Solemnidad de la Santísima Trinidad C - Comentarios de Sabios y Santos II: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Aplicación: Directorio Homilético - Solemnidad de la Santísima Trinidad
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Comentario Teológico: Ludwig Ott - La existencia de la Trinidad, probada por
la Escritura y la Tradición
1. EL ANTIGUO TESTAMENTO
§ 3. INSINUACIONES DEL MISTERIO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
Como la revelación del Antiguo Testamento no es más que figura de la del
Nuevo (Hebr 10, 1), no hay que esperar que en el Antiguo Testamento se haga
una declaración precisa, sino únicamente una alusión velada, al misterio de
la Trinidad.
1. Dios habla de sí mismo usando can frecuencia el plural; Gen 1, 26 :
«Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza' ; cf. Gen 3, 22; 11, 7. Los
santos padres interpretaron estos pasajes a la luz del Nuevo Testamento,
entendiendo que la primera persona hablaba a la segunda o a la segunda y
tercera; cf. SAN IRENEO, Adv. haer. Iv, 20, 1. Probablemente la forma plural
se usa para guardar la concordancia con el nombre de Dios «Elohim»; que
tiene terminación de plural.
2. El Ángel de Yahvé de las teofanías del Antiguo Testamento es llamado
Yahvé, El y Elohim, y se manifiesta como Elohim y Yahvé. Con ello parece que
se indica que hay dos Personas que son Dios : la que envía y la que es
enviada ; cf. Gen 16, 7-13 ; Ex 3, 2-14. Los padres de la Iglesia primitiva,
teniendo en cuenta el pasaje de Isaías 9, 6 (magni consilii angelus según
los Setenta) y Mal, 3 1 (angelus testamenti), entendieron por Ángel de Yahvé
al Logos. Los santos padres posteriores, principalmente San Agustín y los
autores escolásticos, opinaron que el Logos se servía de un ángel creado.
3. Las profecías mesiánicas suponen distinción de personas en Dios al
anunciar de forma sugerente al Mesías, enviado por Dios, como Dios e Hijo de
Dios; Ps 2, 7: «Díjome Yahvé: Tú eres mi hijo, hoy te he engendrado» ; Is 9,
6 (M 9, 5) : «...que tiene sobre su hombro la soberanía, y que se llamará
maravilloso consejero, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la Paz» ;
Is 35, 4: «...viene Él mismo y Él nos salvará» ; cf. Ps 109, 1-3 ; 44, 7; Is
7, 14 (Emmanuel = Dios con nosotros) ; Mich 5, 2.
4. Los libros sapienciales nos hablan de la Sabiduría divina como de una
hipóstasis junto a Yahvé. Ella procede de Dios desde toda la eternidad
(según Prov 8, 24 s procede por generación), y colaboró en la creación del
mundo; cf. Prov 8, 22-31; Eccli 24, 3-22 (G) ; Sap 7, 22 — 8, 1 ; 8, 3-8. A
la luz del Nuevo Testamento podemos ver en la Sabiduría de que nos hablan
los libros del Antiguo Testamento una alusión a la persona divina del Logos.
5. El Antiguo Testamento nos habla con mucha frecuencia del Espíritu de Dios
o del «Espíritu Santo». Esta expresión no se refiere a una Persona divina,
sino que expresa «una virtud procedente de Dios, que confiere la vida, la
fortaleza, y que ilumina e impulsa al bien» (P. Heinisch) ; cf. Gen 1, 2; Ps
32, 6; 50, 13; 103, 30; 138, 7; 142, 10; Is 11, 2; 42, 1; 61, 1; 63, 10; Ez
11, 5 36, 27; Sap 1, 5 y 7. A la luz de la revelación neotestamentaria, los
padres y la liturgia aplican muchos de estos pasajes a la Persona del
Espíritu Santo, principalmente Ps 103, 30; Is 11, 2; Ez 36, 27; Ioel 2, 28;
Sap 1, 7; cf. Act 2, 16 ss.
6. Algunos creyeron ver, a la luz del Nuevo Testamento, una insinuación de
las tres divinas personas en el Trisagio de Isaías 6, 3, y en la triple
bendición sacerdotal de Nm 6, 23 ss. Con todo, hay que tener en cuenta que
triplicar una expresión, en el lenguaje del Antiguo Testamento, es un modo
de expresar el superlativo. En Ps 36, 6 junto a Yahvé se nombran su Palabra
y su Espíritu ; en Sap 9, 17 su Sabiduría y su Espíritu Santo. Pero la
Palabra, la Sabiduría y el Espíritu no aparecen como personas propiamente
dichas junto a Yahvé, sino como potencia o actividades divinas.
Andan descaminados todos los intentos por derivar el misterio cristiano de
la Trinidad de la teología judaica tardía o de la doctrina
judaico-helenística del Logos de Filón. El «Menra de Yahvé», es decir, la
Palabra de Dios, y el «Espíritu Santo», no son en la teología judaica
personas divinas junto a Yahvé, sino que son circunlocuciones del nombre de
Yahvé. El Logos filoniano es el instrumento de Dios en la creación del
mundo. Aunque se le llama hijo unigénito de Dios y segundo dios, hay que
entenderlo solamente como personificación de los poderes divinos. Su
diferencia del Logos de San Juan es esencial. «El Logos de Filón es en el
fondo la suma de todos los poderes divinos que actúan en el mundo, aunque
varias veces se le presente como persona; en cambio, el Logos de San Juan es
el Hijo eterno y consustancial de Dios y, por tanto, verdadera persona» (A.
WIRENHAUSER, Das Evangelium nach Johannes, Re 1948, 47).
II. EL NUEVO TESTAMENTO
§ 4. FÓRMULAS TRINITARIAS
1. Los evangelios
a) En el relato de la Anunciación habla así el ángel del Señor, según Lc 1,
35: « Espíritu Santo (pneuma agion) vendrá sobre ti y virtud del Altísimo te
cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será
llamado Hijo de Dios» ; cf. Lc 1, 32: «Este será grande y llamado Hijo del
Altísimo». Se hace mención de tres personas: el Altísimo, el Hijo del
Altísimo y el Espíritu Santo. Es verdad que no se expresa con toda claridad
la personalidad del Espíritu Santo, dado el género neutro de la palabra
griega mei4cc y la ausencia de artículo, pero no hay duda sobre su
interpretación si comparamos este pasaje con aquel otro de Act 1, 8, en el
cual se distingue al Espíritu Santo de la virtud que de él dimana, y si
atendemos a la tradición ; Act 1, 8: «Recibiréis la virtud del Espíritu
Santo, que descenderá sobre vosotros.»
b) La teofanía que tuvo lugar después del bautismo de Jesús lleva consigo
una revelación de la Trinidad ; Mt 3, 16 s : «Vio al Espíritu de Dios
(pneuma theou; Mc 1, 10: to pneuma Lc 3, 22: to pneuma to agion; Ioh 1, 32;
to pneuma descender como paloma y venir sobre él, mientras una voz del cielo
decía : Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias». El que
habla es Dios Padre. Jesús es el Hijo de Dios, su Hijo único, por lo tanto,
el verdadero y propiamente dicho Hijo de Dios. «Hijo amado», efectivamente,
según la terminología bíblica, significa «hijo único» (cf. Gen 22, 2, 12 y
16, según M y G ; Mc 12, 6). El Espíritu Santo aparece bajo símbolo especial
como esencia sustancial, personal, junto al Padre y al Hijo.
c) En el sermón de despedida, Jesús promete otro Abogado (Paraclitus), el
Espíritu Santo o Espíritu de verdad, que h1 mismo y su Padre enviarán ; cf.
Ioh 14, 16: «Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Abogado que estará con
vosotros para siempre» ; cf. Ioh 14, 26 y 15, 26. El Espíritu Santo, que es
enviado, se distingue claramente como persona del Padre y del Hijo que lo
envían. La denominación de «Paraclitus» y las actividades que se le asignan
(enseñar, dar testimonio) suponen una subsistencia personal.
d) Donde se revela más claramente el misterio de la Trinidad es en el
mandato de Jesucristo de bautizar a todas las gentes ; Mt 28, 19: «Id, pues,
enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo.» Trátase aquí de tres personas distintas, como se ve,
con respecto al Padre y al Hijo, por su oposición relativa, y con respecto
al Espíritu Santo, por ser éste equiparado totalmente a 'las otras dos
personas, lo cual sería absurdo si se tratara únicamente de un atributo
esencial. La unidad de esencia de las tres personas se indica con la forma
singular «en el nombre» (d ró ivoµa). La autenticidad del pasaje está
plenamente garantizada por él testimonio unánime de todos los códices y
versiones. En cuanto fórmula litúrgica se halla bajo el influjo del kerygma
cristiano primitivo.
