Domingo 2 de Cuaresma Transfiguración - Iglesia del Hogar: en Familia, como Iglesia doméstica, preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa de la Fiesta
Recursos adicionales para la preparación
En Familia
1.
Introducción a la palabra del domingo
2. 1 Reflexionemos los padres
2. 2 Con los hijos
3. Relación con la Santa Misa
4. Vivencia familiar
5. Nos habla la Iglesia
6. Leamos la Biblia con la
Iglesia
7. Oración Penitencial
Falta un dedo: Celebrarla
Las Lecturas del Domingo
Domingo 2 de Cuaresma C
1. Introducción a la palabra del domingo
1. 1 Primera lectura: Gén 15, 5-12.17-18
Es impresionante la actitud de Abrahán. Es un anciano
de casi 100 años. Ha recorrido mucho mundo y conoce la vida. En todos estos
años de casado su mujer no ha podido darle un hijo. Y Dios dice que tendrá
descendencia tan numerosa como las estrellas. Y el pasaje trae otro rasgo de
fe típico de este hombre: Dios le ha pedido a Abrahán un sacrificio de
alianza. Pasan las horas y hasta tiene que espantar a los buitres, símbolos
perfectos de la duda e incertidumbre. ¿Cuánto tiempo estamos nosotros
dispuestos a esperar hasta que Dios se manifieste? Y tenemos promesas
mayores que las de Abrahán y, sin embargo, dejamos que los buitres de la
vacilación, de la dura C, al a la carroña de lo que pensábamos poder ofrecer
a Dios. Dios tardó y no supimos esperar. Abrahán está sentado y no se mueve
porque se fía de Dios y es premiado con una experiencia que manifiesta lo
maravilloso y a la vez terrible es Dios. Se necesita mucha fe, paciencia que
da tiempo al tiempo. Roma no ha sido construida en un día. Tampoco debemos
tratar a Dios como una dispensadora de caramelos. Se aprieta un botón y
“zas” podemos chupar el caramelito. Dios nos ama y tiene el plan perfecto
para cada uno y, cual jardinero que le da a cada planta un tratamiento
especial, dispone la vida y las cosas para nuestro bien. ¿No acepta usted
eso para su vida? Pues bien, los buitres van a comerle el corazón. Esto no
es una amenaza sino una simple constatación. Escuchemos, pues, con atención
lo que nos dice nuestra conciencia. Leamos las Escrituras, escuchemos lo que
nos dicen nuestros prójimos y dejemos que nos enseñen también los signos de
los tiempos. Sabremos lo que Dios quiere de nosotros. El ritmo de Dios
muchas veces es diferente del nuestro porque él sabe lo que más nos
conviene.
Si quiere enterarse un poco más acerca de las alianzas
que Dios en su bondad hace con los hombres, lea los siguientes relatos:
alianza mosaica (Éxodo capítulos 19 y siguientes), alianza de Siquem (Jos
24); alianza davídica (2 Sam 23, 5); alianza postexílica (Nehemías capítulos
ocho y siguientes). Todas esas alianzas son etapas hacia la Alianza Nueva y
Eterna que es el acto de amor de Dios definitivo. Aunque las cosas parezcan
imposibles, Dios en Jesucristo ha hecho una alianza contigo y siempre te
escucha pero te responde cómo y cuándo es mejor responder.
1. 2 Segunda lectura:
Fil 3, 17-4, 1
¿Ustedes alguna vez han estado amargos por el simple
hecho de ser humanos frágiles? Yo sí. Tengo muy buenas ideas y propósitos de
cómo debe ser mi vida. Quiero ser nada menos que un santo; no de esos
canonizados y de estampitas milagreros sino un santo que al ser amado por
Dios sepa amarlo a Él y al prójimo. Veo al otro que está feliz y tiene éxito
y me da envidia. Es como sentarse a la mesa y al repartirse la torta como y
desear que el otro me deje el pedazo más grande. Y cuando vuelvo sediento a
casa porque hace mucho calor, no soy capaz de prestar atención a los demás
sino hasta después de haber calmado la sed. Esto y muchas cosas más me
recuerdan la palabra de San Pablo cuando dice: “Su Dios es el vientre”.
Pienso que esto significa ante todo la búsqueda de la propia comodidad, el
confort como meta suprema. Puede que nunca lo digamos pero actuamos así en
cada instante de nuestra vida. San Pablo nos ofrece una promesa. Seremos
otra cosa, seremos distintos de lo que somos ahora. Y parece que esto puede
suceder solamente cuando me hago “amigo de la cruz de Cristo”. ¿Cómo lograr
esto? Andar según el modelo de Pablo y el modelo de Pablo es Cristo.
