Solemnidad de Corpus Christi C - Comentarios de Sabios y Santos II: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
Santos Padres: San Agustín - Discurso sobre el pan de vida(Jn 6,54-66)
Aplicación: S.S. Francisco p.p.- Dadles vosotros de comer
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Corpus Christi
Aplicación: Directorio Homilético - Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre
de Cristo
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
Comentarios a Las Lecturas del Domingo
Santos Padres: San Agustín - Discurso sobre el pan de vida (Jn
6,54-66)
1. Acabamos de oír al Maestro de la verdad, Redentor divino y Salvador
humano, encarecernos nuestro precio: su sangre. Nos habló, en efecto, de su
cuerpo y de su sangre: al cuerpo le llamó comida; a la sangre, bebida. Los
fieles saben que se trata del sacramento de los fieles; para los demás
oyentes, estas palabras tienen un sentido vulgar. Cuando, por ende, para
realzar a nuestros ojos una tal vianda y una tal bebida, decía:
Si no coméis mi carne y bebéis mi sangre, no tendréis vida en vosotros y
¿quién sino la Vida pudiera decir esto de la Vida misma? Este lenguaje,
pues, será muerte, no vida, para quien juzgare mendaz a la Vida,
escandalizáronse los discípulos; no todos, a la verdad, sino muchos,
diciendo entre sí: ¡Qué duras son estas palabras! ¿Quién puede sufrirlas? Y,
habiendo el Señor conocido esto dentro de sí mismo, y habiendo percibido el
runrún de los pensamientos, respondió a los que tal pensaban, bien que nada
decían con la boca, para que supieran que los había oído y desistiesen de
seguir pensando lo que pensaban...
¿Qué les respondió, pues? ¿Os escandaliza esto? Pues ¿qué será el ver al
Hijo del hombre subir a donde primero estaba? ¿Qué significa: Os escandaliza
esto? ¿Pensáis que del cuerpo este mío, que vosotros veis, he de hacer
partes y seccionarme los miembros para dároslos a vosotros? Pues ¿qué será
el ver al Hijo del hombre subir a donde primero estaba? Claro es; si pudo
subir íntegro, no pudo ser consumido.
Así, pues, nos dio en su cuerpo y sangre un saludable alimento, y, a la vez,
en dos palabras resolvió la cuestión de su integridad. Coman, por ende,
quienes lo comen y beban los que lo beben; tengan hambre y sed; coman la
vida, beban la vida. Comer esto es rehacerse; pero en tal modo te rehaces,
que no se deshace aquello con que te rehaces. Y beber aquello, ¿qué cosa es
sino vivir? Cómete la vida, bébete la vida; tú tendrás vida sin mengua de la
Vida. Entonces será esto, es decir, el cuerpo y la sangre de Cristo será
vida para cada uno, cuando lo que en este sacramento se toma visiblemente,
el pan y el vino, que son signos, se coma espiritualmente, y espiritualmente
se beba lo que significa.
Porque se lo hemos oído al Señor decir: El espíritu es el que da vida, la
carne no aprovecha de nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y
son vida. Pero hay entre vosotros, dice, algunos que no creen. Eran los que
decían: ¡Cuan duras palabras son éstas!; ¿quién las puede aguantar? Duras,
sí, más para los duros; es decir, son increíbles, más lo son para los
incrédulos.
2. Y para enseñarnos que aun el mismo creer es dádiva y no merecimiento,
dice: Os dije que nadie puede venir a mí si no le ha sido dado por mi Padre.
Haciendo memoria de lo que antecede, hallaremos el lugar del Evangelio donde
había dicho: Nadie viene a mí si mi Padre no le trae. No dijo «si no le
guía», sino trae. Violencia es esta que se le hace al corazón, no a la
carne. ¿De qué te admiras? Cree, y vienes; ama, y eres traído. No juzguéis
que se trata de una violencia gruñona y despreciable; es dulce, suave; es la
misma suavidad lo que te trae. Cuando la oveja tiene hambre, ¿no se la trae
mostrándole hierba? Y paréceme que no se la empuja; se la sujeta con el
deseo. Ven tú a Cristo así; no te fatigue la idea de un interminable camino.
Creer es llegar.
En efecto, a quien está en todas partes, no se va navegando, sino amando. No
obstante lo cual, también en este viaje del amor hay frecuentes remolinos y
borrascas de tentaciones múltiples; cree en el Crucificado para que tu fe
pueda subirse al leño. No te sumergirás; el leño te llevará al puerto. Así,
así navegaba por entre las olas de este siglo quien decía: A mí jamás me
acaezca gloriarme en otra cosa sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.
3. Es para maravillar que, predicando a Cristo crucificado, oyen dos, y uno
se encoge de hombros, otro sube al leño. Quien le menosprecia, impúteselo a
sí; quien sube, no se lo arrogue a sí; ya le oyó decir al Maestro de la
verdad: Nadie viene a mí si no le es dado por mi Padre. Gócese porque le fue
dado; dé gracias al Dador con humilde, no con arrogante corazón; no pierda
por soberbio lo que mereció por humilde. Sí los que van por la senda de la
justicia a sí mismos lo atribuyen y a sus esfuerzos, apártanse de ella. Por
eso, la Sagrada Escritura, queriendo enseñarnos la humildad, nos dice por
medio del Apóstol: Con temor y temblor obrad vuestra propia salud. Y para
que no se arrogasen algo en esto, por aquello que dice obrad, añadió a
continuación: Porque Dios es el que obra en vosotros así el querer como el
obrar, en virtud de su beneplácito. Porque Dios es quien obra en vosotros...
Por tanto, con temor y con temblor haceos valle, recibid la lluvia; porque
las depresiones son llenadas, las alturas son secadas, la gracia es una
lluvia. ¿Por qué te admiras de que resista Dios a los soberbios y dé su
gracia a los humildes? Así, con temor y temblor, es decir, con humildad. No
te subas a mayores; al contrario, teme. Teme, para que te veas lleno; no te
subas a las cumbres, para que no te seques.
SAN AGUSTÍN, Sermones (3º) (t. XXIII), Sermón 131, 1-3, BAC Madrid
1983,155-58
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Aplicación: S.S. Francisco p.p.- Dadles vosotros de comer
Queridos hermanos y hermanas:
En el Evangelio que hemos escuchado hay una expresión de Jesús que me
impresiona siempre: «Dadles vosotros de comer» (Lc 9, 13). Partiendo de esta
frase, me dejo guiar por tres palabras: seguimiento, comunión, compartir.
Ante todo: ¿a quiénes hay que dar de comer? La respuesta la encontramos al
inicio del pasaje evangélico: es la muchedumbre, la multitud. Jesús está en
medio de la gente, la acoge, le habla, la atiende, le muestra la
misericordia de Dios; en medio de ella elige a los Doce Apóstoles para estar
con Él y sumergirse como Él en las situaciones concretas del mundo. Y la
gente le sigue, le escucha, porque Jesús habla y actúa de un modo nuevo, con
la autoridad de quien es auténtico y coherente, de quien habla y actúa con
verdad, de quien dona la esperanza que viene de Dios, de quien es revelación
del Rostro de un Dios que es amor. Y la gente, con alegría, bendice a Dios.
Esta tarde nosotros somos la multitud del Evangelio, también nosotros
buscamos seguir a Jesús para escucharle, para entrar en comunión con Él en
la Eucaristía, para acompañarle y para que nos acompañe. Preguntémonos:
¿cómo sigo yo a Jesús? Jesús habla en silencio en el Misterio de la
Eucaristía y cada vez nos recuerda que seguirle quiere decir salir de
nosotros mismos y hacer de nuestra vida no una posesión nuestra, sino un don
a Él y a los demás.
Demos un paso adelante: ¿de dónde nace la invitación que Jesús hace a los
discípulos para que sacien ellos mismos a la multitud? Nace de dos
elementos: ante todo de la multitud, que, siguiendo a Jesús, está a la
intemperie, lejos de lugares habitados, mientras se hace tarde; y después de
la preocupación de los discípulos, que piden a Jesús que despida a la
muchedumbre para que se dirija a los lugares vecinos a hallar alimento y
cobijo (cf. Lc 9, 12). Ante la necesidad de la multitud, he aquí la solución
de los discípulos: que cada uno se ocupe de sí mismo; ¡despedir a la
muchedumbre! ¡Cuántas veces nosotros cristianos hemos tenido esta tentación!
No nos hacemos cargo de las necesidades de los demás, despidiéndoles con un
piadoso: «Que Dios te ayude», o con un no tan piadoso: «Buena suerte», y si
no te veo más...
