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Solemnidad de Corpus Christi, Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo B:  Iglesia del Hogar - en Familia, como Iglesia doméstica, preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la Celebración Eucarística

Recursos adicionales para la preparación

 

 

Introducción a las lecturas

Primera lectura: Éx 24, 3-8

Es una experiencia encantadora cuando los niños, al escuchar los mandatos de sus padres antes de que terminen de explicar, ya lo ponen en práctica. Es que no lo hacen obedeciendo a unas razones. Lo hacen por amor a sus padres. Los israelitas, colocados al pie del monte Sinaí, manifiestan su inmediata disponibilidad para poner en práctica lo que Moisés les explica de parte de Dios. Y el rito de la aspersión con la sangre a los cristianos nos hace vislumbrar una alianza nueva y eterna. Que esta lectura nos anime a corresponder con obediencia a la palabra de Dios.

 

Segunda lectura: Hebr 9, 11-15

Nunca podremos agradecer suficientemente lo que ha hecho Jesucristo en favor nuestro. Lo pre-anunciado en la Antigua Alianza de Dios para con el pueblo de Israel encuentra un cumplimiento asombroso: Dios mismo se hace hombre y viene a rescatarnos derramando hasta la última gota de su sangre. Esta lectura debe llenarnos de asombro eucarístico como lo ha expresado San Juan Pablo II. Después de la lectura hagamos un silencio para agradecer en lo profundo de nuestro corazón el amor de Dios.

Evangelio: Mc 14, 12-16.22-26

Jesús está en camino hacia su pasión y muerte. Pero antes deja a los apóstoles y a nosotros el maravilloso regalo de la eucaristía. La realidad de la pasión que tiene que enfrentar y que, durante la oración en el huerto de los olivos hasta le hace sudar sangre, no le impide a Jesús de pensar en los apóstoles y nosotros al instituir el maravilloso sacramento de su cuerpo y de su sangre. Es su cuerpo entregado por nosotros. Es su sangre derramada por nosotros.

 

Reflexionemos los padres

Les ofrecemos unas palabras profundamente sentidas del padre Cantalamessa:

Si la fiesta del Corpus Christi no existiera, habría que inventarla. Si hay un peligro que corren actualmente los creyentes respecto a la Eucaristía es el de banalizarla. En un tiempo no se la recibía con tanta frecuencia, y se tenían que anteponer ayuno y confesión. Hoy prácticamente todos se acercan a Ella... Entendámonos: es un progreso, es normal que la participación en la Misa implique también la comunión; para eso existe. Pero todo ello comporta un riesgo mortal. San Pablo dice: "Quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual a sí mismo y después coma el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo".

 

Considero que es una gracia saludable para un cristiano pasar a través de un período de tiempo en el que tema acercarse a la comunión, tiemble ante el pensamiento de lo que está a punto de ocurrir y no deje de repetir, como Juan Bautista: "¿Y Tú vienes a mí?" (Mateo, 3,14). Nosotros no podemos recibir a Dios sino como "Dios", esto es, conservándole toda su santidad y su majestad. ¡No podemos domesticar a Dios!

 

La predicación de la Iglesia no debería tener miedo --ahora que la comunión se ha convertido en algo tan habitual y tan "fácil"-- de utilizar de vez en cuando el lenguaje de la epístola a los Hebreos y decir a los fieles: "Vosotros en cambio os habéis acercado a Dios juez universal..., a Jesús, Mediador de la nueva Alianza, y a la aspersión purificadora de una nueva sangre que habla mejor que la de Abel" (Hebreos 12, 22-24). En los primeros tiempos de la Iglesia, en el momento de la comunión, resonaba un grito en la asamblea: "¡Quien es santo que se acerque, quien no lo es que se arrepienta!".

 

Uno que no se acostumbró a la Eucaristía y habla de Ella siempre con conmovido estupor era San Francisco de Asís. "Que tema la humanidad, que tiemble el universo entero, y el cielo exulte, cuando en el altar, en las manos del sacerdote, está el Cristo Hijo de Dios vivo... ¡Oh admirable elevación y designación asombrosa! ¡Oh humildad sublime! ¡Oh sublimidad humilde, que el Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, tanto se humille como para esconderse bajo poca apariencia de pan!".

