas mujeres piadosas que pertenecían a la aristocracia y a los principales de la ciudad, provocando una persecución contra Pablo y Bernabé y los echaron de su territorio". Es la soberbia que les domina la inteligencia, los obnubila y no les permite ver.

Para escuchar la voz del Pastor y seguirlo se requiere, en segundo lugar, el silencio. Sólo así se estará en condiciones de percibir con mayor diafanidad la voz del maestro interior. El silencio parece pedir tanto serenidad de espíritu, como alejamiento del ruido, exterior e interior. No es ello fácil, ya que el mundo moderno vive en el ruido, volcado como está a las cosas exteriores para tapar su vacío interior. Cuán actual parece la recomendación del salmo: "aquietaos, y reconoced que Yo soy Dios". Mientras no le demos al silencio el tiempo que le corresponde en nuestra vida cotidiana, mientras no busquemos la quietud, el reposo, el sosiego, no podremos seguir de cerca al Pastor, no podremos encontrar a Dios, ya que allí es donde generalmente se manifiesta, como se mostró cuando el profeta Elías no halló a Dios en el terremoto ni en el viento huracanado, sino en la brisa apacible. Refiriéndose a Israel, su esposa infiel, que se había prostituido con los ídolos, dijo el Señor por el profeta Oseas: "Yo voy a seducirla, la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón". Allí es donde habla Dios, en el silencio del desierto, no en el ruido.

Finalmente, el seguimiento del Pastor exige docilidad, para dejarse moldear por su doctrina, volviéndose cera blanda en sus manos. Será preciso mostrarse sumisos a las inspiraciones y mociones del Espíritu Santo, que siempre está tratando de modelar en nosotros la imagen de Jesucristo, exhortándonos a salir de aquel vicio o pecado, de la mediocridad, de la tibieza, en fin, a desprendernos del hombre terreno y aspirar a las cosas celestiales.

Humildad, silencio, docilidad, he aquí las tres cosas que parecen imprescindibles si queremos oír la voz del Buen Pastor y poner en obra lo escuchado.

El texto del Apocalipsis que constituyó la segunda lectura de este domingo, nos muestra al rebaño en las praderas eternas, en el cielo. Allí se nos describe una enorme muchedumbre, imposible de contar, "formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas". Todos están de pie, ante el trono del Cordero, con túnicas blancas y palmas en las manos, alabándole de manera incesante. Dios ha secado toda lágrima de sus ojos. Ya no hay sufrimiento ni dolor, "ya no padecerán hambre ni sed, ni serán agobiados por el sol y el calor". Sólo habrá dicha, y ésta será indeficiente, eterna. Todos ellos oyeron la voz del Pastor y lo siguieron. Por eso ahora son felices por una eternidad. Ya el Señor lo había preanunciado: "Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y la practican".

No basta, pues, con exclamar "Señor, Señor", como nos lo advirtió el mismo Jesús. Es preciso seguir al Pastor, es preciso seguir al Cordero dondequiera que vaya, haciendo nuestras sus palabras. Si así lo hiciéramos, se cumplirá en nosotros lo que en el evangelio de hoy dijo el Señor de sus ovejas: "Yo les doy la vida eterna; ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y Yo somos uno". Si somos realmente ovejas del Señor, si oímos sus palabras y lo seguimos, Él nos dará la Vida eterna y nadie nos arrebatará de sus manos.

Dentro de algunos instantes recibiremos en la Eucaristía al Pastor de nuestras almas, que se hace alimento de sus propias ovejas. Pidámosle entonces que siempre escuchemos su voz y nunca dejemos de seguirlo, para que un día podamos ser acogidos en los pastos eternos. Que la Virgen Santísima, la Madre del Buen Pastor, nos obtenga esta gracia.
(ALFREDO SÁENZ, S.J., Palabra y Vida - Homilías Dominicales y festivas ciclo C, Ed. Gladius, 1994, pp. 154-158)


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Aplicación: R.P. Leonardo Castellani - Yo soy el Buen Pastor


“Yo soy el Buen Pastor” (Jn X).

Esta afirmación de Cristo y la Parábola del Pastor y el Mercenario que la continúa en los oídos de los que la escucharon equivale neta y simplemente a esta otra afirmación capital: “Yo soy el Mesías, aquel que los Profetas prenunciaron.”

De hecho, Cristo terminó este sermón proclamándose no solamente Mesías sino también Hijo de Dios, y Dios como el Padre: “Yo y el Padre somos uno”; en donde algunos de los fariseos lo llamaron “endemoniado y quisieron darle muerte. Esto ocurrió en el último año de su vida publica, antes de lo que se llama las “Ultimas excursiones” y del viaje a la Perea.

Pastor es el principal de los nombres que los profetas dieron del Cristo, del Ungido de Dios. Aun cuando lo llaman Rey, que es el nombre más frecuente –Mesías en hebreo significa “Ungido”, así como Christós en griego–, aluden de hecho a su condición de Pastor, puesto que los antiguos llamaban a los reyes pastores de pueblos, como vemos en Homero. Los Apóstoles Pablo y Pedro llaman a Cristo en sus epístolas el “Gran Pastor” y el “Protopastor” o “Príncipe de los Pastores, como traduce la Vulgata latina.

Sabemos que Cristo tiene muchos nombres: Fray Luis de León escribió un libro sobre ellos, el libro religioso mejor escrito que hay en castellano; por ejemplos: Pimpollo o Retoño, Rostro de Dios, Camino, Monte, Rey de por Dios, Pujanza de Dios, Hijo, Verbo, Salvador, Jesús (Jeshoah), Cordero de Dios, Esposo, Amado, Padre del Siglo Venidero, Príncipe de la Paz, Profeta Sumo... y Camino, Verdad y Vida, Viña, Hijo del Hombre se llamó El a sí mismo. Pero ese nombre de Pastor es el que se impuso El solemnemente al final de su predicación y lo explicó largamente; para lo cual no tuvo más que entretejer los dichos de Isaías y Ezequiel, y de un profeta menor, Zacarías. Esto es lo que hacían los buenos recitadores de estilo oral y éste era su procedimiento literario. No salían con una cosa rara enteramente sacada de su cabeza, como los poetas de hoy: se apoyaban en la tradición literaria –en este caso no literaria– usando por lo común las mismas frases hechas (o sea, los hallazgos verbales ya acuñados, como cuando nosotros hablamos con refranes) de los maestros precedentes: y dándoles el toque personal; que a veces podía ser genial, como en Cristo. Y el toque personal en este recitado, además de la composición nueva, fue la nota que ningún profeta antiguo se atrevió a poner: “El Buen Pastor muere por sus ovejas”, que Cristo añadió inmediatamente.

Por no hacer caso de la tradición literaria –por pura ignorancia o pereza a veces– son tan raros, efímeros, infructuosos e intrascendentes los poetas de hoy día. No así los grandes poetas antiguos.

Todos los nombres proféticos que Cristo se aplicó explícitamente son dulces, mansos y amorosos; parecería que, aunque no los niega, no le gustan los nombres pujantes y terribles, que también son verdaderos, como los de Pujanza de Dios, Hombre-Montaña, León de Judá, o el Rey de Reyes y Señor de los Ejércitos del Apokalypsis y del profeta Daniel armado de espada bífida y montado en un caballo blanco overo de sangre enemiga hasta el ijar. Hizo parábolas acerca de ese Rey: una especie de temible sultán, que bruscamente aplica castigos tremendos por una desobediencia en apariencia fútil, como la de venir a su Convite sin vestido de bodas; o el castigo de destruir a sangre y fuego ciudades enteras que no aceptan su dominación. Pero nunca añadió: “Yo soy ese Rey.” Parecería que un divino pudor se lo vedaba.

“Yo soy el Buen Pastor... El Buen Pastor da su vida por sus ovejas.”

Mucho pudiéramos extendernos acerca de la dulzura de esta palabra, y las cualidades del Pastor Hermoso –porque la palabra exacta que usó Cristo fue kalós, que significa hermoso, y no agathós, que significa solamente bondadoso–; pero eso ya lo hizo Fray Luis.

Mas lo que hemos de advertir aquí, brevemente, dada la carencia de espacio, es que Cristo añadió inmediatamente que había “malos pastores” –y un Pastor Malo por antonomasia– a los cuales llamó “mercenarios”. Eso está en el Evangelio. Yo no tengo autoridad para suprimirlo. Si predicamos el Evangelio, o predicamos todo o no predicamos nada.

Las notas de los Malos Pastores que dio Cristo son éstas: 1) No son de ellos las ovejas; 2) no las conocen una a una por su nombre; 3) ellas no los siguen y se apartan de ellos; 4) no les importa mucho de las ovejas; 5) si ven venir al lobo, disparan; 6) lo que quieren es medrar o lucrar con las ovejas y aun a costa de ellas; 7) no hay el menor peligro que vayan a morir por sus ovejas. Y en otro lugar dijo que en el fondo son ladrones, que no entran en el redil por la puerta sino saltando la ventana, y que son como lobos disfrazados de ovejas –o de carneros–; aludiendo a la costumbre de los pastores palestinos de ponerse una chaqueta de piel de oveja (zamarra) para hacerse seguir por el olor. El se puso la zamarra de nuestra carne para que lo siguiéramos; pero en Él no era disfraz, era realidad. El Mundo, que es el Mal Pastor por antonomasia, cuando usa palabras cristianas, fórmulas religiosas o chácharas altisonantes, es el gran loto con piel de oveja.

El primer sermón que hice a los 23 años en Villa Devoto fue sobre este evangelio. Hice un sermón romanticón, retórico y sentimental, que ahora lo leo y me da vergüenza; pero la idea fundamental era buena comparé el Buen Pastor a los pastores del Viejo Mundo y el Mal Pastor a los pastores de la Patagonia. En Europa he visto a los pastores de Italia y de Cataluña con su cayado, su silbato y su perro, que conocen a su rebañito pequeño, cabeza por cabeza; y llevan sobre sus hombros al cordero recién nacido o a la oveja quebrada. A ellos les cabe la pintura del pastor que hacen los profetas hebreos:

Sube a un alto monte - anuncia a Sión la Buena Nueva.
Alza tú la voz bien alto - que llevas a Salen la Buena Nueva.
Decid a las ciudades de Judá Viene Dios.
Su Brazo dominará.
Ved que viene Dios con sus tesoros - y por delante va mandando su Fruto.
Él pacerá su grey como Pastor - Él lo reunirá con su Brazo.
Él llevará en su seno a los corderos - y cuidará de las recién paridas”.
(Is XL, 9-11).

Pero los profetas no sabían un gran misterio: que ese pastor moriría por sus ovejas; y que siendo Pastor sería también su Pasto.

En cambio los pastores de la Patagonia llevan manadas de cien a mil ovejas a caballo con un látigo, no las conocen sino como un montón, no van a estar esperando un parto, y si se manca un corderito les conviene más acabarlo de un garrotazo que alzarlo en ancas. A ellos se les parece más el retrato del Mal Pastor que hace Ezequiel en XXXIV, 1:

Recibí la palabra de Jahué diciendo: “Hijo del Hombre, profetiza contra los pastores de Israel.” Así habla el Señor Jahué [Dios]: “¡Ay de los pastores que se apacientan a sí mismos! ¿Los pastores no son para apacentar ovejas? Pero vosotros coméis la grosura, esquiláis la lana, matáis a las mejores, no apacentáis realmente. No confortasteis a las flacas, no curasteis a las enfermas, no vendasteis a las heridas, no buscasteis a las extraviadas, no cuidasteis a las paridas; sino que con violencia las dominasteis. Y así andan desorientadas, mis ovejas por falta de pastor, errantes por montes y por cañadas, desperdigadas por la haz del mundo...”.

Por tanto, oíd, pastores, la palabra de Jahué: “Estoy contra los pastores, para reclamarles mis ovejas. No les dejaré ovejas a apacentar, a esos que se apacientan a sí mismos. Les arrancaré hasta de la boca las ovejas, que no sean más pasto suyo.” Porque esto dice el Señor Jahué mismo: “Yo mismo las iré a buscar, yo reuniré mis ovejas.”