2. Las cartas de los apóstoles
a) San Pedro, al comienzo de su primera carta, usa una fórmula trinitaria de
salutación; 1 Petr 1, 1 s: «A los elegidos extranjeros... según la presencia
de Dios Padre, en la santificación del Espíritu, para la obediencia y la
aspersión de la sangre de Jesucristo.»
b) San Pablo concluye su segunda carta a los Corintios con una bendición
trinitaria; 2 Cor 13, 13: «La gracia del Señor Jesucristo y la caridad de
Dios y la comunicación del Espíritu Santo sean con todos vosotros» (cf. 2
Cor 1, 21 s).
c) San Pablo enumera tres clases distintas de dones del Espíritu
refiriéndolos a tres dispensadores, el Espíritu, el Señor (Cristo) y Dios; 1
Cor 12, 4 ss: «Hay diversidad de dones, pero uno mismo es el Espíritu. Hay
diversidad de ministerios, pero uno mismo es el Señor. Hay diversidad de
operaciones, pero uno mismo es Dios, que obra todas las cosas en todos».
Queda indicada la unidad sustancial de las tres personas, porque esos mismos
efectos se atribuyen solamente al Espíritu en el v 11; cf. Eph 1, 3-14
(elección por Dios Padre, redención por la sangre de Cristo, sigilación con
el Espíritu Santo) ; Eph 4, 4-6 (un Espíritu, un Señor, un Dios).
d) Donde más perfectamente se expresan la trinidad de personas y la unidad
de esencia en Dios es en el llamado Comma Ioanneum, 1 Ioh 5, 7 s : «Porque
son tres los que testifican [en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu
Santo; y los tres son uno. Y tres son los que dan testimonio en la tierra]
». Sin embargo, la autenticidad de las palabras que van entre corchetes
tiene contra sí gravísimas objeciones, pues faltan en todos los códices
griegos de la Biblia hasta el siglo xv, en todas las versiones orientales y
en los mejores y más antiguos manuscritos de la Vulgata, ni tampoco hacen
mención de él los padres griegos y latinos del siglo iv y v en las grandes
controversias trinitarias.
El texto en cuestión se halla por vez primera en el hereje español
Prisciliano (+ 385), aunque en forma herética («haec tria unum sunt in
Christo Jesu») ; desde fines del siglo v se le cita con más frecuencia (484
veces en un Libellus fidei, escrito por obispos norteafricanos; Fulgencio de
Ruspe, Casiodoro). Como ha sido recibido en la edición oficial de la Vulgata
y la Iglesia lo ha empleado desde hace siglos, puede considerarse como
expresión del magisterio de la Iglesia. Aparte de esto, presenta el valor de
ser testimonio de la tradición.
El año 1897, el Santo Oficio declaró que no se podía negar o poner en duda
con seguridad la autenticidad del pasaje. Como posteriormente se fuera
probando cada vez con mayor claridad su inautenticidad, el Santo Oficio
declaró en el año 1927 que, después de concienzudo examen de las razones, se
permitía considerarlo espúreo ; Dz 2198.
§ 5. DOCTRINA NEOTESTAMENTARIA ACERCA DE DIOS PADRE
1. Dios Padre en sentido impropio
La Sagrada Escritura habla a menudo de la paternidad de Dios en sentido
impropio y traslaticio. Ei Dios trino y uno es Padre de las criaturas en
virtud de la creación, conservación y providencia (orden natural) y
principalmente por la elevación al estado de gracia y de filiación divina
(orden sobrenatural) ; cf. Deut 32, 6; Ier 31, 9; 2 Reg 7, 14; 'Mt 5, 16 y
48; 6, 1-32; 7, 11; Ioh 1, 12; 1 Ioh 3, 1 s ; Rom 8, 14s; Gal' 4, 5 s.
2. Dios Padre en sentido propio
Según la doctrina revelada, hay también en Dios una paternidad en sentido
verdadero y propio, que conviene únicamente a la primera Persona y es el
ejemplar de la paternidad divina en sentido impropio y de toda paternidad
creada (Eph 3, 14 s). Jesús consideraba a Dios como Padre suyo en un sentido
peculiar y exclusivo. Cuando habla del Padre que está en los cielos, suele
decir : «mi Padre», «tu Padre» o «vuestro Padre», pero jamás «nuestro Padre»
(el Padrenuestro no es propiamente oración de Jesús, sino de sus discípulos;
cf. Mt 6, 9).
Las frases de Jesucristo que demuestran su consustancialidad con el Padre,
prueban al mismo tiempo que es necesario entender en sentido propio, físico,
su filiación divina y la paternidad de Dios; cf. Mt 11, 27: «Y nadie conoce
al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien
el Hijo quisiere revelárselo» ; Ioh 10, 30 : «Yo v el Padre somos una sola
cosa» ; Ioh 5, 26: «Pues así como el Padre tiene la vida en sí mismo, así
dio también al Hijo tener la vida en sí mismo». San Juan llama a Jesús el
Hijo unigénito de Dios, y San Pedro el propio Hijo de Dios; Ioh 1, 14;
«Hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre» ; Ioh 1, 18 :
«El Dios (Vulg.: Hijo) unigénito, que está en el seno del Padre, ése nos le
ha dado a conocer» ; cf. loh 3, 16 y 18; 1 loh 4, 9 ; Rom 8, 32: «El que no
perdonó a su propio Hijo»; cf. Rom 8, 3.
También los adversarios de Jesús entendieron, la mismo que los apóstoles, la
paternidad de Dios como propia y verdadera ; Ioh 5, 18: «Por esto los judíos
buscaban con más ahínco matarle, porque llamaba a Dios su propio Padre
(patéra ídion), haciéndose igual a Dios».
§ 6. DOCTRINA NEOTESTAMENTARIA ACERCA DE DIOS HIJO
1. El Logos de San Juan
a) El Logos de San Juan no es una cualidad o virtud impersonal de Dios, sino
verdadera Persona. Esto se indica claramente por la denominación absoluta ó
logos sin el complemento determinativo tou theou, y lo expresan
terminantemente las palabras siguientes : «El Logos estaba en Dios» (ó lògos
én prós theon). La preposición griega prós, «junto a», indica que el Logos
estaba junto a Dios (no en o dentro de Dios) y «en relación» con El ; cf. Mc
9, 19. La frase del v 11: «Vino a lo suyo», y la del v 14: «EI Logos se hizo
carne», solamente se pueden referir a una persona y de ninguna manera a un
atributo divino.
b) El Logos es una Persona distinta de Dios Padre (ó theos). Esto se infiere
de que el Logos estaba «junto» a Dios (v 1 s) y, sobre todo, de la
identificación del Logos con el Hijo unigénito del Padre; v 14: «Hemos visto
su gloria, gloria como de Unigénito del Padre» ; cf. v 18. Entre Padre e
Hijo existe una oposición relativa.
c) El Logos es Persona divina; v 1 : «Y el Logos era Dios» (kai theos en ó
lógos). La verdadera divinidad del Logos se infiere también de los atributos
divinos que se le aplican, como el de ser Creador del mundo («todas las
cosas fueron hechas por El», v 3) y el de ser eterno («al principio era el
Logos», v 1). El Logos aparece también como Dios porque se 'le presenta como
autor del orden sobrenatural, por cuanto, como Luz, es el dispensador de la
Verdad (v 4 s) y como Vida es el dispensador de la vida sobrenatural de la
gracia (v 12) ; v 14: «Lleno de gracia y de verdad».