Pero la solución de Jesús va en otra dirección, una dirección que sorprende
a los discípulos: «Dadles vosotros de comer». Pero ¿cómo es posible que
seamos nosotros quienes demos de comer a una multitud? «No tenemos más que
cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para toda
esta gente» (Lc 9, 13). Pero Jesús no se desanima: pide a los discípulos que
hagan sentarse a la gente en comunidades de cincuenta personas, eleva los
ojos al cielo, reza la bendición, parte los panes y los da a los discípulos
para que los distribuyan (cf. Lc 9, 16). Es un momento de profunda comunión:
la multitud saciada por la palabra del Señor se nutre ahora por su pan de
vida. Y todos se saciaron, apunta el Evangelista (cf. Lc 9, 17).
Esta tarde, también nosotros estamos alrededor de la mesa del Señor, de la
mesa del Sacrificio eucarístico, en la que Él nos dona de nuevo su Cuerpo,
hace presente el único sacrificio de la Cruz. Es en la escucha de su
Palabra, alimentándonos de su Cuerpo y de su Sangre, como Él hace que
pasemos de ser multitud a ser comunidad, del anonimato a la comunión. La
Eucaristía es el Sacramento de la comunión, que nos hace salir del
individualismo para vivir juntos el seguimiento, la fe en Él.
Entonces todos deberíamos preguntarnos ante el Señor: ¿cómo vivo yo la
Eucaristía? ¿La vivo de modo anónimo o como momento de verdadera comunión
con el Señor, pero también con todos los hermanos y las hermanas que
comparten esta misma mesa? ¿Cómo son nuestras celebraciones eucarísticas?
Un último elemento: ¿de dónde nace la multiplicación de los panes? La
respuesta está en la invitación de Jesús a los discípulos: «Dadles
vosotros...», «dar», compartir. ¿Qué comparten los discípulos? Lo poco que
tienen: cinco panes y dos peces. Pero son precisamente esos panes y esos
peces los que en las manos del Señor sacian a toda la multitud. Y son
justamente los discípulos, perplejos ante la incapacidad de sus medios y la
pobreza de lo que pueden poner a disposición, quienes acomodan a la gente y
distribuyen —confiando en la palabra de Jesús— los panes y los peces que
sacian a la multitud.
Y esto nos dice que en la Iglesia, pero también en la sociedad, una palabra
clave de la que no debemos tener miedo es «solidaridad», o sea, saber poner
a disposición de Dios lo que tenemos, nuestras humildes capacidades, porque
sólo compartiendo, sólo en el don, nuestra vida será fecunda, dará fruto.
Solidaridad: ¡una palabra malmirada por el espíritu mundano!
Esta tarde, de nuevo, el Señor distribuye para nosotros el pan que es su
Cuerpo, Él se hace don. Y también nosotros experimentamos la «solidaridad de
Dios» con el hombre, una solidaridad que jamás se agota, una solidaridad que
no acaba de sorprendernos: Dios se hace cercano a nosotros, en el sacrificio
de la Cruz se abaja entrando en la oscuridad de la muerte para darnos su
vida, que vence el mal, el egoísmo y la muerte. Jesús también esta tarde se
da a nosotros en la Eucaristía, comparte nuestro mismo camino, es más, se
hace alimento, el verdadero alimento que sostiene nuestra vida también en
los momentos en los que el camino se hace duro, los obstáculos ralentizan
nuestros pasos. Y en la Eucaristía el Señor nos hace recorrer su camino, el
del servicio, el de compartir, el del don, y lo poco que tenemos, lo poco
que somos, si se comparte, se convierte en riqueza, porque el poder de Dios,
que es el del amor, desciende sobre nuestra pobreza para transformarla.
Así que preguntémonos esta tarde, al adorar a Cristo presente realmente en
la Eucaristía: ¿me dejo transformar por Él? ¿Dejo que el Señor, que se da a
mí, me guíe para salir cada vez más de mi pequeño recinto, para salir y no
tener miedo de dar, de compartir, de amarle a Él y a los demás?
Hermanos y hermanas: seguimiento, comunión, compartir. Oremos para que la
participación en la Eucaristía nos provoque siempre: a seguir al Señor cada
día, a ser instrumentos de comunión, a compartir con Él y con nuestro
prójimo lo que somos. Entonces nuestra existencia será verdaderamente
fecunda. Amén.
(Plaza de San Pedro Domingo 19 de mayo de 2013)
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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Corpus Christi
El hombre moderno como el hombre de todos los tiempos busca la felicidad
pero la senda que ha tomado el hombre moderno para encontrarla es el placer
por el placer. Dice Chesterton que el hombre moderno “al buscar el placer,
perdió su placer principal, pues el placer principal es la sorpresa” o el
asombro.
Ustedes habrán notado que cuando nos gusta una cosa buscamos tenerla pero
una vez alcanzada al poco tiempo nos cansa y buscamos algo nuevo en ella o
buscamos simplemente otra cosa. En definitiva lo que buscamos es algo que
nos asombre, que dé felicidad al espíritu.
Pero el hombre moderno y también nosotros cristianos insertados en este
mundo moderno vamos perdiendo la capacidad de asombro. Cuando el hombre
busca sólo los placeres terrenales se embota su mente para las sorpresas del
espíritu y por tanto la fe entra en crisis porque es la fe la que nos hace
alcanzar lo sorprendente de la religión y de Dios que son los misterios.
San Juan Pablo II ha querido suscitar este asombro respecto al sacramento de
la Eucaristía en su encíclica Ecclesia de Eucharistia siguiendo a toda la
tradición de la Iglesia, la cual, “no ha tenido miedo de derrochar,
dedicando sus mejores recursos para expresar su reverente asombro ante el
don inconmensurable de la Eucaristía”.
Intentaremos también suscitar este asombro recordando algunas verdades de
este Sacramento:
Conociendo nuestra debilidad quiso Jesús instituir un Sacramento, a modo de
alimento espiritual, que nos diese fuerza y vigor; rebozando su corazón de
amor, “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el
extremo”, quiso quedarse Él mismo presente en este Sacramento para estar con
nosotros “hasta el fin del mundo”; más aún, quiso dejárnoslo como Sacrificio
perpetuo ofrecido a Dios para reparar por nuestros pecados.
La Iglesia en la liturgia de la Palabra nos habla de pan y vino que son los
alimentos más comunes entre los hombres y que serán la materia del
Sacramento de la Eucaristía.
Melquisedec presentó pan y vino, San Pablo dice que Jesús en la Última Cena
tomó pan y vino, el Evangelio nos relata la multiplicación de los panes y
dice que Jesús tomó los panes y los multiplicó.
La multiplicación de los panes fue uno de los escalones por los cuales Jesús
fue preparando a sus Apóstoles para instituir la Eucaristía. Comenzó con los
milagros de la conversión del agua en vino y de la multiplicación de los
panes como para que entendiesen que también tenía poder para convertir el
vino en su Sangre y hacer presente su Cuerpo bajo la apariencia de pan en
los miles y miles de lugares del mundo donde se celebra la Santa Misa; los
preparó también por medio de su palabra, especialmente, en el Sermón del Pan
de Vida. Luego de esta larga preparación, instituyó solemnemente la
Eucaristía en la Última Cena, la consumó en el sacrificio en la cruz y mandó
que se perpetuase sobre nuestros altares “hasta que Él vuelva”.
Antes de la Consagración vemos sobre el altar pan y vino, pan de trigo y
vino de uva. Después de la consagración vemos sobre el altar pan y vino, sin
embargo, ¿son en realidad pan y vino? No. Allí está el Cuerpo, la Sangre, el
alma y la divinidad de Jesús. Sólo permanecen las apariencias de pan y vino.
Los que estuvieron en la multiplicación de los panes y comieron pan hasta
saciarse buscan a Jesús para hacerlo rey y Jesús ha hecho el milagro para
significar algo más profundo: Él es el verdadero pan que da vida al hombre,
pero no vida temporal, sino vida eterna.
Se equivoca la vista y los demás sentidos sobre lo que hay en el altar
después de la consagración pero no se equivoca el oído porque ha escuchado
lo que ha dicho Jesús: “Esto es mi Cuerpo”, “Esta es mi Sangre” y el defecto
de los sentidos es suplido por el oído que es el medio por el cual se
suscita en nosotros la fe. Por eso a la Eucaristía la llamamos Sacramento de
la fe o Misterio de la fe, palabras que dice el Sacerdote después de hacer
la Eucaristía.
Sólo la fe alcanza el misterio y se produce el asombro. Si el misterio lo
queremos alcanzar por la sola inteligencia sin la fe se produce el rechazo y
el escándalo como sucedió cuando el Señor les habló de este misterio a sus
discípulos. Ellos tomaron al pie de la letra sus palabras, pensaron en un
banquete de antropófagos cuando Jesús les dijo que debían comer su carne, y
se fueron murmurando “duras son estas palabras”. En cambio, los doce tomaron
otra actitud.
