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Solemnidad de la Santísima Trinidad B: Comentarios de Sabios y Santos II - Preparemos con ellos la Acogida de la Palabra proclamada durante la Celebración Eucarística de la Solemnidad

 

Recursos adicionales para la preparación

 

A su disposición

Párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica sugeridos por el Directorio Homilético

Exégesis: W. Trilling - Misión de los discípulos (Mt 28,16-20)

Comentario Teológico: San Juan Pablo II - El Dios único es la inefable y Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo

Aplicación: P. Alfredo Saenz, S.J. - La Santísima Trinidad

Aplicación: San Juan Pablo II - Este gran misterio de la fe

Aplicación: SS. Benedicto XVI - El misterio de la fe cristiana

Aplicación: Mons. Díaz Díaz de San Cristobal de las Casas - Vivir la Trinidad

Aplicación: P. José A. Marcone, IVE - Simplemente, 'Dios' (Mt 28,16-20)

Aplicación: P. Jorge Loring S.I. - Domingo de la Santísima Trinidad



¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

 

comentarios a Las Lecturas del Domingo

Párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica sugeridos por el Directorio Homilético

Solemnidad de la Santísima Trinidad

CEC 202, 232-260, 684, 732: el misterio de la Trinidad
CEC 249, 813, 950, 1077-1109, 2845: en la Iglesia y en su Liturgia
CEC 2655, 2664-2672: la Trinidad y la oración
CEC 2205: la familia como imagen de la Trinidad


202 Jesús mismo confirma que Dios es "el único Señor" y que es preciso amarle con todo el corazón, con toda el alma, con todo el espíritu y todas las fuerzas (cf. Mc 12,29-30). Deja al mismo tiempo entender que él mismo es "el Señor" (cf. Mc 12,35-37). Confesar que "Jesús es Señor" es lo propio de la fe cristiana. Esto no es contrario a la fe en el Dios Unico. Creer en el Espíritu Santo, "que es Señor y dador de vida", no introduce ninguna división en el Dios único:

Creemos firmemente y afirmamos sin ambages que hay un solo verdadero Dios, inmenso e inmutable, incomprensible, todopoderoso e inefable, Padre, Hijo y Espíritu Santo: Tres Personas, pero una Esencia, una Substancia o Naturaleza absolutamente simple (Cc. de Letrán IV: DS 800).

I "EN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPIRITU SANTO"

228 Los cristianos son bautizados "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). Antes responden "Creo" a la triple pregunta que les pide confesar su fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu: "Fides omnium christianorum in Trinitate consistit" ("La fe de todos los cristianos se cimenta en la Santísima Trinidad") (S. Cesáreo de Arlés, symb.).

229 Los cristianos son bautizados en "el nombre" del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y no en "los nombres" de estos (cf. Profesión de fe del Papa Vigilio en 552: DS 415), pues no hay más que un solo Dios, el Padre todopoderoso y su Hijo único y el Espíritu Santo: la Santísima Trinidad.

230 El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la "jerarquía de las verdades de fe" (DCG 43). "Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos" (DCG 47).

231 En este párrafo, se expondrá brevemente de qué manera es revelado el misterio de la Bienaventurada Trinidad (I), cómo la Iglesia ha formulado la doctrina de la fe sobre este misterio (II), y finalmente cómo, por las misiones divinas del Hijo y del Espíritu Santo, Dios Padre realiza su "designio amoroso" de creación, de redención, y de santificación (III).

232 Los Padres de la Iglesia distinguen entre la "Theologia" y la "Oikonomia", designando con el primer término el misterio de la vida íntima del Dios-Trinidad, con el segundo todas las obras de Dios por las que se revela y comunica su vida. Por la "Oikonomia" nos es revelada la "Theologia"; pero inversamente, es la "Theologia", quien esclarece toda la "Oikonomia". Las obras de Dios revelan quién es en sí mismo; e inversamente, el misterio de su Ser íntimo ilumina la inteligencia de todas sus obras. Así sucede, analógicamente, entre las personas humanas, La persona se muestra en su obrar y a medida que conocemos mejor a una persona, mejor comprendemos su obrar.

233 La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los "misterios escondidos en Dios, que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto" (Cc. Vaticano I: DS 3015. Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra de Creación y en su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo.


II LA REVELACION DE DIOS COMO TRINIDAD El Padre revelado por el Hijo
234 La invocación de Dios como "Padre" es conocida en muchas religiones. La divinidad es con frecuencia considerada como "padre de los dioses y de los hombres". En Israel, Dios es llamado Padre en cuanto Creador del mundo (Cf. Dt 32,6; Ml 2,10). Pues aún más, es Padre en razón de la alianza y del don de la Ley a Israel, su "primogénito" (Ex 4,22). Es llamado también Padre del rey de Israel (cf. 2 S 7,14). Es muy especialmente "el Padre de los pobres", del huérfano y de la viuda, que están bajo su protección amorosa (cf. Sal 68,6).

235 Al designar a Dios con el nombre de "Padre", el lenguaje de la fe indica principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero de todo y autoridad transcendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la maternidad (cf. Is 66,13; Sal 131,2) que indica más expresivamente la inmanencia de Dios, la intimidad entre Dios y su criatura. El lenguaje de la fe se sirve así de la experiencia humana de los padres que son en cierta manera los primeros representantes de Dios para el hombre. Pero esta experiencia dice también que los padres humanos son falibles y que pueden desfigurar la imagen de la paternidad y de la maternidad. Conviene recordar, entonces, que Dios transciende la distinción humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios. Transciende también la paternidad y la maternidad humanas (cf. Sal 27,10), aunque sea su origen y medida (cf. Ef 3,14; Is 49,15): Nadie es padre como lo es Dios.

236 Jesús ha revelado que Dios es "Padre" en un sentido nuevo: no lo es sólo en cuanto Creador; Él es eternamente Padre en relación a su Hijo único, el cual eternamente es Hijo sólo en relación a su Padre:
"Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27).

237 Por eso los apóstoles confiesan a Jesús como "el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y que era Dios" (Jn 1,1), como "la imagen del Dios invisible" (Col 1,15), como "el resplandor de su gl oria y la impronta de su esencia" Hb 1,3).

238 Después de ellos, siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia confesó en el año 325 en el primer concilio ecuménico de Nicea que el Hijo es "consubstancial" al Padre, es decir, un solo Dios con él. El segundo concilio ecuménico, reunido en Constantinopla en el año 381, conservó esta expresión en su formulación del Credo de Nicea y confesó "al Hijo Unico de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, consubstancial al Padre" (DS 150).



El Padre y el Hijo revelados por el Espíritu

239 Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de "otro Paráclito" (Defensor), el Espíritu Santo. Este, que actuó ya en la Creación (cf. Gn 1,2) y "por los profetas" (Credo de Nicea-Constantinopla), estará ahora junto a los discípul os y en ellos (cf. Jn 14,17), para enseñarles (cf. Jn 14,16) y conducirlos "hasta la verdad completa" (Jn 16,13). El Espíritu Santo es revelado así como otra persona divina con relación a Jesús y al Padre.

244 El origen eterno del Espíritu se revela en su misión temporal. El Espíritu Santo es enviado a los Apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vue lve junto al Padre (cf. Jn 14,26; 15,26; 16,14). El envío de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús (cf. Jn 7,39), revela en plenitud el misterio de la Santa Trinidad.

245 La fe apostólica relativa al Espíritu fue confesada por el segundo Concilio ecuménico en el año 381 en Constantinopla: "Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre" (DS 150). La Iglesia reconoce así al Padre como "la fuente y el origen de toda la divinidad" (Cc. de Toledo VI, año
638: DS 490). Sin embargo, el origen eterno del Espíritu Santo está en conexión con el del Hijo: "El Espíritu Santo, que es la tercera persona de la Trinidad, es Dios, uno e igual al Padre y al Hijo, de la misma sustancia y también de la misma naturaleza: Por eso, no se dice que es sólo el Espíritu del Padre, sino a la vez el espíritu del Padre y del Hijo" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 527). El Credo del Concilio de Constantinopla (año 381) confiesa: "Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria" (DS
150).

246 La tradición latina del Credo confiesa que el Espíritu "procede del Padre y del Hijo (filioque)". El Concilio de Florencia, en el año 1438, explicita: "El Espíritu Santo tiene su esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente tanto del Uno como del Otro como de un solo Principio y por una sola espiración...Y porque todo lo que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo único, al engendrarlo, a excepción de su ser de Padre, esta procesión misma del Espíritu Santo a partir de l Hijo, éste la tiene eternamente de su Padre que lo engendró eternamente" (DS 1300-1301).

247 La afirmación del filioque no figuraba en el símbolo confesado el año 381 en Constantinopla. Pero sobre la base de una antigua tradición latina y alejandrina, el Papa S. León la había ya confesado dogmáticamente el año 447 (cf. DS 284) antes incluso que Roma conociese y recibiese el año 451, en el concilio de Calcedonia, el símbolo del 381. El uso de esta fórmula en el Credo fue poco a poco admitido en la liturgia latina (entre los siglos VIII y XI). La introducción del Filioque en el Símbolo de Nicea- Constantinopla por la liturgia latina constituye, todavía hoy, un motivo de no convergencia con las Iglesias ortodoxas.

248 La tradición oriental expresa en primer lugar el carácter de origen primero del Padre por relación al Espíritu Santo. Al confesar al Espíritu como "salido del Padre" (Jn 15,26), esa tradición afirma que este procede del Padre por el Hijo (cf. AG 2). La tradición occidental expresa en primer lugar la comunión consubstancial entre el Padre y el Hijo diciendo que el Espíritu  procede del Padre y del Hijo (Filioque). Lo dice "de manera legítima y razonable" (Cc. de Florencia, 1439: DS 1302), porque e l orden eterno de las personas divinas en su comunión consubstancial implica que el Padre sea el origen primero del Espíritu en tanto que "principio sin principio" (DS 1331), pero también que, en cuanto Padre del Hijo Unico, sea con él "el único princip io de que procede el Espíritu Santo" (Cc. de Lyon II, 1274: DS 850). Esta legítima complementariedad, si no se desorbita, no afecta a la identidad de la fe en la realidad del mismo misterio confesado.

III LA SANTISIMA TRINIDAD EN LA DOCTRINA DE LA FE La formación del dogma trinitario
249 La verdad revelada de la Santa Trinidad ha estado desde los orígenes en la raíz de la fe viva de la Iglesia, principalmente en el acto del bautismo. Encuentra su expresión en la regla de la fe bautismal, formulada en la predicación, la catequesis y la oración de la Iglesia. Estas formulaciones se encuentran ya en los escritos apostólicos, como este saludo recogido en la liturgia eucarística: "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros" (2 Co 13,13; cf. 1 Cor
12,4-6; Ef 4,4-6).

250 Durante los primeros siglos, la Iglesia formula más explícitamente su fe trinitaria tanto para profundizar su propia inteligencia de la fe como para defenderla contra los errores que la deformaban. Esta fue la obr a de los Concilios antiguos, ayudados por el trabajo teológico de los Padres de la Iglesia y sostenidos por el sentido de la fe del pueblo cristiano.

251 Para la formulación del dogma de la Trinidad, la Iglesia debió crear una terminología propia con ayuda de nociones de origen filosófico: "substancia", "persona" o "hipóstasis", "relación", etc. Al hacer esto, no sometía la fe a una sabiduría humana, sino que daba un sentido nuevo, sorprendente, a estos términos destinados también a significar en adelante un Misterio inefable, "infinitamente más allá de todo lo que podemos concebir según la medida humana" (Pablo VI, SPF 2).

252 La Iglesia utiliza el término "substancia" (traducido a veces también por "esencia" o por "naturaleza") para designar el ser divino en su unidad; el término "persona" o "hipóstasis" para designar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en su distinción real entre sí; el término "relación" para designar el hecho de que su distinción reside en la referencia de cada uno a los otros.



El dogma de la Santísima Trinidad

253 La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: "la Trinidad consubstancial" (Cc. Constantinopla II, año 553: DS 421). Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: "El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 530). "Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina" (Cc. de Letrán IV, año 1215: DS 804).

254 Las personas divinas son realmente distintas entre si. "Dios es único pero no solitario" (Fides Damasi: DS 71). "Padre", "Hijo", Espíritu Santo" no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: "El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 530). Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: "El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede" (Cc. Letrán IV, año 1215: DS 804). La Unidad divina es Trina.

