Solemnidad de Corpus Christi, Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo B: Comentarios de Sabios y Santos - Ayudados por ellos preparemos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la Celebración Eucarística
Recursos adicionales para la preparación
A su disposición
Exégesis: Manuel de Tuya - LA ÚLTIMA CENA
Exégesis: Dr. D. Isidro Gomá y Tomás - PREPARATIVOS PARA LA ÚLTIMA CENA e Institución de la Eucaristía
Comentario Teológico: Benedicto XVI - Homilía en el Corpus Christi
Comentario Teológico: R. P. R. Cantalamessa ofmcap. - La Eucaristía hace a la Iglesia
Comentario Teológico: R.P. Carlos M. Buela, I.V.E. - Sacrificio vivo
Comentario Teológico: San Juan Pablo Magno - La Iglesia vive de la Eucaristía
Comentario Teológico: San Alberto Hurtado: Tratando de los Sacramentos
Santos Padres: San Agustín - EUCARISTÍA
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - Cristo, vida de quien comulga
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - Homilía LXXXII (comentario a Mt 26,28)
Aplicación: Benedicto XVI - La Adoración del Santísimo Sacramento y la Sacralidad de la Eucaristía
Aplicación: R.P. R. Garrigou Lagrange (Corazón de Cristo Eucaristía)
Aplicación: Juan Pablo II - Carta a los Sacerdotes en el Año de la Eucaristía
Aplicación: San Carlos Borromeo - EN EL DÍA DEL CORPUS DOMINI
Aplicación: San Pedro Julián Eymard 1. La fe en la eucaristía y 2. Exceso de Amor
Aplicación: Cardenal F. X. Nguyen Van Thuan - MI ÚNICA FUERZA, LA EUCARISTÍA
Aplicación: R.P. Carlos M. Buela, I.V.E. - Pan y Vino
Aplicación: Mons. Fulton Sheen - "Haced esto en memoria mía"
Aplicación: R.P. José A. Marcone, I.V.E. - "¡Fuego he venido a traer a la tierra!"
Aplicación: R.P. Raniero Cantalamessa ofmcap_ Si l fiesta de Corpus Christi "no existiera, habría que inventarla"
Aplicación: R.P. P. Faber - EL IMÁN DE LAS ALMAS
El regalo más grande: la Eucaristía (Autores varios)
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
Los comentarios a las Lecturas del Domingo
Exégesis: Manuel de Tuya - LA ÚLTIMA CENA
Preparación de la última cena
Mc, al decir que esta preparación va a hacerse el "primer día de los Acimos", matiza para los lectores gentiles, que es "cuando se sacrificaba la Pascua". Esto ocurre el 14 de Nisán, ya que desde el mediodía se comía pan ácimo por precaución de transgresión legal, y en el uso vulgar de esta época venía a llamarse día de los ácimos también este día previo.
A diferencia de Mt, que lo presenta más desdibujado, destaca que Cristo los envió a Jerusalén, y que al llegar les "saldrá al encuentro un hombre con un cántaro de agua". Les manda seguirle, y, donde entre, que le digan al dueño que él desea celebrar en su casa la Pascua con sus discípulos, que son los apóstoles. Debe de tratarse de un amigo o discípulo de los que tenía en Jerusalén, y que incluso le hubiese invitado a celebrar la Pascua en su casa. Pero la indicación y coincidencias se presentan como proféticas. Mc no da el nombre de estos dos discípulos, que eran Pedro y Juan (Lc).
Institución de la Eucaristía (Mc.14,22-25)
La narración de la institución eucarística de Mc forma un grupo muy marcado con Mt, diferenciándose accidentalmente, aunque manifiestamente, del grupo Lc-Pablo.
"Mientras comían" tiene lugar la institución eucarística. Para Lc, "después de haber comido". La razón es que Lc precisa el momento; fue después de haber terminado la cena estricta, comiéndose el cordero pascual, pero continuándose con los ritos de la cena. Mc-Mt sólo dicen que se celebró durante ella, sin más precisiones.
En cambio, al relatar la consagración del cáliz Mc tiene una redacción extraña. Según él, Cristo tomó el cáliz, dio gracias, se lo dio, y bebieron todos de él. Y después de esto consagra su sangre. Mc seguramente lo relata así por lograr una "eliminación" del tema en orden a una mayor claridad. Desea hacer ver que todos bebieron de aquel único cáliz consagrado. Para sus lectores no podía haber la menor confusión, ya que conocían y vivían el rito histórico preciso en la "fractio panis".
El provecho de esta sangre es por "muchos". Es semitismo por "todos", como se ve en diversos contextos neotestamentarios y en la literatura rabínica. Hay además una alusión literaria al "Siervo de Yahvé", que sufre por "muchos".
En Mc, como en Mt, se omite la orden de repetir la celebración eucarística, que aparece en Lc y Pablo. Acaso se deba a que la tradición de Mc no recogió este elemento, o que él mismo lo omitió por innecesario, ya que estaba incluido en el hecho de la celebración. Pues una "rúbrica no se la recita, se la ejecuta". Sin embargo, es doctrina definida en Trento que con esas palabras Cristo ordenó sacerdotes a los apóstoles y preceptuó el sacrificio eucarístico.
Como Mt, pone a continuación la frase "escatológica" de reunirse con ellos en la fase celeste del reino, representada, en el medio ambiente, bajo el símbolo de un banquete.
(Dr TUYA, M., Biblia Comentada, Evangelios, BAC, Madrid, 1977, pp. 579-581)
Comentario Teológico: R. P. Cantalamessa ofmcap. - La Eucaristía hace a la Iglesia
Hoy, solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, deseamos captar -si el Señor nos abre el corazón y la mente para aprehenderlo- un aspecto esencial del misterio eucarístico: la Eucaristía y la Iglesia, o mejor aún, la Eucaristía en su calidad de artífice de la Iglesia.
No hace mucho tiempo, esta fiesta estaba rodeada de gran esplendor; todas las iglesias se adornaban; todas las comunidades salían en procesión entre flores y cantos. Ahora, ya no es así en todas partes. Pero este permanecer silenciosos dentro de nuestras iglesias puede servir para introducirnos más profundamente en el misterio; puede resultar una ganancia, no una pérdida. Nuestra fiesta estará toda "adentro" y no "afuera", tal como debe ser la verdadera fiesta cristiana. Será una cena íntima, como fue la de Jesús, evocada en el Evangelio de hoy. Lo que Jesús busca y desea también ahora es "una habitación para poder comer la Pascua con sus discípulos". Nosotros somos aquellos discípulos, en aquella habitación, con Jesús!
Hoy pedimos la explicación de este misterio a la palabra de Dios. El nos habla del pan que se convierte en su cuerpo; sin embargo, su apóstol nos habló de la Iglesia, también ella cuerpo de Cristo. ¿Qué relación existe entre ambas cosas? ¿Qué relación existe entre nosotros, la Iglesia y la Eucaristía que celebramos?
San Agustín nos da una respuesta que luego deberemos indagar a fondo. Nos dice: "Es vuestro misterio el que se celebra en el altar del Señor, dado que vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros; vosotros recibís vuestro propio misterio y respondéis: ¡Amén! a cuanto sois y, al responder, lo aceptáis. Se os dice: ¡Cuerpo de Cristo! , vosotros respondéis: ¡Amén! Sé un miembro del cuerpo de Cristo a fin de que tu Amén pueda ser verdadero (Ser. 272; PL 38, 12-46).
Sobre el altar, entonces, se celebra también nuestro misterio; está presente la Iglesia; el Amén que pronunciamos en el momento de la comunión es un "sí" dicho a Cristo, pero también es un "sí" dicho a la Iglesia y a los hermanos.
Sabemos que en el altar el Cristo-Cabeza está presente realmente (por transubstanciación, según el lenguaje técnico pero inadecuado de la teología). Sin embargo, ¿de qué manera decimos que también la Iglesia está presente en la Eucaristía y que la Eucaristía hace a la Iglesia? La Iglesia se hace presente no en forma real y física, sino de manera mística , en virtud del misterio de su íntima conexión con Cristo, su Cabeza. En el altar, entonces, se hace presente el cuerpo real de Cristo y también su cuerpo místico, que es la Iglesia.
En tres momentos particularmente, se capta esta copresencia en el altar del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia: en el ofertorio, en la consagración y en la comunión.
1) El ofertorio es el momento en que la Iglesia es protagonista: el cuerpo místico de Cristo se hace presente en el momento en que, a imitación de Jesús, su Cabeza, se ofrece al Padre. La liturgia lo subraya con palabras y gestos apropiados. El pan ofrecido - se dice- es el "fruto de la tierra y del trabajo del hombre". Fruto de la tierra porque también la tierra participa en la Eucaristía ya que, obedeciendo la orden del Creador (cfr. Gn. 1, 11), produce el vino que alegra el corazón del hombre, para que él haga brillar su rostro con el aceite y el pan reconforte su corazón (Sal. 104, 15). Fruto del trabajo del hombre porque la tierra, después del pecado, no produce más sus frutos espontáneamente, sino sólo con el sudor de la frente del hombre, con el esfuerzo y el dolor, así como la mujer da a luz a sus hijos con dolor. En el ofertorio, la Iglesia presenta a Dios la condición humana en toda su realidad concreta, como fue vivida también por su Cabeza Jesucristo en la Encarnación. Al poner gotas de agua en el cáliz, decimos: "El agua unida al vino sea símbolo de nuestra unión con la vid divina de aquel que ha querido asumir nuestra naturaleza humana".
Valorizar el ofertorio de la Misa significa asumir estos significados, hacerlos conscientes y operantes, poniendo personalmente en el cáliz del Señor nuestras gotas de agua que son los esfuerzos, las pruebas, las alegrías, los proyectos y las esperanzas en alguna Misa, esta ofrenda podría hacerse en forma comunitaria, permitiendo que cada uno formule la propia intención en voz alta antes que el sacerdote las recoja y las presente al Padre, junto con el pan y el vino destinados a convertirse en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
2) El segundo momento es la consagración . Pocas veces se habla del significado eclesial de la consagración eucarística. Sin embargo, es allí donde reside el núcleo del misterio. En el momento de la consagración, nosotros, los sacerdotes, espontáneamente nos trasladamos en espíritu al Cenáculo y nos unimos a Jesús, en el instante en que -como lo escuchamos en el Evangelio de hoy- tomó el pan y, pronunciada la bendición, lo partió y se los dio a ellos, diciendo: "Tomen, esto es mi cuerpo". ¿Pero es realmente justo hacer así? ¿Es de veras sólo el Jesús de entonces, el Jesús histórico, el sujeto que, dentro de poco, en nuestra Misa, pronunciará esas palabras? ¿O acaso no es el Cristo de ahora, el Cristo resucitado, el Cristo total, es decir, Cabeza y cuerpo, quien dice: Tomen, coman, esto es mi cuerpo? Si es así, entonces se comprende por qué san Agustín nos dijo que "es nuestro misterio el que se celebra en el altar". Somos todos nosotros, en calidad de Iglesia, los que debemos decir con la Cabeza: "Tomen, coman, esto es mi cuerpo".
Por cierto, hay una gran diferencia: Jesús tiene para dar algo único: su Cuerpo es expiación y salvación: su Sangre es sangre de la Alianza (1 lectura) y purifica a las conciencias de las obras de muerte (2 lectura). ¿Qué daremos de nosotros? Debemos dar lo que tenemos: nuestro tiempo, nuestro afecto, la capacidad profesional, el sostén moral.
Tratemos de verificar, cada uno en nosotros mismos, cómo podría traducirse en la vida cotidiana aquel "Tomen, coman, esto es mi cuerpo ofrecido en sacrificio por ustedes". Que pruebe y lo diga una madre, tácitamente, al iniciar su jornada. Que pruebe y lo diga un padre de familia: qué sentido nuevo adquiere bajo esa luz su sudor cotidiano! Que pruebe y lo diga una religiosa y, sobre todo, un párroco, que se consagró particularmente a esto. Toda la vida se convierte en una Eucaristía.
Éste es el sentido profundo de las palabras de Jesús: Hagan esto en memoria mía: hagan a los otros lo mismo que yo hice por ustedes; hagan lo que hice yo; así como yo me di por ustedes, así den ustedes, consúmanse los unos por los otros. Se realiza así la frase misteriosa de san Pablo: Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia (cfr. Col. 1, 24). Dar, darse, pueden sugerir la idea de que la Eucaristía sea sólo sacrificio y despojamiento y, sin embargo, allí radica el secreto de la verdadera felicidad porque -dijo Jesús- la felicidad está más bien en dar que en recibir (Hech. 20, 35).
3) El tercer momento es la Comunión. La comunión "hace" a la Iglesia en el sentido que significa, manifiesta y cumple su unidad. Hay un vínculo profundo, a propósito de esto, entre consagración y comunión: Cristo se da a nosotros (comunión), en cuanto antes ofreció su cuerpo al Padre en calidad de sacrificio por nosotros (consagración). También nosotros estamos capacitados para darnos y para recibirnos los unos a los otros sólo si antes, con Cristo, nos hemos consagrado en sacrificio por ellos; no se da nada a los otros si no es muriendo un poco, es decir, sacrificándose. Aquellos a se nutren del mismo pan, alrededor de la misma mesa, forman un solo cuerpo, como dice san Pablo (cfr. I cor.10.16 ssq.).
Ésta fue la experiencia fuertísima de los orígenes de la Iglesia: la comunidad cristiana sentía que nacía alrededor de la Eucaristía; la Palabra los había convocado, pero era la "fracción de pan" lo que los unía (cfr. Hech. 2, 4Iss.), y hacía de ellos un solo corazón y un alma sola (cfr. Hech. 4, 32). Alrededor del altar, la comunidad sentía que ella también era como un solo pan formado por muchos granos esparcidos antes en el campo (Cfr. Didaché, 4). "En este pan -escribe san Agustín- está grabado cómo cultivar la caridad. Ese pan no se forma con un solo grano; había muchos granos de trigo, pero antes de convertirse en pan estaban separados; fueron mezclados con agua después de ser triturados. Vosotros también habéis sido como triturados precedentemente, por medio del ayuno y de la humillación; a eso se agregó el agua del Bautismo: habéis sido como rociados para tomar la forma del pan. Pero todavía no hay un pan verdadero sin el fuego. ¿Qué significa el fuego? Nuestro fuego es el crisma, el aceite que simboliza el Espíritu Santo. Al agua del Bautismo se agregó entonces el fuego del Espíritu Santo y os habéis convertido en pan, es decir, en cuerpo de Cristo" (Ser. 227; PL 38, 1100).
He aquí cómo se hace presente el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia alrededor del altar; la Eucaristía, al simbolizar la unidad (en el pasaje del grano al pan), la realiza. Es el gran principio teológico según el cual los sacramentos "significando causant": obran aquello que significan en cuanto lo significan. En otras palabras, lo que los símbolos (el pan, el vino, el banquete) expresan en el plano visible y cotidiano de la vida, el sacramento lo realiza en el plano interior y espiritual.
Se entiende por qué debe ser así y por qué la comunión eucarística "hace" a la Iglesia. Cristo que viene a mí es el mismo Cristo indiviso que también va al hermano ubicado junto a mí. Por decirlo de alguna manera, él nos ata los unos a los otros en el momento en que nos ata a todos a sí. Aquí reside tal vez el sentido profundo de aquella frase que se lee en relación con los primeros cristianos, "unidos en la fracción del pan": unidos al repartir o, mejor aún, al compartir el mismo pan!
Ya no puedo, entonces, desinteresarme del hermano no puedo rechazarlo sin rechazar al propio Cristo y separarme de la unidad. Quién, en la comunión, pretende ser todo fervor por Cristo, después de que en casa acaba de ofender o herir a un prójimo sin pedirle disculpas, o sin estar decidido a pedírselas, se parece a alguien que se pone en puntas de pie para besar en la frente a un amigo y no se da cuenta de que le está pisando los pies con sus zapatos reforzados: "Tú adoras a Cristo en la Cabeza -escribe san Agustín - y lo insultas en los miembros de su cuerpo Él ama su cuerpo; si tu te has separado de su cuerpo, él, la cabeza, no. Desde lo alto, te grita: Tú me honras inútilmente ( In Hoh. X, 8)
La Eucaristía realiza verdaderamente a la comunidad. Pero enseguida esto nos hace aparecer bajo una luz nueva el otro aspecto, más tradicional, de lo que suele expresarse con las palabras la comunidad hace a la Eucaristía. En la medida en que una comunidad se compromete a hacer su Eucaristía, a hacer la siempre nueva, a invertir en el buen resultado todos los propios recursos, la Eucaristía, a su vez, hará a esa comunidad, es decir la modelará y la renovará cada día. Por eso, es necesario que la comunidad cristiana nunca esté satisfecha con su modo de celebrar la Eucaristía y que trate siempre de mejorarlo, siendo inventiva con respecto a las formas para no caer en la rutina, que a todo lo vuelve opaco y soso.
Ahora, tal vez hemos entendido cuánto hay de verdad en el hecho de decir que en el altar se celebra "nuestro misterio" y, a partir de ahí, hemos entendido qué hacemos al decir ¡Amén! en el momento de la comunión. Decimos Amen, "Sí", a Cristo muerto y resucitado por nosotros, pero también a la Iglesia, a toda la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, jerarquía y pueblo de Dios; en la Iglesia, decimos "sí" a algunos en modo particular, a quien vive junto a nosotros, a quien nos ama (¡un "sí" jubiloso antes que nada a ellos!), a quien no nos ama y nos hace sufrir. Y esto porque Jesús nos amó primero, se entregó por nosotros y dijo el potente "sí" que nos salvó.
(Raniero Cantalamessa, La Palabra y la Vida-Ciclo B , Ed. Claretiana, Bs. As., 1994, pp. 139-144)
Santos Padres: San Agustín - EUCARISTÍA
1. La Eucaristía se come por partes.... ¿Qué voz es esa del Señor que os convida? ¿Quién os convida y a quiénes y qué os tiene preparado? Convida el Señor a sus siervos, y de manjar se les ha preparado a sí mismo. ¿Quién osará comer a su Señor? Y, sin embargo, dice: El que me come, vive en mí. Comer a Cristo es comer la vida. Ni es muerto para ser comido, antes vivifica El a los muertos. Cuando es comido, restaura, pero no mengua. No recelemos, pues, hermanos míos, comer este pan por miedo a concluirle y no hallar después qué comer. Sea comido Cristo; comido vivo, porque de la muerte ya resucitó. Ni cuando le comemos le dividimos en partes. Esto sucede con las especies sacramentales, ciertamente; los fieles saben cómo se come la carne de Cristo; cada cual recibe su parte; por eso la gracia misma - la Eucaristía -se llama partes . Se le come a partes y permanece todo entero; todo entero se halla en tu corazón. Todo El estaba en el Padre cuando vino a la Virgen; la llenó a ella y no se apartó de El. Venía a la carne para que los hombres le comieran, y permanecía todo entero en el cielo para ser alimento de los ángeles. Porque habéis de saber, hermanos-los que lo sabéis, y los que no lo sabéis debéis saberlo-, que, cuando Cristo se hizo hombre, comió el hombre el pan de los ángeles . ¿Por dónde, cómo, por qué medio, por qué merecimientos, por qué dignidad había el hombre de comer el pan de los ángeles, si no se hiciera hombre el Criador de los ángeles? Comámosle tranquilamente; no por comerle se termina, antes debemos comerle para que no terminemos nosotros. ¿Qué cosa es comer a Cristo? No es sólo recibir su cuerpo en el sacramento, porque también le reciben muchos indignos, de los que dice el Apóstol: El que come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, se come y bebe su propio juicio.
2. Temores y Escrúpulos para Comulgar . Pues ¿cómo ha de ser comido Cristo? Como El mismo dice: Quien mi carne come y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Esto es comerle, esto es beberle; porque si alguien no permanece en mí ni yo en él, aunque reciba el sacramento, sólo es para su tormento. Y quién sea el que permanece en él, dícelo en otro lugar: El que cumple mis mandamientos, ése permanece en mí y yo en él. Ved, pues, hermanos, que, si los fieles os separáis del cuerpo del Señor, es de temer que muráis de hambre.
El mismo, en efecto, ha dicho: El que no come mi carne ni bebe mi sangre, no tendrá en sí la vida. Por donde, si os abstenéis de comer el cuerpo y la sangre del Señor, es de temer perezcáis; y si lo coméis indignamente o indignamente lo bebéis, se ha de temer que comáis y bebáis vuestra propia condenación. Aprieto grande, por cierto. Vivid bien, y los aprietos se aflojan. No queráis prometeros la vida viviendo mal; lo que no promete Dios, engáñase cuando se lo promete a sí mismo el hombre. Testigo malo, te prometes lo que la Verdad te niega. La Verdad dice "Si vivís mal, moriréis eternamente", y ¿dices tu: "Yo vivo mal, y viviré eternamente con Cristo"? ¿Cómo puede suceder que mienta la Verdad y digas tú la verdad? Todo hombre es mentiroso. Luego no podéis vivir bien si El no os ayuda, si El no os diere la gracia de vivir bien. Pedid esto en la oración, y comed. Orad, y os veréis libres de estos aprietos. Porque El os llenará, tanto en el bien obrar como en el bien vivir. Examinad vuestra conciencia. Vuestra boca se llenará de alabanza de Dios y de regocijo, y, libres de las grandes angustias, le diréis : Fuísteme abriendo paso por doquiera que iba, y no flaquearon mis pies.
LA GRACIA
1. El Sacramento del Cuerpo y Sangre de Cristo. Acabamos de oír al Maestro de la verdad, Redentor divino y Salvador humano, encarecernos nuestro precio: su sangre. Nos habló, en efecto, de su cuerpo y de su sangre, bebida. Los fieles saben que se trata del sacramento de los fieles; para los demás oyentes, estas palabras tienen un sentido vulgar. Cuando, por ende, para realzar a nuestros ojos una tal vianda y una tal bebida, decía: Si no comiereis mi carne y bebiereis mi sangre, no tendréis vida en vosotros (y ¿quién sino la Vida pudiera decir esto de la Vida misma? Este lenguaje, pues, será muerte, no vida, para quien juzgare mendaz a la Vida). ( Cuando, para realzar a nuestros ojos una tal vianda y una tal bebida, decía esto) , escandalizáronse los discípulos; no todos, a la verdad, sino muchos, diciendo entre sí: ¡Qué duras son estas palabras! ¿Quién puede sufrirlas? Y habiendo el Señor conocido esto dentro de sí mismo, sin decirle nadie nada , y habiendo percibido el runrún de los pensamientos, respondió a los que tal pensaban, bien que nada decían con la boca, para que supieran que los había oído y desistiesen de seguir pensando lo que pensaban... ¿Qué les respondió, pues? ¿Os escandaliza esto?
Pues ¿que será viendo al Hijo del hombre subir a donde primero estaba? ¿Qué significa Os escandaliza esto ? ¿Pensáis que del cuerpo este mío, que vosotros veis, he de hacer partes y seccionarme los miembros para dároslos a vosotros? Pues ¿qué será viendo al Hijo del hombre subir a donde primero estaba? Claro es; si pudo subir íntegro, no pudo ser consumido. Así, pues, nos dio en su cuerpo y sangre un saludable alimento, y, a la vez, en dos palabras resolvió la cuestión de su integridad. Coman, por ende, quienes le comen, y beban los que le beben; tengan hambre y sed; coman la vida, beban la vida. Comer esto es rehacerse; pero en tal modo te rehaces, que no se deshace aquello con que te rehaces. Y beber aquello, ¿qué cosa es sino vivir? Cómete la vida, bébete la vida; tú tendrás vida sin mengua de la Vida. Entonces será esto, es decir, el cuerpo y la sangre de Cristo será vida para cada uno, cuando lo que en este sacramento se toma visiblemente, el pan y el vino, que son signos, se coma espiritualmente, y espiritualmente se beba lo que significa. Porque se lo hemos oído al Señor decir : El espíritu es el que da vida, la carne no aprovecha de nada. Las palabras que yo os he hablado, son espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros, dice, algunos que no creen. Eran los que decían: ¡Cuán duras palabras son éstas; ¿quién las puede aguantar? Duras, sí, mas, para los duros; es decir, son increíbles, mas, lo son para los incrédulos.
(San Agustín, Obras de San Agustín, Tomo X, BAC, 2ª Ed., Madrid, 1965, Pág. 594-598)
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Aplicación: San Carlos Borromeo - EN EL DÍA DEL CORPUS DOMINI
Homilía pronunciada en Milán en la iglesia metropolitana durante la celebración de la misa, 9 de junio de 1583 .
Todos los misterios de Nuestro Salvador Jesucristo, queridísimas almas, son sublimes y profundos: nosotros los veneramos en unión con la sacrosanta Madre Iglesia. Sin embargo el misterio de hoy, la institución del Santísimo Sacramento de la Eucaristía, por medio del cual el Señor se ha entregado en comida a la almas fieles, es tan sublime y elevado que supera toda comprensión humana. Tan grande es la bondad del Sumo Dios, en Él resplandece tal amor que cualquier inteligencia queda sobrepasada; nadie podría explicarlo con palabras, ni comprenderlo con la mente. Pero ya es mi deber hablaros de ello por el oficio y la dignidad pastoral, os diré también algo de este misterio. Brevemente, esta homilía estará centrada sobre todo en dos puntos: los cuales son las causas de la institución de este misterio y cuáles los motivos por los que lo celebramos en este tiempo.
En el Antiguo Testamento se narra la nobilísima historia del Cordero Pascual que debía ser comido dentro de la casa de cada familia; en el caso de que después sobrara y no pudiera ser consumido, debía ser quemado en el fuego. Aquel Cordero era la imagen de nuestro Cordero Inmaculado, Cristo el Señor, que se ofrece por nosotros al Padre Eterno sobre el Altar de la Cruz. Juan , el Precursor, viéndolo dijo: " He aquí el Cordero de Dios, he aquí el que quita los pecados del mundo" (Jn. 1,29). Aquella maravillosa figura nos ha enseñado que el Cordero Pascual no podía ser totalmente comido con los dientes de la contemplación, sino que debía ser quemado completamente en el fuego del amor (Cfr. Ex. 12,10 ss.).
Pero cuando medito conmigo mismo que el Hijo de Dios se ha entregado completamente en alimento a nosotros, creo que no hay más espacio para esta distinción: este misterio debe ser abrasado totalmente en el fuego del amor. ¿Qué motivo, sino sólo el amor, pudo mover al Bondadosísimo y Grandísimo Dios a darse como alimento a esa mísera criatura que es el hombre, rebelde desde el principio, expulsado del Paraíso Terrenal, a este mísero valle desde el principio de la creación por haber probado del fruto prohibido? Este hombre había sido creado a imagen de Dios, colocado en un lugar de delicias, puesto a la cabeza de toda la creación: todas la demás cosas habían sido creadas para él. Transgredió el precepto divino, comiendo del fruto prohibido y, " Mientras estaba en una situación de privilegio, no lo comprendió" ; por eso "fue asimilado a los animales que no tienen intelecto" (Sal. 49,13); por eso fue obligado a comer su misma comida.
Pero Dios ha amado siempre tanto a los hombres que pensó en el modo de levantarlos tan pronto como habían caído; par que no se alimentaran del mismo alimento destinado a los animales-¡contemplad la infinita caridad de Dios!- se dio a si mismo como alimento, como alimento al hombre. Tú Cristo Jesús, que eres el Pan de los Ángeles, no te has negado a convertirte en alimento de los hombres rebeldes, pecadores, ingratos ¡Oh grandeza de la dignidad humana! ¡Por un acontecimiento singular, cuánto mayor, cuánto mayor es la obra de la reparación, cuánto supera esta dignidad sublime a la desgracia!¡ Dios nos ha hecho un favor singular!¡Su amor por nosotros es inexplicable! Solo este amor pudo mover a Dios a hacer tanto por nosotros. Por ello ¡qué ingrato es quien no medita en su corazón y no piensa a menudo en estos misterios!
Dios, Creador de todas las cosas, había previsto y conocido nuestra debilidad, y que nuestra vida espiritual necesitaría un alimento para el espíritu, así como la vida del cuerpo necesita un alimento material; por ello ha dispuesto para nosotros que hubiera abundancia de cada uno de estos dos alimentos; por una parte el alimento para el cuerpo; por otra el alimento del que gozan los Ángeles en el cielo, y nosotros podemos comer aquí en la misma tierra, oculto bajo especies de pan y vino. La santísima sierva de Dios, Isabel ante la visita de la Madre de Dios, no pudo dejar de exclamar: "¿A qué debo que la Madre de mi Señor venga a mi?" (Lc. 1,43). Pero ¡cuánto más debería exclamar quien recibe dentro de sí a Dios mismo!: "¿a qué debo que venga a mi, pecador, miserable, ingrato, indigno gusano y no hombre, oprobio de los hombres y abyección del pueblo, que entre en mi casa, a mi alma que a menudo he educido a cueva de malhechores, y en mi habite mi Señor, Creador, Redentor y mi Dios, ante cuya presencia los Ángeles desean estar?".
Vayamos al segundo punto de reflexión. Oportunamente hoy la Iglesia celebra la solemnidad de este santísimo misterio. Podía parecer más oportuno celebrada en la Feria Quinta in Coena Domini, día en el que sabemos que nuestro Salvador Cristo, ha instituido este Sacramento. Pero la Santa Iglesia es como un hijo, correcto y bien educado, cuyo padre ha llegado al término de sus días y mientras está a punto de morir, le deja una herencia amplia y rica; no tiene tiempo de entretenerse en el patrimonio recibido: está totalmente volcado en llorar al padre. Así la Iglesia, Esposa e Hija de Cristo, está tan atenta a llorar en aquellos días de pasión y de atroces tormentos, que no está en condiciones de celebrar como querría esta inmensa heredad a Ella entregada: los Santísimos Sacramentos instituidos en estos días.
Por tal motivo ha fijado este día para la celebración: en donde, por el inmenso don recibido, querría rendir de modo muy particular a Cristo aquella maravillosa acción de gracias que a causa de nuestra pobreza no somos capaces de ofrendarle. Por eso el Hijo de Dios, que conoces todo desde la eternidad ha venido en ayuda de nuestra debilidad con la institución de este Santísimo Sacramento: por nosotros "Él dio gracias" a Dios, "bendijo y partió el pan" (Mt. 26,26; Lc. 24,30). Con esta institución nos ha enseñado a darle gracias al máximo por un don tan grande. Pero ¿por qué la Santa Madre Iglesia ha establecido precisamente este tiempo para celebrar tal misterio? ¿Por qué precisamente después de la celebración de los otros misterios de Cristo: después de los días de Navidad, de la Resurrección, de la Ascensión al Cielo y la venida del Espíritu Santo?
Hijo, no temas: ¡todo esto no es sin motivo! Este misterio santísimo está tan ligado a todos los demás y es remedio tan eficaz en consideración de ellos, que con mucha razón está unido a ellos. Por medio de este Santísimo Misterio del Altar, recibiendo la vivificante Eucaristía, con este Pan Celestial los fieles son tan eficazmente unidos a Cristo que pueden tocar con su boca desde el costado abierto de Cristo los infinitos tesoros de todos los Sacramentos.
Pero hay otra razón para esto. Entre los misterios del Hijo de Dios que hasta ahora hemos meditado, el último fue la Ascensión al Cielo. Ello sucedió para que Él recibiese a título propio y nuestro la posesión del Reino de los Cielos y se manifestará el dominio que poco antes había afirmado: "Me ha sido dado el poder en el cielo y en la tierra" (Mt. 28,18). Como cualquier Rey, en el acto de recibir la posesión de un reino, se dirige antes que a cualquier otra ciudad a aquella que es la capital y metrópolis del reino (y como un Magisterio o Príncipe que se prepara para administrar un reino en nombre del Rey), así también Cristo: honrado con la señoría más grande y con todo derecho en el cielo y en la tierra, en primer lugar tomó posesión del Cielo, y desde allí, como haciendo una demostración, difundió sobre los hombres los dones del Espíritu Santo. Pero habiendo elegido reinar también en la tierra, nos dejó a Él Mismo aquí, en el Santísimo Sacrificio del Altar, en este Santísimo Misterio que hoy celebramos. Por este motivo extraordinario la Iglesia ordena que sea llevado por todos en procesión en forma solemne por ciudades y pueblos.
Cuando el poderoso Rey Faraón quiso honrar a José, mandó que se le condujera por las calles de la cuidad y, para que todos conocieran la dignidad de quien había explicado los sueños del Faraón, le dijo: "Tú serás quien gobierne mi casa, y todo mi pueblo te obedecerá: solo por el trono seré mayor que tú. Mira, te pongo sobre toda la tierra de Egipto. El faraón se quitó el anillo de la mano y lo puso en la mano de José; hizo que le vistieran de oro. Después los hizo subir sobre su segundo carro y delante de él un heraldo gritaba, para que todos se arrodillaran delante de él. Y así lo puso al frente de todo el país de Egipto". (Gn. 41,40 ss.)
También Asuero, cuando quiso honrar a Mardoqueo, le hizo vestir vestiduras reales, los hizo subir a su caballo y a tal fin mandó a Amán que lo condujera por la ciudad y gritara: "Aquí viene el hombre a quien el Rey quiere honrar" (Est. 6,11).
Dios quiere ser el Señor del corazón del hombre; quiere ser honrado, como conviene, por todos los hombres. Por esto hoy, de forma solemne, conducido por el Clero y por el Pueblo, por los Prelados y los Magistrados, recorre las calles de la ciudad y de los pueblos. Por esta razón la Iglesia profesa públicamente que Éste es nuestro Rey y Dios, de quien hemos recibido todo y a quien debemos todo.