¿Y cuándo será esa reunión, y “no habrá más que un solo redil y un solo pastor?”. ¿Se ha verificado ya? Sólo potencialmente o virtualmente hasta ahora. Nosotros creemos que el cumplimiento perfecto de esta profecía de Cristo será “después que haya sido predicado el Evangelio en todo el mundo”, y “después que haya sido vencido el Pésimo Pastor, el Hijo de la Perdición”; es decir, el Anticristo, que como castigo de las negligencias y faltas de los pastores de su Iglesia permitirá Dios aparezca y domine el mundo entero por un poco de tiempo; ante el cual estarán los pueblos –como dice el Zend-Avesta, el libro sagrado de los Persas– aterrados y mudos como ante el lobo los rebaños de ovejas.
(CASTELLANI, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1977, pp. 208-212)

(1) “Brazo de Dios” o “Pujanza de Dios” es otro nombre de Cristo; lo mismo que el “Monte Alto” en Isaías o Daniel es la Iglesia.


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Aplicación: R.P. Carlos M. Buela, I.V.E. - ¿Porqué tantas vocaciones?



1. ¿Por qué tantas vocaciones?

Habitualmente distintas personas, sobre todo del ámbi­to eclesiásti­co, nos preguntan: «¿por qué tienen tantas vocaciones?».
En mi respuesta a esa pregunta ha habido una evolución que se podría estructurar en tres etapas.


Tres etapas

1ª etapa: ingenua

Me hacían la pregunta, y rápido, «como chancho a la batata», respondía lo que a mi parecer era la ocasión de que Dios nos bendijera con tantas vocaciones. Quería, ingenuamente, que todos se aprovecharan de nuestra experiencia y tuviesen las vocaciones que tanta falta hacen. Pero, ante mi sorpresa, lo que obtenía era una suerte de repulsa de parte del interlocutor, que reaccionaba como si uno le quisiese vender un buzón o un tranvía. Prácticamente, sin dejarme terminar, me empezaban a enseñar lo que había que hacer para tener vocaciones. Al sentirme como atacado, a modo de defensa preguntaba: ¿Y ustedes cuántas vocaciones tienen? «Ninguna», me solían responder, con rubor en el rostro. Esto me sucedió en Buenos Aires, y algo parecido en otras partes.


2ª etapa: menos ingenua

Ante la pregunta del por­qué de las vocaciones, replicaba, a mi vez, con otra pregunta: «¿Me vas a creer si te lo digo?». Con ella lo único que conseguía era au­mentar la vana curiosi­dad de los interlocuto­res. Fue en Azpeitía (España); acababa de celebrar y predicar en la misma cámara donde San Ignacio de Loyola se convirtió. Al pasar a la sacristía para sacarme los ornamentos un grupo de Hermanas, algunas con hábito, otras de civil y peluquería, con mucha gentileza me agradecieron el sermón, nos preguntaron de dónde éramos, cuál era nuestro carisma, cuántas vocaciones teníamos; inmediatamente la pregunta consabida: «¿Por qué tienen tantas vocaciones?». Yo, escaldado por las experiencias anteriores, les pregunté tímidamente: «¿Me van a creer si se los digo?». Todas a coro respondie­ron: «¡Claro!». Les dije, más o menos, así: «Para mí, aunque a ustedes les parezca mentira, el secreto de tener vocaciones está en presentar crudamente a los jóvenes la cruz de Cristo». Rápida como un rayo se oyó la réplica de una de las de civil y peluquería: «También la resurrección». ¡No, Hermana, noooo! Con la resu­rrección difícilmente se despierte alguna vocación, porque creen que uno está haciendo propaganda, al estilo de esas instituciones que por televisión hacen jingles: «Si al escuchar esta música tu corazón late más aprisa, entra en la Escuela de..., tendrás un gran porvenir...» ¡Nooo, Hermana! ¿Cuántas vocaciones tienen ustedes? «Muy pocas, las jóvenes hoy día...».


3 Etapa de recelo

Ahora, antes de responder pre­gun­to mucho más, para ver si la respuesta puede ser de provecho, porque muchas veces entre los pobres en vocaciones están quienes se creen ricos o impor­tantes: Soy rico, nada me falta (Ap 3,17), y caen en el vicio de los ricos y pode­rosos –como Hero­des– que pregun­tan muchas veces de cosas de Dios y quieren que les hablen de ellas:

– «Por curiosidad de saberlo todo;
– y por vanidad de mostrar que saben de todo;
– y por razón de estado de querer servirse de todos».


Aunque a mi modo de ver en la mayoría de los que preguntan –más que este vicio de ricos–, hay un gran desconocimiento de la naturaleza de las vocaciones a la vida consagrada, falta de sentido de la realidad eclesial, descreimiento de que Dios suscite voca­ciones a manos llenas, que en el fondo es no darse cuenta de la magni­ficencia de Dios en todas sus obras, de su infinita generosidad y de su delicada providencia.


Sobran... faltan...

Y así, por ejemplo, en algunos lados hemos escuchado decir: «aquí sobran vocacio­nes», cuando la proporción de sacerdotes/feligreses en esa Diócesis estaba muy lejos de la proporción que existe, digamos, en la provincia eclesiásti­ca de Cracovia, 1 sacerdote cada 1.100 feligreses; u otros –aparentemente de la vereda opuesta, pero es la misma–, decir, como le hemos escuchado a un señor Obispo: «Como está visto que en mi Diócesis no hay vocacio­nes sacerdotales, tenemos planes pastorales para proveernos de ministerios laicales en el futuro». El Papa, en un encuentro con un grupo de líderes, dijo: «en la actualidad están naciendo y floreciendo muchas vocaciones en el seno de los diversos movimientos y asociaciones». Y es dable hacer notar que luego de la Jornada Mundial de la Juventud en Denver (EE.UU.) del movi­miento Camino neocatecume­nal salieron 1.200 vocaciones sacerdotales que van a estu­diar en semina­rios diocesa­nos y en los Seminarios «Redemptoris Mater», y 1.000 vocaciones femeninas que entrarán en distintos monasterios de vida con­tem­pla­ti­va.

Es claro que tanto si «sobran» (?!) vocaciones, como si «no hay» (?!), no se hará nada serio para suscitarlas, para promoverlas, para acompañarlas, para defender las existentes. Mucho menos para alegrarse, evangéli­ca­mente, si otros las tienen. En el primer caso se verá a los que tienen vocaciones como competencia, y, en el otro, se las explicará de cualquier manera, menos como don de Dios: «los asustan con el infierno...», «no respetan la libertad de los jóvenes...», «inventan vocaciones...», «fuerzan las elecciones...», «tienen estruc­turas conservadoras...», «se debe al clima cálido del Semina­rio...», «están atraídos por el magnetismo personal...» de tal superior, pa­ra quien «hay 6 sacra­men­tos y un desliz: el matrimo­nio...», «les lavan la cabeza...» y mil más; pero ellos siguen sin las vocaciones que podrían y que debe­rían tener, y un día deberán rendir cuenta de ello ante el tribunal de Dios.

Un gran Obispo americano, muy amigo, me preguntó en una oportunidad sobre el porqué de tantas incomprensiones en nuestro propio país, a lo que respondí: «¡Nuestro gran pecado es tener muchas vocaciones!». Cada vez que me ve, recuerda –riéndose– la anécdota.


La cruz de Cristo

En fin, nos crean o no nos crean, nosotros solemos decirles a los jóvenes que tienen que decidir su problema vocacional o a los que ya lo tienen decidido, que a nuestro modo de ver, la vocación al sacerdo­cio y, en general, a la vida consagrada:

– No es un llamado a pasarla bien, sino a pasarla mal, como enseña el Espíritu Santo: Hijo, si te acercares a servir al Señor Dios, prepara tu alma a la tentación (Sir 2,1);
– que hay que morir cada día (1Cor 15,31 ), o como dice el Kempis: «es preciso vivir muriendo»,
– que hay que crucificarse con Cristo (Ga 2,19),
– que nosotros somos como condenados a muerte (2Cor 4,11),
– que subir cada día al altar para ofrecer el sacrificio, es subir cada día un poco más al Calvario.

Si un joven o una joven, está dispuesto a ello, puede ser que tenga vocación, y, si ante esto se asusta, es señal de que, probablemente, no tenga vocación. El que tiene verdadera vocación está dispuesto a hacer cosas grandes, heroicas, incluso épicas por Cristo y su Iglesia.

Y a los jóvenes que quieren entrar en alguna de nuestras Congrega­ciones –en formación– sólo les ofrezco y prometo: «pobreza y persecu­ción», que es lo que siempre pedí a Dios para nosotros. Y no piense mundanamente nadie que pedir estas cosas es algo negativo, es lo más positivo, y tal vez lo más hermoso que se puede pedir –aunque rechinen los dientes los que se consideran nuestros enemigos–, porque es pedir poder vivir la octava bienaventuranza que es la confirmación de las siete anteriores y es pedir aquello más eficaz para convertir nuestro mundo, porque es dar testimonio de que «el mundo no puede ser transformado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas».

Como es trágicamente cierto que los hijos de las tinieblas... son más hábiles que los hijos de la luz (Lc 16,8), esto también se percibe en este tema de las vocaciones. En el mundo si un empresario ve que la empresa de su competidor va mejor que la suya, busca descubrir el secreto del éxito de la empresa que prospera, si se contentase tan sólo con calumniar al que le va bien no por eso su empresa mejoraría. Y si esas leyes econó­mi­cas, aun en un nivel terrestre, son inexorables, ¡cuánto más lo serán las divinas, ya que de Dios nadie se burla! (Ga 6,7).

Por todo eso, para mí, la razón última de las vocaciones numerosas se encuentra en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. De hecho la cruz es la que atrae vocaciones verdaderas. Nos parece que puede legítimamente aplicarse, en parte, al llamado vocacional lo que dijera nuestro Señor: Cuando sea elevado a lo alto atraeré a todos hacia mí (Jn 12,32).

Alguien podría decir: «Nosotros también creemos en la cruz, ¡y no tenemos las vocaciones que necesitamos!», ciertamente no se trata de la cruz como considerada en abstracto, sino la cruz de Cristo, en concreto, presentada, vivida y percibida por los demás, como «el camino real», el camino de reyes, el camino para los que quieran reinar con Cristo.

¿Qué queremos decir con la cruz de Cristo?

En primer lugar, quere­mos indicar la cruz que coronaba el Gólgota y en la que Él murió, como fuente inexhausta de todas las vocaciones a la vida consagra­da de todos los siglos, como fuente primaria y fecundísima de todas las vocacio­nes que han existido, existen y existirán. Esa cruz de Cristo, con todo lo que en ella hizo y padeció, está en el comienzo, desarrollo y perseverancia final de toda vocación consagrada. Que muchos consagrados tengan miedo a la cruz de Cristo es señal, más que elocuente, de la deca­dencia de la vida consagrada y del porqué de la falta de vocaciones en muchas comunidades.

En segundo lugar, con «la cruz de Cristo» queremos indicar la que Él preparó para cada uno de nosotros en su cruz, co­mo muy bien dice San Luis María Grig­nion de Mon­tfort:

– «La que cada uno debe cargar con alegría, con entusiasmo y con valentía;

– «la cruz que mi Sabiduría le fabricó con número, peso y me­dida;

– «la cruz cuyas dimensiones: espesor, longitud, anchura y profun­didad, tracé por mi propia mano con extraordinaria perfección;

– «la cruz que le he fabricado con un trozo de la que llevé al Calva­rio, como fruto del amor infinito que le tengo;

– «la cruz que es el mayor regalo que puedo hacer a mis elegidos en este mundo;

– «la cruz constituida, en cuanto a su espesor por la pérdida de bienes, las humillaciones, menosprecios, dolores, enfermedades y penalidades espi­rituales que, por permisión mía, le sobrevendrán día a día hasta la muer­te;

– «la cruz, constituida, en cuanto a su longitud, por una serie de meses o días en que se verá abrumado de calamidades, postrado en el lecho, reducido a mendicidad, víctima de tentaciones, sequedades, aban­donos y otras congojas espirituales;

– «la cruz, constituida, en cuanto a su anchura, por las circunstancias más duras y amargas de parte de sus amigos, servidores y familiares;

– «la cruz, constituida, por último, en cuanto a su profundidad, por las aflicciones más ocultas con que le atormentaré, sin que pueda hallar con­suelo en las creaturas. Estas, por orden mía, le volverán las espaldas y se unirán a mí para hacerle sufrir».


Hay enemigos de la cruz

Ahora bien, de esa cruz no hay que ser enemigos: Hoy muchos se portan como enemigos de la cruz de Cristo (Flp 3,18).

