Domingo 4 de Pascua C El Buen Pastor - Comentarios de Sabios y Santos: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la prepración
A SU DISPOSICIÓN
Exégesis: Manuel de Tuya - Enseñanza en la fiesta de la Dedicación (Jn
10,22-39)
Comentario Teológico: Benedicto XVI - Las grandes imágenes del evangelio de
Juan, el pastor
Comentario
Teológico: Fray Luis de León - Pastor
Santos Padres: San
Agustín - El Buen Pastor
Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - El Buen Pastor
Aplicación: R.P. Leonardo Castellani - Yo soy el Buen Pastor
Aplicación: R.P. Carlos M. Buela, I.V.E. - ¿Porqué tantas vocaciones?
Aplicación:
San Juan Pablo II - Cristo nos guía
Aplicación: Benedicto XVI - el Buen Pastor (espiritualidad sacerdotal)
Aplicación: Benedicto XVI - Jornada mundial de oración por las vocaciones
Aplicación: S.S. Francisco p.p. - Mis ovejas escuchan mi voz
Aplicación: San Alberto Hurtado - Cómo remediar el problema de la falta de
vocaciones
Aplicación: R.P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Jesús, modelo del pastor y de las
ovejas
Aplicación: Directorio Homilético: Cuarto domingo de Pascua
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
«Jornada mundial de oración por las vocaciones»
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis: Manuel de Tuya - Enseñanza en la fiesta de la Dedicación
(Jn 10,22-39)
El relato que pone Jn a continuación responde a un tiempo bastante alejado
de los últimos acontecimientos. Va a tener lugar en los días de la fiesta de
la Dedicación o de las Encenias. Los discursos anteriores debieron de estar
más próximos de la fiesta de los Tabernáculos (Jua_7:2; c.9). De ser así,
entre ambas fiestas tenían que transcurrir unos dos meses, ya que la fiesta
de la Dedicación se celebraba el 25 de Kasleu (nov.dic.), y la de los
Tabernáculos en el mes de Tishri (sept.-oct.).
22 Se celebraba entonces en Jerusalén la Dedicación; era invierno, 23 y
Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón. 24 Le rodearon,
pues, los judíos y le decían: ¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si eres
el Mesías, dínoslo claramente. 25 Respondióles Jesús: Os lo dije y no lo
creéis; las obras que Yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de
mí; 26 pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas. 27 Mis ovejas
oyen mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, 28 y yo les doy la vida
eterna, y no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. 29
Lo que mi Padre me dio es mejor que todo, y nadie podrá arrebatar nada de la
mano de mi Padre. 30 Yo y el Padre somos una sola cosa. 31 De nuevo los
judíos trajeron piedras para apedrearle. 32 Jesús les respondió: Muchas
obras os he mostrado de parte de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis?
33 Respondiéronle los judíos: Por ninguna obra buena te apedreamos, sino por
la blasfemia, porque tú, siendo hombre, te haces Dios. 34 Jesús les replicó:
¿No está escrito en vuestra Ley: “Yo digo: Dioses sois”? 35 Si llama dioses
a aquellos a quienes fue dirigida la palabra de Dios, y la Escritura no
puede fallar, 36 de aquel a quien el Padre santificó y envió al mundo decís
vosotros: “Blasfemas,” porque dije: “Soy Hijo de Dios”? 37 Si no hago las
obras de mi Padre, no me creáis; 38 pero si las hago, ya que no me creéis a
mí, creed a las obras, para que sepáis y conozcáis que el Padre está en mí,
y Yo en el Padre.39 De nuevo buscaban cogerle, pero El se deslizó de entre
sus manos.
La escena pasa en Jerusalén, en los días en que se celebraba la fiesta de la
Dedicación. El término griego significa “innovar,” y, en sentido derivado,
“consagrar” o “dedicar.” En hebreo se llama la fiesta hanukkah (Esd_6:16ss;
Dan_3:2), del verbo hanak, “innovar,” “dedicar.”
Esta fiesta tenía por objeto conmemorar anualmente la purificación del
templo por Judas Macabeo, en el año 148 de los Seléucidas, que corresponde
al 165 a.C., después de la gran profanación que de él había hecho Antíoco IV
Epífanes (1Ma_4:36-59; 2Ma_1:2-19; 2Ma_10:1-8).
Comenzaba esta festividad el día 25 del mes de Kasleu (nov.-dic.). La fiesta
duraba ocho días (2Ma_10:6). Tenía un ceremonial calcado en el de la fiesta
de los Tabernáculos (2Ma_1:9; 2Ma_10:6). Más tarde vino a caracterizarse por
las luminarias (2Ma_1:19-22), tanto que se la llamó, por antonomasia, la
fiesta de las Luminarias. Pero no tanto por las “luminarias” cuanto por la
luz de la libertad, según Josefo.
Para la fiesta de la Dedicación no era obligatoria la peregrinación a
Jerusalén, como en las otras tres grandes fiestas de Pascua, Pentecostés y
Tabernáculos.
La escena tiene lugar cuando Cristo “se paseaba” en el templo, por el
llamado “pórtico de Salomón.” Así se llamaba a “una sección del pórtico
oriental”. “Estaba situado este pórtico en la parte exterior oriental del
templo y dominaba un profundo valle, el Cedrón; sus muros medían 400 codos
(sobre 200 metros), y estaba construido con blanquísimas piedras de
sillería, cada una de las cuales medía 20 codos de largo (sobre 10 metros) y
seis de alto (unos tres metros); era la obra del rey Salomón,” y el pórtico
más antiguo de los conservados.
Probablemente, al referir que se estaba en invierno y que se paseaba Cristo
por este pórtico, es que sería lugar acogedor en esta estación del año. Es
además una indicación para los lectores de la gentilidad, para precisarles
la época de esta fiesta.
En este escenario, un día de la fiesta de la Dedicación, los “judíos,” que
son indudablemente, por su argumentación, los fariseos, lo “rodean,” lo
estrechan así en un “círculo” para forzarle a una respuesta. Es lo que
parece seguirse de todo el episodio, del tipo de argumentación farisaica
insidiosamente usada y de su emplazamiento literario en este preludio final
yoanneo de la muerte de Cristo. Las ideas, fundamentalmente, se repiten. Así
le dicen y preguntan:
“¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso?”; literalmente: “¿Hasta cuándo
(tendrás) levantada nuestra alma?”; es decir: le preguntan hasta cuándo los
va a tener en incertidumbre sobre algo que les interesa grandemente. Por eso
concluyen: “Si eres el Mesías, dínoslo claramente”; y por el término griego
usado aquí y en otros pasajes de Jn, probablemente significa, no sólo
“claramente,” sino dicho con plena libertad (Jua_7:13.26; Jua_18:20).
Lagrange notó muy bien que “Juan está, por eso, aquí perfectamente de
acuerdo con los sinópticos sobre el secreto mesiánico, tan notable, sobre
todo, en Marcos.”
La respuesta de Cristo es que ya se lo dijo repetidas veces, no tomando la
misma palabra de Mesías, pero sí “con las obras,” que, hechas “en nombre de
mi Padre,” dan, por lo mismo, testimonio de Él. Pero, a pesar de todo, ellos
no creen. ¿Por qué? Cristo va a dar la razón honda de esto, al tiempo que,
con este motivo, va a hacer una declaración terminante de su divinidad. El
razonamiento se puede sintetizar así:
No creen porque no son de sus ovejas,
pues éstas oyen su voz, por lo que se sigue
que por eso no perecerán, [Él las conoce, ellos le siguen.
Él les da la vida eterna]
pues “nadie las arrebatará de mi mano.”
Y como “esto” (éstas) es don del Padre a Cristo,
nadie puede arrebatar nada del Padre.
Y el Padre y Cristo son “una misma cosa” en esto.
Varios son los puntos doctrinales de este pasaje. Son los siguientes:
1) En la fe en Cristo, y, por tanto, en sus “obras,” que son “signos,” si
inmediatamente hay causas diversas, v.gr., malas disposiciones, temor de la
“luz” (Jua_3:19-21), espíritu terreno (Jua_8:23), en el fondo de ello existe
una “predestinación.” Braun ha escrito, comentando este pasaje: “La doctrina
de la predestinación no tiene que hacer nada aquí.” Pero esta afirmación va
en contra del contexto del evangelio de Jn, en donde ya se dijo, a propósito
de la incredulidad en Cristo, que “nadie puede venir a mí si el Padre no le
trae” (Jua_6:44; cf. 8:47), y contra el contexto inmediato, en donde se dice
que los que creen en El es don del Padre (v.29).
2) Cristo se presenta con un “conocimiento” sobrenatural y universal de sus
ovejas; con un oficio de Pastor que llama a sus ovejas de modo real, aunque
misterioso, porque aquéllas “oyen su voz”; con un poder vitalizador, pues
les da “la vida eterna” (v.28); y se presenta dotado de un poder
trascendente, pues nadie puede “arrebatar de su mano” estas ovejas.
3) Todo este rebaño espiritual es un “don” del Padre a Él. Pero la
formulación de este hemistiquio tiene una dificultad clásica de lectura y de
interpretación. Son las siguientes:
a) “Mi Padre, el que (hos) me dio a mi
es más grande que todo.”
b) “Mi Padre, lo que (hos) me dio,
es más grande que todo.”
Críticamente, la primera lectura es admitida por muchos, apoyada en los
siguientes manuscritos: ? S L W, Vet. lat., Vulg., Tert., HiL, Ag. Por
crítica interna se ve que es lectura más fácil. Además deja sin complemento
lo que el Padre dio a Cristo. La segunda es la ordinariamente admitida. En
ella puede ser traducido el “más grande” por “más precioso” (Mat_23:17.19).
Así, su lectura es:
“Lo que el Padre me dio es más precioso que todo.”
¿Qué es eso que el Padre dio a Cristo? A tres pueden reducirse las
posiciones.
a) La naturaleza divina. — San Agustín es el primer representante de esta
posición.. Entre los exegetas que le han seguido están Cornelio A.,
Knabenbauer, Patrizi, Lebreton. Con esta posición parece concordar lo que se
dice en el concilio IV de Letrán (a. 1215): “El Padre, generando eternamente
al Hijo, le da — dedit — su sustancia, conforme a lo que El mismo dice: Lo
que me dio el Padre es más grande que todo.” Pero, como nota oportunamente
Prat, “se sabe que la prueba escrituraria no es definida con la doctrina que
ella ilustra”, y los autores católicos lo interpretan diversamente.
b) El poder divino. — Sería el poder divino que el Padre le había
comunicado, tanto para hacer milagros como para conducir las ovejas y darles
la vida eterna. Así Belser, Schanz, Tillmann.
Pero el contexto, como se verá, exige otra interpretación, distinta de estas
dos propuestas. Cristo no iba a decir algo incoherente. Pues si aludiese a
que este don del Padre era la naturaleza divina o el poder divino, ¿quién
pretendería “arrebatar” del Hijo la naturaleza divina o el poder divino de
que estaba dotado?
c) Las “ovejas” que oyen su voz. — Esta interpretación es exigencia del
ritmo conceptual progresivo del pasaje. La garantía de que las ovejas que
oyen su voz no perecerán es:
a) “Que nadie las arrebatará de mi mano,” o poder.
b) Porque es un “don” que le dio el Padre, el cual “don” es “más precioso
que todas las cosas.” Nada es comparable a la “vida eterna,” que Cristo
dispensa (Jua_17:1-4). El mismo lo dijo en otra ocasión: “¿Qué aprovecha al
hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?” (Mat_16:26; Luc_9:25).
c) Y de la misma manera que nadie puede “arrebatar nada de la mano de mi
Padre,” que aquí son las “ovejas,” así tampoco se las puede arrebatar de las
suyas.
d) Porque, en definitiva, “Yo y el Padre somos una sola cosa.”
Así, el pensamiento tiene un ritmo de desarrollo progresivo perfectamente
lógico. Y conceptualmente encuentra otros pasajes paralelos en el mismo
cuarto evangelio (Jua_6:37.39; Jua_17:24; compárese con Jua_17:24).
4) Por último, Cristo, como garantía de este poder salvífico que tiene para
sus ovejas, proclama su divinidad, diciendo: “Yo y el Padre somos una cosa”
(e? ?sµe? ).
Directamente se expresa esta unidad entre el Padre y el Hijo en el poder. El
Padre y el Verbo encarnado son “una sola cosa.” Pero lo son no sólo como un
profeta, en el plan, conocimiento y actividad de Cristo para su obra
salvadora. Sino también, por razón de la persona divina, tiene una “unión”
ontológica divina con el Padre.
Esta expresión encuentra su clarificación en la “oración sacerdotal,” en la
que Cristo pide al Padre que le glorifique con “la gloria que tuve cerca de
ti antes de que el mundo existiese” (Jua_17:5.24), lo mismo que en el
“prólogo,” en el que se enseña abiertamente que el Verbo, que se va a
encarnar, “era Dios.”
Y que éste es el intento del evangelista no cabe dudarlo después de lo que
enseña en el “prólogo,” en la tesis de su evangelio, y por la reacción que
recoge de los “judíos” fariseos que le oyeron, pues “trajeron piedras” de
las que había allí mismo en el templo aún en construcción, y de las que se
sirvieron los judíos en más de una ocasión para apedrear a la guarnición
romana, “para apedrearle” como blasfemo, pues dijeron que “tú, siendo
hombre, te haces Dios” (v.31-33).
Al argumentarle los fariseos, sacando la conclusión que encerraba su
enseñanza, que se “hacía Dios,” quisieron “apedrearle,” puesto que este tipo
de pena era el que correspondía a los blasfemos. Y el argumento que Cristo
va a esgrimir contra ellos es éste:
En la Ley, que son los Salmos, pero que Jn cita así en otras ocasiones la
Escritura (Jua_7:49; Jua_12:34; Jua_15:25), se lee la siguiente
personificación escenográfica: Dios cita a su juicio a los jueces inicuos, y
para nombrarles y constituirles como tales, les dice: “Yo dije: Sois dioses
— Elohím athem — , todos vosotros hijos del Altísimo” (Sal_82:6). A los
jueces, por recibir su poder de Dios (Rom_13:1) y porque “el juicio es de
Dios” (Deu_1:17; cf. Deu_19:17), se los llama, en esta mentalidad semita,
“dioses,” por participadores de este poder divino (Gen_1:27).
Partiendo de esto, Cristo va a usar un argumento “a fortiori,” de tipo
rabínico, llamado “del ligero y de grave” (qal washomer). Y así les
argumenta: Si la Escritura, palabra de Dios, que “no puede fallar,” llama
“dioses” a unos hombres por participar un simple poder judicial, no puede
ser blasfemia que El, a quien el Padre “consagró” y envió al mundo, y la
prueba de lo que dice son los milagros, diga que es Hijo de Dios.
Si los fariseos no negaban las obras milagrosas de Cristo, y aquí no las
atribuían, como en otras ocasiones, a Satanás (Mat_12:24 par.), el argumento
era incontrovertible. Y que no podían hacerlo es lo que decía el ciego de
nacimiento: que Dios no oye a los pecadores (Jua_9:31); y los milagros suyos
eran tan evidentes, que aquí mismo los alega como testimonios inexcusables;
precisamente los milagros fueron lo que hizo creer en Él a Nicodemo y a
otros grupos de fariseos (Jua_2:23; Jua_3:1-2). Pero no por negarlos
desvirtuaban su valor objetivo; tanto que esto les hacía a ellos
inexcusables (Jua_9:39-41; Jua_12:37ss; Jua_15:24). Más que un simple juez —
“dios” — era el que el Padre envió al mundo como su Mesías, y que,
proclamándose el Hijo de Dios, lo rubricaba apologéticamente con milagros.
Por eso alega esto, como en otras ocasiones (Jua_5:36; Jua_10:25;
Jua_14:10.11), para que “sepáis y conozcáis” que “el Padre está en mí, y yo
en el Padre.”
Si Dios estaba jurídicamente presente en los jueces, tenía que estarlo
realmente en el que se decía su Hijo.
Esta presencia mutua del Padre y del Hijo no es sólo una presencia moral, ni
aun simplemente física por la acción del milagro, del cual Cristo es
instrumento, sino que es más profunda. La presencia moral de Dios, y
viceversa, la tenía todo judío piadoso; la física parecería explicarlo.
Sería la profunda presencia y unión con el Padre en sus obras, ya que El
nada hacía sin el Padre (Jua_5:30). Pero la lógica de la argumentación es
que, no habiendo retirado nada de su proposición primera, por la que querían
lapidarle, puesto que “tú, siendo hombre, te haces Dios” (Jua_10:33), aquí
la conclusión abocaba a lo mismo. Si inmediatamente indica la absoluta
“unión” (v.30) y “presencia” (v.38) del Padre y del Hijo en el obrar, está
expresándose esta “unión” íntima y total — ontológica — de Cristo con el
Padre — el Hijo de Dios encarnado — , que se expuso a propósito del v.30.
Esto es lo que entienden los judíos, pues quieren volver a apoderarse de Él,
sin duda para lapidarle. Pero esto es a lo que lleva por necesidad, además,
el intento del evangelista, por la semejanza conceptual con otros pasajes de
Cristo y de Juan.
De Cristo basta ver los atributos divinos que reclamó para sí en el capítulo
5 (Jua_5:19-30).
En el capítulo 14 dirá Cristo: “El que me ha visto a mí (como Hijo), ha
visto al Padre. El Padre, que mora en mí, hace sus obras. Creedme, que yo
estoy en el Padre, y el Padre en mí; al menos, creedlo por las obras”
(Jua_14:9-11; cf. Jua_17:21).
Y el evangelista dice del Verbo encarnado que “el Verbo estaba en Dios (en
el Padre), y el Verbo era Dios” (Jua_1:1).
Y queriendo apoderarse de El, “se salió de sus manos.” No había llegado su
“hora,” tema que tanto cuenta en el evangelio de Jn (Jua_7:30; Jua_8:20,
etc.). El mismo logró evadir aquello ¿Cómo? No se dice. “¿Es que la
lapidación no había sido más que una amenaza? ¿O acaso el pueblo se puso de
su parte?”. Acaso, una vez más, la grandeza de Cristo, sin aparatosidad, se
impone.
(DE TUYA, M., Evangelio de San Juan, en PROFESORES DE SALAMANCA, Biblia
Comentada, BAC, Madrid, Tomo Vb, 1977)
Volver Arriba
Comentario Teológico: Benedicto XVI - Las grandes imágenes del
evangelio de Juan, el pastor
Volvamos al sermón sobre el pastor del capítulo 10. Sólo en el segundo
párrafo aparece la afirmación: «Yo soy el buen pastor» (10, 11). Toda la
carga histórica de la imagen del pastor se recoge aquí, purificada y llevada
a su pleno significado. Destacan sobre todo cuatro elementos fundamentales.
El ladrón viene «para robar, matar y hacer estragos» (10, 10). Ve las ovejas
como algo de su propiedad, que posee y aprovecha para sí. Sólo le importa él
mismo, todo existe sólo para él. Al contrario, el verdadero pastor no quita
la vida, sino que la da: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en
abundancia» (10, 10).
Esta es la gran promesa de Jesús: dar vida en abundancia. Todo hombre desea
la vida en abundancia. Pero, ¿qué es, en qué consiste la vida? ¿Dónde la
encontramos? ¿Cuándo y cómo tenemos «vida en abundancia»? ¿Es cuando vivimos
como el hijo pródigo, derrochando toda la dote de Dios? ¿Cuando vivimos como
el ladrón y el salteador, tomando todo para nosotros? Jesús promete que
mostrará a las ovejas los «pastos», aquello de lo que viven, que las
conducirá realmente a las fuentes de la vida.
Podemos escuchar aquí como un eco las palabras del Salmo 23: «En verdes
praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas... preparas
una mesa ante mí... tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días
de mi vida.» (2.5s). Resuenan más directas las palabras del pastor en
Ezequiel: «Las apacentaré en pastizales escogidos, tendrán su dehesa en lo
alto de los montes de Israel.» (34, 14).
Ahora bien, ¿qué significa todo esto? Ya sabemos de qué viven las ovejas,
pero, ¿de qué vive el hombre? Los Padres han visto en los montes altos de
Israel y en los pastizales de sus camperas, donde hay sombra y agua, una
imagen de las alturas de la Sagrada Escritura, del alimento que da la vida,
que es la palabra de Dios.
Y aunque éste no sea el sentido histórico del texto, en el fondo lo han
visto adecuadamente y, sobre todo, han entendido correctamente a Jesús. El
hombre vive de la verdad y de ser amado, de ser amado por la Verdad.
Necesita a Dios, al Dios que se le acerca y que le muestra el sentido de su
vida, indicándole así el camino de la vida. Ciertamente, el hombre necesita
pan, necesita el alimento del cuerpo, pero en lo más profundo necesita sobre
todo la Palabra, el Amor, a Dios mismo. Quien le da todo esto, le da «vida
en abundancia». Y así libera también las fuerzas mediante las cuales el
hombre puede plasmar sensatamente la tierra, encontrando para sí y para los
demás los bienes que sólo podemos tener en la reciprocidad.
En este sentido, hay una relación interna entre el sermón sobre el pan del
capítulo 6 y el del pastor: siempre se trata de aquello de lo que vive el
hombre. Filón, el gran filósofo judío contemporáneo de Jesús, dijo que Dios,
el verdadero pastor de su pueblo, había establecido como pastor a su «hijo
primogénito», al Logos (Barrett, p. 374).
El sermón sobre el pastor en Juan no está en relación directa con la idea de
Jesús como Logos; y sin embargo —precisamente en el contexto del Evangelio
de Juan— es éste su sentido: que Jesús, como palabra de Dios hecha carne, no
es sólo el pastor, sino también el alimento, el verdadero «pasto»; nos da la
vida entregándose a sí mismo, a El, que es la Vida (cf. 1, 4; 3, 36; 11,
25).