Oh, hijos queridísimos en el Señor, mientras hace poco caminaba por las calles de la ciudad, pensaba en una multitud tan grande y en variedad de personas que hasta hoy, hasta nuestros días está oprimida por la miseria de la esclavitud y por largo tiempo ha tenido que servir a amos tan viles y crueles. Veía a un cierto número de jóvenes que se han dejado dominar por la lascivia y la pasión y, como dice el Apóstol (Cfr. Fil. 3,19), han proclamado como dios a su propio vientre. (Quienquiera que pone cualquier cosa como fin de su propia existencia, quiere que tal cosa sea su dios. En efecto Dios está en el término de todo). Que renuncien éstos a la carne, a la lujuria, a frecuentar los lupanares y tabernas, las malas compañías; que renuncien a los pecados y reconozcan al Verdadero Dios que la Iglesia profesa por nosotros. Lloraba por la soberbia y la vanidad de algunas mujeres que se idolatran a ellas mismas, y dedican aquellas horas de la mañana que debieran consagrar a la oración, al maquillaje de sus rostros y al peinado de sus cabellos, hasta el punto de hacer pobres infelices a sus maridos y mendigos a sus hijos y consumir su patrimonio. De ello se derivan mil males, los contratos ilícitos, el no pagar las deudas, el no dar cumplimiento a las últimas voluntades piadosas; de ello el olvido del Dios Bondadosísimo y Grandísimo, el olvido de nuestra alma. Veía a tantos avaros, mercaderes del infierno, gente que a tan caro precio compra para si el fuego eterno; de ellos con razón dice el Apóstol: "La avaricia es una forma de idolatría" (Ef. 5,5; Col. 3,5). Aparte del dinero no tienen otro Dios, sus acciones y palabras están dirigidas a pensar y decidir cómo ganar mejor, conseguir terrenos, comprar riquezas.
No podía dejar de ver la infidelidad de algunos que se declaran expertos en la ciencia de gobernar y sólo tienen esto ante sus ojos. Son quienes no dudan pisotear la ley de Dios que ellos declaran contraria a la forma de gobernar (¡pobres y desgraciados!) y obligan a Dios a retirarse. ¡Hombres dignos de lástima! (¿Y deben llamarse Cristianos quienes estiman y declaran públicamente a si mismos y al mundo más importantes que a Cristo?).
El Señor ha venido, con esta santa institución de la Eucaristía, a destruir todos estos ídolos, a fin de que con el Profeta Isaías, hoy podamos exclamar al Señor: "Sólo en Ti es Dios; no hay otros, no hay otros dioses. En verdad tú eres un Dios escondido, Dios de Israel, Salvador" (Is. 45,14 ss.). Oh Dios bueno hasta ahora hemos sido esclavos de la carne, de los sentidos, del mundo; hasta ahora dios ha sido para nosotros nuestro vientre, nuestra carne, nuestro oro, nuestra política. Queremos renunciar a todos estos ídolos: honrarte sólo a Ti como verdadero Dios, venerarte a Ti que nos has hecho tantos beneficios y, sobre todo, te has engendrado a Ti mismo como alimento para nosotros. Haz, te ruego, que desde ahora en adelante nuestro corazón sea sólo tuyo y nada nos aparte más de tu amor. Que prefiramos mil veces morir antes que ofenderte aún mínimamente. Y de este modo, haciéndonos mejores, con la fuerza de tu gracia, gozaremos eternamente de Tu Gloria. Amén.
(San Carlos Borromeo, Homilías Eucarísticas y sacerdotales , Ed. Series Grandes Maestros n° 7, Pág.12-18)
Aplicación: San Pedro Julián Eymard - LA FE EN LA EUCARISTÍA
" Quien cree en mí tiene la vida eterna " (Jn. VI, 47)
¡Qué felices seríamos si tuviésemos una fe muy viva en el santísimo Sacramento! Porque la Eucaristía es la verdad principal de la fe; es la virtud por excelencia, el acto supremo del amor, toda la religión en acción. ¡Oh, si conociésemos el don de Dios!
La fe en la Eucaristía es un gran tesoro; pero hay que buscarlo con sumisión, conservarlo por medio de la piedad y defenderlo aun a costa de los mayores sacrificios.
No tener fe en el santísimo Sacramento es la mayor de todas las desgracias.
Ante todo, ¿es posible perder completamente la fe en la sagrada Eucaristía, después de haber creído en ella y haber comulgado alguna vez?
Yo no lo creo. Un hijo puede llegar hasta despreciar a su padre e insultar a su madre; pero desconocerlos... imposible. De la misma manera un cristiano no puede negar que ha comulgado ni olvidar que ha sido feliz alguna vez cuando ha comulgado.
La incredulidad, respecto de la Eucaristía , no proviene nunca de la evidencia de las razones que se puedan aducir contra este misterio. Cuando uno se engolfa torpemente en sus negocios temporales, la fe se adormece y Dios es olvidado. Pero que la gracia le despierte, que le despierte una simple gracia de arrepentimiento, y sus primeros pasos se dirigirán instintivamente a la Eucaristía.
Esa incredulidad puede provenir también de las pasiones que dominan el corazón. La pasión, cuando quiere reinar, es cruel. Cuando ha satisfecho sus deseos, despreciada y combatida, niega. Preguntad a uno de esos desgraciados desde cuándo no cree en la Eucaristía y, remontando hasta el origen de su incredulidad, se verá siempre una debilidad, una pasión mal reprimida, a las cuales no se tuvo valor de resistir.
Otras veces nace esa incredulidad de una fe vacilante y tibia que permanece así mucho tiempo. Se ha escandalizado de ver tantos indiferentes, tantos incrédulos prácticos. Se ha escandalizado de oír las artificiosas razones y los sofismas de una ciencia falsa, y exclama: "Si es verdad que Jesucristo está realmente presente en la sagrada Hostia, ¿cómo es que no impone castigos? ¿Por qué permite que le insulten? ¡Por otra parte, hay tantos que no creen!, y, con todo, no dejan de ser personas honradas.
He aquí uno de los efectos de la fe vacilante; tarde o temprano conduce a la negación del Dios de la Eucaristía.
¡Desdicha inmensa! Porque entonces uno se aleja, como los cafarnaítas, de aquel que tiene palabras de verdad y de vida.
¡A qué consecuencias tan terribles se expone el que no cree en la Eucaristía ! En primer lugar, se atreve a negar el poder de Dios. ¿Cómo? ¿Puede Dios ponerse en forma tan despreciable? Imposible, imposible! ¿Quién puede creerlo?
A Jesucristo le acusa de falsario porque El ha dicho: "Este es mi cuerpo, esta es mi sangre".
Menosprecia la bondad de Jesús, como aquellos discípulos que oyendo la promesa de la Eucaristía le abandonaron.
Aun más; una vez negada la Eucaristía , la fe en los de más misterios tiende a desaparecer, y se perderá bien pronto. Si no se cree en este misterio vivo, que se afirma en un hecho presente, ¿en qué otro misterio se podrá creer?.
Sus virtudes muy pronto se volverán estériles, porque pierden su alimento natural y rompen los lazos de unión con Jesucristo, del cual recibían todo su vigor; ya no hacen caso y olvidan a su modelo allí presente.
Tampoco tardará mucho en agotarse la piedad, pues queda incomunicada con este centro de vida y de amor.
Entonces ya no hay que esperar consuelos sobrenaturales en las adversidades de la vida, y, si la tribulación es muy intensa, no queda más remedio que la desesperación. Cuando uno no puede desahogar sus penas en un corazón amigo, terminan éstas por ahogarnos.
Creamos, pues, en la Eucaristía. Hay que decir a menudo: "Creo, Señor; ayuda mi fe vacilante." Nada hay más glorioso para, nuestro Señor que este acto de fe en su presencia eucarística. De esta manera honramos, cuanto es posible, su divina veracidad, porque, así como la mayor honra que podemos tributar a una persona es creer de plano en sus palabras, así la mayor injuria sería tenerle por embustero o poner en duda sus afirmaciones y exigirle pruebas y garantías de lo que dice. Y si el hijo cree a su padre bajo su palabra el criado a su señor y los súbditos a su rey ¿porqué no hemos de creer a Jesucristo cuando nos afirma con toda solemnidad que se halla presente en el santísimo Sacramento del altar?
Este acto de fe tan sencillo y sin condiciones en la palabra de Jesucristo le es muy glorioso, porque con él le reconocemos y adoramos en un estado oculto. Es más honroso para nuestro amigo el honor que le tributamos, cuando le encontramos disfrazado y, para un rey, el que se le da cuando se presenta vestido con toda sencillez, que cualquier otro honor recibido de nosotros en otras circunstancias. Entonces honramos de veras la persona y no los vestidos que usa.
Así sucede con nuestro Señor en el santísimo Sacramento.
Reconocerle por Dios, a pesar de los velos eucarísticos que lo encubren, y concederle los honores que como a Dios le corresponden es propiamente honrar la divina persona de Jesús y respetar el misterio de que se rodea. Al mismo tiempo obrar así es para nosotros más meritorio, pues como san Pedro, cuando confesó la divinidad del hijo del hombre, y el buen ladrón, cuando proclamó la inocencia del crucificado, afirmamos de Jesucristo lo que es, sin mirar a lo que parece, o, mejor dicho, es creer lo contrario de lo que nos dicen los sentidos, fiados únicamente de Su palabra infalible.
Creamos, creamos en la presencia real de Jesucristo la Eucaristía. ¡Allí está Jesucristo! Que el respeto más profundo se apodere de nosotros al entrar en la iglesia; rindámosle el homenaje de la fe y del amor que le tributaríamos si nos encontráramos con El en persona. Porque, en hecho verdad, nos encontramos con Jesucristo mismo.
Sea éste nuestro apostolado y nuestra predicación, la más elocuente, por cierto, para los incrédulos y los impíos.
2. EL EXCESO DE AMOR
I
¿Qué diremos de las humillaciones eucarísticas de nuestro señor Jesucristo? Para quedarse con nosotros ha tenido que exponerse a la ingratitud y al ultraje. Nada le desanima.
Contemplemos a este divino Salvador, mal tratado, como nadie, a pesar de ello persiste en quedarse con nosotros.
Nuestro Señor, que baja hasta nosotros trayéndonos del cielo tesoros infinitos de gracias, bien merece nuestro agradecimiento.
El es rey y es Dios; si un grande de la tierra y, sobre todo, si un rey viene a visitar a un pobre o a un enfermo, ¿cómo no sentirse reconocido por tal acto de deferencia?
La envidia y el odio mismo se rinden ante la grandeza que se abaja.
¿No merecerá nuestro señor Jesucristo que se le agradezca este favor y que por ello se le ame? No nos visita así como de paso, sino que se queda en medio de nosotros. Que se le llame o no, aunque no se le desee, allí está El para hacernos bien.
Con todo, es seguramente el único a quien no se agradecen los beneficios que concede. Por estar presente en el santísimo Sacramento, obra prodigios de caridad que no se aprecian ni se toman siquiera en consideración.
En las relaciones de la vida social se tiene la ingratitud como cosa que afrenta: tratándose de nuestro señor Jesucristo diríase que hay obligación de ser ingrato.
Nada de esto desconcierta a nuestro Señor; lo sabía ya cuando instituyó la Eucaristía; su único pensamiento es éste: Deliciae meae. Cifro mis delicias en estar con los hijos de los hombres.
Hay un grado en que el amor llega hasta tal punto que quiere estar con aquellos a quienes ama, aun cuando no sea correspondido.
¿Puede una madre abandonar o dejar de amar a su hijo por ser idiota, o una esposa a su esposo por ser loco?
II
Nuestro señor Jesucristo parece que anda en busca de ultrajes, sin cuidarse para nada de su honor. ¡Ay, horroriza pensarlo! El día del juicio nos causará espanto pensar que hemos vivido al lado de quien así nos ama sin parar mientes en ello. Viene, en efecto, sin aparato ni sombra de majestad: en el altar, bajo los velos eucarísticos se presenta como una cosa despreciable, como un ser privado de existencia.
¿No hay en ello bastante rebajamiento?
Jesucristo para rebajarse de esta manera ha tenido que valerse de todo su poder. Por un prodigio sostiene los accidentes, derogando y contrariando todas las leyes de la naturaleza, para humillarse y anonadarse. ¿Quién podría rodear el sol de una nube tan espesa que interceptase su calor y su luz? Sería estupendo milagro. ¡Pues esto es precisamente lo que hace Jesucristo con su divina persona! Bajo las especies eucarísticas, de suyo despreciables y ligeras, se encuentra El glorioso y lleno de luz: es Dios.
¡Oh, no avergoncemos a nuestro Señor por haberse humillado tanto haciéndose tan pequeño!
Su amor lo ha querido. Cuando un rey no desciende hasta los suyos, podrá quizá honrarlos, pero no da muestras de amarlos. Nuestro Señor, sí, se ha rebajado: luego es cierto que nos ama.
III
Al menos podría tener nuestro Señor, a su lado, una guardia visible de ángeles armados que le custodiasen. Tampoco lo quiere: estos espíritus purísimos nos humillarían e infundirían pavor con el espectáculo de su fe y de su respeto. Jesucristo viene solo y está abandonado… por humillarse más; ¡el amor desciende…, desciende siempre
IV
Si un rey vistiese pobremente con el fin de hacerse más accesible a un súbdito suyo a quien quisiese consolar, sería esto un rasgo de extraordinario amor. Claro está que, aun bajo aquel disfraz, sus palabras, sus nobles y distinguidos modales, le delatarían bien presto.
Jesucristo, en el santísimo Sacramento, se despoja aun de esta gloria personal. Oculta su hermosísimo rostro, cierra su divina boca de Verbo.
De lo contrario se le honraría muchísimo y se le pondría fuera de nuestro alcance, y lo que El quiere es descender hasta nosotros.
¡Oh, respetemos las humillaciones de Jesucristo en la Eucaristía!
V
Si un rey descendiese por amor hasta ponerse al nivel de uno de sus pobres súbditos, todavía conservaría su libertad de hombre, su acción propia, y en caso de ser atacado podría defenderse, ponerse a salvo y pedir auxilio.
Pero Jesucristo se ha entregado sin defensa alguna: no tiene acción propia. No puede quejarse, ni buscar refugio, ni pedir auxilio. A sus ángeles ha prohibido que le defiendan y que castiguen a los que le insultan, contra la natural inclinación de amparar a cualquiera que se vea atacado o en peligro. Ha rehusado toda defensa; si es acometido, nadie se pondrá por delante. Jesucristo es, en la Eucaristía, hombre y Dios; empero, el único poder que ha querido conservar en este misterio de anonadamiento es el poder de amar y humillarse.
VI
Pero, Señor, ¿por qué obráis así? ¿Por qué llegáis hasta este exceso?-Amo a los hombres y me complazco en tenerles a la vista y esperarles: quiero ir a ellos. Deliciae meae. Cifro mis delicias en estar con ellos.
Y, sin embargo, el placer, la ambición, los amigos, los negocios…, todo es preferido a nuestro Señor. A Él ya se le recibirá en último término por viático, si la enfermedad da tiempo. ¿No es esto bastante?
¡Oh Señor! ¿Por qué queréis venir a los que no os quieren recibir y os empeñáis en permanecer con los que os maltratan.
VII
¿Quién haría lo que hace Jesucristo?
Instituyó su sacramento para que se le glorificase y en él recibe más injurias que gloria. El número de los malos cristianos que le deshonran es mayor que el de los buenos que le honran.
Nuestro Señor sale perdiendo. ¿Para qué continuar este comercio? ¿Quién querría negociar teniendo la seguridad de perder?
"¡Ah! Los santos que ven y comprenden tanto amor y tanto rebajamiento deben estremecerse montando en santa cólera y sentirse indignados ante nuestra ingratitud.
Y el Padre dice al Hijo: "Hay que concluir; tus beneficios de nada sirven; tu amor es menospreciado; tus humillaciones son inútiles; pierdes; terminemos."
Mas Jesucristo no se rinde. Persevera y aguarda; se contenta con la adoración y amor de algunas almas buenas. ¡Ah! No dejemos de corresponderle nosotros al menos.
¿No merecen acaso sus humillaciones que le honremos y amemos?
(San Pedro Julián Eymard, Obras Eucarísticas , Ed. Eucaristía, 4ª Ed., Madrid, 1963, Pág. 39-41 y Sermón en la fiesta del Corpus Christi)
Comentario Teológico: R.P. Carlos M. Buela, I.V.E. - Sacrificio vivo
Doctrina del Concilio Vaticano II
El Concilio Vaticano II enseña repetidamente que la Misa es el sacrificio Eucarístico: "Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con lo cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y a confiar a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera".1 "Cuantas veces se renueva sobre el altar el sacrificio de la cruz, en que nuestra Pascua, Cristo, ha sido inmolado (1Cor 5,7), se efectúa la obra de nuestra redención".2
"El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico se ordenan el uno para el otro, aunque cada cual participa de forma peculiar del sacerdocio de Cristo. Su diferencia es esencial, no solo gradual. Porque el sacerdocio ministerial, en virtud de la sagrada potestad que posee, modela y dirige al pueblo sacerdotal, efectúa el sacrificio eucarístico ofreciéndolo a Dios en nombre de todo el pueblo: los fieles, en cambio, en virtud del sacerdocio real, participan en la oblación de la eucaristía, en la oración y acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y caridad operante".3 "Es, no obstante, propio del sacerdote el consumar la edificación del Cuerpo de Cristo por el sacrificio eucarístico, realizando las palabras de Dios dichas por el profeta: Desde la salida del sol hasta el ocaso es grande mi nombre entre las gentes, y en todo lugar se ofrece a mi nombre una oblación pura (Ml 1,11)".4 Participando, en el grado propio de su ministerio del oficio de Cristo, único Mediador (1Tim 2,5), anuncian a todos la divina palabra. Pero su oficio sagrado lo ejercitan, sobre todo, en el culto eucarístico o comunión, en el cual, representando la persona de Cristo, y proclamando su Misterio, juntan con el sacrificio de su Cabeza, Cristo, las oraciones de los fieles,5 representando y aplicando en el sacrificio de la Misa, hasta la venida del Señor, el único Sacrificio del Nuevo Testamento, a saber, el de Cristo que se ofrece a sí mismo al Padre, como hostia inmaculada6".7
"La comunidad cristiana se hace signo de la presencia de Dios en el mundo; porque ella, por el Sacrificio Eucarístico, incesantemente pasa con Cristo al Padre, nutrida cuidadosamente con la palabra de Dios da testimonio de Cristo y, por fin, anda en la caridad y se inflama de espíritu apostólico".8 "Mas el mismo Señor constituyó a algunos ministros, que ostentando la potestad sagrada en la sociedad de los fieles, tuvieran el poder sagrado del Orden para ofrecer el sacrificio... Por el ministerio de los presbíteros se consuma el sacrificio espiritual de los fieles en unión con el sacrificio de Cristo, Mediador único, que se ofrece por sus manos, en nombre de toda la Iglesia, incruenta y sacramentalmente en la Eucaristía , hasta que venga el mismo Señor. A este sacrificio se ordena y en él culmina el ministerio de los presbíteros. Porque su servicio , que comienza con el mensaje del Evangelio , saca su fuerza y poder del Sacrificio de Cristo y busca que "todo el pueblo redimido, es decir, la congregación y sociedad de los santos, ofrezca a Dios un sacrificio universal por medio del Gran Sacerdote, que se ofreció a sí mismo por nosotros en la pasión para que fuéramos el cuerpo de tal sublime cabeza y los presbíteros contribuirán a la gloria de Dios cuando ofrezcan el sacrificio eucarístico..."".9
"Como ministros sagrados, sobre todo en el Sacrificio de la Misa , los presbíteros ocupan el lugar de Cristo, que se sacrificó a sí mismo para santificar a los hombres, y, por ende, son invitados a imitar lo que administran; ya que celebrando el misterio de la muerte del Señor, procuren mortificar sus miembros de vicios y concupiscencias. En el misterio del Sacrificio Eucarístico, en que los sacerdotes desempeñan su función principal, se realiza continuamente la obra de nuestra redención y, por tanto, se recomienda encarecidamente su celebración diaria, la cual, aun cuando no puedan estar presentes los fieles, es acción de Cristo y de la Iglesia".10 "De este modo, desempeñando el papel del Buen Pastor, en el mismo ejercicio de la caridad pastoral, encontrarán el vínculo de la perfección sacerdotal que reduce a unidad su vida y su actividad. Esta caridad pastoral fluye, sobre todo, del Sacrificio Eucarístico, que se manifiesta por ello como centro y raíz de toda la vida del presbítero; de suerte que lo que se efectúa en el altar lo procure reproducir en sí el alma del sacerdote. Esto, no puede conseguirse si los mismos sacerdotes no penetran más íntimamente cada vez, por la oración , en el misterio de Cristo".11 "...Ejerzan la obra de salvación por medio del Sacrificio Eucarístico y los sacramentos".12 "En llevar a cabo la obra de la santificación procuren los párrocos que la celebración del Sacrificio Eucarístico sea el centro y la cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana".13
Los laicos: "Participando del sacrificio eucarístico, fuente y cima de toda vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos juntamente con ella; y así, tanto por la oblación como por la sagrada comunión, todos toman parte activa en la acción litúrgica, no confusamente, sino cada uno según su condición".14 La Iglesia a los religiosos : "los encomienda a Dios y les imparte una bendición espiritual, asociando su oblación al sacrificio eucarístico".15 "Al celebrar, pues, el Sacrificio Eucarístico, es cuando mejor nos unimos al culto de la Iglesia celestial en una misma comunión".16
No se puede, cuerdamente, dudar que el Concilio Vaticano II enseña de manera indubitable que la Misa es
Sacrificio: Enseñanza del Misal Romano
También, de manera reiterada, se enseña en el Misal Romano que la Misa es un verdadero y propio sacrificio .
Luego de la presentación de los dones, dice el sacerdote en voz baja: "Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que este sea hoy nuestro sacrificio...".17 Luego dirigiéndose al pueblo: "Orad, hermanos, para que este sacrificio, mío y vuestro, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso", o bien: "En el momento de ofrecer el sacrificio de toda la Iglesia...", o bien: "Orad, hermanos para que, ...nos dispongamos a ofrecer el sacrificio...".18 Y el pueblo responde: "El Señor reciba de tus manos este sacrificio...".19
En la Plegaria eucarística I se dice: "te pedimos que aceptes y bendigas este sacrificio: santo y puro que te ofrecemos",20 "te ofrecemos ... este sacrificio de alabanza...",21 "te ofrecemos ... el sacrificio puro, inmaculado y santo...".22 En la Plegaria eucarística III: "para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso",23 "te ofrecemos... el sacrificio vivo y santo".24 En la Plegaria IV: "Te ofrecemos su Cuerpo y su Sangre, sacrificio agradable a ti y salvación para todo el mundo",25 "Y ahora, Señor, acuérdate de todos aquellos por quienes te ofrecemos este sacrificio...".26 En las Plegarias eucarísticas V: "Dirige tu mirada, Padre santo, sobre esta ofrenda ; es Jesucristo que se ofrece con su Cuerpo y con su Sangre y, por este sacrificio, nos abre el camino hacia ti". En la de Reconciliación I: "...participando del único sacrificio de Cristo" y en la de Reconciliación II: "...el sacrificio de la reconciliación perfecta". En la Plegaria eucarística para las Misas con niños II: "Él se ha puesto en nuestras manos para que te lo ofrezcamos como sacrificio nuestro" y en la III: "En este santo sacrificio que Él mismo entregó a la Iglesia, celebramos su muerte y resurrección".
Son referencias, harto explícitas, acerca de la Misa como sacrificio.
El sacrificio vivo
Acabamos de recordar que en la Misa ofrecemos "el sacrificio vivo".27 ¿Por qué es vivo el Sacrificio de la Misa?
La Misa es un Sacrificio vivo por varias razones muy profundas.
Se trata de un sacrificio vivo por oposición a los sacrificios del Antiguo Testamento que no daban la gracia: ni el holocausto, ni el sacrificio por los pecados, ni el de las hostias pacíficas. Más aún, luego que Cristo instaura la Nueva Ley , pasado el período de vacatio legis, esos sacrificios del Antiguo Testamento se volvieron muertos (porque no obligan a nadie, ya que no tienen virtud expiatoria) y mortíferos (porque pecan mortalmente los que los practican, conociendo la vigencia de la Nueva Ley).28
Es vivo: porque no se trata de un sacrificio con víctimas muertas como en el Antiguo Testamento .
Es vivo: porque la Víctima de la Misa es una Víctima en estado glorioso. Es la misma Víctima viva, resucitada y resucitadora. "Víctima viva e inmortal", la llama San Juan Damasceno.29
Es vivo: porque la Víctima permanece viva después de la inmolación, porque es una: "imagen perfecta y viviente del sacrificio de la Cruz".30
Es vivo; porque se mantiene siempre la misma Oblación : mediante una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a los santificados (Heb 10,14).
Es vivo: porque engendra la vida,31 ya que es un sacrificio de salvación para todos los hombres y mujeres de todos los tiempos.
Es vivo: porque clama destruyendo al pecado y promoviendo el bien.32
Es vivo: porque es el mismo Sacerdote principal quien sacrifica y que es eterno.33
Es vivo: porque es el sacrificio de Aquel que es la Vida.34
Es vivo: porque es "Santo, Inocente, Inmaculado, apartado de los pecadores y más alto que los cielos" el Sumo Sacerdote de ese sacrificio.35
La Misa es ¡un sacrificio vivo! No es de una pieza de museo, aunque muy venerable. No es el sacrificio de una víctima que hay que poner en formol o en un freezer o en la morgue para que no se descomponga. No se trata de una víctima que se la perfuma con desodorante para que no hieda o se le pone naftalina para prevenir la acción de las polillas, sino que es una Víctima que se la sahúma con incienso de olor agradable.
La Misa es ¡el sacrificio vivo! porque el sacerdote está en pie...36 Y porque su Madre junto a la cruz37 y junto a cada altar, también está en pie. Siempre, de pie, al pie de la cruz, junto ¡al sacrificio vivo!
¡Por la redención del mundo!
1 Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia "Sacrosanctum Concilium", 47.
2 Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia "Lumen Gentium", 3.
3 Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia "Lumen Gentium", 10.
4 Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia "Lumen Gentium", 17.
5 cfr. 1Cor 11,26.
6 cfr. Heb 9,14-28.
7 Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia "Lumen Gentium", 28.
8 Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la iglesia "Ad Gentes", 15.
9 Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros "Presbyterorum Ordinis", 2.
10 Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros "Presbyterorum Ordinis", 13.
11 Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros "Presbyterorum Ordinis", 14.
12 Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la formación sacerdotal "Optatam Totius", 4.
13 Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros "Presbyterorum Ordinis", 30.
14 Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia "Lumen Gentium", 11.
15 Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia "Lumen Gentium", 45.
16 Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia "Lumen Gentium", 50.
17 Misal Romano, Liturgia eucarística.
18 Misal Romano, Liturgia eucarística.
19 Misal Romano, Liturgia eucarística.
20 Misal Romano, Plegaria eucarística I.
21 Misal Romano, Plegaria eucarística I.
22 Misal Romano, Plegaria eucarística I.
23 Misal Romano, Plegaria eucarística III.
24 Misal Romano, Plegaria eucarística III.
25 Misal Romano, Plegaria eucarística IV.
26 Misal Romano, Plegaria eucarística IV.
27 Misal Romano, Plegaria eucarística III.
28 cfr. Santo Tomás de Aquino, STh, I-II,103, 4,ad1.
29 Cit. I. Gomá, Jesucristo Redentor (Barcelona 1933) 200.
30 G. Rohner, "Sacrificio de la Misa - Sacrificio de la Cruz", Diálogo 12 (1995) 116.
31 cfr. Jn 10,10.
32 cfr. Heb 2,17.
33 cfr. Heb 7,24.
34 cfr. Jn 14,6.
35 cfr. Heb 7,26.
36 cfr. Heb 10,11.
37 Cfr. Jn 19,25.
Comentario Teológico: San Juan Pablo Magno - La Iglesia vive de la Eucaristía
1. La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Ésta experimenta con alegría cómo se realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del Señor: " He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo " (Mt 28, 20); en la sagrada Eucaristía, por la transformación del pan y el vino en el cuerpo y en la sangre del Señor, se alegra de esta presencia con una intensidad única. Desde que, en Pentecostés, la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza, ha empezado su peregrinación hacia la patria celeste, este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza.
Con razón ha proclamado el Concilio Vaticano II que el Sacrificio eucarístico es " fuente y cima de toda la vida cristiana".1 " La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo".2 Por tanto la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor.
2. Durante el Gran Jubileo del año 2000, tuve ocasión de celebrar la Eucaristía en el Cenáculo de Jerusalén, donde, según la tradición, fue realizada la primera vez por Cristo mismo. El Cenáculo es el lugar de la institución de este Santísimo Sacramento. Allí Cristo tomó en sus manos el pan, lo partió y lo dio a los discípulos diciendo: " Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros " (cf. Mt 26, 26; Lc 22, 19; 1 Co 11, 24). Después tomó en sus manos el cáliz del vino y les dijo: " Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados " (cf. Mc 14, 24; Lc 22, 20; 1 Co 11, 25). Estoy agradecido al Señor Jesús que me permitió repetir en aquel mismo lugar, obedeciendo su mandato " haced esto en conmemoración mía " (Lc 22, 19), las palabras pronunciadas por Él hace dos mil años.
Los Apóstoles que participaron en la Última Cena, ¿comprendieron el sentido de las palabras que salieron de los labios de Cristo? Quizás no. Aquellas palabras se habrían aclarado plenamente sólo al final del Triduum sacrum, es decir, el lapso que va de la tarde del jueves hasta la mañana del domingo. En esos días se enmarca el mysterium paschale; en ellos se inscribe también el mysterium eucharisticum.
3. Del misterio pascual nace la Iglesia. Precisamente por eso la Eucaristía, que es el sacramento por excelencia del misterio pascual, está en el centro de la vida eclesial. Se puede observar esto ya desde las primeras imágenes de la Iglesia que nos ofrecen los Hechos de los Apóstoles: " Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones " (2, 42).La " fracción del pan " evoca la Eucaristía. Después de dos mil años seguimos reproduciendo aquella imagen primigenia de la Iglesia. Y, mientras lo hacemos en la celebración eucarística, los ojos del alma se dirigen al Triduo pascual: a lo que ocurrió la tarde del Jueves Santo, durante la Última Cena y después de ella. La institución de la Eucaristía, en efecto, anticipaba sacramentalmente los acontecimientos que tendrían lugar poco más tarde, a partir de la agonía en Getsemaní.
Vemos a Jesús que sale del Cenáculo, baja con los discípulos, atraviesa el arroyo Cedrón y llega al Huerto de los Olivos. En aquel huerto quedan aún hoy algunos árboles de olivo muy antiguos. Tal vez fueron testigos de lo que ocurrió a su sombra aquella tarde, cuando Cristo en oración experimentó una angustia mortal y " su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra " (Lc 22, 44).La sangre, que poco antes había entregado a la Iglesia como bebida de salvación en el Sacramento eucarístico, comenzó a ser derramada; su efusión se completaría después en el Gólgota, convirtiéndose en instrumento de nuestra redención: "Cristo como Sumo Sacerdote de los bienes futuros [...] penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna " (Hb 9, 11-12).
4. La hora de nuestra redención. Jesús, aunque sometido a una prueba terrible, no huye ante su " hora ": " ¿Qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! " (Jn 12, 27). Desea que los discípulos le acompañen y, sin embargo, debe experimentar la soledad y el abandono: " ¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad, para que no caigáis en tentación " (Mt 26, 40-41). Sólo Juan permanecerá al pie de la Cruz, junto a María y a las piadosas mujeres. La agonía en Getsemaní ha sido la introducción a la agonía de la Cruz del Viernes Santo. La hora santa, la hora de la redención del mundo. Cuando se celebra la Eucaristía ante la tumba de Jesús, en Jerusalén, se retorna de modo casi tangible a su " hora ", la hora de la cruz y de la glorificación. A aquel lugar y a aquella hora vuelve espiritualmente todo presbítero que celebra la Santa Misa, junto con la comunidad cristiana que participa en ella.
"Fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos ". A las palabras de la profesión de fe hacen eco las palabras de la contemplación y la proclamación: " Ecce lignum crucis in quo salus mundi pependit. Venite adoremus ". Ésta es la invitación que la Iglesia hace a todos en la tarde del Viernes Santo. Y hará de nuevo uso del canto durante el tiempo pascual para proclamar: " Surrexit Dominus de sepulcro qui pro nobis pependit in ligno. Aleluya ".
5. " Mysterium fidei! - ¡Misterio de la fe! ". Cuando el sacerdote pronuncia o canta estas palabras, los presentes aclaman: " Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor Jesús!".
Con éstas o parecidas palabras, la Iglesia, a la vez que se refiere a Cristo en el misterio de su Pasión, revela también su propio misterio: Ecclesia de Eucharistia. Si con el don del Espíritu Santo en Pentecostés la Iglesia nace y se encamina por las vías del mundo, un momento decisivo de su formación es ciertamente la institución de la Eucaristía en el Cenáculo. Su fundamento y su hontanar es todo el Triduum paschale, pero éste está como incluido, anticipado, y " concentrado " para siempre en el don eucarístico. En este don, Jesucristo entregaba a la Iglesia la actualización perenne del misterio pascual. Con él instituyó una misteriosa " contemporaneidad " entre aquel Triduum y el transcurrir de todos los siglos.
