Miércoles de Ceniza - Comentarios de Sabios y Santos: para preparar con ellos la acogida de la Palabra de Dios proclamada en la celebración litúrgica
Páginas adicionales para la preparación
A su disposición
Exégesis: W. Trilling - La verdadera justicia en las buenas obras
Comentario Teológico: Benedicto XVI - La conversión: dimensión fundamental
del tiempo cuaresmal
Santos Padres: San Agustín - Oración, ayuno y limosna
Aplicación: San Juan Pablo II - La Cuaresma: camino de oración, penitencia
y auténtica ascesis cristiana
Aplicación: Benedicto XVI - El signo litúrgico de la ceniza
Aplicación: Romano Guardini - La ceniza
Cardenal Jorge M. Bergoglio SJ - Déjate desarrugar el corazón
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
Comentarios a Las Lecturas del Día
Exégesis: W. Trilling - La verdadera justicia en las buenas obras
A continuación también se trata de la verdadera justicia (5,20). Los
ejemplos precedentes mostraron cómo la antigua ley debe cumplirse en el
nuevo espíritu. Ahora Jesús habla de los tres ejercicios especialmente
apreciados de la práctica religiosa: la limosna, la oración. El ayuno. En
ellos pueden expresarse la verdadera adoración de Dios y la verdadera
justicia, si se hacen con el espíritu adecuado. Pero también puede suceder
lo contrario, si se convierten en formas puramente externas o tal vez sirven
al egoísmo del hombre. Jesús descubre la conducta hipócrita y señala con
claras palabras el camino certero.
1 Tened cuidado de no hacer vuestras buenas obras delante de la gente para
que os vean; de lo contrario, no tendréis recompensa ante vuestro Padre que
está en los cielos.
Con mirada perspicaz descubre Jesús la oposición entre la verdadera y la
falsa práctica de la justicia: ¿Se practica la justicia al hombre o por amor
a Dios? Detrás de las obras piadosas se oculta un sentimiento que busca el
propio yo. Este sentimiento, en vez de buscar la aprobación de Dios, busca
la alabanza de los hombres; en vez de esperar la recompensa sólo de Dios,
aguarda la recompensa de los hombres. Lo que quizás puede aparecer como
envanecimiento inofensivo o debilidad demasiado humana, pero perdonable, no
es en último término culto divino, sino servicio prestado a los hombres.
Pero entonces el conjunto se desvaloriza y se vuelve huero. La verdadera
adoración de Dios sólo puede estar dirigida al mismo Dios y a la recompensa
por él prometida. Cualquier mirada de soslayo a la alabanza o a la censura
de los hombres falsea esta pura dirección. No se dice que una buena obra
solamente deba hacerse por amor de la recompensa divina, sino que la
recompensa se otorga espontáneamente, si se tenía este sentimiento acendrado
(Cf. Lo que se dice en 5, 12 y 5,46).
a. La limosna (Mt 6, 2-4)
2 Por tanto, cuando vayas a dar una limosna, no mandes tocar la trompeta
delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles,
para recibir el aplauso de los hombres; os lo aseguro: ya están pagados. 3
Cuando vayas a dar una limosna, que no sepa tu izquierda lo que hace tu
derecha, 4 para que tu limosna quede en secreto, y tu Padre, que ve en lo
secreto, te dará la recompensa.
El que da limosna no se exonera de una apremiante obligación social con un
parco donativo. Antes bien sabe que sus propios bienes sólo le han sido
confiados y que no le han sido dados en plena propiedad. El necesitado y el
pobre son miembros de la comunidad exactamente igual que él, y tienen los
mismos derechos que cualquier otra persona. La solicitud por los pobres es
piedra de toque para una adecuada orientación social. Así lo han machacado
infatigablemente los profetas en sus conciudadanos. Pero en último término
esta solicitud por el indigente no debe provenir tan sólo de una compasión
humana y de la responsabilidad social, sino que debe estar dirigida a Dios.
Porque él es el padre de todos los hombres. Su voluntad es que nadie
continúe en la penuria, sino que sea recibido con misericordia por los
hermanos, porque Dios también se compadece de todo el pueblo.
Pero incluso cuando el hombre da limosnas por amor de Dios, no queda exento
de peligros. Precisamente entonces está al acecho el peligro del egoísmo.
Jesús tiene ante su vista personas que se jactan y hacen alarde de su gasto,
publican en voz alta el importe del dinero o el valor de un donativo.
Quieren granjearse la alabanza de los hombres y ser elogiados como
bienhechores. Su nombre debe divulgarse en voz baja de boca en boca: Ved
cuánto bien hace.
Jesús no acepta el camino agradable: lo que haces, debe quedar en secreto.
Si nadie lo llega a conocer, tú mismo en cierto modo no lo sabes o lo
olvidas en seguida («no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha»), entonces
tienes seguridad de que tu obra fue hecha por Dios. No te preocupes de que
tu obra sea olvidada o no encuentre ningún reconocimiento. Dios también
contempla lo oculto; para él no hay ninguna zona inaccesible, conoce los
deseos más íntimos de tu corazón. Conoce exactamente tu sentimiento y según
él pesa el valor de tus actos. El que busca la alabanza de los hombres, ya
ha recibido su recompensa, una recompensa escuálida, terrena, y ya no tiene
que esperar ninguna otra. Ya «ha liquidado». Recibe recompensa el que obra
el bien por amor de Dios con sencillez y sin ser advertido.
b. La oración (Mt 6, 5-15)
El próximo ejemplo es la oración. Primero Jesús habla de la oración de la
misma manera que de la limosna: la oración hipócrita, hecha ante los
hombres, y la oración con espíritu de verdadera justicia (6,5-6). Siguen
unos versículos sobre la locuacidad verbosa en la oración (6,7-8). Se
explica el verdadero espíritu de la oración con el ejemplo y modelo que el
mismo Jesús ha enseñado: el padrenuestro (6,9-13). A la petición de que su
perdone la culpa, el evangelista finalmente añade unas palabras sobre el
perdón recíproco de los hombres, las cuales para san Mateo tienen una
particular importancia (6,14-15).
5 Y cuando os pongáis a orar, no seáis como los hipócritas, que gustan de
orar erguidos en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para
exhibirse ante la gente. Os lo aseguro: ya están pagados. 6 Pero tú, cuando
te pongas a orar, entra en tu aposento, cierra la puerta y ora a tu Padre
que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te dará la
recompensa.