Nos hacemos enemigos de la cruz de Cristo de varias maneras:

– rechazándola: El que no tome su cruz y me siga no es digno de mí (Mt 10,38), (...) no puede ser mi discípulo (Lc 14,27);

– vaciándola: algunos quieren vaciar la cruz de Cristo (1Cor 1,17);

– rebajándola: Baja de la cruz que creeremos en ti (Mt 27,42; Mc 15,32);

– evitándola: quieren evitar ser perseguidos a causa de la cruz de Cristo (Ga 6,12);

– recortándola: al no predicar entero el Evangelio: Si aún predico la circuncisión se acabó el escándalo de la cruz (Ga 5,11).

Pero no basta con no ser enemigos, hay que amar la cruz como nos lo enseña la Biblia:

– Lo enseñó Jesús: ...niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme (Mt 16,24–27);

– lo vivieron los Apósto­les: Yo estoy crucifi­ca­do con Cristo (Ga 2,19); los que pertene­cen a Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y malos deseos (Ga 5,24); comple­tando en nosotros lo que falta a la Pasión de Cristo (Col 1,24);

– lo vivieron los santos que llevaron en sus cuerpos los sufrimientos de Jesús (2Cor 11,30), porque nuestro hombre viejo fue crucificado juntamente con Él (Ro 6,6);

– y es lo que debemos saber: pues no debemos querer saber nada fuera de Jesucristo y Jesucristo crucificado (1Cor 2,2). La doctrina de la Cruz es necedad para los que se pierden, pero es poder de Dios para los que se salvan (1Cor 1,8). Es en definitiva amar la sabidu­ría de la Cruz que es escándalo para los judíos y locura para los griegos (1Cor 1,23), ya que la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hom­bres (1Cor 1,25).


La cruz vivida

Esa cruz debe desplegarse en la vida del joven que quiere consagrarse al Señor; así, por ejemplo:

– Hay que exigirle al máximo en su formación doctrinal, de modo tal, que no tenga miedo a la confrontación con la cultura moderna. No contentarse con una cantidad de ideas agarradas con alfileres en la cabeza, sino verdades de a puño, por las que se vive y por las que se es capaz de dar la vida si fuese necesario;

– hay que exigirle una vida de auténtica disciplina, asumida personalmente como un valor propio, capaz de rehuir del capricho subjetivo, del adocenarse burgués, de la miserable y habitual pérdida de tiempo. De manera especial, llama la atención de los jóvenes el encon­trar­se con almas consa­gradas no secularizadas ni en su pensar, ni en su decir, ni en su proceder, ni en su vestir;

– hay que enseñarle que el auténtico apostolado es cruz, y no un picnic superficial. Y que allí donde más difícil es el apostolado, tal vez el Señor tenga dispuesto que salgan las más bellas flores y los frutos más espléndidos, y que si estos no llegan a salir, nunca será estéril el sacrificio hecho por Él, que florecerá y fructificará en otro lado. Aquí es donde hay que decir que hay que formar jóvenes «que no sean esquivos a la aventura misionera». Si un joven es esquivo a la misión, primero se instalará, luego perderá interés por «las ovejas» que le están encomendadas, finalmente se despreocupará de ellas imponiéndoles ridículos obstáculos burocráticos, contentándose con plañir acerca de la maldad del mundo y lo difícil de los tiempos presentes.

Pero hay más todavía. La cruz de Cristo proyecta, por así decirlo, su sombra, no inconsistente sino substancial. Y esta sombra son dos cosas: amor y alegría.



La alegría de la cruz

La cruz de Cristo es amor: Habiendo amado a los suyos los amó hasta el fin (Jn 13,1); tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigé­ni­to (Jn 3,16); si el grano de trigo que cae en tierra no muere, no lleva fruto (Jn 12,24); y no hay amor más grande que dar la vida por los ami­gos (Jn 15,13); Él nos ha dado ejemplo, a Él debemos imitar. Si en nuestras comuni­dades se pusiese en práctica el amaos los unos a los otros como yo os he amado (Jn 15,12), ciertamente florece­rían muchas vocaciones. Donde sólo hay gente quejosa, avinagrada, depri­mida, pesimis­ta, ¿qué joven querrá entrar? Donde pareciera que lo más importante es ver televisión y videos, ¿qué joven no se dará cuenta de que esa comunidad está regida por un espíritu mundano? Y ¿a quién puede entusiasmar el espíritu del mundo? Y si a alguien lo entusiasma, es mejor que no quiera consagrarse a Dios.

Por último, la cruz de Cristo es alegría, y si no se vive en la alegría podrá ser cruz, pero no será nunca de Cristo. Esa ha sido la enseñanza constante de los Apóstoles, de los mártires, de los doctores y de los santos de todos los tiempos:

– Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros (Ro 8,18);

– nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabedores ... que la espe­ranza no quedará confundida (Ro 5,3 ss);

– por la momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso eterno de gloria incalculable (2Cor 4,17);

– estoy lleno de consuelo, reboso de gozo en todas nuestras tribula­ciones (2Cor 7,4);

– tened por sumo gozo el veros rodeados de diversas tribula­ciones (Sant 1,2);

– si sufrimos con Él reinaremos con Él (2Tim 2,12);

– habéis de alegraros en la medida en que participéis en los padecimientos de Cristo, para que en la revelación de su gloria exultéis de gozo. Biena­venturados vosotros si por el nombre de Cristo sois ultrajados, porque el espíritu de la gloria, que es el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros (1Pe 4,13–14);

– bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y con mentira digan contra vosotros todo género de mal por mí. Alegraos y regoci­jaos, por­que grande será en los cielos vuestra recompensa, pues así persi­guieron a los profetas que hubo antes de vosotros (Mt 5,11–12).



El deseo de los santos

La cruz es el deseo de los santos:

– «No está bien que el Amor esté crucificado y que el Amado no se crucifique con el Amor»;

– «Si la cabeza está coronada de espinas, ¿lo serán de rosas los miembros? Si la cabeza está escarnecida y cubierto de lodo el camino del Calvario ¿querrán los miembros vivir perfumados en un trono de gloria?»;

– «Padecer y ser despreciado por vos»;

– «Padecer o morir»;

– «Las horas que paso sin padecer me parecen horas perdidas, sólo el dolor hace más soportable mi vida» (Santa Margarita María de Alacoque);

– «No morir sino padecer» (Santa María Magdalena de Pazzi);

– «Los que gustan de la cruz de Cristo Nuestro Señor descansan viviendo en estos trabajos, y mueren cuando de ellos huyen o se hallan fuera de ellos»;

– «Por la misericordia de mi amado Dios, no deseo saber otra cosa, ni gustar ninguna consolación fuera de ser crucificado con Jesús» (San Pablo de la Cruz);

– «Los que están poseídos de la pasión por la honra de Cristo y tienen hambre de la salvación de las almas se apresuran a sentarse a la mesa de la Santa Cruz» (Santa Catalina de Siena);

– «Quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que rique­za, opro­bios con Cristo lleno de ellos que honores, y deseo más ser estimado por vano y loco por Cristo que primero fue tenido por tal, que por sabio ni pruden­te en este mundo»;

– «Ni Jesús sin la Cruz, ni la Cruz sin Jesús»;

– «Inmolemos cada día nuestra persona y toda nuestra activi­dad, imitemos la Pasión de Cristo con nuestros propios padecimientos, honre­mos su sangre con nuestra propia sangre, subamos con denuedo a la Cruz» (San Gregorio Nacianceno);

– «El sufrimiento no me es desconocido. En él encuentro mi alegría, pues en la cruz se encuentra Jesús y Él es amor. ¿Y qué importa sufrir cuando se ama?»... «¿Qué es el sacrificio, qué es la cruz sino el cielo cuando en ella está Jesucristo?» (Santa Teresa de los Andes);

– «La vida es un Calvario. Conviene subirlo alegremente... La cruz es la bandera de los elegidos. No nos separemos de ella y cantaremos victoria en toda batalla»;


– «Yo quiero padecer y padecer mucho por Ti».

Para mí, si alguien que se quiere consagrar a Dios no en­cuen­tra amor ni alegría en el estudio árido, en la disciplina austera, en la pobreza que aguijonea, en el arduo apostolado y en la difícil misión, no ama la cruz de Cristo y probablemente no tenga vocación.

Si esto no llegase a ser así, aunque pienso que es así, igual siempre será una gracia abrazarse a la cruz de Cristo, ser intrépido en la defensa de la verdad y de la fe, y tener caridad ardiente. Para nosotros las vocaciones siempre son una gracia de Dios, inmerecida por nosotros, ya que Él hace gracia a quien quiere hacer gracia y tiene misericordia de quien quiere tener miseri­cor­dia ... no está en que uno quiera ni en que uno corra, sino en que Dios tenga misericordia (Ro 9,15–16). Que si es por gracia, ya no es por obras; que si no, la gracia ya no resulta gracia (Ro 11,6). Por eso, con toda la humildad de nuestro corazón rezamos por las voca­cio­nes que Dios quiera enviar a todos los buenos seminarios y noviciados del mun­do, ya que si hubiese algo más eficaz por las vocaciones Él lo hubiese enseñado, pero no lo hizo. Por el contrario, enseñó: Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies (Mt 9,38).

Por último, quiero dar el testimonio de que las vocacio­nes que Dios nos da, nos las da por medio de la Virgen de Luján, por medio de la Inmaculada.

___________________

Notas
Luis De la Palma, Historia de la Pasión (Madrid 1967) 190.
Juan Pablo II, «Discurso a los líderes de la Renovación carismática del 18 de septiembre de 1993», L’Osservatore Romano 40 (1993) 540.
Estos son 25 seminarios diocesanos misioneros abiertos en diversos países; cfr. Juan Pablo II, «Discurso a un grupo del Camino neocatecumenal», L’Osservatore Romano 3 (1994) 44.
cfr. Juan Pablo II, «Discurso a un grupo del Camino neocatecumenal», L’Osservatore Romano 3 (1994) 44.
cfr. Imitación de Cristo,II,12.
Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 31.
cfr. Imitación de Cristo, II,12.
Carta circular a los amigos de la Cruz, 18.
cfr. Mt 10,38; Mc 8,34–38; Lc 9,23; 17,33; Jn 12,25–26.
cfr. Congregación para el clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 66 y passim.
Santo Toribio de Mogrovejo, en carta a Felipe II poniendo las condiciones que según él, debería reunir el futuro Arzobispo de Lima; entre otras agregaba «y de buen cabalgar». Felipe II lo eligió a él.
San Luis María Grignion de Monfort, Carta circular a los amigos de la Cruz, n. 27.
Ms. 12738 fol.615: Decl. de Francisco de Yepes; cit. Crisógono de Jesús, Vida y Obras de San Juan de la Cruz (Madrid 1978) 290.
Libro de la Vida,40,20; cit. Santa Teresa, Obras completas (Madrid 1967) 188.
San Francisco Javier, Carta del 20 de septimebre de 1542, Documento 15, n. 15. Cartas y escritos de San Francisco Javier (Madrid 1979) 91.
San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales [167].
San Luis María Grignon de Montfort, El amor de la Sabiduría Eterna, XIV,1.
Beato Pío de Pietrelcina, Consejos. Exhortaciones (Miami) 10.
Santa Gemma Galgani, Autobiografía, 237; cit. en Cornelio Fabro, Santa Gemma Galgani (Deusto–Bilbao 1997) 105.
cfr. Ex 33,19
(Tomado de www.padrebuela.com.ar)


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Aplicación: San Juan Pablo II - Cristo nos guía


1. Alegría pascual

La liturgia de este domingo está llena de alegría pascual, cuya fuente es la resurrección de Cristo. Todos nosotros nos alegramos de ser “su pueblo y ovejas de su rebaño”. Nos alegramos y proclamamos “las grandezas de Dios” (Hch 2,11).

“Sabed que el Señor es Dios, que Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño” (Sal 99,3).

Toda la Iglesia se alegra hoy porque Cristo resucitado es su Pastor: el Buen Pastor. De esta alegría participa cada una de las partes de este gran rebaño del Resucitado, cada una de las falanges del pueblo de Dios, en toda la tierra.

“Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos..., porque el Señor es bueno..., su fidelidad por todas las edades” (Sal 99,4s).

Nosotros somos suyos.

La Iglesia, varias veces, propone a los ojos de nuestra alma la verdad sobre el Buen Pastor. También hoy escuchamos las palabras que Cristo dijo de Sí mismo: “Yo soy el Buen Pastor..., conozco mis ovejas y ellas me conocen” (Canto antes del Evangelio).

Cristo crucificado y resucitado ha conocido, de modo particular, a cada uno de nosotros y conoce a cada uno. No se trata sólo de un conocimiento “exterior”, aunque sea muy esmerado, que permita describir e identificar un objeto determinado.