Doblegaron la inteligencia ante las palabras de Jesús, creyeron en Él y
dijeron: “¿dónde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y
nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. La fe crucifica
nuestra inteligencia y si el hombre acepta esta crucifixión resucita una
inteligencia mayor enaltecida por la fe. El misterio es alcanzado y el
misterio produce asombro y da felicidad.
El cielo será un asombro infinito y permanente por la contemplación de Dios.
En la Eucaristía hay una Presencia Real de Cristo. “Porque esto es mi
cuerpo”, “porque esta es mi sangre”. Él mismo, con su cuerpo, sangre, alma y
divinidad, está presente en este Sacramento que no sólo nos da la gracia
sino también al autor de la gracia: “el que come mi carne y bebe mi sangre
tiene la vida eterna”.
San Pablo recuerda la institución de la Eucaristía y su significado: la
memoria de la muerte de Jesús. Cada vez que participamos de la Santa Misa y
escuchamos las palabras de la Consagración se hace presente el momento de la
muerte de Jesús y con ello nuestra Redención, por la cual, entramos
nuevamente en comunión con Dios por medio de Jesús. Por eso la Eucaristía es
Sacrificio.
En la Consagración se habla de Cuerpo entregado y Sangre derramada. Es el
momento en que Cristo se inmola para expiar nuestros pecados y así aplacar
la justa ira de Dios, volviéndolo propicio y clemente, satisfaciendo
–inclusive– por las almas del purgatorio. “El pan que yo os daré es mi carne
para la vida del mundo”. La Eucaristía es la renovación del Sacrificio de la
Cruz y tiene por fin, como la cruz misma, la glorificación de Dios y
santificación de los hombres.
Pero esa comunión con Jesús que se da ya en el momento de la Consagración
por la fe en el Sacramento se da físicamente cuando recibimos a Jesús
sacramentado: “el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en
él”.
La Eucaristía es Sacramento. “Tomad y comed”, “Tomad y bebed”. La Eucaristía
es alimento espiritual, renovación de la última cena, banquete celestial
para nuestra santificación: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es
verdadera bebida”.
¿Y Jesús que se sacrifica en la Misa nos da su carne inmolada? Jesús se nos
da vivo tal cual está en el cielo y por eso nos da vida eterna. Jesús está
vivo en el cielo y es la Vida en plenitud y por eso nos trasmite la vida en
el Sacramento de la Eucaristía.
Los tres elementos que he señalado: que la Eucaristía es Sacramento,
Presencia Real y Sacrificio están contenidos en la fórmula de la
Consagración. El Sacramento de la Eucaristía se hace en el Sacrificio de la
Misa.
Pero después de haber hablado de la Eucaristía quiero que piensen en esto:
la Eucaristía es el sacramento del amor: Dios nos ama tanto que se hizo
hombre por nosotros, es el Verbo Encarnado, Jesús. Jesús para demostrar el
amor de Dios hacia nosotros quiso morir en una cruz y darnos su Cuerpo y su
Sangre como alimento. Se quiso dar como alimento nuestro para poderse unir
con nosotros, no sólo por la fe sino también físicamente. Dios se escondió
bajo nuestra carne y escondió su carne bajo el pan y todo por amor. Este es
el “asombro eucarístico” que quiere suscitar la Iglesia en nosotros porque
fue Dios el que lo quiso suscitar. Este “asombro” nos enciende en amor y nos
llena de felicidad, es el cielo comenzado.
Notas
Chesterton, Ortodoxia, San Pablo Argentina 2008,
38
Ecclesia de Eucharistia nº 48. Cf. nº 2
Jn 13, 1
Mt 28, 20
Cf. Jn 2, 1-11
Cf. Mt 14, 13-21; 15, 32-39
Cf. Jn 6, 25-71
1 Co 11, 26
Mt 26, 26
Rm 10, 14
Jn 6, 68-69
Jn 6, 54
Jn 6, 51
Jn 6, 56
Jn 6, 55
Jn 6, 58
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Aplicación: Directorio Homilético - Solemnidad del Santísimo Cuerpo
y Sangre de Cristo
CEC 790, 1003, 1322-1419: la Sagrada Eucaristía
CEC 805, 950, 2181-2182, 2637, 2845: la Eucaristía y la comunión de los
creyentes
CEC 1212, 1275, 1436, 2837: la Eucaristía, pan espiritual
Artículo 3 EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTIA
1322 La Sagrada Eucaristía culmina la iniciación cristiana. Los que han sido
elevados a la dignidad del sacerdocio real por el Bautismo y configurados
más profundamente con Cristo por la Confirmación, participan por medio de la
Eucaristía con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor.
1323 "Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado,
instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar
por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su
Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección,
sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en
el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda
de la gloria futura" (SC 47).
I LA EUCARISTIA - FUENTE Y CUMBRE DE LA VIDA ECLESIAL
1324 La Eucaristía es "fuente y cima de toda la vida cristiana" (LG 11).
"Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las
obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La
sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la
Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua" (PO 5).
1325 "La Eucaristía significa y realiza la comunión de vida con Dios y la
unidad del Pueblo de Dios por las que la Igle sia es ella misma. En ella se
encuentra a la vez la cumbre de la acción por la que, en Cristo, Dios
santifica al mundo, y del culto que en el Espíritu Santo los hombres dan a
Cristo y por él al Padre" (CdR, inst. "Eucharisticum mysterium" 6).
1326 Finalmente, la celebración eucarística nos unimos ya a la liturgia del
cielo y anticipamos la vida eterna cuando Dios será todo en todos (cf 1 Co
15,28).
1327 En resumen, la Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe:
"Nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía, y a su vez la
Eucaristía confirma nuestra manera de pensar" (S. Ireneo, haer. 4, 18, 5).
II EL NOMBRE DE ESTE SACRAMENTO
1328 La riqueza inagotable de este sacramento se expresa mediante los
distintos nombres que se le da. Cada uno de estos nombres evoca alguno de
sus aspectos. Se le llama:
–Eucaristía porque es acción de gracias a Dios. Las palabras "eucharistein"
(Lc 22,19; 1 Co 11,24) y "eulogein" (Mt 26,26; Mc 14,22) recuerdan las
bendiciones judías que proclaman -sobre todo durante la comida- las obras de
Dios: la creación, la redención y la santificación.
1329 –Banquete del Señor (cf 1 Co 11,20) porque se trata de la Cena que el
Señor celebró con sus discípulos la víspera de su pasión y de la
anticipación del banquete de bodas del Cordero (cf Ap 19,9) en la Jerusalén
celestial.
–Fracción del pan porque este rito, propio del banquete judío, fue utilizado
por Jesús cuando bendecía y distribuía el pan como cabeza de familia (cf Mt
14,19; 15,36; Mc 8,6.19), sobre todo en la última Cena (cf Mt 26,26; 1 Co
11,24). En este gesto los discípulos lo reconocerán después de su
resurrección (Lc 24,13-35), y con esta expresión los primeros cristianos
designaron sus asambleas eucarísticas (cf Hch 2,42.46; 20,7.11). Con él se
quiere significar que todos los que comen de este único pan, partido, que es
Cristo, entran en comunión con él y forman un solo cuerpo en él (cf 1 Co
10,16-17).
–Asamblea eucarística (synaxis), porque la Eucaristía es celebrada en la
asamblea de los fieles, expresión visibl e de la Iglesia (cf 1 Co 11,17-34).
1330 –Memorial de la pasión y de la resurrección del Señor.
– Santo Sacrificio, porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador
e incluye la ofrenda de la Iglesia; o también santo sacrificio de la misa,
"sacrificio de alabanza" (Hch 13,15; cf Sal 116, 13.17), sacrificio
espiritual (cf 1 P 2,5), sacrificio puro (cf Ml 1,11) y santo, puesto que
completa y supera todos los sacrificios de la Antigua Alianza.
– Santa y divina Liturgia, porque toda la liturgia de la Iglesia encuentra
su centro y su expresión más densa en la celebración de este sacramento; en
el mismo sentido se la llama también celebración de los santos misterios. Se
habla también del Santísimo Sacramento porque es el Sacramento de los
Sacramentos. Con este nombre se designan las especies eucarísticas guardadas
en el sagrario.
1331 – Comunión, porque por este sacramento nos unimos a Cristo que nos hace
partícipes de su Cuerpo y de su Sangre para formar un solo cuerpo (cf 1 Co
10,16-17); se la llama también las cosas santas [ta hagia; sancta] (Const.
Apost. 8, 13, 12; Didaché 9,5; 10,6) -es el sentido primero de la comunión
de los santos de que habla el Símbolo de los Apóstoles-, pan de los ángeles,
pan del cielo, medicina de inmortalidad (S. Ignacio de Ant. Eph 20,2),
viático...