Con esto hemos llegado al segundo motivo del sermón sobre el pastor, en el
que aparece el nuevo elemento que lleva más allá de Filón, no mediante
nuevas ideas, sino por un acontecimiento nuevo: la encarnación y la pasión
del Hijo. «El buen pastor da la vida por las ovejas» (10, 11). Igual que el
sermón sobre el pan no se queda en una referencia a la palabra, sino que se
refiere a la Palabra que se ha hecho carne y don «para la vida del mundo»
(6, 51), así, en el sermón sobre el pastor es central la entrega de la vida
por las «ovejas». La cruz es el punto central del sermón sobre el pastor, y
no como un acto de violencia que encuentra desprevenido a Jesús y se le
inflige desde fuera, sino como una entrega libre por parte de Él mismo: «Yo
entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la
entrego libremente» (10, 17s). Aquí se explica lo que ocurre en la
institución de la Eucaristía: Jesús transforma el acto de violencia externa
de la crucifixión en un acto de entrega voluntaria de sí mismo por los
demás. Jesús no entrega algo, sino que se entrega a sí mismo. Así, El da la
vida. Tendremos que volver de nuevo sobre este tema y profundizar más en él
cuando hablemos de la Eucaristía y del acontecimiento de la Pascua.
Un tercer motivo esencial del sermón sobre el pastor es el conocimiento
mutuo entre el pastor y el rebaño: «El va llamando a sus ovejas por el
nombre y las saca fuera... y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz»
(10, 3s). «Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me
conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida
por las ovejas» (10, 14s). En estos versículos saltan a la vista dos
interrelaciones que debemos examinar para entender lo que significa ese
«conocer». En primer lugar, conocimiento y pertenencia están entrelazados.
El pastor conoce a las ovejas porque éstas le pertenecen, y ellas lo conocen
precisamente porque son suyas. Conocer y pertenecer (en el texto griego, ser
«propio de»: ta ídiá) son básicamente lo mismo. El verdadero pastor no
«posee» las ovejas como un objeto cualquiera que se usa y se consume; ellas
le «pertenecen» precisamente en ese conocerse mutuamente, y ese
«conocimiento» es una aceptación interior. Indica una pertenencia interior,
que es mucho más profunda que la posesión de las cosas.
Lo veremos claramente con un ejemplo tomado de nuestra vida. Ninguna persona
«pertenece» a otra del mismo modo que le puede pertenecer un objeto. Los
hijos no son «propiedad» de los padres; los esposos no son «propiedad» uno
del otro. Pero se «pertenecen» de un modo mucho más profundo de lo que pueda
pertenecer a uno, por ejemplo, un trozo de madera, un terreno o cualquier
otra cosa llamada «propiedad». Los hijos «pertenecen» a los padres y son a
la vez criaturas libres de Dios, cada uno con su vocación, con su novedad y
su singularidad ante Dios. No se pertenecen como una posesión, sino en la
responsabilidad. Se pertenecen precisamente por el hecho de que aceptan la
libertad del otro y se sostienen el uno al otro en el conocerse y amarse;
son libres y al mismo tiempo una sola cosa para siempre en esta comunión.
De este modo, tampoco las «ovejas», que justamente son personas creadas por
Dios, imágenes de Dios, pertenecen al pastor como objetos; en cambio, es así
como se apropian de ellas el ladrón o el salteador. Ésta es precisamente la
diferencia entre el propietario, el verdadero pastor y el ladrón: para el
ladrón, para los ideólogos y dictadores, las personas son sólo cosas que se
poseen. Pero para el verdadero pastor, por el contrario, son seres libres en
vista de alcanzar la verdad y el amor; el pastor se muestra como su
propietario precisamente por el hecho de que las conoce y las ama, quiere
que vivan en la libertad de la verdad. Lc pertenecen mediante la unidad del
«conocerse», en la comunión de la Verdad, que es Él mismo. Precisamente por
eso no se aprovecha de ellas, sino que entrega su vida por ellas. Del mismo
modo que van unidos Logos y encarnación, Logos y pasión, también conocerse y
entregarse son en el fondo una misma cosa.
Escuchemos de nuevo la frase decisiva: «Yo soy el buen Pastor, que conozco a
las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al
Padre; yo doy mi vida por las ovejas» (10, 14s). En esta frase hay una
segunda interrelación que debemos tener en cuenta. El conocimiento mutuo
entre el Padre y el Hijo se entrecruza con el conocimiento mutuo entre el
pastor y las ovejas. El conocimiento que une a Jesús con los suyos se
encuentra dentro de su unión cognoscitiva con el Padre. Los suyos están
entretejidos en el diálogo trinitario; volveremos a tratar esto al
reflexionar sobre la oración sacerdotal de Jesús. Entonces podremos
comprender cómo la Iglesia y la Trinidad están enlazadas entre sí. La
compenetración de estos dos niveles del conocer resulta de suma importancia
para entender la naturaleza del «conocimiento» de la que habla el Evangelio
de Juan.
Trasladando esto a nuestra experiencia vital, podemos decir: sólo en Dios y
a través de Dios se conoce verdaderamente al hombre. Un conocer que reduzca
al hombre a la dimensión empírica y tangible no llega a lo más profundo de
su ser. El hombre sólo se conoce a sí mismo cuando aprende a conocerse a
partir de Dios, y sólo conoce al otro cuando ve en él el misterio de Dios.
Para el pastor al servicio de Jesús eso significa que no debe sujetar a los
hombres a él mismo, a su pequeño yo. El conocimiento recíproco que le une a
las «ovejas» que le han sido confiadas debe tender a introducirse juntos en
Dios y dirigirse hacia Él; debe ser, por tanto, un encontrarse en la
comunión del conocimiento y del amor de Dios. El pastor al servicio de Jesús
debe llevar siempre más allá de sí mismo para que el otro encuentre toda su
libertad; y por ello, él mismo debe ir también siempre más allá de sí mismo
hacia la unión con Jesús y con el Dios trinitario.
El Yo propio de Jesús está siempre abierto al Padre, en íntima comunión con
El; nunca está solo, sino que existe en el recibirse y en el donarse de
nuevo al Padre. «Mi doctrina no es mía», su Yo es el Yo sumido en la
Trinidad. Quien lo conoce, «ve» al Padre, entra en esa su comunión con el
Padre. Precisamente esta superación dialógica que hay en el encuentro con
Jesús nos muestra de nuevo al verdadero pastor, que no se apodera de
nosotros, sino que nos conduce a la libertad de nuestro ser, adentrándonos
en la comunión con Dios y dando Él mismo su propia vida.
Llegamos al último gran tema del sermón sobre el pastor: el tema de la
unidad. Aparece con gran relieve en la profecía de Ezequiel. «Recibí esta
palabra del Señor: "hijo de hombre, toma una vara y escribe en ella 'Judá' y
su pueblo; toma luego otra vara y escribe 'José', vara de Efraín, y su
pueblo. Empálmalas después de modo que formen en tu mano una sola vara".
Esto dice el Señor: "Voy a recoger a los israelitas de las naciones a las
que se marcharon, voy a congregarlos de todas partes... Los haré un solo
pueblo en mi tierra, en los montes de Israel... No volverán ya a ser dos
naciones ni volverán a desmembrarse en dos reinos"» (Ez 37, 15-17.21s). El
pastor Dios reúne de nuevo en un solo pueblo al Israel dividido y disperso.
El sermón de Jesús sobre el pastor retoma esta visión, pero ampliando de un
modo decisivo el alcance de la promesa: «Tengo además otras ovejas que no
son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz,
y habrá un solo rebaño y un solo pastor» (10, 16). La misión de Jesús como
pastor no sólo tiene que ver con las ovejas dispersas de la casa de Israel,
sino que tiende, en general, «a reunir a todos los hijos de Dios que estaban
dispersos» (11, 52). Por tanto, la promesa de un solo pastor y un solo
rebaño dice lo mismo que aparece en Mateo, en el envío misionero del
Resucitado: «Haced discípulos de todos los pueblos» (28, 19); y que además
se reitera otra vez en los Hechos de los Apóstoles como palabra del
Resucitado: «Recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda
Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo» (1, 8).
Aquí se nos muestra con claridad la razón interna de esta misión universal:
hay un solo pastor. El Logos, que se ha hecho hombre en Jesús, es el pastor
de todos los hombres, pues todos han sido creados mediante aquel único
Verbo; aunque estén dispersos, todos son uno a partir de Él y en vista de
El. La humanidad, más allá de su dispersión, puede alcanzar la unidad a
partir del Pastor verdadero, del Logos, que se ha hecho hombre para entregar
su vida y dar, así, vida en abundancia (10, 10).
La figura del pastor se convirtió muy pronto —está documentado ya desde el
siglo III— en una imagen característica del cristianismo primitivo. Existía
ya la figura bucólica del pastor que carga con la oveja y que, en la
ajetreada sociedad urbana, representaba y era estimada como el sueño de una
vida tranquila. Pero el cristianismo interpretó enseguida la figura de un
modo nuevo basándose en la Escritura; sobre todo a la luz del Salmo 23: «El
Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar...
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo... Tu bondad y tu misericordia
me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por
días sin término».
En Cristo reconocieron al buen pastor que guía a través de los valles
oscuros de la vida; el pastor que ha atravesado personalmente el tenebroso
valle de la muerte; el pastor que conoce incluso el camino que atraviesa la
noche de la muerte, y que no me abandona ni siquiera en esta última soledad,
sacándome de ese valle hacia los verdes pastos de la vida, al «lugar del
consuelo, de la luz y de la paz» (Canon romano).
Clemente de Alejandría describió esta confianza en la guía del pastor en
unos versos que dejan ver algo de esa esperanza y seguridad de la Iglesia
primitiva, que frecuentemente sufría y era perseguida: «Guía, pastor santo,
a tus ovejas espirituales: guía, rey, a tus hijos incontaminados. Las
huellas de Cristo son el camino hacia el cielo» (Paed., III 12, 101; van der
Meer, 23).
Pero, naturalmente, a los cristianos también les recordaba la parábola tanto
del pastor que sale en busca de la oveja perdida, la carga sobre sus hombros
y la trae de vuelta a casa, como el sermón sobre el pastor del Evangelio de
Juan. Para los Padres estos dos elementos confluyen uno en el otro: el
pastor que sale a buscar a la oveja perdida es el mismo Verbo eterno, y la
oveja que carga sobre sus hombros y lleva de vuelta a casa con todo su amor
es la humanidad, la naturaleza humana que Él ha asumido. En su encarnación y
en su cruz conduce a la oveja perdida —la humanidad— a casa, y me lleva
también a mí. El Logos que se ha hecho hombre es el verdadero «portador de
la oveja», el Pastor que nos sigue por las zarzas y los desiertos de nuestra
vida. Llevados en sus hombros llegamos a casa. Ha dado la vida por nosotros.
Él mismo es la vida.
(Joseph Ratzinger – Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Parte I, Editorial
Planeta, Santiago de Chile, 2007, p. 326
Comentario Teológico: Fray Luis de León - Pastor
Si es Pastor Cristo por el lugar de su vida, ¿cuánto con más razón lo será
por el ingenio de su condición, por las amorosas entrañas que tiene, a cuya
grandeza no hay lengua ni encarecimiento que allegue? Porque, demás de que
todas sus obras son amor, que en nacer nos amó y viviendo nos ama, y por
nuestro amor padeció muerte, y todo lo que en la vida hizo y todo lo que en
el morir padeció, y cuanto glorioso ahora y asentado a la diestra del Padre
negocia y entiende, lo ordena todo con amor para nuestro provecho.
Así que, demás de que todo su obrar es amor, la afición y la terneza de
entrañas, y la solicitud y cuidado amoroso, y el encendimiento e intensión
de voluntad con que siempre hace esas mismas obras de amor que por nosotros
obró, excede todo cuanto se puede imaginar y decir. No hay madre así
solícita, ni esposa así blanda, ni corazón de amor así tierno y vencido, ni
título ninguno de amistad así puesto en fineza, que le iguale o le llegue.
Porque antes que le amemos nos ama; y, ofendiéndole y despreciándole
locamente, nos busca; y no puede tanto la ceguedad de mi vista ni mi
obstinada dureza, que no pueda más la blandura ardiente de su misericordia
dulcísima. Madruga, durmiendo nosotros descuidados del peligro que nos
amenaza. Madruga, digo, antes que amanezca se levanta; o, por decir verdad,
no duerme ni reposa, sino, asido siempre al aldaba de nuestro corazón, de
contino y a todas horas le hiere y le dice, como en los Cantares se escribe:
«Ábreme, hermana mía, Amigo mía, Esposa mía, ábreme, que la cabeza traigo
llena de rocío, y las guedejas de mis cabellos llenas de gotas de la noche.
No duerme — dice David—, ni se adormece el que guarda a Israel.»
Que en la verdad, así como en la divinidad es amor, conforme a San Juan:
“Dios es caridad”, así en la humanidad, que de nosotros tomó, es amor y
blandura. Y como el sol, que de suyo es fuente de luz, todo cuanto hace
perpetuamente es lucir, enviando, sin nunca cesar, rayos de claridad de sí
mismo, así Cristo, como fuente viva de amor que nunca se agota, mana de
contino en amor; y en su rostro y en su figura siempre está bulliendo este
fuego, y por todo su traje y persona traspasan y se nos vienen a los ojos
sus llamas, y todo es rayos de amor cuanto de Él se parece.
Que por esta causa, cuando se demostró primero a Moisés, no le demostró sino
unas llamas de fuego que se emprendía en una zarza; como haciendo allí
figura de nosotros y de sí mismo, de las espinas de la aspereza nuestra, y
de los ardores vivos y amorosos de sus entrañas, y como mostrando en la
apariencia visible el fiero encendimiento que le abrasaba lo secreto del
pecho con amor de su pueblo. Y lo mismo se ve en la figura de Él, que San
Juan en el principio de sus revelaciones nos pone, a do dice que vio una
imagen de hombre cuyo rostro lucía como el sol, y cuyos ojos eran como
llamas de fuego, y sus pies como oriámbar encendido en ardiente fornaza, y
que le centelleaban siete estrellas en la mano derecha, y que se ceñía por
junto a los pechos con cinto de oro, y que le cercaban en derredor siete
antorchas encendidas en sus candeleros. Que es decir de Cristo que espiraba
llamas de amor, que se le descubrían por todas partes, y que le encendían la
cara y le salían por los ojos, y le ponían fuego a los pies, y le lucían por
las manos, y le rodeaban en torno resplandeciendo. Y que como el oro, que es
señal de la caridad en la Sagrada Escritura, le ceñía las vestiduras junto a
los pechos, así el amor de sus vestiduras, que en las mismas Letras
significan los fieles que se allegan a Cristo, le rodeaba el corazón.
Mas dejemos esto, que es llano, y pasemos al oficio del pastor y a lo propio
que le pertenece. Porque, si es del oficio del pastor gobernar apacentando,
como ahora decía, sólo Cristo es Pastor verdadero, porque Él solo es, entre
todos cuantos gobernaron jamás, el que pudo usar y el que usa de este género
de gobierno. Y así, en el salmo, David, hablando de este Pastor, juntó como
una misma cosa el apacentar y el regir. Porque dice: «El Señor me rige, no
me faltará nada; en lugar de pastos abundantes me pone.» Porque el propio
gobernar de Cristo, como por ventura después diremos, es darnos su gracia y
la fuerza eficaz de su espíritu; la cual así nos rige, que nos alimenta; o,
por decir la verdad, su regir principal es darnos alimento y sustento.
Porque la gracia de Cristo es vida del alma y salud de la voluntad, y
fuerzas de todo lo flaco que hay en nosotros, y reparo de lo que gastan
vicios, y antídoto eficaz contra su veneno y ponzoña, y restaurativo
saludable, y, finalmente, mantenimiento que cría en nosotros inmortalidad
resplandeciente y gloriosa. Y así, todos los dichosos que por este Pastor se
gobiernan, en todo lo que, movidos de Él, o hacen o padecen, crecen y se
adelantan y adquieren vigor nuevo, y todo les es virtuoso y jugoso y
sabrosísimo pasto. Que esto es lo que Él mismo dice en San Juan: «El que por
mí entrare, entrará y saldrá, y siempre hallará pastos.» Porque el entrar y
el salir, según la propiedad de la Sagrada Escritura, comprende toda la vida
y las diferencias de lo que en ella se obra.
Por donde dice que en el entrar y en el salir, esto es, en la vida y en la
muerte, en el tiempo próspero y en el turbio y adverso, en la salud y en la
flaqueza, en la guerra y en la paz, hallarán sabor los suyos a quienes Él
guía; y no solamente sabor, sino mantenimiento de vida y pastos
substanciales y saludables. Conforme a lo cual es también lo que Esaías
profetiza de las ovejas de este Pastor, cuando dice: «Sobre los caminos
serán apacentados, y en todos los llanos pastos para ellos; no tendrán
hambre ni sed, ni les fatigara el bochorno ni el sol. Porque el piadoso de
ellos los rige y los lleva a las fuentes del agua.» Que, como veis, en decir
que sean apacentados sobre los caminos, dice que les son pasto los pasos que
dan y los caminos que andan; y que los caminos que en los malos son
barrancos y estropiezos y muerte como ellos lo dicen, «que anduvieron
caminos dificultosos y ásperos», en las ovejas de este Pastor son
apastamiento y alivio. Y dice que así en los altos ásperos como en los
lugares llanos y hondos, esto es, como decía, en todo lo que en la vida
sucede, tienen sus cebos y pastos, seguros de hambre y defendidos del sol. Y
esto, ¿por qué? Porque —dice— «El que se apiadó de ellos, ese mismo es el
que los rige»; que es decir que porque los rige Cristo, que es el que sólo
con obra y con verdad se condolió de los hombres; como señalando lo que
decimos, que su regir es dar gobierno y sustento, y guiar siempre a los
suyos a las fuentes del agua, que es en la Escritura la gracia del Espíritu,
que refresca y cría y engruesa y sustenta.
Y también el sabio miró a esto a do dice «que la ley de la sabiduría es
fuente de vida». Adonde, como parece, juntó la ley y la fuente; lo uno,
porque poner Cristo a sus ovejas ley es criar en ellas fuerzas y salud para
ella por medio de la gracia, así como he dicho. Y lo otro, porque eso mismo
que nos manda es aquello de que se ceba nuestro descanso y nuestra verdadera
vida. Porque todo lo que nos manda es que vivamos en descanso, y que gocemos
de paz, y que seamos ricos y alegres, y que consigamos la verdadera nobleza.
Porque no plantó Dios sin causa en nosotros los deseos de estos bienes, ni
condenó lo que Él mismo plantó; sino que la ceguedad de nuestra miseria,
movida del deseo, y no conociendo el bien a que se endereza el deseo, y
engañada de otras cosas que tienen apariencia de aquello que se desea, por
apetecer la vida, sigue la muerte, y en lugar de las riquezas y de la honra,
va desalentada en pos de la afrenta y de la pobreza. Y así Cristo nos pone
leyes que nos guíen sin error a aquello verdadero que nuestro deseo apetece.
De manera que sus leyes dan vida, y lo que nos manda es nuestro puro
sustento, y apaciéntanos con salud y con deleite y con honra y descanso, con
esas mismas reglas que nos pone con que vivamos. Que como dice el Profeta:
«Acerca de Ti está la fuente de la vida, y en tu lumbre veremos la lumbre.»
Porque la vida y el ser, que es el ser verdadero y las obras que a tal ser
le convienen, nacen y manan, como de fuente, de la lumbre de Cristo, esto
es, de las leves suyas, así las de gracia, que nos da, como las de
mandamientos, que nos escribe. Que es también la causa de aquella querella
contra nosotros suya, tan justa y tan sentida, que pone por Jeremías,
diciendo: «Dejáronme a Mí, fuente de agua viva, y caváronse cisternas
quebradas, en que el agua no para.» Porque, guiándonos Él al verdadero pasto
y al bien, escogemos nosotros por nuestras manos lo que nos lleva a la
muerte; y, siendo fuente Él, buscamos nosotros pozos; y siendo manantial su
corriente, escogemos cisternas rotas, adonde el agua no se detiene. Y a la
verdad, así como aquello que Cristo nos manda es lo mismo que nos sustenta
la vida, así lo que nosotros por nuestro error escogemos, y los caminos que
seguimos, guiados de nuestros antojos, no se pueden nombrar mejor que como
el Profeta los nombra.
Lo primero, cisternas cavadas en tierra con increíble trabajo nuestro, esto
es, bienes buscados entre la vileza del polvo con diligencia infinita. Que
si consideramos lo que suda el avariento en su pozo, y las ansias con que
anhela el ambicioso a su bien, y lo que cuesta de dolor al lascivo el
deleite, no hay trabajo ni miseria que con la suya se iguale. Y lo segundo,
nombra las cisternas secas y rotas, grandes en apariencia y que convidan a
sí a los que de lejos las ven, y les prometen agua que mitigan su sed, mas
en la verdad son hoyos hondos y obscuros, y yermos de aquel mismo bien que
prometen, o, por mejor decir, llenos de lo que le contradice y repugna,
porque en lugar de agua dan cieno. Y la riqueza del avaro le hace pobre; y
al ambicioso su deseo de honra le trae a ser apocado y vil siervo; y el
deleite deshonesto a quien lo ama le atormenta y enferma.