Este pensamiento nos lleva a sentimientos de gran asombro y gratitud. El acontecimiento pascual y la Eucaristía que lo actualiza a lo largo de los siglos tienen una " capacidad " verdaderamente enorme, en la que entra toda la historia como destinataria de la gracia de la redención. Este asombro ha de inundar siempre a la Iglesia, reunida en la celebración eucarística. Pero, de modo especial, debe acompañar al ministro de la Eucaristía. En efecto, es él quien, gracias a la facultad concedida por el sacramento del Orden sacerdotal, realiza la consagración. Con la potestad que le viene del Cristo del Cenáculo, dice: " Esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros... Éste es el cáliz de mi sangre, que será derramada por vosotros". El sacerdote pronuncia estas palabras o, más bien, pone su boca y su voz a disposición de Aquél que las pronunció en el Cenáculo y quiso que fueran repetidas de generación en generación por todos los que en la Iglesia participan ministerialmente de su sacerdocio.
6. Con la presente Carta encíclica, deseo suscitar este " asombro " eucarístico, en continuidad con la herencia jubilar que he querido dejar a la Iglesia con la Carta apostólica Novo millennio ineunte y con su coronamiento mariano Rosarium Virginis Mariae. Contemplar el rostro de Cristo, y contemplarlo con María, es el " programa " que he indicado a la Iglesia en el alba del tercer milenio, invitándola a remar mar adentro en las aguas de la historia con el entusiasmo de la nueva evangelización. Contemplar a Cristo implica saber reconocerle dondequiera que Él se manifieste, en sus multiformes presencias, pero sobre todo en el Sacramento vivo de su cuerpo y de su sangre. La Iglesia vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada. La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, " misterio de luz".3 Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: " Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron " (Lc 24, 31).
(...)
8. Cuando pienso en la Eucaristía, mirando mi vida de sacerdote, de Obispo y de Sucesor de Pedro, me resulta espontáneo recordar tantos momentos y lugares en los que he tenido la gracia de celebrarla. Recuerdo la iglesia parroquial de Niegowic donde desempeñé mi primer encargo pastoral, la colegiata de San Florián en Cracovia, la catedral del Wawel, la basílica de San Pedro y muchas basílicas e iglesias de Roma y del mundo entero. He podido celebrar la Santa Misa en capillas situadas en senderos de montaña, a orillas de los lagos, en las riberas del mar; la he celebrado sobre altares construidos en estadios, en las plazas de las ciudades... Estos escenarios tan variados de mis celebraciones eucarísticas me hacen experimentar intensamente su carácter universal y, por así decir, cósmico. ¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo. Ella une el cielo y la tierra. Abarca e impregna toda la creación. El Hijo de Dios se ha hecho hombre, para reconducir todo lo creado, en un supremo acto de alabanza, a Aquél que lo hizo de la nada. De este modo, Él, el sumo y eterno Sacerdote, entrando en el santuario eterno mediante la sangre de su Cruz, devuelve al Creador y Padre toda la creación redimida. Lo hace a través del ministerio sacerdotal de la Iglesia y para gloria de la Santísima Trinidad. Verdaderamente, éste es el mysterium fidei que se realiza en la Eucaristía: el mundo nacido de las manos de Dios creador retorna a Él redimido por Cristo.
g. La Eucaristía, presencia salvadora de Jesús en la comunidad de los fieles y su alimento espiritual, es de lo más precioso que la Iglesia puede tener en su caminar por la historia. Así se explica la esmerada atención que ha prestado siempre al Misterio eucarístico, una atención que se manifiesta autorizadamente en la acción de los Concilios y de los Sumos Pontífices. ¿Cómo no admirar la exposición doctrinal de los Decretos sobre la Santísima Eucaristía y sobre el Sacrosanto Sacrificio de la Misa promulgados por el Concilio de Trento? Aquellas páginas han guiado en los siglos sucesivos tanto la teología como la catequesis, y aún hoy son punto de referencia dogmática para la continua renovación y crecimiento del Pueblo de Dios en la fe y en el amor a la Eucaristía. En tiempos más cercanos a nosotros, se han de mencionar tres Encíclicas: la Mirae Caritatis de León XIII (28 de mayo de 1902),4 Mediator Dei de Pío XII (20 de noviembre de 1947)5 y la Mysterium Fidei de Pablo VI (3 de septiembre de 1965).6
El Concilio Vaticano II, aunque no publicó un documento específico sobre el Misterio eucarístico, ha ilustrado también sus diversos aspectos a lo largo del conjunto de sus documentos, y especialmente en la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium y en la Constitución sobre la Sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium.
Yo mismo, en los primeros años de mi ministerio apostólico en la Cátedra de Pedro, con la Carta apostólica Dominicae Cenae (24 de febrero de 1980),7 he tratado algunos aspectos del Misterio eucarístico y su incidencia en la vida de quienes son sus ministros. Hoy reanudo el hilo de aquellas consideraciones con el corazón aún más lleno de emoción y gratitud, como haciendo eco a la palabra del Salmista: " ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre " (Sal 116, 12-13).
10. Este deber de anuncio por parte del Magisterio se corresponde con un crecimiento en el seno de la comunidad cristiana. No hay duda de que la reforma litúrgica del Concilio ha tenido grandes ventajas para una participación más consciente, activa y fructuosa de los fieles en el Santo Sacrificio del altar. En muchos lugares, además, la adoración del Santísimo Sacramento tiene cotidianamente una importancia destacada y se convierte en fuente inagotable de santidad. La participación devota de los fieles en la procesión eucarística en la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo es una gracia de Dios, que cada año llena de gozo a quienes toman parte en ella. Y se podrían mencionar otros signos positivos de fe y amor eucarístico.
Desgraciadamente, junto a estas luces, no faltan sombras. En efecto, hay sitios donde se constata un abandono casi total del culto de adoración eucarística. A esto se añaden, en diversos contextos eclesiales, ciertos abusos que contribuyen a oscurecer la recta fe y la doctrina católica sobre este admirable Sacramento. Se nota a veces una comprensión muy limitada del Misterio eucarístico. Privado de su valor sacrificial, se vive como si no tuviera otro significado y valor que el de un encuentro convival fraterno. Además, queda a veces oscurecida la necesidad del sacerdocio ministerial, que se funda en la sucesión apostólica, y la sacramentalidad de la Eucaristía se reduce únicamente a la eficacia del anuncio. También por eso, aquí y allá, surgen iniciativas ecuménicas que, aun siendo generosas en su intención, transigen con prácticas eucarísticas contrarias a la disciplina con la cual la Iglesia expresa su fe. ¿Cómo no manifestar profundo dolor por todo esto? La Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones.
Confío en que esta Carta encíclica contribuya eficazmente a disipar las sombras de doctrinas y prácticas no aceptables, para que la Eucaristía siga resplandeciendo con todo el esplendor de su misterio.
(Juan Pablo II, Carta Encíclica "Ecclesia de Eucharistía", Jueves Santo 2003, n 1-10)
1 Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11.
2 Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 5.
3 Cf. Carta ap. Rosarium Virginis Mariae (16 octubre 2002), 21: AAS 95 (2003), 19.
4 Leonis XXIII Acta(1903), 115-136.
5 AAS 39 (1947), 521-595.
6 AAS 57 (1965), 753-774.
7 AAS 72 (1980), 113-148.
Comentario Teológico: San Alberto Hurtado: Tratando de los Sacramentos
LA EUCARISTÍA
Tratando de los sacramentos
Fuente de vida cristiana. Ya que el cristianismo no es tanto una ética, como el protestantismo, ni una filosofía, ni una poesía, ni una tradición, ni una causa externa, sino la divinización de nuestra vida o, más bien, la transformación de nuestra vida en Cristo, para tener como suprema aspiración hacer lo que Cristo haría en mi lugar; esa es la esencia de nuestro cristianismo.
Y la esencia de nuestra piedad cristiana, lo más íntimo, lo más alto y lo más provechoso es la vida sacramental, ya que mediante estos signos exteriores, sensibles, Cristo no sólo nos significa, sino que nos comunica su gracia, su vida divina, nos transforma en Sí mismo. La gracia santificante y las virtudes concomitantes.
En la vida sacramental los dos sacramentos centrales son el Bautismo y la Eucaristía. El Bautismo, porque confiere la gracia santificante, necesaria para recibir la Eucaristía. Y la Eucaristía es el gran sacrificio, porque nos incorpora en la forma más íntima posible a la vida de Cristo y al momento más importante de la vida de Cristo.
La gran obra de Cristo, que vino a realizar al descender a este mundo, fue la redención de la humanidad. Y esta redención en forma concreta se hizo mediante un sacrificio. Toda la vida del Cristo histórico es un sacrificio y una preparación a la culminación de ese sacrificio por su inmolación cruenta en el Calvario. Toda la vida del Cristo místico no puede ser otra que la del Cristo histórico y ha de tender también hacia el sacrificio, a renovar ese gran momento de la historia de la humanidad que fue la primera Misa, celebrada durante veinte horas, iniciada en el Cenáculo y culminada en el Calvario
Toda santidad viene de este sacrificio del Calvario, él es el que nos abre las puertas de todos los bienes sobrenaturales. Por él, el Bautismo nos incorpora a Cristo, la Penitencia nos perdona, la Confirmación nos conforta… De aquí que en realidad el Calvario ha sido siempre considerado el centro de la vida cristiana y esas horas en que Cristo estuvo pendiente en la Cruz han sido los momentos más preciosos de la historia de la humanidad. Por esas horas se abrieron las puertas del cielo, se confirió la gracia, se redimió el pecado, nos hicimos de nuevo agradables a Dios.
Ahora bien, la Eucaristía es la apropiación de ese momento, es el representar renovar, hacernos nuestra la Víctima del Calvario, y el recibirla y unirnos a ella. Todas las más sublimes aspiraciones del hombre, todas ellas, se encuentran realizadas en la Eucaristía :
1. La Felicidad : El hombre quiere la felicidad y la felicidad es la posesión de Dios. En la Eucaristía , Dios se nos da, sin reserva, sin medida; y al desaparecer los accidentes eucarísticos nos deja en el alma a la Trinidad Santa , premio prometido sólo a los que coman su Cuerpo y beban su Sangre (cf. Jn 6,48ss).
2. Cambiarse en Dios : El hombre siempre ha aspirado a ser como Dios, a transformarse en Dios, la sublime aspiración que lo persigue desde el Paraíso. Y en la Eucaristía ese cambio se produce: el hombre se transforma en Dios, es asimilado por la divinidad que lo posee; puede con toda verdad decir como San Pablo: " ya no vivo yo, Cristo vive en mí " (Gál 2,20); y cuando el que viene a vivir en mí es de la fuerza y grandeza de Cristo, se comprende que es El quien domina mi vida, en su realidad más íntima.
3. Hacer cosas grandes : El hombre quiere hacer cosas grandes por la humanidad… por hacer estas cosas los hombres más grandes se han lanzado a toda clase de proezas, como las que hemos visto en esta misma guerra mundial; pero, ¿dónde hará cosas más grandes que uniéndose a Cristo en la Eucaristía ? Ofreciendo la Misa salva la raza y glorifica a Dios Padre en el acto más sublime que puede hacer el hombre: opone a todo el dique de pecados de los hombres, la sangre redentora de Cristo; ofrece por las culpas de la humanidad, no sacrificios de animales, sino la sangre misma de Cristo; une a su débil plegaria la plegaria omnipotente de Cristo, que prometió no dejar sin escuchar nuestras oraciones y ¡cuándo más las escuchará que cuando esa plegaria proceda del Cristo Víctima del Calvario, en el momento supremo de amor…!
Además, en la Misa , el hombre y Dios se unen con una intimidad tal que llegan a tener un ser y un obrar. El sacerdote y los fieles son uno con Cristo que ofrece y con Cristo que se ofrece. "Por Cristo, con Él y en Él" ofrecemos y nos ofrecemos al Padre, y nuestra pequeñísima oración, nuestro mérito insignificante, ¡cómo gana de valor cuando es unido al mérito infinito de Cristo que ofrece y es ofrecido con nosotros, o, si queremos, nosotros por Cristo, con El, en El…. ofrecidos en propiciación, en acción de gracias, en súplica!
He aquí, pues, nuestra oración perfectísima. Nuestra unión perfectísima con la divinidad. La realización de nuestras más sublimes aspiraciones.
4. Unión de caridad : En la Misa , también nuestra unión de caridad se realiza en el grado más íntimo. La plegaria de Cristo " Padre, que sean uno… que sean consumados en la unidad " (Jn 17, 22-23), se realiza en el sacrificio eucarístico. Al unirnos con Cristo, a quien todos los hombres están unidos: los justos con unión actual; los otros, potencial.
¡Oh, si fuéramos conscientes de lo que significa nuestra unión a Cristo respecto al Padre, respecto a Cristo mismo y respecto a nuestros hermanos, tendríamos todo en la misma Eucaristía!
¡Oh, si fuéramos a la Misa a renovar el drama sagrado: ofrecernos en el ofertorio con esas especies que van a ser transformadas en Cristo pidiendo nuestra transformación… a ser aceptados por la divinidad en la consagración, a ser transubstanciados en Cristo (¡oh, si la ofrenda hubiese estado hecha a conciencia!), la consagración sería el elemento central de nuestra vida cristiana! Esa conciencia de que ya no somos nosotros, sino que tras nuestras apariencias humanas vive Cristo y quiere actuar Cristo…
Y la comunión, esa donación de Cristo a nosotros, que exige de nosotros gratitud profunda, traería consigo una donación total de nosotros a Cristo, que así se dio, y a nuestros hermanos, como Cristo se dio a nosotros.
Toda la esencia del catolicismo la tendríamos en la Eucaristía. Esos dos grandes mandamientos de amor al Padre y al prójimo, estarían realizados mediante la Eucaristía y nos animaríamos cada día, en la Misa bien oída, a renovarnos en ese espíritu de entrega.
La sola presencia en el sacrificio eucarístico aumenta en nosotros estas disposiciones, la comunión las intensifica aún más; pero si asistiéramos a la Misa y recibiéramos la Comunión ensanchando todo lo posible la capacidad de nuestro espíritu, ¡cómo nos santificaríamos sobre medida!
"Representar", en el sentido de "volver a hacer presente".
El acto central de nuestro día debiera ser nuestra Misa la comunión en medio de la Misa (cuando se pueda), un acto imprescindible de cada cristiano ferviente.
A la comunión no vamos como a un premio, no vamos a una visita de etiqueta, vamos a buscar a Cristo para "por Cristo con Él y en El" realizar nuestros mandamientos grandes, nuestras aspiraciones fundamentales, las grandes obras de caridad… La disposición fundamental para comulgar es la gracia santificante, la donación del Espíritu Divino a nuestras almas, que debe estar en todos los que comulguen, pero los efectos sensibles de Espíritu variarán según los casos, y según la medida de la predestinación divina. De nuestra parte se requiere que colaboremos a tener esos sentimientos de fe, confianza, amo ardiente.
Hacer de la Misa el centro de mi vida. Prepararme a ella con mi vida interior, mis sacrificios, que serán hostia de ofrecimiento; continuarla durante el día dejándome partir y dándome… en unión con Cristo.
¡Mi Misa es mi vida, y mi vida es una Misa prolongada!
Después de la comunión, quedar fieles a la gran transformación que se ha apoderado de nosotros. Vivir nuestro día como Cristo, ser Cristo para nosotros y para los demás:
¡Eso es comulgar!
(San Alberto Hurtado S.I., La Búsqueda de Dios , Ed. Universidad Católica de Chile, Santiago de Chile, 2005, Pág. 213-216)
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Exégesis: Dr. D. Isidro Gomá y Tomás . PREPARATIVOS PARA LA ÚLTIMA CENA e Institución de la Eucaristía
PREPARATIVOS PARA LA ÚLTIMA CENA
Explicación . - Jesús, a tenor de su predicación, iba a ser inmolado en unos de los días de la gran Pascua judía. Celebrábase la Pascua en memoria de la liberación del pueblo de Dios de la servidumbre de Egipto; Jesús debía libertar a todo el género humano de la servidumbre más ominosa del pecado. La sangre del cordero pascual libró del ángel exterminador al pueblo de Israel; la de Jesús debía ser la señal de la salvación de los verdaderos hijos de Dios. El cordero pascual es el tipo de cordero inmaculado que borra los pecados del mundo. Por todo ello era conveniente que Jesús, Cordero de Dios, fuese inmolado el mismo día de la inmolación legal del cordero de pascua. Va, pues, a realizarse el sacrificio del verdadero Cordero; pero antes quiere el mismo Cordero Jesús, comer el cordero de la cena legal. Así, en el hecho histórico de la última cena de Jesús se juntarán el símbolo y la realidad, el tipo y el antitipo; quedará abolido el primero para que quede definitivamente hasta la consumación de los siglos, el sacrificio de la verdadera Pascua, que es Cristo Jesús, "nuestra Pascua", como le llama la Iglesia.
El Día de la Última Cena (v.12) -Y el primer día de los Ácimos, cuando sacrificaban la Pascua, cuando era necesario sacrificar el Cordero pascual… En este día tuvo lugar la última cena: era el día en que empezaba la solemnidad pascual, con el uso del pan sin levadura o ácimo, que debía durar siete días y en que se inmolaba el cordero. Pero ¿en qué día de la semana y del mes coincidió la ultima cena? Los cuatro Evangelistas están conformes en fijar la cena de Jesús el jueves por la noche (Mt. 26, 20; Mc. 14, 17, Lc 22 14, Ioh 3 1) la muerte el viernes (Mt 27 62 Mc 15,42; Lc 23 54 Ioh 19, 42) y la resurrección el día siguiente al sábado (Mt 28, 1 Mc 16 2 Lc 24, 1, Ioh 20 1) La dificultad está en fijar el día del mes. Los tres sinópticos sitúan la ultima cena el 14 de Nisán y la muerte el 15 día solemne de la Pascua pero San Juan parece suponer que la cena se celebró el 13 de Nisán, y la muerte el 14 ya que los judíos no quieren entrar en el Pretorio de Pilato, habiendo todavía de comer la Pascua (Ioh 18 28) He aquí las opiniones de los diversos intérpretes para conciliar las diversas narraciones evangélicas sin duda objetivamente acordes no sólo por la inspiración divina bajo la que fueron redactados los Evangelios sino porque no es creíble que testigos contemporáneos y fidedignos discreparan en un asunto tan capital.
Primera Opinión: Los cuatro Evangelistas coinciden en señalar el mismo día de la semana y del mes la noche del jueves 14 de Nisán, sólo que los sinópticos cuentan al estilo hebreo anticipando los días como sucede en el cómputo litúrgico y Juan contaba al estilo de griegos y romanos por días astronómicos. El hecho de que no quisieran los judíos entrar en el Pretorio para poder comer los ácimos, debe entenderse no del cordero pascual, sino de los sacrificios de todos aquellos días pascuales.
Segunda: Coloca la última cena la noche del 13 al 14 de Nisán. En esta hipótesis Jesús hubiese anticipado la cena legal veinticuatro horas en relación con la de los demás judíos; podía hacerlo, porque todo el 14 era considerado como primer día de los Ácimos, y por lo mismo el 13 por la noche En este caso, Jesús aunque cumplió todas las ceremonias de la cena legal, no hubiese comido el cordero, en vez del cual dio su cuerpo a comer a sus discípulos, instituyendo así la verdadera Pascua cristiana Su muerte hubiese coincidido con el sacrificio de los corderos el día siguiente.
Tercera: La cena pudo celebrarse el 13 ó el 14 de Nisán. No siendo materialmente posible que se inmolaran en tres horas doscientos cincuenta mil corderos, se facultaría a los forasteros para anticipar un día la inmolación. Así Jesús hubiese comido la Pascua el 13 y los demás judíos el 14 de Nisán. No parece pueda esta opinión concordarse con la frase de Marcos "El primer día de los ácimos. "
Cuarta: La cena pascual podía celebrarse indistintamente el 14 ó el 15 de Nisán. Una de las ceremonias que debía celebrarse el día de la Pascua al atardecer, y por lo mismo el 15 de Nisán, era salir al campo a recoger algunas espigas para ofrecerlas al Señor como primicias de la cosecha futura. Si el 15 de Nisán caía en viernes como ocurrió el año de la muerte del Señor, esta ceremonia hubiese tenido que celebrarse la tarde del viernes en que se observaba ya el reposo sabático que prohibía toda suerte de trabajo. En este caso y así prevaleció la costumbre debía trasladarse la Pascua del 15 al 16 de Nisán. Jesús hubiese celebrado la cena del día legal, 14 de Nisán y a esta fecha se refieren los sinópticos. Los demás judíos la celebrarían el día siguiente siguiendo a los fariseos y a ellos se referiría San Juan
Análoga a esta solución es la que propone Knabenbauer, según el cual, el cordero pascual debía ser sacrificado, ofrecido, asado y comido entre la noche que terminaba el 14 y la que empezaba el 15 de Nisán. Si el 14 de Nisán caía en viernes, era imposible a lo menos asar el cordero sin entrar en la hora del reposo sabático En este caso solíase trasladar la inmolación del cordero al jueves precedente, originándose de aquí una doble costumbre pues mientras unos comían el cordero el mismo día de su inmolación otros esperaban la noche del viernes. Jesús fue de los primeros. Estas dos ultimas opiniones parecen las más probables y satisfactorias
PREPARACIÓN DE LA CENA (13-16) - Hallábase probablemente Jesús en Betania el día primero de los Ácimos 14 de Nisán, cuando le dicen sus discípulos: ¿Dónde quieres que vayamos a disponerte, para que comas la Pascua ? Solían los habitantes de Jerusalén alquilar habitaciones o dependencias de sus casas a los forasteros, en las que celebraban éstos la Pascua , y que se preparaban debidamente con antelación a la ceremonia. Y envía desde sus discípulos, a Pedro y a Juan, y les dice: Id a la ciudad, y he aquí que así que entréis en ella, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua seguidle hasta la casa en que entre. Con ello demuestra Jesús ser conocedor de los hechos futuros y lejanos. Y en donde quiera que entrare decid al padre de familias, dueño de casa: El Maestro dice: Mi tiempo está cerca. ¿Dónde está mi aposento, cenáculo o refectorio, en donde he de comer la Pascua con mis discípulos?
Creen algunos que Jesús dio en esta forma las señas del lugar donde pensaba comer la Pascua para evitar que lo conociese Judas a tiempo e interrumpiese con los satélites de los sinedritas la mística ceremonia. Ni faltan racionalistas que quieran haberse ya entendido previamente Jesús con el dueño de la casa donde debía celebrarse la cena. Aun así, cosa que no se deduce del texto, la predicción del Señor es absolutamente profética, porque debió Saber el tiempo preciso de la entrada de los discípulos en la dudad y de que les saldría al encuentro un hombre con un cántaro de agua, cuando tantos podían circular por las calles de la gran ciudad en la misma forma.
Y él os mostrará un cenáculo grande, aderezado, una habitación de respeto en la parte superior la casa, adornada y dispuesta ya con los divanes o triclinios en que acostumbraban recostarse para comer: disponiendo allí para nosotros lo necesario para la cena, el cordero ya aderezado, los panes ácimos, las lechugas amargas, los cálices con vino, etc.
Aconteció como Jesús predijo: Y partieron los discípulos, y fueron a la ciudad: y lo hallaron como les había dicho, hicieron lo que les mandó y prepararon las Pascua. Bien pudo San Pedro, uno de los enviados, contárselo detalladamente a su discípulo San Marcos, autor de esta narración.
Lecciones morales. - A) v. 12.- ¿Dónde quieres que vayamos a disponerte…? - Nos enseñan estos discípulos a entregarnos en manos de Dios para que nos enseñe los caminos que debamos seguir; es lo que le pedía el profeta: "Muéstrame tu camino, y enséñame tus senderos" (Ps. 24, 4). Cristo es nuestra Pascua: con El hemos de convivir y ser comensales en el convite de la gracia en esta vida y sobre todo en el banquete de la eterna Pascua de la bienaventuranza. No podremos lograrlos sino siguiendo los caminos del Señor. Toda la filosofía de la vida cristiana está en acoplar nuestra voluntad a la de Dios, no presumiendo traer la voluntad de Dios a la nuestra, sino dejando absorber la nuestra por la suya. Entonces es cuando Dios se comunica con nosotros. "Enséñame, Señor, a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios", le decía el Salmista (Ps. 142, 10).
B) v. 14.- ¿. . .En dónde he de comer la Pascua con mis discípulos? - Comió Jesús la Pascua , no la nuestra, sino la de los judíos, dice el Crisóstomo; aunque después de comer la suya no sólo instituyó la nuestra, sino que él se hizo personalmente nuestra Pascua. Entonces, ¿por qué comió aquélla? Porque quiso sujetarse a la ley, a fin de redimir a los que estaban bajo la ley (Gal. 4, 5), y para dar fin definitivamente a la ley. Y para que nadie dijera que por hallar la ley pesada no pudo cumplirla, quiso sujetarse primero a sus preceptos, para luego abrogarla. Ejemplo admirable de obediencia, mortificación. y respeto a lo que Dios había instituido.
c) v. 15. - Y él os mostrará un cenáculo grande, aderezado… - El señor de la casa, que guía a la parte alta de la misma, donde está el refectorio de Jesús, es Pedro, dice San Jerónimo: a él confió el Señor su casa, para que sea una misma la fe bajo un solo pastor. El cenáculo grande es la dilatadísima Iglesia, en que se predica y alaba el nombre del Señor. Y está aderezada con toda suerte de virtudes y carismas. Sólo en esta casa se halla el cenáculo donde el Señor da las grandes cenas de su palabra y de su Cuerpo santísimo. Sólo de esta casa se va a disfrutar el banquete eterno de la gloria en el celestial cenáculo.
D) v. 16.-Y prepararon la Pascua. - Nuestra Pascua es Cristo; es, de una manera especial, la cena eucarística. Ella está dispuesta ya. Objetivamente, no puede ser más óptima. Contiene el Cuerpo del Señor, y con él, su sangre, alma y divinidad. Pero cada uno de nosotros debemos aderezar esta Pascua según nuestra manera de ser personal. Debemos adaptarla, adaptándonos nosotros a ella. Como el maná tenía todo sabor, así la Eucaristía. Mas para hallar el sabor que podríamos llamar "nuestro", porque el gusto, en el orden fisiológico como en el moral y sobrenatural, es cosa personalísima, debemos aderezar la Pascua del Señor, poniendo todos aquellos anejos que son necesarios en cada una de las circunstancias en que la comamos: las lechugas de la mortificación, si somos sensuales, el vino generoso de la caridad, si somos egoístas, el pan sin levadura de la humildad, si padecemos de hinchazón de soberbia, etc.
INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA
Explicación . - La institución de la Eucaristía es el hecho culminante de la última cena y uno 4 los grandes pilares de la obra espiritual que vino Jesús a edificar en el mundo Convenía que se celebrara la institución de la Eucaristía en la cena pascual para significar el tránsito de Jesús al Padre, cuando por el derramamiento de su sangre nos redimió y arrancó del poder de las tinieblas y nos hizo reino suyo Así se abolía el rito legal y se substituía por la verdadera Pascua, Jesús, que se inmolaría perpetuamente en la Iglesia bajo signos visibles por el sacerdocio de la nueva Ley, cuya cabeza es él mismo. No puede fijarse con certeza el lugar que la cena eucarística ocupa en relación con el rito pascual: los comentaristas la han situado ora al principio, ora en medio, ora al fin del mismo. Atendiendo los textos de Lc. 22, 20, y 1 Cor. 11, 25, creemos debe ponerse hacia el fin del banquete pascual, cuando, comido ya el cordero, se hallaban aún los comensales reclinados sobre sus divanes.
Y cuando ellos estaban cenando, mientras estaban aún ante la mesa y no se había acabado la cena, tomó Jesús el pan, uno de los panes ácimos, circulares y delgados, en forma de torta, como debían serlo los que se comían en la cena legal (Ex. 12, .18); por esto también la Iglesia emplea para el sacrificio eucarístico el pan sin levadura; dio gracias orando al Padre e implorando también su bendición y su favor; y lo bendijo, implorando la beneficencia y el poder de Dios sobre él con lo que lo preparó para la consagración; Y lo partió: también en la cena legal el padre de familias bendecía y partía los panes ácimos: Jesús repetirá el rito pero sobreelevándolo: su bendición era nueva y designaba una santificación especial del pan en orden al sacrificio místico a que se destinaba; la fracción era imagen de su muerte, hasta el punto de que "la fracción del pan" vino a ser la designación solemne y pública del sacrificio eucarístico (Act. 2, 42): Y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomad y comed éste es mi cuerpo, es decir esto que os presento y que tiene la apariencia de pan es mi cuerpo. A estas palabras del Señor, tan simples y tan claras que no es posible tergiversarlas, el pan se transubstanció en su cuerpo santísimo real y verdadero. Así lo ha entendido siempre la Iglesia católica, sin que haya jamás acudido a interpretaciones simbólicas. Es la realización de la promesa hecha por aquellos mismos días el año anterior (Ioh 6, 26.64 Cf. núm. 84) Y para hacerles más patente la realidad de su cuerpo encerrado en las especies de pan añade: Que se da por vosotros, que es entregado a la muerte en vez de vosotros, y para rescataros. Haced esto en memoria mía: con estas palabras reciben los Apóstoles la potestad sacerdotal de ofrecer el cuerpo del Señor; lo harán en memoria de él: como la Pascua legal era la memoria de la liberación de la servidumbre de Egipto, así la cena eucarística representa la muerte del Señor por la que le vino al mundo la liberación espiritual.
Jesús había prometido a sus discípulos su carne y su sangre (Ioh 6 25-59), además, debiendo ser la cena eucarística memorial de su muerte y de nuestra redención a la entrega del cuerpo debía seguir la de la sangre. Es lo que va a hacer Jesús: Y asimismo, tomando el cáliz, después que hubo cenado para distinguirlo de los que se bebían durante la manducación del cordero pascual: era el cáliz una copa baja y ancha de las que usaban los judíos: dio gracias, como solía hacerlo antes de hacer algún milagro, en los, que se manifestaba la gloria del Padre, su propia misión y la beneficencia de Dios para con los hombres: en ningún milagro se expresa mejor este triple fin que en la Eucaristía : y dióselo, diciendo: Bebed de él todos. ¿Qué copa de vino es la que consagró el Señor? Los comensales no usaban más que una copa, que corría de mano en mano y de la que debían beber todos; las bebidas de ritual eran hasta cuatro: una al sentarse a la mesa; la segunda, después que el presidente había explicado la significación del cordero, las comidas y las lechugas amargas; la tercera, después de comer el cordero; la cuarta, después de rezar las úitimas preces; aún podía añadirse una quinta copa, a discreción de los comensales: las cuatro primeras eran de ritual. Suponen muchos que fue el cáliz tercero el consagrado por cuanto se llamaba "cáliz de bendición" nombre con que designa el Apóstol el cáliz eucarístico (1 Cor 10 16), otros optan por el cuarto y hasta por el quinto, ya del todo terminada la cena pascual, lo que justificaría la frase de Lucas "después que hubo cenado"
Solían los judíos beber en la cena pascual el vino tinto mezclado con un poco de agua Al alargarles el cáliz profiere estas palabras: Porque ésta es mi sangre: esto que tiene la apariencia de vino es mi propia sangre. Es la sangre del nuevo Testamento: como la antigua alianza entre Dios y el pueblo de Israel fue sellada con sangre (Ex 24, 8), así lo será también la nueva Alianza que Dios contrae con la humanidad por la redención (Jer 31, 33) pero no con sangre de animales, sino con la sangre de Jesucristo (Hebr. 8, 8 9, 15-20) Luego, como la sangre derramada en la antigua Ley era un sacrificio así lo es la que pone Jesús en el cáliz con sus palabras, porque aquellos sacrificios no eran más que figurativos de éste. La razón de sacrificio se descubre aun en estas palabras que añade Jesús. Que será derramada por muchos, es decir, por todos, como por todos murió Cristo, si bien no todos se aprovechan de la sangre preciosísima de Cristo: por vosotros, añade Lucas, representando los Apóstoles entonces a toda la humanidad; para remisión de los pecados: que es derramada, dice el griego: derramar la sangre por los pecados siempre ha sido una función sacrificial, verificada por el sacerdote. Y bebieron de él todos, comulgando en la sangre del Señor, como lo habían hecho con su cuerpo…
Instituida la Eucaristía , Jesús indica otra vez a sus discípulos la inminencia de su muerte, al tiempo que levanta su espíritu con la perspectiva de una bienaventuranza que disfrutarán todos juntos con El: Y dígoos que desde ahora ya no beberé de este fruto de la vid: no se refiere Jesús al cáliz eucarístico, sino al vino en general, quizás a la última copa tomada después de la Eucaristía , como si dijera Vamos a separarnos, ya no beberé más con vosotros hasta el día aquel, el de la bienaventuranza eterna, en que lo beba nuevo con vosotros en el Reino de mi Padre, donde nos veremos inundados en el torrente de las delicias (Ps. 35, 9; Lc. 12, 37; Apoc. 21, 5, etc.).