1332 – Santa Misa porque la liturgia en la que se realiza el misterio de
salvación se termina con el envío de los fieles (missio) a fin de que
cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana.
III LA EUCARISTIA EN LA ECONOMIA DE LA SALVACION
Los signos del pan y del vino
1333 En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y
el vino que, por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu
Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel a la orden del
Señor, la Iglesia continúa haciendo, en memoria de él, hasta su retorno
glorioso, lo que él hizo la víspera de su pasión: "Tomó pan...", "tomó el
cáliz lleno de vino...". Al convertirse misteriosamente en el Cuerpo y la
Sangre de Cristo, los signos del pan y del vino siguen significando también
la bondad de la creación. Así, en el ofertorio, damos gracias al Creador por
el pan y el vino (cf Sal 104,13-15), fruto "del trabajo del hombre", pero
antes, "fruto de la tierra" y "de la vid", dones del Creador. La Iglesia ve
en en el gesto de Melquisedec, rey y sacerdote, que "ofreció pan y vino" (Gn
14,18) una prefiguración de su propia ofrenda (cf MR, Canon Romano 95).
1334 En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos como sacrificio
entre las primicias de la tierra en señal de reconocimiento al Creador. Pero
reciben también una nueva significación en el contexto del Exodo: los panes
ácimos que Israel come cada año en la Pascua conmemoran la salida apresurada
y liberadora de Egipto. El recuerdo del maná del desierto sugerirá siempre a
Israel que vive del pan de la Palabra de Dios (Dt 8,3). Finalmente, el pan
de cada día es el fruto de la Tierra prometida, prenda de la fidelidad de
Dios a sus promesas. El "cáliz de bendición" (1 Co 10,16), al final del
banquete pascual de los judíos, añade a la alegría festiva del vino una
dimensión escatológica, la de la espera mesiánica del restablecimiento de
Jerusalén. Jesús instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo
a la bendición del pan y del cáliz.
1335 Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la
bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para
alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su
Eucaristía (cf. Mt 14,13-21; 15, 32-29). El signo del agua convertida en
vino en Caná (cf Jn 2,11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús.
Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre,
donde los fieles beberán el vino nuevo (cf Mc 14,25) convertido en Sangre de
Cristo.
1336 El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que
el anuncio de la pasión los escandalizó: "Es duro este lenguaje, ¿quién
puede escucharlo?" (Jn 6,60). La Eucaristía y la cruz son piedras de
tropiezo. Es el mismo misterio, y no cesa de ser ocasión de división.
"¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6,67): esta pregunta del Señor,
resuena a través de las edades, invitación de su amor a descubrir que sólo
él tiene "palabras de vida eterna" (Jn 6,68), y que acoger en la fe el don
de su Eucaristía es acogerlo a él mismo.
La institución de la Eucaristía
1337 El Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo
que había llegado la hora de partir de este mundo para retornar a su Padre,
en el transcurso de una cena, les lavó los pies y les dio el mandamiento del
amor (Jn 13,1-17). Para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse
nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la
Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección y ordenó a sus
apóstoles celebrarlo hasta su retorno, "constituyéndoles entonces sacerdotes
del Nuevo Testamento" (Cc. de Trento: DS 1740).
1338 Los tres evangelios sinópticos y S. Pablo nos han tran smitido el
relato de la institución de la Eucaristía; por su parte, S. Juan relata las
palabras de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, palabras que preparan la
institución de la Eucaristía: Cristo se designa a sí mismo como el pan de
vida, bajado del cielo (cf Jn 6).
1339 Jesús escogió el tiempo de la Pascua para realizar lo que había
anunciado en Cafarnaúm: dar a sus discípulos su Cuerpo y su Sangre:
Llegó el día de los Azimos, en el que se había de inmolar el cordero de
Pascua; (Jesús) envió a Pedro y a Juan, diciendo: `Id y preparadnos la
Pascua para que la comamos'...fueron... y prepararon la Pascua. Llegada la
hora, se puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo: `Con ansia he deseado
comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la
comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios'...Y tomó
pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: `Esto es mi cuerpo que va
a ser entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío'. De igual modo,
después de cenar, el cáliz, diciendo: `Este cáliz es la Nueva Alianza en mi
sangre, que va a ser derramada por vosotros' (Lc 22,7-20; cf Mt 26,17-29; Mc
14,12-25; 1 Co 11,23-26).
1340 Al celebrar la última Cena con sus apóstoles en el transcurso del
banquete pascual, Jesús dio su sentido definitivo a la pascua judía. En
efecto, el paso de Jesús a su Padre por su muerte y su resurrección, la
Pascua nueva, es anticipada en la Cena y celebrada en la Eucaristía que da
cumplimiento a la pascua judía y anticipa la pascua final de la Iglesia en
la gloria del Reino.
"Haced esto en memoria mía"
1341 El mandamiento de Jesús de repetir sus gestos y sus palabras "hasta que
venga" (1 Co 11,26), no exige solamente acordarse de Jesús y de lo que hizo.
Requiere la celebración litúrgica por los apóstoles y sus sucesores del
memorial de Cristo, de su vida, de su muerte, de su resurrección y de su
intercesión junto al Padre.
1342 Desde el comienzo la Iglesia fue fiel a la orden del Señor. De la
Iglesia de Jerusalén se dice:
Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, fieles a la comunión
fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones...Acudían al Templo todos
los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las
casas y tomaban el alimento con alegría y con sencillez de corazón (Hch
2,42.46).
1343 Era sobre todo "el primer día de la semana", es decir, el domingo, el
día de la resurrección de Jesús, cuando los cristianos se reunían para
"partir el pan" (Hch 20,7). Desde entonces hasta nuestros días la
celebración de la Eucaristía se ha perpetuado, de suerte que hoy la
encontramos por todas partes en la Iglesia, con la misma estructura
fundamental. Sigue siendo el centro de la vida de la Iglesia.
1344 Así, de celebración en celebración, anunciando el misterio pascual de
Jesús "hasta que venga" (1 Co 11,26), el pueblo de Dios peregrinante "camina
por la senda estrecha de la cruz" (AG 1) hacia el banquete celestial, donde
todos los elegidos se sentarán a la mesa del Reino.
IV LA CELEBRACION LITURGICA DE LA EUCARISTIA
La misa de todos los siglos
1345 Desde el siglo II, según el testimonio de S. Justino mártir, tenemos
las grandes líneas del desarrollo de la celebración eucarística. Estas han
permanecido invariables hasta nuestros días a través de la diversidad de
tradiciones rituales litúrgicas. He aquí lo que el santo escribe, hacia el
año 155, para explicar al emperador pagano Antonino Pío (138-161) lo que
hacen los cristianos:
El día que se llama día del sol tiene lugar la reunión en un mismo sitio de
todos los que habitan en la ciudad o en el campo.
Se leen las memorias de los Apóstoles y los escritos de los profetas, tanto
tiempo como es posible.
Cuando el lector ha terminado, el que preside toma la palabra para incitar y
exhortar a la imitación de tan bellas cosas.
Luego nos levantamos todos juntos y oramos por nosotros...y por todos los
demás donde quiera que estén a fin de que seamos hallados justos en nuestra
vida y nuestras acciones y seamos fieles a los mandamientos para alcanzar
así la salvación eterna.
Cuando termina esta oración nos besamos unos a otros:
Luego se lleva al que preside a los hermanos pan y una copa de agua y de
vino mezclados.
El presidente los toma y eleva alabanza y gloria al Padre del universo, por
el nombre del Hijo y del Espíritu Santo y da gracias (en griego:
eucharistian) largamente porque hayamos sido juzgados dignos de estos dones.
Cuando terminan las oraciones y las acciones de gracias todo el pueblo
presente pronuncia una aclamación diciendo: Amén.
Cuando el que preside ha hecho la acción de gracias y el pueblo le ha
respondido, los que entre nosotros se llaman diáconos distribuyen a todos
los que están presentes pan, vino y agua "eucaristizados" y los llevan a los
ausentes (S. Justino, apol. 1, 65; 67).
1346 La liturgia de la Eucaristía se desarrolla conforme a una estructura
fundamental que se ha conservado a través de los siglos hasta nosotros.
Comprende dos grandes momentos que forman una unidad básica:
– La reunión, la liturgia de la Palabra, con las lecturas, la homilía y la
oración universal;
– la liturgia eucarística, con la presentación del pan y del vino, la acción
de gracias consecratoria y la comunión.
Liturgia de la Palabra y Liturgia eucarística constituyen juntas "un solo
acto de culto" (SC 56); en efecto, la mesa preparada para nosotros en la
Eucaristía es a la vez la de la Palabra de Dios y la del Cuerpo del Señor
(cf. DV 21).