Cristo, Buen Pastor, nos conoce a cada uno de nosotros de manera distinta. En el Evangelio de hoy dice, a tal propósito, estas palabras insólitas: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno” (Jn 10,27-30).


2. Redención

Miremos hacia el Calvario donde fue alzada la cruz. En esta cruz murió Cristo, y después fue colocado en el sepulcro. Iremos hacia la cruz, en la que se ha realizado el misterio del divino “legado” y de la divina “heredad”. Dios, que había creado al hombre, restituyó a ese hombre, después de su pecado -a cada hombre y a todos los hombres-, de modo particular, a su Hijo. Cuando el Hijo subió a la cruz, cuando en ella ofreció su sacrificio, aceptó simultáneamente al hombre confiándole a Dios, Creador y Padre. Aceptó y abrazó, con su sacrificio y con su amor al hombre: a cada uno de los hombres y a todos los hombres. En la unidad de la Divinidad, en la unión con su Padre, este Hijo se hizo Él mismo hombre, y de aquí que ahora en la cruz, se hace “nuestra Pascua” (1 Cor 5,7), nos ha devuelto al Padre como a Aquel que nos creó a su imagen y semejanza de este propio Hijo eterno, nos ha predestinado “a la adopción de hijos suyos por Jesucristo” (Ef 1,5).

Y para esta adopción mediante la gracia, para esta heredad de la vida divina, para esta prenda de la vida eterna, luchó hasta el fin Cristo, “nuestra Pascua”, en el misterio de su pasión, de su sacrificio y de su muerte. La resurrección se ha convertido en la confirmación de su victoria: victoria del amor del Buen Pastor que dice: “ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano”.

Nosotros somos suyos.

La Iglesia quiere que miremos durante todo este tiempo pascual, hacia la cruz y la resurrección, y que midamos nuestra vida humana con el metro de ese misterio, que se realizó en la cruz y en la resurrección.

Cristo es el Buen Pastor porque conoce al hombre: a cada uno y a todos. Lo conoce con este conocimiento único pascual. Nos conoce porque nos ha redimido. Nos conoce porque ha pagado por nosotros: hemos sido rescatados a gran precio.

Nos conoce con el conocimiento y con la ciencia más interior, con el mismo conocimiento con que Él, Hijo, conoce y abraza al Padre y, en el Padre, abraza la verdad infinita y el amor. Y, mediante la participación en esta verdad y este amor, Él hace nuevamente de nosotros, en Sí mismo, los hijos de su eterno Padre; obtiene, de una vez para siempre, la salvación del hombre: de cada uno de los hombres y de todos, de aquellos que nadie arrebatará de su mano... En efecto, ¿quién podría arrebatarlos?

¿Quién puede aniquilar la obra de Dios mismo, que ha realizado el Hijo en unión con el Padre? ¿Quién puede cambiar el hecho de que estemos redimidos?, ¿un hecho tan potente y tan fundamental como la misma creación?


3. Cristo, Buen Pastor

A pesar de toda la inestabilidad del destino humano y de la debilidad de la voluntad y del corazón humano, la Iglesia nos manda hoy mirar a la potencia, a la fuerza irreversible de la redención, que vive en el corazón y en las manos y en los pies del Buen Pastor.

De Aquel que nos conoce...

Hemos sido hechos de nuevo la propiedad del Padre por obra de este amor, que no retrocedió ante la ignominia de la cruz, para poder asegurar a todos los hombres: “Nadie os arrebatará de mi mano” (cfr. Jn 10,28).

La Iglesia nos anuncia hoy la certeza pascual de la redención. La certeza de la salvación.

Y cada uno de los cristianos está llamado a la participación de esta certeza: ¡Realmente ha sido comprado a gran precio! ¡Realmente ha sido abrazado por el Amor, que es más fuerte que la muerte, y más fuerte que el pecado! Conozco a mi Redentor. Conozco al Buen Pastor de mi destino y de mi peregrinación.

Con esta certeza de fe, certeza de la redención revelada en la resurrección de Cristo, partieron los Apóstoles, como lo testifican, por lo demás, en la primera lectura de hoy, tomada de los Hechos de los Apóstoles, Pablo y Bernabé por los caminos de su primer viaje a Asia Menor. Se dirigen a los que profesan la Antigua Alianza, y cuando no son aceptados, se dirigen a los paganos, se dirigen a los hombres nuevos y a los pueblos nuevos.

En medio de estas experiencias y de estas fatigas comienza a fructificar el Evangelio. Comienza a crecer el Pueblo de Dios de la Nueva Alianza.

¿Cuántos hombres han respondido con gozo al mensaje pascual? ¿A cuántos hombres y pueblos ha llegado y llega siempre el Buen Pastor?

En el Apocalipsis se narra la visión de Juan:

“Yo Juan vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con fuerte voz: ‘La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero’. Y todos los Ángeles que estaban en pie alrededor del trono de los Ancianos y de los cuatro Vivientes, se postraron delante del trono, rostro en tierra, y adoraron a Dios diciendo: ‘Amén. Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén’. Uno de los Ancianos tomó la palabra y me dijo: ‘Esos que están vestidos con vestiduras blancas ¿quiénes son y de dónde han venido?’ Yo le respondí: ‘Señor mío, tú lo sabrás’. Me respondió: ‘Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero’”.

Confesamos la resurrección de Cristo, renovamos la certeza pascual de la redención, renovamos la alegría pascual, que brota del hecho de que nosotros somos “su Pueblo y ovejas de su rebaño” (Sal 99,3).
(Homilía de sanJuan Pablo II en la parroquia de Santa María “in Trastevere” el 27 de abril de 1980)

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Aplicación: Benedicto XVI - Jornada mundial de oración por las vocaciones

Queridos hermanos y hermanas: En este cuarto domingo de Pascua, llamado «del Buen Pastor», se celebra la Jornada mundial de oración por las vocaciones, que este año tiene como tema: «El testimonio suscita vocaciones», tema «estrechamente unido a la vida y a la misión de los sacerdotes y de los consagrados» (Mensaje para la XLVII Jornada mundial de oración por las vocaciones, 13 de noviembre de 2009: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de febrero de 2010, p. 5).

La primera forma de testimonio que suscita vocaciones es la oración (cf. ib.), como nos muestra el ejemplo de santa Mónica que, suplicando a Dios con humildad e insistencia, obtuvo la gracia de ver convertido en cristiano a su hijo Agustín, el cual escribe: «Sin vacilaciones creo y afirmo que por sus oraciones Dios me concedió la intención de no anteponer, no querer, no pensar, no amar otra cosa que la consecución de la verdad» (De Ordine II, 20, 52: ccl 29, 136).

Invito, por tanto, a los padres a rezar para que el corazón de sus hijos se abra a la escucha del buen Pastor, y «hasta el más pequeño germen de vocación... se convierta en árbol frondoso, colmado de frutos para bien de la Iglesia y de toda la humanidad» (Mensaje citado). ¿Cómo podemos escuchar la voz del Señor y reconocerlo? En la predicación de los Apóstoles y de sus sucesores: en ella resuena la voz de Cristo, que llama a la comunión con Dios y a la plenitud de vida, como leemos hoy en el Evangelio de san Juan: «Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano» (Jn 10, 27- 28).

Sólo el buen Pastor custodia con inmensa ternura a su grey y la defiende del mal, y sólo en él los fieles pueden poner absoluta confianza. En esta Jornada de especial oración por las vocaciones, exhorto en particular a los ministros ordenados, para que, estimulados por el Año sacerdotal, se sientan comprometidos «a un testimonio evangélico más intenso e incisivo en el mundo de hoy» (Carta de convocatoria). Recuerden que el sacerdote «continúa la obra de la Redención en la tierra»; acudan «con gusto al sagrario»; entréguense «totalmente a su propia vocación y misión con una ascesis severa»; estén disponibles a la escucha y al perdón; formen cristianamente al pueblo que se les ha confiado; cultiven con esmero la «fraternidad sacerdotal» (cf. ib.).

Tomen ejemplo de sabios y diligentes pastores, como hizo san Gregorio Nacianceno, quien escribió a su amigo fraterno y obispo san Basilio: «Enséñanos tu amor a las ovejas, tu solicitud y tu capacidad de comprensión, tu vigilancia..., la severidad en la dulzura, la serenidad y la mansedumbre en la actividad..., las luchas en defensa de la grey, las victorias... conseguidas en Cristo» (Oratio IX, 5: PG 35, 825ab). Expreso mi agradecimiento a todos los presentes y a cuantos con la oración y el afecto sostienen mi ministerio de Sucesor de Pedro, y sobre cada uno invoco la protección celestial de la Virgen María, a la que nos dirigimos ahora en oración.
(Regina Coeli, Plaza de San Pedro, Domingo 25 de abril de 2010)


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Aplicación: S.S. Francisco p.p. - Mis ovejas escuchan mi voz

Queridos hermanos y hermanas: El cuarto domingo del tiempo de Pascua se caracteriza por el Evangelio del Buen Pastor, que se lee cada año. El pasaje de hoy refiere estas palabras de Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, lo que me ha dado, es mayor que todo, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno» (Jn 10, 27-30). En estos cuatro versículos está todo el mensaje de Jesús, está el núcleo central de su Evangelio: Él nos llama a participar en su relación con el Padre, y ésta es la vida eterna.

Jesús quiere entablar con sus amigos una relación que sea el reflejo de la relación que Él mismo tiene con el Padre: una relación de pertenencia recíproca en la confianza plena, en la íntima comunión. Para expresar este entendimiento profundo, esta relación de amistad, Jesús usa la imagen del pastor con sus ovejas: Él las llama y ellas reconocen su voz, responden a su llamada y le siguen. Es bellísima esta parábola. El misterio de la voz es sugestivo: pensemos que desde el seno de nuestra madre aprendemos a reconocer su voz y la del papá; por el tono de una voz percibimos el amor o el desprecio, el afecto o la frialdad. La voz de Jesús es única. Si aprendemos a distinguirla, Él nos guía por el camino de la vida, un camino que supera también el abismo de la muerte.

Pero, en un momento determinado, Jesús dijo, refiriéndose a sus ovejas: «Mi Padre, que me las ha dado…» (cf. 10, 29). Esto es muy importante, es un misterio profundo, no fácil de comprender: si yo me siento atraído por Jesús, si su voz templa mi corazón, es gracias a Dios Padre, que ha puesto dentro de mí el deseo del amor, de la verdad, de la vida, de la belleza… y Jesús es todo esto en plenitud. Esto nos ayuda a comprender el misterio de la vocación, especialmente las llamadas a una especial consagración. A veces Jesús nos llama, nos invita a seguirle, pero tal vez sucede que no nos damos cuenta de que es Él, precisamente como le sucedió al joven Samuel.

Hay muchos jóvenes hoy, aquí en la plaza. Sois muchos vosotros, ¿no? Se ve… Eso. Sois muchos jóvenes hoy aquí en la plaza. Quisiera preguntaros: ¿habéis sentido alguna vez la voz del Señor que, a través de un deseo, una inquietud, os invitaba a seguirle más de cerca? ¿Le habéis oído? No os oigo. Eso... ¿Habéis tenido el deseo de ser apóstoles de Jesús? Es necesario jugarse la juventud por los grandes ideales. Vosotros, ¿pensáis en esto? ¿Estáis de acuerdo? Pregunta a Jesús qué quiere de ti y sé valiente. ¡Pregúntaselo! Detrás y antes de toda vocación al sacerdocio o a la vida consagrada, está siempre la oración fuerte e intensa de alguien: de una abuela, de un abuelo, de una madre, de un padre, de una comunidad… He aquí porqué Jesús dijo: «Rogad, pues, al Señor de la mies —es decir, a Dios Padre— para que mande trabajadores a su mies» (Mt 9, 38).

Las vocaciones nacen en la oración y de la oración; y sólo en la oración pueden perseverar y dar fruto. Me complace ponerlo de relieve hoy, que es la «Jornada mundial de oración por las vocaciones». Recemos en especial por los nuevos sacerdotes de la diócesis de Roma que tuve la alegría de ordenar esta mañana. E invoquemos la intercesión de María. Hoy hubo diez jóvenes que dijeron «sí» a Jesús y fueron ordenados sacerdotes esta mañana… Es bonito esto. Invoquemos la intercesión de María que es la Mujer del «sí». María dijo «sí», toda su vida. Ella aprendió a reconocer la voz de Jesús desde que le llevaba en su seno. Que María, nuestra Madre, nos ayude a reconocer cada vez mejor la voz de Jesús y a seguirla, para caminar por el camino de la vida.