Pero no debe ser tanto la grandeza y la majestad de Dios la causa de nuestro estupor ante el misterio eucarístico, cuanto más bien su condescendencia y su amor. La Eucaristía es sobre todo esto: memorial del amor del que no existe mayor: dar la vida por los propios amigos.

 

 Reflexionemos con los hijos

Catequesis sobre la Misa para niños

 

Conexción eucarística

En cada Misa se renueva lo que pasó en la última cena cuando Jesús convirtió el pan y el vino en su cuerpo y en su sangre. Cada vez que un sacerdote repite las palabras es Jesús quien, por medio del sacerdote, convierte el pan y el vino en su cuerpo y en su sangre. Quiere decir que quien mira la celebración de la Misa con ojos de fe, ve a Jesús presente quien quiere renovar su sacrificio en la cruz y su resurrección en medio de nosotros y quiere ser uno con nosotros por medio de la santa comunión para así presentarnos al Padre.

 

Vivencia familiar

En el templo parroquial la familia con niños siempre va a las primeras bancas para que los niños puedan ver cómo se desarrolla la celebración. Sólo van los niños que saben portarse bien. Los más pequeños se quedan en la casa bajo el cuidado de algún adulto. Hay familias que se han puesto de acuerdo con los vecinos y las familias van a Misas en horarios distintos y los que quedan en casa cuidan a los niños de familias que van a Misa. Hay muchas cosas que los niños no comprenden aún y así se da el peligro de que se aburren. Hay que ingeniarse para ayudarles a que crezca su fe y su atención.

 

Nos habla la Iglesia

Hoy os hablaré de la Eucaristía. La Eucaristía se sitúa en el corazón de la «iniciación cristiana», juntamente con el Bautismo y la Confirmación, y constituye la fuente de la vida misma de la Iglesia. De este sacramento del amor, en efecto, brota todo auténtico camino de fe, de comunión y de testimonio.

Lo que vemos cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía, la misa, nos hace ya intuir lo que estamos por vivir. En el centro del espacio destinado a la celebración se encuentra el altar, que es una mesa, cubierta por un mantel, y esto nos hace pensar en un banquete. Sobre la mesa hay una cruz, que indica que sobre ese altar se ofrece el sacrificio de Cristo: es Él el alimento espiritual que allí se recibe, bajo los signos del pan y del vino. Junto a la mesa está el ambón, es decir, el lugar desde el que se proclama la Palabra de Dios: y esto indica que allí se reúnen para escuchar al Señor que habla mediante las Sagradas Escrituras, y, por lo tanto, el alimento que se recibe es también su Palabra.

Palabra y pan en la misa se convierten en una sola cosa, como en la Última Cena, cuando todas las palabras de Jesús, todos los signos que realizó, se condensaron en el gesto de partir el pan y ofrecer el cáliz, anticipo del sacrificio de la cruz, y en aquellas palabras: «Tomad, comed, éste es mi cuerpo... Tomad, bebed, ésta es mi sangre».

El gesto de Jesús realizado en la Última Cena es la gran acción de gracias al Padre por su amor, por su misericordia. «Acción de gracias» en griego se dice «eucaristía». Y por ello el sacramento se llama Eucaristía: es la suprema acción de gracias al Padre, que nos ha amado tanto que nos dio a su Hijo por amor. He aquí por qué el término Eucaristía resume todo ese gesto, que es gesto de Dios y del hombre juntamente, gesto de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.

Por lo tanto, la celebración eucarística es mucho más que un simple banquete: es precisamente el memorial de la Pascua de Jesús, el misterio central de la salvación. «Memorial» no significa sólo un recuerdo, un simple recuerdo, sino que quiere decir que cada vez que celebramos este sacramento participamos en el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. La Eucaristía constituye la cumbre de la acción de salvación de Dios: el Señor Jesús, haciéndose pan partido por nosotros, vuelca, en efecto, sobre nosotros toda su misericordia y su amor, de tal modo que renueva nuestro corazón, nuestra existencia y nuestro modo de relacionarnos con Él y con los hermanos. Es por ello que comúnmente, cuando nos acercamos a este sacramento, decimos «recibir la Comunión», «comulgar»: esto significa que en el poder del Espíritu Santo, la participación en la mesa eucarística nos conforma de modo único y profundo a Cristo, haciéndonos pregustar ya ahora la plena comunión con el Padre que caracterizará el banquete celestial, donde con todos los santos tendremos la alegría de contemplar a Dios cara a cara.