255 Las personas divinas son relativas unas a otras. La distinción real de las personas entre sí, porque no divide la unidad divina, reside únicamente en las relaciones que las refieren unas a otras: "En los nombres relativos de las personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de estas tres personas considerando las relaciones se cree en una sola  naturaleza o substancia" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 528). En efecto, "todo es uno (en ellos) donde no existe oposición de relación" (Cc. de Florencia, año 1442: DS 1330). "A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo" (Cc. de Florencia 1442: DS 1331).

256 A los catecúmenos de Constantinopla, S. Gregorio Nacianceno, llamado también "el Teólogo", confía este resumen de la fe trinitaria:

Ante todo, guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato, con el cual quiero morir, que me hace soportar todos los males y despreciar todos los placeres: quiero decir la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Os la c onfío hoy. Por ella os introduciré dentro de poco en el agua y os sacaré de ella. Os la doy como compañera y patrona de toda vuestra vida. Os doy una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres, y contiene los Tres de una manera distinta. Divinidad sin distinción de substancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado inferior que abaje...Es la infinita connaturalidad de tres infinitos. Cada uno, considerado en sí mismo, es Dios todo entero...Dios los Tres considerados en conjunto...No he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la unidad me posee de nuevo...(0r. 40,41: PG 36,417).

IV LAS OBRAS DIVINAS Y LAS MISIONES TRINITARIAS

257 "O lux beata Trinitas et principalis Unitas!" ("¡Oh Trinidad, luz bienaventurada y unidad esencial!") (LH, himno de vísperas) Dios es eterna beatitud, vida inmortal, luz sin ocaso. Dios es amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios quiere comunicar libremente la gloria de su vida bienaventurada. Tal es el "designio benevolente" (Ef 1,9) que concibió antes de la creación del mundo en su Hijo amado, "predestinándonos a la adopción filial en él" (Ef 1,4-5), es decir, "a reproducir la imagen de su Hijo" (Rom 8,29) gracias al "Espíritu de adopción filial" (Rom 8,15). Este designio es una "gracia dada antes de todos los siglos" (2 Tm 1,9-10), nacido inmediatamente del amor trinitario. Se despliega en la obra de la creación, en toda la historia de la salvación después de la caída, en las misiones del Hijo y del Espíritu, cuya prolongación es la misión de la Iglesia (cf. AG 2-9).

258 Toda la economía divina es la obra común de las tres personas divinas. Porque la Trinidad, del mismo modo que tiene una sola y misma naturaleza, así también tiene una sola y misma operación (cf. Cc. de Constantinopla, año 553: DS 421). "El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres principios de las criaturas, sino un solo principio" (Cc. de Florencia, año 1442: DS 1331). Sin embargo, cada persona divina realiza la obra común según su propiedad personal. Así la Iglesia confiesa, siguiendo al Nuevo Testamento (cf. 1 Co 8,6): "uno es Dios y Padre de quien proceden todas las cosas, un solo el Señor Jesucristo por el cual son todas las cosas, y uno el Espíritu Santo en quien son todas las cosas (Cc. de Constantinopla II: DS 421). Son, sobre todo, las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo las que manifiestan las propiedades de las personas divinas.

259 Toda la economía divina, obra a la vez común y personal, da a conocer la propiedad de las personas divinas y su naturaleza única. Así, toda la vida cristiana es comunión con cada una de las personas divinas, sin separarlas de ningún modo. El que da gloria al Padre lo hace por el Hijo en el Espíritu Santo; el que sigue a Cristo, lo hace porque el Padre lo atrae (cf. Jn 6,44) y el Espíritu lo mueve (cf. Rom 8,14).

260 El fin último de toda la economía divina es la entrada de las criaturas en la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad (cf. Jn 17,21-23). Pero desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: "Si alguno me ama -dice el Señor- guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23).

Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te  deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora (Oración de la Santa Isabel de la Trinidad).

CAPITULO PRIMERO: EL MISTERIO PASCUAL EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA Artículo 1: LA LITURGIA, OBRA DE LA SANTISIMA TRINIDAD

I. EL PADRE, FUENTE Y FIN DE LA LITURGIA

1077. "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado" (Ef 1,3-6).

1078 Bendecir es una acción divina que da la vida y cuya fuente es el Padre. Su bendición es a la vez palabra y don ("bene-dictio", "eu-logia"). Aplicado al hombre, este término significa la adoración y la entrega a su Creador en la acción de gracias.

1079 Desde el comienzo y hasta la consumación de los tiempos, toda la obra de Dios es bendición. Desde el poema litúrgico de la primera creación hasta los cánticos de la Jerusalén celestial, los autores inspirados anuncian el designio de salvación como una inmensa bendición divina.

1080 Desde el comienzo, Dios bendice a los seres vivos, especialmente al hombre y la muje r. La alianza con Noé y con todos los seres animados renueva esta bendición de fecundidad, a pesar del pecado del hombre por el cual la tierra queda "maldita". Pero es a partir de Abraham cuando la bendición divina penetra en la historia humana, que se encaminaba hacia la muerte, para hacerla volver a la vida, a su fuente: por la fe del "padre de los creyentes" que acoge la bendición se inaugura la historia de la salvación.

1081 Las bendiciones divinas se manifiestan en acontecimientos maravillosos y salvadores: el nacimiento de Isaac, la salida de Egipto (Pascua y Exodo), el don de la Tierra prometida, la elección de David, la Presencia de Dios en el templo, el exilio purificador y el retorno de un "pequeño resto". La Ley, los Profetas y los Salmos que tejen la liturgia del Pueblo elegido recuerdan a la vez estas bendiciones divinas y responden a ellas con las bendiciones de alabanza y de acción de gracias.

1082 En la Liturgia de la Iglesia, la bendición divina es plenamente revelada y comunicada: el Padre es reconocido y adorado como la fuente y el fin de todas las bendiciones de la Creación y de la Salvación; en su Verbo, encarnado, muerto y resucitado por nosotros, nos colma de sus bendiciones y por él derrama en nuestros corazones el Don que contiene todos los dones: el Espíritu Santo.

1083 Se comprende, por tanto, que en cuanto respuesta de fe y de amor a las "bendiciones espirituales" con que el Padre nos enriquece, la liturgia cristiana tiene una doble dimensión. Por una parte, la Iglesia, unida a su Señor y "bajo la acción el Espíritu Santo" (Lc 10,21), bendice al Padre "por su Don inefable" (2 Co 9,15) mediante la adoración, la alabanza y la acción de gracias. Por otra parte, y hasta la consumación del designio de Dios, la Iglesia no cesa de presentar al Padre "la ofrenda de sus propios dones" y de implorar que el Espíritu Santo venga sobre esta ofrenda, sobre ella misma, sobre los fieles y sobre el mundo entero, a fin de que por la comunión en la muerte y en la resurrección de Cristo-Sacerdote y por el poder del Espíritu estas bendiciones divinas den frutos de vida "para alabanza de la gloria de su gracia" (Ef 1,6).


II LA OBRA DE CRISTO EN LA LITURGIA

Cristo glorificado...

1084 "Sentado a la derecha del Padre" y derramando el Espíritu Santo sobre su Cuerpo que es la Iglesia, Cristo actúa ahora por medio de los sacramentos, instituidos por él para comunicar su gracia. Los sacramentos son signos sensibles (palabras y acciones), accesibles a nuestra humanidad actual. Realizan eficazmente la gracia que significan en virtud de la acción de Cristo y por el poder del Espíritu Santo.

1085 En la Liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza principalmente su misterio pascual. Durante su vida terrestre Jesús anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio pascual. Cuando llegó su Hora (cf Jn 13,1; 17,1), vivió el único acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere, es sepultado, resucita de entre los muertos y se sienta a la derecha del Padre "una vez por todas" (Rm 6,10; Hb 7,27; 9,12). Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida.



...desde la Iglesia de los Apóstoles...

1086 "Por esta razón, como Cristo fue enviado por el Padre, él mismo envió también a los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, no sólo para que, al predicar el Evangelio a toda criatura, anunciaran que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos ha liberado del poder de Satanás y de la muerte y nos ha conducido al reino del Padre, sino también para que realizaran la obra de salvación que anunciaban mediante el sacrificio y los sacramentos en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica" (SC 6)

1087 Así, Cristo resucitado, dando el Espíritu Santo a los Apóstoles, les confía su poder de santificación (cf Jn
20,21-23); se convierten en signos sacramentales de Cristo. Por el poder del mismo Espíritu Santo confían este poder a sus sucesores. Esta "sucesión apostólica" estructura toda la vida litúrgica de la Iglesia. Ella misma es sacramental, transmitida por el sacramento del Orden.


...está presente en la Liturgia terrena...

1088 "Para llevar a cabo una obra tan grande" -la dispensación o comunicación de su obra de salvación-"Cristo está siempre presente en su Iglesia, principalmente en los actos litúrgicos. Está presente en el sacrificio de la misa, no sólo en la persona del ministro, `ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz', sino también, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues es El mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura. Está presente, finalmente, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: `Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos' (Mt 18,20)" (SC 7).

1089 "Realmente, en una obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a la Iglesia, su esposa amadísima, que invoca a su Señor y por El rinde culto al Padre Eterno" (SC 7)


...que participa en a Liturgia celestial.
1090 "En la liturgia terrena pregustamos y participamos en aquella liturgia celestial que se celebra en la ciudad santa, Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre, como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero; cantamos un himno de gloria al Señor con todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos, esperamos participar con ellos y acompañarlos; aguardamos al Salvador, nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste El, nuestra Vida, y nosotros nos manifestamos con El en la gloria" (SC 8; cf. LG 50).



III EL ESPIRITU SANTO Y LA IGLESIA EN LA LITURGIA

1091 En la Liturgia, el Espíritu Santo es el pedagogo de la fe del Pueblo de Dios, el artífice de las "obras maestras de Dios" que son los sacramentos de la Nueva Alianza. El deseo y la obra del Espíritu en el corazón de la Iglesia es que vivamos de la vida de Cristo resucitado. Cuando encuentra en nosotros la respuesta de fe que él ha suscitado, entonces se realiza una verdadera cooperación. Por ella, la Liturgia viene a ser la obra común del Espíritu Santo y de la Iglesia.

1092 En esta dispensación sacramental del misterio de Cristo, el Espíritu Santo actúa de la misma manera que en los otros tiempos de la Economía de la salvación: prepara la Iglesia para el encuentro con su Señor, recuerda y manifiesta a Cristo a la fe de la asamblea; hace presente y actualiza el misterio de Cristo por su poder transformador; finalmente, el Espíritu de comunión une la Iglesia a la vida y a la misión de Cristo.



El Espíritu Santo prepara a recibir a Cristo

1093 El Espíritu Santo realiza en la economía sacramental las figuras de la Antigua Alianza. Puesto que la Iglesia de Cristo estaba "preparada maravillosamente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza" (LG 2), la Liturgia de la Iglesia conserva como una parte integrante e irremplazable, haciéndolos suyos, algunos elementos del culto de la Antigua Alianza:

- principalmente la lectura del Antiguo Testamento;
- la oración de los Salmos;
- y sobre todo la memoria de los acontecimientos salvíficos y de las realidades significativas que encontraron su cumplimiento en el misterio de Cristo (la Promesa y la Alianza; el Exodo y la Pascua, el Reino y el Templo; el Exilio y el Retorno).

1094 Sobre esta armonía de los dos Testamentos (cf DV 14-16) se articula la catequesis pascual del Señor (cf Lc 24,13-49), y luego la de los Apóstoles y de los Padres de la Iglesia. Esta catequesis pone de manifiesto lo que permanecía oculto bajo la letra del Antiguo Testamento: el misterio de Cristo. Es llamada catequesis "tipológica", porque revela la novedad de Cristo a partir de "figuras" (tipos) que la anunciaban en los hechos, las palabras y los símbolos de la primera Alianza. Por esta relectura en el Espíritu de Verdad a partir de Cristo, las figuras son explicadas (cf 2 Co 3, 14-16). Así, el diluvio y el arca de Noé prefiguraban la salvación por el Bautismo (cf 1 P 3,21), y lo mismo la nube, y el paso del mar Rojo; el agua de la roca era la figura de los dones espirituales de Cristo (cf 1 Co 10,1-6); el maná del desierto prefiguraba la Eucaristía "el verdadero Pan del Cielo" (Jn 6,32).