2. Doctrina de San Pablo sobre Cristo como imagen viva de Dios
Hebr. 1, 3 designa al Hijo de Dios como «esplendor de la gloria de Dios e
imagen de su sustancia» ; cf. 2 Cor 4, 4; Col 1, 15 s. Llamar a Cristo
esplendor de la gloria de Dios es tanto como afirmar la imagen viva de la
esencia o la consustancialidad de Cristo con Dios Padre («Luz de Luz»). La
expresión «imagen de la sustancia de Dios» indica también la subsistencia
personal de Cristo junto al Padre. Prueba bien clara de que el texto no se
refiere a una imagen creada de Dios Padre, sino verdaderamente divina, son
los atributos divinos que se le aplican al Hijo de Dios, tales como la
creación y conservación del mundo, la liberación del pecado y el estar
sentado a la diestra de Dios (v 3), el hallarse elevado por encima de los
ángeles (v 4).
§ 7. DOCTRINA NEOTESTAMENTARIA SOBRE DIOS ESPÍRITU SANTO
Aunque la palabra pneuma en algunos pasajes de la Sagrada Escritura designa
el ser espiritual de Dios o un poder impersonal del mismo, con todo, es
fácil probar por numerosos pasajes que el Espíritu Santo es una persona
divina distinta del Padre y del Hijo.
a) El Espíritu Santo es persona real. Pruebas de ello son la fórmula
trinitaria del bautismo (Mt 28, 19), el nombre de Paráclito (= consolador,
abogado), que no puede referirse sino a una persona (Ioh 14, 16 y 26; 15,
26; 16, 7; cf. 1 Ioh 2, 1, donde se llama a Cristo «nuestro Paráclito» =
abogado, intercesor ante el Padre), e igualmente el hecho de que al Espíritu
Santo se le aplican atributos personales, por ejemplo : ser maestro de la
verdad (Ioh 14, 26 ; 16, 13), dar testimonio de Cristo (Ioh 15, 26), conocer
los misterios de Dios (1 Cor 2, 10), predecir acontecimientos futuros (Ioh
16, 13 ; Act 21, 11) e instituir obispos (Act 20, 28).
b) El Espíritu Santo es una Persona distinta del Padre y del Hijo. Pruebas
de ello son la fórmula trinitaria del bautismo, la aparición del Espíritu
Santo en el bautismo de Jesús bajo un símbolo especial y, sobre todo, el
discurso de despedida de Jesús, donde el Espíritu Santo se distingue del
Padre y del Hijo, puesto que éstos son los que lo envían, y él, el enviado o
dado (Ioh 14, 16 y 26 ; 15, 26).
c) El Espíritu Santo es Persona divina. Se le aplican indistintamente los
nombres de «Espíritu Santo» y de «Dios» ; Act 5, 3 s : «Ananías, ¿por qué se
ha apoderado Satanás de tu corazón, moviéndote a engañar al Espíritu Santo?... No has mentido a los hombres, sino a Dios» ; cf. 1 Cor 3, 16; 6, 19 s.
En la fórmula trinitaria del bautismo, el Espíritu Santo es equiparado al
Padre y al Hijo, que realmente son Dios. Al Espíritu Santo se le aplican
también atributos divinos. Él posee la plenitud del saber: es maestro de
toda verdad, predice las cosas futuras (Ioh 16, 13), escudriña los más
profundos arcanos de la divinidad (1 Cor 2, 10) y Él fue quien inspiró a los
profetas en el Antiguo Testamento, (2 Petr 1, 21; cf. Act 1, 16). La virtud
divina del Espíritu Santo se manifiesta en el prodigio de la encarnación del
Hijo de Dios (Lc 1, 35 ; Mt 1, 20) y en el milagro de Pentecostés (Lc 24,
49; Act 2, 2-4). El Espíritu Santo es el divino dispensador de la gracia:
concede los danes extraordinarios de la gracia (1 Cor 12, 11) y la gracia de
la justificación en el bautismo (Ioh 3, 5) y en el sacramento de la
penitencia (Ioh 20, 22) ; cf. Rom 5, 5 ; Gal 4, 6; 5, 22.
§ 8. LA DOCTRINA NEOTESTAMENTARIA ACERCA DE LA UNIDAD NUMÉ RICA DE LA
NATURALEZA DIVINA EN LAS TRES PERSONAS
La doctrina bíblica sobre la trinidad de Personas en Dios solamente es
compatible con la doctrina fundamental de la misma ßiblia acerca de la
unicidad de la esencia divina (Mc 12, 29; 1 Cor 8, 4 ; Eph 4, 6 ; 1 Tim 2,
5) si las tres divinas Personas subsisten en una sola naturaleza. La unidad
o identidad numérica de la naturaleza divina en las tres Personas está
indicada en las fórmulas trinitarias (cf. especialmente Mt 28, 19: in
nomine) y en algunos pasajes de la Escritura que nos hablan de la
«inexistencia mutua» (circumincessio, períjóresis) de las Personas divinas
(Ioh 10, 38; 14, 9 ss; 17, 10; 16, 13 ss ; 5, 19). Cristo declaró
expresamente la unión numérica de su naturaleza divina con la del Padre en
Ioh 10, 30: «Yo y el Padre somos una sola cosa». SAN AGUSTÍN nota a este
propósito : «Quod dixit unum, liberat te ab Ario; quod dixit sumus, liberat
te a Sabellio» (In l oh. tr. 36, 9). El término católico para designar la
unidad numérica de la esencia divina en las tres Personas es la expresión
consagrada por el concilio de Nicea (325), óµooúsios.
Los padres de Capadocia emplean la fórmula : Una sola esencia — tres
hipóstasis, entendiendo esa unidad de esencia en el sentido de unidad
numérica, no específica.
(Ott, L., Manual de Teología Dogmática)
Aplícación: P. Raniero Cantalamessa - La familia debería ser un
reflejo terreno de la Trinidad
En el Evangelio, procedente de los discursos de despedida de Jesús, se
perfilan en el fondo tres misteriosos sujetos inextricablemente unidos entre
sí. «Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad
completa... Todo lo que tiene el Padre es mío [¡del Hijo !]». Reflexionando
sobre estos y otros textos del mismo tenor, la Iglesia ha llegado a su fe en
el Dios uno y trino.
Muchos dicen: ¿qué enigma es éste de tres que son uno y de uno que son tres?
¿No sería más sencillo creer en un Dios único, y punto, como hacen los
judíos y los musulmanes? La respuesta es fácil. La Iglesia cree en la
Trinidad no porque le guste complicar las cosas, sino porque esta verdad le
ha sido revelada por Cristo. La dificultad de comprender el misterio de la
Trinidad es un argumento a favor, no en contra, de su verdad. Ningún hombre,
dejado a sí mismo, habría ideado jamás un misterio tal.
Después de que el misterio nos ha sido revelado, intuimos que, si Dios
existe, no puede más que ser así: uno y trino al mismo tiempo. No puede
haber amor más que entre dos o más personas; si, por lo tanto, «Dios es
amor», debe haber en Él uno que ama, uno que es amado y el amor que les une.
También los cristianos son monoteístas; creen en un Dios que es único , pero
no solitario. ¿A quién amaría Dios si estuviera absolutamente solo? ¿Tal vez
a sí mismo? Pero entonces el suyo no sería amor, sino egoísmo, o narcisismo.
Desearía recoger la gran y formidable enseñanza de vida que nos llega de la
Trinidad. Este misterio es la máxima afirmación de que se puede ser iguales
y diversos: iguales en dignidad y diversos en características. ¿Y no es esto
de lo que tenemos la necesidad más urgente de aprender, para vivir
adecuadamente en este mundo? ¿O sea, que se puede ser diversos en color de
la piel, cultura, sexo, raza y religión, y en cambio gozar de igual
dignidad, como personas humanas?
Esta enseñanza encuentra su primer y más natural campo de aplicación en la
familia. La familia debería ser un reflejo terreno de la Trinidad. Está
formada por personas diversas por sexo (hombre y mujer) y por edad (padres e
hijos), con todas las consecuencias que se derivan de estas diversidades:
distintos sentimientos, diversas actitudes y gustos. El éxito de un
matrimonio y de una familia depende de la medida con la que esta diversidad
sepa tender a una unidad superior: unidad de amor, de intenciones, de
colaboración.