1. 3 Evangelio: Lc 9, 28-36
Una vez, un señor cuya pasión eran las flores, invitó
un día a sus amigos para que vean florecer la “reina de la noche”, una
planta que florece sólo una vez al año y durante la noche. Era por cierto
una cosa muy poco frecuente. Habían colocado las sillas alrededor de la
planta y estaban esperando con ansias el momento cuando la reina de la noche
abriese sus pétalos cuando, de repente, falló la luz. Se armó una enorme
confusión. Cuando habían conseguido velas ya era tarde: la reina de la noche
había florecido y no había nada que hacer sino esperar hasta el próximo año.
Todos los simbolismos de este pasaje evangélico están
cargados de luminosidad como para hacerlos entender que Dios está también en
la pasión y la muerte: monte, luz, nube, los testigos del AT, la voz del
Padre. A pesar de todo, cuando Jesús murió, los discípulos entraron en
desesperanza. Menos mal que el Señor tiene misericordia también de nosotros
y tal como la tuvo de sus discípulos y nos da siempre de nuevo, una y otra
vez, una nueva oportunidad.
El cristiano se encuentra ante un peligro constante: ó
le da demasiada importancia en su vida a Cristo hombre (lo ve como un
bienhechor, como quien ayuda, como quien quiere cambiar las estructuras) y
en consecuencia pierde de vista la transcendencia de Cristo; esto se
manifiesta en una disminución de la oración y, si es cristiano comprometido,
en un exceso de activismo apostólico; ó acentúa demasiado la fe en Cristo
Dios, lo que puede conducir a darle poco valor a las realidades que nos
rodean y nos olvidamos que la realidad humana es un instrumento de
salvación.
En realidad existe sólo una manera de superar estos
peligros: leer asiduamente las sagradas escrituras porque nos estimulan
continuamente a tener a Dios presente en la acción amorosa pero también a
participar conscientemente en su unión con el Padre buscándolo en la oración
solitaria y comunitaria.
Aceptamos como algo normal que los atletas entrenen
duramente, se sacrifiquen mientras que nos parece un absurdo o, por lo
menos, algo de tiempos pasados hacer “sacrificios”, “penitencias”, buscar la
austeridad porque nos parece destruir la alegría y el optimismo de la fe.
¿No podría ser que la resurrección de Jesús no tiene impacto en nuestra vida
porque no hemos tomado en serio que hay que acompañarle también al calvario?
La conversión encierra la cruz, pero es también un volver gozosos porque se
sabe superar con una sonrisa actitudes, hábitos y situaciones que a lo mejor
nos son muy queridos pero que son barrera, obstáculo en el camino hacia la
resurrección. Encima de eso el cristiano es tan poco moderno que renuncia
hasta lo que le es permitido cuando siente que esto le ayuda a encontrarse
con Jesús resucitado.
Muchas veces tenemos envidia de los que tienen todo.
Queremos tener lo mismo. Lo que buscamos es tener igual cantidad o más si es
posible. Imaginémonos sólo un instante que tengas todo y lo tienes que
llevar contigo. Pasa Cristo y te pide que le ayudes a llevar la cruz. Pero
no puedes ayudarle porque tienes las manos ocupadas en llevar todas sus
cosas. Cuando regalas las cosas tienes las manos libres para ayudar. Esto
cuesta, pero nos pasará lo que pasó a San Pedro: al darse cuenta de cómo era
Jesús en realidad, Dios y hombre, y no le importaba nada porque se sentía
feliz así. Cuando ves algo muy hermoso desde lejos te acercas para verlo
bien aunque tengas que subir, aunque tengas que esforzarte. Vemos como de
lejos la resurrección de Cristo y nuestra resurrección vale la pena de hacer
tantas cosas: amar, rezar, ayudar, etcétera aunque nos cueste. Al tener los
ojos llenos de la luz de Dios resucitado con alegría haremos hasta las cosas
más difíciles para poder estar con Jesús.
La Eucaristía es la obra de transformación que realiza
Dios para introducirnos hasta físicamente en el hecho salvador de Cristo. El
pan se transforma en el Cuerpo de Cristo y este sacramento no sólo anuncia
nuestra transformación progresiva en Él sino también pre anuncia nuestra
transformación definitiva en la resurrección (Jn 6, 54). Cada día somos más
configurados a la imagen del Señor.