1095 Por eso la Iglesia, especialmente durante los tiempos de Adviento, Cuaresma y sobre todo en la noche de Pascua, relee y revive todos estos acontecimientos de la historia de la salvación en el "hoy" de su Liturgia. Pero esto exige también que la catequesis ayude a los fieles a abrirse a esta inteligencia "espiritual" de la Economía de la salvación, tal como la Liturgia de la Iglesia la manifiesta y nos la hace vivir.

1096 Liturgia judía y liturgia cristiana. Un mejor conocimiento de la fe y la vida religiosa del pueblo judío tal como son profesadas y vividas aún hoy, puede ayudar a comprender mejor ciertos aspectos de la Liturgia  cristiana. Para los judíos y para los cristianos la Sagrada Escritura es una parte esencial de sus respectivas liturgias: para la proclamación de la Palabra de Dios, la respuesta a esta Palabra, la adoración de alabanza y de intercesión por los vivos y los difuntos, el recurso a la misericordia divin a. La liturgia de la Palabra, en su estructura propia, tiene su origen en la oración judía. La oración de las Horas, y otros textos y formularios litúrgicos tienen sus paralelos también en ella, igual que las mismas fórmulas de nuestras oraciones más venerables, por ejemplo, el Padre Nuestro. Las plegarias eucarísticas se inspiran también en modelos de la tradición judía. La relación entre liturgia judía y liturgia cristiana, pero también la diferencia de sus contenidos, son particularmente visibles en las grandes fiestas del año litúrgico como la Pascua. Los cristianos y los judíos celebran la Pascua: Pascua de la historia, orientada hacia el porvenir en los judíos; Pascua realizada en la muerte y la resurrección de Cristo en los cristianos, aunque siempre en espera de la consumación definitiva.

1097 En la Liturgia de la Nueva Alianza, toda acción litúrgica, especialmente la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos es un encuentro entre Cristo y la Iglesia. La asamblea litúrgica recibe su unidad de la "comunión del Espíritu Santo" que reúne a los hijos de Dios en el único Cuerpo de Cristo. Esta reunión desborda las afinidades humanas, raciales, culturales y sociales.

1098 La Asamblea debe prepararse para encontrar a su Señor, debe ser "un pueblo bien dispuesto". Esta preparación de los corazones es la obra común del Espíritu Santo y de la Asamblea, en particular de sus ministros. La gracia del Espíritu Santo tiende a suscitar la fe, la conversión del corazón y la adhesión a la voluntad del Padre. Estas disposiciones preceden a la acogida de las otras gracias ofrecidas en la celebración misma y a los frutos de Vida nueva que está llamada a producir.


El Espíritu Santo recuerda el Misterio de Cristo

1099 El Espíritu y la Iglesia cooperan en la manifestación de Cristo y de su obra de salvación en la Liturgia.
Principalmente en la Eucaristía, y análogamente en los otros sacramentos, la Liturgia es Memorial del Misterio de la salvación. El Espíritu Santo es la memoria viva de la Iglesia (cf Jn 14,26).

1100 La Palabra de Dios. El Espíritu Santo recuerda primeramente a la asamblea litúrgica el sentido del acontecimiento de la salvación dando vida a la Palabra de Dios que es anunciada para ser recibida y vivida:

La importancia de la Sagrada Escritura en la celebración de la liturgia es máxima. En efecto, de ella se toman las lecturas que luego se explican en la homilía, y los salmos que se cantan; las preces, oraciones e himnos litúrgicos están impregnados de su aliento y su inspiración; de ella reciben su significado las acciones y los signos (SC 24).

1101 El Espíritu Santo es quien da a los lectores y a los oyentes, según las disposiciones de sus corazones, la inteligencia espiritual de la Palabra de Dios. A través de las palabras, las acciones y los s ímbolos que constituyen la trama de una celebración, el Espíritu Santo pone a los fieles y a los ministros en relación viva con Cristo, Palabra e Imagen del Padre, a fin de que puedan hacer pasar a su vida el sentido de lo que oyen, contemplan y realizan en la celebración.

1102 "La fe se suscita en el corazón de los no creyentes y se alimenta en el corazón de los creyentes con la palabra de la salvación. Con la fe empieza y se desarrolla la comunidad de los creyentes" (PO 4). El anuncio de la Palabra de Dios no se reduce a una enseñanza: exige la respuesta de fe, como consentimiento y compromiso, con miras a la Alianza entre Dios y su pueblo. Es también el Espíritu Santo quien da la gracia de la fe, la fortalece y la hace crecer en la comunidad. La asamblea litúrgica es ante todo comunión en la fe.

1103 La Anámnesis. La celebración litúrgica se refiere siempre a las intervenciones salvíficas de Dios en la historia. "El plan de la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; ... las palabras proclaman las obras y explican su misterio" (DV 2). En la Liturgia de la Palabra, el Espíritu Santo "recuerda" a la Asamblea todo lo que Cristo ha hecho por nosotros. Según la naturaleza de las acciones litúrgicas y las tradiciones rituales de las Iglesias, una celebración "hace memoria" de las maravillas de Dios en una Anámnesis más o menos desarrollada. El Espíritu Santo, que despierta así la memoria de la Iglesia, suscita entonces la acción de gracias y la alabanza (Doxologia).



El Espíritu Santo actualiza el Misterio de Cristo

1104 La Liturgia cristiana no sólo recuerda los acontecimientos que nos salvaron, sino que los actualiza, los hace presentes. El Misterio pascual de Cristo se celebra, no se repite; son las celebraciones las que se repiten; en cada una de ellas tiene lugar la efusión del Espíritu Santo que actualiza el único Misterio.

1105 La epíclesis ("invocación sobre") es la intercesión mediante la cual el sacerdote suplica al Padre que envíe el Espíritu santificador para que las ofrendas se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y para que los fieles, al recibirlos, se conviertan ellos mismos en ofrenda viva para Dios.

1106 Junto con la Anámnesis, la Epíclesis es el centro de toda celebración sacramental, y muy particularmente de la Eucaristía:

Preguntas cómo el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo y el vino...en Sangre de Cristo. Te respondo: el Espíritu Santo irrumpe y realiza aquello que sobrepasa toda palabra y todo pensamiento...Que te baste oír que es por la acción del Espíritu Santo, de igual modo que gracias a la Santísima Virgen y al mismo Espíritu, el Señor, por sí mismo y en sí mismo, asumió la carne humana (S. Juan Damasceno, f.o., IV, 13).

1107 El poder transformador del Espíritu Santo en la Liturgia apresura la venida del Reino y la consumación del Misterio de la salvación. En la espera y en la esperanza nos hace realmente anticipar la comunión plena con la Trinidad Santa. Enviado por el Padre, que escucha la epíclesis de la Iglesia, el Espíritu da la vida a los que lo acogen, y constituye para ellos, ya desde ahora, "las arras" de su herencia (cf Ef 1,14; 2
Co 1,22).


La comunión del Espíritu Santo

1108 La finalidad de la misión del Espíritu Santo en toda acción litúrgica es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo. El Espíritu Santo es como la savia de la viña del Padre que da su fruto en los sarmientos (cf Jn 15,1-17; Ga 5,22). En la Liturgia se realiza la cooperación más íntima entre el Espíritu Santo y la Iglesia. El Espíritu de Comunión permanece indefectiblemente en la Iglesia, y por eso la Iglesia es el gran sacramento de la comunión divina que reúne a los hijos de Dios dispersos. El fruto del Espíritu en la Liturgia es inseparablemente comunión con la Trinidad Santa y comunión fraterna (cf 1 Jn 1,3-7).

1109 La Epíclesis es también oración por el pleno efecto de la comunión de la Asamblea con el Misterio de Cristo. "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo" (2 Co 13,13) deben permanecer siempre con nosotros y dar frutos más allá de la celebración eucarística. La Iglesia, por tanto, pide al Padre que envíe el Espíritu Santo para que haga de la vida de los fieles una ofrenda viva a Dios mediante la transformación espiritual a imagen de Cristo, la preocupación por la unidad de la Iglesia y la participación en su misión por el testimonio y el servicio de la caridad.

La oración al Padre

2664 No hay otro camino de oración cristiana que Cristo. Sea comunitaria o individual, vocal o interior, nuestra oración no tiene acceso al Padre más que si oramos "en el Nombre" de Jesús. La santa humanidad de Jesús es, pues, el camino por el que el Espíritu Santo nos enseña a orar a Dios nuestro Padre.



La oración a Jesús

2665 La oración de la Iglesia, alimentada por la palabra de Dios y por la celebración de la liturgia, nos enseña a orar al Señor Jesús. Aunque esté dirigida sobre todo al Padre, en todas las tradiciones litúrgicas incluye formas de oración dirigidas a Cristo. Algunos salmos, según su actualización en la Oración de la Iglesia, y el Nuevo Testamento ponen en nuestros labios y gravan en nuestros corazones las invocaciones de esta oración a Cristo: Hijo de Dios, Verbo de Dios, Señor, Salvador, Cordero de Dios, Rey, Hijo amado, Hijo de la Virgen, Buen Pastor, Vida nuestra, nuestra Luz, nuestra Esperanza, Resurrección nuestra, Amigo de los hombres...

2666 Pero el Nombre que todo lo contiene es aquel que el Hijo de Dios recibe en su encarnación: Jesús. El nombre divino es inefable para los labios humanos (cf Ex 3, 14; 33, 19-23), pero el Verbo de Dios, al asumir nuestra humanidad, nos lo entrega y nosotros podemos invocarlo: "Jesús", "YHVH salva" (cf Mt 1, 21). El Nombre de Jesús contiene todo: Dios y el hombre y toda la Economía de la creación y de la salvación. Decir "Jesús" es invocarlo desde nuestro propio corazón. Su Nombre es el único que contiene la presencia que significa. Jesús es el resucitado, y cualquiera que invoque su Nombre acoge al Hijo de Dios que le amó y se entregó por él (cf Rm 10, 13; Hch 2, 21; 3, 15-16; Ga 2, 20).

2667 Esta invocación de fe bien sencilla ha sido desarrolla da en la tradición de la oración bajo formas diversas en Oriente y en Occidente. La formulación más habitual, transmitida por los espirituales del Sinaí, de Siria y del Monte Athos es la invocación: "Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ¡Ten piedad de nosotros, pecadores!" Conjuga el himno cristológico de Flp 2, 6-11 con la petición del publicano y del mendigo ciego (cf Lc 18,13; Mc 10, 46-52). Mediante ella, el corazón está acorde con la miseria de los hombres y con la misericordia de su Salvador.

2668 La invocación del santo Nombre de Jesús es el camino más sencillo de la oración continua. Repetida con frecuencia por un corazón humildemente atento, no se dispersa en "palabrerías" (Mt 6, 7), sino que "conserva la Palabra y fructifica con perseverancia" (cf Lc 8, 15). Es posible "en todo tiempo" porque no es una ocupación al lado de otra, sino la única ocupación, la de amar a Dios, que anima y transfigura toda acción en Cristo Jesús.

2669 La oración de la Iglesia venera y honra al Corazón de Jesús, como invoca su Santísimo Nombre. Adora al Verbo encarnado y a su Corazón que, por amor a los hombres, se dejó traspasar por nuestros pecados. La oración cristiana practica el Vía Crucis siguiendo al Salvador. Las estaciones desde el Pretorio, al Gólgota y al Sepulcro jalonan el recorrido de Jesús que con su santa Cruz nos redimió.



"Ven, Espíritu Santo"

2670 "Nadie puede decir: '¡Jesús es Señor!' sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Co 12, 3). Cada vez que en la oración nos dirigimos a Jesús, es el Espíritu Santo quien, con su gracia preveniente, nos atrae al Camino de la oración. Puesto que él nos enseña a orar recordándonos a Cristo, ¿cómo no dirigirnos también a él orando? Por eso, la Iglesia nos invita a implorar todos los días al Espíritu Santo, especialmente al comenzar y al terminar cualquier acción importante.

Si el Espíritu no debe ser adorado, ¿cómo me diviniza él por el bautismo? Y si debe ser adorado, ¿no debe ser objeto de un culto particular? (San Gregorio Nacianceno, or. theol. 5, 28).

2671 La forma tradicional para pedir el Espíritu es invocar al Padre por medio de Cristo nuestro Señor para que nos dé el Espíritu Consolador (cf Lc 11, 13). Jesús insiste en esta petición en su Nombre en el momento mismo en que promete el don del Espíritu de Verdad (cf Jn 14, 17; 15, 26; 16, 13). Pero la oración más sencilla y la más directa es también la más tradicional: "Ven, Espíritu Santo", y cada tradición litúrgica la ha desarrollado en antífonas e himnos:

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor (cf secuencia de Pentecostés).