1347 He aquí el mismo dinamismo del banquete pascual de Jesús resucitado con
sus discípulos: en el camino les explicaba las Escrituras, luego, sentándose
a la mesa con ellos, "tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo
dio" (cf Lc 24,13-35).
El desarrollo de la celebración
1348 Todos se reúnen. Los cristianos acuden a un mismo lugar para la
asamblea eucarística. A su cabeza está Cristo mismo que es el actor
principal de la Eucaristía. El es sumo sacerdote de la Nueva Alianza. El
mismo es quien preside invisiblemente toda celebración eucarística. Como
representante suyo, el obispo o el presbítero (actuando "in persona Christi
capitis") preside la asamblea, toma la palabra después de las lecturas,
recibe las ofrendas y dice la plegaria eucarística. Todos tienen parte
activa en la celebración, cada uno a su manera: los lectores, los que
presentan las ofrendas, los que dan la comunión, y el pueblo entero cuyo
"Amén" manifiesta su participación.
1349 La liturgia de la Palabra comprende "los escritos de los profetas", es
decir, el Antiguo Testamento, y "las memorias de los apóstoles", es decir
sus cartas y los Evangelios; después la homilía que exhorta a acoger esta
palabra como lo que es verdaderamente, Palabra de Dios (cf 1 Ts 2,13), y a
ponerla en práctica; vienen luego las intercesiones por todos los hombres,
según la palabra del Apóstol: "Ante todo, recomiendo que se hagan plegarias,
oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por los
reyes y por todos los constituidos en autoridad" (1 Tm 2,1-2).
1350 La presentación de las ofrendas (el ofertorio): entonces se lleva al
altar, a veces en procesión, el pan y el vino que serán ofrecidos por el
sacerdote en nombre de Cristo en el sacrificio eucarístico en el que se
convertirán en su Cuerpo y en su Sangre. Es la acción misma de Cristo en la
última Cena, "tomando pan y una copa". "Sólo la Iglesia presenta esta
oblación, pura, al Creador, ofreciéndole con acción de gracias lo que
proviene de su creación" (S. Ireneo, haer. 4, 18, 4; cf. Ml 1,11). La
presentación de las ofrendas en el altar hace suyo el gesto de Melquisedec y
pone los dones del Creador en las manos de Cristo. El es quien, en su
sacrificio, lleva a la perfección todos los intentos humanos de ofrecer
sacrificios.
1351 Desde el principio, junto con el pan y el vino para la Eucaristía, los
cristianos presentan también sus dones para compartirlos con los que tienen
necesidad. Esta costumbre de la colecta (cf 1 Co 16,1), siempre actual, se
inspira en el ejemplo de Cristo que se hizo pobre para enriquecernos (cf 2
Co 8,9):
Los que son ricos y lo desean, cada uno según lo que se ha impuesto; lo que
es recogido es entregado al que preside, y él atiende a los huérfanos y
viudas, a los que la enfermedad u otra causa priva de recursos, los presos,
los inmigrantes y, en una palabra, socorre a todos los que están en
necesidad (S. Justino, apol. 1, 67,6).
1352 La Anáfora: Con la plegaria eucarística, oración de acción de gracias y
de consagración llegamos al corazón y a la cumbre de la celebración:
– En el prefacio, la Iglesia da gracias al Padre, por Cristo, en el Espíritu
Santo, por todas sus obras , por la creación, la redención y la
santificación. Toda la asamblea se une entonces a la alabanza incesante que
la Iglesia celestial, los ángeles y todos los santos, cantan al Dios tres
veces santo;
1353 – En la epíclesis, la Iglesia pide al Padre que envíe su Espíritu Santo
(o el poder de su bendición (cf MR, canon romano, 90) sobre el pan y el
vino, para que se conviertan por su poder, en el Cuerpo y la Sangre de
Jesucristo, y que quienes toman parte en la Eucaristía sean un solo cuerpo y
un solo espíritu (algunas tradiciones litúrgicas colocan la epíclesis
después de la anámnesis);
– en el relato de la institución, la fuerza de las palabras y de la acción
de Cristo y el poder del Espíritu Santo hacen sacramentalmente presentes
bajo las especies de pan y de vino su Cuerpo y su Sangre, su sacrificio
ofrecido en la cruz de una vez para siempre;
1354 – en la anámnesis que sigue, la Iglesia hace memoria de la pasión, de
la resurrección y del retorno glorioso de Cristo Jesús; presenta al Padre la
ofrenda de su Hijo que nos reconcilia con él;
– en las intercesiones, la Iglesia expresa que la Eucaristía se celebra en
comunión con toda la Iglesia del cielo y de la tierra, de los vivos y de los
difuntos, y en comunión con los pastores de la Iglesia, el Papa, el obispo
de la diócesis, su presbiterio y sus diáconos y todos los obispos del mundo
entero con sus iglesias.
1355 En la comunión, precedida por la oración del Señor y de la fracción del
pan, los fieles reciben "el pan del cielo" y "el cáliz de la salvación", el
Cuerpo y la Sangre de Cristo que se entregó "para la vida del mundo" (Jn
6,51):
Porque este pan y este vino han sido, según la expresión antigua
"eucaristizados", "llamamos a este alimento Eucaristía y nadie puede tomar
parte en él si no cree en la verdad de lo que se enseña entre nosotros, si
no ha recibido el baño para el perdón de los pecados y el nuevo nacimiento,
y si no vive según los preceptos de Cristo" (S. Justino, apol. 1, 66,1-2).
V EL SACRIFICIO SACRAMENTAL: ACCION DE GRACIAS,
MEMORIAL, PRESENCIA.
1356 Si los cristianos celebran la Eucaristía desde los orígenes, y de forma
que, en su substancia, no ha cambiado a través de la gran diversidad de
épocas y de liturgias, sucede porque sabemos que estamos sujetos al mandato
del Señor, dado la víspera de su pasión: "haced esto en memoria mía" (1 Co
11,24-25).
1357 Cumplimos este mandato del Señor celebrando el memorial de su
sacrificio. Al hacerlo, ofrecemos al Padre lo que él mismo nos ha dado: los
dones de su Creación, el pan y el vino, convertidos por el poder del
Espíritu Santo y las palabras de Cristo, en el Cuerpo y la Sangre del mismo
Cristo: Así Cristo se hace real y misteriosamente presente
1358 Por tanto, debemos considerar la Eucaristía
– como acción de gracias y alabanza al Padre
– como memorial del sacrificio de Cristo y de su Cuerpo,
– como presencia de Cristo por el poder de su Palabra y de su Espíritu.
La acción de gracias y la alabanza al Padre
1359 La Eucaristía, sacramento de nuestra salvación realizada por Cristo en
la cruz, es también un sacrificio de alabanza en acción de gracias por la
obra de la creación. En el sacrificio eucarístico, toda la creación amada
por Dios es presentada al Padre a través de la muerte y resurrección de
Cristo. Por Cristo, la Iglesia puede ofrecer el sacrificio de alabanza en
acción de gracias por todo lo que Dios ha hecho de bueno, de bello y de
justo en la creación y en la humanidad.
1360 La Eucaristía es un sacrificio de acción de gracias al Padre, una
bendición por la cual la Iglesia expresa su reconocimiento a Dios por todos
sus beneficios, por todo lo que ha realizado mediante la creación, la
redención y la santificación. "Eucaristía" significa, ante todo, acción de
gracias.
1361 La Eucaristía es también el sacrificio de alabanza por medio del cual
la Iglesia canta la gloria de Dios en nombre de toda la creación. Este
sacrificio de alabanza sólo es posible a través de Cristo: él une los fieles
a su persona, a su alabanza y a su intercesión, de manera que el sacrificio
de alabanza al Padre es ofrecido por Cristo y con Cristo para ser aceptado
en él.
El memorial sacrificial de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia
1362 La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización y
la ofrenda sacramental de su único sacrificio, en la liturgia de la Iglesia
que es su Cuerpo. En todas las plegarias eucarísticas encontramos, tras las
palabras de la institución, una oración llamada anámnesis o memorial.
1363 En el sentido empleado por la Sagrada Escritura, el memorial no es
solamente el recuerdo de los acontecimientos del pasado, sino la
proclamación de las maravillas que Dios ha realizado en favor de los hombres
(cf Ex 13,3). En la celebración litúrgica, estos acontecimientos se hacen,
en cierta forma, presentes y actuales. De esta manera Israel entiende su
liberación de Egipto: cada vez que es celebrada la pascua, los
acontecimientos del Exodo se hacen presentes a la memoria de los creyentes a
fin de que conformen su vida a estos acontecimientos.
1364 El memorial recibe un sentido nuevo en el Nuevo Testamento. Cuando la
Iglesia celebra la Eucaristía, hace memoria de la Pascua de Cristo y esta se
hace presente: el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en
la cruz, permanece siempre actual (cf Hb 7,25-27): "Cuantas veces se renueva
en el altar el sacrificio de la cruz, en el que Cristo, nuestra Pascua, fue
inmolado, se realiza la obra de nuestra redención" (LG 3).