No es verdad que un hombre y una mujer deban ser a la fuerza afines en
temperamento y dotes; que, para ponerse de acuerdo, tengan que ser los dos
alegres, vivaces, extrovertidos e instintivos, o los dos introvertidos,
tranquilos, reflexivos. Es más, sabemos qué consecuencias negativas pueden
derivarse, ya en el plano físico, de matrimonios realizados entre parientes,
dentro de un círculo estrecho. Esposo y esposa no tienen que ser «la media
naranja» uno del otro, en el sentido de dos mitades perfectamente iguales,
sino en el sentido de que cada uno es la mitad que le falta al otro y el
complemento del otro. Es lo que pretendía Dios cuando dijo: «No es bueno que
el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada» (Gn 2,18). Todo esto
supone el esfuerzo de aceptar la diversidad del otro, que es para nosotros
lo más difícil y aquello que sólo los más maduros consiguen.
Vemos también de aquí cómo es erróneo considerar a la Trinidad como un
misterio remoto de la vida, que hay que dejar a la especulación de los
teólogos. Al contrario: es un misterio cercanísimo. El motivo es muy
sencillo: hemos sido creados a imagen del Dios uno y trino, llevamos su
huella y estamos llamados a realizar la misma síntesis sublime de unidad y
diversidad.
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Aplicación: Directorio Homilético - Solemnidad de la Santísima
Trinidad
CEC 202, 232-260, 684, 732: el misterio de la Trinidad
CEC 249, 813, 950, 1077-1109, 2845: en la Iglesia y en su Liturgia
CEC 2655, 2664-2672: la Trinidad y la oración
CEC 2205: la familia como imagen de la Trinidad
202 Jesús mismo confirma que Dios es "el único Señor" y que es preciso
amarle con todo el corazón, con toda el alma, con todo el espíritu y todas
las fuerzas (cf. Mc 12,29-30). Deja al mismo tiempo entender que él mismo es
"el Señor" (cf. Mc 12,35-37). Confesar que "Jesús es Señor" es lo propio de
la fe cristiana. Esto no es contrario a la fe en el Dios Unico. Creer en el
Espíritu Santo, "que es Señor y dador de vida", no introduce ninguna
división en el Dios único:
Creemos firmemente y afirmamos sin ambages que hay un solo verdadero Dios,
inmenso e inmutable, incomprensible, todopoderoso e inefable, Padre, Hijo y
Espíritu Santo: Tres Personas, pero una Esencia, una Substancia o Naturaleza
absolutamente simple (Cc. de Letrán IV: DS 800).
I "EN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO
Y DEL ESPIRITU SANTO"
228 Los cristianos son bautizados "en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo" (Mt 28,19). Antes responden "Creo" a la triple pregunta que
les pide confesar su fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu: "Fides
omnium christianorum in Trinitate consistit" ("La fe de todos los cristianos
se cimenta en la Santísima Trinidad") (S. Cesáreo de Arlés, symb.).
229 Los cristianos son bautizados en "el nombre" del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo y no en "los nombres" de estos (cf. Profesión de fe del Papa
Vigilio en 552: DS 415), pues no hay más que un solo Dios, el Padre
todopoderoso y su Hijo único y el Espíritu Santo: la Santísima Trinidad.
230 El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y
de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la
fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es
la enseñanza más fundamental y esencial en la "jerarquía de las verdades de
fe" (DCG 43). "Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la
historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres,
apartados por el pecado, y se une con ellos" (DCG 47).
231 En este párrafo, se expondrá brevemente de qué manera es revelado el
misterio de la Bienaventurada Trinidad (I), cómo la Iglesia ha formulado la
doctrina de la fe sobre este misterio (II), y finalmente cómo, por las
misiones divinas del Hijo y del Espíritu Santo, Dios Padre realiza su
"designio amoroso" de creación, de redención, y de santificación (III).
232 Los Padres de la Iglesia distinguen entre la "Theologia" y la
"Oikonomia", designando con el primer término el misterio de la vida íntima
del Dios-Trinidad, con el segundo todas las obras de Dios por las que se
revela y comunica su vida. Por la "Oikonomia" nos es revelada la
"Theologia"; pero inversamente, es la "Theologia", quien esclarece toda la
"Oikonomia". Las obras de Dios revelan quién es en sí mismo; e inversamente,
el misterio de su Ser íntimo ilumina la inteligencia de todas sus obras. Así
sucede, analógicamente, entre las personas humanas, La persona se muestra en
su obrar y a medida que conocemos mejor a una persona, mejor comprendemos su
obrar.
233 La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los
"misterios escondidos en Dios, que no pueden ser conocidos si no son
revelados desde lo alto" (Cc. Vaticano I: DS 3015. Dios, ciertamente, ha
dejado huellas de su ser trinitario en su obra de Creación y en su
Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad de su Ser
como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e
incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el
envío del Espíritu Santo.
II LA REVELACION DE DIOS COMO TRINIDAD
El Padre revelado por el Hijo
234 La invocación de Dios como "Padre" es conocida en muchas religiones. La
divinidad es con frecuencia considerada como "padre de los dioses y de los
hombres". En Israel, Dios es llamado Padre en cuanto Creador del mundo (Cf.
Dt 32,6; Ml 2,10). Pues aún más, es Padre en razón de la alianza y del don
de la Ley a Israel, su "primogénito" (Ex 4,22). Es llamado también Padre del
rey de Israel (cf. 2 S 7,14). Es muy especialmente "el Padre de los pobres",
del huérfano y de la viuda, que están bajo su protección amorosa (cf. Sal
68,6).
235 Al designar a Dios con el nombre de "Padre", el lenguaje de la fe indica
principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero de todo y autoridad
transcendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos
sus hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada también
mediante la imagen de la maternidad (cf. Is 66,13; Sal 131,2) que indica más
expresivamente la inmanencia de Dios, la intimidad entre Dios y su criatura.
El lenguaje de la fe se sirve así de la experiencia humana de los padres que
son en cierta manera los primeros representantes de Dios para el hombre.
Pero esta experiencia dice también que los padres humanos son falibles y que
pueden desfigurar la imagen de la paternidad y de la maternidad. Conviene
recordar, entonces, que Dios transciende la distinción humana de los sexos.
No es hombre ni mujer, es Dios. Transciende también la paternidad y la
maternidad humanas (cf. Sal 27,10), aunque sea su origen y medida (cf. Ef
3,14; Is 49,15): Nadie es padre como lo es Dios.
236 Jesús ha revelado que Dios es "Padre" en un sentido nuevo: no lo es sólo
en cuanto Creador; Él es eternamente Padre en relación a su Hijo único, el
cual eternamente es Hijo sólo en relación a su Padre: "Nadie conoce al Hijo
sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el
Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27).
237 Por eso los apóstoles confiesan a Jesús como "el Verbo que en el
principio estaba junto a Dios y que era Dios" (Jn 1,1), como "la imagen del
Dios invisible" (Col 1,15), como "el resplandor de su gloria y la impronta
de su esencia" Hb 1,3).
238 Después de ellos, siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia confesó
en el año 325 en el primer concilio ecuménico de Nicea que el Hijo es
"consubstancial" al Padre, es decir, un solo Dios con él. El segundo
concilio ecuménico, reunido en Constantinopla en el año 381, conservó esta
expresión en su formulación del Credo de Nicea y confesó "al Hijo Unico de
Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios
verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, consubstancial al Padre"
(DS 150).
El Padre y el Hijo revelados por el Espíritu
239 Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de "otro Paráclito"
(Defensor), el Espíritu Santo. Este, que actuó ya en la Creación (cf. Gn
1,2) y "por los profetas" (Credo de Nicea-Constantinopla), estará ahora
junto a los discípulos y en ellos (cf. Jn 14,17), para enseñarles (cf. Jn
14,16) y conducirlos "hasta la verdad completa" (Jn 16,13). El Espíritu
Santo es revelado así como otra persona divina con relación a Jesús y al
Padre.
244 El origen eterno del Espíritu se revela en su misión temporal. El
Espíritu Santo es enviado a los Apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre
en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al
Padre (cf. Jn 14,26; 15,26; 16,14). El envío de la persona del Espíritu tras
la glorificación de Jesús (cf. Jn 7,39), revela en plenitud el misterio de
la Santa Trinidad.