En la oración, el hombre reconoce a Dios y le manifiesta su sumisión. El que
ora, confiesa que Dios es el Señor de su vida. No es propiamente un
«ejercicio piadoso», que también forme parte de la vida, y deba hacerse acá
y allá. En la oración el hombre se vuelve expresamente a su origen. En esta
acción tan excelsa, de la que el hombre es capaz, puede introducirse
furtivamente el veneno del egoísmo. Sucede como en las limosnas: por medio
del resabio de la vanidad y del afán de alabanzas no sólo se disminuye el
valor, sino que se trastorna el conjunto. La dirección hacia Dios se desvía
y se vuelve al hombre. Es un trastorno interno de lo que propiamente se
intentaba. En vez de buscar a Dios se busca al hombre. Jesús no hace una
caricatura, cuando describe así a los que tienen esta intención: Gustan de
orar erguidos en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para
exhibirse ante la gente.
Jesús indica un camino seguro, que preserva de la ilusión y de la vanidad:
Entra en tu aposento y cierra la puerta. Allí donde no mira ningún ojo
humano, puedes mostrar que sólo buscas a Dios. Jesús no quiere decir que en
el aposento, en la habitación familiar, tranquila, Dios esté más cerca que
en cualquier otra parte, por ejemplo en el mercado, entre la gente o en la
asamblea del culto divino. Dios está presente en todas partes y en todas
ellas debe ser encontrado. Aquí solamente se trata de que la oración esté
exenta de toda mezcla de egoísmo. El que ha aprendido a hacer así la
verdadera oración «en el aposento», está seguramente en condiciones de
permanecer en oración fuera, en las calles y en la agitación de la vida
cotidiana. También asiste al culto divino con la conveniente actitud. No ha
de temer que los demás interpreten su piedad como hipocresía. Dios también
contempla lo que está oculto, conoce la verdadera intención y tiene
preparada la recompensa para el que no la ha buscado…
(…)
c. El ayuno (Mt 6, 16-18)
16 Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que adrede
se desfiguran el rostro, para hacer ver a la gente que están ayunando; os lo
aseguro: ya están pagados. 17 Tú, en cambio, cuando estés ayunando, úngete
la cabeza y lávate la cara, 18 para que la gente no se dé cuenta que estás
ayunando, sino tu Padre que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo
escondido, te dará la recompensa.
En el tiempo antiguo el ayuno era para todo el pueblo. Los pecados que se
han hecho en Israel, no sólo son faltas personales de individuos, sino culpa
que grava todo el pueblo. Todos deben ayunar para dolerse de los pecados y
hacer penitencia. Hay ciudades prontas para la penitencia, que aceptaron el
llamamiento y se convirtieron, como incluso la ciudad pagana de Nínive por
la predicación del profeta Jonás (cf. Jon 3). La caída de Jerusalén,
asaltada por el ejército babilónico es un castigo del pueblo que se ha
negado a hacer penitencia. El individuo también podía ayunar privadamente
por sus propios pecados o en representación del pueblo por los pecados del
mismo. El primer sentido de nuestra cuaresma es que todo el pueblo de Dios
ayuna para hacer penitencia, como señal de arrepentimiento y en
representación de los demás.
Los fariseos tenían una alta estima del ayuno voluntario, y lo practicaban
con diligencia. Pero por otra parte ¡qué trastorno del verdadero sentido del
ayuno! Quieren hacer penitencia ante Dios y mostrarle su disposición a
convertirse. Pero lo que debe dirigirse solamente a Dios se convierte en
espectáculo ante la gente. Todos deben ver cómo se consumen de pena y se
contristan. Ponen una cara de santurrón y desfiguran el rostro, cubren de
ceniza la cabeza, van dando vueltas con vestidos gastados: una exhibición
que no puede ser más ridícula. Puesto que esperan la alabanza de la gente,
han recibido ya su recompensa y no tienen que esperar ninguna otra.
Jesús no reprueba el ayuno, ni tampoco el que se practica voluntariamente.
Puede ser expresión auténtica del deseo de hacer penitencia. Pero el que
ayuna debe ungirse la cabeza y lavarse la cara. La gente no debe notar lo
que él hace. Exteriormente debe aparecer con un aspecto normal, con un
exterior aseado y con semblante alegre. Entonces está garantizado que la
dirección hacia Dios no está desbaratada por la dirección hacia los hombres.
Lo que así permanece oculto, será visto y recompensado por Dios, porque Dios
también contempla lo que está escondido, conoce los deseos del corazón, la
pureza de intención y la renuncia a la ostentación externa.
Estos versículos sobre el ayuno valen para el tiempo en que Jesús, el
esposo, está separado de nosotros. Mientras vive con los discípulos y lleva
a término la obra de Dios en la tierra, es tiempo de alegría, ya que «el
esposo está con ellos. Tiempo llegará en que les quiten al esposo y entonces
ayunarán» (Mt 9, 15). Entonces empezará un nuevo ayuno, con la esperanza del
regreso del esposo: Es tiempo de tristeza por la separación, pero también es
tiempo para prepararse, tiempo de reparación por los pecados propios y por
todos los pecados del mundo, tiempo de la espera vigilante y del humilde
servicio del esclavo, hasta que de hecho se celebren las bodas del Cordero
con su esposa, la Iglesia (Rev 22:3 ss).
Nuestro ayuno conoce formas distintas de las que eran usuales entre los
judíos de aquel tiempo, entre los antiguos cristianos y también en la edad
media. La índole adecuada al tiempo, de nuestro ayuno, también debe medirse
con esta instrucción de Jesús. También aquí está al acecho, precisamente
entre los «piadosos», el peligro de la hipocresía y de servir a los hombres.
Solamente podemos estar seguros de ayunar ante Dios, si evitamos cualquier
mirada de soslayo al prójimo y nos gusta quedar ocultos.