Al comentar las noticias que traen los periódicos o los
noticieros, podríamos tratar de descubrir cuál es el trasfondo de ello y que
nos quiere decir Dios por medio de ellas. Además podríamos visitar a un
familiar difunto en el cementerio y pensar qué inscripción se puede poner en
la lápida que exprese más nuestra fe en la resurrección del querido difunto.
5. 1 Nos habla el Concilio
El hombre, en efecto, no se limita al solo horizonte temporal, sino que,
sujeto de la historia humana, mantiene íntegramente su vocación eterna.
La Iglesia, por su parte, fundada en el amor del Redentor, contribuye a
difundir cada vez más el reino de la justicia y de la caridad en el seno de
cada nación y entre las naciones. Predicando la verdad evangélica e
iluminando todos los sectores de la acción humana con su doctrina y con el
testimonio de los cristianos, respeta y promueve también la libertad y la
responsabilidad políticas del ciudadano.
Cuando los apóstoles y sus sucesores y los cooperadores de éstos son
enviados para anunciar a los hombres a Cristo, Salvador del mundo, en el
ejercicio de su apostolado se apoyan sobre el poder de Dios, el cual muchas
veces manifiesta la fuerza del Evangelio en la debilidad de sus testigos
(Vaticano II. 76)
5. 2 Nos hablan los Obispos Peruanos
La Iglesia es portadora en sí misma, a través de la historia, del Misterio
Pascual que marca su vida y su caminar hacia Dios en el servicio a los
hombres.
Así el misterio de la Iglesia que es sacramento de salvación, en el pueblo
de Dios, se hace además signo de la salvación universal. Los cristianos
significan en el mundo la voluntad de Dios que nos salva, lo hacen presente
ellos con su vida, con su fe, con sus sacramentos. Anuncian esta Buena Nueva
ante todo con el testimonio de su vida, haciendo que ella un lenguaje claro
que no oscurezca el rostro de Dios, que es rostro de Padre, pues tratan de
vivir en todo como hermanos (Evangelización 3. 2. 8)
6. Leamos la Biblia con la
Iglesia
Lunes:
Dan 9, 4-10; Lc 6, 36-38
Martes:
Is 1, 10.16-20; Mt 23, 1-12
Miércoles: Jr 18, 18-20; Mt 20, 17-28
Jueves:
Jr 17, 5-10; Lc 16, 19-31
Viernes:
Gén 37, 3-4. 12-13 a. 17-28; Mt 21, 33-43.45-46
Sábado:
Mi 7, 14-15.18-20; Lc 15, 1-3. 11-32
Señor, tu eres infinitamente misericordioso. Tú amas todo lo que has creado,
especialmente a los hombres. Mira la miseria de nuestro mundo. ¿Es este el
mundo que tú has creado, este mundo lleno de sufrimiento y dolor? Cuántos
castigos azotan nuestro mundo: terremotos, hambre, pestes y guerra,
incendios, asesinatos, injusticias y opresión. Cuántas cosas terribles
suceden en la vida: miedo, enfermedad, lesiones. ¿Quién de los mortales vive
sin sufrir? ¿Por qué, Dios mío, por qué? ¿Has cambiado tanto? ¿Cómo es que
el mundo se llenó de tanto sufrimiento?
Dios
de infinita bondad. Sabemos muy bien porque existen estos males. Tú no has
cambiado sino es el hombre que ha malogrado su naturaleza. Hombres que se
han vuelto criminales; también nosotros hemos pecado. De ahí el vuelco
terrible. Todo sufrimiento que vemos alrededor nuestro y parte de los cuales
soportamos nosotros, son fruto del pecado. No debían existir, si no
hubiéramos pecado. Son pago a plazos por el pecado, son imagen imperfecta de
lo que es el pecado. El mal del pecado es infinitamente peor que el mal del
hambre, de la guerra y de la peste. La enfermedad más terrible que arruina
el cuerpo y lo desfigura, envenena su sangre, ataca cerebro, corazón
pulmones y todos los órganos, nervios - todo esto no es nada en comparación
a la enfermedad mortal que se llama pecado. Son efectos del pecado, sombras
de él, nada más. La causa es algo muy distinto, más terrible que el efecto.
Dios
de justicia, abre nuestros ojos a la maldad. Haz que reconozcamos y
comprendamos el mal en toda su dimensión. Enséñanos lo que es el pecado.
Enséñanos a rehuirlo como la peste, como el fuego que destruye todo, como la
misma muerte. Haz que empuñemos las armas contra el pecado y luchemos bajo
el estandarte de la cruz para superarlo.
Tú
eres el Dios infinitamente santo: A ti te alabamos, al Padre, al Hijo y al
Espíritu Santo, ahora y por los siglos de los siglos. Amén