Queridos amigos, no agradeceremos nunca bastante al Señor por el don que nos ha hecho con la Eucaristía. Es un don tan grande y, por ello, es tan importante ir a misa el domingo. Ir a misa no sólo para rezar, sino para recibir la Comunión, este pan que es el cuerpo de Jesucristo que nos salva, nos perdona, nos une al Padre. ¡Es hermoso hacer esto! Y todos los domingos vamos a misa, porque es precisamente el día de la resurrección del Señor. Por ello el domingo es tan importante para nosotros. Y con la Eucaristía sentimos precisamente esta pertenencia a la Iglesia, al Pueblo de Dios, al Cuerpo de Dios, a Jesucristo. No acabaremos nunca de entender todo su valor y riqueza. Pidámosle, entonces, que este sacramento siga manteniendo viva su presencia en la Iglesia y que plasme nuestras comunidades en la caridad y en la comunión, según el corazón del Padre. Y esto se hace durante toda la vida, pero se comienza a hacerlo el día de la primera Comunión. Es importante que los niños se preparen bien para la primera Comunión y que cada niño la reciba, porque es el primer paso de esta pertenencia fuerte a Jesucristo, después del Bautismo y la Confirmación.

(PAPA FRANCISCO, AUDIENCIA GENERAL, Plaza de San Pedro, Miércoles 5 de febrero de 2014)

 

Leamos la Biblia con la Iglesia

Vea la semana correspondiente del Tiempo Ordinario.

 

Oraciones

Gracias, Señor, por la Eucaristía

Gracias Señor, porque en la última cena partiste tu pan y vino en infinitos trozos, para saciar nuestra hambre y nuestra sed...

Gracias Señor, porque en el pan y el vino nos entregas tu vida y nos llenas de tu presencia.

Gracias Señor, porque nos amastes hasta el final, hasta el extremo que se puede amar: morir por otro, dar la vida por otro.

Gracias Señor, porque quisistes celebrar tu entrega, en torno a una mesa con tus amigos, para que fuesen una comunidad de amor.

Gracias Señor, porque en la eucaristía nos haces UNO contigo, nos unes a tu vida, en la medida en que estamos dispuestos a entregar la nuestra...

Gracias, Señor, porque todo el día puede ser una preparación para celebrar y compartir la eucaristía...

Gracias, Señor, porque todos los días puedo volver a empezar..., y continuar mi camino de fraternidad con mis hermanos, y mi camino de transformación en ti...

 

 

Oración para antes de la comulgar

Acto de Adoración

¡Señor!, te adoro y te reconozco como mi Creador, Redentor y soberano Dueño.

 

Comunión Espiritual

Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los Santos.
Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que por voluntad del Padre y la cooperación del Espíritu Santo, mediante tu muerte diste vida al mundo: líbrame por la recepción de tu Sacrosanto Cuerpo y Sangre de todas mis culpas y de todo mal.
Concédeme que yo siempre cumpla fielmente tus mandamientos y no permitas que jamás me separe de Ti. Amén.

 

Oraciones breves de Acción de Gracias y para después de la Comunión

Acto de Fe

¡Señor mío Jesucristo!, creo que verdaderamente estás dentro de mí con tu Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, y lo creo más firmemente que si lo viese con mis propios ojos.

 

Acto de Adoración

¡Oh Jesús mío!, te adoro presente dentro de mí, y me uno a María Santísima, a los Angeles y a los Santos para adorarte como mereces.

 

Acto de Acción de Gracias

Te doy gracias, Jesús mío, de todo corazón, porque has venido a mi alma. Virgen Santísima, Angel de mi guarda, Angeles y Santos del Cielo, dad por mi gracias a Dios.