(TRILLING, W., El Evangelio de San Mateo, en El Nuevo Testamento y su
mensaje, Herder, Barcelona, 1969)
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Comentario Teológico: Benedicto XVI - La conversión: dimensión
fundamental del tiempo cuaresmal
Queridos hermanos y hermanas:
Con la procesión penitencial hemos entrado en el austero clima de la
Cuaresma y, al introducirnos en la celebración eucarística, acabamos de orar
para que el Señor ayude al pueblo cristiano a "iniciar un camino de
auténtica conversión para afrontar victoriosamente, con las armas de la
penitencia, el combate contra el espíritu del mal" (oración Colecta).
Dentro de poco, al recibir la ceniza en nuestra cabeza, volveremos a
escuchar una clara invitación a la conversión, que puede expresarse con dos
fórmulas distintas: "Convertíos y creed el Evangelio" o "Acuérdate de que
eres polvo y al polvo volverás". Precisamente por la riqueza de los símbolos
y de los textos bíblicos y litúrgicos, el miércoles de Ceniza se considera
la "puerta" de la Cuaresma. En efecto, esta liturgia y los gestos que la
caracterizan forman un conjunto que anticipa de modo sintético la fisonomía
misma de todo el período cuaresmal. En su tradición, la Iglesia no se limita
a ofrecernos la temática litúrgica y espiritual del itinerario cuaresmal;
además, nos indica los instrumentos ascéticos y prácticos para recorrerlo
fructuosamente.
"Convertíos a mí de todo corazón, con ayuno, con llanto, con luto". Con
estas palabras comienza la primera lectura, tomada del libro del profeta
Joel (Jl 2, 12). Los sufrimientos, las calamidades que afligían en ese
período a la tierra de Judá impulsan al autor sagrado a invitar al pueblo
elegido a la conversión, es decir, a volver con confianza filial al Señor,
rasgando el corazón, no las vestiduras. En efecto, Dios —recuerda el
profeta— "es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad,
y se arrepiente de las amenazas" (Jl 2, 13).
La invitación que el profeta Joel dirige a sus oyentes vale también para
nosotros, queridos hermanos y hermanas. No dudemos en volver a la amistad de
Dios perdida al pecar; al encontrarnos con el Señor, experimentamos la
alegría de su perdón. Así, respondiendo de alguna manera a las palabras del
profeta, hemos hecho nuestra la invocación del estribillo del Salmo
responsorial: "Misericordia, Señor: hemos pecado". Proclamando el salmo 50,
el gran salmo penitencial, hemos apelado a la misericordia divina; hemos
pedido al Señor que la fuerza de su amor nos devuelva la alegría de su
salvación.
Con este espíritu, iniciamos el tiempo favorable de la Cuaresma, como nos
recordó san Pablo en la segunda lectura, para reconciliarnos con Dios en
Cristo Jesús. El Apóstol se presenta como embajador de Cristo y muestra
claramente cómo, en virtud de él, se ofrece al pecador, es decir, a cada uno
de nosotros, la posibilidad de una auténtica reconciliación. "Al que no
había pecado, Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros,
unidos a él, recibamos la justificación de Dios" (2 Co 5, 21). Sólo Cristo
puede transformar cualquier situación de pecado en novedad de gracia.
Precisamente por eso asume un fuerte impacto espiritual la exhortación que
san Pablo dirige a los cristianos de Corinto: "En nombre de Cristo os
pedimos que os reconciliéis con Dios" (2 Co 5, 20) y también: "Mirad, ahora
es tiempo favorable, ahora es el día de la salvación" (2 Co 6, 2). Mientras
que el profeta Joel hablaba del futuro día del Señor como de un día de
juicio terrible, san Pablo, refiriéndose a la palabra del profeta Isaías,
habla de "momento favorable", de "día de la salvación". El futuro día del
Señor se ha convertido en el "hoy". El día terrible se ha transformado en la
cruz y en la resurrección de Cristo, en el día de la salvación. Y hoy es ese
día, como hemos escuchado en la aclamación antes del Evangelio: "Escuchad
hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón". La invitación a la
conversión, a la penitencia, resuena hoy con toda su fuerza, para que su eco
nos acompañe en todos los momentos de nuestra vida.
De este modo, la liturgia del miércoles de Ceniza indica que la conversión
del corazón a Dios es la dimensión fundamental del tiempo cuaresmal. Esta es
la sugestiva enseñanza que nos brinda el tradicional rito de la imposición
de la ceniza, que dentro de poco renovaremos. Este rito reviste un doble
significado: el primero alude al cambio interior, a la conversión y la
penitencia; el segundo, a la precariedad de la condición humana, como se
puede deducir fácilmente de las dos fórmulas que acompañan el gesto. Aquí,
en Roma, la procesión penitencial del miércoles de Ceniza parte de san
Anselmo y se concluye en esta basílica de Santa Sabina, donde tiene lugar la
primera estación cuaresmal.
A este propósito, es interesante recordar que la antigua liturgia romana, a
través de las estaciones cuaresmales, había elaborado una singular geografía
de la fe, partiendo de la idea de que, con la llegada de los apóstoles san
Pedro y san Pablo y con la destrucción del templo, Jerusalén se había
trasladado a Roma. La Roma cristiana se entendía como una reconstrucción de
la Jerusalén del tiempo de Jesús dentro de los muros de la Urbe. Esta nueva
geografía interior y espiritual, ínsita en la tradición de las iglesias
"estacionales" de la Cuaresma, no es un simple recuerdo del pasado, ni una
anticipación vacía del futuro; al contrario, quiere ayudar a los fieles a
recorrer un itinerario interior, el camino de la conversión y la
reconciliación, para llegar a la gloria de la Jerusalén celestial, donde
habita Dios.
Queridos hermanos y hermanas, tenemos cuarenta días para profundizar en esta
extraordinaria experiencia ascética y espiritual. En el pasaje evangélico
que se ha proclamado Jesús indica cuáles son los instrumentos útiles para
realizar la auténtica renovación interior y comunitaria: las obras de
caridad (limosna), la oración y la penitencia (el ayuno). Son las tres
prácticas fundamentales, también propias de la tradición judía, porque
contribuyen a purificar al hombre ante Dios (cf. Mt 6, 1-6. 16-18).
Esos gestos exteriores, que se deben realizar para agradar a Dios y no para
lograr la aprobación y el consenso de los hombres, son gratos a Dios si
expresan la disposición del corazón para servirle sólo a él, con sencillez y
generosidad. Nos lo recuerda uno de los Prefacios cuaresmales, en el que, a
propósito del ayuno, leemos esta singular afirmación: "ieiunio... mentem
elevas", "con el ayuno..., elevas nuestro espíritu" (Prefacio IV de
Cuaresma).
