Mensaje de Juan Pablo II en la Pascua 2001 1. «En la resurrección de Cristo hemos resucitado todos» (cf.
Prefacio pascual II). Que el anuncio pascual llegue todos los pueblos de la tierra y que toda persona de buena voluntad se sienta protagonista en este día en que actuó el Señor, el día de su Pascua, en el que la Iglesia, con gozosa emoción, proclama que el Señor ha resucitado realmente. Este grito que sale del corazón de los discípulos en el primer día después del sábado, ha recorrido los siglos, y ahora, en este preciso momento de la historia, vuelve a animar las esperanzas de la humanidad con la certeza inmutable de la resurrección de Cristo, Redentor del hombre. 2. «En la resurrección de Cristo hemos resucitado todos» El asombro incrédulo de los apóstoles y las mujeres que acudieron al sepulcro al salir el sol, hoy se convierte en experiencia colectiva de todo el Pueblo de Dios. Mientras el nuevo milenio da sus primeros pasos, queremos legar a las jóvenes generaciones la certeza fundamental de nuestra existencia: Cristo ha resucitado y, en Él, hemos resucitado todos. «Gloria a ti, Cristo Jesús, ahora y siempre tú reinarás». Vuelve a la memoria este canto de fe, que tantas veces, a lo largo del periodo jubilar, hemos repetido alabando a Aquel que es «el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin» (Apocalipsis 22, 13). A Él permanece fiel la Iglesia peregrina «entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios» (san
Agustín). A Él dirige la mirada y no teme. Camina con los ojos fijos en su rostro, y repite a los hombres de nuestro tiempo, que Él, el Resucitado, es «el mismo ayer, hoy y siempre» (Hebreos 13, 8). 3. En aquel dramático viernes de Pasión, en que el Hijo del hombre «obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Filipenses 2, 8), terminaba la vida terrena del Redentor. Una vez muerto, fue depositado de prisa en el sepulcro, al ponerse el sol. ¡Qué ocaso tan singular! Aquella hora oscurecida por el avanzar de las tinieblas señalaba el fin del «primer acto» de la obra de la creación, turbada por el pecado. Parecía el triunfo de la muerte, la victoria del mal. En cambio, en la hora del gélido silencio de la tumba, comenzaba el pleno cumplimiento del designio salvífico, comenzaba la «nueva creación». Hecho obediente por el amor hasta al sacrificio extremo, Jesucristo es ahora «exaltado» por Dios que «le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre» (Filipenses 2, 9).
En su nombre recobra esperanza toda existencia humana. En su nombre el ser humano es rescatado del poder del pecado y de la muerte y devuelto a la Vida y al Amor. 4. Hoy el cielo y la tierra cantan «el nombre» inefable y sublime del Crucificado resucitado. Todo parece como antes, pero, en realidad, nada es ya como antes. Él, la Vida que no muere, ha redimido y vuelto a abrir a la esperanza a toda existencia humana. «Pasó lo viejo, todo es nuevo» (2 Co 5,17). Todo proyecto y designio del ser humano, esta noble y frágil criatura, tiene hoy un nuevo «nombre» en Cristo resucitado de entre los muertos, porque «en Él hemos resucitado todos". En esta nueva creación se realiza plenamente la palabra del Génesis: «Y dijo Dios: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza"» (Génesis 1,26). En la Pascua Cristo, el nuevo Adán que se ha hecho «espíritu que da vida» (1 Co
15,45), rescata al antiguo Adán de la derrota de la muerte. 5. Hombres y mujeres del tercer milenio, el don pascual de la luz es para todos, que ahuyente las tinieblas del miedo y de la tristeza; el don de la paz de Cristo resucitado es para todos, que rompa las cadenas de la violencia y del odio. Redescubrid hoy, con alegría y estupor, que el mundo no es ya esclavo de acontecimientos inevitables. Este mundo nuestro puede cambiar: la paz es posible incluso allí donde desde hace demasiado tiempo se combate y se muere, como en Tierra Santa y Jerusalén; es posible en los Balcanes, no condenados ya a una preocupante incertidumbre que corre el riesgo de hacer vana toda propuesta de entendimiento Y tú, Africa, tierra martirizada por conflictos en constante acecho, levanta la cabeza con confianza apoyándote en el poder de Cristo resucitado. Gracias a su ayuda tu también, Asia, cuna de seculares tradiciones espirituales, puedes vencer la apuesta de la tolerancia y de la solidaridad. Y tú, América Latina, depósito de jóvenes promesas, solo en Cristo encontrarás capacidad y coraje para un desarrollo respetuoso de cada ser humano. Vosotros, hombres y mujeres de todo continente, sacad de su tumba ya vacía para siempre, el vigor necesario para vencer las fuerzas del mal y de la muerte, y poner toda investigación y progreso técnico y social al servicio de un futuro mejor para todos. 6. «En la resurrección de Cristo hemos resucitado todos». Desde que tu tumba, Oh Cristo, fue encontrada vacía y Cefas, los discípulos, las mujeres, y «más de quinientos hermanos» (1 Corintios 15, 6) te vieron resucitado, ha comenzado el tiempo en que toda la creación canta tu nombre «que está sobre todo nombre» y espera tu retorno definitivo en la gloria. En este tiempo, entre la Pascua y la venida de tu Reino sin fin, tiempo que se parece a los dolores de un parto (cf. Romanos 8, 22), sosténnos en el compromiso de construir un mundo más humano, vigorizado con el bálsamo de tu amor. Víctima pascual, ofrecida por la salvación del mundo, haz que no decaiga este compromiso nuestro, aun cuando el cansancio haga lento nuestro paso. Tú, Rey victorioso, ¡danos, a nosotros y al mundo la salvación eterna!
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