Lecciones morales. - A) v. 26 -Tomó Jesús el pan… - Quiso el Señor, dice San Agustín, utilizar para la consagración de su Cuerpo y Sangre aquellas cosas que llegan a ser algo especial por la reunión de muchas otras: como el pan, que es pan por la concurrencia de muchos granos de trigo; y el vino, que es tal por ser producto de muchos granos de uva. Para que aprendamos a ver en este Sacramento el misterio de la paz y de la unidad. Porque, como dice el Apóstol "muchos somos un cuerpo en Cristo" (Rom 12 5)
B) v 26 -Esto es mi cuerpo -No dice Jesús "Aquí está mi cuerpo", o: "Esto es el signo de mi cuerpo"; sino: "Esto es mi cuerpo" en verdad según la realidad, según su substancia dice el Tridentino. Antes de la consagración, el pan es pan dice San Agustín después, ya es el cuerpo de Cristo. Comámonosle no sólo sacramentalmente dice el mismo Santo, lo cual hacen también muchos malos al comulgar sacrílegamente, sino también espiritualmente, uniéndonos a El por la candad, de la que el sacramento es signo y alimento
c) v 27 - Tomando el cáliz dio gracias - Dio gracias, dice el Crisóstomo para que aprendamos cómo debemos celebrar este misterio, y para que sepamos que vino a la muerte no forzado sino libremente y dando por ello gracias al Padre. Asimismo nos enseña a recibir el cáliz de las tribulaciones con la debida acción de gracias
D) v 28 - Esta es mi sangre del nuevo Testamento - ¡Cuan grande la dignidad del cristiano! Pertenece a una sociedad, la santa Iglesia no sólo adquirida con el precio de la sangre de Jesús que es la sangre de Dios, sino unida a Jesús con pacto eterno sellado con la misma sangre divina. Como en el pueblo de Dios, en la ley antigua todo estaba marcado con la sangre de los animales, según el Apóstol, así en la Iglesia todo lleva la marca de la Sangre de Dios, sin ella no hay sacrificio, ni sacramentos, ni remisión de pecados, ni ascensión de virtudes. En verdad que pertenecemos a una raza de dioses, a un pueblo que Dios adquirió para si a alto precio. Pero es más: no sólo la Iglesia , sino cada uno de nosotros llevamos la marca de la sangre de nuestro Redentor Jesús, de ella ha derivado para nosotros la gracia, en todas sus formas, y la gloria. Dios no reconocerá en el cielo sino a aquellos que están marcados con la sangre del Cordero. Llevemos con suma dignidad de vida la suma dignidad de estar marcados con la sangre del Hijo de Dios.
E): v 29. - Hasta el día aquel en que lo beba nuevo… - Ya no beberá Jesús más vino de vid en la tierra. Como se despiden los amigos, levantando la copa y haciendo votos para volver a juntarse en íntimo ágape, después de larga ausencia, así se despide ahora Jesús de sus discípulos. Al tiempo que les recuerda la próxima muerte, inminente ya, entreabre a sus queridos los horizontes de la vida eterna, cuando se juntarán en el celestial banquete de la visión de Dios y se embriagarán de las delicias de la casa de Dios (Ps 35 9) No será ya entonces vino de cepa; sino un vino "nuevo", que preparará Dios en "el cielo nuevo y en la tierra nueva", que será la bienaventuranza eterna (Apoc. 21, 1).
(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado , Vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1967, p. 470-474.491-494)
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Aplicación: Juan Pablo II - Carta a los Sacerdotes para el Jueves Santo en el Año de la Eucaristía 2005
Queridos sacerdotes:
1. En el "Año de la Eucaristía", me es particularmente grato el anual encuentro espiritual con vosotros con ocasión del Jueves Santo, día del amor de Cristo llevado " hasta el extremo " (Jn 13, 1), día de la Eucaristía, día de nuestro sacerdocio.
Os envío mi mensaje desde el hospital, donde estoy algún tiempo con tratamiento médico y ejercicios de rehabilitación, enfermo entre los enfermos, uniendo en la Eucaristía mi sufrimiento al de Cristo. Con este espíritu deseo reflexionar con vosotros sobre algunos aspectos de nuestra espiritualidad sacerdotal.
Lo haré dejándome guiar por las palabras de la institución de la Eucaristía, las que pronunciamos cada día in persona Christi, para hacer presente sobre nuestros altares el sacrificio realizado de una vez por todas en el Calvario. De ellas surgen indicaciones iluminadoras para la espiritualidad sacerdotal: puesto que toda la Iglesia vive de la Eucaristía, la existencia sacerdotal ha de tener, por un título especial, "forma eucarística". Por tanto, las palabras de la institución de la Eucaristía no deben ser para nosotros únicamente una fórmula consagratoria, sino también una "fórmula de vida".
Una existencia profundamente "agradecida"
2. "Tibi gratias agens benedixit...". En cada Santa Misa recordamos y revivimos el primer sentimiento expresado por Jesús en el momento de partir el pan, el de dar gracias. El agradecimiento es la actitud que está en la base del nombre mismo de "Eucaristía". En esta expresión de gratitud confluye toda la espiritualidad bíblica de la alabanza por los mirabilia Dei. Dios nos ama, se anticipa con su Providencia, nos acompaña con intervenciones continuas de salvación.
En la Eucaristía Jesús da gracias al Padre con nosotros y por nosotros. Esta acción de gracias de Jesús ¿cómo no ha de plasmar la vida del sacerdote? Él sabe que debe fomentar constantemente un espíritu de gratitud por tantos dones recibidos a lo largo de su existencia y, en particular, por el don de la fe, que ahora tiene el ministerio de anunciar, y por el del sacerdocio, que lo consagra completamente al servicio del Reino de Dios. Tenemos ciertamente nuestras cruces -y ¡no somos los únicos que las tienen!-, pero los dones recibidos son tan grandes que no podemos dejar de cantar desde lo más profundo del corazón nuestro Magnificat.
Una existencia "entregada"
3. "Accipite et manducate... Accipite et bibite...". La autodonación de Cristo, que tiene sus orígenes en la vida trinitaria del Dios-Amor, alcanza su expresión más alta en el sacrificio de la Cruz, anticipado sacramentalmente en la Última Cena. No se pueden repetir las palabras de la consagración sin sentirse implicados en este movimiento espiritual. En cierto sentido, el sacerdote debe aprender a decir también de sí mismo, con verdad y generosidad, "tomad y comed". En efecto, su vida tiene sentido si sabe hacerse don, poniéndose a disposición de la comunidad y al servicio de todos los necesitados.
Precisamente esto es lo que Jesús esperaba de sus apóstoles, como lo subraya el evangelista Juan al narrar el lavatorio de los pies. Es también lo que el Pueblo de Dios espera del sacerdote. Pensándolo bien, la obediencia a la que se ha comprometido el día de la ordenación y la promesa que se le invita a renovar en la Misa Crismal, se ilumina por esta relación con la Eucaristía. Al obedecer por amor, renunciando tal vez a un legítimo margen de libertad, cuando se trata de su adhesión a las disposiciones de los Obispos, el sacerdote pone en práctica en su propia carne aquel " tomad y comed ", con el que Cristo, en la última Cena, se entregó a sí mismo a la Iglesia.
Una existencia "salvada" para salvar
4. "Hoc est enim corpus meum quod pro vobis tradetur". El cuerpo y la sangre de Cristo se han entregado para la salvación del hombre, de todo el hombre y de todos los hombres. Es una salvación integral y al mismo tiempo universal, porque nadie, a menos que lo rechace libremente, es excluido del poder salvador de la sangre de Cristo: "qui pro vobis et pro multis effundetur". Se trata de un sacrificio ofrecido por " muchos ", como dice el texto bíblico (Mc 14, 24; Mt 26, 28; cf. Is 53, 11-12), con una expresión típicamente semítica, que indica la multitud a la que llega la salvación lograda por el único Cristo y, al mismo tiempo, la totalidad de los seres humanos a los que ha sido ofrecida: es sangre "derramada por vosotros y por todos", como explicitan acertadamente algunas traducciones. En efecto, la carne de Cristo se da " para la vida del mundo " (Jn 6, 51; cf. 1 Jn 2, 2).
Cuando repetimos en el recogimiento silencioso de la asamblea litúrgica las palabras venerables de Cristo, nosotros, sacerdotes, nos convertimos en anunciadores privilegiados de este misterio de salvación. Pero ¿cómo serlo eficazmente sin sentirnos salvados nosotros mismos? Somos los primeros a quienes llega en lo más íntimo la gracia que, superando nuestras fragilidades, nos hace clamar "Abba, Padre" con la confianza propia de los hijos (cf. Ga 4, 6; Rm 8, 15). Y esto nos compromete a progresar en el camino de perfección. En efecto, la santidad es la expresión plena de la salvación. Sólo viviendo como salvados podemos ser anunciadores creíbles de la salvación. Por otro lado, tomar conciencia cada vez de la voluntad de Cristo de ofrecer a todos la salvación obliga a reavivar en nuestro ánimo el ardor misionero, estimulando a cada uno de nosotros a hacerse " todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos " (1 Co 9, 22).
Una existencia que "recuerda"
5. "Hoc facite in meam commemorationem". Estas palabras de Jesús nos han llegado, tanto a través de Lucas (22, 19) como de Pablo (1 Co 11, 24). El contexto en el que fueron pronunciadas -hay que tenerlo bien presente- es el de la cena pascual, que para los judíos era un " memorial " (zikkarôn, en hebreo). En dicha ocasión los hebreos revivían ante todo el Éxodo, pero también los demás acontecimientos importantes de su historia: la vocación de Abraham, el sacrificio de Isaac, la alianza del Sinaí y tantas otras intervenciones de Dios en favor de su pueblo. También para los cristianos la Eucaristía es el " memorial ", pero lo es de un modo único: no sólo es un recuerdo, sino que actualiza sacramentalmente la muerte y resurrección del Señor.
Quisiera subrayar también que Jesús ha dicho: " Haced esto en memoria mía ". La Eucaristía no recuerda un simple hecho; ¡recuerda a Él! Para el sacerdote, repetir cada día, in persona Christi, las palabras del " memorial " es una invitación a desarrollar una " espiritualidad de la memoria ". En un tiempo en que los rápidos cambios culturales y sociales oscurecen el sentido de la tradición y exponen, especialmente a las nuevas generaciones, al riesgo de perder la relación con las propias raíces, el sacerdote está llamado a ser, en la comunidad que se le ha confiado, el hombre del recuerdo fiel de Cristo y todo su misterio: su prefiguración en el Antiguo Testamento, su realización en el Nuevo y su progresiva profundización bajo la guía del Espíritu Santo, en virtud de aquella promesa explícita: "Él será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho" (Jn 14, 26).
Una existencia "consagrada"
6. "¡Mysterium fidei!". Con esta exclamación el sacerdote manifiesta, después de la consagración del pan y el vino, el estupor siempre nuevo por el prodigio extraordinario que ha tenido lugar entre sus manos. Un prodigio que sólo los ojos de la fe pueden percibir. Los elementos naturales no pierden sus características externas, ya que las especies siguen siendo las del pan y del vino; pero su sustancia, por el poder de la palabra de Cristo y la acción del Espíritu Santo, se convierte en la sustancia del cuerpo y la sangre de Cristo. Por eso, sobre el altar está presente "verdadera, real, sustancialmente" Cristo muerto y resucitado en toda su humanidad y divinidad. Así pues, es una realidad eminentemente sagrada. Por este motivo la Iglesia trata este Misterio con suma reverencia, y vigila atentamente para que se observen las normas litúrgicas, establecidas para tutelar la santidad de un Sacramento tan grande.
Nosotros, sacerdotes, somos los celebrantes, pero también los custodios de este sacrosanto Misterio. De nuestra relación con la Eucaristía se desprende también, en su sentido más exigente, la condición " sagrada " de nuestra vida. Una condición que se ha de reflejar en todo nuestro modo de ser, pero ante todo en el modo mismo de celebrar. ¡Acudamos para ello a la escuela de los Santos! El Año de la Eucaristía nos invita a fijarnos en los Santos que con mayor vigor han manifestado la devoción a la Eucaristía (cf. Mane nobiscum Domine, 31). En esto, muchos sacerdotes beatificados y canonizados han dado un testimonio ejemplar, suscitando fervor en los fieles que participaban en sus Misas. Muchos se han distinguido por la prolongada adoración eucarística. Estar ante Jesús Eucaristía, aprovechar, en cierto sentido, nuestras "soledades" para llenarlas de esta Presencia, significa dar a nuestra consagración todo el calor de la intimidad con Cristo, el cual llena de gozo y sentido nuestra vida.
Una existencia orientada a Cristo
7. "Mortem tuam annuntiamus, Domine, et tuam resurrectionem confitemur, donec venias". Cada vez que celebramos la Eucaristía, la memoria de Cristo en su misterio pascual se convierte en deseo del encuentro pleno y definitivo con Él. Nosotros vivimos en espera de su venida. En la espiritualidad sacerdotal, esta tensión se ha de vivir en la forma propia de la caridad pastoral que nos compromete a vivir en medio del Pueblo de Dios para orientar su camino y alimentar su esperanza. Ésta es una tarea que exige del sacerdote una actitud interior similar a la que el apóstol Pablo vivió en sí mismo: "Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta" (Flp 3, 13-14). El sacerdote es alguien que, no obstante el paso de los años, continua irradiando juventud y como "contagiándola " a las personas que encuentra en su camino. Su secreto reside en la " pasión " que tiene por Cristo. Como decía san Pablo: " Para mí la vida es Cristo" (Flp 1, 21).
Sobre todo en el contexto de la nueva evangelización, la gente tiene derecho a dirigirse a los sacerdotes con la esperanza de " ver " en ellos a Cristo (cf. Jn 12, 21). Tienen necesidad de ello particularmente los jóvenes, a los cuales Cristo sigue llamando para que sean sus amigos y para proponer a algunos la entrega total a la causa del Reino. No faltarán ciertamente vocaciones si se eleva el tono de nuestra vida sacerdotal, si fuéramos más santos, más alegres, más apasionados en el ejercicio de nuestro ministerio. Un sacerdote " conquistado " por Cristo (cf. Flp 3, 12) " conquista " más fácilmente a otros para que se decidan a compartir la misma aventura.
Una existencia "eucarística" aprendida de María
8. Como he recordado en la Encíclica Ecclesia de Eucharistia (cf. nn. 53-58), la Santísima Virgen tiene una relación muy estrecha con la Eucaristía. Lo subrayan, aun en la sobriedad del lenguaje litúrgico, todas las Plegarias eucarísticas. Así, en el Canon romano se dice: "Reunidos en comunión con toda la Iglesia, veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor". En las otras Plegarias eucarísticas, la veneración se transforma en imploración, como, por ejemplo, en la Anáfora II: "Con María, la Virgen Madre de Dios [...], merezcamos [...] compartir la vida eterna".
Al insistir en estos años, especialmente en la Novo millennio ineunte (cf. nn. 23 ss.) y en la Rosarium Virginis Mariae (cf. nn. 9 ss.), sobre la contemplación del rostro de Cristo, he indicado a María como la gran maestra. En la encíclica sobre la Eucaristía la he presentado también como "Mujer eucarística" (cf. n. 53). ¿Quién puede hacernos gustar la grandeza del misterio eucarístico mejor que María? Nadie cómo ella puede enseñarnos con qué fervor se han de celebrar los santos Misterios y cómo hemos estar en compañía de su Hijo escondido bajo las especies eucarísticas. Así pues, la imploro por todos vosotros, confiándole especialmente a los más ancianos, a los enfermos y a cuantos se encuentran en dificultad. En esta Pascua del Año de la Eucaristía me complace hacerme eco para todos vosotros de aquellas palabras dulces y confortantes de Jesús: " Ahí tienes a tu madre " (Jn 19, 27).
Con estos sentimientos, os bendigo a todos de corazón, deseándoos una intensa alegría pascual.
(Juan Pablo II, Policlínico Gemelli, Roma, 13 de marzo, V domingo de Cuaresma, de 2005, vigésimo séptimo de Pontificado),
Aplicación: Cardenal F. X. Nguyen Van Thuan - MI ÚNICA FUERZA, LA EUCARISTÍA
"Alrededor de la Mesa Eucarística se realiza y se manifiesta la armoniosa unidad de la Iglesia , misterio de comunión misionera, en la que todos se sienten hijos y hermanos" (Juan Pablo II, Mensaje para la XII Jornada Mundial de la Juventud , 1997, n. 7).
" ¿Pudo usted celebrar la misa en la cárcel? ", es la pregunta que muchos me han hecho innumerables veces. Y tienen razón: la Eucaristía es la más hermosa oración, es la cumbre de la vida cristiana. Cuando les respondo que sí, ya sé cuál es la pregunta siguiente: " ¿Cómo consiguió encontrar pan y vino? ".
Cuando fui arrestado tuve que salir inmediatamente, con las manos vacías. Al día siguiente me permitieron escribir y pedir las cosas más necesarias: ropa, pasta de dientes... Escribí a mi destinatario: " Por favor, mandadme un poco de vino como medicina contra el dolor de estómago ". Los fieles entendieron lo que eso significaba: me mandaron una botellita de vino de misa con una etiqueta que decía: " medicina contra el dolor de estómago ", y las hostias las ocultaron en una antorcha que se usa para combatir la humedad. El policía me preguntó:
- ¿Le duele el estómago?
-Sí.
-Aquí hay un poco de medicina para usted.
Nunca podré expresar mi gran alegría: todos los días, con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano, celebraba la misa.
De todos modos, dependía de la situación. En el barco que nos llevó al norte celebraba la misa por la noche y daba la comunión a los prisioneros que me rodeaban. A veces tenía que celebrar cuando todos iban al baño, después de la gimnasia. En el campo de reeducación nos dividieron en grupos de 50 personas; dormíamos en camas comunes; cada uno tenía derecho a 50 cm . Nos las arreglamos para que estuvieran cinco católicos conmigo. A las 21:30 había que apagar la luz y todos debían dormir. Me encogía en la cama para celebrar la misa de memoria, y repartía la comunión pasando la mano bajo el mosquitero. Fabricamos bolsitas con el papel de los paquetes de cigarrillos para conservar el Santísimo Sacramento. Llevaba siempre a Jesús eucarístico en el bolsillo de la camisa.
Recuerdo lo que escribí: " Tú crees en una sola fuerza: la Eucaristía , el Cuerpo y la Sangre del Señor que te dará la vida. < He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia >" (Jn 10, 10). Como el maná aumentó a los israelitas en su viaje a la tierra prometida, así la Eucaristía te alimentará en tu camino de la esperanza (cf. Jn 6, 50)" ( El camino de la esperanza , n. 983).
Cada semana tiene lugar una sesión de adoctrinamiento en la que debe participar todo el campo. Durante el descanso, mis compañeros católicos y yo aprovechamos para pasar un paquetito para cada uno de los otros cuatro grupos de prisioneros; todos saben que Jesús está en medio de ellos; El es el que cura todos los sufrimientos físicos y mentales. Durante la noche los presos se turnan en adoración; Jesús eucarístico ayuda inmensamente con su presencia silenciosa. Muchos cristianos vuelven al fervor de la fe durante esos días; hasta budistas y otros no cristianos se convierten. La fuerza del amor de Jesús es irresistible. La oscuridad de la cárcel se convierte en luz, la semilla germina bajo tierra durante la tempestad.
Ofrezco la misa junto con el Señor: cuando reparto la comunión me doy a mí mismo junto al Señor para hacerme alimento para todos. Esto quiere decir que estoy siempre al servicio de los demás.
Cada vez que ofrezco la misa tengo la oportunidad de extender las manos y de clavarme en la cruz de Jesús, de beber con Él el cáliz amargo.
Todos los días, al recitar y escuchar las palabras de la consagración, confirmo con todo mi corazón y con toda mi alma un nuevo pacto, un pacto eterno entre Jesús y yo, mediante su sangre mezclada con la mía (cf. 1 Cor. 11, 23-25).
Jesús empezó una revolución en la cruz. Vuestra revolución debe empezar en la mesa eucarística, y de allí debe seguir adelante. Así podréis renovar la humanidad.
He pasado nueve años aislado. Durante ese tiempo celebro la misa todos los días hacia las 3 de la tarde, la hora en que Jesús estaba agonizan do en la cruz. Estoy solo, puedo cantar mi misa como quiera, en latín, francés, vietnamita... Llevo siempre conmigo la bolsita que contiene el Santísimo Sacramento; " Tú en mí, y yo en Ti ". Han sido las misas más bellas de mi vida.
Por la noche, entre las 9 y las 10, realizo una hora de adoración, canto Lauda Sion , Pange Lingua , Adoro Te , Te Deum y cantos en lengua vietnamita, a pesar del ruido del altavoz, que dura desde las 5 de la mañana hasta las 11:30 de la noche. Siento una singular paz de espíritu y de corazón, el gozo y la serenidad de la compañía de Jesús, de María y de José. Canto Salve Regina , Salve Mater , Alma Redemptoris Mater , Regina coelí ... en unidad con la Iglesia universal. A pesar de las acusaciones y las calumnias contra la Iglesia , canto Tu es Petrus , Oremus pro Pontifice nostro , Christus vincit ... Como Jesús calmó el hambre de la multitud que lo seguía en el desierto, en la Eucaristía El mismo continúa siendo alimento de vida eterna.
En la Eucaristía anunciamos la muerte de Jesús y proclamamos su resurrección. Hay momentos de tristeza infinita. ¿Qué hacer entonces? Mirar a Jesús crucificado y abandonado en la cruz. A los ojos humanos, la vida de Jesús fracasó, fue inútil, frustrada, pero a los ojos de Dios, Jesús en la cruz cumplió la obra más importante de su vida, porque derramó su sangre para salvar al mundo. ¡Qué unido está Jesús a Dios en la cruz, sin poder predicar, curar enfermos, visitar a la gente y hacer milagros, sino en inmovilidad absoluta!
Jesús es mi primer ejemplo de radicalismo en el amor al Padre y a los hombres. Jesús lo ha da do todo: " Nos amó hasta el extremo " (Jn 13, 1), hasta el " Todo está cumplido " (Jn 19, 30). Y el Padre amó tanto al mundo " que dio a su Hijo unigénito " (Jn 3, 16). Darse todo como un pan para ser comido "por la vida del mundo" (Jn 6, 51).
Jesús dijo: " Siento compasión de la gente " (Mt 15, 32). La multiplicación de los panes fue un anuncio, un signo de la Eucaristía que Jesús instituiría poco después.
Queridísimos jóvenes, escuchad al Santo Padre: " Jesús vive entre nosotros en la Eucaristía... Entre las incertidumbres y distracciones de la vida cotidiana, imitad a los discípulos en el camino hacia Emaús... Invocad a Jesús, para que en los caminos de los tantos Emaús de nuestro tiempo, permanezca siempre con vosotros. Que Él sea vuestra fuerza, vuestro punto de referencia, vuestra perenne esperanza " (Juan Pablo II, Mensaje para la XII Jornada Mundial de la Juventud , 1997, n. 7).
(Cardenal F. X. Nguyen Van Thuan, Cinco panes y dos peces , Ed. Ciudad Nueva, 2ª Ed. Buenos Aires, 2001, Pág. 40-45)
Aplicación: R.P. P. Faber - EL IMÁN DE LAS ALMAS
El Santísimo Sacramento es amoroso imán de las almas; o, lo que es igual, entre Jesús y las almas de los hombres existe una atracción mutua. Plúgole vestirse de nuestra naturaleza humana y no de la angélica, y por eso condescendió en bajar del cielo a las purísimas entrañas de María; nuestra miseria le movió a humillarse hasta el abismo de nuestra nada, y nuestros pecados mismos fueron poderoso imán de su abundante misericordia y de sus gracias. Por el arrepentimiento volvemos a sus amorosos brazos, y en pago de nuestro amor trueca la Tierra en paraíso, causando en El nuestras almas una santa codicia de poseerlas tan irresistible, bien que con tan diversa manera, como la vista del oro en el avaro. En este concepto, nosotros somos imán para Jesús; mas El lo es para nosotros por su gracia, por su ejemplo, por su poder, por su hermosura, por su clemencia, y, sobre todo, por el Santísimo Sacramento.
En cuanto a la índole y eficacia del poder de Jesús, nadie la conoce como aquellos de sus ministros que tienen cura de almas; todos saben que para acrecentar el número y la santidad de los fieles de Cristo, no tanto han menester grandes talentos, ni sublime elocuencia, ni ciencia vasta y profunda, ni controversias empeñadas, como predicar sencilla y afectuosamente a Jesús, y Jesús crucificado: esto basta, en efecto, para reunir fieles, llenar templos, atraer innumerable muchedumbre de penitentes al confesionario y a la sagrada mesa; en suma, basta para lograr triunfos de la fe que no habrían podido obtenerse por otro medio alguno. En la Tierra no existe influjo alguno comparable a la mera predicación del Evangelio: un sermón acerca de Jesús, y en el cual se expongan con unción y sencillez sus divinos misterios, será siempre más eficaz en el ánimo de los hombres y los moverá a cumplir sus deberes y todas las obligaciones ordinarias de su vida con mayor perfección que lo pudiera la plática moral más filosófica y erudita. De Jesús proceden todos los atractivos de la Iglesia, así como el principal de ellos para Jesús es el Santísimo Sacramento.
La Eucaristía es el gran patrimonio de las almas humanas; les pertenece por juro de heredad, en el que los espíritus angélicos mismos no tienen parte. Sin embargo, entre los ángeles y el Santísimo Sacramento hay tan fuerte vínculo de unión, como que cabalmente el misterio de la Sacratísima Humanidad de Jesús constituye el título especial en cuya virtud es Cabeza de los ángeles, los cuales adoran singularmente ese misterio, con ansia tan viva como humilde de sondear su profundidad inmensa; con especial admiración también vanle perpetuamente contemplando, y a todas partes le siguen para admirarle y adorarle, en las manos de los sacerdotes, en el altar, en el tabernáculo, cual si los atrajese irresistible imán, que los atrae en efecto. No le es dado gozar de verdadera unión sacramental con la carne de Jesús; pero en cambio se apacientan de ella por medio de una inefable comunión espiritual; y aun por eso la Sagrada Eucaristía se llama el Pan de los ángeles. Más, de todos modos, el Santísimo Sacramento es privilegio de la naturaleza humana, y favor que debemos al hecho de haber Dios querido de toda eternidad vestirse de esta naturaleza: en suma, es el imán de las almas de los hombres; y esto cuando menos puede tenerse por inconcuso, bien que, sin duda, entre la Sagrada Eucaristía y el orden angélico media más de un misterioso vínculo que nosotros ignoramos totalmente.
En cuanto vínculo de relación entre el Santísimo Sacramento y María tan imposible es enunciarlo dignamente como dificilísimo pasarlo de todo punto en silencio: limitémonos a mencionarlo meditando con santo recogimiento las inauditas mercedes de que Nuestra Señora ha debido ser colmada por el Dios de la Eucaristía, antes de ponernos en riesgo de decir floja o inadecuadamente lo que los teólogos y los santos nos enseñan acerca de tan grandiosas maravillas.
Menos tímidamente osaremos decir algo sobre el recíproco influjo y aun especie de magnetismo (como le llaman algunos modernos místicos de autorizada nombradía) que media entre el Santísimo Sacramento y los siervos escogidos del Señor. En efecto; la Eucaristía atrae por vías misteriosas a los santos, al par que ellos han recibido más de una vez el poderoso don de atraer a la Eucaristía "Si el sentido de la vista, dice Goerres, puede descubrir pecados escondidos en los repliegues del humano corazón, no hay que extrañar que pueda también percibir lo santo tras el velo que lo encubra". Pues bien; esta maravillosa facultad perceptiva de los santos se aplica sobre todo al Santísimo Sacramento: por eso leemos a cada paso en las Vidas de estos héroes de la milicia cristiana que Nuestro Señor se les ha aparecido bajo diferentes formas, pero más común y principal mente bajo la de niño. Una de las más célebres entre estas apariciones fue la acaecida en tiempo de San Luis, rey de Francia, el cual no quiso ir a presenciarla a la capilla en donde se estaba obrando el milagro, porque los creyentes, decía él, no han menester de milagros para confirmar su fe. También a Santa Ida se apareció Nuestro Señor tres veces en forma de niño, pero cada vez de mayor estatura; y en pos de cada una de esas mercedes, aquella Santa se sintió inundada durante cuarenta días de gozo interior. Santa Verónica de Binasco vio con ojos corporales a Jesucristo circundado de coros angélicos.
Vaulem, religioso de la Orden del Císter, vio en la Hostia al Niño Jesús llevando en la mano una corona de oro con engarce de piedras preciosas, vestido de una túnica más blanca que la nieve, y mostrando rostro sereno y mirada refulgente. También a Pedro, de Tolosa se le apareció maravillosamente hermosísimo el Niño Jesús, en el momento de elevar la Sagrada Hostia celebrando el Santo Sacrificio de la Misa; y aunque, atemorizado por aquella Visión, cerró los ojos, continuó Nuestro Señor mostrándosele, y lo mismo le sucedió cuando hubo vuelto la cabeza, pues adondequiera que mirase, veía al Niño Dios posado, ora en la mano, ora en el brazo del digno sacerdote, repitiéndose este milagro todos los días durante tres o cuatro meses. A otro sacerdote de Moncada (reino de Valencia) que andaba atribulado por dudas acerca de la validez de su ordenación sucedióle que celebrando Misa un día de Navidad, y en el momento de elevar la Hostia, una niña de cuatro años y medio que asistía al Santo Sacrificio vio en manos del celebrante al Niño Jesús en lugar de la Sagrada Forma: encargó el sacerdote a la niña que mirase con más atención al día siguiente, y se renovó el prodigio; no satisfecho con esto, otro día tomó del altar tres formas consagró dos, comulgó con una de ellas y presentó las dos a la niña, la cual sólo en la que estaba también consagrada vio a Jesús, no viendo nada en la que no lo estaba.
Análogas visiones se refieren acaecidas a Santa Angela de Foligno, a San Hugo de Cluny, a San Ignacio de Loyola, a Santa Lidwina, a Dominica del Paraíso y a otros siervos de Dios. Santa Catalina de Siena vió multitud de veces, y bajo diferentes formas, a Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento, pero casi siempre rodeado de ángeles que tenían suspendido un cendal de oro, símbolo del augusto misterio, y en medio de ellas una hostia con la imagen de un niño; otras veces veía grupos de ángeles y santos adorando a Nuestro Señor en el altar; otras se le aparecía Jesús rodeado de aureola de fuego, y ella misma se sentía entonces como anegada en un piélago de llamas, junto con el sacerdote y el Salvador de los hombres, sucediendo, no pocas veces, que la luz irradiada del altar iluminaba todo el templo. Por último, un día, en el momento de dividir el celebrante la Sagrada Forma, vió aquella santa el cuerpo de Nuestro Señor todo entero en cada fracción. Es de notar que en todas estas visiones Jesús se le aparecía siempre de diversa edad.
María de Oignies veía también muchas veces, en el momento de la elevación de la Sagrada Forma, a Nuestro Señor en figura de niño circundado de ángeles; y cuando el celebrante comulgaba, sentía ella penetrar Jesucristo en su alma, e inundarla de esplendor maravilloso; otras veces le veía en figura de paloma, y por lo común, en cada fiesta especial de Nuestro Señor, veíale revestido de forma correspondiente al especial misterio que se conmemoraba: por ejemplo, en Navidad le contemplaba recostado en el regazo de María Santísima, y en la fiesta de la Purificación en brazos del santo Simeón.
Otras veces Nuestro Señor se ha mostrado visible a toda una asamblea de fieles, cómo refiere Cantimpré haber sucedido en la iglesia de Saint-Amé, en Douai (Francia), cierto día que habiéndosele caído de las manos la hostia al sacerdote celebrante, y mientras éste con ansia piadosa se arrodillaba para recogerla del suelo, la Sagrada Forma se levantó por sí misma y fue a colocarse en los corporales: el sacerdote llamó inmediata mente a los canónigos para que, juntos con todo el pueblo, presenciasen el milagro que se obró entonces, y fue mostrárseles un hermosísimo niño recostado sobre el altar. Muchos otros prodigios análogos hállanse referidos por autores dignos de todo crédito; en todos ellos se ve la especie de vino bajo la forma de sangre, y la especie de pan bajo la de carne.
Pero no sólo para la vista corporal de los santos es imán el Santísimo Sacramento, pues algunos han recibido merced de contemplar la presencia sacramental de Nuestro Señor por medio de una especie de intuición espiritual, y esto aun a larguísimas distancias. Ida de Lovaina, cada vez que el Sacerdote consagraba la Forma, sentía la presencia de Jesucristo en el momento de descender al altar. Cierto día que el ministro ayudante de la Misa se equivocó presentando al sacerdote celebrante el agua en lugar del vino, y, por consiguiente, no hubo consagración, fue inmediatamente advertido así por Santa Coleta, que estaba a gran distancia del altar. Juliana del Císter, por la época en que su amiga Eva iba a visitarla notaba muchas veces que después de los Oficios se retiraba el Santísimo Sacramento de la iglesia de San Martín, que estaba muy lejos de su vivienda, y esto le causaba siempre pena muy grande. Los franciscanos de Villa-Londa invitaron cierto día al piadoso Casset, religioso carmelita, para que fuese a visitarlos, y con intento de probarle, sacaron al Santísimo del tabernáculo donde le tenían ordinariamente, y lo trasladaron a otro altar, dejando la lámpara encendida en aquel primer sitio y no poniéndola en este otro: entrando el carmelita en el convento, y dirigiéndose a la iglesia, según su costumbre, al ver que su compañero iba a arrodillarse al pasar ante el altar mayor, le dijo: "No está ahí el cuerpo de Nuestro Señor, sino en aquel otro altar, en donde no hay lámpara, pues estos buenos hermanos, que están ahora escondidos tras la reja del coro, han retirado del tabernáculo el Santísimo Sacramento a fin de probarnos". El mismo don poseía San Francisco de Borja, el cual, en entrando en cualquier templo, se iba derecho adonde estaba el Santísimo, aunque así no lo indicase ninguna señal exterior. Juana la ayunadora, la doncella de Norfolck, distinguía una hostia consagrada entre multitud de otras que no lo estuviesen. Gerson habla de un devoto que por el
olfato conocía en dónde estaba el Santísimo Sacramento.