Ciertamente, el ayuno al que la Iglesia nos invita en este tiempo fuerte no
brota de motivaciones de orden físico o estético, sino de la necesidad de
purificación interior que tiene el hombre, para desintoxicarse de la
contaminación del pecado y del mal; para formarse en las saludables
renuncias que libran al creyente de la esclavitud de su propio yo; y para
estar más atento y disponible a la escucha de Dios y al servicio de los
hermanos. Por esta razón, la tradición cristiana considera el ayuno y las
demás prácticas cuaresmales como "armas" espirituales para luchar contra el
mal, contra las malas pasiones y los vicios.
Al respecto, me complace volver a escuchar, juntamente con vosotros, un
breve comentario de san Juan Crisóstomo: "Del mismo modo que, al final del
invierno —escribe—, cuando vuelve la primavera, el navegante arrastra hasta
el mar su nave, el soldado limpia sus armas y entrena su caballo para el
combate, el agricultor afila la hoz, el peregrino fortalecido se dispone al
largo viaje y el atleta se despoja de sus vestiduras y se prepara para la
competición; así también nosotros, al inicio de este ayuno, casi al volver
una primavera espiritual, limpiamos las armas como los soldados; afilamos la
hoz como los agricultores; como los marineros disponemos la nave de nuestro
espíritu para afrontar las olas de las pasiones absurdas; como peregrinos
reanudamos el viaje hacia el cielo; y como atletas nos preparamos para la
competición despojándonos de todo" (Homilías al pueblo de Antioquía, 3).1
En el mensaje para la Cuaresma invité a vivir estos cuarenta días de gracia
especial como un tiempo "eucarístico". Recurriendo a la fuente inagotable de
amor que es la Eucaristía, en la que Cristo renueva el sacrificio redentor
de la cruz, cada cristiano puede perseverar en el itinerario que hoy
solemnemente iniciamos.
Las obras de caridad (limosna), la oración, el ayuno, juntamente con
cualquier otro esfuerzo sincero de conversión, encuentran su más profundo
significado y valor en la Eucaristía, centro y cumbre de la vida de la
Iglesia y de la historia de la salvación.
"Señor, estos sacramentos que hemos recibido —así rezaremos al final de la
santa misa— nos sostengan en el camino cuaresmal, hagan nuestros ayunos
agradables a tus ojos y obren como remedio saludable de todos nuestros
males".
Pidamos a María que nos acompañe para que, al concluir la Cuaresma, podamos
contemplar al Señor resucitado, interiormente renovados y reconciliados con
Dios y con los hermanos. Amén.
(BENEDICTO XVI, Homilía en el Miércoles de Ceniza, 21 de febrero de 2007)
(1) Este comentario tiene especial significación
en el hemisferio norte, donde el inicio de la Cuaresma coincide con la
disminución de los rigores invernales (Nota del Editor).
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Santos Padres: San Agustín - Oración, ayuno y limosna
1. Un año más ha vuelto la cuaresma, tiempo en que es mi obligación
dirigiros una exhortación, porque tenéis el deber de ofrecer a Dios obras
que vayan de acuerdo con estos días del calendario; obras que, sin embargo,
sólo pueden seros útiles a vosotros, no a él. También en las restantes
épocas del año debe entregarse el cristiano con ardor a la oración, al ayuno
y a la limosna; pero esta solemnidad debe estimular incluso a quienes de
ordinario son perezosos al respecto; y aquellos que ya se aplican con esmero
a tales ocupaciones deben realizarlas ahora con mayor intensidad. La vida en
este mundo es el tiempo de nuestra humillación; no otra cosa simbolizan
estos días. La repetición anual de la solemnidad equivale a una repetición
de lo que Cristo el Señor sufrió por nosotros en su única muerte. Lo que
tuvo lugar una sola vez en la historia para la renovación de nuestra vida,
se celebra todos los años para perpetuar su memoria. Por tanto, si debemos
ser humildes de corazón y estar llenos del afecto de la verdadera piedad
durante toda nuestra peregrinación que transcurre en medio de tentaciones,
¡cuánto más en estos días, en que no sólo se vive, sino que también se
simboliza en la celebración este tiempo de nuestra humillación! La humildad
de Cristo nos enseña a ser humildes, porque él al morir cedió ante los
impíos; su excelsitud nos hace excelsos, porque él al resucitar precedió a
los justos. Si hemos muerto con Cristo, dice el Apóstol, también viviremos
con él; si con él sufrimos, reinaremos también con él. Con la debida
veneración celebramos una de estas dos cosas ahora pensando en la cercanía
de su pasión; la otra después de Pascua, pensando en su resurrección ya
efectuada. Entonces, pasados los días de nuestra humillación, llegará el
tiempo de nuestra excelsitud; aunque aún no en el descanso de la visión, sí
en la satisfacción de contemplarlo en las celebraciones que lo simbolizan.
Ahora, pues, recobren intensidad los gemidos de nuestra oración; entonces
exultaremos con mayor gozo llenos de alabanza.
2. Añadamos a nuestras oraciones la limosna y el ayuno, cual alas de la
piedad con las que puedan llegar más fácilmente hasta Dios. A partir de aquí
puede comprender la mente cristiana cuán lejos debe mantenerse de robar lo
ajeno, si advierte que es una especie de robo el no dar al necesitado lo que
le sobra. Dice el Señor: Dad, y se os dará; perdonad, y seréis perdonados.
Entreguémonos con fervor a estos dos modos de limosna: el dar y el perdonar,
nosotros que pedimos al Señor que nos otorgue sus bienes y no nos pida
cuenta de nuestros males. Dad, dice, y se os dará. ¿Hay cosa más auténtica y
más justa que quien se niega a dar, él mismo se defraude y no reciba nada?