 

Alma de Cristo

Alma de Cristo, santifícame. Cuerpo de Cristo, sálvame. Sangre de Cristo, embriágame. Agua del costado de Cristo, lávame. Pasión de Cristo, confórtame. ¡Oh, buen Jesús!, óyeme. Dentro de tus llagas, escóndeme. No permitas que me aparte de Ti. Del maligno enemigo, defiéndeme. En la hora de mi muerte, llámame. Y mándame ir a Ti. Para que con tus santos te alabe. Por los siglos de los siglos. Amén

 

A Jesús Crucificado

Mírame, ¡oh mi amado y buen Jesús!, postrado en tu presencia: te ruego, con el mayor fervor, imprimas en mi corazón vivos sentimientos de fe, esperanza, caridad, verdadero dolor de mis pecados y firmísimo propósito de jamás ofenderte; mientras que yo, con el mayor afecto y compasión de que soy capaz, voy considerando y contemplando tus cinco llagas, teniendo presente lo que de Ti, oh buen Jesús, dijo el profeta David: "Han taladrado mis manos y mis pies y se pueden contar todos mis huesos." (Salmo 21, 17-18)

 

A Jesucristo

Dulcísimo Señor Jesucristo, te ruego que tu Pasión sea virtud que me fortalezca, proteja y defienda; que tus llagas sean comida y bebida que me alimente, calme mi sed y me conforte; que la aspersión de tu sangre lave todos mis delitos; que tu muerte me dé la vida eterna y tu cruz sea mi gloria sempiterna. Que en esto encuentre el alimento, la alegría, la salud y la dulzura de mi corazón. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

 

A la Santísima Virgen

Oh María, Virgen y Madre Santísima, he recibido a tu Hijo amadísimo, que concebiste en tus inmaculadas entrañas, criándolo y alimentándolo con tu pecho, y lo abrazaste amorosamente en tus brazos. Al mismo que te alegraba contemplar y te llenaba de gozo, con amor y humildad te lo presento y te lo ofrezco, para que lo abraces, lo ames con tu corazón y lo ofrezcas a la Santísima Trinidad en culto supremo de adoración, por tu honor y por tu gloria, y por mis necesidades y por las de todo el mundo. Te ruego, piadosísima Madre, que me alcances el perdón de mis pecados y gracia abundante para servirte, desde ahora, con mayor fidelidad; y por último, la gracia de la perseverancia final, para que pueda alabarle contigo por los siglos de los siglos. Amén.

 

A San José

Custodio y padre de vírgenes, San José, a cuya fiel custodia fueron encomendadas la misma inocencia, Cristo Jesús, y la Virgen de las vírgenes, María. Por estas dos querídísimas prendas, Jesús y María, te ruego y te suplico me alcances que, preservado de toda impureza, sirva siempre con alma limpia, corazón puro y cuerpo casto a Jesús y a María. Amén.

 

Oración de agradecimiento para después de la Santa Misa y de la Sagrada Comunión

 

Oración de Santo Tomás de Aquino

            Gracias te doy, Señor Dios Padre todopoderoso, por todos los beneficios y señaladamente porque porque has querido admitirme a la participación del sacratísimo Cuerpo y Sangre de tu Unigénito Hijo. Suplícote, Padre clementísimo, que esta sagrada Comunión no sea para mi alma lazo ni ocasión de castigo, sino intercesión saludable para el perdón; sea armadura de mi fe, escudo de mi buena voluntad ,muerte de todos mis vivios, exterminio de todos mis carnales apetitos y aumento de caridad, paciencia y verdadera humildad y de todas las virtudes; sea perfecto sosiego de mi cuerpo y de mi espíritu, firme defensa contra todos mis enemigos visibles e invisibles, perpetua unión contigo sólo, mi verdadero Dios y Señor, y sello feliz de mi dichosa muerte. Y te ruego que tengas por bien llevarme a mí pecador, a aquel convite inefable, donde Tú con tu Hijo y el Espíritu Santo, eres para tus santos luz verdadera, satisfacción cumplida y gozo perdurable, dicha completa, y felicidad perfecta. Por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén


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