Esta mística atracción que el Santísimo Sacramento ejerce para con los santos, hemos dicho que es recíproca, y, en efecto, ellos a su vez la ejercen para con el Santísimo Sacramento. Muchas veces se le vió como saltar del copón y de manos del sacerdote para ir a posarse en la boca de la ya citada Verónica de Binasco. Arrebatada en éxtasis Santa Teresa de Jesús cierto día que iba a comulgar, se levantó a tal altura del suelo, que el sacerdote no alcanzaba a darle la Sagrada Forma; pero ésta saltó súbitamente de entre sus dedos y fue a posarse en la lengua de Teresa. Igual merced fue concedida a Isabel de Jesús, de quien se refiere que habiéndole mandado su confesor abstenerse, por la vía de mortificación, del sagrado banquete, logró también, cierto día que estaban comulgando sus hermanas religiosas, que una de las Formas saltase de manos del sacerdote a los labios de ella. Refiere el beato Raimundo de Capua que, recién llegado él de cierto viaje, mostróle Santa Catalina deseo vehementísimo de que le diese la Sagrada Comunión; que cansado como estaba de su jornada habría preferido aplazar. hasta el día siguiente el cumplimiento de aquel deseo; pero que apremiado por las instancias de la Santa, desde luego se puso a celebrar; y llegado que hubo el momento de dar le la Comunión, vio resplandecer su rostro como de ángel, y dijo interiormente al Santísimo Sacramento: "Id, Señor, volad a vuestra esposa"; tras lo cual, efectiva mente, en el momento que iba a tomar en sus manos la Sagrada Forma, la vio salir como disparada flecha y posarse en los labios de Catalina.
El mismo sacerdote refiere haber oído a personas de uno y otro sexo plenamente fidedignas, que muchas veces habían visto del propio modo la Hostia volar a los labios de aquella Santa cuando iba a recibir la Sagrada Comunión. Otro sacerdote refiere también que varias veces, al dar la Comunión a San Hipólito, vió la hostia saltársele de las manos, como si el Santo fuese un imán y la Sagrada Forma acero; añadiendo que en aquellas ocasiones el rostro de Hipólito, enrojecido y como ardoroso antes de recibir a Nuestro Señor, tornábase, después de recibirle, como el ampo de la nieve. Cierto día que Simón de Alna se había acercado a comulgar, cayósele al sacerdote de las manos al suelo la Sacra Forma que había de administrarle; y cuando iba a arrodillarse para recogerla, rogóle Simón que aguardase un instante hasta que él hubiese preguntado a Dios si por ventura era aquella señal de que le juzgase indigno de hospedarle en su seno: no bien lo hubo dicho, cuando la Sagrada Forma se levantó por sí misma del suelo y fue a posarse en la boca de Simón.
Nuestro Señor mismo, como también sus ángeles y santos glorificados, han administrado muchas veces la Sagrada Comunión. Sobre esto tenemos un bello y edificante ejemplo, acaecido a Santa Juliana Falconieri, y bien que sea pasaje histórico muy conocido del público piadoso, parécenos del caso reproducirle aquí. Atacada de mortal dolencia, gemía sin consuelo aquella Santa porque, habituada como había estado toda su vida a frecuentar el augusto Sacramento, veíase impedida de recibirle como Viático, a causa de vómitos incesantes que la atormentaban. Piadosamente trataban de consolarla su confesor y las demás personas que la asistían, instándola a que se acordase del desamparo padecido por Nuestro Señor en la Cruz y se resignase a la voluntad de Dios, ofreciéndole aquellas vivas ansias de recibirle y satisfaciéndolas de este modo en parte, pues que otra cosa no le era dado hacer.
Consolada, en efecto, con estas reflexiones la moribunda, y después de recibida con inequívocas señales de humilde acatamiento la Sagrada Extremaunción, dio una vuelta, dice el autor de este pasaje, en su reducido lecho, y olvidando entonces extremamente gozosa las ansias de su agonía, empezó a conversar dulcemente con su ángel custodio y a demandarle fervorosamente asistencia en aquel terrible trance; luego se dio a meditar los dolores de la Santísima Virgen, cuyo escapulario se había vestido en la Orden de los Servitas, y tras esto, a conmemorar, para confortarse, la muerte tan edificante y preciosa ante el Señor, que había tenido su tío, el bienaventurado San Alejo. Empleando así en estos devotos ejercicios aquellos sus instantes postreros, aparécense de súbito tropas de ángeles que la visitan en figura de blancas palomas, y con ellos Jesucristo mismo, que, bajo la forma de un hermosísimo niño, le ciñe la diadema olorosa de flores del paraíso. " ¡Oh, Jesús mío!, exclama entonces con lágrimas y gemidos, ¿será posible que se me niegue verte al menos, ya que no me es dado recibirte en tu adorable Sacramento? Tráiganmele por caridad, y pónganle junto a mi lecho, ¡para que siquiera yo le vea!" El Padre Giácomo, capellán de las religiosas, aprobó este deseo de la Santa, y tiernamente codicioso de darle al menos aquel consuelo espiritual, mandó traer la sagrada hostia para que la adorase Juliana; la cual, tan luego como la tuvo presente, ardiendo en llama de amor, intentó varias veces arrojarse del lecho para adorarla; pero con gran pena suya, no lo pudo hacer al pronto por su extrema debilidad, hasta que, recogiendo al fin sus fuerzas, y como arrastrada por secreto irresistible empuje de su ardiente amor, logró sacar fuera de su jergón el cuerpo lo bastante para dar con la faz en tierra, y allí, tendidos los brazos en cruz adorar humilde mente a Jesús Sacramentado.
En aquel momento mismo, su rostro pálido, demacrado por largos y crueles padecimientos recobró los colores sonrosados y resplandeció como de ángel, mostrando en todas sus facciones el ardoroso anhelo de alimentarse de aquel pan celestial que tenía delante. Y como es propio del amor no sentirse satisfecho hasta poseer plenamente el objeto amado, Juliana no podía menos de seguir ideando todos los medios posibles de indemnizarse de la penosa privación a que se veía sujeta; por lo cual pidió venia para besar con humilde acatamiento la sagrada hostia. Negándole el sacerdote este consuelo, pidióle que si quiera unos instantes la dejase poner sobre su seno el cuerpo de su amado Jesús; y tanto y con tales ansias y suspiros demandó esta gracia, que el sacerdote, enternecido, y sobre todo movido por el conocimiento que tenía de las muchas virtudes de la moribunda y por aquel espectáculo de amor tan piadosamente inflamado, le concedió lo que pedía. Tan luego como hubo aplicado al casto seno de la santa virgen el Santísimo Sacramento, ella, consumida de amor y reconcentrando con supremo esfuerzo los escasos alientos vitales que le restaban, exclamó: "¡ Oh mi dulce Jesús!", y dichas estas palabras, expiró dulce y serenamente. Pero en el acto de exhalar el último suspiro vióse desaparecer la Sagrada Forma y hundirse como dardo de fuego en el seno de la doncella, dejando impresa en él una señal semejante al Crucifijo grabado en la hostia, cual si de este modo Jesús hubiera querido hacer patente que, después de fortalecer a su virginal esposa en el trance de muerte, había querido, además, acompañarla al cielo.
Citaremos, por último, otro ejemplo que refiere Goerres. Agobiada de graves achaques, Santa Catalina de Siena rogó un día a su confesor que retardara un poco el celebrar, porque ella quería comulgar en su Misa. Hízolo así el sacerdote pero, con todo, la Santa no pudo acudir al templo tan pronto como ella se prometía; de modo que cuando llegó era ya tan tarde, que sus compañeras le aconsejaron que no se acercase a la sagrada Mesa, sabiendo, como sabían, que Catalina, después de cada Comunión, pasaba tres o cuatro horas arrebatada en éxtasis, y, por consiguiente, que la iglesia se cerraría antes de que ella saliese de su arrobamiento. La Santa no sabía qué hacer cuando Raimundo comenzó la Misa; pero se arrodilló casi escondida en un rincón del templo, por lo cual el sacerdote ni aun advirtió que allí es tuviese; extrañóle, sin embargo, el notar que al romper la hostia, y antes de separar la partícula que había de poner dentro del cáliz, la Sagrada Forma se dividió, no en dos sino en tres fracciones, de las cuales una, grande, poco más o menos como una haba, saltó por encima del cáliz. El celebrante, no viendo adónde había ido a parar, supuso que habría caído sobre los corporales, y ocultándose a su vista por la blancura misma del lienzo, y continuó su Misa; pero cuando hubo comulgado, empezó a registrar los corporales con el más escrupuloso afán; viendo que nada encontraba en ellos, decidíóse, con la, inquietud que es de suponer, a terminar el Santo Sacrificio; y luego, cuando todos los fieles se hubieron marchado, volvió a escudriñar con redoblado celo los corporales, el altar y todo espacio circundante. Nada encontró tampoco, y el digno sacerdote se afligió y conturbó de tal manera, que fue y confió al Padre, Cristóbal, prior de la comunidad, lo sucedido. Resolvieron ir entrambos a casa de Catalina; pero llegados a allá, les dijeron que la Santa se había marchado, ya largo rato había, a la iglesia, donde efectivamente la encontraron todavía arrobada en éxtasis.
Cuando hubo vuelto de su arrobamiento, Raimundo le refirió cuanto queda narrado, y la Santa, dulcemente sonriendo, le dijo: "¿Habéis buscado bien, Padre?" "Sí, por cierto", respondió el sacerdote. "Pues entonces, replicó Catalina, no se aflija ni acuite". Raimundo, entrando por esto en sospechas de lo que realmente era el caso, "Hermana Catalina, le dijo, ¿por ventura habéis tomado vos aquella partícula de la Sagrada Forma?" "Si, Padre: no os enojéis por ello; yo, y no ninguna otra persona, he hecho lo que decís. Creedme, no busquéis más esa partícula, porque no la encontraréis nunca." "Pero ¿qué habéis hecho de ella, hermana?", preguntó entonces Raimundo entre tímido y como enojado. "No os acuitéis, repito, Padre le respondió Catalina; Nuestro Señor se ha apiadado de mí, y El mismo en persona me ha traído aquella partícula, y me la ha dado a comulgar por su propia mano. Regocijaos, pues, conmigo porque nada se os ha perdido a vos, y yo en cambio he ganado merced tan singular, que quisiera poder consagrar todo el día de hoy a dar gracias a Dios por ella y cantar las divinas alabanzas".
Otra fuerza de atracción, recíproca también, posee el Santísimo Sacramento, sobre la cual no estará de más el decir algunas palabras. Del propio modo que vínculo de relación entre la Sagrada Eucaristía y los santos es ese cúmulo de maravillosos dones, gracias extraordinarias y singulares mercedes que Nuestro Señor Jesucristo otorga a sus siervos en el misterio de su amor; así también ha escogido y diputado una clase especial de hombres para encargarles la custodia y administración de su Sacratísimo Cuerpo: la Eucaristía es la razón de ser, digámoslo así, del sacerdocio católico.
Toda nuestra vida de sacerdotes se compendia en el cumplimiento de los deberes y ceremonias relativas al Santísimo Sacramento; por esto y para esto somos llamados, escogidos y segregados del resto de los hombres; por esto y para esto llevamos impreso en nosotros el sello de Jesucristo, y desde el instante de recibirle, ha dejado de ser para nosotros lo que es para los demás hombres; no ya sólo el falso espíritu del mundo y sus vías depravadas, sino aun lo que en él hay de legítimo. A cada instante nuestro deber nos manda entrar; ya de un modo, ya de otro, en el Santo de los santos, y de aquí que debamos estar siempre dignamente dispuestos a tomar a Dios en nuestras manos, y a servir y llevar y administrar la substancia infinitamente pura del Altísimo. La mano misma del Espíritu Santo ha grabado en nuestras almas invisibles un carácter sagrado para que seamos perpetuos servidores del Santísimo Sacramento: nuestras manos han sido consagradas por la unción del Santo Óleo para que puedan tocar a Jesús, y cuando al fin de nuestra vida viene El mismo a comunicarnos por la Sagrada Extremaunción su propia virtud, diríase que se llega con veneración a las manos sacerdotales ya de antes ungidas.
Entre las místicas maravillas de los santos ninguna es comparable a las que obramos nosotros, pues si ellos son imán para sacar del tabernáculo a Jesús, nosotros le atraemos del cielo; si para ellos se levanta muchas veces Nuestro Señor del corporal y va a ponerse en su lengua, nosotros le tenemos en nuestras manos, y le dividimos en tres fragmentos sin detrimento de su integridad, y lejos de amenguar esto su amor a nosotros le acrecienta. Nosotros le mandamos bajar al lugar infecto en donde gime un pecador moribundo, y El va; le ponemos en la lengua de pecadores manchados de mil iniquidades, tanto más negras cuanto más ocultas, y El no muestra por eso la menor señal de repugnancia.
Ciertamente, comparados a estos prodigios, ¿qué valen los milagros de los santos? Sin contar el fraccionamiento de la hostia, que es de por sí solo una maravilla más grande que la de todos los santos juntos, ¿qué decir de la maravilla entre maravillas de la consagración?
Oh! Pero es también tremendo comparar lo que somos con lo que deberíamos ser. María hizo descender una sola vez del cielo al Verbo Eterno, y nosotros lo hacemos descender todos los días; la Santísima Virgen llevó en sus brazos al niño Jesús mientras éste hubo menester del maternal regazo, y para nosotros dura toda nuestra vida la Santa Infancia. Mirado por estos aspectos al menos nuestro ministerio parece más excelso que el de María: ¿cómo, pues, no aterrarnos al pensar en la santidad que de nosotros exige tan tremendo cargo? Ello es que para con Jesús tenemos que ejercer los oficios de María, de José, de los Apóstoles, de los evangelistas, y si la honra del Santísimo Sacramento nos lo exige, de los mártires también: en cuanto al pueblo cristiano, como a representantes de Jesús nos mira.
Para nosotros, la conservación de nuestras personas es ley secundaria de nuestros propios deberes, pues nuestra ley primaria es conservar al Santísimo Sacramento. Y en verdad, ¡cuán grato nos fuera el lento y doloroso martirio de vivir como extraños en el mundo si procurásemos llevar un tenor de vida verdaderamente sacerdotal! Dada nuestra potestad de atraer desde lo alto del cielo a Jesús y de ir allí a buscarle hasta en el seno de la misma Divinidad, ¿cómo es posible que no sintamos en nuestros corazones una fuerza de atracción proporcionada a potestad tan sublime? El imán de la Sagrada Eucaristía debe ser nuestra vocación, nuestro espíritu eclesiástico, nuestra santidad, nuestro gozo. Las mismas llamas del infierno no son poderosas a borrar el carácter impreso en nuestras almas, y los esplendores del cielo no lo son tampoco sino para acrecentar la hermosura de ese nuestro indeleble sello sagrado. Primer objeto de nuestra devoción debe ser María; José, el segundo; los Apóstoles nuestros padres en la fe, el tercero; y si después cotejamos el espíritu de los mártires con el que debe animar a los sacerdotes, ¿quién no ve la gran paridad que entre unos y otros causa la sangre del sacrificio y renunciación de sí propio que a ellos y a nosotros es común! ¿Cómo pudiéramos no vivir en la más estrecha unión con María, para compartir sus afectos, para aprender a servir a Jesús, y tratarle dignamente y tributarle el homenaje pleno de un corazón todo consagrado a El?
San Ignacio en todo el canon de la Misa no contemplaba, decía él, sino a María; ¿cómo, pues, pudiéramos nosotros celebrar sin María el Santo Sacrificio? Cuando llevamos al Santísimo el tabernáculo al trono en que le ponemos de manifiesto, o del altar al comulgatorio, o de la iglesia a las casas de los enfermos, y sobre todo cuando le llevamos procesionalmente como en triunfo, ¿pudieran menos de ser inciertos y vacilantes nuestros pasos si no llevásemos a José en nuestra compañía? La Santísima Virgen nos ha entregado, en realidad, para que le custodiemos, a su niño Dios y la merced con que se ha dignado honrar a San Cayetano y otros santos de ponerle en brazos de ellos, no ha sido sino figura de la que a todos los sacerdotes nos confiere, pues ciertamente aquellos bienaventurados no gozaron la dicha de tener en sus manos a Jesús tal como es realmente hoy, porque este es un privilegio sublime que sólo pertenece al Santísimo Sacramento.
Oyendo Santa Ángela de Foligno la Misa celebrada por un sacerdote indigno, en el momento de la fracción de la hostia oyó una voz dulcemente plañidera que decía: "¡Ay, cómo me destrozan y están derramando la sangre de mi cuerpo!" Padres, maestros y hermanos míos que conmigo participáis de tan excelsas prerrogativas y de tan tremenda potestad, ¿no conoce cada cuál de nosotros en el secreto de su alma, cuando menos un sacerdote, que siendo cual debe serlo, no podría jamás romper la hostia sin que su propio corazón se hiciera pedazos al oír la inefable dulzura de aquella voz plañidera?
(P. Faber, El Santísimo Sacramento, Ed. Santa Catalina, Buenos Aires, 1944, Pág. 324 - 339)
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - Cristo, vida de quien comulga
Cuando tratamos de cosas espirituales, cuidemos de que nada haya en nuestras almas de terreno ni secular; sino que dejadas a un lado y rechazadas todas esas cosas, total e íntegramente nos entreguemos a la divina palabra. Si cuando el rey llega a una ciudad se evita todo tumulto, mucho más debemos escuchar con plena quietud y grande temor cuando nos habla el Espíritu Santo. Porque son escalofriantes las palabras que hoy se nos han leído. Escúchalas de nuevo: En verdad os digo, dice el Señor, si alguno no come mi carne y bebe mi sangre, no tendrá vida en sí mismo.
Puesto que le habían dicho: eso es imposible, Él les declara ser esto no solamente posible, sino sumamente necesario. Por lo cual continúa: El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y Yo lo resucitaré al final de los tiempos. Había El dicho: Si alguno come de este pan no morirá para siempre; y es verosímil que ellos lo tomaran a mal, como cuando anteriormente dijeron: Nuestro Padre Abraham murió y los profetas también murieron; entonces ¿cómo dices tú: no gustará la muerte? Por tal motivo ahora, como solución a la pregunta, pone la resurrección; y declara que ese tal no morirá para siempre.
Con frecuencia habla Cristo de los misterios, demostrando cuán necesarios son y que conviene celebrarlos, absolutamente. Dice: Mi carne verdaderamente es comida y mi sangre verdaderamente es bebida. ¿Qué significa esto? Quiere decir o bien que es verdadero alimento que conserva la vida del alma; o bien quiere hacer creíbles sus palabras y que no vayan a pensar que lo dijo por simple parábola, sino que entiendan que realmente es del todo necesario comer su cuerpo.
Continúa luego: Quien come mi carne permanece en Mí, para dar a entender que íntimamente se mezcla con El. Lo que sigue, en cambio, no parece consonar con lo anterior, si no ponemos atención. Porque dirá alguno: ¿qué enlace lógico hay entre haber dicho: Quien come mi carne permanece en Mí, y a continuación añadir: Como me envió el Padre que vive, así Yo vivo por el Padre? Pues bien, lo cierto es que tienen muy estrecho enlace ambas frases. Puesto que con frecuencia había mencionado la vida eterna, para confirmar lo dicho añade: En Mí permanece. Pues si en Mí permanece y Yo vivo, es manifiesto que también él vivirá. Luego prosigue: Así como me envió el Padre que vive. Hay aquí una comparación y semejanza; y es como si dijera: Vivo Yo como vive el Padre. Y para que no por eso lo creyeras Ingénito, continúa al punto: así Yo vivo por el Padre, no porque necesite de alguna operación para vivir, puesto que ya anteriormente suprimió esa sospecha, cuando dijo: Así como el Padre tiene vida en Sí mismo, así dio al Hijo tener vida en Sí mismo. Si necesitara de alguna operación, se seguiría o que el Padre no le dio vida, lo que es falso; o que, si se la dio, en adelante la tendría sin necesidad de que otro le ayudara para eso.
¿Qué significa: Por el Padre? Solamente indica la causa. Y lo que quiere decir es esto: Así como mi Padre vive, así también Yo vivo. Y el que me come también vivirá por Mí. No habla aquí de una vida cualquiera, sino de una vida esclarecida. Y que no hable aquí de la vida simplemente, sino de otra gloriosa e inefable, es manifiesto por el hecho de que todos los infieles y los no iniciados viven, a pesar de no haber comido su carne. ¿Ves cómo no se trata de esta vida, sino de aquella otra? De modo que lo que dice es lo siguiente: Quien come mi carne, aunque muera no perecerá ni será castigado. Más aún, ni siquiera habla de la resurrección común y ordinaria, puesto que todos resucitarán; sino de una resurrección excelentísima y gloriosa, a la cual seguirá la recompensa.
Este es el pan bajado del cielo. No como el que comieron vuestros padres, el maná, y murieron. Quien come de este pan vivirá para siempre. Frecuentemente repite esto mismo para clavarlo hondamente en el pensamiento de los oyentes (ya que era esta la última enseñanza acerca de estas cosas); y también para confirmar su doctrina acerca de la resurrección y acerca de la vida eterna. Por esto añadió lo de la resurrección, tanto con decir: Tendrán vida eterna, como dando a entender que esa vida no es la presente, sino la que seguirá a la resurrección.
Preguntarás: ¿cómo se comprueba esto? Por las Escrituras, pues a ellas los remite continuamente para que aprendan. Y cuando dice: Que da vida al mundo, excita la emulación a fin de que otros, viendo a los que disfrutan don tan alto, no permanezcan extraños. También recuerda con frecuencia el maná, tanto para mostrar la diferencia con este otro pan, como para más excitarlos a la fe. Puesto que si pudo Dios, sin siega y sin trigo y el demás aparato de los labradores, alimentarlos durante cuarenta años, mucho más los alimentará ahora que ha venido a ejecutar hazañas más altas y excelentes. Por lo demás, si aquellas eran figuras, y sin trabajos ni sudores recogían el alimento los israelitas, mucho mejor será ahora, habiendo tan grande diferencia y no existiendo una muerte verdadera y gozando nosotros de una verdadera vida.
Y muy a propósito con frecuencia hace mención de la vida, puesto que ésta es lo que más anhelan los hombres y nada les es tan dulce como el no morir. En el Antiguo Testamento se prometía una larga existencia, pero ahora se nos promete no una existencia larga, sino una vida sin acabamiento. Quiere también declarar que el castigo que introdujo el pecado queda abolido y revocada la sentencia de muerte, puesto que pone ahora El e introduce una vida no cualquiera sino eterna, contra lo que allá al principio se había decretado.
Esto dijo enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm; ciudad en la que había obrado muchos milagros; y en la que por lo mismo convenía que se le escuchara y creyera. Preguntarás: por qué enseñaba en la sinagoga y en el templo? Tanto para atraer a la multitud, como para demostrar que no era contrario al Padre. Pero muchos de los discípulos que lo oyeron decían: Este lenguaje resulta intolerable. ¿Qué significa intolerable? Es decir áspero, trabajoso sobremanera, penoso. Pero a la verdad, no decía Jesús nada que tal fuera. Porque no trataba entonces del modo de vivir correctamente, sino acerca de los dogmas, insistiendo en que se debía tener fe en Cristo.
Entonces ¿por qué es lenguaje intolerable? ¿Porque promete la vida y la resurrección? ¿Porque afirma haber venido él del Cielo? ¿Acaso porque dice que nadie puede salvarse si no come su carne? Pero pregunto yo: ¿son intolerables estas cosas? ¿Quién se atreverá a decirlo? Entonces ¿qué es lo que significa ese intolerable? Quiere decir difícil de entender, que supera la rudeza de los oyentes, que es altamente aterrador. Porque pensaban ellos que Jesús decía cosas que superaban su dignidad y que estaban por encima de su naturaleza. Por esto decían: ¿Quién podrá soportarlo? Quizá lo decían en forma de excusa, puesto que lo iban a abandonar.
Sabedor Jesús por Sí mismo de que sus discípulos murmuraban de lo que había dicho (pues era propio de su divinidad manifestar lo que era secreto), les dijo: ¿Esto os escandaliza? Pues cuando veáis al Hijo del hombre subir a donde antes estaba... Lo mismo había dicho a Natanael: ¿Porque te dije que te había visto debajo de la higuera crees? Mayores cosas verás. Y a Nicodemo: Nadie ha subido al Cielo, sino el que ha bajado del Cielo, el Hijo del hombre. ¿Qué es esto? ¿Añade dificultades sobre dificultades? De ningún modo ¡lejos tal cosa! Quiere atraerlos y en eso se esfuerza mediante la alteza y la abundancia de la doctrina.
Quien dijo: Bajé del Cielo, si nada más hubiera añadido, les habría puesto un obstáculo mayor. Pero cuando dice: Mi cuerpo es vida del mundo; y también: Como me envió mi Padre que vive también Yo vivo por el Padre; y luego: He bajado del Cielo, lo que hace es resolver una dificultad. Puesto que quien dice de sí grandes cosas, cae en sospecha de mendaz; pero quien luego añade las expresiones que preceden, quita toda sospecha. Propone y dice todo cuanto es necesario para que no lo tengan por hijo de José. De modo que no dijo lo anterior para aumentar el escándalo, sino para suprimirlo. Quienquiera que lo hubiera tenido por hijo de José no habría aceptado sus palabras; pero quienquiera que tuviese la persuasión de que Él había venido del Cielo, sin duda se le habría acercado más fácilmente y de mejor gana.
Enseguida añadió otra solución. Porque dice: El espíritu es el que vivifica. La carne de nada aprovecha. Es decir: lo que de Mí se dice hay que tomarlo en sentido espiritual; pues quien carnalmente oye, ningún provecho saca. Cosa carnal era dudar de cómo había bajado del Cielo, lo mismo que creerlo hijo de José, y también lo otro de: ¿Cómo puede éste darnos su carne para comer? Todo eso carnal es; pero convenía entenderlo en un sentido místico y espiritual. Preguntarás: ¿Cómo podían ellos entender lo que era eso de comer su carne? Respondo que lo conveniente era esperar el momento oportuno y preguntar y no desistir.
Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida; es decir, son divinas y espirituales y nada tienen de carne ni de cosas naturales, pues están libres de las necesidades que imponen las leyes de la naturaleza de esta vida y tienen otro muy diverso sentido. Así como en este sitio usó la palabra espíritu para significar espirituales, así cuando usa la palabra carne no entiende cosas carnales, sino que deja entender que ellos las toman y oyen a lo carnal. Porque siempre andaban anhelando lo carnal, cuando lo conveniente era anhelar lo espiritual. Si alguno toma lo dicho a lo carnal, de nada le aprovecha.
Entonces ¿qué? ¿Su carne no es carne? Sí que lo es. ¿Cómo pues El mismo dice: La carne para nada aprovecha. Esta expresión no la refiere a su propia carne ¡lejos tal cosa! sino a los que toman lo dicho carnalmente. Pero ¿qué es tomarlo carnalmente? Tomar sencillamente a la letra lo que se dice y no pensar en otra cosa alguna. Esto es ver las cosas carnalmente. Pero no conviene juzgar así de lo que se ve, puesto que es necesario ver todos los misterios con los ojos interiores, o sea, espiritualmente. En verdad quien no come su carne ni bebe su sangre no tiene vida en sí mismo. Entonces ¿cómo es que la carne para nada aprovecha, puesto que sin ella no tenemos vida? ¿Ves ya cómo eso no lo dijo hablando de su propia carne, sino del modo de oír carnalmente?
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Explicación del Evangelio de San Juan (2), Homilía XLVII (XLVI), Tradición México 1981, pp. 24-28)
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - Homilía LXXXII (comentario a Mt 26,28)
¡Oh cuán grande ceguera la del traidor! Participando de los misterios, permaneció él mismo. Al participar de la veneranda mesa escalofriante, no cambió ni se arrepintió. Lucas lo significa al decir que después de esto, el demonio se entró en él; no porque Lucas despreciara el cuerpo del Señor, sino burlándose de la impudencia del traidor. Porque su pecado se hacía mayor por ambos lados: por acercarse con tal disposición de alma a los misterios; y porque habiéndose acercado, no se mejoró, ni por el temor, ni por el beneficio, ni por el honor que se le concedía.
Por su parte Cristo, aunque todo lo sabía, no se lo impidió, para que así conozcas que El nada omite de cuanto se refiere a nuestra enmienda. Por esto, ya antes, ya después, lo amonestó y trató de detenerlo con palabras y con obras, por el temor y por las amenazas y por los honores. Sin embargo, nada pudo curarlo de semejante enfermedad. Y así, prescindiendo ya de él, Cristo recuerda a los discípulos, mediante los misterios, nuevamente su muerte; y durante la cena les habla de la cruz, procurando hacerles más llevadera su Pasión con la frecuencia en anunciarla de antemano. Si después de tantas obras llevadas a cabo y de tan numerosas predicciones, todavía se turbaron ¿qué no les habría acontecido si nada hubieran oído de antemano?
Y mientras cenaban, tomó Jesús el pan. Y lo partió. ¿Por qué celebró Jesús este misterio al tiempo de la Pascua? Para que por todos los caminos comprendas ser uno mismo el Legislador del Antiguo Testamento y el del Nuevo; y que lo que en aquél se contiene fue figura de lo que ahora se realiza. Por esto, en donde estaba el tipo y la figura, Jesús puso la realidad y verdad. La tarde era un símbolo de la plenitud de los tiempos e indicaba que las cosas tocaban a su realización. Y da gracias para enseñarnos cómo se ha de celebrar este misterio; y además, mostrando que no va forzado a su Pasión; y dándonos ejemplo para que toleremos con acciones de gracias todo cuanto padezcamos; y poniéndonos buena esperanza. Pues si el tipo y figura pudo librar de tan dura esclavitud, mucho mejor la realidad librará al orbe todo y será entregada en beneficio de todo el género humano. Por esto no instituyó este misterio antes, sino hasta cuando los ritos legales habían de cesar enseguida.
Termina de este modo con lo que constituía la principal solemnidad y conduce a otra mesa sumamente veneranda y terrible. Y así dice: Tomad, comed; este es mi cuerpo que será entregado por muchos. ¿Cómo fue que los discípulos no se perturbaron oyendo esto? Fue porque ya anteriormente les había dicho muchas y grandes cosas acerca del misterio. Y por lo mismo, tampoco les hace preparación especial inmediata, pues ya sabían sobre eso lo bastante. Pone el motivo de la Pasión, que es el perdón de los pecados; y llama a su sangre, sangre del Nuevo Testamento, o sea de la nueva promesa, de la nueva Ley. Porque ya de antiguo lo había prometido y ahora lo confirma el Nuevo Testamento. Así como el Antiguo tuvo sangre de ovejas y terneros, así éste tiene la sangre del Señor.
Declara además que va a morir y por esto habla del Testamento y menciona el Antiguo, pues también aquél fue dedicado con sangre. Y pone de nuevo el motivo de su muerte diciendo que será derramada por muchos para la remisión de los pecados. Y añade: Haced esto en memoria mía. ¿Adviertes cómo aparta y aleja ya de los ritos y costumbres judías? Como si dijera: Así como esos ritos los celebrabais en memoria de los milagros obrados en Egipto, así ahora haced esto en memoria mía. Aquella sangre se derramó para salvar a los primogénitos; pero ésta, para remisión de los pecados de todo el mundo. Pues dice: Esta es mi sangre que será derramada para remisión de los pecados.
Lo dijo con el objeto de al mismo tiempo declarar que su Pasión y cruz era un misterio, y consolar así de nuevo a sus discípulos. Y así como Moisés dijo a los judíos: Esto es para vosotros memorial sempiterno, así Cristo dice: Para memoria mía, hasta que venga. Por lo mismo dice: Con ardiente anhelo he deseado comer esta cena pascual; es decir, entregaros el nuevo culto y ofreceros la cena pascual con que tornaré a los hombres espirituales. Y él también bebió del cáliz. Para que no dijeran al oír eso: ¿Cómo es esto? ¿de modo que bebemos sangre y comemos carne? Y se conturbaran -pues ya anteriormente, cuando les habló de este misterio, a las solas palabras se habían conturbado-; pues para que no se conturbaran, repito, comienza El mismo por tomarlo, para inducirlos a que participen con ánimo tranquilo de aquel misterio. Por esto bebe su propia sangre.
Preguntarás: entonces ¿es necesario practicar juntamente el rito antiguo y el nuevo? ¡De ningún modo! Por eso dijo: Haced esto, para apartarlos de lo antiguo. Pues si el nuevo perdona los pecados, como en realidad los perdona, el otro resulta ya superfluo. Y como lo hizo antiguamente con los judíos, también ahora unió el recuerdo del beneficio con la celebración del misterio, cerrando con esto la boca a los herejes. Pues cuando éstos preguntan ¿de dónde consta con claridad que Cristo fue inmolado?, con varios argumentos y también con el de este misterio les cerramos la boca. Si Cristo no hubiera en realidad muerto, lo que ahora se ofrece ¿de qué sería símbolo?
¿Adviertes con cuánto cuidado se proveyó a que recordáramos continuamente que Cristo murió por nosotros? Pues Marción, Valentino y Manes iban más tarde a negar esta providencia y economía, Cristo, aun por medio de los misterios, nos trae a la memoria el recuerdo de su Pasión, para que nadie pueda ser engañado; y mediante la sagrada mesa, a la vez nos salva y nos instruye; porque ella es el principal de todos los bienes. Pablo repite esto con frecuencia. Y una vez que les hubo dado los misterios, les dijo: Os lo aseguro: Desde ahora no beberé ya más de este fruto de la vid, hasta el día aquel en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre. Pues les había hablado de la Pasión y la cruz, ahora otra vez les menciona la resurrección, y aquí la llama reino. Mas ¿por qué después de la resurrección lo bebió? Para que los discípulos, pues aún eran algo rudos, no creyeran que el resucitado era un fantasma; aparte de que entonces muchos tenían eso como signo de verdadera resurrección. Así, por ejemplo, los apóstoles, para hacer creíble la resurrección de Cristo, decían: Nosotros, que juntamente con él comimos y bebimos.