1365 Por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un
sacrificio. El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las
palabras mismas de la institución: "Esto es mi Cuerpo que será entregado por
vosotros" y "Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que será derramada
por vosotros" (Lc 22,19-20). En la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que
por nosotros entregó en la cruz, y la sangre misma que "derramó por muchos
para remisión de los pecados" (Mt 26,28).
1366 La Eucaristía es, pues, un sacrificio porque representa (= hace
presente) el sacrificio de la cruz, porque es su memorial y aplica su fruto:
(Cristo), nuestro Dios y Señor, se ofreció a Dios Padre una vez por todas,
muriendo como intercesor sobre el altar de la cruz, a fin de realizar para
ellos (los hombres) una redención eterna. Sin embargo, como su muerte no
debía poner fin a su sacerdocio (Hb 7,24.27), en la última Cena, "la noche
en que fue entregado" (1 Co 11,23), quiso dejar a la Iglesia, su esposa
amada, un sacrificio visible (como lo reclama la naturaleza humana), donde
sería representado el sacrificio sangriento que iba a realizarse una única
vez en la cruz cuya memoria se perpetuaría hasta el fin de los siglos (1 Co
11,23) y cuya virtud saludable se aplicaría a la redención de los pecados
que cometemos cada día (Cc. de Trento: DS 1740).
1367 El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un
único sacrificio: "Es una y la misma víctima, que se ofrece ahora por el
ministerio de los sacerdotes, que se ofreció a si misma entonces sobre la
cruz. Sólo difiere la manera de ofrecer": (CONCILIUM TRIDENTINUM, Sess.
22a., Doctrina de ss. Missae sacrificio, c. 2: DS 1743) "Y puesto que en
este divino sacrificio que se realiza en la Misa, se contiene e inmola
incruentamente el mismo Cristo que en el altar de la cruz "se ofreció a sí
mismo una vez de modo cruento"; …este sacrificio verdaderamente
propiciatorio" (Ibid).
1368 La Eucaristía es igualmente el sacrificio de la Iglesia. La Iglesia,
que es el Cuerpo de Cristo, participa en la ofrenda de su Cabeza. Con él,
ella se ofrece totalmente. Se une a su intercesión ante el Padre por todos
los hombres. En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo es también el
sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza,
su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total
ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. El sacrificio de Cristo, presente
sobre el altar, da a todas alas generaciones de cristianos la posibilidad de
unirse a su ofrenda.
En las catacumbas, la Iglesia es con frecuencia representada como una mujer
en oración, los brazos extendidos en actitud de orante. Como Cristo que
extendió los brazos sobre la cruz, por él, con él y en él, la Iglesia se
ofrece e intercede por todos los hombres.
1369 Toda la Iglesia se une a la ofrenda y a la intercesión de Cristo.
Encargado del ministerio de Pedro en la Iglesia, el Papa es asociado a toda
celebración de la Eucaristía en la que es nombrado como signo y servidor de
la unidad de la Iglesia universal. El obispo del lugar es siempre
responsable de la Eucaristía, incluso cuando es presidida por un presbítero;
el nombre del obispo se pronuncia en ella para significar su presidencia de
la Iglesia particular en medio del presbiterio y con la asistencia de los
diáconos. La comunidad intercede también por todos los ministros que, por
ella y con ella, ofrecen el sacrificio eucarístico:
Que sólo sea considerada como legítima la eucaristía que se hace bajo la
presidencia del obispo o de quien él ha señalado para ello (S. Ignacio de
Antioquía, Smyrn. 8,1).
Por medio del ministerio de los presbíteros, se realiza a la perfección el
sacrificio espiritual de los fieles en unión con el sacrificio de Cristo,
único Mediador. Este, en nombre de toda la Iglesia, por manos de los
presbíteros, se ofrece incruenta y sacramentalmente en la Eucaristía, hasta
que el Señor venga (PO 2).
1370 A la ofrenda de Cristo se unen no sólo los miembros que están todavía
aquí abajo, sino también los que están ya en la gloria del cielo: La Iglesia
ofrece el sacrificio eucarístico en comunión con la santísima Virgen María y
haciendo memoria de ella así como de todos los santos y santas. En la
Eucaristía, la Iglesia, con María, está como al pie de la cruz, unida a la
ofrenda y a la intercesión de Cristo.
1371 El sacrificio eucarístico es también ofrecido por los fieles difuntos
"que han muerto en Cristo y todavía no están plenamente purificados" (Cc. de
Trento: DS 1743), para que puedan entrar en la luz y la paz de Cristo:
Enterrad este cuerpo en cualquier parte; no os preocupe más su cuidado;
solamente os ruego que, dondequiera que os hallareis, os acordéis de mi ante
el altar del Señor (S. Mónica, antes de su muerte, a S. Agustín y su
hermano; Conf. 9,9,27).
A continuación oramos (en la anáfora) por los santos padres y obispos
difuntos, y en general por todos los que han muerto antes que nosotros,
creyendo que será de gran provecho para las almas, en favor de las cuales es
ofrecida la súplica, mientras se halla presente la santa y adorable
víctima...Presentando a Dios nuestras súplicas por los que han muerto,
aunque fuesen pecadores,... presentamos a Cristo inmolado por nuestros
pecados, haciendo propicio para ellos y para nosotros al Dios amigo de los
hombres (s. Cirilo de Jerusalén, Cateq. mist. 5, 9.10).
1372 S. Agustín ha resumido admirablemente esta doctrina que nos impulsa a
una participación cada vez más completa en el sacrificio de nuestro Redentor
que celebramos en la Eucaristía:
Esta ciudad plenamente rescatada, es decir, la asamblea y la sociedad de los
santos, es ofrecida a Dios como un sacrificio universal por el Sumo
Sacerdote que, bajo la forma de esclavo, llegó a ofrecerse por nosotros en
su pasión, para hacer de nosotros el cuerpo de una tan gran Cabeza...Tal es
el sacrificio de los cristianos: "siendo muchos, no formamos más que un sólo
cuerpo en Cristo" (Rm 12,5). Y este sacrificio, la Iglesia no cesa de
reproducirlo en el Sacramento del altar bien conocido de los fieles, donde
se muestra que en lo que ella ofrece se ofrece a sí misma (civ. 10,6).
La presencia de Cristo por el poder de su Palabra y del Espíritu Santo
1373 "Cristo Jesús que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios e
intercede por nosotros" (Rm 8,34), está presente de múltiples maneras en su
Iglesia (cf LG 48): en su Palabra, en la oración de su Iglesia, "allí donde
dos o tres estén reunidos en mi nombre" (Mt 18,20), en los pobres, los
enfermos, los presos (Mt 25,31-46), en los sacramentos de los que él es
autor, en el sacrificio de la misa y en la persona del ministro. Pero,
"sobre todo, (está presente) bajo las especies eucarísticas" (SC 7).
1374 El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es
singular. Eleva la eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de
ella "como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos
los sacramentos" (S. Tomás de A., s.th. 3, 73, 3). En el santísimo
sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y
substancialmente" el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de
nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero" (Cc. de
Trento: DS 1651). "Esta presencia se denomina `real', no a título exclusivo,
como si las otras presencias no fuesen `reales', sino por excelencia, porque
es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente
presente" (MF 39).
1375 Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo
se hace presente en este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con
fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la
acción del Espíritu Santo para obrar esta conversión. Así, S. Juan
Crisóstomo declara que:
No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y
Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El
sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su
gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma
las cosas ofrecidas (Prod. Jud. 1,6).
Y S. Ambrosio dice respecto a esta conversión:
Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha
producido, sino lo que la bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la
bendición supera a la de la naturaleza, porque por la bendición la
naturaleza misma resulta cambiada...La palabra de Cristo, que pudo hacer de
la nada lo que no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que
no eran todavía? Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera
que cambiársela (myst. 9,50.52).
1376 El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: "Porque
Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era
verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta
convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del
pan y del vino se opera el cambio de toda la substancia del pan en la
substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del
vino en la substancia de su sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y
apropiadamente a este cambio transubstanciación" (DS 1642).
1377 La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la
consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas.
Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero
en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a
Cristo (cf Cc. de Trento: DS 1641).
1378 El culto de la Eucaristía. En la liturgia de la misa expresamos nuestra
fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino, entre
otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente en señal de
adoración al Señor. "La Iglesia católica ha dado y continua dando este culto
de adoración que se debe al sacramento de la Eucaristía no solamente durante
la misa, sino también fuera de su celebración: conservando con el mayor
cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las
veneren con solemnidad, llevándolas en procesión" (MF 56).