Si se comporta con desfachatez el agricultor que va a buscar la cosecha
donde sabe que no sembró, ¡cuánto mayor no es la desfachatez de quien busca
la riqueza de Dios para que le dé, después de que él no quiso escuchar al
pobre que le pedía a él! Dios, que no sufre hambre, quiso, no obstante, ser
alimentado en la persona del pobre. Por tanto, no despreciemos a nuestro
Dios necesitado en la persona del pobre, para que, cuando nos sintamos
necesitados, nos saciemos en quien es rico. Se nos presentan personas
necesitadas, y también nosotros lo somos; demos, pues, para recibir. Pero
¿qué es lo que damos? Y ¿qué es lo que deseamos recibir en cambio de esas
pequeñas cosas visibles, temporales y terrenas? Lo que ni el ojo vio, ni el
oído oyó, ni llegó jamás al corazón humano. Si él no lo hubiera prometido,
¿no sería propio de desvergonzados dar estas cosas y querer recibir aquellas
otras? ¿Y el no querer dar ni siquiera éstas? Tanto más que ni unas ni otras
tendríamos si no nos las hubiera dado aquel que nos exhorta a dar. ¿Con qué
cara esperamos que nos dé unas cosas u otras, si le despreciamos cuando nos
manda dar auténticas menudencias? Ver donad, y seréis perdonados; es decir,
otorgad perdón, y recibiréis perdón. Que el siervo se reconcilie con el
consiervo para no ser castigado con justicia por el Señor. Para este tipo de
limosnas nadie es pobre y puede hacer que viva eternamente quien no tiene
con qué vivir temporalmente. Se da gratuitamente; a base de dar se acumulan
riquezas que sólo se consumen cuando no se dan. Sean confundidas y perezcan
las enemistades, de quien sean, que hayan resistido hasta estas fechas.
Déseles muerte, para que no la causen ellas; sean dominadas, para que no
dominen ellas; elimínelas el que redime, para que no eliminen ellas a quien
las retiene.
3. Vuestros ayunos no sean como los que condena el profeta al decir: No he
sido yo quien eligió este ayuno, dice el Señor. Fustiga el ayuno de la gente
pendenciera; busca el de los piadosos. Condena a quienes aprietan y busca
quienes aflojen. Acusa a los cizañeros, busca libertadores. Este es el
motivo por el que en estos días refrenáis vuestros deseos de cosas lícitas,
para no sucumbir ante lo ilícito. Nunca se emborrache ni adultere quien en
estos días se abstiene del matrimonio. De esta forma, nuestra oración, hecha
con humildad y caridad, con ayuno y limosnas, templanza y perdón,
practicando el bien y no devolviendo mal por mal, alejándonos del mal y
entregándonos a la virtud, busca la paz y la consigue. La oración, en
efecto, ayudada con las alas de tales virtudes, vuela y llega más fácilmente
al cielo, adonde nos precedió Cristo, nuestra paz.
(SAN AGUSTÍN, Sermón 206, 1-3, o.c. (XXIV), BAC, Madrid, 1983, pp. 106-110)
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Aplicación: Beato Juan Pablo II - La Cuaresma: camino de oración,
penitencia y auténtica ascesis cristiana
"Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará" (Mt 6, 4. 6. 18). Estas
palabras de Jesús se dirigen a cada uno de nosotros al inicio del itinerario
cuaresmal. Lo comenzamos con la imposición de la ceniza, austero gesto
penitencial, muy arraigado en la tradición cristiana. Este gesto subraya la
conciencia del hombre pecador ante la majestad y la santidad de Dios. Al
mismo tiempo, manifiesta su disposición a acoger y traducir en decisiones
concretas la adhesión al Evangelio.
Son muy elocuentes las fórmulas que lo acompañan. La primera, tomada del
libro del Génesis: "Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás" (cf. Gn
3, 19), evoca la actual condición humana marcada por la caducidad y el
límite. La segunda recoge las palabras evangélicas: "Convertíos y creed el
Evangelio" (Mc 1, 15), que constituyen una apremiante exhortación a cambiar
de vida. Ambas fórmulas nos invitan a entrar en la Cuaresma con una actitud
de escucha y de sincera conversión.
El Evangelio subraya que el Señor "ve en lo secreto", es decir, escruta el
corazón. Los gestos externos de penitencia tienen valor si son expresión de
una actitud interior, si manifiestan la firme voluntad de apartarse del mal
y recorrer la senda del bien. Aquí radica el sentido profundo de la ascesis
cristiana.
"Ascesis": la palabra misma evoca la imagen de una ascensión a metas
elevadas. Eso implica necesariamente sacrificios y renuncias. En efecto,
hace falta reducir el equipaje a lo esencial para que el viaje no sea
pesado; estar dispuestos a afrontar todas las dificultades y superar todos
los obstáculos para alcanzar el objetivo fijado. Para llegar a ser
auténticos discípulos de Cristo, es necesario renunciar a sí mismos, tomar
la propia cruz y seguirlo (cf. Lc 9, 23). Es el arduo sendero de la
santidad, que todo bautizado está llamado a recorrer.
Desde siempre, la Iglesia señala algunos medios adecuados para caminar por
esta senda. Ante todo, la humilde y dócil adhesión a la voluntad de Dios,
acompañada por una oración incesante; las formas penitenciales típicas de la
tradición cristiana, como la abstinencia, el ayuno, la mortificación y la
renuncia incluso a bienes de por sí legítimos; y los gestos concretos de
acogida con respecto al prójimo, que el pasaje evangélico de hoy evoca con
la palabra "limosna". Todo esto se vuelve a proponer con mayor intensidad
durante el período de la Cuaresma, que representa, al respecto, un "tiempo
fuerte" de entrenamiento espiritual y de servicio generoso a los hermanos.
A este propósito, en el Mensaje para la Cuaresma quise atraer la atención,
en particular, hacia las difíciles condiciones en que viven tantos niños en
el mundo, recordando las palabras de Cristo: "El que reciba a un niño como
este en mi nombre, a mí me recibe" (Mt 18, 5). En efecto, ¿quién necesita
ser defendido y protegido más que un niño inerme y frágil?
Son muchos y complejos los problemas que afectan al mundo de la infancia.
Espero vivamente que a estos hermanos nuestros más pequeños, a menudo
abandonados a sí mismos, se les preste la debida atención también gracias a
nuestra solidaridad. Se trata de un modo concreto de expresar nuestro
compromiso cuaresmal.