De modo que el objeto era demostrarles que ellos lo verán claramente después de la resurrección y que luego estará de nuevo con ellos, y que más tarde ellos, por lo que vieron y por las obras, han de dar testimonio de cuanto ha sucedido. Y así les dice: Hasta que lo beba nuevo con vosotros, dando vosotros testimonio de ello; porque vosotros me veréis después que yo resucite. ¿Qué significa ese nuevo? Es decir de un modo nuevo e inaudito, y no en cuerpo pasible, sino inmortal e incorruptible y que ya no necesitará de alimento. De modo que después de la resurrección ya no comía ni bebía por necesidad que tuviera, pues de nada de eso necesitaba ya el cuerpo, sino para dar una más cierta prueba de su resurrección. Y ¿por qué después de la resurrección no bebe agua, sino solamente vino? Para arrancar de raíz otra herejía. Puesto que algunos para los misterios usan agua, Él con el objeto de declarar que al entregarnos los misterios usó vino, y después de la resurrección, sin los misterios, en la mesa ordinaria usó también vino, dice: Del fruto de la vid. Ahora bien, las vides dan vino y no agua.
Y después de cantar los salmos, salió camino del monte de los olivos. Oigan esto los que a manera de cerdos, una vez que comen, patean la mesa sensible y se levantan de ella ebrios, cuando convenía dar gracias y terminar con el canto de los salmos. Oídlo también vosotros cuantos no esperáis a que se diga la última oración de los misterios; pues también ésta es símbolo de aquella otra. Dio Cristo gracias antes de dar los misterios a los discípulos, para que también nosotros demos gracias. Dio gracias después, y enseguida recitó los salmos, para que también nosotros hagamos lo mismo. ¿Por qué sale y va hacia el monte? Se manifiesta públicamente y de modo de ser aprehendido, para no parecer que se oculta: se apresuraba al sitio conocido de Judas.
Entonces les dijo: Todos vosotros os escandalizaréis de mí. Y añadió la profecía: Pues está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas. Lo hace para persuadirlos de que siempre se ha de atender a las Escrituras; y que va a la cruz por voluntad de Dios; y prueba así de mil maneras que no es enemigo del Antiguo Testamento, ni del Dios que en éste se predica; y que lo que entonces sucedía era disposición providencial; y que ya anteriormente los profetas habían anunciado todo lo que estaba aconteciendo; y para que por todo esto confiaran ellos en un futuro mejor.
También enseña a conocer cuáles eran los discípulos antes de la cruz y cuáles fueron después. Los mismos que cuando él era crucificado no soportaron ni siquiera hallarse presentes, después de la crucifixión se presentaron valerosos, activos y más firmes que el diamante. Por lo demás ese terror y fuga de los discípulos es un argumento de la muerte real de Cristo. Si tras de todo lo dicho, tan abundante y tan eximio, todavía algunos impudentemente afirman que Cristo no fue crucificado, en el caso de que ninguna de estas cosas hubiera acontecido ¿a qué abismos de impiedad no se habrían arrojado?
Por esto confirma Él su muerte real no sólo por la Pasión, sino además con lo tocante a los discípulos, y también por los misterios que establece, derribando así, por todos modos, a los marcionitas. Por el mismo motivo permite que lo niegue el jefe de los apóstoles. Si en realidad no fue aprehendido, atado, crucificado ¿por qué el gran miedo de ellos y de los demás discípulos? Pero no los dejó en tristeza, sino ¿qué les dice? Pero una vez que haya resucitado, os precederé a Galilea. Es decir que no se aparecerá luego y al punto desde el cielo, ni se irá a una región lejana, sino que lo verán entre su misma gente ante la cual fue crucificado, y casi en los mismos sitios, para confirmarlos también por aquí en que el crucificado y el resucitado es uno mismo; y con esto mejor consolarlos en su tristeza. Por igual motivo les dice: A Galilea, para que libres del miedo de los judíos mejor creyeran en sus palabras. Tal fue el motivo de aparecérseles allá.
Respondiéndole Pedro, le dijo: Aunque todos se escandalicen en Ti, yo jamás me escandalizaré. ¡Oh Pedro! ¿qué es lo que dices? El profeta predijo: Se dispersarán las ovejas. Cristo lo confirma. Y tú dices: ¡jamás! ¿No te basta con que antiguamente, cuando tú dijiste: ¡No lo quiera el cielo, Señor!, fueras reprendido? Jesús permite que caiga para enseñarle que siempre crea en la palabra de Cristo y tenga el parecer de Cristo por más seguro que el propio. Los demás discípulos sacaron de las negaciones un fruto no pequeño, viendo en ellas la debilidad humana v la divina veracidad.
Cuando Cristo predice algo, no conviene discutirlo ni alzarse sobre los demás, pues dice Pablo: Te gloriarás en ti y no en otro. Cuando lo conveniente era suplicar y decir: Ayúdanos Señor, para que no nos apartemos de Ti, Pedro confió en sí mismo y dijo: Aunque todos se escandalicen en Ti, yo jamás me escandalizaré. Como si dijera: Aunque todos sufran esa debilidad, yo no la sufriré. Esto lo llevó poco a poco a confiar excesivamente en sí mismo. Cristo, queriendo corregir esto, permitió las negaciones, ya que Pedro no había cedido ni a Cristo ni a los profetas (pues Cristo le había citado al profeta para que así no recalcitrara); y pues no se le puede enseñar con solas palabras, se le enseñará con las obras. Y que Cristo lo permitió para que Pedro quedara en adelante enmendado, oye cómo lo dice el mismo Cristo: Mas yo he rogado por ti, para que no desfallezca tu fe. Le habló así para más conmoverlo, y demostrarle que su caída era peor que la de los otros, y que necesitaba un auxilio mayor.
Doble era su pecado: contradecir a Cristo y anteponerse a los demás. Y aun había un tercer pecado, más grave aún, que era el adscribirlo todo a sus propias fuerzas. Para curar todo esto Jesús permite que suceda la caída; y por esto, dejando a los demás, se dirige a Pedro y le dice: ¡Simón, Simón, mira que Satanás ha reclamado zarandearos como el trigo!; es decir turbaros, tentaros. Pero yo he rogado por ti, para que no desfallezca tu fe. Mas, si el demonio reclamó zarandearlos a todos ¿por qué no dijo Cristo: Yo he rogado por todos? Pero ¿acaso no está claro el motivo que ya antes dije, o sea que fue para más conmover a Pedro y declarar que su falta es más grave que la de los otros? Por esto a él se dirige. ¿Por qué no le dijo: Yo no lo permití, sino: Yo rogué? Como va enseguida a su Pasión se expresa al modo humano, y demuestra así ser verdadero hombre. En efecto: quien edificó su Iglesia sobre la confesión de Pedro, y en tal forma la defendió y armó que no la pudieran vencer ni mil peligros ni muertes mil; quien confió a Pedro las llaves de los cielos y le confirió tan altísimos poderes; quien para todo eso no necesitó rogar (pues en aquella ocasión no dijo: He rogado, sino que habló con plena autoridad diciendo: Edificaré mi Iglesia y te daré las llaves de los cielos) ¿cómo iba a tener necesidad de rogar para fortalecer el alma vacilante en la tentación de un hombre solo?
Entonces ¿por qué habló así? Por el motivo que ya expuse y por la rudeza de los discípulos, pues aún no tenían acerca de Él la opinión que convenía. Pero entonces ¿por qué Pedro, a pesar de todo, lo negó? Es que Cristo no dijo: Para que no me niegues, sino para que no desfallezca tu fe; es decir para que no perezca del todo. Porque esto fue obra de Cristo, ya que el miedo todo lo destruye. Grande era el miedo. Fue grande, y grande lo descubrió el Señor interviniendo con su auxilio. Y lo descubrió grande, porque encerraba en sí una terrible enfermedad, o sea la arrogancia y el espíritu de contradicción. Y para curar de raíz esta enfermedad, permitió que tan gran terror invadiera a Pedro. Y era tan recia esta tempestad y enfermedad en Pedro, que no sólo contradijo a Cristo y al profeta, sino que aun después, como Cristo le dijera: En verdad te digo que esta noche antes del canto del gallo, me negarás tres veces, todavía Pedro le respondió: Aunque fuera necesario morir contigo yo no te negaré. Lucas añade que cuanto más Cristo le negaba, tanto más Pedro le contradecía. (XXII, 34).
¿Qué es esto, Pedro? Cuando Jesús decía: Uno de vosotros me va a entregar, temías por ti, no fuera a suceder que vinieras a ser traidor; y aunque de nada tenías conciencia, obligabas a un condiscípulo a preguntar al Señor; y ahora que el Señor claramente dice: Todos os escandalizaréis ¿le contradices, y no una vez sola, sino dos y muchas más? Así lo asegura Lucas. ¿Por qué le sucedió esto? Por su mucha caridad y el mucho gozo. Pues en cuanto se sintió liberado del miedo de llegar a ser traidor y conoció al que lo iba a ser, se expresaba con absoluta franqueza y libertad, y aun se levantó sobre los otros y dijo: Aunque todos se escandalicen, pero yo no me escandalizaré.
Más aún: algo de ambición se ocultaba aquí. En la cena discutían quién era el mayor: ¡hasta ese punto los sacudía esa enfermedad! Por lo cual Cristo lo corrigió. No porque lo empujara a las negaciones ¡lejos tal cosa! sino solamente retirándole su auxilio y dejando que se mostrara la humana debilidad. Advierte cuán humilde fue en adelante Pedro. Después de la resurrección, cuando preguntó a Jesús: Y éste ¿qué? recibió una reprensión, pero ya no se atrevió a contradecir, como ahora sino que guardó silencio. Y lo mismo, también después de la resurrección, cuando oyó a Jesús decir: No os incumbe a vosotros conocer los tiempos y las circunstancias, de nuevo calló y no contradijo. Y más tarde, cuando en el techo de la casa, con ocasión del lienzo, oyó la voz que le decía: Lo que Dios ha purificado, cesa tú de llamarlo impuro, aunque no veía claro qué podía significar aquello, estuvo quieto y no discutió.
Todo este fruto lo logró aquel pecado. Antes de la caída, todo lo adscribe a sus fuerzas y dice: Aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré. Aunque fuere necesario morir contigo, no te negaré. Lo conveniente era decir: Si disfruto de tu gracia. En cambio, después procede del todo al contrario y dice: ¿Por qué fijáis en nosotros los ojos, como si con nuestro poder y santidad hubiéramos hecho andar a éste? Gran enseñanza recibimos aquí: que no basta con el fervor del hombre sin la gracia de lo alto; y también que en nada puede ayudarnos la gracia de lo alto, si no hay la prontitud de nuestra voluntad. Esto lo esclarecen los ejemplos de Pedro y Judas. Judas, aun ayudado de gran auxilio de parte de la gracia, ningún provecho sacó, porque no quiso ni puso lo que estaba de su parte. Pedro, en cambio, aun con toda su buena voluntad, destituido del auxilio divino, cayó. Es que la virtud se entreteje con ambos elementos.
En consecuencia, os ruego que no lo dejemos todo a Dios y nos entreguemos al sueño, ni tampoco nos entreguemos al activismo pensando en que nuestros propios trabajos llevarán todo a buen término. No quiere Dios que permanezcamos inactivos. Por esto no lo hace todo El. Pero tampoco nos quiere arrogantes. Por lo mismo no nos lo dio todo. Quitando lo malo que hay en ambos extremos, dejó lo útil. Permitió que el príncipe de los apóstoles cayera para hacerlo más modesto y llevarlo a mayor caridad. Pues dijo: Aquel a quien más se le perdonare más amará.
Obedezcamos a Dios en todo. No le discutamos lo que nos dice, aun cuando nos diga lo que parezca contrario a nuestra razón e inteligencia: prevalezcan sus palabras sobre nuestra razón e inteligencia. Procedamos así en los misterios, sin atender únicamente a lo que cae bajo el dominio de nuestros sentidos, sino apegándonos a sus palabras. Sus palabras no pueden engañar. En cambio, nuestros sentidos fácilmente se engañan. Su palabra nunca es inoperante; pero nuestros sentidos muchas veces se engañan. Puesto que Él dijo: Este es mi cuerpo, obedezcamos, creamos, con ojos espirituales contemplémoslo. No nos dio Cristo algo simplemente sensible, sino que en cosas sensibles todo es espiritual. Así en el bautismo, por la materialidad del agua, se concede el don; pero el don y efecto es espiritual, o sea una generación o regeneración o renovación. Si tú fueras incorpóreo, te habría dado esos dones espirituales a la descubierta; pero, pues el alma está unida al cuerpo, mediante cosas sensibles te da Dios los dones espirituales.
¡Cuántos hay ahora que dicen: Yo quisiera ver su forma, su figura, su vestido, su calzado! Pues bien: lo ves, lo tocas, lo comes. Querrías tú ver su vestido; pero él se te entrega a sí mismo no únicamente para que lo veas, sino para que lo toques, lo comas, lo recibas dentro de ti. En consecuencia, que nadie se acerque con repugnancia, nadie con tibieza, sino todos fervorosos, todos encendidos, todos inflamados. Si los judíos comían el cordero pascual de pie, calzados, con los báculos en las manos, aprisa, mucho más conviene que tú te llegues vigilante y despierto. Porque ellos debían salir hacia Palestina y por lo mismo estaban en hábito de viajeros; pero tú tienes que viajar hacia el cielo.
Conviene en consecuencia continuamente vigilar, pues no es pequeño el castigo que amenaza a quienes indignamente comulgan. Considerando lo mucho que te indignas contra el traidor y contra los que crucificaron a Cristo, guárdate de ser reo del cuerpo y sangre de Cristo. Aquéllos destrozaron el cuerpo sagrado; y tú, tras de tan grandes beneficios recibidos, lo recibes en tu alma en pecado. Porque no le bastó con hacerse hombre, ser abofeteado, ser muerto, sino que se concorpora con nosotros no únicamente por la fe, sino constituyéndonos en realidad cuerpo suyo.
Pues entonces ¿cuánta pureza debe tener quien disfruta de este sacrificio? ¿Cómo tiene que ser más pura que los rayos del sol la mano aquella que divide esta carne, la boca que se llena de este fuego espiritual, la sangre que se tiñe con sangre tan tremenda? ¡Piensa en la alteza de honor a que has sido encumbrado y de qué mesa disfrutas! Con aquel que los ángeles ven y tiemblan y no se atreven a mirarlo sin terror a causa del fulgor que de ahí dimana, con ese nos alimentamos, con ese nos concorporamos, y somos hechos un cuerpo y una carne de Cristo.
¿Quién contará las proezas del Señor, hará oír todas sus alabanzas? ¿Qué pastor hay que nutra a sus propias ovejas con sus propios miembros? ¿Qué digo pastor? Con frecuencia hay madres que después del parto entregan sus hijos a otras mujeres para que los alimenten y nutran. Pero Cristo no sufrió esto, sino que con su propia sangre nos nutre y en toda plenitud nos une consigo. Considera que nació de nuestra substancia. Dirás que esto no interesa a todos. Pues bien, con toda certeza interesa a todos. Porque si vino a nuestra naturaleza, vino para todos; y si para todos, luego también para cada uno.
Preguntarás: entonces ¿cómo es que no todos sacaron fruto? No se ha de achacar eso a quien en favor de todos eligió venir así, sino a ellos que no quisieron aprovecharse. Él por su parte, mediante este misterio, se une con cada uno de los fieles; y a los que una vez ha engendrado los nutre y no los entrega a otro, y con esto te demuestra haber vestido tu carne. En consecuencia, no seamos desidiosos, pues tan gran amor se nos ha concedido, honor tan excelente. ¿No habéis visto con cuánto anhelo los infantes aplican sus labios a los pechos de su madre? Pues con igual anhelo acerquémonos a esta mesa y a este pecho de espiritual bebida. O mejor aún, con mayor anhelo, a la manera de infantes en lactancia, para extraer de ahí la gracia del Espíritu Santo: no tengamos otro dolor que el de vernos privados de este espiritual alimento. Estos misterios no son obra humana. El mismo que en aquella cena instituyólos, es el que ahora los obra. Nosotros poseemos la ordenación ministerial, pero quien los santifica y trasmuta es Él mismo.
En consecuencia, que no se acerque ningún Judas, ningún avaro. Si alguno no es de los discípulos, apártese: ¡no soporta esta mesa a quienes no lo son! Con mis discípulos, dice Cristo, como la cena pascual. Nada tiene menos esta mesa que aquélla; pues no la prepara allá Cristo y acá un hombre, sino que ambas las prepara Cristo. Este es ahora el cenáculo aquel en donde ellos estaban; de aquí salieron al monte de los olivos. Nosotros de aquí salgamos hacia las manos de los pobres, pues las manos de ellos son el monte de los olivos. La multitud de los pobres es los olivos plantados en la casa del Señor, que destilan el óleo; el óleo que en la vida futura nos será de utilidad; el óleo que las cinco vírgenes prudentes tuvieron, mientras que las otras cinco que no se proveyeron, por eso perecieron. Provistos de él entremos aquí, para poder acercarnos al Esposo con las lámparas encendidas y refulgentes. Provistos de él salgamos de aquí. No se acerque, pues, ningún cruel, ningún inmisericorde, ninguno plenamente impuro.
Digo esto para vosotros los que tomáis los misterios y también para vosotros los que los repartís. Porque es necesario dirigirnos también a vosotros, a fin de que con gran diligencia distribuyáis este don. No leve suplicio os está preparado si admitís a participar en esta mesa a alguno que conocéis como perverso. La sangre de Cristo se exigirá de vuestras manos. Aunque se trate de un estratega o de un prefecto o aun del mismo que lleva ceñida la cabeza con la diadema, si se acerca indignamente, apártalo: mayor poder tienes tú que él. Si se te hubiera encargado la custodia de una limpia fuente destinada al rebaño y advirtieras la boca de alguna oveja manchada de cieno, no le permitirías que inclinara la cabeza para beber y enlodara el caudal.
Pues bien, no se te ha señalado la guarda de una fuente de aguas, sino de sangre y de espíritu; de manera que si vieres que se acercan gentes manchadas de pecados, que son más asquerosos que la tierra y el lodo, y no te indignares y no las apartares ¿qué perdón merecerás? Para esto os distinguió Dios con honor semejante, para que así separéis a los pecadores. Esta es vuestra honra; ésta, vuestra seguridad; ésta, vuestra corona; y no el andar de un lado para otro, revestidos de blanca y refulgente túnica.
Preguntarás: ¿cómo puedo yo discernir a unos de otros? Yo no me refiero a los pecados ocultos, sino a los públicos. Y voy a decir algo más escalofriante aún: no es tan grave dejar dentro de la iglesia a los energúmenos como lo es el dejar a éstos que señala Pablo (Hebr. X, 29) que pisotean a Cristo y tienen por común y vil la sangre del Testamento e injurian la gracia del Espíritu Santo. Quien ha pecado y se acerca, es peor que un poseso. Al fin y al cabo, el poseso, agitado del demonio, no merece castigo; pero el pecador, si indignamente se acerca, será entregado a los suplicios eternos.
Rechacemos no solamente a ésos, sino a cuantos veamos que indignamente se acercan. Nadie que no sea discípulo se acerque. Ningún Judas comulgue, para que no sufra el castigo de Judas. Cuerpo es de Cristo también esta multitud. Cuida, pues, tú que repartes los misterios, de no irritar al Señor si no limpias este cuerpo: ¡no le suministres espada en vez de alimento! Aun cuando alguno se acerque a la comunión por ignorancia, apártalo, no temas. Teme a Dios y no a los hombres. Si temes al hombre, él mismo se reirá de ti; si temes a Dios, también los hombres te reverenciarán. Y si tú no te atreves, tráelo a mí. Yo no toleraré semejante atrevimiento. Antes perderé la vida que entregar a un indigno la sangre del Señor. Antes derramaré mi sangre que dar esa sangre tremenda a quien es indigno. Pero si después de larga y seria investigación no lo encuentras indigno, libre quedas de pecado.
Queda dicho esto para los pecadores públicos. Pues si a éstos corregimos, pronto nos dará Dios a conocer los otros que no conocemos. Pero si toleramos a los que conocemos ¿por qué nos ha de dar Dios a conocer a los desconocidos? Todo esto lo digo, no para que simplemente apartemos a ésos y los mantengamos separados, sino para que, enmendados, los tornemos al redil, a fin de cuidar también de ellos. De este modo nos haremos propicio a Dios y encontraremos muchos que dignamente comulguen; y recibiremos abundante recompensa de nuestro empeño solícito en favor de los demás. Ojalá todos la obtengamos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
(San Juan Crisóstomo, Homilías (Tomo IV, Comentario al Evangelio de San Mateo), Ed. Tradición, México, 1979, pg. 178-190)
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Aplicación: R.P. Garrigou Lagrange - El Corazón eucarístico de Jesús y el don de sí mismo en la institución de la Eucaristía
Tal como Dios Padre da toda su naturaleza en la generación eterna del Verbo y la espiración del Espíritu Santo, tal como Dios quiso darse en persona en la Encarnación del Verbo, así Jesús ha querido darse en persona en la Eucaristía. Y su corazón sacerdotal es llamado eucarístico precisamente porque nos dio la Eucaristía, como se dice del aire puro, que es sano en tanto que da la salud.
Nuestro Señor habría podido contentarse con instituir un sacramento, signo de la gracia, como el bautismo y la confirmación; sin embargo, ha querido darnos un sacramento que contiene no sólo la gracia, sino al Autor de la gracia.
La Eucaristía es, así, el más perfecto de los sacramentos, superior incluso al del orden. Y Jesús instituyó en el mismo instante el sacerdocio con vistas a la consagración eucarística.
El verdadero y generoso amor por el que se quiere y se hace un bien a los demás, nos lleva a inclinarnos hacia ellos si son más pequeños que nosotros, a unirnos a ellos en una perfecta unión de pensamiento, de deseo, de querer, de consagrarnos a ellos, a sacrificarnos si es preciso, para hacerlos mejores, para llevarles a superarse a sí mismos y a alcanzar su destino.
En el momento de privarnos de su presencia sensible, Nuestro Señor quiso dejarse a sí mismo en persona entre nosotros bajo los velos eucarísticos. En su amor, no podía inclinarse aún más hacia nosotros, hacia los más pequeños, los más pobres, los más desamparados, unirse y darse aún más a nosotros y a cada uno en particular.
A veces desearíamos la presencia real de seres muy queridos que han desaparecido. El Corazón eucarístico del Salvador nos ha dado la presencia real de su cuerpo, de su sangre, de su alma y de su Divinidad. Por todas partes, en la tierra, hay una Hostia consagrada en un tabernáculo, hasta en las misiones más lejanas permanece con nosotros como el dulce compañero de nuestro exilio. Está en cada tabernáculo esperándonos pacientemente, con prisa por salvarnos, deseando que se le ruegue. Va incluso a los criminales arrepentidos que van a subir al cadalso.
El Corazón eucarístico de Jesús nos ha dado la Eucaristía como sacrificio para perpetuar en substancia el sacrificio de la Cruz en nuestros altares hasta el fin del mundo y para aplicarnos sus frutos. En la santa Misa, nuestro Señor, que es el Sacerdote principal, continúa ofreciéndose por nosotros.
Cristo siempre vive para interceder por nosotros, dice San Pablo. Lo hace sobre todo en la santa Misa en donde, según el Concilio de Trento, el mismo sacerdote continúa ofreciéndose por sus ministros de modo incruento después de haberse ofrecido cruentamente en la Cruz.
Esta oblación interior, siempre viva en el Corazón de Cristo, es como el alma del santo sacrificio de la Misa y le da su infinito valor. Cristo Jesús continúa, así, ofreciendo a su Padre nuestras adoraciones, nuestras súplicas, nuestras reparaciones y nuestras acciones de gracias. Pero, sobre todo, es siempre la misma Víctima, purísima, la que se ofrece, el mismo Cuerpo del Salvador que fue crucificado, y su preciosa Sangre está sacramentalmente extendida en el altar para continuar borrando los pecados del mundo.
El Corazón eucarístico de Jesús, dándonos la Eucaristía como sacrificio, nos ha dado también el sacerdocio. Después de haber dicho a sus Apóstoles: Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres, y: No me habéis elegido vosotros a mí, sino yo os elegí a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca, les dio en la Cena el poder de ofrecer el sacrificio eucarístico diciendo: Este es mi cuerpo, que es entregado por vosotros; haced esto en memoria mía. Les dio el poder de la santa consagración que renueva sin cesar el sacramento de amor. En efecto, la Eucaristía, sacramento y sacrificio, no puede ser perpetuada sin el sacerdocio, y por ello la gracia del Salvador hace germinar y florecer a lo largo de las generaciones desde hace cerca de dos mil años vocaciones sacerdotales, y será así hasta el fin del mundo.
Finalmente, el Corazón eucarístico de Jesús se nos da en la santa Comunión.
El Salvador se nos da en alimento no para que lo asimilemos, sino para que seamos cada vez más parecidos a Él, cada vez más vivificados, santificados por El, incorporados a Él. A Santa Catalina de Siena le dijo un día: Tomo tu corazón y te doy el mío; era el símbolo sensible de lo que ocurre espiritualmente en una ferviente comunión en la que nuestro corazón muere a su estrechez, a su egoísmo, a su amor propio, para dilatarse y hacerse parecido al Corazón de Cristo por la pureza, la fuerza, la generosidad. En otra ocasión el Salvador concedió a la misma santa la gracia de beber de la llaga de su Corazón: otro símbolo de una comunión ferviente, en donde el alma bebe espiritualmente, por así decirlo, del Corazón de Jesús, hogar de nuevas gracias, dulce refugio de la vida oculta, señor de tos secretos de la unión divina, corazón de aquel que duerme, pero que vela siempre.
San Pablo había dicho: El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo?, y el pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?
Y tal como lo señala Santo Tomás, en la santa Misa, cuando el sacerdote comulga con la preciosa Sangre, comulga por él y por los fieles.
El Corazón eucarístico de Jesús y el don cotidiano e incesante de sí mismo.
Finalmente, Jesús vuelve a darnos todos los días la Eucaristía como sacramento y como sacrificio. Habría podido querer que la Misa sólo fuese celebrada una o dos veces por año, en ciertos santuarios a los que se llegaría desde muy lejos. Por el contrario, incesantemente, en cada minuto del día se celebran numerosas misas en la superficie de la tierra, por doquiera que salga el sol. Es la incesante manifestación del Amor misericordioso de Cristo respondiendo a las necesidades espirituales de cada época y de cada alma. Cristo amó a la Iglesia, dice San Pablo, y se entregó por ella para santificarla, purificándola, mediante el lavado del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí gloriosa, sin mancha o arruga o cosa semejante, sino santa e intachable.
Así, le concede, sobre todo por la santa Misa y la Comunión, las gracias que necesita en los diversos momentos de su historia. La Misa ha sido un foco de gracias siempre nuevas en las catacumbas, más tarde durante las grandes invasiones de los bárbaros, en las diversas épocas de la Edad Media, y lo es siempre hoy en día para darnos la fuerza de resistir a los grandes peligros que nos amenazan, a las ligas ateas que el bolchevismo propaga en el mundo para destruir toda religión. Pese a las tristezas de la hora presente, la vida interior de la Iglesia de nuestro tiempo, en lo que tiene de más excelso, es, ciertamente, bellísima, vista desde lo alto, como la ven Dios y los ángeles.
Todas las gracias nos vienen del Corazón eucarístico de Jesús, que nos ha dado la santa Misa y la Comunión, que nos da siempre su Sangre sacramentalmente derramada sobre el altar.
Esto lo comprendió profundamente hace algunos años Charles de Foucauld, al rezar y morir por la conversión del Islam o de los países musulmanes. Lo comprenden las almas que rezan hoy de todo corazón y hacen celebrar Misas por los países asolados por el materialismo y el comunismo. Una sola gota de la preciosa Sangre del Salvador puede regenerar millares de almas que se pierden y que arrastran a las otras en su perdición.
Ciertamente, no pensamos en esto suficientemente. El culto de la preciosa Sangre del Salvador y el sufrimiento profundo de verla manar en vano sobre las almas rebeldes puede contribuir mucho a inclinar el Corazón eucarístico de Jesús hacia sus pobres pecadores; sí, hacia sus pobres pecadores. Son los suyos, y apóstoles como San Pablo, San Francisco, Santo Domingo, Santa Catalina de Siena y tantos otros, aman lo suficiente al Salvador para bregar con Él por la salvación de esas almas.
Cuando se piensa en el amor de Cristo por nosotros, deberíamos agonizar al ver a las almas alejarse de su corazón, de la fuente de su preciosa sangre. La derramó por ellas, por todas, por muy alejadas que estén, por el comunista que blasfema y que quiere borrar su nombre de todas partes. Dígnese el Señor, que no desea la muerte del pecador, conceder, por la santa Misa, como una nueva efusión de la sangre de
su Corazón y de todas sus santas llagas.
Algunos santos han visto a veces, al asistir a Misa, en el momento de la elevación del cáliz, desbordarse la preciosa Sangre, derramarse por los brazos del sacerdote, como si fuera a correr por el santuario y a los ángeles venir a recogerla en copas de oro para llevarla a distintos países del mundo, sobre todo a aquellos donde el Evangelio es poco conocido. Era el símbolo de las gracias que se derraman del Corazón de Cristo sobre las almas de los pobres infieles; puesto que también por ellos murió Cristo en la Cruz.
De aquí se sigue, prácticamente, que el Corazón eucarístico de Jesús, lejos de ser objeto de una mínima devoción, es el ejemplo eminente del don perfecto de sí mismo, don que debería ser en nuestra vida más generoso cada día. En la Misa y para el sacerdote, cada consagración debería marcar un aumento en el espíritu de fe, de confianza, de amor de Dios y de las almas.
Y para los fieles, cada Comunión debería ser, en substancia, más ferviente que la anterior, puesto que cada una debe aumentarnos la caridad, hacer que nuestro corazón sea más parecido al de Nuestro Señor y, como consecuencia, disponernos a recibirle mejor al día siguiente. De la misma manera que la piedra cae tanto más de prisa cuanto más se acerca a la tierra que la atrae, las almas deben ir hacia Dios tanto más de prisa cuanto más se acercan a Él y Él más las atrae.
El Corazón eucarístico de Jesús quiere atraer nuestras almas. A menudo es humillado, abandonado, olvidado, despreciado, ultrajado, y sin embargo, es el Corazón que ama nuestros corazones, el Corazón silencioso que quiere hablar a las almas para mostrarles el precio de la vida escondida y el precio del don de sí mismo más generoso cada día.
El Verbo Encarnado vino a los suyos y los suyos no le recibieron. Bienaventurados los que reciben todo lo que su Amor misericordioso quiere darles y no se resisten a las gracias que, por medio de ellos, deberían brillar sobre otros menos favorecidos. Bienaventurados los que, después de haber recibido, y a ejemplo de Nuestro Señor, se dan siempre con más generosidad por Él, con El y en Él.
Si incluso entre los infieles más alejados de la fe hay una sola alma en estado de gracia, verdaderamente fervorosa y sacrificada, como fue la de Charles de Foucauld, un alma que recibe todo lo que el Corazón eucarístico de Cristo quiere darle, antes o después el resplandor de esa alma transmitirá a los extraviados algo de lo que ha recibido. Es imposible que la preciosa Sangre no se desborde del cáliz en la santa Misa, para purificar un día u otro, por lo menos en el momento de la muerte, a los extraviados que no se resisten a las prevenciones divinas, a las gracias actuales que les impulsan a convertirse. Pensemos algunas veces en la muerte del musulmán, en la muerte del budista o, más cercano a nosotros, en la muerte del anarquista que, quizá, fue bautizado en su infancia. Todos tienen un alma inmortal por la que el Corazón de Nuestro Señor Jesucristo dio toda su Sangre.
(R. Garrigou Lagrange, El Salvador, Ed. RIALP, Madrid, 1977, pg. 382-391)
Aplicación: R.P. Carlos M. Buela, I.V.E. - Pan y Vino
La Eucaristía es una realidad tan maravillosa que, desde cualquier punto de vista que se la mire, supera todo lo que el entendimiento humano pueda pensar, aún desde aquel punto de vista que alguno pudiera considerar que es secundario, como ser lo que constituye la materia del sacrificio eucarístico.
1. La materia del sacrificio
¿Cuál es la materia? Pan y vino.
¿Qué calificación teológica tiene esta doctrina? Es de fe definida por el Concilio de Trento1 que la materia para la confección de la Eucaristía es el pan y el vino.
¿Qué pan y qué vino? Pan de trigo y vino natural de la vid (que el pan sea ácimo o fermentado no es una diferencia sustancial).
¿Por qué esto es así? Hay una sola razón: Porque el Señor así lo determinó. En efecto, nuestro Señor, en la Última Cena, empleó pan y vino2. Por eso: "En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino..."3.
Acerca de la materia del sacrificio, debemos hacer notar varias cosas:
1. La materia es sencilla, ya que pocas cosas hay más sencillas que el pan y el vino.
2. Fue materia viva, es decir, animada por un alma vegetal y tiene, por tanto, la nobleza de todo lo que fue vivo.
3. Pero es materia elaborada por el hombre, porque no se dan naturalmente el pan y el vino, sino que es necesario el trabajo del hombreo.
4. Es materia cocinada. Ha tenido que pasar por un proceso de cocción. Con los granos de trigo molidos se produce la harina que se mezcla con agua y debe ser cocinada por el fuego y los granos de uvas luego de ser molidos tienen una suerte de cocción por el "calor natural"5 del mosto.