245 La fe apostólica relativa al Espíritu fue confesada por el segundo
Concilio ecuménico en el año 381 en Constantinopla: "Creemos en el Espíritu
Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre" (DS 150). La Iglesia
reconoce así al Padre como "la fuente y el origen de toda la divinidad" (Cc.
de Toledo VI, año 638: DS 490). Sin embargo, el origen eterno del Espíritu
Santo está en conexión con el del Hijo: "El Espíritu Santo, que es la
tercera persona de la Trinidad, es Dios, uno e igual al Padre y al Hijo, de
la misma sustancia y también de la misma naturaleza: Por eso, no se dice que
es sólo el Espíritu del Padre, sino a la vez el espíritu del Padre y del
Hijo" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 527). El Credo del Concilio de
Constantinopla (año 381) confiesa: "Con el Padre y el Hijo recibe una misma
adoración y gloria" (DS 150).
246 La tradición latina del Credo confiesa que el Espíritu "procede del
Padre y del Hijo (filioque)". El Concilio de Florencia, en el año 1438,
explicita: "El Espíritu Santo tiene su esencia y su ser a la vez del Padre y
del Hijo y procede eternamente tanto del Uno como del Otro como de un solo
Principio y por una sola espiración...Y porque todo lo que pertenece al
Padre, el Padre lo dio a su Hijo único, al engendrarlo, a excepción de su
ser de Padre, esta procesión misma del Espíritu Santo a partir del Hijo,
éste la tiene eternamente de su Padre que lo engendró eternamente" (DS
1300-1301).
247 La afirmación del filioque no figuraba en el símbolo confesado el año
381 en Constantinopla. Pero sobre la base de una antigua tradición latina y
alejandrina, el Papa S. León la había ya confesado dogmáticamente el año 447
(cf. DS 284) antes incluso que Roma conociese y recibiese el año 451, en el
concilio de Calcedonia, el símbolo del 381. El uso de esta fórmula en el
Credo fue poco a poco admitido en la liturgia latina (entre los siglos VIII
y XI). La introducción del Filioque en el Símbolo de Nicea-Constantinopla
por la liturgia latina constituye, todavía hoy, un motivo de no convergencia
con las Iglesias ortodoxas.
248 La tradición oriental expresa en primer lugar el carácter de origen
primero del Padre por relación al Espíritu Santo. Al confesar al Espíritu
como "salido del Padre" (Jn 15,26), esa tradición afirma que este procede
del Padre por el Hijo (cf. AG 2). La tradición occidental expresa en primer
lugar la comunión consubstancial entre el Padre y el Hijo diciendo que el
Espíritu procede del Padre y del Hijo (Filioque). Lo dice "de manera
legítima y razonable" (Cc. de Florencia, 1439: DS 1302), porque el orden
eterno de las personas divinas en su comunión consubstancial implica que el
Padre sea el origen primero del Espíritu en tanto que "principio sin
principio" (DS 1331), pero también que, en cuanto Padre del Hijo Unico, sea
con él "el único principio de que procede el Espíritu Santo" (Cc. de Lyon
II, 1274: DS 850). Esta legítima complementariedad, si no se desorbita, no
afecta a la identidad de la fe en la realidad del mismo misterio confesado.
III LA SANTISIMA TRINIDAD EN LA DOCTRINA DE LA FE
La formación del dogma trinitario
249 La verdad revelada de la Santa Trinidad ha estado desde los orígenes en
la raíz de la fe viva de la Iglesia, principalmente en el acto del bautismo.
Encuentra su expresión en la regla de la fe bautismal, formulada en la
predicación, la catequesis y la oración de la Iglesia. Estas formulaciones
se encuentran ya en los escritos apostólicos, como este saludo recogido en
la liturgia eucarística: "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios
Padre y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros" (2 Co 13,13;
cf. 1 Cor 12,4-6; Ef 4,4-6).
250 Durante los primeros siglos, la Iglesia formula más explícitamente su fe
trinitaria tanto para profundizar su propia inteligencia de la fe como para
defenderla contra los errores que la deformaban. Esta fue la obra de los
Concilios antiguos, ayudados por el trabajo teológico de los Padres de la
Iglesia y sostenidos por el sentido de la fe del pueblo cristiano.
251 Para la formulación del dogma de la Trinidad, la Iglesia debió crear una
terminología propia con ayuda de nociones de origen filosófico:
"substancia", "persona" o "hipóstasis", "relación", etc. Al hacer esto, no
sometía la fe a una sabiduría humana, sino que daba un sentido nuevo,
sorprendente, a estos términos destinados también a significar en adelante
un Misterio inefable, "infinitamente más allá de todo lo que podemos
concebir según la medida humana" (Pablo VI, SPF 2).
252 La Iglesia utiliza el término "substancia" (traducido a veces también
por "esencia" o por "naturaleza") para designar el ser divino en su unidad;
el término "persona" o "hipóstasis" para designar al Padre, al Hijo y al
Espíritu Santo en su distinción real entre sí; el término "relación" para
designar el hecho de que su distinción reside en la referencia de cada uno a
los otros.
El dogma de la Santísima Trinidad
253 La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres
personas: "la Trinidad consubstancial" (Cc. Constantinopla II, año 553: DS
421). Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada
una de ellas es enteramente Dios: "El Padre es lo mismo que es el Hijo, el
Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu
Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS
530). "Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la
substancia, la esencia o la naturaleza divina" (Cc. de Letrán IV, año 1215:
DS 804).
254 Las personas divinas son realmente distintas entre si. "Dios es único
pero no solitario" (Fides Damasi: DS 71). "Padre", "Hijo", Espíritu Santo"
no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues son
realmente distintos entre sí: "El que es el Hijo no es el Padre, y el que es
el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo"
(Cc. de Toledo XI, año 675: DS 530). Son distintos entre sí por sus
relaciones de origen: "El Padre es quien engendra, el Hijo quien es
engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede" (Cc. Letrán IV, año 1215:
DS 804). La Unidad divina es Trina.
255 Las personas divinas son relativas unas a otras. La distinción real de
las personas entre sí, porque no divide la unidad divina, reside únicamente
en las relaciones que las refieren unas a otras: "En los nombres relativos
de las personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el
Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de estas tres
personas considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza o
substancia" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 528). En efecto, "todo es uno (en
ellos) donde no existe oposición de relación" (Cc. de Florencia, año 1442:
DS 1330). "A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el
Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el
Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo" (Cc. de Florencia
1442: DS 1331).
256 A los catecúmenos de Constantinopla, S. Gregorio Nacianceno, llamado
también "el Teólogo", confía este resumen de la fe trinitaria:
Ante todo, guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato, con el
cual quiero morir, que me hace soportar todos los males y despreciar todos
los placeres: quiero decir la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el
Espíritu Santo. Os la confío hoy. Por ella os introduciré dentro de poco en
el agua y os sacaré de ella. Os la doy como compañera y patrona de toda
vuestra vida. Os doy una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres,
y contiene los Tres de una manera distinta. Divinidad sin distinción de
substancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado inferior
que abaje...Es la infinita connaturalidad de tres infinitos. Cada uno,
considerado en sí mismo, es Dios todo entero...Dios los Tres considerados en
conjunto...No he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me
baña con su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la
unidad me posee de nuevo...(0r. 40,41: PG 36,417).
IV LAS OBRAS DIVINAS Y LAS MISIONES TRINITARIAS
257 "O lux beata Trinitas et principalis Unitas!" ("¡Oh Trinidad, luz
bienaventurada y unidad esencial!") (LH, himno de vísperas) Dios es eterna
beatitud, vida inmortal, luz sin ocaso. Dios es amor: Padre, Hijo y Espíritu
Santo. Dios quiere comunicar libremente la gloria de su vida bienaventurada.
Tal es el "designio benevolente" (Ef 1,9) que concibió antes de la creación
del mundo en su Hijo amado, "predestinándonos a la adopción filial en él"
(Ef 1,4-5), es decir, "a reproducir la imagen de su Hijo" (Rom 8,29) gracias
al "Espíritu de adopción filial" (Rom 8,15). Este designio es una "gracia
dada antes de todos los siglos" (2 Tm 1,9-10), nacido inmediatamente del
amor trinitario. Se despliega en la obra de la creación, en toda la historia
de la salvación después de la caída, en las misiones del Hijo y del
Espíritu, cuya prolongación es la misión de la Iglesia (cf. AG 2-9).