(Regina Coeli, Plaza de San Pedro, IV Domingo de Pascua, 21 de abril de 2013)

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Aplicación: Benedicto XVI - Jornada mundial de oración por las vocaciones

Queridos hermanos y hermanas: En este cuarto domingo de Pascua, llamado «del Buen Pastor», se celebra la Jornada mundial de oración por las vocaciones, que este año tiene como tema: «El testimonio suscita vocaciones», tema «estrechamente unido a la vida y a la misión de los sacerdotes y de los consagrados» (Mensaje para la XLVII Jornada mundial de oración por las vocaciones, 13 de noviembre de 2009: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de febrero de 2010, p. 5).

La primera forma de testimonio que suscita vocaciones es la oración (cf. ib.), como nos muestra el ejemplo de santa Mónica que, suplicando a Dios con humildad e insistencia, obtuvo la gracia de ver convertido en cristiano a su hijo Agustín, el cual escribe: «Sin vacilaciones creo y afirmo que por sus oraciones Dios me concedió la intención de no anteponer, no querer, no pensar, no amar otra cosa que la consecución de la verdad» (De Ordine II, 20, 52: ccl 29, 136).

Invito, por tanto, a los padres a rezar para que el corazón de sus hijos se abra a la escucha del buen Pastor, y «hasta el más pequeño germen de vocación... se convierta en árbol frondoso, colmado de frutos para bien de la Iglesia y de toda la humanidad» (Mensaje citado). ¿Cómo podemos escuchar la voz del Señor y reconocerlo? En la predicación de los Apóstoles y de sus sucesores: en ella resuena la voz de Cristo, que llama a la comunión con Dios y a la plenitud de vida, como leemos hoy en el Evangelio de san Juan: «Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano» (Jn 10, 27- 28).

Sólo el buen Pastor custodia con inmensa ternura a su grey y la defiende del mal, y sólo en él los fieles pueden poner absoluta confianza. En esta Jornada de especial oración por las vocaciones, exhorto en particular a los ministros ordenados, para que, estimulados por el Año sacerdotal, se sientan comprometidos «a un testimonio evangélico más intenso e incisivo en el mundo de hoy» (Carta de convocatoria). Recuerden que el sacerdote «continúa la obra de la Redención en la tierra»; acudan «con gusto al sagrario»; entréguense «totalmente a su propia vocación y misión con una ascesis severa»; estén disponibles a la escucha y al perdón; formen cristianamente al pueblo que se les ha confiado; cultiven con esmero la «fraternidad sacerdotal» (cf. ib.).

Tomen ejemplo de sabios y diligentes pastores, como hizo san Gregorio Nacianceno, quien escribió a su amigo fraterno y obispo san Basilio: «Enséñanos tu amor a las ovejas, tu solicitud y tu capacidad de comprensión, tu vigilancia..., la severidad en la dulzura, la serenidad y la mansedumbre en la actividad..., las luchas en defensa de la grey, las victorias... conseguidas en Cristo» (Oratio IX, 5: PG 35, 825ab). Expreso mi agradecimiento a todos los presentes y a cuantos con la oración y el afecto sostienen mi ministerio de Sucesor de Pedro, y sobre cada uno invoco la protección celestial de la Virgen María, a la que nos dirigimos ahora en oración.
(Regina Coeli, Plaza de San Pedro, Domingo 25 de abril de 2010)

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Aplicación: San Alberto Hurtado - Cómo remediar el problema de la falta de vocaciones

Es necesario ante todo que los fieles, los sacerdotes, y los miembros de la Acción Católica, se posesionen bien de la importancia extrema de este problema.

"La obra de las obras" llamó Pío XI al cultivo de las vocaciones. "La causa misma de Dios y de la Iglesia", la llamó el actual Pontífice siendo cardenal, el cual como Secretario de Estado dirigió un documento personal a nuestros prelados instándolos a trabajar en Chile en este sentido, pues es la más urgente necesidad de la Iglesia en nuestra Patria. S.E. el Cardenal Pizzardo como presidente del Oficio de la Acción Católica escribió al Episcopado Chileno, "sobre la necesidad de laborar con decidido empeño y constancia en la obra de las vocaciones eclesiásticas... porque a ella va indisolublemente ligada la salvación de las almas, redimidas con la Sangre inmaculada de Jesucristo".

Los señores Obispos de Chile en innumerables ocasiones se han dirigido a los fieles sobre este tema en cartas pastorales. El 15 de noviembre de 1939, lo han hecho en un documento colectivo. "Hemos creído que era nuestro primordial deber dirigirnos colectivamente a nuestro clero y a nuestros diocesanos para hablarles sobre este tema, interesarlos en él y pedirles en todas las formas posibles su entusiasta y decidida cooperación. Nos urge más el hacerlo tanto cuanto que hace mucho tiempo su Santidad el Papa Pío XI de venerada memoria, justamente alarmado ante la situación de la Iglesia de Chile, en lo que se refiere a este problema nos exhorta por medio de su digno representante ante nosotros a buscar con decisión los medios inmediatos y mediatos a fin de ponerle eficaz remedio. Y en la visita ad limina que varios de nosotros hemos hecho este año a Roma el Pontífice gloriosamente reinante nos ha reiterado estos mismos sentimientos".

Es, pues, incuestionable que el celo por ver incrementarse las vocaciones sacerdotales ha de ser característico de todo católico que ame a su Madre la Iglesia. No es más que el eco de la sublima enseñanza del Maestro que nos ordenó rogar al Señor de la mies que envíe operarios a la mies.

¿Qué ha de hacerse?

Es necesario comenzar por conocer lo que es la vocación al sacerdocio para poder orientar las almas que sientan el llamamiento del Señor.

La vocación es un llamamiento que Cristo dirige al fondo de la conciencia de un joven para que consagre su vida al apostolado o a la práctica de la perfección cristiana. Es un renovarse en el transcurso de los siglos de las palabras de Cristo al joven del evangelio. "Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que tienes, dalo a los pobres, sígueme y tendrás un tesoro en el Reino de los Cielos". La vocaci��n no es en general un llamamiento obligatorio para el joven sino una invitación a su generosidad que no compromete directamente la salvación eterna de su alma en caso de no seguirla. Más que el problema de qué me exige Dios, la vocación me plantea este otro: ¿Qué quiero darle yo a Cristo? ¿Qué quiero hacer por Jesús para manifestarle la sinceridad de mi adhesión a El?

Ahora bien, ¿cómo se manifiesta esta elección personal? Algunos han creído erróneamente que no podía haber vocación al sacerdocio sin una moción sensible del Espíritu Santo, sin un don místico extraordinario como el que tuvieron San Luis Gonzaga o Estanislao de Kostka. Otros erróneamente también han pensado que para tener vocación se necesita tener atractivo por el sacerdocio, gusto natural por la vida y ministerios del sacerdote.

La enseñanza oficial de la Iglesia es muy diferente. Pío XI en un documento oficial sobre el sacerdocio destinado a los católicos del mundo, dice: "La vocación se revela más que en un sentimiento del corazón o en un sensible atractivo que a veces puede faltar, en la recta intención de quien aspira al sacerdocio unido a aquel conjunto de dotes físicas, intelectuales y morales que lo hacen idóneo para tal estado. Quien se dirige al sacerdocio únicamente por el noble motivo de consagrarse al servicio de Dios y a la salvación de las almas, y juntamente, a lo menos con el fin de alcanzar seriamente una sólida piedad, una pureza de vida a toda prueba, una ciencia suficiente, éste muestra que ha sido llamado por Dios al estado sacerdotal". El documento es bien preciso. El Sumo Pontífice con su autoridad de Maestro supremo de la cristiandad enseña que no se necesita atractivo sensible, ni un sentimiento del corazón, sino cualidades y recta intención.

La misma doctrina había sido sostenida en el Código de Derecho Canónico (Canon 538): "Todo católico que no tenga impedimento legítimo y que sea impulsado por una recta intención y se encuentre apto para llevar la carga de la vida religiosa, puede ser admitido en religión". Para entrar en la vida religiosa se necesita vocación; y el Código no exige para que un sujeto tenga vocación, sino la ausencia de legítimos impedimentos, recta intención y aptitud para la vida religiosa.

Pío X había aprobado la misma doctrina al aceptar oficialmente las siguientes proposiciones contenidas en la obra del Canónigo José Lahitton: "La vocación sacerdotal": "La condición que hay que examinar de parte del ordenando y que se llama también vocación sacerdotal, no consiste en ningún modo, al menos necesariamente o por regla ordinaria en cierto atractivo interior del sujeto, o invitaciones del Espíritu, para que el ordenado sea regularmente llamado por el Obispo. No se exige de él más que la intención recta y la idoneidad que consiste en tales dotes de naturaleza y gracia y en tan comprobada probidad de vida y suficiencia de doctrina que hagan concebir la esperanza fundada de que el sujeto sea capaz de cumplir las funciones del sacerdocio y guardar santamente sus obligaciones".

La opinión, pues, de que es necesaria una atracción sensible, fue rechazada de plano por esta decisión de Pío X. Es indudable que en la mayor parte de las mejores vocaciones no hay tal atracción, antes bien el sujeto experimenta una repulsión natural, un deseo espontáneo de la naturaleza que lo aleja del sacerdocio y lo inclina al matrimonio o a la vida del mundo. En la época ruda y materialista que vivimos, es normal sentir una fuerte repugnancia a una vida que toda ella es sacrificio, negación de sí mismo, a veces hasta el heroísmo. La parte animal del hombre no deja de hablar a pesar del llamamiento sobrenatural de Dios, y a veces estas voces animales resuenan con más fuerza que la suave voz de Dios que se hace oír en el silencio y recogimiento tan raros en este siglo de ruido y movimiento. Pero junto a estas mociones espontáneas de la naturaleza hay en los escogidos por Dios un deseo de la voluntad de hacer lo que Dios quiera, de ser generosos con su Redentor.

Estas condiciones generales de la vocación: cualidades y recta intención de servir a Dios son el único requisito de cuya existencia ha de cerciorarse el Obispo al ordenar a un sujeto, el director espiritual para aprobar una consulta sobre vocación, el propio interesado para saber si puede o no ingresar en el camino del sacerdocio. Pero hay siempre algo que hace que un joven se proponga el problema de su vocación, y es, podríamos decirlo, la condición previa e indispensable para resolver una vocación. No se ha de examinar como la vocación misma, pero es lo que plantea el problema, y es la manifestación primera de la elección divina de un sujeto. Esta condición consiste en una preocupación interior que lleva al joven escogido por Dios a proponerse el problema del sacerdocio: una inquietud de ánimo que lo mueve a mirar al cielo; una predicación que lo hace aspirar a mayor perfección; la muerte de una persona querida que le enseña la vanidad de la vida; un libro que cae en sus manos; unos ejercicios que lo mueven a buscar la santidad, y hacen que conciba como algo posible para él, aunque con grandes repugnancias a veces, la idea del sacerdocio o de la vida religiosa. Estos medios externos existen siempre en el comienzo de una vocación, y son la condición previa para que ella exista, como el aire es condición para la vida, sin que sea la vida misma. La elección divina de un joven para el sacerdocio o para la vida religiosa se manifiesta, pues, primero dotándolo de las cualidades que lo hacen idóneo para el estado sacerdotal, luego poniéndolo en tales circunstancias que se le presente el sacerdocio como posible para él; y luego ayudándolo a formar una voluntad sobrenatural actual de abrazar ese estado por un fin recto: la mayor gloria de Dios, la salvación de su alma, el apostolado entre los demás. Esto y no más es la salvación divina al sacerdocio o a la vida religiosa.

Hemos hablado de las cualidades requeridas para el sacerdocio ¿de qué cualidades se trata? De las que lo hacen idóneo para los ministerios y género de vida que va a seguir: aptitudes intelectuales, el talento suficiente para los estudios que son necesarios para el sacerdocio, o bien para la vida religiosa; aptitudes físicas, salud suficiente para llevar la vida que va a abrazar, que no exige fuerzas físicas extraordinarias, pero sí un equilibrio de facultades, una salud mental y nerviosa, la ausencia de taras neuróticas; independencia económica, de modo que no sea absolutamente necesario para la vida de sus padres o de las personas que Dios ha puesto a su cuidado; una ausencia de dificultades invencibles para las cosas de piedad; y sobre todo las cualidades morales; la posibilidad con la gracia de Dios de seguir guardando la castidad o de recuperarla si la ha perdido, y si se trata de la vida religiosa, el poder también con la ayuda divina, guardar los votos de obediencia y pobreza, lo que supone que se trata de una persona con la docilidad necesaria para seguir las instrucciones de su superior y que pueda adaptarse a la austeridad de la vida religiosa, que no es la miseria, pero sí el trabajo personal y un marco sencillo de vida.