Rey celeste, Espíritu Consolador, Espíritu de Verdad, que estás presente en todas partes y lo llenas todo, tesoro de todo bien y fuente de la vida, ven, habita en nosotros, purifícanos y sálvanos. ¡Tú que eres bueno! (Liturgia bizantina. Tropario de vísperas de Pentecostés).

2672 El Espíritu Santo, cuya unción impregna todo nuestro ser, es el Maestro interior de la oración cristiana. Es el artífice de la tradición viva de la oración. Ciertamente hay tantos caminos en la oración como orantes, pero es el mismo Espíritu el que actúa en todos y con todos. En la comunión en el Espíritu Santo la oración cristiana es oración en la Iglesia.

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Exégesis: W. Trilling - Misión de los discípulos (Mt 28,16-20)

16 Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había señalado. 17 Y cuando lo vieron, lo adoraron, aunque algunos quedaron indecisos. 18 Y acercándose Jesús a ellos, les habló así: Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. 19 Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20 enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado. Y mirad: yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos.

En Galilea el encuentro otra vez ocurre en un monte. Está tan indeterminado como todos los montes de que antes se habló. En un monte se había proclamado la doctrina de la verdadera justicia (5,1). Por otra parte, desde un monte se publica la orden de Jesús resucitado para el tiempo que ha de durar hasta el fin del mundo. Como Jesús lo ha predicho, están otra vez reunidos todos (26,32), menos el que le entregó. Los once discípulos se hallan alrededor del Maestro, están de nuevo reunidos el pastor y el pequeño rebaño. Miran y se postran en actitud de adorar.

En otra ocasión ya lo habían hecho, cuando por la noche en el lago se les había manifestado Jesús como Señor de los elementos. Se habían postrado en la barca y habían confesado. "¡Realmente, eres Hijo de Dios!" (14,33). Ahora saben con precisión a quién vieron entonces, y saben que Jesús recibió legalmente su confesión. El que ahora está entre ellos, no sólo es el Señor de los elementos, sino también su Señor y el Señor del universo. Se le ha transmitido todo poder en el cielo y en la tierra. El Padre ha recompensado ubérrimamente la obediencia del Hijo. No sólo le han sido confiados distintos poderes, como el de perdonar pecados (9,6), el de enseñar (21,23), poder sobre las enfermedades y demonios, sino toda clase de poder y todo el poder en el sentido ilimitado. En este poder también se incluye su cargo como Hijo del hombre que regresa, y como juez del fin de los tiempos.

Esta es la gloriosa confirmación del mesianismo de Jesús, mesianismo que Dios le otorgó y que el mismo Dios puede manifestar.

Lo fundamental de lo que dice Jesús es el encargo que confía a los discípulos de hacer asimismo discípulos a todos los pueblos. Ahora debe estar abierto a todos aquello para lo que fueron elegidos. No se exceptúa ningún pueblo, ni siquiera el obstinado pueblo de Israel. Eso debe suceder de una doble manera, por medio del bautismo y de la enseñanza. Es raro que no se nombren a la inversa estas dos maneras. Para poder bautizarse primero se tiene que creer. Pero aquí debe decirse que el bautismo solo no basta, aunque sea fundamental para la vida del discípulo. El bautismo tiene que acreditarse en la vida según la enseñanza del Maestro. Las dos cosas juntas producirán discípulos que merezcan este nombre.

El bautismo debe efectuarse en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. No será un bautismo penitencial para perdón de los pecados, como el de Juan el Bautista (3,6.11). Tampoco será el bautismo de muerte, al que Jesús tenía que someterse en representación de la humanidad (Mc 10,38s). Este bautismo será un bautismo para la vida con Dios. Se invoca sobre el bautizado el nombre del Padre y por consiguiente este nombre ya realiza de antemano aquello de lo que se hace definitiva donación al fin del mundo, es decir, el obsequio de la filiación de Dios: "Bienaventurados los pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios" (5,9). En el bautismo deben llegar a ser hijos del Padre, y deben vivir como hijos, tal como lo quiere el Padre.

"Así seréis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, el cual hace salir el sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia sobre justos e injustos" (5,45). Y resumiendo: "Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial" (5,48). Sobre el bautizado se invoca el nombre del Hijo y se establece la unidad de vida con el Hijo. Desde este día en adelante tendrá validez que el que hace una obra buena a uno de sus hermanos más pequeños, lo hace al mismo Jesús. Porque el más pequeño también es hermano entre los hermanos en el mismo Hijo Jesucristo. Especialmente de los apóstoles se podrá decir: "Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien a mí me recibe, recibe a aquel que me envió" (10,40). En el juicio Jesús se declarará en favor de los que se han declarado en favor de él, y negará a los que le han negado (cf. 10,32s). El que por amor ha alimentado a un hambriento, ha dado de beber a un sediento, ha vestido a un desnudo, ha visitado a un enfermo o preso, en el juicio experimentará que todo eso fue hecho a Jesús (25,40). Porque Jesús se hizo hermano de todos, y todos han participado en su filiación... (cf. Ga 4, 6s).

Sobre el bautizado se invoca el nombre del Espíritu Santo y se establece la unidad de vida con él. Con el Espíritu de Dios el Mesías empezó su obra, ya que este Espíritu le condujo al desierto (4,1). Con el Espíritu de Dios expulsó a los demonios y así hizo venir el reino de Dios (12,28). Si los discípulos están ante el tribunal por causa del Evangelio, no tendrán que hablar guiándose por la propia prudencia, sino que será "el Espíritu de vuestro Padre quien hablará en vosotros" (10,20). Pero con este Espíritu de Dios podrán recorrer el camino de la imitación, aunque conduzca a la verificación de la entrega de la vida. Entonces ante sus ojos estará Cristo que se ha ofrecido a sí mismo como sacrificio expiatorio en el Espíritu Santo (cf. Heb 9,14).

La instrucción de los bautizados debe contener todo lo que les ha encargado Jesús. Está escrito en este Evangelio, especialmente en los grandes discursos. Son indicaciones del Maestro, enseñanza acerca de los verdaderos discípulos y camino que conduce a la voluntad real de Dios. Contienen el "camino de la justicia" (21,32). Nada de todo eso puede suprimirse, nada se puede añadir ni interpretar en otro sentido, nada puede ser debilitado. El Kyrios resucitado lo confirma solemnemente. La gigantesca obra de llevar la luz a todos los pueblos, no será efecto humano. Sobre todo los discípulos no están abandonados a su propia capacidad ni dependen de sus débiles fuerzas. Muchas veces se mostró en el Evangelio cuán poco pueden hacer los discípulos, cuando se necesita "un poco de fe". Los discípulos tienen en Jesús un poderoso protector. Yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos. La mirada está dirigida a la amplitud y lejanía de un largo tiempo. Solamente tiene su horizonte allí donde la era actual queda relevada por la venidera. Antes que el Hijo del hombre se manifieste como juez, estará con sus discípulos y sostendrá su actuación. Jesús está presente entre ellos de un modo espiritual y eficiente. No solamente cuando están reunidos alrededor de la mesa y piensan en la muerte de Jesús y comen el santo manjar, sino siempre y en todas partes. La nueva comunidad de la salvación no solamente se declara por doquier partidaria del único Señor, sino que lo tiene en medio de ella.
(TRILLING, W., El Evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969).

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Comentario Teológico: San Juan Pablo II - El Dios único es la inefable y Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo

1. La Iglesia profesa su fe en el Dios único, que es al mismo tiempo Trinidad Santísima e inefable de Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y la Iglesia vive de esta verdad, contenida en los más antiguos Símbolos de Fe, y recordada en nuestros tiempos por Pablo VI, con ocasión del 1900 aniversario del martirio de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo (1968), en el Símbolo que él mismo presentó y que se conoce universalmente como "Credo del Pueblo de Dios".

Sólo el que se nos ha querido dar a conocer y que "habitando una luz inaccesible" (1 Tim 6, 16) es en Sí mismo por encima de todo nombre, de todas las cosas y de toda inteligencia creada... puede darnos el conocimiento justo y pleno de Sí mismo, revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo, a cuya eterna vida nosotros estamos llamados, por su gracia, a participar, aquí abajo en la oscuridad de la fe y, después de la muerte, en la luz perpetua... (cf. Insegnamenti di Paolo VI, Vol. VI, 1968, págs. 302-303.).

2. Dios, que para nosotros es incomprensible, ha querido revelarse a Sí mismo no sólo como único creador y Padre omnipotente, sino también como Padre, Hijo y Espíritu Santo. En esta revelación la verdad sobre Dios, que es amor, se desvela en su fuente esencial: Dios es amor en la vida interior misma de una única Divinidad.

Este amor se revela como una inefable comunión de Personas.

3. Este misterio -el más profundo: el misterio de la vida íntima de Dios mismo- nos lo ha revelado Jesucristo: "El que está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocer" (Jn 1, 18). Según el Evangelio de San Mateo, las últimas palabras, con las que Jesucristo concluye su misión terrena después de la resurrección, fueron dirigidas a los Apóstoles: "Id... y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"(Mt 28, 19). Estas palabras inauguraban la misión de la Iglesia, indicándole su compromiso fundamental y constitutivo. La primera tarea de la Iglesia es enseñar y bautizar -y bautizar quiere decir "sumergir" (por esto, se bautiza con agua)- en la vida trinitaria de Dios.

Jesucristo encierra en estas últimas palabras todo lo que precedentemente había enseñado sobre Dios: sobre el Padre, sobre el Hijo y sobre el Espíritu Santo. Efectivamente, había anunciado desde el principio la verdad sobre el Dios único, en conformidad con la tradición de Israel. A la pregunta: "¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?", Jesús había respondido: "El primero es: Escucha Israel: el Señor, nuestr o Dios, es el único Señor" (Mc 12, 29). Y al mismo tiempo Jesús se había dirigido constantemente a Dios como a "su Padre", hasta asegurar: "Yo y el Padre somos una sola cosa" (Jn 10, 30). Del mismo modo había revelado también al "Espíritu de verdad, que procede del Padre" y que -aseguró- "yo os enviaré de parte del Padre" (Jn 15, 26).

4. Las palabras sobre el bautismo "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo", confiadas por Jesús a los Apóstoles al concluir su misión terrena, tienen un significado particular, porque han consolidado la verdad sobre la Santísima Trinidad, poniéndola en la base de la vida sacramental de la Iglesia. La vida de fe de todos los cristianos comienza en el bautismo, con la inmersión en el misterio del Dios vivo. Lo pr ueban las Cartas apostólicas, ante todo las de San Pablo. Entre las fórmulas trinitarias que contienen, la más conocida y  constantemente usada en la liturgia, es la que se halla en la segunda Carta a los Corintios: "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios (Padre) y la comunión del Espíritu Santo esté con todos vosotros" ( 2 Cor 13, 13). Encontramos otras en la primera Carta a los Corintios; en la de los Efesios y también en la primera Carta de San Pedro, al comienzo del primer capítulo (1 Pe 1, 1-2).

Como un reflejo, todo el desarrollo de la vida de oración de la Iglesia ha asumido una conciencia y un aliento trinitario: en el Espíritu, por Cristo, al Padre.

5. De este modo, la fe en el Dios uno y trino entró desde el principio en la Tradició n de la vida de la Iglesia y de los cristianos. En consecuencia, toda la liturgia ha sido -y es- por su esencia, trinitaria, en cuanto que es expresión de la divina economía. Hay que poner de relieve que a la comprensión de este supremo misterio de la Santísima Trinidad ha contribuido la fe en la redención, es decir, la fe en la obra salvífica de Cristo. Ella manifiesta la misión del Hijo y del Espíritu Santo que en el seno de la Trinidad eterna proceden "del Padre", revelando la "economía trinitaria" presente en la redención y en la santificación. La Santa Trinidad se anuncia ante todo mediante la soteriología, es decir, mediante el conocimiento de la "economía de la salvación", que Cristo anuncia y realiza en su misión mesiánica. De este conocimiento arranca el camino para el conocimiento de la Trinidad "inmanente", del misterio de la vida íntima de Dios.