5. Además, es una materia compuesta por muchas unidades: el pan por muchos granos de trigo que el hombre tuvo que moler para hacerlos harina y el vino es formado por muchos granos de uva que el hombre tuvo que triturar en el lagar.
6. Es materia doble: pan y vino, ya que en todo banquete hay comida y bebida. El pan tiene por función nutrir y el vino deleitar.
7. Es materia no cruenta, porque ahora es materia inanimada.
8. Por último, es materia sensible, visible, que vela lo invisible. De ahí la necesidad de la fe para comprender lo que pasa en la Eucaristía más allá de lo sensible.
2. Hubo quienes usaron otras materias
Como suele pasar con muchas otras cosas, ha habido (y hay), quienes pretendieron corregirle la plana a Jesucristo en la elección que Él hizo acerca de la materia del sacrificio eucarístico. El ridículo y la necedad suelen hacer brillar con mayor esplendor la verdad y la sabiduría.
Los artotyritas, como dice San Agustín y Teodoreto, usaban de pan y queso, porque suponían que era lo que los primeros hombres ofrecían a Dios, como dice el Génesis, que eran los frutos de la tierra y de los animales, simbolizados en los productos indicados: el pan, fruto de la tierra, y el queso, hecho de leche de ovejas6.
Los catafrigios y pepucianos usaban pan de harina amasado con sangre de niños, para manifestar la realidad sacrificial de la eucaristía con la sangre inocente de los niños7.
Los ebionitas y encatritas sólo ofrecían agua (de ahí que también se los llamara acuarios), bajo pretexto de sobriedad. En esto los imitaron los severianos y los maniqueos. Otros usaron sólo agua, por miedo en tiempo de las persecuciones, a quienes reprende San Cipriano8. El Papa Julio9 reprende a los que "guardan durante el año un paño empapado en mosto y, cuando quieren sacrificar, lavan en agua una de sus partes y así ofrecen"10.
Los calvinistas sostienen que en caso de necesidad se puede usar como materia todo lo que tenga alguna analogía con el pan y con el vino11.
Hace años escuché a alguno argüir en contra del pan y del vino porque en Alaska no se dan12, no dándose cuenta que si el Señor hubiese elegido una materia que abundara en Alaska, ésta, probablemente faltaría en el resto del mundo. Más modernamente, en USA, uno propuso que sería más popular que la materia fuese pizza y Coca-Cola. En Salta un delirante afirmó que el pan de trigo era cancerígeno y algunos periodistas en vez de apuntar a las panaderías, apuntaron a la Eucaristía; no faltó quien dijo que la materia se podía cambiar si Roma lo autorizaba, ignorando que ni un Papa ni todos los Papas juntos, ni un Concilio ni todos los Concilios juntos, pueden cambiar la materia establecida por Jesucristo.
3. Conveniencias13
Digamos una vez más que la materia de los sacramentos es elegida libremente por Dios para ser signos visibles y eficientes (es decir, que causan lo que significan) de la gracia invisible. Pero no ha sido una elección arbitraria, sino conveniente.
1. Por el modo de usar el sacramento que es a la manera de manjar. El pan y el vino, que son comida común de los hombres, se reciben en este sacramento como manjar espiritual, que sostiene, aumenta, repara y deleita.
2. Porque representa la Pasión de Cristo en que la sangre fue separada de su cuerpo; por eso en este sacramento, que es su memorial, se toman por separado el pan como sacramento del cuerpo y el vino como el sacramento de su sangre.
3. Por el efecto que produce en los que lo reciben, ya que sirve de defensa del alma y del cuerpo. Por eso se ofrece la carne de Cristo, bajo especie de pan, como salud del cuerpo, y la sangre de Cristo, bajo especie de vino, para la salud del alma.
4. Por lo que obra en toda la Iglesia constituida por muchos fieles, causando su unidad, como el pan se hace de muchos granos para formar una sola cosa y el vino de muchas uvas también para formar una sola cosa, así en la Iglesia "dado que uno es el pan, un cuerpo somos los muchos; pues todos participamos del único pan" (1 Co 10, 17).
5. La primacía del pan y del vino sobre los otros alimentos del hombre por ser los más nobles y principales frutos del reino vegetal. San Ireneo14 los llama primicias de las criaturas, primicias de los dones de Dios15.
¡Qué magníficas son las determinaciones del Señor! ¡Realizar algo tan grandioso con elementos tan sencillos como el pan y el vino! ¡Los miles de millones de seres humanos formamos un solo Cuerpo porque el Pan y el Vino son Uno!
Por si esto fuese poco todavía nos resta considerar otro pequeño "detalle".
4. ...y un poco de agua16
Ya en el siglo II se habla expresamente de esta conmixtión en la Eucaristía17. "El Sacrosanto sacrificio eucarístico debe ofrecerse con pan y vino, al cual se ha de mezclar un poco de agua" preceptúa la ley universal de la Iglesia18. Al hacerlo el diácono, o el sacerdote, dice en secreto: "El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana"19.Ello es así porque se cree que el Señor instituyó la eucaristía con vino mezclado con agua, según costumbre del pueblo elegido en la Cena pascual20.
Además, es así porque conviene a la representación de la pasión del Señor, por eso dice el Papa Alejandro: "No se debe ofrecer en el cáliz del Señor vino solo o agua sola, sino los dos mezclados, porque se lee haber salido los dos del costado de Cristo en su pasión"21.
También, porque sirve para significar el efecto del sacramento que es la unión del pueblo cristiano con Cristo, como dice el Papa Julio: "En el agua vemos sobreentendido el pueblo22, y el vino significa la sangre de Cristo. Por consiguiente, al añadir en el cáliz agua al vino, se une el pueblo a Cristo"23, así también San Cipriano: "...en el agua se simboliza al pueblo..."24. Así como el vino absorbe el agua, así Cristo nos ha absorbido en sí mismo a nosotros y a nuestros pecados. Esta unión es tan fuerte, que nada la puede deshacer, lo mismo que es imposible separar el agua del vino.
Por último, porque es conveniente para significar el último efecto del sacramento, que es la entrada a la vida eterna. De ahí que San Ambrosio (o quien sea el autor del libro) diga: "Rebosa el agua en el cáliz y salta a la vida eterna"25.
Hubo quienes erraron en esto. Los armenios llevados de su error monofisista creyeron que debía consagrarse el vino sin mezcla de agua, para que no se pensase que con la mezcla del vino y del agua significaban la distinción de las dos naturalezas en Cristo26. Los luteranos ofrecen vino puro, reprochándole a la Iglesia Católica que lo mezcle con agua. Los calvinistas también, pretendiendo que la mezcla solo tiene fundamento humano, opuesto a la pureza evangélica.
Contra eso el Concilio de Trento enseña: "Si alguno dijere que no debe mezclarse el agua con el vino en el cáliz que se ofrece, por ser esto contra la institución de Cristo; sea anatema"27.
Con todo, la mezcla del agua no afecta a la validez del sacramento (es sólo una añadidura que tiene una significación mística accidental), pero sí a su licitud.
Por eso se pone más vino que agua. Enseña el Concilio de Florencia: " ...el sacramento de la Eucaristía, cuya materia es el pan de trigo y el vino de vid, al cual antes de la consagración se debe añadir una pequeñísima porción de agua"28.
¿Qué ocurre con las gotas de agua? Según Santo Tomás la opinión más probable es que el agua se convierte en vino29. Así también se expresa el Catecismo de Trento: "Según la sentencia y el parecer de todos los eclesiásticos aquella agua se convierte en vino"30. Por eso debe añadirse poca agua.
Por si algo faltase a la Eucaristía, unas pocas gotas de agua, que suelen pasar desapercibidas por muchos, tiene también su significado profundo. ¡Es que nada hay en la Misa que sea superfluo! ¡Es una de las grandes obras maestras de Dios, en la que ni Él mismo se puede superar!.
Queridos hermanos y hermanas:
¡Todo es admirable en la Santa Misa! ¡Todo está cargado de sentido! ¡Todo ayuda para que nos vayamos adentrando cada vez más en el misterio! ¡Hasta unas pocas gotas de agua!
Y, ¿por qué es esto así? Porque detrás de la Misa hay una inteligencia poderosa y hay un corazón muy grande. La inteligencia y la voluntad de quien la hizo: Jesucristo. Inteligencia y amor desbordantemente geniales ya que inventó algo que viene realizándose en el mundo desde hace 2000 años y que se realizará hasta el fin de él: "Hasta que Él vuelva" (1 Co 11, 26). Y ello con algo tan sencillo como pan y vino, frutos de la tierra y del trabajo del hombre.
Debemos aprender, los sacerdotes y los fieles cristianos laicos, en la Misa, a valorar todos los hechos sencillos, los llamados medios pobres -como el pan y como el vino-, y a descubrir que nuestra vida, incluido nuestro trabajo pastoral, es una larga serie de pequeños actos, delicados y sacrificados, por medio de los cuales nuestros prójimos deben ser capaces de descubrir nuestro amor a ellos, así como el pan y el vino transubstanciados nos gritan, con voz imposible de enmudecer, ¡Cuánto nos ama el Señor!
Los medios pobres en sus manos ¡son poderosísimos! Que la Mujer del "Sí" nos lo ayude a comprender.
1 Dz. 877, 884; CIC 924, 926; cf. Ludwig Ott, Manual de Teología Dogmática, Herder, Barcelona, 1966, p.578.
2 Cf. Mt 26, 26-29; Mc 14, 22-25; Lc 22, 15-20; 1 Co 11, 23-26.
3 Catecismo de la Iglesia Católica, 1333.
4 "Al convertirse misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, los signos del pan y del vino siguen significando también la bondad de la creación. Así, en el ofertorio, damos gracias al Creador por el pan y el vino, fruto "del trabajo del hombre", pero antes, "fruto de la tierra" y "de la vid", dones del Creador" (Catecismo de la Iglesia Católica, 1333).
5 Aristóteles, IV Meteor., cap. 2, n. 4.
6 Cf. Emilio Saurás, Madrid, Introducción a la cuestión 74, Suma Teológica, BAC, t. XIII.
7 Cf. San Epifanio, Haer. 48, 14.
8 Cf. Epist. 63 ad Caecilium.
9 Gratianus, Decretum In sacramentorum, cn.7 Cum omne; cfr. Conc. Bracar. IV an. 675 cn. 2.
10 Cf. S.Th. III, 74, 8.
11 Cf. Beza, Ep. 25 ad Tillium.
12 Santo Tomás, siete siglos antes ya respondía esa dificultad: "Aunque no se den en todas las regiones el pan y el vino, pueden, sin embargo, fácilmente transportarse en cantidad necesaria para su uso" (S. Th. III, 74, 1, ad 2) y "el vino verdadero puede transportarse a esas regiones en cantidad suficiente para el sacramento" (S.Th. III, 74, 5, ad 1).
13 Cf. Santo Tomás, S. Th., III, 74, 1.3.4.6.
14 Haer. 4, 17.
15 Cf. Gregorio Alastruey, Tratado de la Santísima Eucaristía, BAC, Madrid, 1951, pp. 24-25.
16 Misal romano, Ordinario de la Misa, 22.
17 San Justino, Apol. I 65 67; San Ireneo, Ad haer., V 1.2; inscripción de Abercio (Quastem, Mon 24).
18 CIC, 924.
19 Idem, nota 16.
20 Knabenbauer, Comm. In Matth., p. 442.
21 Ep. Ad omnes orth.
22 En el Apocalipsis el agua designa al pueblo: cf. 17, 15.
23 Cf. nota 9.
24 Cf. nota 8.
25 De Sacramentis, l. 5, c. 1.
26 Nicéforo Calixto, Hist. Eccl., l. XVIII.
27 Dz. 956.
28 Dz. 698.
29 "...aqua in vinum convertitur..."(III, 74, 8, ad 2).
30 Parte II, n.18.
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Aplicación: Mons. Fulton Sheen - "Haced esto en memoria mía"
Repetid, renovad, prolongad a través de los siglos el sacrificio ofrecido por los pecados del mundo.
¿Por qué usó nuestro Señor el pan y el vino como los elementos de su conmemoración? Primeramente, porque en la naturaleza no hay dos substancias que mejor que el pan y el vino simbolicen la unidad. De la misma manera que el pan está formado de una multiplicidad de granos de trigo y el vino de una multiplicidad de granos de uva, así los muchos que creen son como uno solo en Cristo. En segundo lugar, no hay en la naturaleza otras dos substancias que hayan de sufrir más antes de llegar a ser lo que son. El trigo ha de pasar por los rigores del invierno, ha de ser triturado debajo del calvario de un molino y sometido al fuego purificador antes de llegar a ser pan. A su vez, las uvas han de pasar por el Getsemaní del lagar y ser aplastadas para poder convertirse en vino. De esta manera simbolizan la pasión y los sufrimientos de Cristo, y la condición de la salvación, puesto que nuestro Señor afirmó que, a menos que muramos a nosotros mismos, no podemos vivir en Él. Una tercera razón es que en la naturaleza no hay otras dos substancias que como el pan y el vino hayan alimentado tanto a los hombres desde los tiempos más remotos. Al llevar estos elementos al altar es como si los hombres se ofrecieran a sí mismos. Al recibir y consumir el pan y el vino, éstos se convierten en cuerpo y sangre del hombre. Pero cuando Él tomó en sus manos pan y vino los transformó en Él mismo.
Mas, puesto que la conmemoración de nuestro Señor no fue instituida por sus discípulos, sino por Él mismo, y puesto que Él no había de ser vencido por la muerte, sino que resucitaría a una nueva vida, quiso que, así como Él miraba ahora hacia adelante, hacia su muerte redentora en la cruz, de la misma manera todas las épocas cristianas, hasta la consumación del mundo, miraban hacia atrás hacia la cruz. Con objeto de que ellos no celebraran su conmemoración de una manera caprichosa o arbitraria, Él les dio el mandato de conmemorar y anunciar su muerte redentora hasta el momento en que Él volvería a la tierra. Lo que pedía a los apóstoles que hicieran era celebrar en el futuro la conmemoración de su pasión, muerte y resurrección. Lo que Él estaba haciendo ahora miraba hacia adelante, hacia la cruz; lo que ellos harían, y se ha continuado haciendo desde entonces en la misa, era mirar atrás, hacia su muerte redentora. De esta manera, lo que harían sería lo que dijo San Pablo: "Anunciar la muerte del Señor hasta que volviera" para juzgar al mundo. Rompió el pan para indicar que Él era víctima por su propia voluntad. Lo rompió por su voluntaria entrega, antes de que sus verdugos lo rompieran por la crueldad voluntaria de ellos.
Cuando más adelante los apóstoles y la Iglesia repitieran la conmemoración, el Cristo, que había nacido de María y padecido bajo Poncio Pilato, sería glorificado en el cielo. Aquel jueves santo nuestro Señor les había dado un sacrificio que no era otro que su único acto redentor de la Cruz; pero lo ofreció con una nueva clase de presencia. No sería un nuevo sacrificio, puesto que sólo hay uno; lo que ofreció fue una nueva presencia de aquel sacrificio único. En la última cena nuestro Señor actuó independientemente de sus apóstoles al ofrecer su sacrificio bajo las apariencias o especies del pan y el vino. Después de su resurrección y ascensión, y en obediencia a su divino mandato, Cristo ofrecería su sacrificio al Padre celestial por medio de ellos o dependiendo de ellos. Cada vez que en la Iglesia se conmemora el sacrificio de Cristo, hay una aplicación a un nuevo momento en el tiempo y una nueva presencia en el espacio del único sacrificio de Cristo, que ahora está en la gloria. Al obedecer su mandato, sus seguidores representarían de una manera incruenta lo que Él presentó a su Padre en el cruento sacrificio del Calvario.
Después de convertir el pan en su cuerpo y el vino en su sangre, se lo dio a ellos (Mt 14, 22)
Por medio de aquella comunión fueron hechos una sola cosa con Cristo, para ser ofrecidos con Él, en Él y por Él. Todo amor anhela la unidad. Así como en el orden humano la cima más elevada del amor consiste en la unidad de marido y mujer en la carne, de la misma manera en el orden divino la más elevada unidad estriba en la del alma y Cristo en la comunión. Cuando los apóstoles, y más adelante la Iglesia, obedecieran las palabras de nuestro Señor en cuanto a renovar la conmemoración de su muerte y resurrección y comer y beber a Él, el cuerpo y la sangre no serían los del cuerpo físico que ahora tenían delante, sino lo del Cristo glorificado en el cielo, donde continuamente intercede por los pecadores. De esta manera, la salvación de la cruz, que es soberana y eterna, se aplica y actualiza en el transcurso del tiempo por el Cristo celestial.
Cuando nuestro Señor, después de convertir el pan y el vino en su propio cuerpo y sangre, dijo a sus apóstoles que comieran y bebieran, estaba haciendo para el alma humana lo mismo que la comida y la bebida para el cuerpo. A menos que las plantas consientan en el sacrificio de ser arrancadas, no les es posible alimentar al hombre o asimilarse a él, comunicarse con él. El sacrificio de lo inferior debe preceder a la comunión con lo que es superior. Primeramente se representó místicamente la muerte de Jesús: luego siguió la comunión. Lo inferior se transforma en lo superior; los elementos químicos en plantas, las plantas en animales; las substancias químicas, las plantas y los animales se convierten en hombre; y el hombre se transforma en Jesucristo por medio de la comunión. Los seguidores de Buda no derivan energía alguna de la vida de éste, sino solamente de sus escritos. Los escritos de la cristiandad no son tan importantes como la vida de Cristo, el cual, viviendo en la gloria, derrama ahora continuamente sobre sus seguidores los beneficios de su sacrificio.
La única nota que perduró a lo largo de su vida fue su muerte y su gloria. Para esto había venido principalmente a este mundo. De ahí que en la noche que precedió a su muerte diera a sus apóstoles algo que nadie podría dar jamás al morir, a saber, se dio a sí mismo.
¡Sólo la sabiduría divina pudo concebir una conmemoración como aquélla! Los humanos, si se les hubiera dejado en libertad, tal vez habrían estropeado el drama de su redención. Con la muerte de Jesús puede que hubieran hecho dos cosas prescindiendo de su divinidad. Puede que hubiesen considerado su muerte redentora como un drama que tuvo efecto una vez en la historia, como, por ejemplo, el asesinato de Lincoln. En este caso, se trataría sólo de un accidente, no de una redención; el trágico fin de un hombre, pero no de la salvación de la humanidad. Es lamentable que sea ésta la manera que tienen muchos de considerar la cruz de Cristo, olvidando su resurrección y la efusión de los méritos de su cruz en la acción conmemorativa que Él instituyó e impuso como obligación de celebrar. En este caso, su muerte sería solamente una especie de Memorial Day, y nada más.
Puede también que lo hubieran considerado como un drama que representó sólo una vez, un drama que había de ser evocado a menudo, sólo meditando en sus detalles. En este caso, retrocederían y leerían los relatos del drama debido a los críticos que vivieron en aquellos tiempos, a saber, Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Se trataría solamente de una memoria literaria de su muerte, de la misma manera que Platón registra la muerte de Sócrates, y entonces la muerte de nuestro Señor no se diferenciaría de la muerte de los otros hombres.
Nuestro Señor no dijo nunca a nadie que escribiera acerca de su redención, pero dijo a sus apóstoles que la renovaran, la aplicaran que la conmemorasen, prolongándola a través de los tiempos, al obedecer las órdenes que Él les había dado en la última cena. No quería que el gran drama del Calvario se representara una vez, sino que se representara siempre. No quería que los hombres fueran simplemente lectores de su redención, sino actores de ella, ofreciendo a su vez su cuerpo y su sangre junto con el cuerpo y la sangre de Él, en su renovación del Calvario, diciendo con Él; "Esto es mi cuerpo y esto es mi sangre"; muriendo a sus bajos instintos para vivir a la gracia; diciendo que no les importaban la apariencia o las especies de su vida, tales como parentescos familiares, ocupaciones, deberes, aspecto físico o talento, sino que su propio entendimiento, voluntad, su propia substancia - todo lo que ellos fueran en realidad- fuesen transformados en Jesucristo; que el Padre celestial, al mirar hacia ellos, los viera en su Hijo, viera los sacrificios de ellos amasados con el sacrificio de Él, sus mortificaciones incorporadas a la muerte de Él, de suerte que un día pudieran participar también de su gloria.
(Mons. Fulton Sheen, Vida de Cristo, Ed. Herder, Barcelona, 1996, pp. 307-310)
Aplicación: R.P. José A. Marcone, I.V.E. - "¡Fuego he venido a traer a la tierra!"
Introducción
A esta altura del mes de junio hace ya mucho frío en el hemisferio sur. Las manos y los pies se nos entumecen; la circulación sanguínea de nuestro cuerpo se hace más lenta y dificultosa. Perdemos movilidad. Hasta los músculos del rostro se nos ponen tensos cuando estamos afuera, expuestos al viento gélido. Este frío es incómodo, no nos gusta, nos trae enfermedades, nos inmoviliza, perdemos reacción, perdemos reflejos, etc.
Si este frío del cuerpo nos resulta tan malo, ¿qué decir del frío del alma? ¿Se imaginan lo que será un alma helada, no ya un cuerpo? Un alma helada es un alma fría ante el sufrimiento de los demás, permanece inmóvil cuando ve el dolor ajeno. Un alma helada es una alma que ha quedado entumecida porque el viento gélido del egoísmo la ha convertido en un pedazo de hielo endurecido. Un alma helada es aquella por cuyas venas espirituales no corre la sangre del amor, que la calentaría y le devolvería la movilidad. Un alma helada es aquella a la que no le importan las cosas de Dios. Es un alma que permanece inmutable e inconmovible ante el crucifijo, el acto de amor más grande. Es un alma de la cual ha huido la devoción, es decir, la diligencia y el gusto para hacer las obras de Dios. Un alma helada, finalmente, es un alma que permanece impávida e imperturbable ante la misma posibilidad de la condenación eterna.
¿Cómo haremos para descongelar un alma así? ¿Cómo haremos para devolverle la sangre a las venas de esta alma? ¿Cómo la calentaremos para que vuelva a caminar y comience a moverse por amor a Dios y al prójimo?
La respuesta nos la da San Juan de Ávila: "Cuando tú alzas los ojos y ves en el altar, que es la mesa, el cuerpo sacratísimo de Jesucristo, ¿qué has de hacer? ¡Cuánto darle gracias! ¡Cuánto esfuerzo has de tomar contra todos los vicios! ¡Qué fuego había de arder en tus entrañas! Y aunque tuvieses un pie en los infiernos, has de cobrar fuerzas; y aunque vinieses helado y muerto de frío, te has de abrasar en amor. Porque este santo sacramento está figurado por el carbón encendido que tomó el ángel del altar y lo puso en los labios de Isaías, con e1 cual fue limpio. Cuando está el fuego presente, huye el frío, y cuando el buen cristiano está presente al cuerpo y sangre de Jesucristo, habían de saltar centellas de amor de su corazón, por frío que estuviese. Caro ignita, caro Christi: carne encendida es la carne de Cristo. ¿No lo dijeron los discípulos cuando iban al castillo de Emaús? (Lc. 24,32): Nonne ardens erat cor nostrum? ¿No ardía nuestro corazón cuando nos hablaba por el camino? ¿No nos ardía el corazón con fuego de amor cuando le oíamos la explicación de las Escrituras?
"En el día del juicio ha de haber un horno de fuego que queme a los malos. Antes que venga aquel, hay acá otro horno de buen fuego que quema los corazones de los buenos, los purifica y limpia de los pecados. Y quien quisiera escapar de aquel, arda en este otro; que cosa averiguada es que quien viene tibio y frío, si se llega con reverencia a este Santísimo Sacramento, le saltan centellas de fuego ya encendido; y cuando viene a la iglesia a recibirlo, se quema en vivo fuego de devoción. ¿Qué habías de sentir, cristiano, cuando lo vieses puesto en el altar por ti?"
1. "Fuego he venido a traer a la tierra..."
En la superficie de la tierra todo se ve sereno y habitable, y sin embargo, en el centro de la tierra existe el magma, el fuego que es el núcleo de todo el planeta tierra. Así también sucede con este sacramento que por fuera tiene color de pan, olor de pan y sabor de pan, pero por dentro es fuego, porque contiene real y sustancialmente a Aquel que ha venido a traer fuego sobre la tierra (cf. Lc.12,49), a Jesucristo, Dios y hombre verdadero.
Para la frialdad de nuestro corazón se quedó Él mismo, que es fuego, para que Él mismo tocara nuestra alma y huyera de ella el hielo y el frío.
Y este fuego que es Él mismo nos lo dejó aquella noche en la que ardió de un modo particular su amor por sus apóstoles y discípulos. "Los amó hasta el extremo", dice San Juan refiriéndose al amor de Jesucristo hacia nosotros demostrado en aquella Última Cena (Jn.13,1). El fuego del amor de Jesucristo ardió en esa última cena con su máxima intensidad. Y del ardor de ese fuego de amor nació este sacramento. Entonces tomó el pan y se los pasó a sus apóstoles diciendo: "Tomen y coman todos de él porque esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros". Luego tomó el cáliz en el que había vino y dijo: "Tomen y beban todos de él porque esta es mi sangre, sangre de la Alianza nueva y eterna que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados".
¿Qué sucedió allí? La sustancia del pan se convirtió en la sustancia del Cuerpo de Cristo, Cristo vivo, todo Cristo. Sólo permaneció lo secundario del pan, lo accidental, es decir, lo que aparece, el color, el olor y el sabor, los accidentes del pan. Pero la sustancia pasó, de ser sustancia de pan, a ser sustancia del Cuerpo de Cristo. Por eso ese proceso se llama trans-sustanciación. Y lo mismo sucedió con el vino. La sustancia del vino se convirtió en la Sangre de Cristo, Cristo vivo, todo Cristo. Sólo permaneció lo secundario del vino, lo accidental, es decir, lo que aparece, el color, el olor y el sabor, los accidentes del vino. Pero la sustancia pasó, de ser sustancia de vino, a ser sustancia de la Sangre de Cristo.
Pero esa presencia real de Cristo en la Hostia Santa y en el Cáliz Santo tiene una finalidad bien concreta: ofrecerse en sacrificio por todos los hombres. Por eso añadió: "Esto es mi cuerpo entregado por vosotros", "esta es mi sangre derramada por todos los hombres, para el perdón de sus pecados". Es el mismo sacrificio de la cruz, adelantado en la Última Cena y actualizado en cada Santa Misa.
¿Puede haber fuego más poderoso que éste para derretir el hielo que cubre a las almas, para desentumecerlas y darles vida y calor? Se trata de Dios, que es amor, hecho hombre por nosotros y sacrificado para salvarnos. Eso es precisamente lo que hoy festejamos al festejar la fiesta de Corpus Christi y lo que realizaremos en breves momentos sobre este altar.
2. "...¡y cuánto quisiera que ya estuviera ardiendo!" (Lc.12,49)
¿Puede un pedazo de madera encenderse si está mojado? ¿Puede un alma dejarse quemar por el fuego de Jesucristo si no tiene ciertas disposiciones? No, un alma no puede encenderse en el fuego de la Eucaristía sin no se dispone para eso. ¿Y cuáles son esas disposiciones? Son dos: participar bien de la misa y comulgar como corresponde.
a. Participar bien: el modo más perfecto de participar del Sacrificio Eucarístico de Cristo, de participar del Corpus Christi es ofrecerse como sacrificio junto con ese Sacrificio de Cristo.
¿Qué significa ofrecerse a sí mismo como sacrificio? En primer lugar, significa un deseo sincero y una disposición de la voluntad a aceptar con alegría todos los sufrimientos espirituales y corporales que Dios quiera, y ofrecerlos por la salvación del mundo. En segundo lugar, significa el deseo sincero y la disposición de la voluntad de entregar todo su cuerpo y su alma al servicio de la causa de Dios, sea en el puesto que fuere. También significa que "la vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo".1 El martirio es el acto supremo de este sacrificio y también es el modo supremo de participar de la Misa. Las almas que mejor participan de la Santa Misa son las almas-víctimas. "Esta es la idea clamorosa: sacrificarse. Así se dirige la historia, aun silenciosa y ocultamente".2
b. Comulgar como corresponde: para comulgar bien lo primero que hay que hacer es saber bien a Quién se va a recibir: a Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, perfecto Dios y perfecto hombre, que está real y sustancialmente presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
Lo segundo para comulgar bien es estar en gracia de Dios, es decir, no tener conciencia de pecado mortal. Es impresionante la advertencia que hace San Pablo para los que comulgan el Cuerpo de Cristo sin estar en gracia de Dios: "Examínese el hombre a sí mismo, y entonces coma el pan y beba el cáliz, porque el que sin discernir come y bebe el cuerpo del Señor, se come y bebe su propia condenación. Por esto hay entre vosotros muchos enfermos y muchos débiles, y bastantes muertos" (1Cor.11,28-30).
Lo tercero para comulgar bien es no haber comido nada una hora antes de la comunión.
Y lo cuarto es tener recta intención. Esto quiere decir que el hombre ha de ofrecer este sacrificio y recibir este alimento no por agradar a los hombres, o por provecho carnal, o por intereses temporales, sino pura y sencillamente por el honor de Dios, por la utilidad del prójimo y por aumentar el tesoro de sus méritos. "La recta intención consiste en que quien se acerca a la Sagrada Mesa no lo haga por rutina, por vanidad o por respetos humanos, sino para cumplir la voluntad de Dios, unirse más estrechamente con Él por la caridad, y remediar las propias flaquezas y defectos con esa divina medicina" (San Pio X).3
Conclusión
Queridos hermanos: pongamos todos los medios necesarios para que ese fuego divino pueda hacer con nosotros lo que quiere hacer, es decir, encendernos en su mismo fuego.
La historia de la Iglesia está llena de ejemplos heroicos para aprovecharse de este fuego aún cuando había obstáculos inmensos para acceder al Cuerpo de Cristo. Juan Pablo II cuenta en su Carta Apostólica Dies Domini (nº 46) que los mártires de Abitinia (África), del siglo IV, fueron martirizados por haber participado de la Santa Misa. Cuando fueron interrogados por sus verdugos, respondieron: "¡Sin la Eucaristía no podemos vivir! ¡Sin la celebración del domingo no podemos vivir! Sine Dominica non possumus!
En todo tiempo, y especialmente en época de persecución, la Eucaristía ha sido el secreto de la vida de los cristianos: la comida de los testigos y el pan de la esperanza.
Eusebio de Cesarea recuerda que los cristianos no dejaban de celebrar la Eucaristía ni siquiera en medio de las persecuciones: "Cada lugar donde se sufría era para nosotros un sitio para celebrar..., ya fuese un campo, un desierto, un barco, una posada, una prisión...".4
Un ejemplo muy cercano a nosotros es el del P. Basilio, sacerdote ucraniano que vivió en San Rafael, Mendoza, Argentina. Su madre, en Ucrania, guardó durante años los vasos sagrados debajo de una falsa baldosa, soñando con la vuelta del hijo exiliado y deseando participar en la Misa celebrada por él. Y así fue: después de muchísimos años en el exilio volvió clandestinamente antes de la caída del comunismo y celebró la
Misa para su madre.
El Martirologio del siglo XX está lleno de narraciones conmovedoras de celebraciones clandestinas de la Eucaristía en campos de concentración. ¡Porque sin la Eucaristía no podemos vivir!
Para nosotros, cristianos hoy, esto debe hacernos recapacitar y preguntarnos cuánto aprovechamos este admirable sacramento. Pidámosle a la Virgen María la gracia de dejarnos encender por este fuego que vino a traer a la tierra Jesucristo.
1 Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1368.
2 Constituciones del Instituto del Verbo Encarnado, nº 146.
3 Dz 3379-3383.
4 Eusebio de Cesarea, Historia ecclesiastica VII, 22, 4: PG 20, 687
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Aplicación: R.P. Raniero Cantalamessa ofmcap_ Si la fiesta de Corpus Christi "no existiera, habría que inventarla"
¡En medio de vosotros hay uno a quien no conocéis!
Creo que lo más necesario que hay que hacer en la fiesta del Corpus Domini no es explicar tal o cual aspecto de la Eucaristía, sino reavivar cada año estupor y maravilla ante el misterio. La fiesta nació en Bélgica, a principios del siglo XIII; los monasterios benedictinos fueron los primeros en adoptarla; Urbano IV la extendió a toda la Iglesia en 1264, parece también que por influencia del milagro eucarístico de Bolsena, hoy venerado en Orvieto.
¿Qué necesidad había de instituir una nueva fiesta? ¿Es que la Iglesia no recuerda la institución de la Eucaristía el Jueves Santo? ¿Acaso no la celebra cada domingo y, más aún, todos los días del año? De hecho, el Corpus Domini es la primera fiesta cuyo objeto no es un evento de la vida de Cristo, sino una verdad de fe: la presencia real de Él en la Eucaristía. Responde a una necesidad: la de proclamar solemnemente tal fe; se necesita para evitar un peligro: el de acostumbrarse a tal presencia y dejar de hacerle caso, mereciendo así el reproche que Juan Bautista dirigía a sus contemporáneos: "¡En medio de vosotros hay uno a quien no conocéis!".
Esto explica la extraordinaria solemnidad y visibilidad que esta fiesta adquirió en la Iglesia católica. Por mucho tiempo la del Corpus Domini fue la única procesión en toda la cristiandad, y también la más solemne.
Hoy las procesiones han cedido el paso a manifestaciones y sentadas (en general de protesta); pero aunque haya caído la forma exterior, permanece intacto el sentido profundo de la fiesta y el motivo que la inspiró: mantener despierto el estupor ante el mayor y más bello de los misterios de la fe. La liturgia de la fiesta refleja fielmente esta característica. Todos sus textos (lecturas, antífonas, cantos, oraciones) están penetrados de un sentido de maravilla. Muchos de ellos terminan con una exclamación: "¡Oh sagrado convite en el que se recibe a Cristo!" (O sacrum convivium), "¡Oh víctima de salvación!" (O salutaris hostia).