1379 El Sagrario (tabernáculo) estaba primeramente destinado a guardar
dignamente la Eucaristía para que pudiera ser llevada a los enfermos y
ausentes fuera de la misa. Por la profundización de la fe en la presencia
real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de
la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas.
Por eso, el sagrario debe estar colocado en un lugar particularmente digno
de la iglesia; debe estar construido de tal forma que subraye y manifieste
la verdad de la presencia real de Cristo en el santo sacramento.
1380 Es grandemente admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su
Iglesia de esta singular manera. Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos
bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba
a ofrecerse en la cruz por muestra salvación, quiso que tuviéramos el
memorial del amor con que nos había amado "hasta el fin" (Jn 13,1), hasta el
don de su vida. En efecto, en su presencia eucarística permanece
misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por
nosotros (cf Ga 2,20), y se queda bajo los signos que expresan y comunican
este amor:
La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús
nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a
encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a
reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra
adoración. (Juan Pablo II, lit. Dominicae Cenae, 3).
1381 "La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre
de Cristo en este sacramento, `no se conoce por los sentidos, dice S. Tomás,
sino solo por la fe , la cual se apoya en la autoridad de Dios'. Por ello,
comentando el texto de S. Lucas 22,19: `Esto es mi Cuerpo que será entregado
por vosotros', S. Cirilo declara: `No te preguntes si esto es verdad, sino
acoge más bien con fe las palabras del Señor, porque él, que es la Verdad,
no miente" (S. Tomás de Aquino, s.th. 3,75,1, citado por Pablo VI, MF 18):
Adoro te devote, latens Deitas,
Quae sub his figuris vere latitas:
Tibi se cor meum totum subjicit,
Quia te contemplans totum deficit.
Visus, gustus, tactus in te fallitur,
Sed auditu solo tuto creditur:
Credo quidquod dixit Dei Filius:
Nil hoc Veritatis verbo verius.
(Adórote devotamente, oculta Deidad,
que bajo estas sagradas especies te ocultas verdaderamente:
A ti mi corazón totalmente se somete,
pues al contemplarte, se siente desfallecer por completo.
La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces;
sólo con el oído se llega a tener fe segura.
Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios,
nada más verdadero que esta palabra de Verdad.)
VI EL BANQUETE PASCUAL
1382 La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que
se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión
en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Pero la celebración del sacrificio
eucarístico está totalmente orientada hacia la unión íntima de los fieles
con Cristo por medio de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que
se ofrece por nosotros.
1383 El altar, en torno al cual la Iglesia se reúne en la celebración de la
Eucaristía, representa los dos aspectos de un mismo misterio: el altar del
sacrificio y la mesa del Señor, y esto, tanto más cuanto que el altar
cristiano es el símbolo de Cristo mismo, presente en medio de la asamblea de
sus fieles, a la vez como la víctima ofrecida por nuestra reconciliación y
como alimento celestial que se nos da. "¿Qué es, en efecto, el altar de
Cristo sino la imagen del Cuerpo de Cristo?", dice S. Ambrosio (sacr. 5,7),
y en otro lugar: "El altar representa el Cuerpo (de Cristo), y el Cuerpo de
Cristo está sobre el altar" (sacr. 4,7). La liturgia expresa esta unidad del
sacrificio y de la comunión en numerosas oraciones. Así, la Iglesia de Roma
ora en su anáfora:
Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, que esta ofrenda sea llevada a
tu presencia hasta el altar del cielo, por manos de tu ángel, para que
cuantos recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, al participar aquí de
este altar, seamos colmados de gracia y bendición.
“Tomad y comed todos de él”: la comunión
1384 El Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento
de la Eucaristía: "En verdad en verdad os digo: si no coméis la carne del
Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros" (Jn
6,53).
1385 Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento
tan grande y santo. S. Pablo exhorta a un examen de conciencia: "Quien coma
el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la
Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba
del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su
propio castigo" ( 1 Co 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado
grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a
comulgar.
1386 Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir
humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión (cf Mt 8,8):
"Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará
para sanarme". En la Liturgia de S. Juan Crisóstomo, los fieles oran con el
mismo espíritu:
Hazme comulgar hoy en tu cena mística, oh Hijo de Dios. Porque no diré el
secreto a tus enemigos ni te daré el beso de Judas. Sino que, como el buen
ladrón, te digo: Acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.
1387 Para prepararse convenientemente a recibir este sacramento, los fieles
deben observar el ayuno prescrito por la Iglesia (cf CIC can. 919). Por la
actitud corporal (gestos, vestido) se manifiesta el respeto, la solemnidad,
el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro huésped.
1388 Es conforme al sentido mismo de la Eucaristía que los fieles, con las
debidas disposiciones (cf CIC, can. 916), comulguen cuando participan en la
misa (cf CIC, can 917. Los fieles, en el mismo día, pueden recibir la
Santísima Eucaristía sólo una segunda vez: Cf PONTIFICIA COMMISSIO CODICI
IURIS CANONICI AUTHENTICE INTERPRETANDO, Responsa ad proposita dubia, 1: AAS
76 (1984) 746): "Se recomienda especialmente la participación más perfecta
en la misa, recibiendo los fieles, después de la comunión del sacerdote, del
mismo sacrificio, el cuerpo del Señor" (SC 55).
1389 La Iglesia obliga a los fieles a participar los domingos y días de
fiesta en la divina liturgia (cf OE 15) y a recibir al menos una vez al año
la Eucaristía, si es posible en tiempo pascual (cf CIC, can. 920),
preparados por el sacramento de la Reconciliación. Pero la Iglesia
recomienda vivamente a los fieles recibir la santa Eucaristía los domingos y
los días de fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos los días.
1390 Gracias a la presencia sacramental de Cristo bajo cada una de las
especies, la comunión bajo la sola especie de pan ya hace que se reciba todo
el fruto de gracia propio de la Eucaristía. Por razones pastorales, esta
manera de comulgar se ha establecido legítimamente como la más habitual en
el rito latino. "La comunión tiene una expresión más plena por razón del
signo cuando se hace bajo las dos especies. Ya que en esa forma es donde más
perfectamente se manifiesta el signo del banquete eucarístico" (IGMR 240).
Es la forma habitual de comulgar en los ritos orientales.
Los frutos de la comunión
1391 La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía
en la comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En
efecto, el Señor dice: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y
yo en él" (Jn 6,56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el
banquete eucarístico: "Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo
vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6,57):
Cuando en las fiestas del Señor los fieles reciben el Cuerpo del Hijo,
proclaman unos a otros la Buena Nueva de que se dan las arras de la vida,
como cuando el ángel dijo a María de Magdala: "¡Cristo ha resucitado!" He
aquí que ahora también la vida y la resurrección son comunicadas a quien
recibe a Cristo (Fanqîth, Oficio siriaco de Antioquía, vol. I, Commun, 237
a-b).
1392 Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la
comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La
comunión con la Carne de Cristo resucitado, vivificada por el Espíritu Santo
y vivificante (PO 5), conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia
recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser
alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta
el momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático.
1393 La comunión nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que recibimos en
la comunión es "entregado por nosotros", y la Sangre que bebemos es
"derramada por muchos para el perdón de los pecados". Por eso la Eucaristía
no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados
cometidos y preservarnos de futuros pecados:
"Cada vez que lo recibimos, anunciamos la muerte del Señor" (1 Co 11,26). Si
anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados
. Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los
pecados, debo recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo
que peco siempre, debo tener siempre un remedio (S. Ambrosio, sacr. 4, 28).
1394 Como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas,
la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a
debilitarse; y esta caridad vivificada borra los pecados veniales (cf Cc. de
Trento: DS 1638). Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace
capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos
en él:
Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su
muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos
comunique el amor; suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que
impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el
Espíritu Santo en nuestro propios corazones, con objeto de que consideremos
al mundo como crucificado para nosotros, y sepamos vivir crucificados para
el mundo...y, llenos de caridad, muertos para el pecado vivamos para Dios
(S. Fulgencio de Ruspe, Fab. 28,16-19).
1395 Por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos
preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de
Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper
con él por el pecado mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdón de los
pecados mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliación. Lo
propio de la Eucaristía es ser el sacramento de los que están en plena
comunión con la Iglesia.
1396 La unidad del Cuerpo místico: La Eucaristía hace la Iglesia. Los que
reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo,
Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión
renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya
por el Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo
cuerpo (cf 1 Co 12,13). La Eucaristía realiza esta llamada: "El cáliz de
bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el
pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo
muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un
solo pan" (1 Co 10,16-17):
Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que
es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro.
Respondéis "Amén" (es decir, "sí", "es verdad") a lo que recibís, con lo
que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir "el Cuerpo de Cristo", y
respondes "amén". Por lo tanto, se tú verdadero miembro de Cristo para que
tu "amén" sea también verdadero (S. Agustín, serm. 272).