¡Cuántos jóvenes católicos han recibido de Dios estas cualidades y si encontrasen la cooperación humana podrían ser santos sacerdotes!

La cooperación humana

Dos graves errores se cometen al juzgar la cooperación humana a la vocación divina. Uno que condena S.S. Pío XI es el de aquellos que inficionados de errores positivistas y naturalistas tratan la vocación sacerdotal con el mismo criterio que los fenómenos naturales que pueden ser sujetos a experimentación, como si la gracia no interviniese para nada en esta materia.

Se acercan a este error aquellos que en su proceder no confían en los medios sobrenaturales, sino que creen que la vocación es un asunto de pura propaganda humana, como si se tratase de reclutar voluntarios para una empresa comercial.

Al otro extremo están los que a pesar de las reiteradas y solemnes declaraciones de la Iglesia que piden y reclaman con insistencia la cooperación humana no quieren prestarla, o no se atreven a intervenir en un asunto en el que creen ellos que no tienen ninguna ingerencia, pues no harían sino estorbar la acción del Espíritu Santo, el único maestro y director de las conciencias.

La Iglesia, con todo, en repetidas ocasiones ha manifestado un sentir contrario: En el Código de D.C. (canon 1353) exhorta a todos los sacerdotes y especialmente a los párrocos "a apartar con peculiares cuidados de los contagios del siglo a aquellos niños que dan indicios de vocación eclesiástica, a formarlos en la piedad y cultivar en ellos el germen de la vocación divina".

S.S. Pío XI en su encíclica sobre el sacerdocio dice: "Es necesario no olvidar las diligencias humanas, y por consiguiente cultivar la preciosa semilla de la vocación que Dios deposita largamente en los corazones generosos de tantos jovenes; y por consiguiente, alabamos y recomendamos con toda nuestra alma aquellas obras saludables que en mil formas y con mil santas industrias surgidas por "el Espíritu Santo, miran a custodiar y promover y a ayudar las vocaciones sacerdotales".

El Cardenal Pizzardo en la carta al Episcopado chileno insiste en que "es evidente la necesidad de laborar con noble constancia y decidido entusiasmo por la obra de las vocaciones eclesiásticas... Porque si bien es cierto que la vocación sacerdotal es don gratuito de la infinita bondad de Dios, de quien desciende todo don perfecto... no es menos cierto que como toda gracia ésta de la vocación exige ordinariamente para su eficacia la cooperación del hombre. Y este grave y dulce deber de fomentar, asistir, cuidar y educar las vocaciones eclesiásticas con acendrada diligencia y maternal asiduidad incumbe en primer lugar y de manera principal a los pastores que deberán rendir cuenta al Señor de las almas que les confiara, y a los párrocos y sacerdotes que con aquellos comparten la asistencia espiritual del pueblo fiel. No están exentos de este deber de coadyuvar los simples fieles, ya que como miembros del Cuerpo Místico de Cristo, deben concurrir a la edificación del mismo... Pero toca de manera singular a la amada Acción Católica ponerse enteramente a las órdenes del Episcopado y del Clero para la obra de las vocaciones eclesiásticas. Ella, en efecto, ha sido llamada oficialmente por la Iglesia a colaborar en el apostolado de la Jerarquía para la difusión del Reino de Cristo, mediante la formación de fervientes cristianos, que en todas las circunstancias, todos los estados y profesiones, vivan íntegramente la vida católica. Y sin el sacerdote es imposible la formación de cristianos íntegros y aun es imposible la Acción Católica misma, de la cual el sacerdote es el inspirador y animador, pues, es él quien forma espiritualmente a sus miembros y los sostiene, guía y dirige en su apostolado. Aprovecho esta propicia oportunidad para dirigir, en mi calidad de Presidente del "Oficio Central de la A.C." un cordial y caluroso llamamiento a la misma para que colabore celosamente en tan santa empresa. Abrigo la fundada esperanza de que todas y cada una de las ramas responderán a mi sentida aspiración y a la del Venerable Episcopado y se harán un honroso deber de prestar su decidida cooperación, a la obra de las vocaciones eclesiásticas" (nota 30).

El Episcopado chileno en documento colectivo afirma la misma idea: "Necesitamos muchos y santos sacerdotes. Para ello es menester emprender un trabajo intenso y constante a fin de resolver este problema de la escasez de operarios en la viña del Señor... Trabajo de sacerdotes y fieles, de grandes y chicos. Suele pensarse, erradamente, que sólo a los obispos y a lo más a los sacerdotes, corresponde resolver este problema. Por el contrario: a todos interesa sobre manera y por lo tanto, todos deben tener su parte de labor decidida. ¿No son acaso los mismos fieles que abnegadamente trabajan en las obras católicas, especialmente en la Acción Católica, los que están palpando esta necesidad al verse sin maestros, sin guías, sin asesores" (nota 31).

Para un católico, no cabe, pues, dudar sobre si los fieles y más aún los sacerdotes deben colaborar positivamente a la obra de las vocaciones. Están obligados a hacerlo y deberán dar cuenta al Señor de no haberlo hecho, sobre todo en los gravísimos tiempos que estamos corriendo, de abandono espiritual de las masas.

Y si de la región de los principios que nos recuerdan los documentos pontificios y episcopales, bajamos al orden de las realidades veremos que como afirma el Padre Doncoeur: "Se puede decir que los grandes renacimientos de vocaciones tienen todos por origen el corazón de un obispo" (nota 32) o de un celoso sacerdote que impresionado por el problema de la escasez de operarios en la viña lanza un vibrante llamado a los católicos y consagra su vida a tan noble causa. La obra maravillosa del P. Delbrel, S.J. en Francia, suscitó un intenso movimiento vocacional continuado ahora por el P. Doncoeur. No es la gracia la que falta: es la colaboración humana. Pues, como muy bien dice el P. Doncoeur: "No hemos comprendido aún bastante que Dios pide la colaboración humana para el llamamiento y para la respuesta".

¿Cómo colaborar?

La primera colaboración es la que enseñó explícitamente el Maestro: Rogad al Señor de la mies, que envíe operarios a la mies, porque la mies es mucha y los operarios pocos. La vocación sacerdotal es obra de Dios, ya que como Nuestro Señor dijo a sus apóstoles: "No me elegisteis vosotros a Mí, sino que yo soy quien os ha elegido a vosotros". Hay, pues, que pedir al Maestro que multiplique sus luces y dé más y más gracias a los llamados para que se dejen escoger.

Debiera, pues, elevarse sin interrupción en toda nuestra Patria una verdadera cruzada de oraciones públicas y privadas; un verdadero clamor de plegarias en los centros de Acción Católica, en los hogares, en los colegios y en las comunidades religiosas. La oración por las vocaciones debiera rezarla todo cristiano. La primera oración vocacional debería ser el Santo Sacrificio de la Misa, acompañado de nuestro propio sacrificio en unión de la Víctima divina para que su sangre redima más y más almas.

Junto a la oración debe unirse la predicación frecuente de lo que es el sacerdote, su misión, la colaboración de la familia. ¡Cuántos jóvenes podrían ser excelentes sacerdotes si se les abriera el campo de posibilidades y comprendieran que también ellos pueden ser sacerdotes. Los directores espirituales tienen un campo inmenso de trabajo en este sentido, elevando el nivel espiritual de los jóvenes, mostrándoles los amplios horizontes del cristianismo integral, de la perfección que propone Cristo, sugiriéndoles lecturas apropiadas en particular, biografías de sacerdotes apóstoles que pueden hacer concretar muchos ideales.

Los centros de Acción Católica tienen una misión especial en materia de vocaciones. A ellos les toca orar por los sacerdotes, formar ambiente a esta idea, dedicar cada año por lo menos una jornada de retiro, de oración, de estudio a esta materia. La Acción Católica especialmente en Italia ha sido una escuela fecunda de numerosísimas vocaciones sacerdotales. En Argentina, país que sufre aún más que el nuestro del problema de la crisis sacerdotal, en los últimos 10 años la A.C. ha dado más de 450 vocaciones a los seminarios y congregaciones religiosas. Muchos de estos jóvenes son profesionales distinguidos, y todos ellos se han formado en las filas de la Acción Católica, la mayor parte como instructores de aspirantes: allí han comprendido la sublimidad del apostolado cristiano y se han decidido a entregarse ellos mismos.

Todos los grandes movimientos de juventudes católicas de estos últimos años han florecido con vocaciones sacerdotales y religiosas. Nueva Alemania en 15 años dio más de 2.000 vocaciones. El movimiento iniciado entre los 570 alumnos del politécnico de París, de los cuales hace unos 30 años apenas 4 se declaraban católicos llegando ahora a ser unos 440 católicos, ha dado más de un centenar de vocaciones.

Los católicos están comprendiendo su responsabilidad para con la Iglesia y así, en Estados Unidos hay 23.579 seminaristas; 3.114 sobre el año anterior; 1 seminarista por cada 870 católicos. En Indochina, 2.600 seminaristas indígenas: 1 por cada 270 católicos. En China, 6.727 seminaristas; 1 por cada 420 católicos.

¿Y en Chile? Unos 500 de los cuales sólo 155 en seminarios mayores, o sea, 1 por cada 10.000 chilenos.

Los propagandistas en España apenas formados comenzaron a dar magníficas vocaciones entre ellas algún diputado, el director de "El Debate" el gran periódico católico español, y muchos otros. Un movimiento de juventudes que no da vocaciones es señal de que no ha captado el espíritu cristiano: sus miembros no se han penetrado de lo que es la Iglesia, y no se han empapado en los grandes dogmas de nuestra vida sobrenatural; cuerpo místico, gracia santificante, santo sacrificio de la misa, perdón de los pecados, salvación de las almas.

Es natural que no todos los buenos aspiren al sacerdocio. Joven bueno no es sinónimo de candidato al seminario, pues entonces ¿acaso sólo los malos o los flojos se habían de quedar para formar los futuros hogares?, ¿qué resultaría entonces del mundo? La gracia divina se distribuye con sabiduría infinita para que todos los estados de la vida puedan contar con miembros santos de este Cuerpo místico que es la Iglesia. Pero no hay ningún peligro de que se exagere entre nosotros la necesidad de pensar en el sacerdocio ya que las vocaciones escasean tanto. Esperamos confiados, sin embargo, en que éstas han de aumentar, ya que como dice Santo Tomás "Dios nunca abandona su Iglesia hasta el punto que carezca de ministros idóneos".

Un trabajo muy propio de la Acción Católica y muy necesario para el aumento del sacerdocio es la cristianización del hogar. Si escasean tanto los sacerdotes en nuestro tiempo es particularmente porque el ambiente materialista, mundano y hasta pagano impide que germine la vocación. Y si germina, el materialismo de muchos padres lo ahoga, sin darse cuenta de la responsabilidad gravísima que contrae del alma de su hijo, y de aquellos que su hijo pudo haber salvado si hubiera seguido los impulsos de la gracia.

Una vocación florece de ordinario en un hogar cristiano: el primer seminario es el regazo de una madre piadosa que sabe orar, y descubre el silencioso trabajo de la gracia en el alma de su hijo y colabora con ella y la protege hasta llevarla a feliz término. Ojalá las madres le oyeran el lindo relato de Pierre Lhande, S.I. Mon Petit Pretre, traducido al castellano con el título de Mi Curita; o la correspondencia de madres como la señora Amalia Errázuriz de Subercaseaux, que han sabido comprender lo que significa ¡ser madre de un sacerdote!

La ayuda económica

Absolutamente necesaria es la cooperación económica a la obra de las vocaciones. Es necesario ayudar a los noviciados y seminarios a hacer frente a la educación de los futuros sacerdotes, lo que demanda cuantiosos gastos. Dar educación completa, y si se trata de los religiosos, vestir y alimentar a los jóvenes que durante 7 a 15 años han de seguir una formación concretada exclusivamente a los estudios que conducen al sacerdocio supone un inmenso sacrificio económico. Hay que correr con todos los gastos de los futuros sacerdotes y para esta obra no cuentan de ordinario los seminarios y noviciados con recursos suficientes.

Con frecuencia se presenta también el caso de jóvenes de grandes cualidades que aspiran al sacerdocio pero no pueden seguir la voz de Dios porque son el sostén de sus familias.