6. En este sentido el Nuevo Testamento contiene la plenitud de la revelación trinitaria. Dios, al revelarse en Jesucristo, por una parte desvela quién es Dios para el hombre y, por otra, descubre quién es Dios en Sí mismo, es decir, en su vida íntima. La verdad "Dios es amor" (1 Jn 4, 16), expresada en la primera Carta de Juan, posee aquí el valor de clave de bóveda. Si por medio de ella se descubre quién es Dios para el hombre, entonces se desvela también (en cuanto es posible que la mente humana lo capte y nuestras palabras lo expresen), quién es Él en Sí mismo. Él es Unidad, es decir, Comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

7. El Antiguo Testamento no reveló esta verdad de modo explícito, pero la preparó, mostrando la Paternidad de Dios en la Alianza con el Pueblo, manifestando su acción en el mundo con la Sabiduría, la Palabra y el Espíritu (Cf., por ejemplo, Sab 7, 22-30; Prov 8, 22-30; Sal 32/33, 4-6; 147, 15; Is 55, 11; Sab 12, 1; Is 11, 2; Sir 48, 12). El Antiguo Testamento principalmente consolidó ante todo en Israel y luego fuera de él la verdad sobre el Dios único, el quicio de la religión monoteísta. Se debe concluir, pues, que el Nuevo Testamento trajo la plenitud de la revelación sobre la Santa Trinidad y que la verdad trinitaria ha estado desde el principio en la raíz de la fe viva de la comunidad cristiana, por medio del bautismo y de la liturgia. Simultáneamente iban las reglas de la fe, con las que nos encontramos abundantemente tanto en las Cartas apostólicas, como en el testimonio del kerygma, de la catequesis y de la oración de la Iglesia.

8. Un tema aparte es la formación del dogma trinitario en el contexto de la defensa contra las herejías de los primeros siglos. La verdad sobre Dios uno y trino es el más profundo misterio de la fe y también el más difícil de comprender: se presentaba, pues, la posibilidad de interpretaciones equivocadas, especialmente cuando el cristianismo se puso en contacto con la cultura y la filosofía griega. Se trataba de "inscribir" correctamente el misterio del Dios trino y uno "en la terminología del 'ser' ", es decir, de expresar de manera precisa en el lenguaje filosófico de la época los conceptos que definían inequívocamente tanto la unidad como la trinidad del Dios de nuestra Revelación.

Esto sucedió ante todo en los dos grandes Concilios Ecuménicos de Nicea (325) y de Constantinopla (381). El fruto del magisterio de estos Concilios es el "Credo" niceno-constantinopolitano, con el que, desde aquellos tiempos, la Iglesia expresa su fe en el Dios uno y trino: Padre, Hijo y Es píritu Santo. Recordando la obra de los Concilios, hay que nombrar a algunos teólogos especialmente beneméritos, sobre todo entre los Padres de la Iglesia. En el período pre-niceno citamos a Tertuliano, Cipriano, Orígenes, Ireneo, en el niceno a Atanasio y Efrén Sirio, en el anterior al Concilio de Constantinopla recordamos a Basilio Magno, Gregorio Nacianceno y Gregorio Niseno, Hilario, hasta Ambrosio, Agustín, León Magno.

9. Del siglo V proviene el llamado Símbolo atanasiano, que comienza con la palabra "Quicumque", y que constituye una especie de comentario al Símbolo niceno-constantinopolitano.

El "Credo del Pueblo de Dios" de Pablo VI confirma la fe de la Iglesia primitiva cuando proclama: "Los mutuos vínculos que constituyen eternamente las tres Personas, que son cada una el único e idéntico Ser divino, son la bienaventurada vida íntima de Dios tres veces Santo, infinitamente más allá de todo lo que nosotros podemos concebir según la humana medida (cf. D.-Sch. 804)" (Insegnamenti di Paolo VI, 1968, pág. 303): realmente, ¡inefable y santísima Trinidad - único Dios!

(Juan Pablo II, Audiencia General del miércoles 9 de octubre de 1985)

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Aplicación: P. Alfredo Saenz, S.J. - La Santísima Trinidad

En este domingo, fiesta de la Santísima Trinidad, la Iglesia lee las últimas líneas del evangelio de San Mateo, que contienen la misión que Cristo confió a sus Apóstoles de enseñar a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Dios trino. Después de haber recorrido, a lo largo del año litúrgico, la vida de Cristo, desde su nacimiento hasta el envío del Espíritu Santo, se dedica este domingo a contemplar el misterio insondable de la Santísima Trinidad. La Trinidad, causa suprema de nuestra redención, y fin último de nuestra existencia, clausura este complejo proceso de la historia de la salvación, así como en la liturgia todas las oraciones se cierran con una alabanza trinitaria.

No se crea que este misterio es algo abstracto, que no interesa nuestro quehacer cotidiano. Trátase, por el contrario, de un misterio preñado de vida, como que expresa la intimidad misma de Dios, fuente inagotable de vida espiritual. Es, por cierto, el misterio más profundo de Dios que, lógicamente, excede de lejos los límites de nuestra pobre razón humana. Pero aun cuando reservemos para la vida futura la gracia de contemplarlo sin velos, intentemos ahora, con la ayuda de Dios, entreabrir un poco su telón.

¿Qué podemos decir acerca de la Trinidad? Dios es tan rico y fecundo que, al conocerse, desde toda la eternidad, engendra una Persona, su Imagen plena, el Hijo de Dios: si el Padre es fuente, el Hijo es río; si el Padre es sol, el Hijo es su resplandor. Y el amor entre el Padre y el Hijo es tan intenso que de él brota otra Persona, el Espíritu Santo. Poco más es lo que nuestra fe nos permitiría agregar acerca de esa inefable vida intratrinitaria. Dejemos, pues, esas alturas que dan vértigo, para considerar cómo cada una de las Personas han actuado en la historia de salvación. Es cierto que las acciones de las Tres Personas hacia afuera son comunes y conjuntas. Sin embargo, podemos atribuir a cada una de ellas una actividad específica. Incluso la revelación de las tres Personas ha sido progresiva, comportándose Dios como un pedagogo que se da a conocer al hombre paso a paso.

— El Antiguo Testamento nos revela especialmente la acción del Padre a quien, en su bondad inmensa, en un desborde de amor, se le atribuye de manera particular la creación.

— El Nuevo Testamento nos presenta la obra del Hijo de Dios hecho hombre. La Encarnación del Verbo nos permite, como es obvio, conocer mejor al Hijo, pero al mismo tiempo su luz nos descubre más al Padre, porque, según vimos, el Hijo es la Imagen del Padre, Imagen hecha visible a los hombres. El Hijo de Dios hecho carne nos reveló su infinita generosidad entregándose a sí mismo por nosotros y ofreciéndonos en herencia todos los misterios de su vida: para que su nacimiento purificase nuestro nacimiento, para que su muerte destruyese la nuestra, para que su resurrección precediese nuestra resurrección, para que su ascensión preparase la nuestra. Una vez cumplida su misión, retornó a la casa de donde había partido, al seno de su Padre, quien lo colocó a su diestra. Debemos agregar que Jesús no sólo nos reveló mejor al Padre sino que también nos dio un esbozo de la persona del Espíritu Santo, el cual tuvo ocasión de manifestarse acompañando a Cristo en sus misterios.

— Con la desaparición visible de Cristo, a raíz de su Ascensión, comienza propiamente la obra del Espíritu Santo en la Iglesia, complementando lo realizado por Jesús, quien antes de irse nos había dicho: "No os dejaré huérfanos". Pentecostés es el punto de partida de la acción del Espíritu. Esta acción se prolongará a lo largo de toda la historia de la Iglesia ya que, si bien es cierto que la revelación quedó concluida con la muerte del último Apóstol, sin embargo el Espíritu no cesa de ayudar a los fieles en la adquisición de una inteligencia más penetrante de esa misma revelación. El es el enviado del Padre y del Hijo, la alegría de Dios, porque es fruto del amor, del éxtasis divino. El nos hace pasar de las tinieblas a la luz, de la muerte a la resurrección, es el germen de la vida divina, el que obra nuestra santificación. El es la solidez de nuestra vida espiritual, la fecundidad de nuestro apostolado, la fortaleza que pulveriza nuestra capacidad de cobardía.

Resumiendo podemos decir: Desde toda la eternidad, el Padre engendra al Hijo, y de ambos deriva el Espíritu. También en este orden la Santísima Trinidad se fue revelando progresivamente a lo largo de la historia de salvación. En cambio nuestra santificación sigue el proceso inverso al de la revelación divina, ya que comienza por obra del Espíritu, el cual nos conduce al Hijo, para hacernos hijos en el Hijo, de modo que desde allí podamos llamar a Dios "Abba", es decir, "Padre". Tal es la fórmula tradicional: en el Espíritu por Cristo al Padre. Aclarémoslo un poco más. El mismo Espíritu que llena el universo, penetra igualmente nuestra alma; la vivifica, haciéndola nacer a la vida "espiritual", en el sentido fuerte del término; en una palabra, como dice San Pablo en la epístola de hoy, "se une a nuestro espíritu, para dar testimonio de que somos hijos de Dios"; o sea, nos introduce en Cristo, el Hijo por antonomasia, gracias al cual alcanzamos la filiación divina. Y por Cristo llegamos al Padre. El Hijo y el Espíritu son como las dos manos por las que el Padre atrae a los hombres hacia sí. Tal es el circuito admirable de nuestra redención: todo viene de Dios —a partir del Padre por el Hijo en el Espíritu—, y todo retorna a Dios —a partir del Espíritu por el Hijo hasta llegar al Padre.

Así, pues, no solamente conocemos al Padre, al Hijo y al Espíritu por lo que nos dice el catecismo o la teología, sino también por la experiencia que tenemos de su presencia y de su acción en nosotros y en el conjunto de la Iglesia. Gracias al Bautismo hemos ingresado en la Iglesia, la familia de Dios. La Iglesia es la casa del Padre: en ella todos somos hijos de un Padre común; allí vivimos en contacto permanente con el Hijo —como los sarmientos con la Vid—, con el Hijo que es la cabeza de la Iglesia; allí el Espíritu está siempre rebrotando en santidad. Que todos sean uno, rogó Jesús, "como tú, Padre, y yo somos uno". Si antaño Dios pudo decir: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, ahora podría agregar: Así como nosotros somos Tres Personas en la unidad de un solo Dios, que también ellos, sin dejar de ser personas, se hagan uno en Cristo.

Sigamos la celebración del Santo Sacrificio de la Misa. Allí tributaremos "por Cristo, con él y en él, a Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria". Gracias a la Eucaristía, el cuerpo glorioso de Cristo, dominado por el Espíritu, penetrará más profundamente en nosotros para llevarnos al Padre. Gracias a ella, progresaremos un poco más en la intimidad de la familia divina, viviremos más entrañados en la Trinidad. Hasta que un día, hechos ofrenda eterna, podamos cantar en la eternidad el himno de los ángeles que ya comenzamos a entonar en la tierra: Santo, Santo, Santo; Santo el Padre, Santo el Hijo, Santo el Espíritu, exaltando las maravillas de aquella Trinidad cuya gloria llena los ciclos y la tierra.
(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo B, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1993, p. 164-167)


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Aplicación: San Juan Pablo II - Este gran misterio de la fe


1. «Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo: al Dios que es, que era y que vendrá» (Aclamación del Aleluya).

La Iglesia repite sin cesar esta aclamación a la santísima Trinidad. En efecto, la oración cristiana comienza con el signo de la cruz: «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo», y concluye a menudo con la doxología trinitaria: «Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo, Padre, en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por todos los siglos de los siglos».

La comunidad de los creyentes eleva cada día una ininterrumpida aclamación trinitaria, pero hoy, primer domingo después de Pentecostés, celebramos de modo especial este gran misterio de la fe.

Gloria tibi, Trinitas, aequalis, una Deitas, et ante omnia saecula et nunc et in perpetuum! «Gloria a ti, Trinidad, en la igualdad de las Personas, único Dios, antes de todos los siglos, ahora y por siempre» (Primeras Vísperas de la solemnidad de la santísima Trinidad).

En esta fórmula litúrgica contemplamos el misterio de la unidad inefable y de la inescrutable Trinidad de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es lo que profesamos en el Credo apostólico:

«Creo en un solo Dios (...).
Creo en un solo Señor, Jesucristo (...).
Por obra del Espíritu Santo
se encarnó en el seno de María,
la Virgen,
y se hizo hombre».