Si la fiesta del Corpus Domini no existiera, habría que inventarla. Si hay un peligro que corren actualmente los creyentes respecto a la Eucaristía es el de banalizarla. En un tiempo no se la recibía con tanta frecuencia, y se tenían que anteponer ayuno y confesión. Hoy prácticamente todos se acercan a Ella... Entendámonos: es un progreso, es normal que la participación en la Misa implique también la comunión; para eso existe. Pero todo ello comporta un riesgo mortal. San Pablo dice: "Quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual a sí mismo y después coma el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo".
Considero que es una gracia saludable para un cristiano pasar a través de un período de tiempo en el que tema acercarse a la comunión, tiemble ante el pensamiento de lo que está apunto de ocurrir y no deje de repetir, como Juan Bautista: "¿Y Tú vienes a mí?" (Mateo, 3,14). Nosotros no podemos recibir a Dios sino como "Dios", esto es, conservándole toda su santidad y su majestad. ¡No podemos domesticar a Dios!
La predicación de la Iglesia no debería tener miedo --ahora que la comunión se ha convertido en algo tan habitual y tan "fácil"-- de utilizar de vez en cuando el lenguaje de la epístola a los Hebreos y decir a los fieles: "Vosotros en cambio os habéis acercado a Dios juez universal..., a Jesús, Mediador de la nueva Alianza, y a la aspersión purificadora de una nueva sangre que habla mejor que la de Abel" (Hebreos 12, 22-24). En los primeros tiempos de la Iglesia, en el momento de la comunión, resonaba un grito en la asamblea: "¡Quien es santo que se acerque, quien no lo es que se arrepienta!".
Uno que no se acostumbró a la Eucaristía y habla de Ella siempre con conmovido estupor era San Francisco de Asís. "Que tema la humanidad, que tiemble el universo entero, y el cielo exulte, cuando en el altar, en las manos del sacerdote, está el Cristo Hijo de Dios vivo... ¡Oh admirable elevación y designación asombrosa! ¡Oh humildad sublime! ¡Oh sublimidad humilde, que el Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, tanto se humille como para esconderse bajo poca apariencia de pan!".
Pero no debe ser tanto la grandeza y la majestad de Dios la causa de nuestro estupor ante el misterio eucarístico, cuanto más bien su condescendencia y su amor. La Eucaristía es sobre todo esto: memorial del amor del que no existe mayor: dar la vida por los propios amigos.
Comentario Teológico: Benedicto XVI - Homilía en el Corpus Christi
Queridos hermanos y hermanas:
En la víspera de su Pasión, durante la Cena pascual, el Señor tomó el pan en sus manos --como hemos escuchado hace poco en el Evangelio-- y, tras pronunciar la bendición, lo rompió y lo dio a sus discípulos diciendo: "Tomad, este es mi cuerpo". Después tomó el cáliz, dio gracias, se lo dio y todos bebieron de él. Y dijo: "Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos" (Marcos 14, 22-24). Toda la historia de Dios con los hombres se resume en estas palabras. No sólo recuerdan e interpretan el pasado, sino que anticipan también el futuro, la venida del Reino de Dios en el mundo. Jesús no sólo pronuncia palabras. Lo que Él dice es un acontecimiento, el acontecimiento central de la historia del mundo y de nuestra vida personal.
Estas palabras son inagotables. Quisiera meditar con vosotros en este momento en un solo aspecto. Jesús, como signo de la presencia, escogió el pan y el vino. Con cada uno de los dos signos se entrega totalmente, no sólo una parte de sí. El Resucitado no está dividido. Él es una persona que, a través de los signos, se acerca a nosotros y se une a nosotros. Los signos, sin embargo, representan de manera clara cada uno de los aspectos particulares de su misterio y, con su manera típica de manifestarse, nos quieren hablar para que aprendamos a comprender algo más del misterio de Jesucristo. Durante la procesión y en la adoración, nosotros miramos a la Hostia consagrada, la forma más sencilla de pan y de alimento, hecho simplemente con algo de harina y de agua. La oración con la que la Iglesia durante la liturgia de la misa entrega este pan al Señor lo presenta como fruto de la tierra y del trabajo del hombre. En él queda recogido el cansancio humano, el trabajo cotidiano de quien cultiva la tierra, de quien siembra, cosecha y finalmente prepara el pan. Sin embargo, el pan no es sólo un producto nuestro, algo que nosotros hacemos; es fruto de la tierra y, por tanto, es también un don. El hecho de que la tierra dé fruto no es mérito nuestro; sólo el Creador podía darle la fertilidad. Y ahora podemos también ampliar algo esta oración de la Iglesia, diciendo: el pan es fruto de la tierra y al mismo tiempo del cielo. Presupone la sinergia de las fuerzas de la tierra y de los dones de lo alto, es decir, del sol y de la lluvia. Y el agua, de la que tenemos necesidad para preparar el pan, no la podemos producir nosotros. En un período en el que se habla de la desertización y en el que escuchamos denunciar el peligro de que los hombres y los animales mueran de sed en las regiones sin agua, volvemos a darnos cuenta de la grandeza del don del agua y de que no podemos proporcionárnoslo por nosotros mismos. Entonces, al contemplar más de cerca este pequeño pedazo de Hostia
blanca, este pan de los pobres, se nos presenta como una síntesis de la creación. Se unen el cielo y la tierra, así como actividad y espíritu del hombre. La sinergia de las fuerzas que hace posible en nuestro pobre planeta el misterio de la vida y de la existencia del hombre nos sale al paso en toda su maravillosa grandeza. De este modo, comenzamos a comprender por qué el Señor escoge este pedazo de pan como su signo. La creación con todos sus dones aspira más allá de sí misma hacia algo que es todavía más grande. Más allá de la síntesis de las propias fuerzas, más allá de la síntesis de naturaleza y espíritu que en cierto sentido experimentamos en el pedazo de pan, la creación está orientada hacia la divinización, hacia los santos desposorios, hacia la unificación con el Creador mismo.
Pero todavía no hemos explicado plenamente el mensaje de este signo de pan. El Señor hizo referencia a su misterio más profundo en el Domingo de Ramos, cuando le presentaron la petición de unos griegos que querían encontrarse con Él. En su respuesta a esta pregunta, se encuentra la frase: "En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto" (Juan 12, 24). En el pan, hecho de granos molidos, se esconde el misterio de la Pasión. La harina, el grano molido, presupone el morir y el resucitar del grano. El ser molido y cocido manifiesta una vez más el mismo misterio de la Pasión. Sólo a través del morir llega el resurgir, llega el fruto y la nueva vida. Las culturas del Mediterráneo, en los siglos anteriores a Cristo, habían intuido profundamente este misterio. Basándose en la experiencia de este morir y resurgir, concibieron mitos de divinidades, que muriendo y resucitando daban nueva vida. El ciclo de la naturaleza les parecía como una promesa divina en medio de las tinieblas del sufrimiento y de la muerte que se nos imponen. En estos mitos, el alma de los hombres, en cierto sentido, se orientaba hacia ese Dios que se hizo hombre, que se humilló hasta la muerte en la cruz y que de este modo abrió para todos nosotros la puerta de la vida. En el pan y en su devenir, los hombres han descubierto una especie de expectativa de la naturaleza, una especie de promesa de la naturaleza de que esto habría tenido que existir: el Dios que muere de este modo nos lleva a la vida. Ha sucedido realmente con Cristo lo que en los mitos era una expectativa y lo que el mismo grano esconde como signo de la esperanza de la creación. A través de su sufrimiento y de su muerte libre, Él se convirtió en pan para todos nosotros y, de este modo, en esperanza viva y creíble: Él nos acompaña en todos nuestros sufrimientos hasta la muerte. Los caminos que Él recorre con nosotros y a través de los cuales nos conduce a la vida
son caminos de esperanza.
Al contemplar en adoración a la Hostia consagrada, nos habla el signo de la creación. Entonces nos encontramos con la grandeza de su don; pero nos encontramos también con la Pasión, con la Cruz de Jesús y su resurrección. A través de esta contemplación en adoración, Él nos atrae hacia sí, penetrando en su misterio, por medio del cual quiere transformarnos, como transformó la Hostia.
La Iglesia primitiva encontró en el pan un signo más. La "Doctrina de los doce apóstoles", un libro redactado en torno al año 100, refiere en sus oraciones la afirmación: "Que así como este pan partido estaba esparcido sobre las colinas y es reunido en una sola cosa, del mismo modo tu Iglesia sea reunida desde los confines de la tierra en tu Reino" (IX, 4). El pan, hecho de muchos granos de trigo, encierra también un acontecimiento de unión: el convertirse en pan de granos molidos es un proceso de unificación. Nosotros mismos, de los muchos que somos, tenemos que convertirnos en un solo pan, en su solo cuerpo, nos dice san Pablo (1 Corintios 10, 17). De este modo, el pan se convierte al mismo tiempo en esperanza y tarea.
De manera semejante también nos habla el signo del vino. Ahora bien, mientras el pan hace referencia a lo cotidiano, a la sencillez y a la peregrinación, el vino expresa la exquisitez de la creación: a través de este signo menciona la fiesta de alegría que Dios quiere ofrecernos al final de los tiempos y que anticipa ahora, siempre de nuevo. Pero el vino también habla de la Pasión: la vid tiene que ser podada repetidamente para poder purificarse; la uva tiene que madurar bajo el sol y la lluvia y tiene que ser pisada: sólo a través de esta pasión madura un vino apreciado.
En la fiesta del Corpus Christi contemplamos sobre todo el signo del pan. Nos recuerda también la peregrinación de Israel durante los cuarenta años en el desierto. La Hostia es nuestro maná con el que el Señor nos alimenta, es verdaderamente el pan del cielo, con el que Él verdaderamente se entrega a sí mismo. En la procesión, seguimos este signo y de este modo le seguimos a Él mismo. Y le pedimos: ¡guíanos por los caminos de nuestra historia! ¡Vuelve a mostrar a la Iglesia y a sus pastores siempre de nuevo el camino justo! ¡Mira a la humanad que sufre, que vaga insegura entre tantos interrogantes; mira el hambre física y psíquica que le atormenta! ¡Da a los hombres el pan para el cuerpo y para el alma! ¡Dales trabajo! ¡Dales luz! ¡Dales a ti mismo! ¡Purifícanos y santifícanos a todos nosotros! Haznos comprender que sólo a través de la participación en tu Pasión, a través del "sí" a la cruz, a la renuncia, a las purificaciones que tú nos impones, nuestra vida puede madurar y alcanzar su auténtico cumplimiento. Reúnenos desde todos los confines de la tierra. ¡Une a tu Iglesia, une a la humanidad lacerada! ¡Danos tu salvación! ¡Amén!
Ejemplos predicables
El Sacrificio de la MISA según los santos
DOMINGO SAVIO ES ADMITIDO A LA PRIMERA COMUNIÓN (PREPARACIÓN, RECOGIMIENTO Y RECUERDOS DE AQUEL DÍA)
MILAGRO QUE DEMUESTRA LA REAL PRESENCIA DE JESUS EN EL SANTISIMO SACRAMENTO
II La Hermanita
III UN HERMANITO
MILAGRO QUE DEMUESTRA LA REAL PRESENCIA DE JESUS EN EL SANTISIMO SACRAMENTO
Muere en Suiza por defender a Jesús Sacramentado
Se reconcilió y vio sin dificultad el Santísimo Sacramento
El martirio de una niña que muere por comulgar el Cuerpo de Cristo
El Milagro de Tumaco
El Sacrificio de la MISA según los santos
El santo cura de Ars, San Juan María Vianney : "Si conociéramos el valor de La Santa Misa nos moriríamos de alegría".
San Anselmo : "Una sola Misa ofrecida y oída en vida con devoción, por el bien propio, puede valer más que mil misas celebradas por la misma intención, después de la muerte".
Santo Tomás de Aquino : "La celebración de la Santa Misa tiene tanto valor como la muerte de Jesús en la Cruz ".
San Francisco de Asís : "El hombre debería temblar, el mundo debería vibrar, el Cielo entero debería conmoverse profundamente cuando el Hijo de Dios aparece sobre el altar en las manos del sacerdote".
Santa Teresa de Jesús : "Sin la Santa Misa , ¿que sería de nosotros? Todos aquí abajo pereceríamos ya que únicamente eso puede detener el brazo de Dios. Sin ella, ciertamente que la Iglesia no duraría y el mundo estaría perdido sin remedio".
En cierta ocasión, Santa Teresa se sentía inundada de la bondad de Dios. Entonces le hizo esta pregunta a Nuestro Señor: "Señor mío, ¿cómo os podré agradecer?" Nuestro Señor le contestó: "ASISTID A UNA MISA".
San Alfonso de Ligorio : "El mismo Dios no puede hacer una acción más sagrada y más grande que la celebración de una Santa Misa"".
Padre Pío de Pieltrecina : "Sería más fácil que el mundo sobreviviera sin el sol, que sin la Santa Misa. La Misa es infinita como Jesús... pregúntenle a un Ángel lo que es la misa, y El les contestará, en verdad yo entiendo lo que es y por qué se ofrece, mas sin embargo, no puedo entender cuánto valor tiene. Un Ángel, mil Ángeles, todo el Cielo, saben esto y piensan así".
San Lorenzo Justino : "Nunca lengua humana puede enumerar los favores que se correlacionan al Sacrificio de la Misa. El pecador se reconcilia con Dios; el hombre justo se hace aún más recto; los pecados son borrados; los vicios eliminados; la virtud y el mérito crecen, y las estratagemas del demonio son frustradas".
San Leonardo de Porto Mauricio : "Oh gente engañada, qué están haciendo? Por qué no se apresuran a las iglesias a oír tantas Misas como puedan? ¿Por qué no imitan a los ángeles, quienes cuando se celebra una Misa, bajan en escuadrones desde el Paraíso y se estacionan alrededor de nuestros altares en adoración, para interceder por nosotros?".
También: "Yo creo que sí no existiera la Misa , el mundo ya se hubiera hundido en el abismo, por el peso de su iniquidad. La Misa es el soporte poderoso que lo sostiene".
Y también decía: "una misa antes de la muerte puede ser más provechosa que muchas después de ella".
San Felipe Neri : "Con oraciones pedimos gracia a Dios; en la Santa Misa comprometemos a Dios a que nos las conceda".
Santo Cura de Ars : "Sí supiéramos el valor del Santo Sacrificio de la Misa , qué esfuerzo tan grande haríamos por asistir a ella". "Qué feliz es ese Ángel de la Guarda que acompaña al alma cuando va a Misa". " La Misa es la devoción de los Santos".
San Pedro Julián Eymard : "Sepan, oh Cristianos, que la Misa es el acto de religión más sagrado. No pueden hacer otra cosa para glorificar más a Dios, ni para mayor provecho de su alma, que asistir a Misa devotamente, y tan a menudo como sea posible". En su último sermón dijo: "Tenemos la Eucaristía : ¿Qué más queréis?". Y en su lecho de muerte repitió: "¿Por qué lloráis? Tenéis la Eucaristía ; eso basta".
San Bernardo : "Uno obtiene más mérito asistiendo a una Santa Misa con devoción, que repartiendo todo lo suyo a los pobres y viajando por todo el mundo en peregrinación".
San Francisco Javier Bianchi : "Cuando oigan que yo no puedo ya celebrar la Misa , cuéntenme como muerto".
San Buenaventura : " La Santa Misa es una obra de Dios en la que presenta a nuestra vista todo el amor que nos tiene; en cierto modo es la síntesis, la suma de todos los beneficios con que nos ha favorecido".
San Gregorio el Grande : "El sacrificio del altar será a nuestro favor verdaderamente aceptable como nuestro sacrificio a Dios, cuando nos presentamos como víctimas".
Cuando Santa Margarita María Alacoque asistía a la Santa Misa , al voltear hacia el altar, nunca dejaba de mirar al Crucifijo y las velas encendidas. ¿Por qué? Lo hacía para imprimir en su mente y su corazón, dos cosas: El Crucifijo le recordaba lo que Jesús había hecho por ella; las velas encendidas le recordaban lo que ella debía hacer por Jesús, es decir, sacrificarse consumirse por El y por las almas.
San Andrés Avellino : "No podemos separar la Sagrada Eucaristía de la Pasión de Jesús".
San Pío X al permitir la comunión para los niños: "Habrá niños santos"
DOMINGO SAVIO ES ADMITIDO A LA PRIMERA COMUNIÓN (PREPARACIÓN, RECOGIMIENTO Y RECUERDOS DE AQUEL DÍA)
Nada faltaba a Domingo para que fuese admitido a la primera comunión. Sabía ya de memoria el pequeño catecismo, tenía conocimiento suficiente de este augusto sacramento y ardía en deseos de recibirle. Sólo se oponía la edad, puesto que en las aldeas no se admitía, por lo regular, a los niños a la primera comunión sino a los once años cumplidos, y Domingo apenas tenía siete, aparentando tener menos aún a causa de su pequeña estatura. Vacilaba, pues, el capellán en complacerle; pero, habiéndose aconsejado con otros sacerdotes, y después de ponderar el entendimiento precoz, la instrucción y los ardientes deseos del niño, dejando aparte toda dificultad, le admitió a participar por vez primera del pan de los ángeles.
Indecible fue el gozo de que esta noticia inundó su corazón, Corrió a su casa y la anunció con alegría a su madre. Desde aquel momento pasaba días enteros en rezar y en leer buenos libros y estábase largos ratos en la iglesia antes y después de la misa, pareciendo que su alma habitaba ya con los ángeles del cielo.
La víspera del día señalado para la comunión fue a su madre y le dijo:
-"Mamá, mañana voy a hacer mi primera comunión; perdóneme usted todos los disgustos que le he dado en lo pasado; yo le prometo portarme muy bien de hoy en adelante, ser aplicado en la escuela, obediente, dócil y respetuoso a todo lo que usted me mande".
Y dicho esto, se echó a llorar. La madre, que de él había recibido sólo consuelos, sintióse enternecida y, conteniendo a duras penas las lágrimas, le consoló diciéndole:
-"Vete tranquilo, querido Domingo, pues todo te está perdonado; pide a Dios que te conserve siempre bueno y ruega también por mí y por tu padre".
La mañana de aquel día memorable se levantó muy temprano y, vestido de su mejor traje, se fue a la iglesia; pero como la encontrara cerrada, se arrodilló en el umbral de la puerta y se puso a rezar, según su costumbre, hasta que, llegando otros niños, abrieron la puerta. Con la confesión, la preparación y acción de gracias, la función duró cinco horas. Domingo fue el primero que entró en la iglesia y el último que salió de ella. En todo ese tiempo no sabía si estaba en el cielo o en la tierra. Aquel día fue siempre memorable para él, y puede considerarse como verdadero principio o, más bien, continuación de una vida que puede servir de modelo a todo fiel cristiano.
Algunos años después, hablándome de su primera comunión, se animaba aún su rostro con la más viva alegría.
- "¡Ah!-solía decir-, fue aquél el día más hermoso y más grande de mi vida".
Escribió en seguida algunos recuerdos, que conservó cuidadosamente en su devocionario y leía a menudo. Vinieron después a mis manos, y los incluyo aquí con toda la sencillez del original. Eran del tenor siguiente:
"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice en el año 1849 cuando hice mi primera comunión a los siete años de edad:
1º- Me confesaré muy a menudo y recibiré la sagrada comunión siempre que el confesor me lo permita.
2º- Quiero santificar los días de fiesta.
3º- Mis amigos serán Jesús y María.
4º- Antes morir que pecar ."
Estos recuerdos, que repetía a menudo, fueron la norma de todos sus actos hasta el fin de su vida.
Si entre los lectores de este libro se hallase alguno que no hubiera aún recibido la primera comunión, yo le rogaría encarecidamente que se propusiera imitar a Domingo Savio. Recomiendo sobre todo a los padres y madres de familia y a cuantos ejercen alguna autoridad sobre la juventud que den la mayor importancia a este acto religioso. Estad persuadidos de que la primera comunión bien hecha pone un sólido fundamento moral para toda la vida. Difícil será encontrar persona alguna que habiendo cumplido bien tan solemne deber, no haya observado buena y virtuosa vida. Por el contrario, cuéntanse a millares los jóvenes díscolos que llenan de amargura y desolación a sus padres, y, si bien se mira, la raíz del mal ha estado en la escasa o ninguna preparación con que han hecho su primera comunión. Mejor es diferirla o no hacerla, que hacerla mal.
Dos Bosco hizo su primera comunión a los diez años, y D. Cafasso a los trece, a pesar de que era de todos conocida su vida angelical y su instrucción religiosa. Por el contrario, el capellán de Murialdo fue esta vez contra la corriente, admitiendo a Domingo Savio a la sagrada mesa a los siete años; pero así entraba en el espíritu del cristianismo, que puso en vigor Pío X con su decreto de 10 de agosto de 1910. Establece el Sumo Pontífice que la edad de la discreción para la primera comunión se manifiesta cuando el niño sabe distinguir el pan eucarístico del pan común o material.
Acerca de los propósitos que tomó entonces Domingo, escribe Salotti (Domingo Savio [Turín S. E. I.] p. l8) "Son el más luminoso patrimonio que ha podido dejar en herencia a nuestra juventud." Particularmente aquel "¡Antes morir que pecar!" ha tomado ya carta de naturaleza entre las frases célebres que han pasado a la Historia.
El pedir perdón a los padres la noche antes de la primera comunión era costumbre corriente en todas las familias cristianas de entonces,
El cardenal Cagliero, que hizo su tercera Pascua en Castelnuovo, su tierra, cuando allí mismo hizo Domingo Savio la primera, hace resaltar en los procesos (SP 133) la admiración de sus conciudadanos "…ante la devoción con que en la Pascua de 1849 hizo él su primera comunión, ya por su compostura, ya por su piedad y devoción como por su edad de siete años".
(Rodolfo Fierro S.D.V., Biografía y escritos de Don Bosco , B.A.C. 1955, pag. 777 - 779)
MILAGRO QUE DEMUESTRA LA REAL PRESENCIA DE JESUS EN EL SANTISIMO SACRAMENTO
Corría el año 1263. En una pequeña ciudad de Umbría llamada Bolsena ocurrió un milagro que demuestra la real presencia de Jesús en el Santísimo Sacramento del altar su integridad bajo las especies del pan y del vino.
Un piadoso sacerdote, al pasar por Bolsena de viaje para Roma, fue a decir misa en la iglesia de Santa Cristina.
En el momento de alzar la sagrada forma sobre el cáliz, sintió la sensación clarísima de aprisionar entre sus dedos algo de carne suavísima, a la vez que vio como iban cayendo de aquella hostia consagrada, sobre los corporales, gotas de sangre viva, y vio también como cada gota llevaba en si impresa la figura de un rostro humano. Sobrecogido de santo terror, no tuvo ánimos para continuar la misa: abrió el sagrario, coloco allí los corporales empapados en sangre y se dirigió al punto a Orvieto, donde se encontraba el papa a la sazón, y, de rodillas a sus pies, le conto lo sucedido.
El papa mando inmediatamente examinar despacio el hecho y ordeno que se trasladara a Orvieto, con gran solemnidad, el corporal enrojecido con la sangre del Señor, que todavía se con conserva allí en primoroso relicario de plata.
¿Podremos todavía dudar de la presencia real de Jesús en la eucaristía tras pruebas convincentes y milagros tan patentes y ruidosos?
(Mauricio Rufino, Vademécum de ejemplos predicables, Ed.Herder, Barcelona, 1962, Pag. 619-620)
II La Hermanita
Las páginas de este libro están llenas de estas hermosas realidades; pero a mayor abundamiento, quiero añadir los últimos que he presenciado o conozco.
Elisa, ángel de unos cuatro años, llega toda inquieta y asustada a su madre la tarde del día en que su hermano Antonio, de cinco a seis años, había recibido la primera Comunión de mis manos.
1. ¡Mamá, mamaíta, venga Vd. corriendo!
2. ¿Qué te pasa, hija mía?
3. Venga Vd. corriendo, que Antoñito está revolcando por el suelo al Niño Jesús.
4. ¡Chiquilla!
5. Sí, sí, que se ha subido a la mesa de planchar y luego se ha tirado por el suelo... Y el Niño Jesús que tiene dentro... pues, pues también lo tendrá tirado y revolcándose.
En medio de las exageraciones infantiles ¿no os parece que esa niña de cuatro años entendía y sentía ya la presencia de Jesús vivo?
III UN HERMANITO
De esos mismos niños, feliz comulgante de cinco años, había recibido el encargo de cerrar los ojos después de comulgar para ver y atender mejor al Niño Jesús en su corazón. Fidelísimamente cumplió el encargo a costa de apretar los párpados y hasta ponerse las manos sobre ellos para que no le hicieran traición, y, transcurridos unos quince minutos que debieron parecerle quince horas, aún con los ojos cerrados:
1. Mamá, ¿los abro ya? y ¿no se enfadará el Niño Jesús?...
¡Ah! ¡Si se educaran por padres y maestros los niños cristianos en esa fe viva en Jesús vivo! ¡Qué de verdad sería cristiana y esa educación!
(Beato Manuel González, Sembrando granos de mostaza, Ed. "El granito de arena", Palencia, pg. 188-189)
Muere en Suiza por defender a Jesús Sacramentado
Durante el siglo XVI en Suiza, algunos cantones, agitados por Calvino, abrazaron el protestantismo; otros conservaron el catolicismo con fervor. Uno de estos conservó incólume el fervor eucarístico, celebrando muy solemne la presencia real de Jesús en la Eucaristía, en la solemnidad del Corpus Christi.
Todos tomaban parte. Adelante niñitos inocentes esparcían flores. Seguía la juventud; luego interminables filas de hombres y mujeres, con antorchas en sus manos. Bajo palio de oro avanzaba la sagrada Eucaristía. Al verla salir del templo, los fieles prorrumpieron en aclamaciones y cánticos populares.
En un recodo apareció un joven desconocido: su porte denotaba alguna mala intención. Algo más adelante, se adelantó apuntando con un arcabuz hacia el palio. El muy ignorante pretendía matar al Dios de la Eucaristía; qué alma de cántaro.
Un portador de las varas del palio, notó la sacrílega intención, interpuesto ante la sagrada Hostia, increpó al asesino: "A Este no; más bien a mí. Jesús quedará siempre con su pueblo católico".
Se oyó un tiro que atravesó el corazón del defensor. Caído en el suelo, sus últimas palabras fueron: "Estoy alegre de morir por defender a Nuestro Señor Jesucristo". Unos minutos más, fallecía. Se interrumpió la procesión; el asesino aprovechando el desconcierto, se fue.
Hermosas y aleccionadoras palabras las del que jugó su vida por la fe eucarística. Sepamos defender los derechos de Dios y su doctrina, aún con peligro de la vida. (El hecho nos muestra, cómo proceden quienes acusan a la Iglesia de intolerante...)
(Rosalio Rey Garrido, Anécdotas y reflexiones, Ed. Don Bosco, Buenos Aires, 1962, pg. 113)
"Se reconcilió y vio sin dificultad el Santísimo Sacramento"
Cuenta Tomás de Kempis, el célebre asceta, una cosa de gran ejemplaridad para nosotros.
Un sacerdote, siervo de Dios y compañero suyo de monasterio, yendo a otro convento a cierto negocio encontró en el camino a un hombre lego con el que fue hablando familiarmente. Y en estas pláticas vino el hombre a contarle que le quería descubrir una cosa rara que le había sucedido. La cosa era que hacía mucho tiempo que cuando oía Misa, no podía ver jamás el Santísimo Sacramento en manos del sacerdote. Él, creyendo que aquello era por estar demasiado apartado, se llegó al altar y al sacerdote que celebraba. Pero a pesar de eso no lo pudo ver de manera alguna. Esto le duró más de un año. Y como se hallase perplejo, determinó de comunicar esto en confesión con un buen sacerdote; el cual, después de haberle examinado con prudencia, halló que este hombre estaba enemistado con un prójimo suyo. El buen sacerdote le dio a entender que si de corazón perdonaba aquellas injurias, se le perdonarías sus pecados, y entonces podría empezar a ver a Nuestro Señor.
Oyendo esto muy compungido perdonó en su corazón a su enemigo, recibió la absolución, entró en la Iglesia y vio sin dificultad al Santísimo Sacramento.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 71)
El martirio de una niña que muere por comulgar el Cuerpo de Cristo
En China, los asaltantes de una Iglesia, encarcelaron a un sacerdote en su propia rectoría cerca de la Iglesia. El sacerdote observó aterrado desde su ventana, como, llenos de odio profanaron el tabernáculo, tomaron el copón y lo tiraron al suelo, esparciendo las Hostias Consagradas. Eran tiempos de persecución y el sacerdote sabía exactamente cuántas Hostias contenía el copón: Treinta y dos.
Una niñita que rezaba en la parte de atrás de la iglesia, vio todo lo sucedido. Por la noche regresó a la iglesia. Allí hizo una hora santa de oración, se adentró al santuario, se arrodilló, e inclinándose hasta el suelo, con su lengua recibió a Jesús.
La pequeña continuó regresando cada noche, haciendo su hora santa y recibiendo a Jesús Eucarístico en su lengua. En la trigésima segunda noche, después de haber consumido la última Hostia, accidentalmente hizo un ruido que despertó al guardia. Este corrió detrás de ella, la agarró, y la golpeó hasta matarla con la culata de su rifle.
El Milagro de Tumaco
El 31 de enero de 1906, en una aldea de la pequeña isla de Tumaco, en la costa del Pacífico de Colombia, se hallaban el misionero reverendo padre fray Gerardo Larrondo de San José, y su auxiliar el padre fray Julián Moreno de San Nicolás de Tolentino, ambos recoletos. Eran casi las diez de la mañana, cuando comenzó a sentirse un espantoso temblor de tierra, por más de diez minutos, según cree el padre Larrondo, [y tan intenso, que dio con todas las imágenes de la iglesia en tierra. El pánico que se apoderó de aquel pueblo, el cual todo en tropel se agolpó en la iglesia y alrededores, llorando y suplicando a los padres organizasen inmediatamente una procesión y fueran conducidas en ellas las imágenes, que en un momento fueron colocadas por la gente en sus respectivas andas.
Parecíales a los padres más prudente animar y consolar a sus feligreses, asegurándoles que no había motivo para tan horrible espanto como el que se había apoderado de todos, y en esto se ocupaban los dos fervorosos ministros del Señor cerca de la iglesia, cuando advirtieron que], como efecto de aquella continua conmoción de la tierra, iba el mar alejándose de la playa y dejando en seco quizá hasta kilómetro y medio de terreno de lo que antes cubrían las aguas, las cuales iban a la vez acumulándose mar adentro, formando como una montaña que, al descender de nivel, había de convertirse en formidable ola, quedando probablemente sepultado bajo ella y siendo barrido el pueblo, cuyo suelo se halla precisamente a más bajo nivel que el del mar.
Aterrado entonces el padre Larrondo, lanzóse precipitadamente hacia la iglesia, y, llegándose al altar, sumió a toda prisa las Formas del sagrado copón, reservándose solamente la Hostia grande, y acto seguido, vuelto hacia el pueblo, llevando el copón en una mano y en otra a Jesucristo Sacramentado, exclamó: Vamos, hijos míos, vamos todos hacia la playa y que Dios se apiade de nosotros. Como electrizados a la presencia de Jesús, y ante la imponente actitud de su ministro, marcharon todos llorando y clamando a Su Divina Majestad, tuviera misericordia de ellos.
Poco tiempo había pasado, cuando ya el padre Larrondo se hallaba en la playa, y aquella montaña formada por las aguas comenzaba a moverse hacia el continente, sin que poder alguno de la tierra fuera capaz de contrarrestar aquella arrolladora ola, que en un instante amenazaba destruir la aldea de la isla de Tumaco. No se intimidó, sin embargo, el fervoroso recoleto; antes bien, descendió intrépido a la arena y, colocándose dentro de la jurisdicción ordinaria de las aguas, en el instante mismo en que la ola estaba ya llegando y crecía hasta el último límite el terror y la ansiedad de la muchedumbre, levantó con mano firme y con el corazón lleno de fe la Sagrada hostia a la vista de todos, y trazó con ella en el espacio la señal de la Cruz. La ola avanza un paso más y, sin tocar el sagrado copón que permanece elevado, viene a estrellarse contra el ministro de Jesucristo, alcanzándole el agua solamente hasta la cintura. Apenas se ha dado cuenta el padre Larrondo de lo que acaba de sucederle, cuando oye primeramente al padre Julián, que se hallaba a su lado, y luego a todo el pueblo en masa, que exclamaban como enloquecidos por la emoción: ¡Milagro! ¡Milagro!
En efecto: como impelida por invisible poder superior a todo poder de la naturaleza, aquella ola se había contenido dulcemente, y la enorme montaña de agua, que amenazaba borrar el pueblo de la faz de la tierra, retrocedía mar adentro, volviendo a recobrar su ordinario nivel y natural equilibrio. A las lágrimas de terror sucediéronse la lágrimas de alegría; a los gritos de angustia y desaliento siguieron gritos de agradecimiento y de alabanza, y por todas partes y de todos los pechos brotaban vivas a Jesús Sacramentado.
Mandó entonces el padre Larrondo que trajeran de la iglesia la Custodia, y, colocando en ella la Sagrada Hostia, se organizó una solemnísima procesión, que fue recorriendo calles y alrededores del pueblo, hasta ingresar Su Divina Majestad con toda pompa y esplendor en su santo templo, de donde tan pobre y precipitadamente había salido momentos antes.