Mas si Cristo es Pastor, porque rige apastando y porque sus mandamientos son
mantenimientos de vida, también lo será porque en su regir no mide a sus
ganados por un mismo rasero, sino atiende a lo particular de cada uno que
rige. Porque rige apacentando, y el pasto se mide según el hambre y
necesidad de cada uno que pace. Por donde, entre las propiedades del buen
Pastor, pone Cristo en el Evangelio «que llama por su nombre a cada una de
sus ovejas, que es decir que conoce lo particular de cada una de ellas, y la
rige y llama al bien en la forma particular que más le conviene, no a todas
por una forma, sino a cada cual por la suya. Que de una manera pace Cristo a
los flacos, y de otra a los crecidos en fuerza; de una a los perfectos y de
otra a los que aprovechan; y tiene con cada uno su estilo, y es negocio
maravilloso el secreto trato que tiene con sus ovejas, y sus diferentes y
admirables maneras. Que así como en el tiempo que vivió con nosotros, en las
curas y beneficios que hizo, no guardó con todos una misma forma de hacer,
sino a unos curó con su sola palabra, a otros con su palabra y presencia, a
otros tocó con la mano, a otros no los sanaba luego después de tocados, sino
cuando iban su camino, y ya de Él apartados les enviaba salud; a unos que se
la pedían y a otros que le miraban callando; así en este trato oculto y en
esta medicina secreta que en sus ovejas contino hace, es extraño milagro ver
la variedad de que usa y cómo se hace y se mide a las figuras y condiciones
de todos. Por lo cual llama bien San Pedro multiforme a su gracia, porque se
transforma con cada uno en diferentes figuras.
Y no es cosa que tiene una figura sola o un rostro. Antes, como al pan que
en el templo antiguo se ponía ante Dios, que fue clara imagen de Cristo, le
llama pan de faces la Escritura divina, así el gobierno de Cristo y el
sustento que da a los suyos es de muchas faces, y es pan. Pan porque
sustenta, y de muchas faces porque se hace con cada uno según su manera; y
como en el maná dice la sabiduría que hallaba cada uno su gusto, así
diferencia sus pastos Cristo, conformándose con las diferencias de todos.
Por lo cual su gobierno es gobierno extremadamente perfecto; porque como
dice Platón, no es la mejor gobernación la de leyes escritas; porque son
unas y no se mudan, y los casos particulares son muchos y que se varían,
según las circunstancias, por horas. Y así acaece no ser justo en este caso
lo que en común se estableció con justicia; y el tratar con sola la ley
escrita es como tratar con un hombre cabezudo por una parte y que no admite
razón, y por otra poderoso para hacer lo que dice, que es trabajoso y fuerte
caso. La perfecta gobernación es de ley viva, que entienda siempre lo mejor,
y que quiera siempre aquello bueno que entiende. De manera que la ley sea el
bueno y sano juicio del que gobierna, que se ajusta siempre con lo
particular de aquel a quien rige.
Mas porque este gobierno no se halla en el suelo, porque ninguno de los que
hay en él es ni tan sabio ni tan bueno que, o no se engañe o no quiera hacer
lo que ve que no es justo, por eso es imperfecta la gobernación de los
hombres, y solamente no lo es la manera con que Cristo nos rige; que, como
está perfectamente dotado de saber y bondad, ni yerra en lo justo ni quiere
lo que es malo; y así siempre ve lo que a cada uno conviene, y a eso mismo
le guía, y, como San Pablo de sí dice, «a todos se hace todas las cosas,
para ganarlos a todos».
Que toca ya en lo tercero y propio de este oficio, según que dijimos, que es
ser un oficio lleno de muchos oficios, y que todos los administra el pastor.
Porque verdaderamente es así, que todas aquellas cosas que hacen para la
felicidad de los hombres, que son diferentes y muchas, Cristo principalmente
las ejecuta y las hace; que Él nos llama y nos corrige y nos lava y nos sana
y nos santifica y nos deleita y nos viste de gloria. Y de todos los medios
de que Dios usa para guiar bien un alma, Cristo es el merecedor y el autor.
Mas ¡qué bien y qué copiosamente dice de esto el Profeta! Porque el Señor
Dios dice así: «Yo mismo buscaré mis ovejas y las rebuscaré; como revee el
pastor su rebaño cuando se pone en medio de sus esparcidas ovejas, ansí yo
buscaré mi ganado. Sacaré mis ovejas de todos los lugares a do se
esparcieron en el día de la nube y de la obscuridad, y sacarélas de los
pueblos, y recogerlas he de las tierras, y tornarélas a meter en su patria,
y las apacentaré en los montes de Israel. En los arroyos y en todas las
moradas del suelo las apacentaré con pastos muy buenos, y serán sus pastos
en los montes de Israel más erguidos. Allí reposarán en pastos sabrosos, y
pacerán en los montes de Israel pastos gruesos. Yo apacentaré a mi rebaño y
yo le haré que repose, dice Dios el Señor. A la oveja perdida buscaré; a la
ablentada tornaré a su rebaño; ligaré a la quebrada y daré fuerza a la
enferma, y a la gruesa y fuerte castigaré; paceréla en juicio.» Porque dice
que Él mismo busca sus ovejas, y que las guía si estaban perdidas, y si
cautivas las redime, y si enfermas las sana; y Él mismo las libra del mal, y
las mete en el bien, y las sube a los pastos más altos. En todos los arroyos
y en todas las moradas las apacienta, porque en todo lo que les sucede les
halla pastos, y en todo lo que permanece o se pasa; y porque todo es por
Cristo, añade luego el Profeta: «Yo levantaré sobre ellas un PASTOR y
apacentarálas mi siervo David; Él las apacentará y Él será su PASTOR; y yo,
el Señor, seré su Dios, y en medio de ellas ensalzado mi siervo David.»
En que se consideran tres cosas: una, que para poner en ejecución todo esto
que promete Dios a los suyos, les dice que les dará a Cristo, Pastor, a
quien llama siervo suyo, y David, porque es descendiente de David según la
carne, en que es menor y sujeto a su Padre. La segunda, que para tantas
cosas promete un solo Pastor, así para mostrar que Cristo puede con todo,
como para enseñar que en Él es siempre uno el que rige. Porque en los
hombres, aunque sea uno solo el que gobierna a los otros, nunca acontece que
los gobierne uno solo; porque de ordinario viven en uno muchos, sus pasiones
sus afectos, sus intereses, que manda cada uno su parte. Y la tercera es que
este Pastor, que Dios promete y tiene dado a su Iglesia, dice que ha de
estar levantado en medio de sus ovejas; que es decir que ha de residir en lo
secreto de sus entrañas, enseñoreándose de ellas, y que las ha de apacentar
dentro de sí.
Porque cierto es que el verdadero pasto del hombre está dentro del mismo
hombre, y en los bienes de que es señor cada uno. Porque es sin duda el
fundamento del bien aquella división de bienes en que Epicteto, filósofo,
comienza su libro; porque dice de esta manera: «De las cosas, unas están en
nuestra mano y otras fuera de nuestro poder. En nuestra mano están los
juicios, los apetitos, los deseos y los desvíos, y, en una palabra, todas
las que son nuestras obras. Fuera de nuestro poder están el cuerpo y la
hacienda, y las honras y los mandos, y, en una palabra, todo lo que no es
obras nuestras. Las que están en nuestra mano son libres de suyo, y que no
padecen estorbo ni impedimento; mas las que van fuera de nuestro poder son
flacas y siervas, y que nos pueden ser estorbadas, y al fin son ajenas
todas. Por lo cual conviene que adviertas que, si lo que de suyo es siervo
lo tuvieres por libre tú, y tuvieres por propio lo que es ajeno, serás
embarazado fácilmente y caerás en tristeza y en turbación, y reprenderás a
veces a los hombres y a Dios. Mas si solamente tuvieres por tuyo lo que de
veras lo es, y lo ajeno por ajeno, como lo es en verdad, nadie te podrá
hacer fuerza jamás, ninguno estorbará tu designio, no reprenderás a ninguno,
ni tendrás queja de él, no harás nada forzado, nadie te dañará, ni tendrás
enemigo, ni padecerás detrimento.»
Por manera que, por cuanto la buena suerte del hombre consiste en el buen
uso de aquellas obras y cosas de que es señor enteramente, todas las cuales
obras y cosas tiene el hombre dentro de sí mismo y debajo de su gobierno,
sin respeto a fuerza exterior; por eso el regir y el apacentar al hombre es
el hacer que use bien de esto que es suyo y que tiene encerrado en sí mismo.
Y así Dios con justa causa pone a Cristo, que es su Pastor, en medio de las
entrañas del hombre, para que, poderoso sobre ellas, guíe sus opiniones, sus
juicios, sus apetitos y deseos al bien, con que se alimente y cobre siempre
mayores fuerzas el alma, y se cumpla de esta manera lo que el mismo Profeta
dice: «Que serán apacentados en todos los mejores pastos de su tierra
propia»; esto es, en aquello que es pura y propiamente buena suerte y buena
dicha del hombre. Y no en esto solamente, sino también en los montes
altísimos de Israel, que son los bienes soberanos del cielo, que sobran a
los naturales bienes sobre toda manera, porque es señor de todos ellos
aquese mismo Pastor que los guía, o para decir la verdad, porque los tiene
todos y amontonados en sí.
O porque los tiene en sí, por esta misma causa, lanzándose en medio de su
ganado, mueve siempre a sí sus ovejas; y no lanzándose solamente, sino
levantándose y encumbrándose en ellas, según lo que el Profeta de Él dice.
Porque en sí es alto por el amontonamiento de bienes soberanos que tiene; y
en ellas es alto también, porque apacentándolas las levanta del suelo, y las
aleja cuanto más va de la tierra, y las tira siempre hacia sí mismo, y las
enrisca en su alteza, encumbrándolas siempre más y entrañándolas en los
altísimos bienes suyos. Y porque Él uno mismo está en los pechos de cada una
de sus ovejas, y porque su pacerlas es ayuntarlas consigo y entrañarlas en
sí, como ahora decía, por eso le conviene también lo postrero que pertenece
al Pastor, que es hacer unidad y rebaño. Lo cual hace Cristo por maravilloso
modo, como por ventura diremos después. Y bástenos decir ahora que no está
la vestidura tan allegada al cuerpo del que la viste, ni ciñe tan
estrechamente por la cintura la cinta, ni se ayuntan tan conformemente la
cabeza y los miembros, ni los padres son tan deudos del hijo, ni el esposo
con su esposa tan uno, cuanto Cristo, nuestro divino Pastor, consigo y entre
sí hace una su grey.
Así lo pide y así lo alcanza, y así de hecho lo hace. Que los demás hombres
que, antes de Él y sin Él, introdujeron en el mundo leyes y sectas, no
sembraron paz, sino división; y no vinieron a reducir a rebaño, sino, como
Cristo dice en San Juan, «fueron ladrones y mercenarios, que entraron a
dividir y desollar y dar muerte al rebaño». Que, aunque la muchedumbre de
los malos haga contra las ovejas de Cristo bando por sí, no por eso los
malos son unos ni hacen un rebaño suyo en que estén adunados, sino cuanto
son sus deseos y sus pasiones y sus pretendencias, que son diversas y
muchas, tanto están diferentes contra sí mismos. Y no es rebaño el suyo de
unidad y de paz, sino ayuntamiento de guerra y gavilla de muchos enemigos,
que entre sí mismos se aborrecen y dañan; porque cada uno tiene su diferente
querer. Mas Cristo, nuestro Pastor, porque es verdaderamente Pastor, hace
paz y rebaño. Y aun por eso, allende de lo que dicho tenemos, le llama Dios
Pastor uno en el lugar alegado; porque su oficio todo es hacer unidad.
Así que Cristo es Pastor por todo lo dicho; y porque si es del pastor el
desvelarse para guardar y mejorar su ganado, Cristo vela sobre los suyos
siempre y los rodea solícito. Que como David dice: «Los ojos del Señor sobre
los justos, y sus oídos en sus ruegos. Y aunque la madre se olvide de su
hijo, yo —dice {132}— no me olvido de ti.» Y si es del pastor trabajar por
su ganado al frío y al hielo, ¿quién cual Cristo trabajó por el bien de los
suyos? Con verdad Jacob, como en su nombre, decía: «Gravemente laceré de
noche y de día, unas veces al calor y otras veces al hielo, y huyó de mis
ojos el sueño». Y si es del pastor servir abatido, vivir en hábito
despreciado, y no ser adorado y servido, Cristo, hecho al traje de sus
ovejas, y vestido de su bajeza y su piel, sirvió por ganar su ganado.
Y porque hemos dicho cómo le conviene a Cristo todo lo que es del pastor,
digamos ahora las ventajas que en este oficio Cristo hace a todos los otros
pastores. Porque no solamente es Pastor, sino Pastor como no lo fue otro
ninguno que así lo certificó Él cuando dijo: «Yo soy el buen PASTOR». Que el
bueno allí es señal de excelencia, como si dijese el Pastor aventajado entre
todos. Pues sea la primera ventaja, que los otros lo son, o por caso o por
suerte; mas Cristo nació para ser Pastor, y escogió, antes que naciese,
nacer para ello; que, como de sí mismo dice, bajó del cielo y se hizo Pastor
hombre, para buscar al hombre, oveja perdida. Y así como nació para llevar a
pacer, dio, luego que nació, a los pastores nueva de su venida.
Demás de esto, los otros pastores guardan el ganado que hallan; mas nuestro
Pastor Él se hace el ganado que ha de guardar. Que no sólo debemos a Cristo
que nos rige y nos apacienta en la forma ya dicha, sino también y
primeramente que, siendo animales fieros, nos da condiciones de ovejas; y
que, siendo perdidos, nos hace ganados suyos, y que cría en nosotros el
espíritu de sencillez y de mansedumbre y de santa y fiel humildad, por el
cual pertenecemos a su rebaño.
Y la tercera ventaja es que murió por el bien de su grey, lo que no hizo
algún otro pastor, y que por sacarnos de entre los dientes del lobo
consintió que hiciesen en Él presa los lobos.
Y sea lo cuarto, que es así Pastor, que es pasto también, y que su apacentar
es darse a sí a sus ovejas. Porque el regir Cristo a los suyos y el
llevarlos al pasto, no es otra cosa sino hacer que se lance en ellos y que
se embeba y que se incorpore su vida, y hacer que con entendimientos fieles
de caridad le traspasen sus ovejas a sus entrañas, en las cuales traspasado,
muda Él sus ovejas en sí. Porque, cebándose ellas de Él, se desnudan a sí de
sí mismas y se visten de sus cualidades de Cristo; y creciendo con este
dichoso pasto el ganado, viene por sus pasos contados a ser con su Pastor
una cosa.
Y finalmente, como otros nombres y oficios le convengan a Cristo, o desde
algún principio o hasta un cierto fin o según algún tiempo, este nombre de
Pastor en Él carece de término. Porque antes que naciese en la carne,
apacentó a las criaturas luego que salieron a luz; porque Él gobierna y
sustenta las cosas, y Él mismo da cebo a los ángeles, y todo espera de su
mantenimiento a su tiempo, como en el salmo se dice. Y ni más ni menos,
nacido ya hombre, con su espíritu y con su carne apacienta a los hombres, y
luego que subió al cielo llovió sobre el suelo su cebo; y luego y agora y
después, y en todos los tiempos y horas, secreta y maravillosamente y por
mil maneras los ceba; en el suelo los apacienta, y en el cielo será también
su Pastor, cuando allá los llevare; y en cuanto se revolvieren los siglos y
en cuanto vivieren sus ovejas; que vivirán eternamente con Él, Él vivirá en
ellas, comunicándoles su misma vida, hecho su Pastor y su pasto.
(FRAY LUIS DE LEÓN, De los Nombres de Cristo)
Volver Arriba
Santos
Padres: San Agustín - El Buen Pastor
5. Mis ovejas oyen mi voz. Yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la
vida eterna. Recordaréis que antes había dicho: Y entrarán, y saldrán y
hallarán pastos. Hemos entrado creyendo y salimos muriendo. Y así como hemos
entrado por la puerta de la fe, así salgamos del cuerpo con la misma fe, y
de este modo salimos por la misma puerta, para poder hallar los pastos. Buen
pasto es la vida eterna, donde la hierba no se seca, siempre está toda verde
y lozana. Hay una hierba que se llama siempreviva; sólo allí se encuentra.
Yo, dice, les daré la vida eterna a mis ovejas. Vosotros sólo maquináis
calumnias, porque sólo pensáis en la vida presente.
6. Y no perecerán eternamente, como si quisiera decirles: Vosotros
pereceréis eternamente porque no sois de mis ovejas. Nadie las arrebatará de
mi mano. Escuchad con mayor atención: Lo que mi Padre me ha dado, sobrepuja
a todo. ¿Qué podrán el lobo, el ladrón y el salteador? No perderán sino a
los predestinados a la muerte. Pero de aquellas ovejas de las cuales dice el
Apóstol: Conoce el Señor quiénes son los suyos. A quienes previo, los
predestinó; a quienes predestinó, los llamó; a quienes llamó, los justificó,
y a quienes justificó, a estos mismos glorificó; de estas ovejas ni el lobo
arrebata, ni el ladrón roba, ni el salteador mata. Seguro está de su número,
porque sabe lo que dio por ellas. Por eso dice que nadie las arrebatará de
sus manos; y, dirigiéndose al Padre, dice que lo que el Padre le dio supera
a todo. ¿Qué es lo que el Padre le dio que vale más que todo? El ser su Hijo
unigénito. ¿Qué quiere significar el vocablo dio? ¿Existía ya aquel a quien
daba, o lo dio con la generación? Porque, si existía aquel a quien daba el
ser Hijo, hubo un tiempo en que no era Hijo. Jamás tengáis el pensamiento de
que en algún tiempo Cristo existiera sin ser Hijo. De nosotros bien puede
decirse, pues en algún tiempo éramos hijos de los hombres, pero no éramos
hijos de Dios. A nosotros la gracia de Dios nos hizo hijos suyos; a Él, la
naturaleza, porque así ha nacido. Ni te asiste razón para decir que no
existía antes de nacer, porque nunca nació quien era coeterno del Padre. El
que lo vea que lo entienda, y quien no lo entienda, que lo crea; nútrase con
la fe y lo entenderá. El Verbo de Dios estuvo siempre con el Padre, y
siempre fue Verbo; y porque es Verbo, es Hijo. Siempre Hijo y siempre igual.
No es igual por haber crecido, sino por haber nacido es igual, porque
siempre nace el Hijo del Padre, Dios de Dios, coeterno del eterno. El Padre
no tiene del Hijo el ser Dios; el Hijo tiene del Padre el ser Dios, porque
el Padre le dio el ser Dios engendrándole, y en la misma generación le dio
el ser coeterno a Él y el ser igual a Él. Esto es lo que es más que todo.
¿Cómo el Hijo es la Vida y tiene la vida? Lo que Él tiene, eso es. Una cosa
es lo que tú eres y otra cosa es lo que tienes. Tienes, por ejemplo,
sabiduría, ¿eres tú la sabiduría? Y porque tú no eres lo que tienes, si
pierdes lo que tienes, te haces no poseedor, y así unas veces lo pierdes,
otras veces lo recuperas. Nuestros ojos no son inseparables de la luz: la
reciben cuando se abren, la pierden cuando se cierran. No es Dios de este
modo el Hijo de Dios, el Verbo del Padre. No es el Verbo de tal forma que no
sea cuando deja de sonar, sino que permanece desde su nacimiento. Tiene la
sabiduría de modo que Él es la sabiduría y hace a otros sabios. Tiene la
vida de modo que Él es la vida y hace que otros sean seres vivos. Esto es lo
que es mayor que todo. Queriendo hablar del Hijo de Dios el evangelista San
Juan, mira al cielo y a la tierra, los mira y se remonta sobre ellos. Sobre
el cielo contempla los millares de ejércitos angélicos, contempla con la
mente a todas las criaturas, como el águila contempla las nubes, y,
remontándose sobre todas ellas, llega a aquello, que es mayor que todo, y
dice: En el principio era el Verbo. Pero, como aquel de quien Él es Verbo no
procede del Verbo, y el Verbo procede de aquel cuyo es el Verbo, dice: Lo
que me dio el Padre, esto, es el ser su Verbo, el ser su Hijo unigénito y
esplendor de su luz, es mayor que todas las cosas. Nadie, por lo tanto,
arrebata a mis ovejas de mis manos. Nadie puede arrebatarlas de las manos de
mi Padre.
7. De mis manos, de las manos de mi Padre. ¿Qué quiere significar diciendo:
Nadie las arrebata de mis manos, nadie las arrebata de las manos de mi
Padre? ¿Por ventura es la misma la mano del Padre y la del Hijo, o acaso el
Hijo es la mano del Padre? Si por la mano entendemos el poder, uno es el
poder del Padre y del Hijo, porque una es la divinidad; pero, si por mano
entendemos lo que dijo el profeta: ¿A quién ha sido revelado el brazo del
Señor?, entonces la mano del Padre es el mismo Hijo. Mas no se dicen estas
cosas como si Dios tuviese forma humana y como miembros corporales, sino que
indican que por ese brazo han sido hechas todas las cosas. También los
hombres suelen llamar brazos suyos a otros hombres, por medio de los cuales
hacen lo que ellos quieren. Y algunas veces se llama mano del hombre a la
obra que ejecutaron sus manos; por ejemplo, cuando uno dice que conoce su
mano al ver un escrito suyo. Entendiéndose, pues, de varios modos la mano
del hombre, que propiamente la posee entre los miembros de su cuerpo, ¿por
qué se le ha de dar una sola interpretación a la mano de Dios, que no tiene
forma corporal alguna? Por lo cual, en este lugar, con mejor acuerdo, por la
mano del Padre y del Hijo entendemos el poder del Padre y del Hijo para
evitar que, al oír decir aquí que el Hijo es la mano del Padre, pueda surgir
el pensamiento carnal de buscar al Hijo un hijo suyo, del cual se diga que
es la mano de Cristo. Luego nadie las arrebata de mis manos significa que
nadie me las arrebata a mí.