Amadísimos hermanos y hermanas, con estos sentimientos comencemos la
Cuaresma, camino de oración, penitencia y auténtica ascesis cristiana. Nos
acompañe María, la Madre de Cristo. Su ejemplo y su intercesión nos obtengan
avanzar con alegría hacia la Pascua.
(JUAN PABLO II, Celebración de la Palabra, Basílica Vaticana, Miércoles de
Ceniza, 25 de febrero de 2004)
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Aplicación: Benedicto XVI - El signo litúrgico de la ceniza
Venerados hermanos, queridos hermanos y hermanas:
Con este día de penitencia y de ayuno —el miércoles de Ceniza— comenzamos un
nuevo camino hacia la Pascua de Resurrección: el camino de la Cuaresma.
Quiero detenerme brevemente a reflexionar sobre el signo litúrgico de la
ceniza, un signo material, un elemento de la naturaleza, que en la liturgia
se transforma en un símbolo sagrado, muy importante en este día con el que
se inicia el itinerario cuaresmal. Antiguamente, en la cultura judía, la
costumbre de ponerse ceniza sobre la cabeza como signo de penitencia era
común, unido con frecuencia a vestirse de saco o de andrajos. Para nosotros,
los cristianos, en cambio, este es el único momento, que por lo demás tiene
una notable importancia ritual y espiritual. Ante todo, la ceniza es uno de
los signos materiales que introducen el cosmos en la liturgia. Los
principales son, evidentemente, los de los sacramentos: el agua, el aceite,
el pan y el vino, que constituyen verdadera materia sacramental, instrumento
a través del cual se comunica la gracia de Cristo que llega hasta nosotros.
En el caso de la ceniza se trata, en cambio, de un signo no sacramental,
pero unido a la oración y a la santificación del pueblo cristiano. De hecho,
antes de la imposición individual sobre la cabeza, se prevé una bendición
específica de la ceniza —que realizaremos dentro de poco—, con dos fórmulas
posibles. En la primera se la define «símbolo austero»; en la segunda se
invoca directamente sobre ella la bendición y se hace referencia al texto
del Libro del Génesis, que puede acompañar también el gesto de la
imposición: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás» (cf. Gn 3,
19).
Detengámonos un momento en este pasaje del Génesis. Con él concluye el
juicio pronunciado por Dios después del pecado original: Dios maldice a la
serpiente, que hizo caer en el pecado al hombre y a la mujer; luego castiga
a la mujer anunciándole los dolores del parto y una relación desequilibrada
con su marido; por último, castiga al hombre, le anuncia la fatiga al
trabajar y maldice el suelo. «¡Maldito el suelo por tu culpa!» (Gn 3, 17), a
causa de tu pecado. Por consiguiente, el hombre y la mujer no son maldecidos
directamente, mientras que la serpiente sí lo es; sin embargo, a causa del
pecado de Adán, es maldecido el suelo, del que había sido modelado. Releamos
el magnífico relato de la creación del hombre a partir de la tierra:
«Entonces el Señor Dios modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su
nariz aliento de vida; y el hombre se convirtió en ser vivo. Luego el Señor
Dios plantó un jardín en Edén, hacia oriente, y colocó en él al hombre que
él había modelado» (Gn 2, 7-8). Así dice el Libro del Génesis.
Por lo tanto, el signo de la ceniza nos remite al gran fresco de la
creación, en el que se dice que el ser humano es una singular unidad de
materia y de aliento divino, a través de la imagen del polvo del suelo
modelado por Dios y animado por su aliento insuflado en la nariz de la nueva
criatura. Podemos notar cómo en el relato del Génesis el símbolo del polvo
sufre una transformación negativa a causa del pecado. Mientras que antes de
la caída el suelo es una potencialidad totalmente buena, regada por un
manantial de agua (cf. Gn 2, 6) y capaz, por obra de Dios, de hacer brotar
«toda clase de árboles hermosos para la vista y buenos para comer» (Gn 2,
9), después de la caída y la consiguiente maldición divina, producirá
«cardos y espinas» y sólo a cambio de «dolor» y «sudor del rostro» concederá
al hombre sus frutos (cf. Gn 3, 17-18). El polvo de la tierra ya no remite
sólo al gesto creador de Dios, totalmente abierto a la vida, sino que se
transforma en signo de un inexorable destino de muerte: «Eres polvo y al
polvo volverás» (Gn 3, 19).
Es evidente en el texto bíblico que la tierra participa del destino del
hombre. A este respecto dice san Juan Crisóstomo en una de sus homilías: «Ve
cómo después de su desobediencia todo se le impone a él [el hombre] de un
modo contrario a su precedente estilo de vida» (Homilías sobre el Génesis
17, 9: pg 53, 146). Esta maldición del suelo tiene una función medicinal
para el hombre, a quien la «resistencia» de la tierra debería ayudarle a
mantenerse en sus límites y reconocer su propia naturaleza (cf. ib.). Así,
con una bella síntesis, se expresa otro comentario antiguo, que dice: «Adán
fue creado puro por Dios para su servicio. Todas las criaturas le fueron
concedidas para servirlo. Estaba destinado a ser el amo y el rey de todas
las criaturas. Pero cuando el mal llegó a él y conversó con él, él lo
recibió por medio de una escucha externa. Luego penetró en su corazón y se
apoderó de todo su ser. Cuando fue capturado de este modo, la creación, que
lo había asistido y servido, fue capturada con él» (Pseudo-Macario, Homilías
11, 5: pg 34, 547).
Decíamos hace poco, citando a san Juan Crisóstomo, que la maldición del
suelo tiene una función «medicinal». Eso significa que la intención de Dios,
que siempre es benéfica, es más profunda que la maldición. Esta, en efecto,
no se debe a Dios sino al pecado, pero Dios no puede dejar de infligirla,
porque respeta la libertad del hombre y sus consecuencias, incluso las
negativas. Así pues, dentro del castigo, y también dentro de la maldición
del suelo, permanece una intención buena que viene de Dios. Cuando Dios dice
al hombre: «Eres polvo y al polvo volverás», junto con el justo castigo
también quiere anunciar un camino de salvación, que pasará precisamente a
través de la tierra, a través de aquel «polvo», de aquella «carne» que será
asumida por el Verbo. En esta perspectiva salvífica, la liturgia del
miércoles de Ceniza retoma las palabras del Génesis: como invitación a la
penitencia, a la humildad, a tener presente la propia condición mortal, pero
no para acabar en la desesperación, sino para acoger, precisamente en esta
mortalidad nuestra, la impensable cercanía de Dios, que, más allá de la
muerte, abre el paso a la resurrección, al paraíso finalmente reencontrado.