258 Toda la economía divina es la obra común de las tres personas divinas.
Porque la Trinidad, del mismo modo que tiene una sola y misma naturaleza,
así también tiene una sola y misma operación (cf. Cc. de Constantinopla, año
553: DS 421). "El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres principios
de las criaturas, sino un solo principio" (Cc. de Florencia, año 1442: DS
1331). Sin embargo, cada persona divina realiza la obra común según su
propiedad personal. Así la Iglesia confiesa, siguiendo al Nuevo Testamento
(cf. 1 Co 8,6): "uno es Dios y Padre de quien proceden todas las cosas, un
solo el Señor Jesucristo por el cual son todas las cosas, y uno el Espíritu
Santo en quien son todas las cosas (Cc. de Constantinopla II: DS 421). Son,
sobre todo, las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del
Espíritu Santo las que manifiestan las propiedades de las personas divinas.
259 Toda la economía divina, obra a la vez común y personal, da a conocer la
propiedad de las personas divinas y su naturaleza única. Así, toda la vida
cristiana es comunión con cada una de las personas divinas, sin separarlas
de ningún modo. El que da gloria al Padre lo hace por el Hijo en el Espíritu
Santo; el que sigue a Cristo, lo hace porque el Padre lo atrae (cf. Jn 6,44)
y el Espíritu lo mueve (cf. Rom 8,14).
260 El fin último de toda la economía divina es la entrada de las criaturas
en la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad (cf. Jn 17,21-23). Pero
desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: "Si
alguno me ama -dice el Señor- guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y
vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23).
Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo
para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en
la eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi
inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu
Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar
de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí
enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin
reservas a tu acción creadora (Oración de la Beata Isabel de la Trinidad).
CAPITULO PRIMERO: EL MISTERIO PASCUAL EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA
Artículo 1: LA LITURGIA, OBRA DE LA SANTISIMA TRINIDAD
I. EL PADRE, FUENTE Y FIN DE LA LITURGIA
1077. "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha
bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en
Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la creación del mundo, para
ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de
antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el
beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la
que nos agració en el Amado" (Ef 1,3-6).
1078 Bendecir es una acción divina que da la vida y cuya fuente es el Padre.
Su bendición es a la vez palabra y don ("bene-dictio", "eu-logia"). Aplicado
al hombre, este término significa la adoración y la entrega a su Creador en
la acción de gracias.
1079 Desde el comienzo y hasta la consumación de los tiempos, toda la obra
de Dios es bendición. Desde el poema litúrgico de la primera creación hasta
los cánticos de la Jerusalén celestial, los autores inspirados anuncian el
designio de salvación como una inmensa bendición divina.
1080 Desde el comienzo, Dios bendice a los seres vivos, especialmente al
hombre y la mujer. La alianza con Noé y con todos los seres animados renueva
esta bendición de fecundidad, a pesar del pecado del hombre por el cual la
tierra queda "maldita". Pero es a partir de Abraham cuando la bendición
divina penetra en la historia humana, que se encaminaba hacia la muerte,
para hacerla volver a la vida, a su fuente: por la fe del "padre de los
creyentes" que acoge la bendición se inaugura la historia de la salvación.
1081 Las bendiciones divinas se manifiestan en acontecimientos maravillosos
y salvadores: el nacimiento de Isaac, la salida de Egipto (Pascua y Exodo),
el don de la Tierra prometida, la elección de David, la Presencia de Dios en
el templo, el exilio purificador y el retorno de un "pequeño resto". La Ley,
los Profetas y los Salmos que tejen la liturgia del Pueblo elegido recuerdan
a la vez estas bendiciones divinas y responden a ellas con las bendiciones
de alabanza y de acción de gracias.
1082 En la Liturgia de la Iglesia, la bendición divina es plenamente
revelada y comunicada: el Padre es reconocido y adorado como la fuente y el
fin de todas las bendiciones de la Creación y de la Salvación; en su Verbo,
encarnado, muerto y resucitado por nosotros, nos colma de sus bendiciones y
por él derrama en nuestros corazones el Don que contiene todos los dones: el
Espíritu Santo.
1083 Se comprende, por tanto, que en cuanto respuesta de fe y de amor a las
"bendiciones espirituales" con que el Padre nos enriquece, la liturgia
cristiana tiene una doble dimensión. Por una parte, la Iglesia, unida a su
Señor y "bajo la acción el Espíritu Santo" (Lc 10,21), bendice al Padre "por
su Don inefable" (2 Co 9,15) mediante la adoración, la alabanza y la acción
de gracias. Por otra parte, y hasta la consumación del designio de Dios, la
Iglesia no cesa de presentar al Padre "la ofrenda de sus propios dones" y de
implorar que el Espíritu Santo venga sobre esta ofrenda, sobre ella misma,
sobre los fieles y sobre el mundo entero, a fin de que por la comunión en la
muerte y en la resurrección de Cristo-Sacerdote y por el poder del Espíritu
estas bendiciones divinas den frutos de vida "para alabanza de la gloria de
su gracia" (Ef 1,6).
II LA OBRA DE CRISTO EN LA LITURGIA
Cristo glorificado...
1084 "Sentado a la derecha del Padre" y derramando el Espíritu Santo sobre
su Cuerpo que es la Iglesia, Cristo actúa ahora por medio de los
sacramentos, instituidos por él para comunicar su gracia. Los sacramentos
son signos sensibles (palabras y acciones), accesibles a nuestra humanidad
actual. Realizan eficazmente la gracia que significan en virtud de la acción
de Cristo y por el poder del Espíritu Santo.
1085 En la Liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza principalmente
su misterio pascual. Durante su vida terrestre Jesús anunciaba con su
enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio pascual. Cuando llegó su
Hora (cf Jn 13,1; 17,1), vivió el único acontecimiento de la historia que no
pasa: Jesús muere, es sepultado, resucita de entre los muertos y se sienta a
la derecha del Padre "una vez por todas" (Rm 6,10; Hb 7,27; 9,12). Es un
acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente
singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y
son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el
contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte
destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció
por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los
tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento
de la Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida.
...desde la Iglesia de los Apóstoles...
1086 "Por esta razón, como Cristo fue enviado por el Padre, él mismo envió
también a los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, no sólo para que, al
predicar el Evangelio a toda criatura, anunciaran que el Hijo de Dios, con
su muerte y resurrección, nos ha liberado del poder de Satanás y de la
muerte y nos ha conducido al reino del Padre, sino también para que
realizaran la obra de salvación que anunciaban mediante el sacrificio y los
sacramentos en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica" (SC 6)
1087 Así, Cristo resucitado, dando el Espíritu Santo a los Apóstoles, les
confía su poder de santificación (cf Jn 20,21-23); se convierten en signos
sacramentales de Cristo. Por el poder del mismo Espíritu Santo confían este
poder a sus sucesores. Esta "sucesión apostólica" estructura toda la vida
litúrgica de la Iglesia. Ella misma es sacramental, transmitida por el
sacramento del Orden.
...está presente en la Liturgia terrena...
1088 "Para llevar a cabo una obra tan grande" -la dispensación o
comunicación de su obra de salvación-"Cristo está siempre presente en su
Iglesia, principalmente en los actos litúrgicos. Está presente en el
sacrificio de la misa, no sólo en la persona del ministro, `ofreciéndose
ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en
la cruz', sino también, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Está
presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien
bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues es El
mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura. Está
presente, finalmente, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que
prometió: `Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en
medio de ellos' (Mt 18,20)" (SC 7).
1089 "Realmente, en una obra tan grande por la que Dios es perfectamente
glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a la
Iglesia, su esposa amadísima, que invoca a su Señor y por El rinde culto al
Padre Eterno" (SC 7)
...que participa en la Liturgia celestial.
1090 "En la liturgia terrena pregustamos y participamos en aquella liturgia
celestial que se celebra en la ciudad santa, Jerusalén, hacia la cual nos
dirigimos como peregrinos, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre,
como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero; cantamos un himno
de gloria al Señor con todo el ejército celestial; venerando la memoria de
los santos, esperamos participar con ellos y acompañarlos; aguardamos al
Salvador, nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste El, nuestra
Vida, y nosotros nos manifestamos con El en la gloria" (SC 8; cf. LG 50).
III EL ESPIRITU SANTO Y LA IGLESIA EN LA LITURGIA
1091 En la Liturgia, el Espíritu Santo es el pedagogo de la fe del Pueblo de
Dios, el artífice de las "obras maestras de Dios" que son los sacramentos de
la Nueva Alianza. El deseo y la obra del Espíritu en el corazón de la
Iglesia es que vivamos de la vida de Cristo resucitado. Cuando encuentra en
nosotros la respuesta de fe que él ha suscitado, entonces se realiza una
verdadera cooperación. Por ella, la Liturgia viene a ser la obra común del
Espíritu Santo y de la Iglesia.