8. Pero, para que alejes de ti toda clase de duda, escucha lo que sigue: Yo
y el Padre somos una sola cosa. Hasta aquí pudieron tolerar los judíos; pero
cuando oyeron: Yo y el Padre somos una sola cosa, no pudieron contenerse, y,
persistiendo en su acostumbrada dureza, apelaron a las piedras. Cogieron
piedras para apedrearle. Y el Señor, que no padecía cuando no quería, y que
no padeció sino lo que quiso padecer, sigue aun hablando a quienes
intentaban apedrearle. Cogieron piedras los judíos para apedrearle.
Respondióles Jesús: Muchas obras buenas os he manifestado acerca de mi
Padre, ¿por cuál de ellas me apedreáis? Y ellos replicaron: No te apedreamos
por ninguna obra buena, sino por la blasfemia y porque tú, siendo hombre, te
haces Dios. Contestaron a lo que Él había dicho: Yo y el Padre somos una
sola cosa. Ved cómo los judíos entendieron lo que no comprenden los
arrianos. Por eso se enfurecieron, porque entendieron que, cuando no hay
igualdad entre el Padre y el Hijo, no se puede decir: Yo y el Padre somos
una sola cosa.
(SAN AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan (t. XIV), Tratado 48,
5-9, BAC, Madrid, 1965, pp. 164-168)
Volver Arriba
Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - El Buen Pastor
En este cuarto domingo de Pascua, la Iglesia pone ante nuestros ojos la
figura de Cristo bajo el aspecto de un pastor. No lo hace arbitrariamente,
ya que el mismo Cristo dijo de sí: "Yo soy el buen pastor".
El tema del pastor es un tema muy tradicional, que aparece ya en el Antiguo
Testamento. Allí Dios quiso presentarse como Pastor, y su pueblo lo reconoce
por tal. Así en el salmo 76: "Tú guiaste a tu pueblo, como un rebaño, por la
mano de Moisés y Aarón"; y en el salmo 22 el pueblo canta agradecido: "El
Señor es mi pastor, nada me puede faltar". Este tema se encuentra también
muy frecuentemente en la predicación de los profetas. La autocalificación de
Cristo como "el buen pastor", se encuentra íntimamente ligada con su
proclamación como Mesías e Hijo de Dios, y Dios como el Padre. La Iglesia
primitiva mostró gran devoción por este nombre de Cristo, e
iconográficamente lo representó a menudo llevando una oveja sobre sus
hombros.
En el evangelio de hoy, el Señor nos dice que conoce a sus ovejas: "yo las
conozco", afirma taxativamente. No se trata, por cierto, de un conocimiento
frío, descarnado, sino de un conocimiento personal, ya que conoce a cada una
de sus ovejas por su nombre, y las ama entrañablemente, cargándolas, si es
menester, sobre sus propios hombros, con un amor sacrificado que lo lleva a
cuidarlas, protegerlas, alimentarlas, y hasta a dar su vida por ellas.
Tal es la relación que el Pastor divino quiere tener con sus ovejas. Pero en
el evangelio de hoy el Señor también nos quiere hacer entender cuál es el
trato que deben tener las ovejas respecto de su Pastor, o en otras palabras,
cuáles son las condiciones requeridas para pertenecer a su rebaño: "mis
ovejas escuchan mi voz... y ellas me siguen".
Como puede verse, dos son las condiciones que pone el Señor: escuchar su voz
y seguirlo. También podríamos decir: oír su enseñanza y ponerla en práctica.
Lo primero se dirige a la inteligencia y lo segundo a la voluntad. Conocerlo
con nuestra inteligencia y así poder amarlo, tendiendo a Él con todo el
impulso de nuestra voluntad.
Toda la Escritura es una reiterada invitación a escuchar. Así, cuando en el
Antiguo Testamento el Señor se preparaba para dar a conocer sus mandamientos
al pueblo elegido, comenzó diciendo: "Escucha, Israel". Sólo luego los
enumeró uno por uno. Primero el pueblo tenía que disponerse a "escuchar". A
menudo retomaría Dios aquella exhortación, como lo advertimos por ejemplo en
uno de los salmos: "Ojalá escuchéis hoy mi voz, no endurezcáis vuestro
corazón”. Dios bien sabe que quien se resiste a escucharlo, camina
decididamente hacia su propia perdición.
También en el Nuevo Testamento, Dios nos sigue exhortando a lo mismo. Cuando
Cristo se transfiguró en el monte Tabor, el Padre celestial dejó oír su voz
diciendo: "Este es mi Hijo muy amado, escuchadlo". Dios espera que nos
pongamos en la actitud del "discípulo", del que aprende. Se trata de un
mandato. Pertenecer al rebaño de Cristo implica, pues, oírlo con atención
para poner por obra lo escuchado.
En la Sagrada Escritura varios son los personajes que nos dan ejemplo de
esta actitud acogedora. Por ejemplo el profeta Samuel, que al ser llamado
por Dios, le respondió: "Habla, Señor, que tu siervo escucha". En el Nuevo
Testamento vemos cómo María, la hermana de Lázaro, estaba a los pies de
Jesús escuchando al Maestro. El Señor elogió esa actitud acogedora y
contemplativa y la puso por encima de la vida activa. Escuchar con atención
la Palabra de Dios para luego llevarla a la práctica: he aquí la actitud
requerida para pertenecer realmente al rebaño del Señor.
Tal actitud parece incluir tres exigencias ineludibles. Ante todo la
humildad, para ser capaces de reconocer la Verdad divina, dejarse medir por
ella, y acomodarse a sus requerimientos. Quien no la posea, no puede
pertenecer al rebaño del Señor. Ese y no otro fue el pecado de los fariseos
que clausuraron su corazón para no ver lo que veían. Su soberbia les impidió
reconocer, a pesar de tantos milagros, que estaban en presencia del Hijo de
Dios. Es el pecado contra la luz, del que habla nuestro Señor, el pecado
contra el Espíritu Santo. En la primera lectura, hemos encontrado las dos
actitudes opuestas, con motivo de la predicación de Pablo y Bernabé en
Antioquía. La actitud propia del discípulo, según lo revelan los antioquenos
que se reunieron "para escuchar la palabra de Dios", y la de los judíos, que
"instigaron a unas mujeres piadosas que pertenecían a la aristocracia y a
los principales de la ciudad, provocando una persecución contra Pablo y
Bernabé y los echaron de su territorio". Es la soberbia que les domina la
inteligencia, los obnubila y no les permite ver.
Para escuchar la voz del Pastor y seguirlo se requiere, en segundo lugar, el
silencio. Sólo así se estará en condiciones de percibir con mayor diafanidad
la voz del maestro interior. El silencio parece pedir tanto serenidad de
espíritu, como alejamiento del ruido, exterior e interior. No es ello fácil,
ya que el mundo moderno vive en el ruido, volcado como está a las cosas
exteriores para tapar su vacío interior. Cuán actual parece la recomendación
del salmo: "aquietaos, y reconoced que Yo soy Dios". Mientras no le demos al
silencio el tiempo que le corresponde en nuestra vida cotidiana, mientras no
busquemos la quietud, el reposo, el sosiego, no podremos seguir de cerca al
Pastor, no podremos encontrar a Dios, ya que allí es donde generalmente se
manifiesta, como se mostró cuando el profeta Elías no halló a Dios en el
terremoto ni en el viento huracanado, sino en la brisa apacible.
Refiriéndose a Israel, su esposa infiel, que se había prostituido con los
ídolos, dijo el Señor por el profeta Oseas: "Yo voy a seducirla, la llevaré
al desierto, y hablaré a su corazón". Allí es donde habla Dios, en el
silencio del desierto, no en el ruido.
Finalmente, el seguimiento del Pastor exige docilidad, para dejarse moldear
por su doctrina, volviéndose cera blanda en sus manos. Será preciso
mostrarse sumisos a las inspiraciones y mociones del Espíritu Santo, que
siempre está tratando de modelar en nosotros la imagen de Jesucristo,
exhortándonos a salir de aquel vicio o pecado, de la mediocridad, de la
tibieza, en fin, a desprendernos del hombre terreno y aspirar a las cosas
celestiales.
Humildad, silencio, docilidad, he aquí las tres cosas que parecen
imprescindibles si queremos oír la voz del Buen Pastor y poner en obra lo
escuchado.
El texto del Apocalipsis que constituyó la segunda lectura de este domingo,
nos muestra al rebaño en las praderas eternas, en el cielo. Allí se nos
describe una enorme muchedumbre, imposible de contar, "formada por gente de
todas las naciones, familias, pueblos y lenguas". Todos están de pie, ante
el trono del Cordero, con túnicas blancas y palmas en las manos, alabándole
de manera incesante. Dios ha secado toda lágrima de sus ojos. Ya no hay
sufrimiento ni dolor, "ya no padecerán hambre ni sed, ni serán agobiados por
el sol y el calor". Sólo habrá dicha, y ésta será indeficiente, eterna.
Todos ellos oyeron la voz del Pastor y lo siguieron. Por eso ahora son
felices por una eternidad. Ya el Señor lo había preanunciado:
"Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y la practican".
No basta, pues, con exclamar "Señor, Señor", como nos lo advirtió el mismo
Jesús. Es preciso seguir al Pastor, es preciso seguir al Cordero dondequiera
que vaya, haciendo nuestras sus palabras. Si así lo hiciéramos, se cumplirá
en nosotros lo que en el evangelio de hoy dijo el Señor de sus ovejas: "Yo
les doy la vida eterna; ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de
mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede
arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y Yo somos uno". Si somos
realmente ovejas del Señor, si oímos sus palabras y lo seguimos, Él nos dará
la Vida eterna y nadie nos arrebatará de sus manos.
Dentro de algunos instantes recibiremos en la Eucaristía al Pastor de
nuestras almas, que se hace alimento de sus propias ovejas. Pidámosle
entonces que siempre escuchemos su voz y nunca dejemos de seguirlo, para que
un día podamos ser acogidos en los pastos eternos. Que la Virgen Santísima,
la Madre del Buen Pastor, nos obtenga esta gracia.
(ALFREDO SÁENZ, S.J., Palabra y Vida - Homilías Dominicales y festivas ciclo
C, Ed. Gladius, 1994, pp. 154-158)
Volver Arriba
Aplicación: R.P. Leonardo Castellani - Yo soy el Buen Pastor
“Yo soy el Buen Pastor” (Jn X).
Esta afirmación de Cristo y la Parábola del Pastor y el Mercenario que la
continúa en los oídos de los que la escucharon equivale neta y simplemente a
esta otra afirmación capital: “Yo soy el Mesías, aquel que los Profetas
prenunciaron.”
De hecho, Cristo terminó este sermón proclamándose no solamente Mesías sino
también Hijo de Dios, y Dios como el Padre: “Yo y el Padre somos uno”; en
donde algunos de los fariseos lo llamaron “endemoniado y quisieron darle
muerte. Esto ocurrió en el último año de su vida publica, antes de lo que se
llama las “Ultimas excursiones” y del viaje a la Perea.
Pastor es el principal de los nombres que los profetas dieron del Cristo,
del Ungido de Dios. Aun cuando lo llaman Rey, que es el nombre más frecuente
–Mesías en hebreo significa “Ungido”, así como Christós en griego–, aluden
de hecho a su condición de Pastor, puesto que los antiguos llamaban a los
reyes pastores de pueblos, como vemos en Homero. Los Apóstoles Pablo y Pedro
llaman a Cristo en sus epístolas el “Gran Pastor” y el “Protopastor” o
“Príncipe de los Pastores, como traduce la Vulgata latina.
Sabemos que Cristo tiene muchos nombres: Fray Luis de León escribió un libro
sobre ellos, el libro religioso mejor escrito que hay en castellano; por
ejemplos: Pimpollo o Retoño, Rostro de Dios, Camino, Monte, Rey de por Dios,
Pujanza de Dios, Hijo, Verbo, Salvador, Jesús (Jeshoah), Cordero de Dios,
Esposo, Amado, Padre del Siglo Venidero, Príncipe de la Paz, Profeta Sumo...
y Camino, Verdad y Vida, Viña, Hijo del Hombre se llamó El a sí mismo. Pero
ese nombre de Pastor es el que se impuso El solemnemente al final de su
predicación y lo explicó largamente; para lo cual no tuvo más que entretejer
los dichos de Isaías y Ezequiel, y de un profeta menor, Zacarías. Esto es lo
que hacían los buenos recitadores de estilo oral y éste era su procedimiento
literario. No salían con una cosa rara enteramente sacada de su cabeza, como
los poetas de hoy: se apoyaban en la tradición literaria –en este caso no
literaria– usando por lo común las mismas frases hechas (o sea, los
hallazgos verbales ya acuñados, como cuando nosotros hablamos con refranes)
de los maestros precedentes: y dándoles el toque personal; que a veces podía
ser genial, como en Cristo. Y el toque personal en este recitado, además de
la composición nueva, fue la nota que ningún profeta antiguo se atrevió a
poner: “El Buen Pastor muere por sus ovejas”, que Cristo añadió
inmediatamente.
Por no hacer caso de la tradición literaria –por pura ignorancia o pereza a
veces– son tan raros, efímeros, infructuosos e intrascendentes los poetas de
hoy día. No así los grandes poetas antiguos.
Todos los nombres proféticos que Cristo se aplicó explícitamente son dulces,
mansos y amorosos; parecería que, aunque no los niega, no le gustan los
nombres pujantes y terribles, que también son verdaderos, como los de
Pujanza de Dios, Hombre-Montaña, León de Judá, o el Rey de Reyes y Señor de
los Ejércitos del Apokalypsis y del profeta Daniel armado de espada bífida y
montado en un caballo blanco overo de sangre enemiga hasta el ijar. Hizo
parábolas acerca de ese Rey: una especie de temible sultán, que bruscamente
aplica castigos tremendos por una desobediencia en apariencia fútil, como la
de venir a su Convite sin vestido de bodas; o el castigo de destruir a
sangre y fuego ciudades enteras que no aceptan su dominación. Pero nunca
añadió: “Yo soy ese Rey.” Parecería que un divino pudor se lo vedaba.
“Yo soy el Buen Pastor... El Buen Pastor da su vida por sus ovejas.”
Mucho pudiéramos extendernos acerca de la dulzura de esta palabra, y las
cualidades del Pastor Hermoso –porque la palabra exacta que usó Cristo fue
kalós, que significa hermoso, y no agathós, que significa solamente
bondadoso–; pero eso ya lo hizo Fray Luis.
Mas lo que hemos de advertir aquí, brevemente, dada la carencia de espacio,
es que Cristo añadió inmediatamente que había “malos pastores” –y un Pastor
Malo por antonomasia– a los cuales llamó “mercenarios”. Eso está en el
Evangelio. Yo no tengo autoridad para suprimirlo. Si predicamos el
Evangelio, o predicamos todo o no predicamos nada.
Las notas de los Malos Pastores que dio Cristo son éstas: 1) No son de ellos
las ovejas; 2) no las conocen una a una por su nombre; 3) ellas no los
siguen y se apartan de ellos; 4) no les importa mucho de las ovejas; 5) si
ven venir al lobo, disparan; 6) lo que quieren es medrar o lucrar con las
ovejas y aun a costa de ellas; 7) no hay el menor peligro que vayan a morir
por sus ovejas. Y en otro lugar dijo que en el fondo son ladrones, que no
entran en el redil por la puerta sino saltando la ventana, y que son como
lobos disfrazados de ovejas –o de carneros–; aludiendo a la costumbre de los
pastores palestinos de ponerse una chaqueta de piel de oveja (zamarra) para
hacerse seguir por el olor. El se puso la zamarra de nuestra carne para que
lo siguiéramos; pero en Él no era disfraz, era realidad. El Mundo, que es el
Mal Pastor por antonomasia, cuando usa palabras cristianas, fórmulas
religiosas o chácharas altisonantes, es el gran loto con piel de oveja.
El primer sermón que hice a los 23 años en Villa Devoto fue sobre este
evangelio. Hice un sermón romanticón, retórico y sentimental, que ahora lo
leo y me da vergüenza; pero la idea fundamental era buena comparé el Buen
Pastor a los pastores del Viejo Mundo y el Mal Pastor a los pastores de la
Patagonia. En Europa he visto a los pastores de Italia y de Cataluña con su
cayado, su silbato y su perro, que conocen a su rebañito pequeño, cabeza por
cabeza; y llevan sobre sus hombros al cordero recién nacido o a la oveja
quebrada. A ellos les cabe la pintura del pastor que hacen los profetas
hebreos:
Sube a un alto monte - anuncia a Sión la Buena Nueva.
Alza tú la voz bien alto - que llevas a Salen la Buena Nueva.
Decid a las ciudades de Judá Viene Dios.
Su Brazo dominará.
Ved que viene Dios con sus tesoros - y por delante va mandando su Fruto.
Él pacerá su grey como Pastor - Él lo reunirá con su Brazo.
Él llevará en su seno a los corderos - y cuidará de las recién paridas”.
(Is XL, 9-11).
Pero los profetas no sabían un gran misterio: que ese pastor moriría por sus
ovejas; y que siendo Pastor sería también su Pasto.
En cambio los pastores de la Patagonia llevan manadas de cien a mil ovejas a
caballo con un látigo, no las conocen sino como un montón, no van a estar
esperando un parto, y si se manca un corderito les conviene más acabarlo de
un garrotazo que alzarlo en ancas. A ellos se les parece más el retrato del
Mal Pastor que hace Ezequiel en XXXIV, 1:
Recibí la palabra de Jahué diciendo: “Hijo del Hombre, profetiza contra los
pastores de Israel.” Así habla el Señor Jahué [Dios]: “¡Ay de los pastores
que se apacientan a sí mismos! ¿Los pastores no son para apacentar ovejas?
Pero vosotros coméis la grosura, esquiláis la lana, matáis a las mejores, no
apacentáis realmente. No confortasteis a las flacas, no curasteis a las
enfermas, no vendasteis a las heridas, no buscasteis a las extraviadas, no
cuidasteis a las paridas; sino que con violencia las dominasteis. Y así
andan desorientadas, mis ovejas por falta de pastor, errantes por montes y
por cañadas, desperdigadas por la haz del mundo...”.
Por tanto, oíd, pastores, la palabra de Jahué: “Estoy contra los pastores,
para reclamarles mis ovejas. No les dejaré ovejas a apacentar, a esos que se
apacientan a sí mismos. Les arrancaré hasta de la boca las ovejas, que no
sean más pasto suyo.” Porque esto dice el Señor Jahué mismo: “Yo mismo las
iré a buscar, yo reuniré mis ovejas.”
¿Y cuándo será esa reunión, y “no habrá más que un solo redil y un solo
pastor?”. ¿Se ha verificado ya? Sólo potencialmente o virtualmente hasta
ahora. Nosotros creemos que el cumplimiento perfecto de esta profecía de
Cristo será “después que haya sido predicado el Evangelio en todo el mundo”,
y “después que haya sido vencido el Pésimo Pastor, el Hijo de la Perdición”;
es decir, el Anticristo, que como castigo de las negligencias y faltas de
los pastores de su Iglesia permitirá Dios aparezca y domine el mundo entero
por un poco de tiempo; ante el cual estarán los pueblos –como dice el
Zend-Avesta, el libro sagrado de los Persas– aterrados y mudos como ante el
lobo los rebaños de ovejas.
(CASTELLANI, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires,
1977, pp. 208-212)
(1) “Brazo de Dios” o “Pujanza de Dios” es otro nombre de Cristo; lo mismo
que el “Monte Alto” en Isaías o Daniel es la Iglesia.
Volver Arriba
Aplicación: R.P. Carlos M. Buela, I.V.E. - ¿Porqué tantas
vocaciones?
1. ¿Por qué tantas vocaciones?
Habitualmente distintas personas, sobre todo del ámbito eclesiástico, nos
preguntan: «¿por qué tienen tantas vocaciones?».
En mi respuesta a esa pregunta ha habido una evolución que se podría
estructurar en tres etapas.
Tres etapas
1ª etapa: ingenua
Me hacían la pregunta, y rápido, «como chancho a la batata», respondía lo
que a mi parecer era la ocasión de que Dios nos bendijera con tantas
vocaciones. Quería, ingenuamente, que todos se aprovecharan de nuestra
experiencia y tuviesen las vocaciones que tanta falta hacen. Pero, ante mi
sorpresa, lo que obtenía era una suerte de repulsa de parte del
interlocutor, que reaccionaba como si uno le quisiese vender un buzón o un
tranvía. Prácticamente, sin dejarme terminar, me empezaban a enseñar lo que
había que hacer para tener vocaciones. Al sentirme como atacado, a modo de
defensa preguntaba: ¿Y ustedes cuántas vocaciones tienen? «Ninguna», me
solían responder, con rubor en el rostro. Esto me sucedió en Buenos Aires, y
algo parecido en otras partes.
2ª etapa: menos ingenua
Ante la pregunta del porqué de las vocaciones, replicaba, a mi vez, con
otra pregunta: «¿Me vas a creer si te lo digo?». Con ella lo único que
conseguía era aumentar la vana curiosidad de los interlocutores. Fue en
Azpeitía (España); acababa de celebrar y predicar en la misma cámara donde
San Ignacio de Loyola se convirtió. Al pasar a la sacristía para sacarme los
ornamentos un grupo de Hermanas, algunas con hábito, otras de civil y
peluquería, con mucha gentileza me agradecieron el sermón, nos preguntaron
de dónde éramos, cuál era nuestro carisma, cuántas vocaciones teníamos;
inmediatamente la pregunta consabida: «¿Por qué tienen tantas vocaciones?».
Yo, escaldado por las experiencias anteriores, les pregunté tímidamente:
«¿Me van a creer si se los digo?». Todas a coro respondieron: «¡Claro!».