La mejor manera de realizar esta ayuda consistiría en fundar una beca con cuyos intereses pueda estar continuamente formándose un joven aspirante al sacerdocio.

¡Qué consuelo mayor para un corazón que haber contribuido con su dinero, economizado tal vez a costa de grandes sacrificios, a mantener perpetuamente un Ministro del Señor, que le deba a él la realización de su vocación, que sin su ayuda habría sido frustrada! Esa hostia santa que un sacerdote y después otro y otro... irá elevando cada día al Altísimo... es él quien la ofrece... Es también por él, su bienhechor, por quien la ofrece. Esos millares de absoluciones, esas almas arrancadas al infierno es él quien con su limosna habrá contribuido a salvarlas y esto perpetuamente... ¡Qué uso más digno puede un hombre hacer de los bienes que el Señor le ha dado!

Si alguien no tiene dinero, que ofrezca sus sufrimientos al Señor porque El aumente el número de sus ministros y santifique a los que ha llamado al sacerdocio.

Oremos para que el Señor de la mies envíe muchos operarios a su mies.
(San Alberto Hurtado, ¿Es Chile un país católico?, Editorial Los Andes, Santiago de Chile, 1992, p. 122 – 131)


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Aplicación: R.P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Jesús, modelo del pastor y de las ovejas


Jesús el Buen Pastor, es nuestro modelo de Pastor. ¡Cuánto nos falta para mostrar en nosotros sacerdotes al Buen Pastor! Porque los cristianos tienen que imitar también al Buen Pastor y sobre todo pertenecer a su redil pero nosotros los pastores además de pertenecer a su redil debemos imitar su pastoreo. Jesús nos ha elegido. Él es quien quiere que seamos pastores. Con nuestras limitaciones, con nuestros defectos, con nuestros pecados: “no me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros”1 y quiere que así como nos ha elegido vayamos asemejándonos a Él. No debemos abandonar el deseo de imitar a Jesús porque si así lo hiciéramos sería fatal para nosotros, dejaríamos de ser pastores para convertirnos en mercenarios o en malos pastores. Para ser pastor hay que entrar por la puerta que es Cristo. Entrar por Cristo no sólo nos hace legítimamente pastores sino verdaderos pastores porque nos hace desear imitar al Buen Pastor.

Jesús es el Pastor perfecto y a Él hay que seguir pero su voluntad es que apacienten su rebaño hombres débiles.

Está la tentación de seguir a Cristo y rechazar a los pastores de Cristo. Muchos buscan un camino solos, van haciendo su santidad al gusto propio, no se dejan guiar, no se dejan sanar, no se dejan conducir, no se dejar apacentar, prescinden de los pastores que son los que dan, los que enseñan lo sagrado2.

Tenemos que pedir por santos pastores que nos conduzcan al Buen Pastor no sólo señalándolo sino haciéndose otros cristos. Sólo por Cristo se puede entrar al redil del Buen Pastor. Tanto los pastores como las ovejas. El entrar por Cristo es tener una experiencia de amor con el Buen Pastor. Es necesario escuchar su voz y conocerlo así como Él nos conoce a nosotros. En el trato con Jesús nos hacemos ovejas suyas. Trato de amigos con Él. Las ovejas reconocen la voz del Buen Pastor y de sus pastores. Para reconocer la voz de Cristo hay que conocer a Cristo, impregnarse de Cristo.

Jesús nos alimenta con los pastos de su doctrina y de su cuerpo sacramentado y nos lleva a la vida eterna. Y nadie podrá arrebatarnos de su mano porque es todopoderoso. “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro”3. Si nos mantenemos con Él, si escuchamos sus palabras, si lo seguimos, nadie nos apartará de Él. ¡No temamos! Cristo ha vencido en sí mismo a todos sus enemigos. Unidos a El también nosotros venceremos.

Y si llegare a tal extremo la situación que no hubiese buenos pastores o no hubiese simplemente pastores Cristo mismo nos apacentaría como leemos en el Evangelio. Se compadeció de sus ovejas porque andaban errantes4. Jesús en esa ocasión las curó y les enseñó. Las curó de sus males físicos y les enseñó para sacarlas de la ignorancia y del error porque es Él es la Verdad5. En esa ocasión las encontró errantes pero todas juntas. Otras veces, que individualmente se alejan, también las va a buscar hasta encontrarlas, las carga sobre sus hombros y las retorna al redil6. No quiere que se pierda ninguna oveja de las que les ha encomendado su Padre.

Ser ovejas de Jesús es un don del Padre y es su voluntad que permanezcan con Él y como es omnipotente como el Padre, “el Padre y Yo somos uno”, nadie las arrebatará de su mano.

Las ovejas de Cristo escuchan su voz. ¿Escuchamos a Jesús que nos habla? ¿Dónde nos habla? Nos habla sobre todo en su Palabra, en los Evangelios. Allí el Señor nos dice qué debemos hacer, cómo debemos vivir en esta vida, allí leemos también como vivió Él para poder imitarlo. Jesús nos habla en la oración. Cuando hacemos silencio y volvemos nuestro pensamiento a nosotros mismos y viéndonos pequeñitos nos ponemos en la presencia de Jesús para que nos consuele. “¡Habla, que tu siervo escucha!”7, “Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna”8.

Pasan días enteros y, a veces, semanas sin escuchar a Jesús. ¿Podemos decir que somos de sus ovejas?

Jesús conoce a sus ovejas y me conoce a mí. Nada se oculta a su mirada. Nada de lo que guarda mi corazón que es cofre de donde saco todas mis acciones. Mi alma entera la conoce Jesús. Soy lo que soy a los ojos de Jesús, ni más, ni menos. ¿Para qué aparento lo que no soy? ¿Por qué mi ansiedad qué conozcan mis buenas obras ocultas si Jesús las conoce y eso basta?

Si verdaderamente somos ovejas de Jesús tenemos que desear con ansias seguirlo, es decir, imitarlo. “Quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobios con Cristo lleno de ellos que honores, y desear más de ser estimado por vano y loco por Cristo que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo”9. Y querer imitarlo con perfección: “tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo”10.

Y ¿qué les da este Buen Pastor a sus ovejas? Les da vida eterna.

Ellas, si no se van de su lado, no perecerán y tampoco nadie podrá arrebatárselas porque Jesús tiene el mismo poder que el Padre, es uno con el Padre, es Señor y su nombre está sobre todo nombre porque ha vencido por su muerte y resurrección al demonio y a la muerte. Este Buen Pastor les da vida eterna desde ahora, “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás”11, “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre”12. Y se las dará plenamente cuando venga al final de los tiempos. Allí habrá un solo rebaño y un solo pastor.

(1) Jn 15, 16
(2) Sacerdote: se deriva del latín sacrum dare, el que da lo sagrado o de sacrum docens, el que enseña lo sagrado.
(3) Rm 8, 35-39
(4) Mt 9, 36; Mc 6, 34
(5) Jn 14, 6
(6) Cf. Lc 15, 4-5
(7) 1 S 3, 10
(8) Jn 6, 59
(9) E.E. nº 167
(10) Flp 2, 5
(11) Jn 11, 25-26
(12) Jn 6, 51

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Apliclación: Directorio Homilético: Cuarto domingo de Pascua

CEC 754, 764, 2665: Cristo, pastor de las ovejas y puerta del corral
CEC 553, 857, 861, 881, 896, 1558, 1561, 1568, 1574: el Papa y los obispos como pastores
CEC 874, 1120, 1465, 1536, 1548-1551, 1564, 2179, 2686: los presbíteros como pastores
CEC 60, 442, 543, 674, 724, 755, 775, 781: la Iglesia está compuesta de judíos y gentiles
CEC 957, 1138, 1173, 2473-2474: la comunión con los mártires

754 "La Iglesia, en efecto, es el redil cuya puerta única y necesaria es Cristo(Jn 10, 1-10). Es también el rebaño cuyo pastor será el mismo Dios, como él mismo anunció (cf. Is 40, 11; Ez 34, 11-31). Aunque son pastores humanos quienes gobiernan a las ovejas, sin embargo es Cristo mismo el que sin cesar las guía y alimenta; El, el Buen Pastor y Cabeza de los pastores (cf. Jn 10, 11; 1 P 5, 4), que dio su vida por las ovejas (cf. Jn 10, 11-15)".

764 "Este Reino se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo" (LG 5). Acoger la palabra de Jesús es acoger "el Reino" (ibid.). El germen y el comienzo del Reino son el "pequeño rebaño" (Lc 12, 32), de los que Jesús ha venido a convocar en torno suyo y de los que él mismo es el pastor (cf. Mt 10, 16; 26, 31; Jn 10, 1-21). Constituyen la verdadera familia de Jesús (cf. Mt 12, 49). A los que reunió así en torno suyo, les enseñó no sólo una nueva "manera de obrar", sino también una oración propia (cf. Mt 5-6).

553 Jesús ha confiado a Pedro una autoridad específica: "A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16, 19). El poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la casa de Dios, que es la Iglesia. Jesús, "el Buen Pastor" (Jn 10, 11) confirmó este encargo después de su resurrección:"Apacienta mis ovejas" (Jn 21, 15-17). El poder de "atar y desatar" significa la autoridad para absolver los pecados, pronunciar sentencias doctrinales y tomar decisiones disciplinares en la Iglesia. Jesús confió esta autoridad a la Iglesia por el ministerio de los apóstoles (cf. Mt 18, 18) y particularmente por el de Pedro, el único a quien él confió explícitamente las llaves del Reino.

IV LA IGLESIA ES APOSTÓLICA
857 La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre los apóstoles, y esto en un triple sentido:

- Fue y permanece edificada sobre "el fundamento de los apóstoles" (Ef 2, 20; Hch 21, 14), testigos escogidos y enviados en misión por el mismo Cristo (cf Mt 28, 16-20; Hch 1, 8; 1 Co 9, 1; 15, 7-8; Ga 1, l; etc.).

- Guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la enseñanza (cf Hch 2, 42), el buen depósito, las sanas palabras oídas a los apóstoles (cf 2 Tm 1, 13-14).

- Sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los apóstoles hasta la vuelta de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de los obispos, "a los que asisten los presbíteros juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia" (AG 5):
Porque no abandonas nunca a tu rebaño, sino que, por medio de los santos pastores, lo proteges y conservas, y quieres que tenga siempre por guía la palabra de aquellos mismos pastores a quienes tu Hijo dio la misión de anunciar el Evangelio (MR, Prefacio de los apóstoles).

Los obispos sucesores de los apóstoles
861 "Para que continuase después de su muerte la misión a ellos confiada, encargaron mediante una especie de testamento a sus colaboradores más inmediatos que terminaran y consolidaran la obra que ellos empezaron. Les encomendaron que cuidaran de todo el rebaño en el que el Espíritu Santo les había puesto para ser los pastores de la Iglesia de Dios. Nombraron, por tanto, de esta manera a algunos varones y luego dispusieron que, después de su muerte, otros hombres probados les sucedieran en el ministerio" (LG 20; cf San Clemente Romano, Cor. 42; 44).

881 El Señor hizo de Simón, al que dio el nombre de Pedro, y solamente de él, la piedra de su Iglesia. Le entregó las llaves de ella (cf. Mt 16, 18-19); lo instituyó pastor de todo el rebaño (cf. Jn 21, 15-17). "Está claro que también el Colegio de los Apóstoles, unido a su Cabeza, recibió la función de atar y desatar dada a Pedro" (LG 22). Este oficio pastoral de Pedro y de los demás apóstoles pertenece a los cimientos de la Iglesia. Se continúa por los obispos bajo el primado del Papa.

896 El Buen Pastor será el modelo y la "forma" de la misión pastoral del obispo. Consciente de sus propias debilidades, el obispo "puede disculpar a los ignorantes y extraviados. No debe negarse nunca a escuchar a sus súbditos, a los que cuida como verdaderos hijos ... Los fieles, por su parte, deben estar unidos a su obispo como la Iglesia a Cristo y como Jesucristo al Padre" (LG 27):

Seguid todos al obispo como Jesucristo (sigue) a su Padre, y al presbiterio como a los apóstoles; en cuanto a los diáconos, respetadlos como a la ley de Dios. Que nadie haga al margen del obispo nada en lo que atañe a la Iglesia (San Ignacio de Antioquía, Smyrn. 8,1)

1558 "La consagración episcopal confiere, junto con la función de santificar, también las funciones de enseñar y gobernar... En efecto...por la imposición de las manos y por las palabras de la consagración se confiere la gracia del Espíritu Santo y queda marcado con el carácter sagrado. En consecuencia, los obispos, de manera eminente y visible, hacen las veces del mismo Cristo, Maestro, Pastor y Sacerdote, y actúan en su nombre (in eius persona agant)" (ibid.). "El Espíritu Santo que han recibido ha hecho de los obispos los verdaderos y auténticos maestros de la fe, pontífices y pastores" (CD 2).