En este sentido nos orienta un texto de Orígenes, que dice: «Lo que
inicialmente era carne, procedente de la tierra, un hombre de polvo, (cf. 1
Co 15, 47), y fue disuelto por la muerte y de nuevo transformado en polvo y
ceniza —de hecho, está escrito: eres polvo y al polvo volverás—, es
resucitado de nuevo de la tierra. A continuación, según los méritos del alma
que habita el cuerpo, la persona avanza hacia la gloria de un cuerpo
espiritual» (Principios 3, 6, 5: sch, 268, 248).
Los «méritos del alma», de los que habla Orígenes, son necesarios; pero son
fundamentales los méritos de Cristo, la eficacia de su Misterio pascual. San
Pablo nos ha ofrecido una formulación sintética en la Segunda Carta a los
Corintios, hoy segunda lectura: «Al que no conocía el pecado, Dios lo hizo
pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios
en él» (2 Co 5, 21). La posibilidad para nosotros del perdón divino depende
esencialmente del hecho de que Dios mismo, en la persona de su Hijo, quiso
compartir nuestra condición, pero no la corrupción del pecado. Y el Padre lo
resucitó con el poder de su Santo Espíritu; y Jesús, el nuevo Adán, se ha
convertido, como dice san Pablo, en «espíritu vivificante» (1 Co 15, 45), la
primicia de la nueva creación. El mismo Espíritu que resucitó a Jesús de
entre los muertos puede transformar nuestros corazones de piedra en
corazones de carne (cf. Ez 36, 26). Lo acabamos de invocar con el Salmo
Miserere: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con
espíritu firme. No me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo
espíritu» (Sal 50, 12-13). El Dios que expulsó a los primeros padres del
Edén envió a su propio Hijo a nuestra tierra devastada por el pecado, no lo
perdonó, para que nosotros, hijos pródigos, podamos volver, arrepentidos y
redimidos por su misericordia, a nuestra verdadera patria. Que así sea para
cada uno de nosotros, para todos los creyentes, para cada hombre que
humildemente se reconoce necesitado de salvación. Amén.
(BENEDICTO XVI, Homilía en la Basílica de Santa Sabina, Miércoles de Ceniza,
22 de febrero de 2012)
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Aplicación:
Romano Guardini - La ceniza
En el linde del bosque crece una flor llamada "espuela de caballero".
Caprichosamente arqueadas sus hojas verdeoscuras, flexible y firmemente
modelado el tallo esbelto; la flor como recortada en seda compacta, con un
azul tan resplandeciente que inunda toda la atmósfera circundante. Si ahora
viniese alguien y cortara la flor, se hartara de ella y la arroase al
fuego —sólo unos pocos momentos, y todo el esplendor radiante sería una
delgada capa de ceniza gris.
Pero lo que el fuego habría hecho aquí en breves instantes lo hace el
tiempo constantemente con todo lo que es viviente; con el elegante helecho,
con la elevada candelaria, con el poderoso roble firmemente erguido. Lo
hace tanto con la mariposa ligera como con la golondrina veloz, con la
ardilla inhábil y con el toro macizo. Siempre es lo mismo, suceda rápida o
lentamente por medio de una herida, de una enfermedad, por fuego, por hambre
o por cualquiera otra cosa: en algún momento la vida floreciente será
ceniza.
De figura robusta llegará a ser un montoncito ralo de polvo, al cual todo
viento desparramada; de colores brillantes, polvo grisáceo; de cálida vida
rebosante y sensible, tierra escasa. Menos que tierra: ¡ceniza!
También a nosotros nos ocurre:
"Acuérdate hombre, polvo eres y en polvo te convertirás".
Caducidad —esto es lo que la ceniza expresa. Nuestra caducidad —no la de
otros, ¡la mía! Y ésta mi caducidad la expresa ella cuando el sacerdote al
comienzo de la Cuaresma, me marca sobre la frente con la ceniza de las
anteriormente verdes palmas del Domingo de Ramos del año pasado:
"Memento horno quia pulvis es et in pulverem reverteris!".
Todo se convertirá en ceniza: mi casa, mi ropa, mi herramienta y mi dinero;
campo, pradera y bosque; el perro que me acompaña y el ganado del establo;
la mano con la que escribo, el ojo que lee, todo mi cuerpo; los hombres que
he amado, los hombres que he odiado y los hombres que he temido. Lo que
sobre la tierra me ha parecido grande y lo que me ha parecido pequeño —todo
ceniza...
(ROMANO GUARDINI, Los Signos Sagrados, Ed. Librería Emmanuel, 1983, pp.
43-44)
Aplicación: Cardenal Jorge M. Bergoglio SJ. - Déjate desarrugar el
corazón
¡ DÉJATE DESARRUGAR EL CORAZÓN !
y mira hacia arriba. El resto lo hace Él.
¡ Ten confianza !
~~~~~~~~~~~~~~
Fui tomado de la tierra
por las manos amorosas de Dios,
que me modelo del barro, ...
y seré ceniza...
¿ Y eso es todo ?
¡ Que triste sería !
Pero me insufló aliento de vida
y al hacerlo llenó a mi alma
no sólo de vida,
sino también de esperanza
diciéndola « yo te espero »
Así que seremos ceniza,
pero una ceniza que lleva
las huellas del amor de Dios
y por eso la Cuaresma, nos habla
del amor con que fuimos creados.
Más aún ... ¿ Que es la Cuaresma ?
UN DESARRUGAR EL CORAZÓN
que el egoísmo ha ido achicando.
La Cuaresma no es un masoquismo
(“Señor, soy malo
y me pellizco para ser mas bueno”)
sino es DESARRUGARNOS EL CORAZÓN
que el egoísmo nos va achicando.
Por eso todos los años la Iglesia nos dice:
“MIRA MÁS ALLÁ, mirá AL HORIZONTE,
Dios no te hizo para que tengas
un corazón mas arrugado,
Dios NO TE HIZO PARA EL EGOISMO
ni para vivir para ti sólo,
sino que TE HIZO PARA EL AMOR.