El Credo niceno-constantinopolitano prosigue:

«Creo en el Espíritu Santo,
Señor y dador de vida,
que procede del Padre y del Hijo,
que con el Padre y el Hijo
recibe una misma adoración y gloria,
y que habló por los profetas».


Esta es nuestra fe. Esta es la fe de la Iglesia. Este es el Dios de nuestra fe: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

2. La liturgia de la Palabra nos invita a profundizar nuestra fe trinitaria. En la primera lectura, tomada del Deuteronomio, hemos escuchado las palabras de Moisés, que nos recuerdan cómo Dios se eligió un pueblo y se le manifestó de modo especial. El concilio Vaticano II, después de afirmar que el hombre, por la creación, puede llegar a conocer a Dios como Ser primero y absoluto, anota que Dios mismo se reveló a la humanidad, en primer lugar a través de mediadores y, luego, por medio de su Hijo (cf. Dei Verbum, 3-4). El Dios que hoy confesamos es el Dios de la Revelación y creemos todo lo que él ha querido revelar de sí mismo.

Las lecturas bíblicas de este domingo ponen de relieve que Dios vino a hablar de sí mismo al hombre, revelándole quién es. Y eligió a Israel como destinatario de su manifestación. Dijo al pueblo escogido: «Pregunta (...) a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás (...) algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?» (Dt 4, 32-33). Con estas palabras Moisés quiere aludir a la manifestación de Dios en el monte Sinaí y a la entrega de los diez mandamientos, así como a su experiencia personal en el monte Horeb. En esa ocasión Dios le había hablado desde la zarza ardiente, encomendándole la misión de liberar a Israel de la esclavitud de Egipto y le había revelado su propio nombre: «Yahveh» «Yo soy el que soy» (cf. Ex 3, 1-14).

3. Estos textos bíblicos nos sirven de guía en un camino de profundización del misterio trinitario, que lleva desde Moisés hasta Cristo. El evangelista san Mateo refiere que, antes de subir al cielo, el Resucitado dijo a los discípulos: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 18-19). El misterio manifestado a Moisés desde la zarza ardiente es revelado plenamente en Cristo en su aspecto trinitario. En efecto, por medio de él descubrimos la unidad de la divinidad, la trinidad de las Personas. Misterio del Dios vivo, misterio de la vida de Dios. Jesús es profeta de este misterio. Él se ofreció a sí mismo en sacrificio sobre el altar de este inmenso misterio de amor.


6. «Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abbá, Padre!» (Rm 8, 15).

San Pablo, con estas palabras, pone de manifiesto que la Iglesia apostólica anuncia a la santísima Trinidad. Dios se revela como dador de vida por medio de Cristo, único Mediador.

Creemos en el Hijo de Dios, que trajo la vida divina como fuego, para que se encendiera sobre la tierra. Creemos en el Espíritu Santo, que es Señor y dador de vida. Por obra del Espíritu Santo los creyentes son constituidos hijos en el Hijo, como escribe san Juan en el Prólogo de su evangelio (cf. Jn 1, 13). Los hombres, engendrados por el Espíritu, se dirigen a Dios con las mismas palabras de Cristo, llamándolo: «¡Abbá, Padre! ».

Por el bautismo hemos sido injertados en la comunión trinitaria. Todo cristiano es bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; es inmerso en la vida de Dios. ¡Qué gran don y gran misterio!

Con mucha razón, por consiguiente, la Iglesia canta con profunda gratitud en el Te Deum su fe en la Trinidad:

«Sanctus, sanctus, sanctus, Dominus Deus sabaoth».
«Los cielos y la tierra están llenos de tu gloria.
Te aclama el coro de los Apóstoles
y el blanco ejército de los mártires;
la santa Iglesia proclama tu gloria,
adora a tu único Hijo,
y al Espíritu Santo Paráclito». Amén.
(Solemnidad de la Santísima Trinidad, Domingo 25 de mayo de 1997)


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Aplicación: SS. Benedicto XVI - El misterio de la fe cristiana

Queridos hermanos y hermanas:

Después del tiempo pascual, que culmina en la fiesta de Pentecostés, la liturgia prevé estas tres solemnidades del Señor: hoy, la Santísima Trinidad; el jueves próximo, el Corpus Christi, que en muchos países, entre ellos Italia, se celebrará el domingo próximo; y, por último, el viernes sucesivo, la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Cada una de estas celebraciones litúrgicas subraya una perspectiva desde la que se abarca todo el misterio de la fe cristiana; es decir, respectivamente, la realidad de Dios uno y trino, el sacramento de la Eucaristía y el centro divino-humano de la Persona de Cristo. En verdad, son aspectos del único misterio de salvación, que en cierto sentido resumen todo el itinerario de la revelación de Jesús, desde la encarnación, la muerte y la resurrección hasta la ascensión y el don del Espíritu Santo.

Hoy contemplamos la Santísima Trinidad tal como nos la dio a conocer Jesús. Él nos reveló que Dios es amor "no en la unidad de una sola persona, sino en la trinidad de una sola sustancia" (Prefacio): es Creador y Padre misericordioso; es Hijo unigénito, eterna Sabiduría encarnada, muerto y resucitado por nosotros; y, por último, es Espíritu Santo, que lo mueve todo, el cosmos y la historia, hacia la plena recapitulación final. Tres Personas que son un solo Dios, porque el Padre es amor, el Hijo es amor y el Espíritu es amor. Dios es todo amor y sólo amor, amor purísimo, infinito y eterno. No vive en una espléndida soledad, sino que más bien es fuente inagotable de vida que se entrega y comunica incesantemente.

Lo podemos intuir, en cierto modo, observando tanto el macro-universo —nuestra tierra, los planetas, las estrellas, las galaxias— como el micro-universo —las células, los átomos, las partículas elementales—. En todo lo que existe está grabado, en cierto sentido, el "nombre" de la Santísima Trinidad, porque todo el ser, hasta sus últimas partículas, es ser en relación, y así se trasluce el Dios-relación, se trasluce en última instancia el Amor creador. Todo proviene del amor, tiende al amor y se mueve impulsado por el amor, naturalmente con grados diversos de conciencia y libertad.

"¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!" (Sal 8, 2), exclama el salmista. Hablando del "nombre", la Biblia indica a Dios mismo, su identidad más verdadera, identidad que resplandece en toda la creación, donde cada ser, por el mismo hecho de existir y por el "tejido" del que está hecho, hace referencia a un Principio trascendente, a la Vida eterna e infinita que se entrega; en una palabra, al Amor. "En él —dijo san Pablo en el Areópago de Atenas— vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17, 28). La prueba más fuerte de que hemos sido creados a imagen de la Trinidad es esta: sólo el amor nos hace felices, porque vivimos en relación, y vivimos para amar y ser amados. Utilizando una analogía sugerida por la biología, diríamos que el ser humano lleva en su "genoma" la huella profunda de la Trinidad, de Dios-Amor.

La Virgen María, con su dócil humildad, se convirtió en esclava del Amor divino: aceptó la voluntad del Padre y concibió al Hijo por obra del Espíritu Santo. En ella el Omnipotente se construyó un templo digno de él, e hizo de ella el modelo y la imagen de la Iglesia, misterio y casa de comunión para todos los hombres. Que María, espejo de la Santísima Trinidad, nos ayude a crecer en la fe en el misterio trinitario.
(Solemnidad de la Santísima Trinidad, Ángelus del Domingo 7 de junio de 2009)


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Aplicación: Mons. Díaz Díaz de San Cristóbal de las Casas - Vivir la Trinidad


Deuteronomio 4, 32-34. 39-40: “El Señor es el Dios del cielo y de la tierra, y no hay otro”.
Salmo 32: “Dichoso el pueblo escogido por Dios”.
Romanos 8, 14-17: “Ustedes han recibido un espíritu de hijos en virtud del cual podemos llamar Padre a Dios”.
Mateo 28, 16-20: “Bauticen a todos los pueblos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

Santísima Trinidad y Sagrada Familia

 
Hay un precioso mosaico que sirvió como símbolo del Encuentro Mundial de las Familias en Milán en 2012. Cuenta con hermosos colores que ofrecen una oportunidad para purificar nuestros ojos. La luz y el color inicialmente nos atraen. Luego distinguimos las formas, muy sencillas de tres personas: Jesús, José y María. Hay paz en estas tres personas. Una paz que se expresa en los colores y en la luz. José mira hacia lo alto como para tomar inspiración desde el cielo. El cielo se abre y “la Mano de Dios” hace descender una llama de Amor sobre el mundo. En particular “la Llama” baja sobre María que fija sus ojos sobre cada uno de nosotros como se mira a un hijo predilecto. Mientras tanto, con gesto de madre, sostiene los primeros pasos de Jesús que camina hacia nosotros y fija sus ojos en los nuestros como diciendo: “Aquí estoy para ti como un don, un don para tu corazón, un don de amor que nace del corazón de la Trinidad y se encarna en la Sagrada Familia”. Familia de carne y modelo de familia sostenida y cimentada en el Amor Trinitario.

Todos los días iniciamos nuestra jornada “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Todos los días queremos vivir a plenitud esa participación que nos ofrece nuestro Dios Trino y Uno. Pero hoy nuestra celebración tiene un sentido muy especial. Es cierto que cada día, y en especial los domingos, nuestra alabanza y contemplación están dirigidas a nuestro Dios, es cierto que siempre todo lo que hacemos tiene su origen y su finalidad en Él, pero hoy lo queremos hacer de un modo más consciente, detenernos un momento y contemplarlo, experimentar su vida interior, y dejarnos “bañar”, envolver, por su amor. Moisés, en la primera lectura de este domingo, se deshace en elogios y alabanzas a un Dios que ha mostrado su poder a favor del pueblo, que ha creado con amor especial al hombre, que le habla, que lo acompaña, que lo ha sacado de la esclavitud para hacerlo su pueblo. Dios es alguien que se ha revelado, se ha descubierto y ha dejado entrever su rostro en medio del fuego. Se vincula con toda la persona; ha convertido a Israel en su pueblo predilecto; ha pasado a ser su propiedad personal. Todos estos beneficios han sido gratuitos, inmerecidos por parte de los israelitas. Y por eso Moisés le pide al pueblo que no lo olvide, que su ley es ley de vida para mantener la relación con Dios, fuente de felicidad.

Cuando escucho a Moisés hablar y expresarse así de Dios, me resulta extraño oír a quienes afirman que el Dios del Antiguo Testamento es un dios cruel y castigador… Es cierto, es celoso, pero por amor. Pero más extrañas me resultan las imágenes que muchos de nosotros tenemos de Dios, reducido a caricatura de lo que no es. A una especie de tapagujeros para solucionar lo que nuestra ignorancia o pereza no han descubierto. Alguien a quien echarle la culpa de nuestros complejos y fracasos. Alguien lejano y al mismo tiempo inquisidor. Y entonces, cuando se tiene este concepto tan erróneo de Dios, se acaba por negarlo, aunque después se le busque en la belleza, en la justicia, en el deseo de comunidad y de amor.

Si ya en el Antiguo Testamento encontrábamos destellos de esta bondad y belleza de un Dios cercano, con Cristo, “el Verbo hecho carne”, Dios rompe los muros donde lo habíamos encerrado, el cielo, el templo y el santuario, y se hace caminante, compañero, amigo y hermano. Un rostro que descubre y devela un gran misterio y que nos llama a conocerlo y vivirlo: “Ven y lo verás”. “No los llamo siervos porque el siervo no sabe lo que hace su amo, los llamo amigos porque les he dado a conocer todo lo que he aprendido del Padre.” Y nos invita a participar de esa vida, unidad y dinamismo que en compañía del Espíritu están viviendo. Su deseo es que: “todos sean uno como tú en mí y yo en ti somos uno”. Nuestro Dios en su misterio más íntimo no es soledad, sino una familia. Y a esta unidad y vitalidad nos invita el Señor Jesús. Es el misterio que nos quiere revelar, pero no para examinarlo científicamente, sino para vivirlo en amor y amistad. Los científicos ahora se preocupan de las glándulas y hormonas que ayudan o estorban a despertar el amor o la amistad, pero quien ama de verdad, quien es amigo de verdad, no necesita descripciones sino la experiencia del amor. Así también Jesús nos llama y nos invita a vivir en esta armonía, dinámica y creadora, de la Santísima Trinidad, donde todo es unidad, creación y explosión de amor. Como dice San Pablo podemos llamar cariñosamente a Dios “Abbá”, “Papá”, con la sencillez de un niño, guiados por el Espíritu y sostenidos por nuestro hermano Jesús.