1092 En esta dispensación sacramental del misterio de Cristo, el Espíritu
Santo actúa de la misma manera que en los otros tiempos de la Economía de la
salvación: prepara la Iglesia para el encuentro con su Señor, recuerda y
manifiesta a Cristo a la fe de la asamblea; hace presente y actualiza el
misterio de Cristo por su poder transformador; finalmente, el Espíritu de
comunión une la Iglesia a la vida y a la misión de Cristo.
El Espíritu Santo prepara a recibir a Cristo
1093 El Espíritu Santo realiza en la economía sacramental las figuras de la
Antigua Alianza. Puesto que la Iglesia de Cristo estaba "preparada
maravillosamente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua
Alianza" (LG 2), la Liturgia de la Iglesia conserva como una parte
integrante e irremplazable, haciéndolos suyos, algunos elementos del culto
de la Antigua Alianza:
– principalmente la lectura del Antiguo Testamento;
– la oración de los Salmos;
– y sobre todo la memoria de los acontecimientos salvíficos y de las
realidades significativas que encontraron su cumplimiento en el misterio de
Cristo (la Promesa y la Alianza; el Exodo y la Pascua, el Reino y el Templo;
el Exilio y el Retorno).
1094 Sobre esta armonía de los dos Testamentos (cf DV 14-16) se articula la
catequesis pascual del Señor (cf Lc 24,13-49), y luego la de los Apóstoles y
de los Padres de la Iglesia. Esta catequesis pone de manifiesto lo que
permanecía oculto bajo la letra del Antiguo Testamento: el misterio de
Cristo. Es llamada catequesis "tipológica", porque revela la novedad de
Cristo a partir de "figuras" (tipos) que la anunciaban en los hechos, las
palabras y los símbolos de la primera Alianza. Por esta relectura en el
Espíritu de Verdad a partir de Cristo, las figuras son explicadas (cf 2 Co
3, 14-16). Así, el diluvio y el arca de Noé prefiguraban la salvación por el
Bautismo (cf 1 P 3,21), y lo mismo la nube, y el paso del mar Rojo; el agua
de la roca era la figura de los dones espirituales de Cristo (cf 1 Co
10,1-6); el maná del desierto prefiguraba la Eucaristía "el verdadero Pan
del Cielo" (Jn 6,32).
1095 Por eso la Iglesia, especialmente durante los tiempos de Adviento,
Cuaresma y sobre todo en la noche de Pascua, relee y revive todos estos
acontecimientos de la historia de la salvación en el "hoy" de su Liturgia.
Pero esto exige también que la catequesis ayude a los fieles a abrirse a
esta inteligencia "espiritual" de la Economía de la salvación, tal como la
Liturgia de la Iglesia la manifiesta y nos la hace vivir.
1096 Liturgia judía y liturgia cristiana. Un mejor conocimiento de la fe y
la vida religiosa del pueblo judío tal como son profesadas y vividas aún
hoy, puede ayudar a comprender mejor ciertos aspectos de la Liturgia
cristiana. Para los judíos y para los cristianos la Sagrada Escritura es una
parte esencial de sus respectivas liturgias: para la proclamación de la
Palabra de Dios, la respuesta a esta Palabra, la adoración de alabanza y de
intercesión por los vivos y los difuntos, el recurso a la misericordia
divina. La liturgia de la Palabra, en su estructura propia, tiene su origen
en la oración judía. La oración de las Horas, y otros textos y formularios
litúrgicos tienen sus paralelos también en ella, igual que las mismas
fórmulas de nuestras oraciones más venerables, por ejemplo, el Padre
Nuestro. Las plegarias eucarísticas se inspiran también en modelos de la
tradición judía. La relación entre liturgia judía y liturgia cristiana, pero
también la diferencia de sus contenidos, son particularmente visibles en las
grandes fiestas del año litúrgico como la Pascua. Los cristianos y los
judíos celebran la Pascua: Pascua de la historia, orientada hacia el
porvenir en los judíos; Pascua realizada en la muerte y la resurrección de
Cristo en los cristianos, aunque siempre en espera de la consumación
definitiva.
1097 En la Liturgia de la Nueva Alianza, toda acción litúrgica,
especialmente la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos es un
encuentro entre Cristo y la Iglesia. La asamblea litúrgica recibe su unidad
de la "comunión del Espíritu Santo" que reúne a los hijos de Dios en el
único Cuerpo de Cristo. Esta reunión desborda las afinidades humanas,
raciales, culturales y sociales.
1098 La Asamblea debe prepararse para encontrar a su Señor, debe ser "un
pueblo bien dispuesto". Esta preparación de los corazones es la obra común
del Espíritu Santo y de la Asamblea, en particular de sus ministros. La
gracia del Espíritu Santo tiende a suscitar la fe, la conversión del corazón
y la adhesión a la voluntad del Padre. Estas disposiciones preceden a la
acogida de las otras gracias ofrecidas en la celebración misma y a los
frutos de Vida nueva que está llamada a producir.
El Espíritu Santo recuerda el Misterio de Cristo
1099 El Espíritu y la Iglesia cooperan en la manifestación de Cristo y de su
obra de salvación en la Liturgia. Principalmente en la Eucaristía, y
análogamente en los otros sacramentos, la Liturgia es Memorial del Misterio
de la salvación. El Espíritu Santo es la memoria viva de la Iglesia (cf Jn
14,26).
1100 La Palabra de Dios. El Espíritu Santo recuerda primeramente a la
asamblea litúrgica el sentido del acontecimiento de la salvación dando vida
a la Palabra de Dios que es anunciada para ser recibida y vivida:
La importancia de la Sagrada Escritura en la celebración de la liturgia es
máxima. En efecto, de ella se toman las lecturas que luego se explican en la
homilía, y los salmos que se cantan; las preces, oraciones e himnos
litúrgicos están impregnados de su aliento y su inspiración; de ella reciben
su significado las acciones y los signos (SC 24).
1101 El Espíritu Santo es quien da a los lectores y a los oyentes, según las
disposiciones de sus corazones, la inteligencia espiritual de la Palabra de
Dios. A través de las palabras, las acciones y los símbolos que constituyen
la trama de una celebración, el Espíritu Santo pone a los fieles y a los
ministros en relación viva con Cristo, Palabra e Imagen del Padre, a fin de
que puedan hacer pasar a su vida el sentido de lo que oyen, contemplan y
realizan en la celebración.
1102 "La fe se suscita en el corazón de los no creyentes y se alimenta en el
corazón de los creyentes con la palabra de la salvación. Con la fe empieza y
se desarrolla la comunidad de los creyentes" (PO 4). El anuncio de la
Palabra de Dios no se reduce a una enseñanza: exige la respuesta de fe, como
consentimiento y compromiso, con miras a la Alianza entre Dios y su pueblo.
Es también el Espíritu Santo quien da la gracia de la fe, la fortalece y la
hace crecer en la comunidad. La asamblea litúrgica es ante todo comunión en
la fe.
1103 La Anámnesis. La celebración litúrgica se refiere siempre a las
intervenciones salvíficas de Dios en la historia. "El plan de la revelación
se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; ... las palabras
proclaman las obras y explican su misterio" (DV 2). En la Liturgia de la
Palabra, el Espíritu Santo "recuerda" a la Asamblea todo lo que Cristo ha
hecho por nosotros. Según la naturaleza de las acciones litúrgicas y las
tradiciones rituales de las Iglesias, una celebración "hace memoria" de las
maravillas de Dios en una Anámnesis más o menos desarrollada. El Espíritu
Santo, que despierta así la memoria de la Iglesia, suscita entonces la
acción de gracias y la alabanza (Doxologia).
El Espíritu Santo actualiza el Misterio de Cristo
1104 La Liturgia cristiana no sólo recuerda los acontecimientos que nos
salvaron, sino que los actualiza, los hace presentes. El Misterio pascual de
Cristo se celebra, no se repite; son las celebraciones las que se repiten;
en cada una de ellas tiene lugar la efusión del Espíritu Santo que actualiza
el único Misterio.