Les dije, más o menos, así: «Para mí, aunque a ustedes les parezca mentira,
el secreto de tener vocaciones está en presentar crudamente a los jóvenes la
cruz de Cristo». Rápida como un rayo se oyó la réplica de una de las de
civil y peluquería: «También la resurrección». ¡No, Hermana, noooo! Con la
resurrección difícilmente se despierte alguna vocación, porque creen que
uno está haciendo propaganda, al estilo de esas instituciones que por
televisión hacen jingles: «Si al escuchar esta música tu corazón late más
aprisa, entra en la Escuela de..., tendrás un gran porvenir...» ¡Nooo,
Hermana! ¿Cuántas vocaciones tienen ustedes? «Muy pocas, las jóvenes hoy
día...».
3 Etapa de recelo
Ahora, antes de responder pregunto mucho más, para ver si la respuesta
puede ser de provecho, porque muchas veces entre los pobres en vocaciones
están quienes se creen ricos o importantes: Soy rico, nada me falta (Ap
3,17), y caen en el vicio de los ricos y poderosos –como Herodes– que
preguntan muchas veces de cosas de Dios y quieren que les hablen de ellas:
– «Por curiosidad de saberlo todo;
– y por vanidad de mostrar que saben de todo;
– y por razón de estado de querer servirse de todos».
Aunque a mi modo de ver en la mayoría de los que preguntan –más que este
vicio de ricos–, hay un gran desconocimiento de la naturaleza de las
vocaciones a la vida consagrada, falta de sentido de la realidad eclesial,
descreimiento de que Dios suscite vocaciones a manos llenas, que en el
fondo es no darse cuenta de la magnificencia de Dios en todas sus obras, de
su infinita generosidad y de su delicada providencia.
Sobran... faltan...
Y así, por ejemplo, en algunos lados hemos escuchado decir: «aquí sobran
vocaciones», cuando la proporción de sacerdotes/feligreses en esa Diócesis
estaba muy lejos de la proporción que existe, digamos, en la provincia
eclesiástica de Cracovia, 1 sacerdote cada 1.100 feligreses; u otros
–aparentemente de la vereda opuesta, pero es la misma–, decir, como le hemos
escuchado a un señor Obispo: «Como está visto que en mi Diócesis no hay
vocaciones sacerdotales, tenemos planes pastorales para proveernos de
ministerios laicales en el futuro». El Papa, en un encuentro con un grupo de
líderes, dijo: «en la actualidad están naciendo y floreciendo muchas
vocaciones en el seno de los diversos movimientos y asociaciones». Y es
dable hacer notar que luego de la Jornada Mundial de la Juventud en Denver
(EE.UU.) del movimiento Camino neocatecumenal salieron 1.200 vocaciones
sacerdotales que van a estudiar en seminarios diocesanos y en los
Seminarios «Redemptoris Mater», y 1.000 vocaciones femeninas que entrarán en
distintos monasterios de vida contemplativa.
Es claro que tanto si «sobran» (?!) vocaciones, como si «no hay» (?!), no se
hará nada serio para suscitarlas, para promoverlas, para acompañarlas, para
defender las existentes. Mucho menos para alegrarse, evangélicamente, si
otros las tienen. En el primer caso se verá a los que tienen vocaciones como
competencia, y, en el otro, se las explicará de cualquier manera, menos como
don de Dios: «los asustan con el infierno...», «no respetan la libertad de
los jóvenes...», «inventan vocaciones...», «fuerzan las elecciones...»,
«tienen estructuras conservadoras...», «se debe al clima cálido del
Seminario...», «están atraídos por el magnetismo personal...» de tal
superior, para quien «hay 6 sacramentos y un desliz: el matrimonio...»,
«les lavan la cabeza...» y mil más; pero ellos siguen sin las vocaciones que
podrían y que deberían tener, y un día deberán rendir cuenta de ello ante
el tribunal de Dios.
Un gran Obispo americano, muy amigo, me preguntó en una oportunidad sobre el
porqué de tantas incomprensiones en nuestro propio país, a lo que respondí:
«¡Nuestro gran pecado es tener muchas vocaciones!». Cada vez que me ve,
recuerda –riéndose– la anécdota.
La cruz de Cristo
En fin, nos crean o no nos crean, nosotros solemos decirles a los jóvenes
que tienen que decidir su problema vocacional o a los que ya lo tienen
decidido, que a nuestro modo de ver, la vocación al sacerdocio y, en
general, a la vida consagrada:
– No es un llamado a pasarla bien, sino a pasarla mal, como enseña el
Espíritu Santo: Hijo, si te acercares a servir al Señor Dios, prepara tu
alma a la tentación (Sir 2,1);
– que hay que morir cada día (1Cor 15,31 ), o como dice el Kempis: «es
preciso vivir muriendo»,
– que hay que crucificarse con Cristo (Ga 2,19),
– que nosotros somos como condenados a muerte (2Cor 4,11),
– que subir cada día al altar para ofrecer el sacrificio, es subir cada día
un poco más al Calvario.
Si un joven o una joven, está dispuesto a ello, puede ser que tenga
vocación, y, si ante esto se asusta, es señal de que, probablemente, no
tenga vocación. El que tiene verdadera vocación está dispuesto a hacer cosas
grandes, heroicas, incluso épicas por Cristo y su Iglesia.
Y a los jóvenes que quieren entrar en alguna de nuestras Congregaciones –en
formación– sólo les ofrezco y prometo: «pobreza y persecución», que es lo
que siempre pedí a Dios para nosotros. Y no piense mundanamente nadie que
pedir estas cosas es algo negativo, es lo más positivo, y tal vez lo más
hermoso que se puede pedir –aunque rechinen los dientes los que se
consideran nuestros enemigos–, porque es pedir poder vivir la octava
bienaventuranza que es la confirmación de las siete anteriores y es pedir
aquello más eficaz para convertir nuestro mundo, porque es dar testimonio de
que «el mundo no puede ser transformado ni ofrecido a Dios sin el espíritu
de las bienaventuranzas».
Como es trágicamente cierto que los hijos de las tinieblas... son más
hábiles que los hijos de la luz (Lc 16,8), esto también se percibe en este
tema de las vocaciones. En el mundo si un empresario ve que la empresa de su
competidor va mejor que la suya, busca descubrir el secreto del éxito de la
empresa que prospera, si se contentase tan sólo con calumniar al que le va
bien no por eso su empresa mejoraría. Y si esas leyes económicas, aun en
un nivel terrestre, son inexorables, ¡cuánto más lo serán las divinas, ya
que de Dios nadie se burla! (Ga 6,7).
Por todo eso, para mí, la razón última de las vocaciones numerosas se
encuentra en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. De hecho la cruz es la que
atrae vocaciones verdaderas. Nos parece que puede legítimamente aplicarse,
en parte, al llamado vocacional lo que dijera nuestro Señor: Cuando sea
elevado a lo alto atraeré a todos hacia mí (Jn 12,32).
Alguien podría decir: «Nosotros también creemos en la cruz, ¡y no tenemos
las vocaciones que necesitamos!», ciertamente no se trata de la cruz como
considerada en abstracto, sino la cruz de Cristo, en concreto, presentada,
vivida y percibida por los demás, como «el camino real», el camino de reyes,
el camino para los que quieran reinar con Cristo.
¿Qué queremos decir con la cruz de Cristo?
En primer lugar, queremos indicar la cruz que coronaba el Gólgota y en la
que Él murió, como fuente inexhausta de todas las vocaciones a la vida
consagrada de todos los siglos, como fuente primaria y fecundísima de todas
las vocaciones que han existido, existen y existirán. Esa cruz de Cristo,
con todo lo que en ella hizo y padeció, está en el comienzo, desarrollo y
perseverancia final de toda vocación consagrada. Que muchos consagrados
tengan miedo a la cruz de Cristo es señal, más que elocuente, de la
decadencia de la vida consagrada y del porqué de la falta de vocaciones en
muchas comunidades.
En segundo lugar, con «la cruz de Cristo» queremos indicar la que Él preparó
para cada uno de nosotros en su cruz, como muy bien dice San Luis María
Grignion de Montfort:
– «La que cada uno debe cargar con alegría, con entusiasmo y con valentía;
– «la cruz que mi Sabiduría le fabricó con número, peso y medida;
– «la cruz cuyas dimensiones: espesor, longitud, anchura y profundidad,
tracé por mi propia mano con extraordinaria perfección;
– «la cruz que le he fabricado con un trozo de la que llevé al Calvario,
como fruto del amor infinito que le tengo;
– «la cruz que es el mayor regalo que puedo hacer a mis elegidos en este
mundo;
– «la cruz constituida, en cuanto a su espesor por la pérdida de bienes, las
humillaciones, menosprecios, dolores, enfermedades y penalidades
espirituales que, por permisión mía, le sobrevendrán día a día hasta la
muerte;
– «la cruz, constituida, en cuanto a su longitud, por una serie de meses o
días en que se verá abrumado de calamidades, postrado en el lecho, reducido
a mendicidad, víctima de tentaciones, sequedades, abandonos y otras
congojas espirituales;
– «la cruz, constituida, en cuanto a su anchura, por las circunstancias más
duras y amargas de parte de sus amigos, servidores y familiares;
– «la cruz, constituida, por último, en cuanto a su profundidad, por las
aflicciones más ocultas con que le atormentaré, sin que pueda hallar
consuelo en las creaturas. Estas, por orden mía, le volverán las espaldas y
se unirán a mí para hacerle sufrir».
Hay enemigos de la cruz
Ahora bien, de esa cruz no hay que ser enemigos: Hoy muchos se portan como
enemigos de la cruz de Cristo (Flp 3,18).
Nos hacemos enemigos de la cruz de Cristo de varias maneras:
– rechazándola: El que no tome su cruz y me siga no es digno de mí (Mt
10,38), (...) no puede ser mi discípulo (Lc 14,27);
– vaciándola: algunos quieren vaciar la cruz de Cristo (1Cor 1,17);
– rebajándola: Baja de la cruz que creeremos en ti (Mt 27,42; Mc 15,32);
– evitándola: quieren evitar ser perseguidos a causa de la cruz de Cristo
(Ga 6,12);
– recortándola: al no predicar entero el Evangelio: Si aún predico la
circuncisión se acabó el escándalo de la cruz (Ga 5,11).
Pero no basta con no ser enemigos, hay que amar la cruz como nos lo enseña
la Biblia:
– Lo enseñó Jesús: ...niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme (Mt
16,24–27);
– lo vivieron los Apóstoles: Yo estoy crucificado con Cristo (Ga 2,19);
los que pertenecen a Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y
malos deseos (Ga 5,24); completando en nosotros lo que falta a la Pasión de
Cristo (Col 1,24);
– lo vivieron los santos que llevaron en sus cuerpos los sufrimientos de
Jesús (2Cor 11,30), porque nuestro hombre viejo fue crucificado juntamente
con Él (Ro 6,6);
– y es lo que debemos saber: pues no debemos querer saber nada fuera de
Jesucristo y Jesucristo crucificado (1Cor 2,2). La doctrina de la Cruz es
necedad para los que se pierden, pero es poder de Dios para los que se
salvan (1Cor 1,8). Es en definitiva amar la sabiduría de la Cruz que es
escándalo para los judíos y locura para los griegos (1Cor 1,23), ya que la
locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres y la debilidad
de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres (1Cor 1,25).
La cruz vivida
Esa cruz debe desplegarse en la vida del joven que quiere consagrarse al
Señor; así, por ejemplo:
– Hay que exigirle al máximo en su formación doctrinal, de modo tal, que no
tenga miedo a la confrontación con la cultura moderna. No contentarse con
una cantidad de ideas agarradas con alfileres en la cabeza, sino verdades de
a puño, por las que se vive y por las que se es capaz de dar la vida si
fuese necesario;
– hay que exigirle una vida de auténtica disciplina, asumida personalmente
como un valor propio, capaz de rehuir del capricho subjetivo, del adocenarse
burgués, de la miserable y habitual pérdida de tiempo. De manera especial,
llama la atención de los jóvenes el encontrarse con almas consagradas no
secularizadas ni en su pensar, ni en su decir, ni en su proceder, ni en su
vestir;
– hay que enseñarle que el auténtico apostolado es cruz, y no un picnic
superficial. Y que allí donde más difícil es el apostolado, tal vez el Señor
tenga dispuesto que salgan las más bellas flores y los frutos más
espléndidos, y que si estos no llegan a salir, nunca será estéril el
sacrificio hecho por Él, que florecerá y fructificará en otro lado. Aquí es
donde hay que decir que hay que formar jóvenes «que no sean esquivos a la
aventura misionera». Si un joven es esquivo a la misión, primero se
instalará, luego perderá interés por «las ovejas» que le están encomendadas,
finalmente se despreocupará de ellas imponiéndoles ridículos obstáculos
burocráticos, contentándose con plañir acerca de la maldad del mundo y lo
difícil de los tiempos presentes.
Pero hay más todavía. La cruz de Cristo proyecta, por así decirlo, su
sombra, no inconsistente sino substancial. Y esta sombra son dos cosas: amor
y alegría.
La alegría de la cruz
La cruz de Cristo es amor: Habiendo amado a los suyos los amó hasta el fin
(Jn 13,1); tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito (Jn
3,16); si el grano de trigo que cae en tierra no muere, no lleva fruto (Jn
12,24); y no hay amor más grande que dar la vida por los amigos (Jn 15,13);
Él nos ha dado ejemplo, a Él debemos imitar. Si en nuestras comunidades se
pusiese en práctica el amaos los unos a los otros como yo os he amado (Jn
15,12), ciertamente florecerían muchas vocaciones. Donde sólo hay gente
quejosa, avinagrada, deprimida, pesimista, ¿qué joven querrá entrar? Donde
pareciera que lo más importante es ver televisión y videos, ¿qué joven no se
dará cuenta de que esa comunidad está regida por un espíritu mundano? Y ¿a
quién puede entusiasmar el espíritu del mundo? Y si a alguien lo entusiasma,
es mejor que no quiera consagrarse a Dios.
Por último, la cruz de Cristo es alegría, y si no se vive en la alegría
podrá ser cruz, pero no será nunca de Cristo. Esa ha sido la enseñanza
constante de los Apóstoles, de los mártires, de los doctores y de los santos
de todos los tiempos:
– Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en
comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros (Ro 8,18);
– nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabedores ... que la esperanza
no quedará confundida (Ro 5,3 ss);
– por la momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso eterno de
gloria incalculable (2Cor 4,17);
– estoy lleno de consuelo, reboso de gozo en todas nuestras tribulaciones
(2Cor 7,4);
– tened por sumo gozo el veros rodeados de diversas tribulaciones (Sant
1,2);
– si sufrimos con Él reinaremos con Él (2Tim 2,12);
– habéis de alegraros en la medida en que participéis en los padecimientos
de Cristo, para que en la revelación de su gloria exultéis de gozo.
Bienaventurados vosotros si por el nombre de Cristo sois ultrajados, porque
el espíritu de la gloria, que es el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros
(1Pe 4,13–14);
– bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y con mentira digan
contra vosotros todo género de mal por mí. Alegraos y regocijaos, porque
grande será en los cielos vuestra recompensa, pues así persiguieron a los
profetas que hubo antes de vosotros (Mt 5,11–12).
El deseo de los santos
La cruz es el deseo de los santos:
– «No está bien que el Amor esté crucificado y que el Amado no se crucifique
con el Amor»;
– «Si la cabeza está coronada de espinas, ¿lo serán de rosas los miembros?
Si la cabeza está escarnecida y cubierto de lodo el camino del Calvario
¿querrán los miembros vivir perfumados en un trono de gloria?»;
– «Padecer y ser despreciado por vos»;
– «Padecer o morir»;
– «Las horas que paso sin padecer me parecen horas perdidas, sólo el dolor
hace más soportable mi vida» (Santa Margarita María de Alacoque);
– «No morir sino padecer» (Santa María Magdalena de Pazzi);
– «Los que gustan de la cruz de Cristo Nuestro Señor descansan viviendo en
estos trabajos, y mueren cuando de ellos huyen o se hallan fuera de ellos»;
– «Por la misericordia de mi amado Dios, no deseo saber otra cosa, ni gustar
ninguna consolación fuera de ser crucificado con Jesús» (San Pablo de la
Cruz);
– «Los que están poseídos de la pasión por la honra de Cristo y tienen
hambre de la salvación de las almas se apresuran a sentarse a la mesa de la
Santa Cruz» (Santa Catalina de Siena);
– «Quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobios con
Cristo lleno de ellos que honores, y deseo más ser estimado por vano y loco
por Cristo que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en
este mundo»;
– «Ni Jesús sin la Cruz, ni la Cruz sin Jesús»;
– «Inmolemos cada día nuestra persona y toda nuestra actividad, imitemos la
Pasión de Cristo con nuestros propios padecimientos, honremos su sangre con
nuestra propia sangre, subamos con denuedo a la Cruz» (San Gregorio
Nacianceno);
– «El sufrimiento no me es desconocido. En él encuentro mi alegría, pues en
la cruz se encuentra Jesús y Él es amor. ¿Y qué importa sufrir cuando se
ama?»... «¿Qué es el sacrificio, qué es la cruz sino el cielo cuando en ella
está Jesucristo?» (Santa Teresa de los Andes);
– «La vida es un Calvario. Conviene subirlo alegremente... La cruz es la
bandera de los elegidos. No nos separemos de ella y cantaremos victoria en
toda batalla»;
– «Yo quiero padecer y padecer mucho por Ti».
Para mí, si alguien que se quiere consagrar a Dios no encuentra amor ni
alegría en el estudio árido, en la disciplina austera, en la pobreza que
aguijonea, en el arduo apostolado y en la difícil misión, no ama la cruz de
Cristo y probablemente no tenga vocación.
Si esto no llegase a ser así, aunque pienso que es así, igual siempre será
una gracia abrazarse a la cruz de Cristo, ser intrépido en la defensa de la
verdad y de la fe, y tener caridad ardiente. Para nosotros las vocaciones
siempre son una gracia de Dios, inmerecida por nosotros, ya que Él hace
gracia a quien quiere hacer gracia y tiene misericordia de quien quiere
tener misericordia ... no está en que uno quiera ni en que uno corra, sino
en que Dios tenga misericordia (Ro 9,15–16). Que si es por gracia, ya no es
por obras; que si no, la gracia ya no resulta gracia (Ro 11,6). Por eso, con
toda la humildad de nuestro corazón rezamos por las vocaciones que Dios
quiera enviar a todos los buenos seminarios y noviciados del mundo, ya que
si hubiese algo más eficaz por las vocaciones Él lo hubiese enseñado, pero
no lo hizo. Por el contrario, enseñó: Rogad al dueño de la mies que envíe
obreros a su mies (Mt 9,38).
Por último, quiero dar el testimonio de que las vocaciones que Dios nos da,
nos las da por medio de la Virgen de Luján, por medio de la Inmaculada.
___________________
Notas
Luis De la Palma, Historia de la Pasión (Madrid 1967) 190.
Juan Pablo II, «Discurso a los líderes de la Renovación carismática del 18
de septiembre de 1993», L’Osservatore Romano 40 (1993) 540.
Estos son 25 seminarios diocesanos misioneros abiertos en diversos países;
cfr. Juan Pablo II, «Discurso a un grupo del Camino neocatecumenal»,
L’Osservatore Romano 3 (1994) 44.
cfr. Juan Pablo II, «Discurso a un grupo del Camino neocatecumenal»,
L’Osservatore Romano 3 (1994) 44.
cfr. Imitación de Cristo,II,12.
Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia
«Lumen Gentium», 31.
cfr. Imitación de Cristo, II,12.
Carta circular a los amigos de la Cruz, 18.
cfr. Mt 10,38; Mc 8,34–38; Lc 9,23; 17,33; Jn 12,25–26.
cfr. Congregación para el clero, Directorio para el ministerio y la vida de
los presbíteros, 66 y passim.
Santo Toribio de Mogrovejo, en carta a Felipe II poniendo las condiciones
que según él, debería reunir el futuro Arzobispo de Lima; entre otras
agregaba «y de buen cabalgar». Felipe II lo eligió a él.
San Luis María Grignion de Monfort, Carta circular a los amigos de la Cruz,
n. 27.
Ms. 12738 fol.615: Decl. de Francisco de Yepes; cit. Crisógono de Jesús,
Vida y Obras de San Juan de la Cruz (Madrid 1978) 290.
Libro de la Vida,40,20; cit. Santa Teresa, Obras completas (Madrid 1967)
188.
San Francisco Javier, Carta del 20 de septimebre de 1542, Documento 15, n.
15. Cartas y escritos de San Francisco Javier (Madrid 1979) 91.
San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales [167].
San Luis María Grignon de Montfort, El amor de la Sabiduría Eterna, XIV,1.
Beato Pío de Pietrelcina, Consejos. Exhortaciones (Miami) 10.
Santa Gemma Galgani, Autobiografía, 237; cit. en Cornelio Fabro, Santa Gemma
Galgani (Deusto–Bilbao 1997) 105.
cfr. Ex 33,19
(Tomado de www.padrebuela.com.ar)
Aplicación: San Juan Pablo II - Cristo nos guía
1. Alegría pascual
La liturgia de este domingo está llena de alegría pascual, cuya fuente es la
resurrección de Cristo. Todos nosotros nos alegramos de ser “su pueblo y
ovejas de su rebaño”. Nos alegramos y proclamamos “las grandezas de Dios”
(Hch 2,11).
“Sabed que el Señor es Dios, que Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y
ovejas de su rebaño” (Sal 99,3).
Toda la Iglesia se alegra hoy porque Cristo resucitado es su Pastor: el Buen
Pastor. De esta alegría participa cada una de las partes de este gran rebaño
del Resucitado, cada una de las falanges del pueblo de Dios, en toda la
tierra.
“Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos...,
porque el Señor es bueno..., su fidelidad por todas las edades” (Sal 99,4s).