¿Hemos vivido esta experiencia a la que nos invita Jesús? ¿Hemos exprimentado la unión y el amor trinitario en nuestras vidas? Entonces no podremos callarlo. El envío de Jesús en el evangelio no tendría ningún sentido si no hemos vivido el amor en primera persona. No tiene sentido “bautizarse”, sumergirse, perderse en la Trinidad, si no estamos llenos del Espíritu de Amor. No es cuestión de aprendizaje, es cuestión de vida, de dejarse amar, de perderse en el infinito de este Dios Trino que nos llena de toda su vida, de su amor y de su Espíritu creador. Nuestro envío tiene el mismo sentido y el mismo poder de Jesús: “Así como el Padre me ha enviado”. Entonces también nosotros somos enviados a proclamar, a vivir y a anunciar el amor que hay en nuestro Dios. Necesitamos compartir lo que nosotros hemos experimentado y a hacer partícipes de este amor a todos los hombres. Día de la Santísima Trinidad, día en que debemos vivir plenamente esta comunión con nuestro Dios, con nuestra familia y con todos nuestros hermanos ¿Cómo lo estamos viviendo?

Dios Padre, que al enviar al mundo al Verbo de verdad y al Espíritu de santidad, revelaste a los hombres tu misterio admirable, concédenos que al profesar la fe verdadera, reconozcamos la gloria de la eterna Trinidad y adoremos la unidad de su majestad omnipotente. Amén.
(Mons. Enrique Díaz Díaz, San Cristóbal de las Casas, 29 de mayo de 2015, ZENIT.org)


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Aplicación: P. José A. Marcone, IVE - Simplemente, 'Dios' (Mt 28,16-20)

Introducción

Si bien esta solemnidad de la Santísima Trinidad que estamos celebrando hoy corresponde al Domingo VIII del Tiempo Ordinario, sin embargo, este domingo tiene un carácter de fundamento y de inicio. Más que una continuación del Tiempo Ordinario truncado con el Miércoles de Ceniza, es un comienzo. En efecto, a partir del primer domingo de Adviento hasta el día de hoy han pasado casi seis meses. De es os seis meses, solamente un mes ha estado consagrado al Tiempo Ordinario. Los otros cinco se han distribuido entre el Tiempo de Adviento, el Tiempo de Cuaresma y el Tiempo Pascual. Y a partir de este domingo quedan otros seis meses de Tiempo Ordinario que culminarán a fines de noviembre con la Solemnidad de Cristo Rey.

La Iglesia tiene presente que se trata de un comienzo. Después de haber celebrado el Misterio de Cristo completo (Nacimiento-Adviento y Misterio Pascual-Tiempo Pascual con su preparación, la Cuaresma), ahora la Iglesia quiere que comencemos de nuevo. Y por esta razón quiere que celebremos hoy el misterio fontal del cristianismo. ¿Cuál es el misterio fontal del cristianismo? Dicho de una manera obvia, brevísima y casi brutal: Dios. ¿Y por qué, entonces, una solemnidad de la Santísima Trinidad? Porque Dios es Trino. Pero lo que la Iglesia quiere decir a los cristianos y al mundo entero es: "Recordemos el fundamento de todo. Dios es el fundamento de todo". El pensamiento de la Iglesia no se dirige principalmente hoy a subrayar el hecho de que Dios es Trino. No tiene como intención principal el hecho de dar por supuesto que todos creen en Dios y hoy hay que profundizar en el hecho de que ese Dios aceptado universalmente es, al mismo tiempo, Trino e n personas. La solemnidad de hoy no está principalmente orientada a explicar qué significa que Dios es uno en naturaleza y tres en Personas.

No. No se trata de eso. Se trata simplemente de una obviedad: empezar por el principio. Se trata de poner la piedra fundamental de todo el edificio de la religión; una sola palabra, que en castellano tiene cuatro letras: Dios. Se trata de decir de una manera concisa, escueta y lacónica: Dios. Se trata de decir de una manera sucinta, desnuda y seca: Dios. Se trata de decir de una manera sobria, parca y abreviada: Dios. Se trata de decir de una manera compendiosa, resumida y sumaria: Dios. Se trata de decir de una manera sentenciosa, sintética y condensada: Dios. Se trata de decir de una manera precisa, exacta y justa: Dios. Se trata de decir de una manera concreta y tajante: Dios. Se trata de decir, simplemente, 'Dios'.

1. Dios, fundamento de todo

Si no se cree en Dios se desploma toda la realidad, tanto el hombre como la naturaleza. La fe en Dios no es una decisión arbitraria del hombre que 'decide' creer. La fe en Dios es algo que brota de la misma naturaleza racional del hombre. Lo único que es necesario aceptar es la obviedad de que el hombre puede pensar y amar. Una vez que se acepta que el hombre es capaz de pensar y de amar, necesariamente debe aceptarse la existencia de Dios.

¿Por qué? Porque dentro de esa estructura racional del hombre existe lo que se llama el principio de causalidad. El principio de causalidad se expresa de la siguiente manera: "Todo efecto tiene una causa proporcional a ese efecto". Es imposible que un hombre viva sin aplicar continuamente el principio de causalidad, por la sencilla razón que lo lleva absolutamente incorporado a su naturaleza racional. Lo aplicamos a cada paso de nuestra vida cotidiana. No quiero dar los infinitos ejemplos que podrían darse para que a mi homilía se le puedan aplicar los adjetivos de: breve, concisa, sobria, sintética, etc. Los ejemplos clásicos son: si hay un jardín ordenado y bello, nadie duda en llevar inmediatamente su pensamiento al jardinero que ni ve ni conoce. Lo mismo con un reloj o cualquier otro artefacto complejo.

Con la contemplación más elemental del universo y aplicando el principio de causalidad, el hombre debe llegar a la existencia de un Creador, de un Ser Supremo. Por la sola razón el hombre debe llegar a comprender que existe un ser que es: Primera Causa Creadora, Espíritu Puro, Ser Personal, Libre, Trascendente y Providente1. Si el hombre no llega a esta adquisición de su inteligencia está actuando por debajo de su capacidad de hombre.

Pero hay que tener mucho cuidado, porque no solamente la existencia de Dios con esos atributos es algo que le corresponde a la razón humana por el solo hecho de ser razón humana. Una vez que Dios, espontáneamente y por propia iniciativa, se ha revelado manifestando su ser completo, el hombre, llevado por su sola condición de hombre, por el solo hecho de ser racional debe aceptar dicha revelación. Esto lo dice de manera insuperable Cornelio Fabro: "El hombre que vive después de la Revelación llevada a su perfección en Jesucristo y se encuentra en grado de conocerla, tiene la obligación de conocer y aceptar todo lo que Dios ha hecho conocer al hombre sobre su naturaleza y sobre las relaciones que Él tiene con el mundo y con el hombre. Por lo tanto, aun cuando permanecen diferenciados los dos órdenes de la naturaleza y de la gracia, no hay para el hombre, después del advenimiento del cristianismo, más que un único concepto de Dios. Este concepto de Dios consta de dos momentos, a saber, el de la razón y el de la Revelación, pero es un único concepto. Lo que sucede es que el momento de la razón no puede contentarse con cualquier concepto de Dios; ni siquiera puede contentarse con cualquier forma de monoteísmo, sino que recién debe detenerse sobre aquella concepción de Dios que esté en armonía con todo el contenido de la Revelación"2.

Por lo tanto, no sólo corresponde a la razón natural del hombre la afirmación de la existencia de un Dios Creador y Personal, Espíritu Puro. Después de la revelación de que en Dios hay tres Personas y que una de ellas se hizo hombre, el hombre está obligado, llevado por su sola naturaleza racional, a buscar esa verdad y aceptarla. Quiere decir que la sola razón humana debe servir al hombre de vehículo para la aceptación completa de Dios: Creador, Trino en Personas y Dios hecho hombre, Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, perfecto Dios y perfecto hombre, Salvador del hombre.

Si Dios es la Primera Causa Creadora del hombre, es también, por lógica consecuencia, su Causa Final. El reconocimiento de Dios como Causa Creadora lleva al hombre a reconocer, de manera necesaria, que debe acomodar sus actos de tal manera que tiendan hacia Dios como Causa Final. Este 'acomodar sus actos' según la Causa Final es lo que se llama la 'conducta moral'.

Pero, como sucedía con el conocimiento simplemente natural de Dios, el hombre natural no puede cumplir toda la ley de manera adecuada. Por lo tanto, también en el ámbito moral el hombre debe aceptar la revelación que Dios ha hecho en Jesucristo acerca de la conducta moral del hombre. Así como el conocimiento de Dios tenía un momento racional y un momento revelado, así también la conducta moral tiene un momento natural (la ley natural) y un momento revelado (el cristianismo). Pero, después de Cristo, en realidad, la moral es única; precisamente, la de Jesucristo, que absorbe e integra la ley natural.

Como vemos, quitado Dios se derrumba y se desploma toda la realidad. Todo queda sin explicación. La naturaleza no puede ser explicada de ningún modo y el hombre comienza a gastar energías enormes para explicar la existencia del mundo. Mientras tanto, el hombre niega a sí mismo el ejercicio más simple y más obvio de su misma inteligencia: el principio de causalidad.

En cuanto a la conducta moral, el hombre sin Dios anda por el mundo como una nave sin timón, sufre en medio de las tormentas de la vida y, lo que es peor, pierde la bienaventuranza eterna. Es como una barca que pierde el Norte o como un marino que cierra sus ojos para no ver el Faro que le indica el camino.

Es imposible una moral sin Dios. Dice sabiamente Cornelio Fabro, en un texto un poco largo pero sustancial: "También la ética católica reconoce que el hombre puede tener un 'cierto conocimie nto' de los deberes aun sin el conocimiento del verdadero Dios. (…). Pero el conocimiento 'cumplido' de los propios deberes (…) exige el conocimiento del último fin de sus actos y del primer principio de sus deberes, el cual es Dios. (…) Por un lado, no existe ninguna verdadera religiosidad que no comporte en el hombre la obligación moral. Pero, por otro lado, la obligación moral, en su despliegue integral, comporta factores y valores (la buena y la mala consciencia, el remordimiento, la desesperación ante lo demoníaco y el heroísmo de la santidad…), que exigen absolutamente el fundamento teológico. Una moral atea, por lo tanto, es una contradictio in adiecto3, porque es inevitable (…) cuando no se quiere reconocer a Dios, que no se puedan conservar ni siquiera los valores naturales del hombre. Entonces se cae, necesariamente, en lo infra -humano y en la práctica sistemática de la violencia privada y pública. También la moral atea es víctima de aquel prejuicio moderno de la suficiencia del hombre y no acepta la paradoja advertida ya por los mejores espíritus de la civilización clásica antes de Cristo: el hombre, precisamente para seguir siendo hombre, debe ser 'más que hombre', es decir, reconocer la divinidad y aceptar sus leyes. Aquella paradoja tiene su inefable paralelo y contrapartida en el cristianismo, donde, mediante la encarnación, Dios, para salvar al hombre, se hizo, al decir de San Pablo, menos que Dios (cf. Filp 2,6-8). De esto se sigue que, incluso, la 'definitiva' respuesta a la exigencia de la mo ral, el hombre la encuentra en la Revelación"4.

Fácilmente puede verse, también, que sin Dios y sin la moral que brota de Dios se quitan y se derrumban los fundamentos de la sociedad humana. Eso es lo que quiere decir C. Fabro cuando dice que una moral at ea justifica "la práctica sistemática de la violencia privada y pública". Con una moral así no existe ninguna norma cierta que sirva de criterio para la más elemental convivencia humana.

2. El mundo contemporáneo y Dios

Hablando en general, el mundo de hoy ha dejado de creer en Dios, el mundo de hoy es decididamente ateo. Este es el juicio que hace ese gran pensador que fue Cornelio Fabro. Él dice: "La máxima parte de las formas del pensamiento moderno tienen como fundamento el ateísmo o en él desembocan necesariamente"5. Es decir, aquello que es causa de la cultura concreta (el pensamiento) es ya hoy decididamente ateo. Por lo tanto, se puede decir que el mundo de hoy es ateo6. Por eso Cornelio Fabro también hablaba, ya en 1974, de "la vehemencia de la negación de Dios que nos avasalla por todas partes"7.

Podemos distinguir cinco tipos de ateísmo. 1. El ateísmo doctrinal: es aquel que, con la inteligencia, hace un juicio por el cual afirma que no existe un Dios personal.