Y por eso San Pablo
empieza cada Cuaresma, diciendo:
“ Os suplicamos en nombre de Cristo,
DEJAOS RECONCILIAR CON DIOS”…
es como el clamor cuaresmal…
¡¡ DÉJATE RECONCILIAR con Dios. !!
“Padre, pero yo no estoy peleado con Dios”…
No, pero POR AHÍ TIENES EL CORAZÓN ARRUGADO
porque al igual que los hipócritas
a los que Jesús se refiere en el Evangelio,
QUIZÁ TE ESTÉS MIRANDO DEMASIADO A TI MISMO
centrado en tus comodidades, en tus cosas
y entonces Dios queda apartado…
¡¡ Dejate reconciliar con Dios !!
El profeta Joel tiene otra forma muy bella
de decir lo mismo a su pueblo:
”Dice el Señor, VOLVED A MI DE TODO CORAZÓN
Desgarrad vuestro corazón y no vuestras vestiduras.
Volved al Señor vuestro Dios”.
Es decir, éste es como el lema de la Cuaresma:
¡¡ Dejémonos reconciliar con Dios,!!
¡¡ Porque es Jesús el que nos reconcilia ¡¡
! DÉMOSLE LUGAR A JESÚS
PARA QUE NOS RECONCILIE
y volvamos al Señor con todo el corazón.
Esto por medio de una conducta
un poco más acentuada
QUE NOS DESPEGUE DEL EGOISMO,
QUE NOS DESARRUGUE EL CORAZÓN,
que nos abra el horizonte!.
La Cuaresma no es para estar triste,
con cara de lánguida (como dice Jesús en el Evangelio)
sino es para mirar ese horizonte de amor
y abrir nuestro corazón,
dejar que surjan esas ansias de algo grande…
Hace un tiempo leí UNA PARABOLA
que escribió un monje,
y que me ilumina mucho
sobre que es esto de arrugar el corazón,
y como a veces el mundo tiende
a reprimirnos sobre nosotros mismos.
La parábola dice así:
Unos chicos subiendo una montaña
encontraron un nido de águila con un huevo
y lo bajaron.
Después se preguntaron
que hacer con el huevo
y uno de los chicos propuso
que lo llevaran a su casa
ya que tenía una pava
que estaba empollando.
Y pusieron el huevo
con los que la pava estaba empollando.
Nacieron los pichones… todos iguales…
fueron creciendo…
pero el pichoncito de águila
se comportaba distinto a los demás
y cuando los pichones de la pava
caminaban mirando el suelo,
él miraba al cielo ... y sentía algo…
y su vida que era para volar alto,
como no tuvo quien le enseñara a volar,
pasó toda su vida en la pavada, entre los pavos…
Por eso, junto a esta llamada Cuaresmal
“Dejate reconciliar con Dios”
y “Vuelve a Dios con todo tu corazón”
también NOSOTROS
podemos hacernos esta pregunta :
¿ Estoy en la pavada ...
o tengo ansias de volar alto?
¿ Estoy atado a un rebaño que va ciego
haciendo lo que todo el mundo hace,
buscando solamente la propia satisfacción,
concentrado en mí mismo ...
o miro mas arriba para volar alto?
Te aseguro que si en esta Cuaresma
mirás más arriba, orando más,
despojándote más de cosas que te entretienen mal,
es decir ese ayuno de cosas
que te permiten aprovechar ese tiempo
para hacer una obra buena
como visitar un enfermo,
acompañar a los chicos,
escuchar a tu papá o a tu abuelo
que siempre repite lo mismo…
Si en está Cuaresma
te despojas del egoísmo ...
y mirás a tu alrededor para ver
de que te puedes despojar ...
para ayudar al que necesita la limosna...
Si hacés esto ... en esta Cuaresma ...
tu corazón va a mirar más arriba
y te vas a encontrar ...
con una gran sorpresa al final.
Te aseguro que tu corazón arrugado,
que ya prácticamente era una tumba,
va a sentir como esa tumba ...
fue testigo de alguien ...
que resucitó para salvarte;
¡¡ te vas a encontrar con Jesús vivo !!
Así que iniciemos la Cuaresma
con este sano optimismo,
con esta gran esperanza:
¡¡ Dejate reconciliar con Dios !!,
vuelve al Señor con todo tu corazón,
dejate desarrugar el corazón
y mirá hacia arriba.
El resto lo hace El.
¡ Ten confianza !
Cardenal Jorge M. Bergoglio SJ,
arzobispo de Buenos Aires
( Miércoles de ceniza 2011 )
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Ejemplos
El águla que creció entre los
pavos
El camino de Jesús
El camino de quien sigue a Jesús es estrecho, pero vale la pena. Es como una
vereda del bosque cuyas señales se pierden entre la maleza y requiere la
experiencia de un buen scout para reconocerla. No es fácil hallar sus
pistas. Son detalles, símbolos que hay que saber interpretar. A un caminante
descuidado le pasan fácilmente desapercibidos. Siempre existe el peligro de
desorientarse, y entonces hay que corregir la ruta y desandar lo andado...
Elegir la vía estrecha un día tras otro, ¡cuánta incomprensión nos causa! Y
esto es más evidente porque cada día nos plantea la decisión.
En un mundo como el de hoy, donde la corriente arrastra con gran fuerza en
dirección opuesta, empeñarse por recorrer este camino parece cosa de locos.
La alternativa es la opción mayoritaria: la que promete el gozo de placeres,
el triunfo humano, el poseer y el aparecer. Pese a ello, Jesús no deja de
asistirnos en la elección más difícil. No nos abandona jamás. Sufrir en
silencio la injusticia, saber perdonar y no juzgar nunca; pagar bien por
mal; vivir con generosidad, colaborando con quienes nos necesitan y
desprendido de las cosas; todo esto es seguir la vereda estrecha.
En realidad es imposible perseverar en ella si no miramos a Jesús, si su
ánimo no nos sostiene y su presencia y compañía no nos alienta. Él mismo es
el camino, la puerta estrecha. No vamos por un camino más difícil sin
sentido y sin recompensa. Por encima de todas las dificultades y
encrucijadas, de todas las decisiones y de toda prueba, sabemos que
encontrándole a Él lo tenemos todo.
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