1105 La epíclesis ("invocación sobre") es la intercesión mediante la cual el
sacerdote suplica al Padre que envíe el Espíritu santificador para que las
ofrendas se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y para que los
fieles, al recibirlos, se conviertan ellos mismos en ofrenda viva para Dios.
1106 Junto con la Anámnesis, la Epíclesis es el centro de toda celebración
sacramental, y muy particularmente de la Eucaristía:
Preguntas cómo el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo y el vino...en
Sangre de Cristo. Te respondo: el Espíritu Santo irrumpe y realiza aquello
que sobrepasa toda palabra y todo pensamiento...Que te baste oír que es por
la acción del Espíritu Santo, de igual modo que gracias a la Santísima
Virgen y al mismo Espíritu, el Señor, por sí mismo y en sí mismo, asumió la
carne humana (S. Juan Damasceno, f.o., IV, 13).
1107 El poder transformador del Espíritu Santo en la Liturgia apresura la
venida del Reino y la consumación del Misterio de la salvación. En la espera
y en la esperanza nos hace realmente anticipar la comunión plena con la
Trinidad Santa. Enviado por el Padre, que escucha la epíclesis de la
Iglesia, el Espíritu da la vida a los que lo acogen, y constituye para
ellos, ya desde ahora, "las arras" de su herencia (cf Ef 1,14; 2 Co 1,22).
La comunión del Espíritu Santo
1108 La finalidad de la misión del Espíritu Santo en toda acción litúrgica
es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo. El Espíritu Santo es
como la savia de la viña del Padre que da su fruto en los sarmientos (cf Jn
15,1-17; Ga 5,22). En la Liturgia se realiza la cooperación más íntima entre
el Espíritu Santo y la Iglesia. El Espíritu de Comunión permanece
indefectiblemente en la Iglesia, y por eso la Iglesia es el gran sacramento
de la comunión divina que reúne a los hijos de Dios dispersos. El fruto del
Espíritu en la Liturgia es inseparablemente comunión con la Trinidad Santa y
comunión fraterna (cf 1 Jn 1,3-7).
1109 La Epíclesis es también oración por el pleno efecto de la comunión de
la Asamblea con el Misterio de Cristo. "La gracia de nuestro Señor
Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo" (2 Co
13,13) deben permanecer siempre con nosotros y dar frutos más allá de la
celebración eucarística. La Iglesia, por tanto, pide al Padre que envíe el
Espíritu Santo para que haga de la vida de los fieles una ofrenda viva a
Dios mediante la transformación espiritual a imagen de Cristo, la
preocupación por la unidad de la Iglesia y la participación en su misión por
el testimonio y el servicio de la caridad.
La oración al Padre
2664 No hay otro camino de oración cristiana que Cristo. Sea comunitaria o
individual, vocal o interior, nuestra oración no tiene acceso al Padre más
que si oramos "en el Nombre" de Jesús. La santa humanidad de Jesús es, pues,
el camino por el que el Espíritu Santo nos enseña a orar a Dios nuestro
Padre.
La oración a Jesús
2665 La oración de la Iglesia, alimentada por la palabra de Dios y por la
celebración de la liturgia, nos enseña a orar al Señor Jesús. Aunque esté
dirigida sobre todo al Padre, en todas las tradiciones litúrgicas incluye
formas de oración dirigidas a Cristo. Algunos salmos, según su actualización
en la Oración de la Iglesia, y el Nuevo Testamento ponen en nuestros labios
y gravan en nuestros corazones las invocaciones de esta oración a Cristo:
Hijo de Dios, Verbo de Dios, Señor, Salvador, Cordero de Dios, Rey, Hijo
amado, Hijo de la Virgen, Buen Pastor, Vida nuestra, nuestra Luz, nuestra
Esperanza, Resurrección nuestra, Amigo de los hombres...
2666 Pero el Nombre que todo lo contiene es aquel que el Hijo de Dios recibe
en su encarnación: Jesús. El nombre divino es inefable para los labios
humanos (cf Ex 3, 14; 33, 19-23), pero el Verbo de Dios, al asumir nuestra
humanidad, nos lo entrega y nosotros podemos invocarlo: "Jesús", "YHVH
salva" (cf Mt 1, 21). El Nombre de Jesús contiene todo: Dios y el hombre y
toda la Economía de la creación y de la salvación. Decir "Jesús" es
invocarlo desde nuestro propio corazón. Su Nombre es el único que contiene
la presencia que significa. Jesús es el resucitado, y cualquiera que invoque
su Nombre acoge al Hijo de Dios que le amó y se entregó por él (cf Rm 10,
13; Hch 2, 21; 3, 15-16; Ga 2, 20).
2667 Esta invocación de fe bien sencilla ha sido desarrolla da en la
tradición de la oración bajo formas diversas en Oriente y en Occidente. La
formulación más habitual, transmitida por los espirituales del Sinaí, de
Siria y del Monte Athos es la invocación: "Jesús, Cristo, Hijo de Dios,
Señor, ¡Ten piedad de nosotros, pecadores!" Conjuga el himno cristológico de
Flp 2, 6-11 con la petición del publicano y del mendigo ciego (cf Lc 18,13;
Mc 10, 46-52). Mediante ella, el corazón está acorde con la miseria de los
hombres y con la misericordia de su Salvador.
2668 La invocación del santo Nombre de Jesús es el camino más sencillo de la
oración continua. Repetida con frecuencia por un corazón humildemente
atento, no se dispersa en "palabrerías" (Mt 6, 7), sino que "conserva la
Palabra y fructifica con perseverancia" (cf Lc 8, 15). Es posible "en todo
tiempo" porque no es una ocupación al lado de otra, sino la única ocupación,
la de amar a Dios, que anima y transfigura toda acción en Cristo Jesús.
2669 La oración de la Iglesia venera y honra al Corazón de Jesús, como
invoca su Santísimo Nombre. Adora al Verbo encarnado y a su Corazón que, por
amor a los hombres, se dejó traspasar por nuestros pecados. La oración
cristiana practica el Vía Crucis siguiendo al Salvador. Las estaciones desde
el Pretorio, al Gólgota y al Sepulcro jalonan el recorrido de Jesús que con
su santa Cruz nos redimió.
“Ven, Espíritu Santo”
2670 "Nadie puede decir: '¡Jesús es Señor!' sino por influjo del Espíritu
Santo" (1 Co 12, 3). Cada vez que en la oración nos dirigimos a Jesús, es el
Espíritu Santo quien, con su gracia preveniente, nos atrae al Camino de la
oración. Puesto que él nos enseña a orar recordándonos a Cristo, ¿cómo no
dirigirnos también a él orando? Por eso, la Iglesia nos invita a implorar
todos los días al Espíritu Santo, especialmente al comenzar y al terminar
cualquier acción importante.
Si el Espíritu no debe ser adorado, ¿cómo me diviniza él por el bautismo? Y
si debe ser adorado, ¿no debe ser objeto de un culto particular? (San
Gregorio Nacianceno, or. theol. 5, 28).
2671 La forma tradicional para pedir el Espíritu es invocar al Padre por
medio de Cristo nuestro Señor para que nos dé el Espíritu Consolador (cf Lc
11, 13). Jesús insiste en esta petición en su Nombre en el momento mismo en
que promete el don del Espíritu de Verdad (cf Jn 14, 17; 15, 26; 16, 13).
Pero la oración más sencilla y la más directa es también la más tradicional:
"Ven, Espíritu Santo", y cada tradición litúrgica la ha desarrollado en
antífonas e himnos:
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos
el fuego de tu amor (cf secuencia de Pentecostés).
Rey celeste, Espíritu Consolador, Espíritu de Verdad, que estás presente en
todas partes y lo llenas todo, tesoro de todo bien y fuente de la vida, ven,
habita en nosotros, purifícanos y sálvanos. ¡Tú que eres bueno! (Liturgia
bizantina. Tropario de vísperas de Pentecostés).
2672 El Espíritu Santo, cuya unción impregna todo nuestro ser, es el Maestro
interior de la oración cristiana. Es el artífice de la tradición viva de la
oración. Ciertamente hay tantos caminos en la oración como orantes, pero es
el mismo Espíritu el que actúa en todos y con todos. En la comunión en el
Espíritu Santo la oración cristiana es oración en la Iglesia.