Nosotros somos suyos.
La Iglesia, varias veces, propone a los ojos de nuestra alma la verdad sobre
el Buen Pastor. También hoy escuchamos las palabras que Cristo dijo de Sí
mismo: “Yo soy el Buen Pastor..., conozco mis ovejas y ellas me conocen”
(Canto antes del Evangelio).
Cristo crucificado y resucitado ha conocido, de modo particular, a cada uno
de nosotros y conoce a cada uno. No se trata sólo de un conocimiento
“exterior”, aunque sea muy esmerado, que permita describir e identificar un
objeto determinado.
Cristo, Buen Pastor, nos conoce a cada uno de nosotros de manera distinta.
En el Evangelio de hoy dice, a tal propósito, estas palabras insólitas: “Mis
ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida
eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre,
que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de
la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno” (Jn 10,27-30).
2. Redención
Miremos hacia el Calvario donde fue alzada la cruz. En esta cruz murió
Cristo, y después fue colocado en el sepulcro. Iremos hacia la cruz, en la
que se ha realizado el misterio del divino “legado” y de la divina
“heredad”. Dios, que había creado al hombre, restituyó a ese hombre, después
de su pecado -a cada hombre y a todos los hombres-, de modo particular, a su
Hijo. Cuando el Hijo subió a la cruz, cuando en ella ofreció su sacrificio,
aceptó simultáneamente al hombre confiándole a Dios, Creador y Padre. Aceptó
y abrazó, con su sacrificio y con su amor al hombre: a cada uno de los
hombres y a todos los hombres. En la unidad de la Divinidad, en la unión con
su Padre, este Hijo se hizo Él mismo hombre, y de aquí que ahora en la cruz,
se hace “nuestra Pascua” (1 Cor 5,7), nos ha devuelto al Padre como a Aquel
que nos creó a su imagen y semejanza de este propio Hijo eterno, nos ha
predestinado “a la adopción de hijos suyos por Jesucristo” (Ef 1,5).
Y para esta adopción mediante la gracia, para esta heredad de la vida
divina, para esta prenda de la vida eterna, luchó hasta el fin Cristo,
“nuestra Pascua”, en el misterio de su pasión, de su sacrificio y de su
muerte. La resurrección se ha convertido en la confirmación de su victoria:
victoria del amor del Buen Pastor que dice: “ellas me siguen. Yo les doy la
vida eterna y no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano”.
Nosotros somos suyos.
La Iglesia quiere que miremos durante todo este tiempo pascual, hacia la
cruz y la resurrección, y que midamos nuestra vida humana con el metro de
ese misterio, que se realizó en la cruz y en la resurrección.
Cristo es el Buen Pastor porque conoce al hombre: a cada uno y a todos. Lo
conoce con este conocimiento único pascual. Nos conoce porque nos ha
redimido. Nos conoce porque ha pagado por nosotros: hemos sido rescatados a
gran precio.
Nos conoce con el conocimiento y con la ciencia más interior, con el mismo
conocimiento con que Él, Hijo, conoce y abraza al Padre y, en el Padre,
abraza la verdad infinita y el amor. Y, mediante la participación en esta
verdad y este amor, Él hace nuevamente de nosotros, en Sí mismo, los hijos
de su eterno Padre; obtiene, de una vez para siempre, la salvación del
hombre: de cada uno de los hombres y de todos, de aquellos que nadie
arrebatará de su mano... En efecto, ¿quién podría arrebatarlos?
¿Quién puede aniquilar la obra de Dios mismo, que ha realizado el Hijo en
unión con el Padre? ¿Quién puede cambiar el hecho de que estemos redimidos?,
¿un hecho tan potente y tan fundamental como la misma creación?
3. Cristo, Buen Pastor
A pesar de toda la inestabilidad del destino humano y de la debilidad de la
voluntad y del corazón humano, la Iglesia nos manda hoy mirar a la potencia,
a la fuerza irreversible de la redención, que vive en el corazón y en las
manos y en los pies del Buen Pastor.
De Aquel que nos conoce...
Hemos sido hechos de nuevo la propiedad del Padre por obra de este amor, que
no retrocedió ante la ignominia de la cruz, para poder asegurar a todos los
hombres: “Nadie os arrebatará de mi mano” (cfr. Jn 10,28).
La Iglesia nos anuncia hoy la certeza pascual de la redención. La certeza de
la salvación.
Y cada uno de los cristianos está llamado a la participación de esta
certeza: ¡Realmente ha sido comprado a gran precio! ¡Realmente ha sido
abrazado por el Amor, que es más fuerte que la muerte, y más fuerte que el
pecado! Conozco a mi Redentor. Conozco al Buen Pastor de mi destino y de mi
peregrinación.
Con esta certeza de fe, certeza de la redención revelada en la resurrección
de Cristo, partieron los Apóstoles, como lo testifican, por lo demás, en la
primera lectura de hoy, tomada de los Hechos de los Apóstoles, Pablo y
Bernabé por los caminos de su primer viaje a Asia Menor. Se dirigen a los
que profesan la Antigua Alianza, y cuando no son aceptados, se dirigen a los
paganos, se dirigen a los hombres nuevos y a los pueblos nuevos.
En medio de estas experiencias y de estas fatigas comienza a fructificar el
Evangelio. Comienza a crecer el Pueblo de Dios de la Nueva Alianza.
¿Cuántos hombres han respondido con gozo al mensaje pascual? ¿A cuántos
hombres y pueblos ha llegado y llega siempre el Buen Pastor?
En el Apocalipsis se narra la visión de Juan:
“Yo Juan vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda
nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero,
vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con
fuerte voz: ‘La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono,
y del Cordero’. Y todos los Ángeles que estaban en pie alrededor del trono
de los Ancianos y de los cuatro Vivientes, se postraron delante del trono,
rostro en tierra, y adoraron a Dios diciendo: ‘Amén. Alabanza, gloria,
sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los
siglos de los siglos. Amén’. Uno de los Ancianos tomó la palabra y me dijo:
‘Esos que están vestidos con vestiduras blancas ¿quiénes son y de dónde han
venido?’ Yo le respondí: ‘Señor mío, tú lo sabrás’. Me respondió: ‘Esos son
los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han
blanqueado con la sangre del Cordero’”.
Confesamos la resurrección de Cristo, renovamos la certeza pascual de la
redención, renovamos la alegría pascual, que brota del hecho de que nosotros
somos “su Pueblo y ovejas de su rebaño” (Sal 99,3).
(Homilía de sanJuan Pablo II en la parroquia de Santa María “in
Trastevere” el 27 de abril de 1980)
Aplicación: Benedicto XVI - Jornada mundial de oración por las vocaciones
Queridos hermanos y hermanas: En este cuarto domingo de Pascua, llamado «del
Buen Pastor», se celebra la Jornada mundial de oración por las vocaciones,
que este año tiene como tema: «El testimonio suscita vocaciones», tema
«estrechamente unido a la vida y a la misión de los sacerdotes y de los
consagrados» (Mensaje para la XLVII Jornada mundial de oración por las
vocaciones, 13 de noviembre de 2009: L'Osservatore Romano, edición en lengua
española, 21 de febrero de 2010, p. 5).
La primera forma de testimonio que suscita vocaciones es la oración (cf.
ib.), como nos muestra el ejemplo de santa Mónica que, suplicando a Dios con
humildad e insistencia, obtuvo la gracia de ver convertido en cristiano a su
hijo Agustín, el cual escribe: «Sin vacilaciones creo y afirmo que por sus
oraciones Dios me concedió la intención de no anteponer, no querer, no
pensar, no amar otra cosa que la consecución de la verdad» (De Ordine II,
20, 52: ccl 29, 136).
Invito, por tanto, a los padres a rezar para que el corazón de sus hijos se
abra a la escucha del buen Pastor, y «hasta el más pequeño germen de
vocación... se convierta en árbol frondoso, colmado de frutos para bien de
la Iglesia y de toda la humanidad» (Mensaje citado). ¿Cómo podemos escuchar
la voz del Señor y reconocerlo? En la predicación de los Apóstoles y de sus
sucesores: en ella resuena la voz de Cristo, que llama a la comunión con
Dios y a la plenitud de vida, como leemos hoy en el Evangelio de san Juan:
«Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy
vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano» (Jn 10,
27- 28).
Sólo el buen Pastor custodia con inmensa ternura a su grey y la defiende del
mal, y sólo en él los fieles pueden poner absoluta confianza. En esta
Jornada de especial oración por las vocaciones, exhorto en particular a los
ministros ordenados, para que, estimulados por el Año sacerdotal, se sientan
comprometidos «a un testimonio evangélico más intenso e incisivo en el mundo
de hoy» (Carta de convocatoria). Recuerden que el sacerdote «continúa la
obra de la Redención en la tierra»; acudan «con gusto al sagrario»;
entréguense «totalmente a su propia vocación y misión con una ascesis
severa»; estén disponibles a la escucha y al perdón; formen cristianamente
al pueblo que se les ha confiado; cultiven con esmero la «fraternidad
sacerdotal» (cf. ib.).
Tomen ejemplo de sabios y diligentes pastores, como hizo san Gregorio
Nacianceno, quien escribió a su amigo fraterno y obispo san Basilio:
«Enséñanos tu amor a las ovejas, tu solicitud y tu capacidad de comprensión,
tu vigilancia..., la severidad en la dulzura, la serenidad y la mansedumbre
en la actividad..., las luchas en defensa de la grey, las victorias...
conseguidas en Cristo» (Oratio IX, 5: PG 35, 825ab). Expreso mi
agradecimiento a todos los presentes y a cuantos con la oración y el afecto
sostienen mi ministerio de Sucesor de Pedro, y sobre cada uno invoco la
protección celestial de la Virgen María, a la que nos dirigimos ahora en
oración.
(Regina Coeli, Plaza de San Pedro, Domingo 25 de abril de 2010)
Volver Arriba
Aplicación: S.S. Francisco p.p. - Mis ovejas escuchan mi voz
Queridos hermanos y hermanas: El cuarto domingo del tiempo de Pascua se
caracteriza por el Evangelio del Buen Pastor, que se lee cada año. El pasaje
de hoy refiere estas palabras de Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo
las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán
para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, lo que me ha
dado, es mayor que todo, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre.
Yo y el Padre somos uno» (Jn 10, 27-30). En estos cuatro versículos está
todo el mensaje de Jesús, está el núcleo central de su Evangelio: Él nos
llama a participar en su relación con el Padre, y ésta es la vida eterna.
Jesús quiere entablar con sus amigos una relación que sea el reflejo de la
relación que Él mismo tiene con el Padre: una relación de pertenencia
recíproca en la confianza plena, en la íntima comunión. Para expresar este
entendimiento profundo, esta relación de amistad, Jesús usa la imagen del
pastor con sus ovejas: Él las llama y ellas reconocen su voz, responden a su
llamada y le siguen. Es bellísima esta parábola. El misterio de la voz es
sugestivo: pensemos que desde el seno de nuestra madre aprendemos a
reconocer su voz y la del papá; por el tono de una voz percibimos el amor o
el desprecio, el afecto o la frialdad. La voz de Jesús es única. Si
aprendemos a distinguirla, Él nos guía por el camino de la vida, un camino
que supera también el abismo de la muerte.
Pero, en un momento determinado, Jesús dijo, refiriéndose a sus ovejas: «Mi
Padre, que me las ha dado…» (cf. 10, 29). Esto es muy importante, es un
misterio profundo, no fácil de comprender: si yo me siento atraído por
Jesús, si su voz templa mi corazón, es gracias a Dios Padre, que ha puesto
dentro de mí el deseo del amor, de la verdad, de la vida, de la belleza… y
Jesús es todo esto en plenitud. Esto nos ayuda a comprender el misterio de
la vocación, especialmente las llamadas a una especial consagración. A veces
Jesús nos llama, nos invita a seguirle, pero tal vez sucede que no nos damos
cuenta de que es Él, precisamente como le sucedió al joven Samuel.
Hay muchos jóvenes hoy, aquí en la plaza. Sois muchos vosotros, ¿no? Se ve…
Eso. Sois muchos jóvenes hoy aquí en la plaza. Quisiera preguntaros: ¿habéis
sentido alguna vez la voz del Señor que, a través de un deseo, una
inquietud, os invitaba a seguirle más de cerca? ¿Le habéis oído? No os oigo.
Eso... ¿Habéis tenido el deseo de ser apóstoles de Jesús? Es necesario
jugarse la juventud por los grandes ideales. Vosotros, ¿pensáis en esto?
¿Estáis de acuerdo? Pregunta a Jesús qué quiere de ti y sé valiente.
¡Pregúntaselo! Detrás y antes de toda vocación al sacerdocio o a la vida
consagrada, está siempre la oración fuerte e intensa de alguien: de una
abuela, de un abuelo, de una madre, de un padre, de una comunidad… He aquí
porqué Jesús dijo: «Rogad, pues, al Señor de la mies —es decir, a Dios
Padre— para que mande trabajadores a su mies» (Mt 9, 38).
Las vocaciones nacen en la oración y de la oración; y sólo en la oración
pueden perseverar y dar fruto. Me complace ponerlo de relieve hoy, que es la
«Jornada mundial de oración por las vocaciones». Recemos en especial por los
nuevos sacerdotes de la diócesis de Roma que tuve la alegría de ordenar esta
mañana. E invoquemos la intercesión de María. Hoy hubo diez jóvenes que
dijeron «sí» a Jesús y fueron ordenados sacerdotes esta mañana… Es bonito
esto. Invoquemos la intercesión de María que es la Mujer del «sí». María
dijo «sí», toda su vida. Ella aprendió a reconocer la voz de Jesús desde que
le llevaba en su seno. Que María, nuestra Madre, nos ayude a reconocer cada
vez mejor la voz de Jesús y a seguirla, para caminar por el camino de la
vida.
(Regina Coeli, Plaza de San Pedro, IV Domingo de Pascua, 21 de abril de
2013)
Aplicación: Benedicto XVI - Jornada mundial de oración por las
vocaciones
Queridos hermanos y hermanas: En este cuarto domingo de Pascua,
llamado «del Buen Pastor», se celebra la Jornada mundial de oración por las
vocaciones, que este año tiene como tema: «El testimonio suscita
vocaciones», tema «estrechamente unido a la vida y a la misión de los
sacerdotes y de los consagrados» (Mensaje para la XLVII Jornada mundial de
oración por las vocaciones, 13 de noviembre de 2009: L'Osservatore Romano,
edición en lengua española, 21 de febrero de 2010, p. 5).
La primera forma de testimonio que suscita vocaciones es la oración (cf.
ib.), como nos muestra el ejemplo de santa Mónica que, suplicando a Dios con
humildad e insistencia, obtuvo la gracia de ver convertido en cristiano a su
hijo Agustín, el cual escribe: «Sin vacilaciones creo y afirmo que por sus
oraciones Dios me concedió la intención de no anteponer, no querer, no
pensar, no amar otra cosa que la consecución de la verdad» (De Ordine II,
20, 52: ccl 29, 136).
Invito, por tanto, a los padres a rezar para que el corazón de sus hijos se
abra a la escucha del buen Pastor, y «hasta el más pequeño germen de
vocación... se convierta en árbol frondoso, colmado de frutos para bien de
la Iglesia y de toda la humanidad» (Mensaje citado). ¿Cómo podemos escuchar
la voz del Señor y reconocerlo? En la predicación de los Apóstoles y de sus
sucesores: en ella resuena la voz de Cristo, que llama a la comunión con
Dios y a la plenitud de vida, como leemos hoy en el Evangelio de san Juan:
«Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy
vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano» (Jn 10,
27- 28).
Sólo el buen Pastor custodia con inmensa ternura a su grey y la defiende del
mal, y sólo en él los fieles pueden poner absoluta confianza. En esta
Jornada de especial oración por las vocaciones, exhorto en particular a los
ministros ordenados, para que, estimulados por el Año sacerdotal, se sientan
comprometidos «a un testimonio evangélico más intenso e incisivo en el mundo
de hoy» (Carta de convocatoria). Recuerden que el sacerdote «continúa la
obra de la Redención en la tierra»; acudan «con gusto al sagrario»;
entréguense «totalmente a su propia vocación y misión con una ascesis
severa»; estén disponibles a la escucha y al perdón; formen cristianamente
al pueblo que se les ha confiado; cultiven con esmero la «fraternidad
sacerdotal» (cf. ib.).
Tomen ejemplo de sabios y diligentes pastores, como hizo san Gregorio
Nacianceno, quien escribió a su amigo fraterno y obispo san Basilio:
«Enséñanos tu amor a las ovejas, tu solicitud y tu capacidad de comprensión,
tu vigilancia..., la severidad en la dulzura, la serenidad y la mansedumbre
en la actividad..., las luchas en defensa de la grey, las victorias...
conseguidas en Cristo» (Oratio IX, 5: PG 35, 825ab). Expreso mi
agradecimiento a todos los presentes y a cuantos con la oración y el afecto
sostienen mi ministerio de Sucesor de Pedro, y sobre cada uno invoco la
protección celestial de la Virgen María, a la que nos dirigimos ahora en
oración.
(Regina Coeli, Plaza de San Pedro, Domingo 25 de abril de 2010)
Volver Arriba
Aplicación: San Alberto Hurtado - Cómo remediar el problema de la
falta de vocaciones
Es necesario ante todo que los fieles, los sacerdotes, y los miembros de la
Acción Católica, se posesionen bien de la importancia extrema de este
problema.
"La obra de las obras" llamó Pío XI al cultivo de las vocaciones. "La causa
misma de Dios y de la Iglesia", la llamó el actual Pontífice siendo
cardenal, el cual como Secretario de Estado dirigió un documento personal a
nuestros prelados instándolos a trabajar en Chile en este sentido, pues es
la más urgente necesidad de la Iglesia en nuestra Patria. S.E. el Cardenal
Pizzardo como presidente del Oficio de la Acción Católica escribió al
Episcopado Chileno, "sobre la necesidad de laborar con decidido empeño y
constancia en la obra de las vocaciones eclesiásticas... porque a ella va
indisolublemente ligada la salvación de las almas, redimidas con la Sangre
inmaculada de Jesucristo".
Los señores Obispos de Chile en innumerables ocasiones se han dirigido a los
fieles sobre este tema en cartas pastorales. El 15 de noviembre de 1939, lo
han hecho en un documento colectivo. "Hemos creído que era nuestro
primordial deber dirigirnos colectivamente a nuestro clero y a nuestros
diocesanos para hablarles sobre este tema, interesarlos en él y pedirles en
todas las formas posibles su entusiasta y decidida cooperación. Nos urge más
el hacerlo tanto cuanto que hace mucho tiempo su Santidad el Papa Pío XI de
venerada memoria, justamente alarmado ante la situación de la Iglesia de
Chile, en lo que se refiere a este problema nos exhorta por medio de su
digno representante ante nosotros a buscar con decisión los medios
inmediatos y mediatos a fin de ponerle eficaz remedio. Y en la visita ad
limina que varios de nosotros hemos hecho este año a Roma el Pontífice
gloriosamente reinante nos ha reiterado estos mismos sentimientos".
Es, pues, incuestionable que el celo por ver incrementarse las vocaciones
sacerdotales ha de ser característico de todo católico que ame a su Madre la
Iglesia. No es más que el eco de la sublima enseñanza del Maestro que nos
ordenó rogar al Señor de la mies que envíe operarios a la mies.
¿Qué ha de hacerse?
Es necesario comenzar por conocer lo que es la vocación al sacerdocio para
poder orientar las almas que sientan el llamamiento del Señor.
La vocación es un llamamiento que Cristo dirige al fondo de la conciencia de
un joven para que consagre su vida al apostolado o a la práctica de la
perfección cristiana. Es un renovarse en el transcurso de los siglos de las
palabras de Cristo al joven del evangelio. "Si quieres ser perfecto, ve,
vende lo que tienes, dalo a los pobres, sígueme y tendrás un tesoro en el
Reino de los Cielos". La vocaci��n no es en general un llamamiento
obligatorio para el joven sino una invitación a su generosidad que no
compromete directamente la salvación eterna de su alma en caso de no
seguirla. Más que el problema de qué me exige Dios, la vocación me plantea
este otro: ¿Qué quiero darle yo a Cristo? ¿Qué quiero hacer por Jesús para
manifestarle la sinceridad de mi adhesión a El?
Ahora bien, ¿cómo se manifiesta esta elección personal? Algunos han creído
erróneamente que no podía haber vocación al sacerdocio sin una moción
sensible del Espíritu Santo, sin un don místico extraordinario como el que
tuvieron San Luis Gonzaga o Estanislao de Kostka. Otros erróneamente también
han pensado que para tener vocación se necesita tener atractivo por el
sacerdocio, gusto natural por la vida y ministerios del sacerdote.
La enseñanza oficial de la Iglesia es muy diferente. Pío XI en un documento
oficial sobre el sacerdocio destinado a los católicos del mundo, dice: "La
vocación se revela más que en un sentimiento del corazón o en un sensible
atractivo que a veces puede faltar, en la recta intención de quien aspira al
sacerdocio unido a aquel conjunto de dotes físicas, intelectuales y morales
que lo hacen idóneo para tal estado. Quien se dirige al sacerdocio
únicamente por el noble motivo de consagrarse al servicio de Dios y a la
salvación de las almas, y juntamente, a lo menos con el fin de alcanzar
seriamente una sólida piedad, una pureza de vida a toda prueba, una ciencia
suficiente, éste muestra que ha sido llamado por Dios al estado sacerdotal".
El documento es bien preciso. El Sumo Pontífice con su autoridad de Maestro
supremo de la cristiandad enseña que no se necesita atractivo sensible, ni
un sentimiento del corazón, sino cualidades y recta intención.