1561 Todo lo que se ha dicho explica por qué la Eucaristía celebrada por el obispo tiene una significación muy especial como expresión de la Iglesia reunida en torno al altar bajo la presidencia de quien representa visiblemente a Cristo, Buen Pastor y Cabeza de su Iglesia (cf SC 41; LG 26).

1568 "Los presbíteros, instituidos por la ordenación en el orden del presbiterado, están unidos todos entre sí por la íntima fraternidad del sacramento. Forman un único presbiterio especialmente en la diócesis a cuyo servicio se dedican bajo la dirección de su obispo" (PO 8). La unidad del presbiterio encuentra una expresión litúrgica en la costumbre de que los presbíteros impongan a su vez las manos, después del obispo, durante el rito de la ordenación.

1574 Como en todos los sacramentos, ritos complementarios rodean la celebración. Estos varían notablemente en las distintas tradiciones litúrgicas, pero tienen en común la expresión de múltiples aspectos de la gracia sacramental. Así, en el rito latino, los ritos iniciales - la presentación y elección del ordenando, la alocución del obispo, el interrogatorio del ordenando, las letanías de los santos - ponen de relieve que la elección del candidato se hace conforme al uso de la Iglesia y preparan el acto solemne de la consagración; después de ésta varios ritos vienen a expresar y completar de manera simbólica el misterio que se ha realizado: para el obispo y el presbítero la unción con el santo crisma, signo de la unción especial del Espíritu Santo que hace fecundo su ministerio; la entrega del libro de los evangelios, del anillo, de la mitra y del báculo al obispo en señal de su misión apostólica de anuncio de la palabra de Dios, de su fidelidad a la Iglesia, esposa de Cristo, de su cargo de pastor del rebaño del Señor; entrega al presbítero de la patena y del cáliz, "la ofrenda del pueblo santo" que es llamado a presentar a Dios; la entrega del libro de los evangelios al diácono que acaba de recibir la misión de anunciar el evangelio de Cristo.

874 El mismo Cristo es la fuente del ministerio en la Iglesia. El lo ha instituido, le ha dado autoridad y misión, orientación y finalidad:

Cristo el Señor, para dirigir al Pueblo de Dios y hacerle progresar siempre, instituyó en su Iglesia diversos ministerios que está ordenados al bien de todo el Cuerpo. En efecto, los ministros que posean la sagrada potestad están al servicio de sus hermanos para que todos los que son miembros del Pueblo de Dios...lleguen a la salvación (LG 18).

1120 El ministerio ordenado o sacerdocio ministerial (LG 10) está al servicio del sacerdocio bautismal. Garantiza que, en los sacramentos, sea Cristo quien actúa por el Espíritu Santo en favor de la Iglesia. La misión de salvación confiada por el Padre a su Hijo encarnado es confiada a los Apóstoles y por ellos a sus sucesores: reciben el Espíritu de Jesús para actuar en su nombre y en su persona (cf Jn 20,21-23; Lc 24,47; Mt 28,18-20). Así, el ministro ordenado es el vínculo sacramental que une la acción litúrgica a lo que dijeron y realizaron los Apóstoles, y por ellos a lo que dijo y realizó Cristo, fuente y fundamento de los sacramentos.

1465 Cuando celebra el sacramento de la Penitencia, el sacerdote ejerce el ministerio del Buen Pastor que busca la oveja perdida, el del Buen Samaritano que cura las heridas, del Padre que espera al Hijo pródigo y lo acoge a su vuelta, del justo Juez que no hace acepción de personas y cuyo juicio es a la vez justo y misericordioso. En una palabra, el sacerdote es el signo y el instrumento del amor misericordioso de Dios con el pecador.

1536 El Orden es el sacramento gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus Apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos: es, pues, el sacramento del ministerio apostólico. Comprende tres grados: el episcopado, el presbiterado y el diaconado.

(Sobre la institución y la misión del ministerio apostólico por Cristo ya se ha tratado en la primera parte. Aquí sólo se trata de la realidad sacramental mediante la que se transmite este ministerio)

In persona Christi Capitis...

1548 En el servicio eclesial del ministro ordenado es Cristo mismo quien está presente a su Iglesia como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, sumo sacerdote del sacrificio redentor, Maestro de la Verdad. Es lo que la Iglesia expresa al decir que el sacerdote, en virtud del sacramento del Orden, actúa "in persona Christi Capitis" (cf LG 10; 28; SC 33; CD 11; PO 2,6):

El ministro posee en verdad el papel del mismo Sacerdote, Cristo Jesús. Si, ciertamente, aquel es asimilado al Sumo Sacerdote, por la consagración sacerdotal recibida, goza de la facultad de actuar por el poder de Cristo mismo a quien representa (virtute ac persona ipsius Christi) (Pío XII, enc. Mediator Dei).

"Christus est fons totius sacerdotii; nan sacerdos legalis erat figura ipsius, sacerdos autem novae legis in persona ipsius operatur" ("Cristo es la fuente de todo sacerdocio, pues el sacerdote de la antigua ley era figura de EL, y el sacerdote de la nueva ley actúa en representación suya" (S. Tomás de A., s.th. 3, 22, 4).

1549 Por el ministerio ordenado, especialmente por el de los obispos y los presbíteros, la presencia de Cristo como cabeza de la Iglesia se hace visible en medio de la comunidad de los creyentes. Según la bella expresión de San Ignacio de Antioquía, el obispo es typos tou Patros, es imagen viva de Dios Padre (Trall. 3,1; cf Magn. 6,1).

1550 Esta presencia de Cristo en el ministro no debe ser entendida como si éste estuviese exento de todas las flaquezas humanas, del afán de poder, de errores, es decir del pecado. No todos los actos del ministro son garantizados de la misma manera por la fuerza del Espíritu Santo. Mientras que en los sacramentos esta garantía es dada de modo que ni siquiera el pecado del ministro puede impedir el fruto de la gracia, existen muchos otros actos en que la condición humana del ministro deja huellas que no son siempre el signo de la fidelidad al evangelio y que pueden dañar por consiguiente a la fecundidad apostólica de la Iglesia.

1551 Este sacerdocio es ministerial. "Esta Función, que el Señor confió a los pastores de su pueblo, es un verdadero servicio" (LG 24). Está enteramente referido a Cristo y a los hombres. Depende totalmente de Cristo y de su sacerdocio único, y fue instituido en favor de los hombres y de la comunidad de la Iglesia. El sacramento del Orden comunica "un poder sagrado", que no es otro que el de Cristo. El ejercicio de esta autoridad debe, por tanto, medirse según el modelo de Cristo, que por amor se hizo el último y el servidor de todos (cf. Mc 10,43-45; 1 P 5,3). "El Señor dijo claramente que la atención prestada a su rebaño era prueba de amor a él" (S. Juan Crisóstomo, sac. 2,4; cf. Jn 21,15-17)

1564 "Los presbíteros, aunque no tengan la plenitud del sacerdocio y dependan de los obispos en el ejercicio de sus poderes, sin embargo están unidos a éstos en el honor del sacerdocio y, en virtud del sacramento del Orden, quedan consagrados como verdaderos sacerdotes de la Nueva Alianza, a imagen de Cristo, sumo y eterno Sacerdote (Hb 5,1-10; 7,24; 9,11-28), para anunciar el Evangelio a los fieles, para dirigirlos y para celebrar el culto divino" (LG 28).


2179 "La parroquia es una determinada comunidad de fieles constituida de modo estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la autoridad del Obispo diocesano, se encomienda a un párroco, como su pastor propio" (CIC, can. 515,1). Es el lugar donde todos los fieles pueden reunirse para la celebración dominical de la eucaristía. La parroquia inicia al pueblo cristiano en la expresión ordinaria de la vida litúrgica, la congrega en esta celebración; le enseña la doctrina salvífica de Cristo. Practica la caridad del Señor en obras buenas y fraternas:

No puedes orar en casa como en la Iglesia, donde son muchos los reunidos, donde el grito de todos se dirige a Dios como desde un solo corazón. Hay en ella algo más: la unión de los espíritus, la armonía de las almas, el vínculo de la caridad, las oraciones de los sacerdotes (S. Juan Crisóstomo, incomprehens. 3,6).

2686 Los ministros ordenados son también responsables de la formación en la oración de sus hermanos y hermanas en Cristo. Servidores del buen Pastor, han sido ordenados para guiar al pueblo de Dios a las fuentes vivas de la oración: la Palabra de Dios, la liturgia, la vida teologal, el hoy de Dios en las situaciones concretas (cf PO 4-6).


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Ejemplos


Alma de pastor

«Me acuerdo perfectamente --revelaba en aquella ocasión--. Me encontraba allí, era una niña de trece años, sola, enferma, débil. Había pasado tres años en un campo de concentración alemán, a punto de morir. Y (él) me salvó la vida, como un ángel, como un sueño venido del cielo: me dio de beber y de comer y después me llevó en sus espaldas unos cuatro kilómetros, en la nieve, antes de tomar el tren hacia la salvación».

Edith Zirer narra el episodio como si hubiera sucedido ayer. Era una fría mañana de primeros de febrero de 1945. La pequeña judía, que todavía no era consciente de ser el único miembro de su familia que sobrevivió a la masacre nazi, se dejó llevar en los brazos de un seminarista de casi 25 años, que unos meses antes ya había recibido la ceremonia de la tonsura, alto y fuerte, que sin pedirle nada, simplemente le dio un rayo de esperanza.

Edith tiene 66 años y dos hijos y vive en una hermosa casa ubicada en las colinas del Carmelo, en la periferia de Haifa.

Reconstruyó su vida en Israel, donde llegó en 1951, cuando todavía padecía las lacras de la tuberculosis y los fantasmas de la guerra alteraban sus sueños.

Durante muchos años se había guardado esta historia. Cuando en 1978, él subió a la cátedra de Pedro, comenzó a sentir la necesidad de hablar, de contarlo a alguien, de mostrar su agradecimiento. La pregunta surge inmediatamente: pero, ¿cómo puede estar segura de que aquel seminarista es él ? Los periodistas de «Kolbo», el semanario de Haifa que en 1998 descubrieron por primera vez su testimonio, afirman: «El relato es convincente. No trata de hacerse publicidad, todos los detalles que ofrece parecen creíbles», dicen los redactores.

La narración habla por sí misma. «El 28 de enero de 1945 los soldados rusos liberaron el campo de concentración de Hassak, donde había estado encerrada durante casi tres años trabajando en una fábrica de municiones --explica Edith, quien entonces tenía trece años--. Me sentía confundida, estaba postrada por la enfermedad. Dos días después, llegué a una pequeña estación ferroviaria entre Czestochowa y Cracovia». Precisamente en Cracovia, (él)se preparaba para recibir la ordenación sacerdotal.

«Estaba convencida de llegar al final de mi viaje. Me eché por tierra, en un rincón de una gran sala donde se reunían decenas de prófugos que en su mayoría todavía vestían los uniformes con los números de los campos de concentración.

Entonces (él) me vio. Vino con una gran taza de té, la primera bebida caliente que había podido probar en las últimas semanas.

Después me trajo un bocadillo de queso, hecho con pan negro polaco, divino. Pero yo no quería comer, estaba demasiado cansada. El me obligó. Después me dijo que tenía que caminar para coger el tren. Lo intenté, pero me caí al suelo. Entonces, me tomó en sus brazos, y me llevó durante mucho tiempo.

Mientras tanto la nieve seguía cayendo. Recuerdo su chaqueta marrón, la voz tranquila que me reveló la muerte de sus padres, de su hermano, la soledad en que se encontraba, y la necesidad de no dejarse llevar por el dolor y de combatir para vivir. Su nombre se grabó indeleblemente en mi memoria».

Cuando finalmente llegaron hasta el convoy destinado a llevar a los detenidos hacia Occidente, Edith se encontró con una familia judía que le puso en guardia: «Atenta, los curas tratan de convertir a los niños judíos». Ella tuvo miedo y se escondió. «Sólo después comprendí que lo único que quería era ayudarme. Ahora quiero agradecérselo personalmente».

¿A quién?, a Karol Wojtyla.


(Cortesía: iveargentina.org et alii)



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Domingo 4 de Pascua C el Buen Pastor

 

 


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