1397 La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: Para
recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros
debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (cf Mt 25,40):
Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano. Deshonras esta
mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado
digno de participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y
te ha invitado a ella. Y tú, aún así, no te has hecho más misericordioso (S.
Juan Crisóstomo, hom. in 1 Co 27,4).
1398 La Eucaristía y la unidad de los cristianos. Ante la grandeza de esta
misterio, S. Agustín exclama: "O sacramentum pietatis! O signum unitatis! O
vinculum caritatis!" ("¡Oh sacramento de piedad, oh signo de unidad, oh
vínculo de caridad!", Ev. Jo. 26,13; cf SC 47). Cuanto más dolorosamente se
hacen sentir las divisiones de la Iglesia que rompen la participación común
en la mesa del Señor, tanto más apremiantes son las oraciones al Señor para
que lleguen los días de la unidad completa de todos los que creen en él.
1399 Las Iglesias orientales que no están en plena comunión con la Iglesia
católica celebran la Eucaristía con gran amor. "Mas como estas Iglesias,
aunque separadas, tienen verdaderos sacramentos, y sobre todo, en virtud de
la sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen
aún más con nosotros con vínculo estrechísimo" (UR 15). Una cierta comunión
in sacris, por tanto, en la Eucaristía, "no solamente es posible, sino que
se aconseja...en circunstancias oportunas y aprobándolo la autoridad
eclesiástica" (UR 15, cf CIC can. 844,3).
1400 Las comunidades eclesiales nacidas de la Reforma, separadas de la
Iglesia católica, "sobre todo por defecto del sacramento del orden, no han
conservado la sustancia genuina e íntegra del Misterio eucarístico" (UR 22).
Por esto, para la Iglesia católica, la intercomunión eucarística con estas
comunidades no es posible. Sin embargo, estas comunidades eclesiales "al
conmemorar en la Santa Cena la muerte y la resurrección del Señor, profesan
que en la comunión de Cristo se significa la vida, y esperan su venida
gloriosa" (UR 22).
1401 Si, a juicio del ordinario, se presenta una necesidad grave, los
ministros católicos pueden administrar los sacramentos (eucaristía,
penitencia, unción de los enfermos) a cristianos que no están en plena
comunión con la Iglesia católica, pero que piden estos sacramentos con deseo
y rectitud: en tal caso se precisa que profesen la fe católica respecto a
estos sacramentos y estén bien dispuestos (cf CIC, can. 844,4).
VII LA EUCARISTIA, "PIGNUS FUTURAE GLORIAE"
1402 En una antigua oración, la Iglesia aclama el misterio de la Eucaristía:
"O sacrum convivium in quo Christus sumitur. Recolitur memoria passionis
eius; mens impletur gratia et futurae gloriae nobis pignus datur" ("¡Oh
sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de
su pasión; el alma se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria
futura!"). Si la Eucaristía es el memorial de la Pascua del Señor y si por
nuestra comunión en el altar somos colmados "de toda bendición celestial y
gracia" (MR, Canon Romano 96: "Supplices te rogamus"), la Eucaristía es
también la anticipación de la gloria celestial.
1403 En la última cena, el Señor mismo atrajo la atención de sus discípulos
hacia el cumplimiento de la Pascua en el reino de Dios: "Y os digo que desde
ahora no beberé de este fruto de la vid hasta el día en que lo beba con
vosotros, de nuevo, en el Reino de mi Padre" (Mt 26,29; cf. Lc 22,18; Mc
14,25). Cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía recuerda esta promesa
y su mirada se dirige hacia "el que viene" (Ap 1,4). En su oración, implora
su venida: "Maran atha" (1 Co 16,22), "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20), "que tu
gracia venga y que este mundo pase" (Didaché 10,6).
1404 La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor viene en su Eucaristía y que
está ahí en medio de nosotros. Sin embargo, esta presencia está velada. Por
eso celebramos la Eucaristía "expectantes beatam spem et adventum Salvatoris
nostri Jesu Christi" ("Mientras esperamos la gloriosa venida de Nuestro
Salvador Jesucristo", Embolismo después del Padre Nuestro; cf Tt 2,13),
pidiendo entrar "en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la
plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos,
porque, al contemplarte como tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre
semejantes a ti y cantaremos eternamente tus alabanzas, por Cristo, Señor
Nuestro" (MR, Plegaria Eucarística 3, 128: oración por los difuntos).
1405 De esta gran esperanza, la de los cielos nuevos y la tierra nueva en
los que habitará la justicia (cf 2 P 3,13), no tenemos prenda más segura,
signo más manifiesto que la Eucaristía. En efecto, cada vez que se celebra
este misterio, "se realiza la obra de nuestra redención" (LG 3) y "partimos
un mismo pan que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino
para vivir en Jesucristo para siempre" (S. Ignacio de Antioquía, Eph 20,2).
RESUMEN
1406 Jesús dijo: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este
pan, vivirá para siempre...el que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida
eterna...permanece en mí y yo en él" (Jn 6, 51.54.56).
1407 La Eucaristía es el corazón y la cumbre de la vida de la Iglesia, pues
en ella Cristo asocia su Iglesia y todos sus miembros a su sacrificio de
alabanza y acción de gracias ofrecido una vez por todas en la cruz a su
Padre; por medio de este sacrificio derrama las gracias de la salvación
sobre su Cuerpo, que es la Iglesia.
1408 La celebración eucarística comprende siempre: la proclamación de la
Palabra de Dios, la acción de gracias a Dios Padre por todos sus beneficios,
sobre todo por el don de su Hijo, la consagración del pan y del vino y la
participación en el banquete litúrgico por la recepción del Cuerpo y de la
Sangre del Señor: estos elementos constituyen un solo y mismo acto de culto.
1409 La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, es decir, de la
obra de la salvación realizada por la vida, la muerte y la resurrección de
Cristo, obra que se hace presente por la acción litúrgica.
1410 Es Cristo mismo, sumo sacerdote y eterno de la nueva Alianza, quien,
por el ministerio de los sacerdotes, ofrece el sacrificio eucarístico. Y es
también el mismo Cristo, realmente presente bajo las especies del pan y del
vino, la ofrenda del sacrificio eucarístico.
1411 Sólo los presbíteros válidamente ordenados pueden presidir la
Eucaristía y consagrar el pan y el vino para que se conviertan en el Cuerpo
y la Sangre del Señor.
1412 Los signos esenciales del sacramento eucarístico son pan de trigo y
vino de vid, sobre los cuales es invocada la bendición del Espíritu Santo y
el presbítero pronuncia las palabras de la consagración dichas por Jesús en
la última cena: "Esto es mi Cuerpo entregado por vosotros...Este es el cáliz
de mi Sangre..."
1413 Por la consagración se realiza la transubstanciación del pan y del vino
en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Bajo las especies consagradas del pan y
del vino, Cristo mismo, vivo y glorioso, está presente de manera verdadera,
real y substancial, con su Cuerpo, su Sangre, su alma y su divinidad (cf Cc.
de Trento: DS 1640; 1651).
1414 En cuanto sacrificio, la Eucaristía es ofrecida también en reparación
de los pecados de los vivos y los difuntos, y para obtener de Dios
beneficios espirituales o temporales.
1415 El que quiere recibir a Cristo en la Comunión eucarística debe hallarse
en estado de gracia. Si uno tiene conciencia de haber pecado mortalmente no
debe acercarse a la Eucaristía sin haber recibido previamente la absolución
en el sacramento de la Penitencia.
1416 La Sagrada Comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo acrecienta la
unión del comulgante con el Señor, le perdona los pecados veniales y lo
preserva de pecados graves. Puesto que los lazos de caridad entre el
comulgante y Cristo son reforzados, la recepción de este sacramento
fortalece la unidad de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo.
1417 La Iglesia recomienda vivamente a los fieles que reciban la sagrada
comunión cuando participan en la celebración de la Eucaristía; y les impone
la obligación de hacerlo al menos una vez al año.
1418 Puesto que Cristo mismo está presente en el Sacramento del Altar es
preciso honrarlo con culto de adoración. "La visita al Santísimo Sacramento
es una prueba de gratitud, un signo de amor y un deber de adoración hacia
Cristo, nuestro Señor" (MF).
1419 Cristo, que pasó de este mundo al Padre, nos da en la Eucaristía la
prenda de la gloria que tendremos junto a él: la participación en el Santo
Sacrificio nos identifica con su Corazón, sostiene nuestras fuerzas a lo
largo del peregrinar de esta vida, nos hace desear la Vida eterna y nos une
ya desde ahora a la Iglesia del cielo, a la Santa Virgen María y a todos los
santos.