La misma doctrina había sido sostenida en el Código de Derecho Canónico
(Canon 538): "Todo católico que no tenga impedimento legítimo y que sea
impulsado por una recta intención y se encuentre apto para llevar la carga
de la vida religiosa, puede ser admitido en religión". Para entrar en la
vida religiosa se necesita vocación; y el Código no exige para que un sujeto
tenga vocación, sino la ausencia de legítimos impedimentos, recta intención
y aptitud para la vida religiosa.
Pío X había aprobado la misma doctrina al aceptar oficialmente las
siguientes proposiciones contenidas en la obra del Canónigo José Lahitton:
"La vocación sacerdotal": "La condición que hay que examinar de parte del
ordenando y que se llama también vocación sacerdotal, no consiste en ningún
modo, al menos necesariamente o por regla ordinaria en cierto atractivo
interior del sujeto, o invitaciones del Espíritu, para que el ordenado sea
regularmente llamado por el Obispo. No se exige de él más que la intención
recta y la idoneidad que consiste en tales dotes de naturaleza y gracia y en
tan comprobada probidad de vida y suficiencia de doctrina que hagan concebir
la esperanza fundada de que el sujeto sea capaz de cumplir las funciones del
sacerdocio y guardar santamente sus obligaciones".
La opinión, pues, de que es necesaria una atracción sensible, fue rechazada
de plano por esta decisión de Pío X. Es indudable que en la mayor parte de
las mejores vocaciones no hay tal atracción, antes bien el sujeto
experimenta una repulsión natural, un deseo espontáneo de la naturaleza que
lo aleja del sacerdocio y lo inclina al matrimonio o a la vida del mundo. En
la época ruda y materialista que vivimos, es normal sentir una fuerte
repugnancia a una vida que toda ella es sacrificio, negación de sí mismo, a
veces hasta el heroísmo. La parte animal del hombre no deja de hablar a
pesar del llamamiento sobrenatural de Dios, y a veces estas voces animales
resuenan con más fuerza que la suave voz de Dios que se hace oír en el
silencio y recogimiento tan raros en este siglo de ruido y movimiento. Pero
junto a estas mociones espontáneas de la naturaleza hay en los escogidos por
Dios un deseo de la voluntad de hacer lo que Dios quiera, de ser generosos
con su Redentor.
Estas condiciones generales de la vocación: cualidades y recta intención de
servir a Dios son el único requisito de cuya existencia ha de cerciorarse el
Obispo al ordenar a un sujeto, el director espiritual para aprobar una
consulta sobre vocación, el propio interesado para saber si puede o no
ingresar en el camino del sacerdocio. Pero hay siempre algo que hace que un
joven se proponga el problema de su vocación, y es, podríamos decirlo, la
condición previa e indispensable para resolver una vocación. No se ha de
examinar como la vocación misma, pero es lo que plantea el problema, y es la
manifestación primera de la elección divina de un sujeto. Esta condición
consiste en una preocupación interior que lleva al joven escogido por Dios a
proponerse el problema del sacerdocio: una inquietud de ánimo que lo mueve a
mirar al cielo; una predicación que lo hace aspirar a mayor perfección; la
muerte de una persona querida que le enseña la vanidad de la vida; un libro
que cae en sus manos; unos ejercicios que lo mueven a buscar la santidad, y
hacen que conciba como algo posible para él, aunque con grandes repugnancias
a veces, la idea del sacerdocio o de la vida religiosa. Estos medios
externos existen siempre en el comienzo de una vocación, y son la condición
previa para que ella exista, como el aire es condición para la vida, sin que
sea la vida misma. La elección divina de un joven para el sacerdocio o para
la vida religiosa se manifiesta, pues, primero dotándolo de las cualidades
que lo hacen idóneo para el estado sacerdotal, luego poniéndolo en tales
circunstancias que se le presente el sacerdocio como posible para él; y
luego ayudándolo a formar una voluntad sobrenatural actual de abrazar ese
estado por un fin recto: la mayor gloria de Dios, la salvación de su alma,
el apostolado entre los demás. Esto y no más es la salvación divina al
sacerdocio o a la vida religiosa.
Hemos hablado de las cualidades requeridas para el sacerdocio ¿de qué
cualidades se trata? De las que lo hacen idóneo para los ministerios y
género de vida que va a seguir: aptitudes intelectuales, el talento
suficiente para los estudios que son necesarios para el sacerdocio, o bien
para la vida religiosa; aptitudes físicas, salud suficiente para llevar la
vida que va a abrazar, que no exige fuerzas físicas extraordinarias, pero sí
un equilibrio de facultades, una salud mental y nerviosa, la ausencia de
taras neuróticas; independencia económica, de modo que no sea absolutamente
necesario para la vida de sus padres o de las personas que Dios ha puesto a
su cuidado; una ausencia de dificultades invencibles para las cosas de
piedad; y sobre todo las cualidades morales; la posibilidad con la gracia de
Dios de seguir guardando la castidad o de recuperarla si la ha perdido, y si
se trata de la vida religiosa, el poder también con la ayuda divina, guardar
los votos de obediencia y pobreza, lo que supone que se trata de una persona
con la docilidad necesaria para seguir las instrucciones de su superior y
que pueda adaptarse a la austeridad de la vida religiosa, que no es la
miseria, pero sí el trabajo personal y un marco sencillo de vida.
¡Cuántos jóvenes católicos han recibido de Dios estas cualidades y si
encontrasen la cooperación humana podrían ser santos sacerdotes!
La cooperación humana
Dos graves errores se cometen al juzgar la cooperación humana a la vocación
divina. Uno que condena S.S. Pío XI es el de aquellos que inficionados de
errores positivistas y naturalistas tratan la vocación sacerdotal con el
mismo criterio que los fenómenos naturales que pueden ser sujetos a
experimentación, como si la gracia no interviniese para nada en esta
materia.
Se acercan a este error aquellos que en su proceder no confían en los medios
sobrenaturales, sino que creen que la vocación es un asunto de pura
propaganda humana, como si se tratase de reclutar voluntarios para una
empresa comercial.
Al otro extremo están los que a pesar de las reiteradas y solemnes
declaraciones de la Iglesia que piden y reclaman con insistencia la
cooperación humana no quieren prestarla, o no se atreven a intervenir en un
asunto en el que creen ellos que no tienen ninguna ingerencia, pues no
harían sino estorbar la acción del Espíritu Santo, el único maestro y
director de las conciencias.
La Iglesia, con todo, en repetidas ocasiones ha manifestado un sentir
contrario: En el Código de D.C. (canon 1353) exhorta a todos los sacerdotes
y especialmente a los párrocos "a apartar con peculiares cuidados de los
contagios del siglo a aquellos niños que dan indicios de vocación
eclesiástica, a formarlos en la piedad y cultivar en ellos el germen de la
vocación divina".
S.S. Pío XI en su encíclica sobre el sacerdocio dice: "Es necesario no
olvidar las diligencias humanas, y por consiguiente cultivar la preciosa
semilla de la vocación que Dios deposita largamente en los corazones
generosos de tantos jovenes; y por consiguiente, alabamos y recomendamos con
toda nuestra alma aquellas obras saludables que en mil formas y con mil
santas industrias surgidas por "el Espíritu Santo, miran a custodiar y
promover y a ayudar las vocaciones sacerdotales".
El Cardenal Pizzardo en la carta al Episcopado chileno insiste en que "es
evidente la necesidad de laborar con noble constancia y decidido entusiasmo
por la obra de las vocaciones eclesiásticas... Porque si bien es cierto que
la vocación sacerdotal es don gratuito de la infinita bondad de Dios, de
quien desciende todo don perfecto... no es menos cierto que como toda gracia
ésta de la vocación exige ordinariamente para su eficacia la cooperación del
hombre. Y este grave y dulce deber de fomentar, asistir, cuidar y educar las
vocaciones eclesiásticas con acendrada diligencia y maternal asiduidad
incumbe en primer lugar y de manera principal a los pastores que deberán
rendir cuenta al Señor de las almas que les confiara, y a los párrocos y
sacerdotes que con aquellos comparten la asistencia espiritual del pueblo
fiel. No están exentos de este deber de coadyuvar los simples fieles, ya que
como miembros del Cuerpo Místico de Cristo, deben concurrir a la edificación
del mismo... Pero toca de manera singular a la amada Acción Católica ponerse
enteramente a las órdenes del Episcopado y del Clero para la obra de las
vocaciones eclesiásticas. Ella, en efecto, ha sido llamada oficialmente por
la Iglesia a colaborar en el apostolado de la Jerarquía para la difusión del
Reino de Cristo, mediante la formación de fervientes cristianos, que en
todas las circunstancias, todos los estados y profesiones, vivan
íntegramente la vida católica. Y sin el sacerdote es imposible la formación
de cristianos íntegros y aun es imposible la Acción Católica misma, de la
cual el sacerdote es el inspirador y animador, pues, es él quien forma
espiritualmente a sus miembros y los sostiene, guía y dirige en su
apostolado. Aprovecho esta propicia oportunidad para dirigir, en mi calidad
de Presidente del "Oficio Central de la A.C." un cordial y caluroso
llamamiento a la misma para que colabore celosamente en tan santa empresa.
Abrigo la fundada esperanza de que todas y cada una de las ramas responderán
a mi sentida aspiración y a la del Venerable Episcopado y se harán un
honroso deber de prestar su decidida cooperación, a la obra de las
vocaciones eclesiásticas" (nota 30).
El Episcopado chileno en documento colectivo afirma la misma idea:
"Necesitamos muchos y santos sacerdotes. Para ello es menester emprender un
trabajo intenso y constante a fin de resolver este problema de la escasez de
operarios en la viña del Señor... Trabajo de sacerdotes y fieles, de grandes
y chicos. Suele pensarse, erradamente, que sólo a los obispos y a lo más a
los sacerdotes, corresponde resolver este problema. Por el contrario: a
todos interesa sobre manera y por lo tanto, todos deben tener su parte de
labor decidida. ¿No son acaso los mismos fieles que abnegadamente trabajan
en las obras católicas, especialmente en la Acción Católica, los que están
palpando esta necesidad al verse sin maestros, sin guías, sin asesores"
(nota 31).
Para un católico, no cabe, pues, dudar sobre si los fieles y más aún los
sacerdotes deben colaborar positivamente a la obra de las vocaciones. Están
obligados a hacerlo y deberán dar cuenta al Señor de no haberlo hecho, sobre
todo en los gravísimos tiempos que estamos corriendo, de abandono espiritual
de las masas.
Y si de la región de los principios que nos recuerdan los documentos
pontificios y episcopales, bajamos al orden de las realidades veremos que
como afirma el Padre Doncoeur: "Se puede decir que los grandes renacimientos
de vocaciones tienen todos por origen el corazón de un obispo" (nota 32) o
de un celoso sacerdote que impresionado por el problema de la escasez de
operarios en la viña lanza un vibrante llamado a los católicos y consagra su
vida a tan noble causa. La obra maravillosa del P. Delbrel, S.J. en Francia,
suscitó un intenso movimiento vocacional continuado ahora por el P.
Doncoeur. No es la gracia la que falta: es la colaboración humana. Pues,
como muy bien dice el P. Doncoeur: "No hemos comprendido aún bastante que
Dios pide la colaboración humana para el llamamiento y para la respuesta".
¿Cómo colaborar?
La primera colaboración es la que enseñó explícitamente el Maestro: Rogad al
Señor de la mies, que envíe operarios a la mies, porque la mies es mucha y
los operarios pocos. La vocación sacerdotal es obra de Dios, ya que como
Nuestro Señor dijo a sus apóstoles: "No me elegisteis vosotros a Mí, sino
que yo soy quien os ha elegido a vosotros". Hay, pues, que pedir al Maestro
que multiplique sus luces y dé más y más gracias a los llamados para que se
dejen escoger.
Debiera, pues, elevarse sin interrupción en toda nuestra Patria una
verdadera cruzada de oraciones públicas y privadas; un verdadero clamor de
plegarias en los centros de Acción Católica, en los hogares, en los colegios
y en las comunidades religiosas. La oración por las vocaciones debiera
rezarla todo cristiano. La primera oración vocacional debería ser el Santo
Sacrificio de la Misa, acompañado de nuestro propio sacrificio en unión de
la Víctima divina para que su sangre redima más y más almas.
Junto a la oración debe unirse la predicación frecuente de lo que es el
sacerdote, su misión, la colaboración de la familia. ¡Cuántos jóvenes
podrían ser excelentes sacerdotes si se les abriera el campo de
posibilidades y comprendieran que también ellos pueden ser sacerdotes. Los
directores espirituales tienen un campo inmenso de trabajo en este sentido,
elevando el nivel espiritual de los jóvenes, mostrándoles los amplios
horizontes del cristianismo integral, de la perfección que propone Cristo,
sugiriéndoles lecturas apropiadas en particular, biografías de sacerdotes
apóstoles que pueden hacer concretar muchos ideales.
Los centros de Acción Católica tienen una misión especial en materia de
vocaciones. A ellos les toca orar por los sacerdotes, formar ambiente a esta
idea, dedicar cada año por lo menos una jornada de retiro, de oración, de
estudio a esta materia. La Acción Católica especialmente en Italia ha sido
una escuela fecunda de numerosísimas vocaciones sacerdotales. En Argentina,
país que sufre aún más que el nuestro del problema de la crisis sacerdotal,
en los últimos 10 años la A.C. ha dado más de 450 vocaciones a los
seminarios y congregaciones religiosas. Muchos de estos jóvenes son
profesionales distinguidos, y todos ellos se han formado en las filas de la
Acción Católica, la mayor parte como instructores de aspirantes: allí han
comprendido la sublimidad del apostolado cristiano y se han decidido a
entregarse ellos mismos.
Todos los grandes movimientos de juventudes católicas de estos últimos años
han florecido con vocaciones sacerdotales y religiosas. Nueva Alemania en 15
años dio más de 2.000 vocaciones. El movimiento iniciado entre los 570
alumnos del politécnico de París, de los cuales hace unos 30 años apenas 4
se declaraban católicos llegando ahora a ser unos 440 católicos, ha dado más
de un centenar de vocaciones.
Los católicos están comprendiendo su responsabilidad para con la Iglesia y
así, en Estados Unidos hay 23.579 seminaristas; 3.114 sobre el año anterior;
1 seminarista por cada 870 católicos. En Indochina, 2.600 seminaristas
indígenas: 1 por cada 270 católicos. En China, 6.727 seminaristas; 1 por
cada 420 católicos.
¿Y en Chile? Unos 500 de los cuales sólo 155 en seminarios mayores, o sea, 1
por cada 10.000 chilenos.
Los propagandistas en España apenas formados comenzaron a dar magníficas
vocaciones entre ellas algún diputado, el director de "El Debate" el gran
periódico católico español, y muchos otros. Un movimiento de juventudes que
no da vocaciones es señal de que no ha captado el espíritu cristiano: sus
miembros no se han penetrado de lo que es la Iglesia, y no se han empapado
en los grandes dogmas de nuestra vida sobrenatural; cuerpo místico, gracia
santificante, santo sacrificio de la misa, perdón de los pecados, salvación
de las almas.
Es natural que no todos los buenos aspiren al sacerdocio. Joven bueno no es
sinónimo de candidato al seminario, pues entonces ¿acaso sólo los malos o
los flojos se habían de quedar para formar los futuros hogares?, ¿qué
resultaría entonces del mundo? La gracia divina se distribuye con sabiduría
infinita para que todos los estados de la vida puedan contar con miembros
santos de este Cuerpo místico que es la Iglesia. Pero no hay ningún peligro
de que se exagere entre nosotros la necesidad de pensar en el sacerdocio ya
que las vocaciones escasean tanto. Esperamos confiados, sin embargo, en que
éstas han de aumentar, ya que como dice Santo Tomás "Dios nunca abandona su
Iglesia hasta el punto que carezca de ministros idóneos".
Un trabajo muy propio de la Acción Católica y muy necesario para el aumento
del sacerdocio es la cristianización del hogar. Si escasean tanto los
sacerdotes en nuestro tiempo es particularmente porque el ambiente
materialista, mundano y hasta pagano impide que germine la vocación. Y si
germina, el materialismo de muchos padres lo ahoga, sin darse cuenta de la
responsabilidad gravísima que contrae del alma de su hijo, y de aquellos que
su hijo pudo haber salvado si hubiera seguido los impulsos de la gracia.
Una vocación florece de ordinario en un hogar cristiano: el primer seminario
es el regazo de una madre piadosa que sabe orar, y descubre el silencioso
trabajo de la gracia en el alma de su hijo y colabora con ella y la protege
hasta llevarla a feliz término. Ojalá las madres le oyeran el lindo relato
de Pierre Lhande, S.I. Mon Petit Pretre, traducido al castellano con el
título de Mi Curita; o la correspondencia de madres como la señora Amalia
Errázuriz de Subercaseaux, que han sabido comprender lo que significa ¡ser
madre de un sacerdote!
La ayuda económica
Absolutamente necesaria es la cooperación económica a la obra de las
vocaciones. Es necesario ayudar a los noviciados y seminarios a hacer frente
a la educación de los futuros sacerdotes, lo que demanda cuantiosos gastos.
Dar educación completa, y si se trata de los religiosos, vestir y alimentar
a los jóvenes que durante 7 a 15 años han de seguir una formación concretada
exclusivamente a los estudios que conducen al sacerdocio supone un inmenso
sacrificio económico. Hay que correr con todos los gastos de los futuros
sacerdotes y para esta obra no cuentan de ordinario los seminarios y
noviciados con recursos suficientes.
Con frecuencia se presenta también el caso de jóvenes de grandes cualidades
que aspiran al sacerdocio pero no pueden seguir la voz de Dios porque son el
sostén de sus familias.
La mejor manera de realizar esta ayuda consistiría en fundar una beca con
cuyos intereses pueda estar continuamente formándose un joven aspirante al
sacerdocio.
¡Qué consuelo mayor para un corazón que haber contribuido con su dinero,
economizado tal vez a costa de grandes sacrificios, a mantener perpetuamente
un Ministro del Señor, que le deba a él la realización de su vocación, que
sin su ayuda habría sido frustrada! Esa hostia santa que un sacerdote y
después otro y otro... irá elevando cada día al Altísimo... es él quien la
ofrece... Es también por él, su bienhechor, por quien la ofrece. Esos
millares de absoluciones, esas almas arrancadas al infierno es él quien con
su limosna habrá contribuido a salvarlas y esto perpetuamente... ¡Qué uso
más digno puede un hombre hacer de los bienes que el Señor le ha dado!
Si alguien no tiene dinero, que ofrezca sus sufrimientos al Señor porque El
aumente el número de sus ministros y santifique a los que ha llamado al
sacerdocio.
Oremos para que el Señor de la mies envíe muchos operarios a su mies.
(San Alberto Hurtado, ¿Es Chile un país católico?, Editorial Los Andes,
Santiago de Chile, 1992, p. 122 – 131)
Aplicación: R.P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Jesús, modelo del pastor
y de las ovejas
Jesús el Buen Pastor, es nuestro modelo de Pastor. ¡Cuánto nos falta para
mostrar en nosotros sacerdotes al Buen Pastor! Porque los cristianos tienen
que imitar también al Buen Pastor y sobre todo pertenecer a su redil pero
nosotros los pastores además de pertenecer a su redil debemos imitar su
pastoreo. Jesús nos ha elegido. Él es quien quiere que seamos pastores. Con
nuestras limitaciones, con nuestros defectos, con nuestros pecados: “no me
habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros”1 y
quiere que así como nos ha elegido vayamos asemejándonos a Él. No debemos
abandonar el deseo de imitar a Jesús porque si así lo hiciéramos sería fatal
para nosotros, dejaríamos de ser pastores para convertirnos en mercenarios o
en malos pastores. Para ser pastor hay que entrar por la puerta que es
Cristo. Entrar por Cristo no sólo nos hace legítimamente pastores sino
verdaderos pastores porque nos hace desear imitar al Buen Pastor.
Jesús es el Pastor perfecto y a Él hay que seguir pero su voluntad es que
apacienten su rebaño hombres débiles.
Está la tentación de seguir a Cristo y rechazar a los pastores de Cristo.
Muchos buscan un camino solos, van haciendo su santidad al gusto propio, no
se dejan guiar, no se dejan sanar, no se dejan conducir, no se dejar
apacentar, prescinden de los pastores que son los que dan, los que enseñan
lo sagrado2.
Tenemos que pedir por santos pastores que nos conduzcan al Buen Pastor no
sólo señalándolo sino haciéndose otros cristos. Sólo por Cristo se puede
entrar al redil del Buen Pastor. Tanto los pastores como las ovejas. El
entrar por Cristo es tener una experiencia de amor con el Buen Pastor. Es
necesario escuchar su voz y conocerlo así como Él nos conoce a nosotros. En
el trato con Jesús nos hacemos ovejas suyas. Trato de amigos con Él. Las
ovejas reconocen la voz del Buen Pastor y de sus pastores. Para reconocer la
voz de Cristo hay que conocer a Cristo, impregnarse de Cristo.
Jesús nos alimenta con los pastos de su doctrina y de su cuerpo sacramentado
y nos lleva a la vida eterna. Y nadie podrá arrebatarnos de su mano porque
es todopoderoso. “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?,
¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?,
¿la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día;
tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos
vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la
muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo
futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura
alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor
nuestro”3. Si nos mantenemos con Él, si escuchamos sus palabras, si lo
seguimos, nadie nos apartará de Él. ¡No temamos! Cristo ha vencido en sí
mismo a todos sus enemigos. Unidos a El también nosotros venceremos.
Y si llegare a tal extremo la situación que no hubiese buenos pastores o no
hubiese simplemente pastores Cristo mismo nos apacentaría como leemos en el
Evangelio. Se compadeció de sus ovejas porque andaban errantes4. Jesús en
esa ocasión las curó y les enseñó. Las curó de sus males físicos y les
enseñó para sacarlas de la ignorancia y del error porque es Él es la
Verdad5. En esa ocasión las encontró errantes pero todas juntas. Otras
veces, que individualmente se alejan, también las va a buscar hasta
encontrarlas, las carga sobre sus hombros y las retorna al redil6. No quiere
que se pierda ninguna oveja de las que les ha encomendado su Padre.
Ser ovejas de Jesús es un don del Padre y es su voluntad que permanezcan con
Él y como es omnipotente como el Padre, “el Padre y Yo somos uno”, nadie las
arrebatará de su mano.
Las ovejas de Cristo escuchan su voz. ¿Escuchamos a Jesús que nos habla?
¿Dónde nos habla? Nos habla sobre todo en su Palabra, en los Evangelios.
Allí el Señor nos dice qué debemos hacer, cómo debemos vivir en esta vida,
allí leemos también como vivió Él para poder imitarlo. Jesús nos habla en la
oración. Cuando hacemos silencio y volvemos nuestro pensamiento a nosotros
mismos y viéndonos pequeñitos nos ponemos en la presencia de Jesús para que
nos consuele. “¡Habla, que tu siervo escucha!”7, “Señor, ¿a quién vamos a
ir? Tú tienes palabras de vida eterna”8.
Pasan días enteros y, a veces, semanas sin escuchar a Jesús. ¿Podemos decir
que somos de sus ovejas?
Jesús conoce a sus ovejas y me conoce a mí. Nada se oculta a su mirada. Nada
de lo que guarda mi corazón que es cofre de donde saco todas mis acciones.
Mi alma entera la conoce Jesús. Soy lo que soy a los ojos de Jesús, ni más,
ni menos. ¿Para qué aparento lo que no soy? ¿Por qué mi ansiedad qué
conozcan mis buenas obras ocultas si Jesús las conoce y eso basta?
Si verdaderamente somos ovejas de Jesús tenemos que desear con ansias
seguirlo, es decir, imitarlo. “Quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre
que riqueza, oprobios con Cristo lleno de ellos que honores, y desear más de
ser estimado por vano y loco por Cristo que primero fue tenido por tal, que
por sabio ni prudente en este mundo”9. Y querer imitarlo con perfección:
“tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo”10.
Y ¿qué les da este Buen Pastor a sus ovejas? Les da vida eterna.
Ellas, si no se van de su lado, no perecerán y tampoco nadie podrá
arrebatárselas porque Jesús tiene el mismo poder que el Padre, es uno con el
Padre, es Señor y su nombre está sobre todo nombre porque ha vencido por su
muerte y resurrección al demonio y a la muerte. Este Buen Pastor les da vida
eterna desde ahora, “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí,
aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás”11,
“Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para
siempre”12. Y se las dará plenamente cuando venga al final de los tiempos.
Allí habrá un solo rebaño y un solo pastor.
(1) Jn 15, 16
(2) Sacerdote: se deriva del latín sacrum dare,
el que da lo sagrado o de sacrum docens, el que enseña lo sagrado.
(3) Rm 8, 35-39
(4) Mt 9, 36; Mc 6, 34
(5) Jn 14, 6
(6) Cf. Lc 15, 4-5
(7) 1 S 3, 10
(8) Jn 6, 59
(9) E.E. nº 167
(10) Flp 2, 5
(11) Jn 11, 25-26
(12) Jn 6, 51
Apliclación: Directorio Homilético: Cuarto domingo de Pascua
CEC 754, 764, 2665: Cristo, pastor de las ovejas y puerta del corral
CEC 553, 857, 861, 881, 896, 1558, 1561, 1568, 1574: el Papa y los obispos
como pastores
CEC 874, 1120, 1465, 1536, 1548-1551, 1564, 2179, 2686: los presbíteros como
pastores
CEC 60, 442, 543, 674, 724, 755, 775, 781: la Iglesia está compuesta de
judíos y gentiles
CEC 957, 1138, 1173, 2473-2474: la comunión con los mártires
754 "La Iglesia, en efecto, es el redil cuya puerta única y necesaria es
Cristo(Jn 10, 1-10). Es también el rebaño cuyo pastor será el mismo Dios,
como él mismo anunció (cf. Is 40, 11; Ez 34, 11-31). Aunque son pastores
humanos quienes gobiernan a las ovejas, sin embargo es Cristo mismo el que
sin cesar las guía y alimenta; El, el Buen Pastor y Cabeza de los pastores
(cf. Jn 10, 11; 1 P 5, 4), que dio su vida por las ovejas (cf. Jn 10,
11-15)".
764 "Este Reino se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y
en la presencia de Cristo" (LG 5). Acoger la palabra de Jesús es acoger "el
Reino" (ibid.). El germen y el comienzo del Reino son el "pequeño rebaño"
(Lc 12, 32), de los que Jesús ha venido a convocar en torno suyo y de los
que él mismo es el pastor (cf. Mt 10, 16; 26, 31; Jn 10, 1-21). Constituyen
la verdadera familia de Jesús (cf. Mt 12, 49). A los que reunió así en torno
suyo, les enseñó no sólo una nueva "manera de obrar", sino también una
oración propia (cf. Mt 5-6).
553 Jesús ha confiado a Pedro una autoridad específica: "A ti te daré las
llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en
los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos"
(Mt 16, 19). El poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la
casa de Dios, que es la Iglesia. Jesús, "el Buen Pastor" (Jn 10, 11)
confirmó este encargo después de su resurrección:"Apacienta mis ovejas" (Jn
21, 15-17). El poder de "atar y desatar" significa la autoridad para
absolver los pecados, pronunciar sentencias doctrinales y tomar decisiones
disciplinares en la Iglesia. Jesús confió esta autoridad a la Iglesia por el
ministerio de los apóstoles (cf. Mt 18, 18) y particularmente por el de
Pedro, el único a quien él confió explícitamente las llaves del Reino.
IV LA IGLESIA ES APOSTÓLICA
857 La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre los apóstoles, y esto
en un triple sentido:
- Fue y permanece edificada sobre "el fundamento de los apóstoles" (Ef 2,
20; Hch 21, 14), testigos escogidos y enviados en misión por el mismo Cristo
(cf Mt 28, 16-20; Hch 1, 8; 1 Co 9, 1; 15, 7-8; Ga 1, l; etc.).
- Guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la
enseñanza (cf Hch 2, 42), el buen depósito, las sanas palabras oídas a los
apóstoles (cf 2 Tm 1, 13-14).
- Sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los apóstoles hasta la
vuelta de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio
pastoral: el colegio de los obispos, "a los que asisten los presbíteros
juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia" (AG 5):
Porque no abandonas nunca a tu rebaño, sino que, por medio de los santos
pastores, lo proteges y conservas, y quieres que tenga siempre por guía la
palabra de aquellos mismos pastores a quienes tu Hijo dio la misión de
anunciar el Evangelio (MR, Prefacio de los apóstoles).
Los obispos sucesores de los apóstoles
861 "Para que continuase después de su muerte la misión a ellos confiada,
encargaron mediante una especie de testamento a sus colaboradores más
inmediatos que terminaran y consolidaran la obra que ellos empezaron. Les
encomendaron que cuidaran de todo el rebaño en el que el Espíritu Santo les
había puesto para ser los pastores de la Iglesia de Dios. Nombraron, por
tanto, de esta manera a algunos varones y luego dispusieron que, después de
su muerte, otros hombres probados les sucedieran en el ministerio" (LG 20;
cf San Clemente Romano, Cor. 42; 44).
881 El Señor hizo de Simón, al que dio el nombre de Pedro, y solamente de
él, la piedra de su Iglesia. Le entregó las llaves de ella (cf. Mt 16,
18-19); lo instituyó pastor de todo el rebaño (cf. Jn 21, 15-17). "Está
claro que también el Colegio de los Apóstoles, unido a su Cabeza, recibió la
función de atar y desatar dada a Pedro" (LG 22). Este oficio pastoral de
Pedro y de los demás apóstoles pertenece a los cimientos de la Iglesia. Se
continúa por los obispos bajo el primado del Papa.
896 El Buen Pastor será el modelo y la "forma" de la misión pastoral del
obispo. Consciente de sus propias debilidades, el obispo "puede disculpar a
los ignorantes y extraviados. No debe negarse nunca a escuchar a sus
súbditos, a los que cuida como verdaderos hijos ... Los fieles, por su
parte, deben estar unidos a su obispo como la Iglesia a Cristo y como
Jesucristo al Padre" (LG 27):
Seguid todos al obispo como Jesucristo (sigue) a su Padre, y al presbiterio
como a los apóstoles; en cuanto a los diáconos, respetadlos como a la ley de
Dios. Que nadie haga al margen del obispo nada en lo que atañe a la Iglesia
(San Ignacio de Antioquía, Smyrn. 8,1)
1558 "La consagración episcopal confiere, junto con la función de
santificar, también las funciones de enseñar y gobernar... En efecto...por
la imposición de las manos y por las palabras de la consagración se confiere
la gracia del Espíritu Santo y queda marcado con el carácter sagrado. En
consecuencia, los obispos, de manera eminente y visible, hacen las veces del
mismo Cristo, Maestro, Pastor y Sacerdote, y actúan en su nombre (in eius
persona agant)" (ibid.). "El Espíritu Santo que han recibido ha hecho de los
obispos los verdaderos y auténticos maestros de la fe, pontífices y
pastores" (CD 2).
1561 Todo lo que se ha dicho explica por qué la Eucaristía celebrada por el
obispo tiene una significación muy especial como expresión de la Iglesia
reunida en torno al altar bajo la presidencia de quien representa
visiblemente a Cristo, Buen Pastor y Cabeza de su Iglesia (cf SC 41; LG 26).
1568 "Los presbíteros, instituidos por la ordenación en el orden del
presbiterado, están unidos todos entre sí por la íntima fraternidad del
sacramento. Forman un único presbiterio especialmente en la diócesis a cuyo
servicio se dedican bajo la dirección de su obispo" (PO 8). La unidad del
presbiterio encuentra una expresión litúrgica en la costumbre de que los
presbíteros impongan a su vez las manos, después del obispo, durante el rito
de la ordenación.
1574 Como en todos los sacramentos, ritos complementarios rodean la
celebración. Estos varían notablemente en las distintas tradiciones
litúrgicas, pero tienen en común la expresión de múltiples aspectos de la
gracia sacramental. Así, en el rito latino, los ritos iniciales - la
presentación y elección del ordenando, la alocución del obispo, el
interrogatorio del ordenando, las letanías de los santos - ponen de relieve
que la elección del candidato se hace conforme al uso de la Iglesia y
preparan el acto solemne de la consagración; después de ésta varios ritos
vienen a expresar y completar de manera simbólica el misterio que se ha
realizado: para el obispo y el presbítero la unción con el santo crisma,
signo de la unción especial del Espíritu Santo que hace fecundo su
ministerio; la entrega del libro de los evangelios, del anillo, de la mitra
y del báculo al obispo en señal de su misión apostólica de anuncio de la
palabra de Dios, de su fidelidad a la Iglesia, esposa de Cristo, de su cargo
de pastor del rebaño del Señor; entrega al presbítero de la patena y del
cáliz, "la ofrenda del pueblo santo" que es llamado a presentar a Dios; la
entrega del libro de los evangelios al diácono que acaba de recibir la
misión de anunciar el evangelio de Cristo.
874 El mismo Cristo es la fuente del ministerio en la Iglesia. El lo ha
instituido, le ha dado autoridad y misión, orientación y finalidad:
Cristo el Señor, para dirigir al Pueblo de Dios y hacerle progresar siempre,
instituyó en su Iglesia diversos ministerios que está ordenados al bien de
todo el Cuerpo. En efecto, los ministros que posean la sagrada potestad
están al servicio de sus hermanos para que todos los que son miembros del
Pueblo de Dios...lleguen a la salvación (LG 18).
1120 El ministerio ordenado o sacerdocio ministerial (LG 10) está al
servicio del sacerdocio bautismal. Garantiza que, en los sacramentos, sea
Cristo quien actúa por el Espíritu Santo en favor de la Iglesia. La misión
de salvación confiada por el Padre a su Hijo encarnado es confiada a los
Apóstoles y por ellos a sus sucesores: reciben el Espíritu de Jesús para
actuar en su nombre y en su persona (cf Jn 20,21-23; Lc 24,47; Mt 28,18-20).
Así, el ministro ordenado es el vínculo sacramental que une la acción
litúrgica a lo que dijeron y realizaron los Apóstoles, y por ellos a lo que
dijo y realizó Cristo, fuente y fundamento de los sacramentos.
1465 Cuando celebra el sacramento de la Penitencia, el sacerdote ejerce el
ministerio del Buen Pastor que busca la oveja perdida, el del Buen
Samaritano que cura las heridas, del Padre que espera al Hijo pródigo y lo
acoge a su vuelta, del justo Juez que no hace acepción de personas y cuyo
juicio es a la vez justo y misericordioso. En una palabra, el sacerdote es
el signo y el instrumento del amor misericordioso de Dios con el pecador.
1536 El Orden es el sacramento gracias al cual la misión confiada por Cristo
a sus Apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los
tiempos: es, pues, el sacramento del ministerio apostólico. Comprende tres
grados: el episcopado, el presbiterado y el diaconado.
(Sobre la institución y la misión del ministerio apostólico por Cristo ya se
ha tratado en la primera parte. Aquí sólo se trata de la realidad
sacramental mediante la que se transmite este ministerio)
In persona Christi Capitis...
1548 En el servicio eclesial del ministro ordenado es Cristo mismo quien
está presente a su Iglesia como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño,
sumo sacerdote del sacrificio redentor, Maestro de la Verdad. Es lo que la
Iglesia expresa al decir que el sacerdote, en virtud del sacramento del
Orden, actúa "in persona Christi Capitis" (cf LG 10; 28; SC 33; CD 11; PO
2,6):
El ministro posee en verdad el papel del mismo Sacerdote, Cristo Jesús. Si,
ciertamente, aquel es asimilado al Sumo Sacerdote, por la consagración
sacerdotal recibida, goza de la facultad de actuar por el poder de Cristo
mismo a quien representa (virtute ac persona ipsius Christi) (Pío XII, enc.
Mediator Dei).
"Christus est fons totius sacerdotii; nan sacerdos legalis erat figura
ipsius, sacerdos autem novae legis in persona ipsius operatur" ("Cristo es
la fuente de todo sacerdocio, pues el sacerdote de la antigua ley era figura
de EL, y el sacerdote de la nueva ley actúa en representación suya" (S.
Tomás de A., s.th. 3, 22, 4).
1549 Por el ministerio ordenado, especialmente por el de los obispos y los
presbíteros, la presencia de Cristo como cabeza de la Iglesia se hace
visible en medio de la comunidad de los creyentes. Según la bella expresión
de San Ignacio de Antioquía, el obispo es typos tou Patros, es imagen viva
de Dios Padre (Trall. 3,1; cf Magn. 6,1).
1550 Esta presencia de Cristo en el ministro no debe ser entendida como si
éste estuviese exento de todas las flaquezas humanas, del afán de poder, de
errores, es decir del pecado. No todos los actos del ministro son
garantizados de la misma manera por la fuerza del Espíritu Santo. Mientras
que en los sacramentos esta garantía es dada de modo que ni siquiera el
pecado del ministro puede impedir el fruto de la gracia, existen muchos
otros actos en que la condición humana del ministro deja huellas que no son
siempre el signo de la fidelidad al evangelio y que pueden dañar por
consiguiente a la fecundidad apostólica de la Iglesia.
1551 Este sacerdocio es ministerial. "Esta Función, que el Señor confió a
los pastores de su pueblo, es un verdadero servicio" (LG 24). Está
enteramente referido a Cristo y a los hombres. Depende totalmente de Cristo
y de su sacerdocio único, y fue instituido en favor de los hombres y de la
comunidad de la Iglesia. El sacramento del Orden comunica "un poder
sagrado", que no es otro que el de Cristo. El ejercicio de esta autoridad
debe, por tanto, medirse según el modelo de Cristo, que por amor se hizo el
último y el servidor de todos (cf. Mc 10,43-45; 1 P 5,3). "El Señor dijo
claramente que la atención prestada a su rebaño era prueba de amor a él" (S.
Juan Crisóstomo, sac. 2,4; cf. Jn 21,15-17)
1564 "Los presbíteros, aunque no tengan la plenitud del sacerdocio y
dependan de los obispos en el ejercicio de sus poderes, sin embargo están
unidos a éstos en el honor del sacerdocio y, en virtud del sacramento del
Orden, quedan consagrados como verdaderos sacerdotes de la Nueva Alianza, a
imagen de Cristo, sumo y eterno Sacerdote (Hb 5,1-10; 7,24; 9,11-28), para
anunciar el Evangelio a los fieles, para dirigirlos y para celebrar el culto
divino" (LG 28).
2179 "La parroquia es una determinada comunidad de fieles constituida de
modo estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la autoridad
del Obispo diocesano, se encomienda a un párroco, como su pastor propio"
(CIC, can. 515,1). Es el lugar donde todos los fieles pueden reunirse para
la celebración dominical de la eucaristía. La parroquia inicia al pueblo
cristiano en la expresión ordinaria de la vida litúrgica, la congrega en
esta celebración; le enseña la doctrina salvífica de Cristo. Practica la
caridad del Señor en obras buenas y fraternas:
No puedes orar en casa como en la Iglesia, donde son muchos los reunidos,
donde el grito de todos se dirige a Dios como desde un solo corazón. Hay en
ella algo más: la unión de los espíritus, la armonía de las almas, el
vínculo de la caridad, las oraciones de los sacerdotes (S. Juan Crisóstomo,
incomprehens. 3,6).
2686 Los ministros ordenados son también responsables de la formación en la
oración de sus hermanos y hermanas en Cristo. Servidores del buen Pastor,
han sido ordenados para guiar al pueblo de Dios a las fuentes vivas de la
oración: la Palabra de Dios, la liturgia, la vida teologal, el hoy de Dios
en las situaciones concretas (cf PO 4-6).
Ejemplos
Alma de pastor
«Me acuerdo perfectamente --revelaba en aquella ocasión--. Me encontraba
allí, era una niña de trece años, sola, enferma, débil. Había pasado tres
años en un campo de concentración alemán, a punto de morir. Y (él) me salvó
la vida, como un ángel, como un sueño venido del cielo: me dio de beber y de
comer y después me llevó en sus espaldas unos cuatro kilómetros, en la
nieve, antes de tomar el tren hacia la salvación».
Edith Zirer narra el episodio como si hubiera sucedido ayer. Era una fría
mañana de primeros de febrero de 1945. La pequeña judía, que todavía no era
consciente de ser el único miembro de su familia que sobrevivió a la masacre
nazi, se dejó llevar en los brazos de un seminarista de casi 25 años, que
unos meses antes ya había recibido la ceremonia de la tonsura, alto y
fuerte, que sin pedirle nada, simplemente le dio un rayo de esperanza.
Edith tiene 66 años y dos hijos y vive en una hermosa casa ubicada en las
colinas del Carmelo, en la periferia de Haifa.
Reconstruyó su vida en Israel, donde llegó en 1951, cuando todavía padecía
las lacras de la tuberculosis y los fantasmas de la guerra alteraban sus
sueños.
Durante muchos años se había guardado esta historia. Cuando en 1978, él
subió a la cátedra de Pedro, comenzó a sentir la necesidad de hablar, de
contarlo a alguien, de mostrar su agradecimiento. La pregunta surge
inmediatamente: pero, ¿cómo puede estar segura de que aquel seminarista es
él ? Los periodistas de «Kolbo», el semanario de Haifa que en 1998
descubrieron por primera vez su testimonio, afirman: «El relato es
convincente. No trata de hacerse publicidad, todos los detalles que ofrece
parecen creíbles», dicen los redactores.
La narración habla por sí misma. «El 28 de enero de 1945 los soldados rusos
liberaron el campo de concentración de Hassak, donde había estado encerrada
durante casi tres años trabajando en una fábrica de municiones --explica
Edith, quien entonces tenía trece años--. Me sentía confundida, estaba
postrada por la enfermedad. Dos días después, llegué a una pequeña estación
ferroviaria entre Czestochowa y Cracovia». Precisamente en Cracovia, (él)se
preparaba para recibir la ordenación sacerdotal.
«Estaba convencida de llegar al final de mi viaje. Me eché por tierra, en un
rincón de una gran sala donde se reunían decenas de prófugos que en su
mayoría todavía vestían los uniformes con los números de los campos de
concentración.
Entonces (él) me vio. Vino con una gran taza de té, la primera bebida
caliente que había podido probar en las últimas semanas.
Después me trajo un bocadillo de queso, hecho con pan negro polaco, divino.
Pero yo no quería comer, estaba demasiado cansada. El me obligó. Después me
dijo que tenía que caminar para coger el tren. Lo intenté, pero me caí al
suelo. Entonces, me tomó en sus brazos, y me llevó durante mucho tiempo.
Mientras tanto la nieve seguía cayendo. Recuerdo su chaqueta marrón, la voz
tranquila que me reveló la muerte de sus padres, de su hermano, la soledad
en que se encontraba, y la necesidad de no dejarse llevar por el dolor y de
combatir para vivir. Su nombre se grabó indeleblemente en mi memoria».
Cuando finalmente llegaron hasta el convoy destinado a llevar a los
detenidos hacia Occidente, Edith se encontró con una familia judía que le
puso en guardia: «Atenta, los curas tratan de convertir a los niños judíos».
Ella tuvo miedo y se escondió. «Sólo después comprendí que lo único que
quería era ayudarme. Ahora quiero agradecérselo personalmente».
¿A quién?, a Karol Wojtyla.
(Cortesía: iveargentina.org et alii)