2. El ateísmo práctico: "Es ateísmo práctico cuando se vive sin reconocer a Dios, cuando se vive 'como si' Dios no existiese, o bien, sin preocuparse de su existencia y organizando la propia vida privada y pública prescindiendo de la existencia de cualquier Principio Absoluto que trascienda los valores del individuo y de la especie humana"8.

A-gnósticos son por indiferencia son aquellos que "ignoran completamente a Dios y no están en grado de dar un juicio sobre Dios, o bien afirman que el problema no les interesa. Niega n a Dios indirectamente"9.

4. El agnosticismo. Esta palabra proviene del griego. La partícula inicial a-, es negativa. El término gnosis significa 'conocimiento'. A-gnosticismo es la teoría que niega que la inteligencia sea capaz de conocer la esencia de las cosas y, por lo tanto, hace al hombre incapaz de elevarse de la contemplación del ser al Creador del ser. El a-gnosticismo niega "que la consideración de las creaturas, de las formas y de los modos de ser de la realidad finita es la 'vía' que permite y obliga a reconocer el Ser Infinito"10.

5. El anti-teísmo: es la actitud de aquellos que "se dedican a demoler los fundamentos de las pruebas de la existencia de Dios, de la necesidad de la religión y del culto, y de todo aquello que se conecta necesaria mente con ellos (Providencia, inmortalidad del alma, ley natural, sanción moral, etc.)"11. El anti-teísmo suele tener su brazo político que busca destruir todos los vestigios de Dios y a los creyentes en Dios. Es lo que sucedió con el marxismo, por ejemplo12.

Este brazo político del anti-teísmo se ha desplazado hoy hacia lo que podemos llamar 'el Gobierno Mundial' o 'el Gobierno Global' o (con un término más anticuado) 'Sinarquía'. Respecto a este 'Gobierno Mundial' decía el P. Julio Meinvielle ya en 1966: "En el mundo de hoy existe un Poder Oculto de hombres que tratan de establecer una Ciudad materialista, atea y satánica que procure la perdición eterna del hombre. Este Poder Oculto, que opera desde hace siglos, trabaja hoy en forma acelerada para el domini o universal y total del mundo. Sus planes están muy adelantados. Y después del comunismo y del capitalismo quiere implantar la Ciudad tecnocrática de la Sinarquía. Para la Sinarquía ya ha pasado la era del capitalismo y del comunismo. Viene la era de la civilización socialista tecnocrática. Este poder Oculto tiene, en el nivel económico, el alto poder de la Banca judía mundial; pero sería un error creer que es ésta el Poder supremo. El Supremo es necesariamente teológico, teocrático. En las sectas de la Alta masonería, donde se ha de rendir culto a Satanás, allí se han de tomar las grandes decisiones que hacen a la vida de los pueblos"13. Por lo tanto, el Gobierno Mundial o Sinarquía, en su núcleo duro, es satánico y masónico14.

Esta Sinarquía o Gobierno Mundial trata de ejercer su poder desde los más altos organismos internacionales, como, por ejemplo, la ONU. Por este motivo, la persecución contra la religión, contra Dios y contra los creyentes se está haciendo, en estos momentos, desde esos mismos organismos internacionales. Dice un valiente obispo argentino: "La extensión y simultaneidad de los ataques contra la Iglesia ya tiene las características de una conspiración. No se trata -señala- de episodios aislados: numerosos hechos recientes, indican, en su simultaneidad, que se avanza contra el cristianismo en cuanto tal, atacando su centro vital (…).
.
Últimamente se ha desatado en todo el mundo una ola prepotente, impúdica, de desprecio y odio a Jesucris to. No sólo a la Iglesia o a los cristianos, sino al mismo Cristo"15.

3. Las causas del ateísmo contemporáneo

La primera causa del ateísmo que vivimos hoy está en las doctrinas filosóficas que, como el agnosticismo, niegan la capacidad de la razón humana de conocer la verdad en sí. Estos sistemas filosóficos niegan la posibilidad de conocer a Dios y, por lo tanto, son ateos y son causa importantísima del ateísmo. Por eso dice C. Fabro: "De esta manera la filosofía se exorcizó del Absoluto"16.

La segunda causa del ateísmo actual es el Protestantismo. Dice C. Fabro: "Si uno de los factores más responsables del ateísmo contemporáneo fue, sin duda, el subjetivismo de la filosofía moderna, es necesario remontarse más allá, al subjetivismo de la Reforma protestante. Como bien dijo Campanella: 'Todos los herejes terminan en el ateísmo'. Pero esto lo dice además el mismo San Pio X en la Pascendi: 'Ciertamente, el error de los protestantes dio el primer paso en esta vía' (nº 40). El individualismo religioso de la Reforma, como convienen los estudiosos del pensamiento moderno de todas las tendencias, ha fornido la base y fue el estímulo del subjetivismo especulativo"17.

Un gran santo chileno, San Alberto Hurtado, constató de una manera concreta en su Chile natal esta verdad expresada por San Pio X. Dice el santo, que escribe en la década de 1940: "Lo mejor que queda del movimiento protestante en Chile son estos grupos fervientes, que precisamente porque fervientes han salido a misionar y han llegado hasta nosotros. Pero aun esta obra no tardará también en desintegrarse como se ha desintegrado en todo el mundo, y de él no quedará más que la incredulidad total de sus adeptos"18.

La tercera causa del ateísmo actual es la doctrina del modernismo dentro de la Iglesia Católica. El modernismo ha sido perfectamente identificado, denunciado y condenado como herejía y causa de ateísmo por San Pio X en la ya citada Encíclica Pascendi. El nombre de 'modernismo' proviene del mismo San Pio X (nº 3). El perfil de esta herejía dentro de la Iglesia Católica puede hacerse en esta breve frase: consiste en usar las mismas palabras con que se enuncian los dogmas de la Iglesia Católica pero cambiando el sentido de dichas palabras. De esta manera no aparece como una herejía formal y frontal, sino más bien como una disolución silenciosa de la fe. Por esto mismo es muy peligrosa y por eso dice San Pio X: "Hoy no es menester ya ir a buscar los fabricantes de errores entre los enemigos declarados: se ocultan en el seno y corazón mismos de la Iglesia, siendo enemigos tanto más perjudiciales cuanto lo son menos declarados".

Incluso, San Pio X la ha calificado como la más peligrosa de las herejías que jamás h a existido. Dice textualmente San Pio X: "Los modernistas son, ciertamente, enemigos de la Iglesia, y no se aparta de la verdad quien dice que la Iglesia no ha tenido peores enemigos que los modernistas" (nº 2). Y luego dice estas gravísimas palabras: "Porque, en efecto, como ya hemos dicho, ellos traman la ruina de la Iglesia, no desde fuera, sino desde dentro. En nuestros días, el peligro está casi en las entrañas mismas de la Iglesia y en sus mismas venas; y el daño producido por tales enemigos es tanto más inevitable cuanto más a fondo conocen a la Iglesia" (nº 2).

Y, finalmente, el mismo San Pio X, con una visión verdaderamente profética, pone en relación el ateísmo del mundo actual con el modernismo dentro de la Iglesia Católica: "Baste lo dicho para mostrar claramente por cuántos caminos el modernismo conduce al ateísmo y a suprimir toda religión. El primer paso lo dio el protestantismo; el segundo corresponde al modernismo; muy pronto hará su aparición el ateísmo" (nº 40).



De acuerdo a esto podríamos decir que el modernismo (y su sucesor actual, el progresismo) es el ateísmo dentro de la Iglesia Católica.

Conclusión

"El ateísmo, cualquiera sea la máscara que lo esconde, es condenado por la misma ley natural"19.

"En los siglos pasados la filosofía daba siempre el tema, los principios y el mismo grito de guerra en las controversias que conmovían las conciencias. Hoy ya no: las luchas se desencadenan en la superficie, en el conflicto de intereses económicos, culturales, sociales inmediatos… sin elevarse a los principios. El torbellino de la vida no permite un retorno sobre sí mismo, aquel reclamo a la reflexión en el cual el hombre, educado en el pensamiento, se pregunta cuál es la exacta naturaleza de la relación entre lo contingente y lo necesario, e ntre lo temporal y lo eterno. Porque hoy se acepta pacíficamente que no existe más que lo contingente y lo transitorio"20.

"Así, el problema de Dios fue 'absorbido' y volatilizado. Se creó de este modo una situación muy compleja, porque la sinceridad de la verdad teológica no es buscada más por la masa y no raramente ni siquiera por los mismos hombres de pensamiento. Ni siquiera éstos buscan la verdad teológica en base al nexo que el pensamiento tiene con los principios, sino basados en la satisfacción de exigencias prácticas inmediatas o en la impaciencia de ver la realización del 'reino de Dios' en este mundo. Y por 'reino de Dios' se entiende, naturalmente, la tranquila satisfacción de las propias exigencias en esta vida o también - en los casos más ideales - en el advenimiento de la justicia social, de la paz eterna entre los pueblos o cosas semejantes. El Absoluto, por lo tanto, es presentado solamente bajo la forma de lo concreto y no es más visto en la trascendencia de su ser beatificante. Es esta 'concretidad de la inmanencia' (concretezza dell'immanenza) lo que constituye la característica de nuestro tiempo"21.

Una de las pruebas más evidentes del ateísmo que asola al mundo actual es la realidad del aborto. Son muchos los países en el mundo donde el aborto es legal. En Argentina en este momento se está discutiendo en el Parlamento un proyecto de ley para legalizar el aborto. El 'no matar' es algo que brota directamente de la existencia de Dios. Mucho más cuando se trata del ser más indefenso e inocente. Y mucho más cuando la que lo perpetra es su misma madre, aun cuando ella esté inmersa en grandes dificultades y sea digna de compasión. Se cumple así lo que decía C. Fabro: "Cuando no se quiere reconocer a Dios, no se pueden conservar ni siquiera los valores naturales del hombre. Entonces se cae, necesariamente, en lo infra-humano y en la práctica sistemática de la violencia privada y pública"22.

Sin embargo, hay que tener mucho cuidado con caer en el desánimo, porque el desánimo es también una de las causas del ateísmo. Dice lúcidamente C. Fabro: "La característica del ateísmo contemporáneo (salvo el comunismo) no es tanto y sobre todo la de remontarse a filosofías particulares idealistas y materialistas o la de verse apremiado por los progresos de la ciencia y de la técnica, sino más bien un fenómeno de cansancio espiritual y de superficialidad que depende de una concepción cada vez más fatalista de los eventos humanos. Esta mentalidad está favorecida al mismo tiempo por la fase de disolución de la filosofía (…). Sin embargo, por la inagotable capacidad de recuperación que tiene el espíritu, esta tragedia de nuestra situación terrestre puede ser y convertirse en un benéfico estímulo que incite al hombre a buscar más a fondo el último fundamento de su ser en el Dios verdadero, más allá del tiempo y de cualquier instancia finita. Que busque al Dios verdadero, que no sea el Absoluto en abstracto de los filósofos, sino el Dios viviente de Abraham, Isaac y Jacob y que, en el tiempo establecido, se manifestó en Cristo"23.


Notas
1 Cf. FABRO, C., Dio. Introduzione al problema teológico , EDIVI, Segni (Roma), 2006, p. 44.
2 Fabro, C., idem
3 Contradictio in adiecto: voz latina que puede traducirse como 'contradicción en el adjetivo'. Se refiere a aquellos casos en los que hay una contradicción entre el sustantivo y el adjetivo que lo complementa. Es técnicamente un tipo específico de oxímoron. En el pensamiento de Cornelio Fabro, es decir, en el pensamiento católico, el adjetivo 'atea' es contradictorio con el sustantivo 'la moral'.
4 FABRO, C., Idem, p. 48 - 49; traducción nuestra.
5 "L'ateismo, (…) sta a fondamento della massima parte delle forme del pensiero moderno od a cui di necessità esse arrivano"
(FABRO, C., Idem, p. 44; traducción nuestra).
6 Este juicio debe ser matizado porque sería injusto desconocer la inmensa cantidad de manifestaciones de fe que todavía hay, tanto en el ámbito de la organización de la ciudad política como en el ámbito individual. Si bien se puede decir con toda propiedad que el mundo de hoy es ateo, también es necesario reconocer que la Iglesia y sus miembros jamás se han rendido y ella, la Iglesia, sigue siendo un foco potentísimo de difusión de la fe y el amor a Dios. Pero la estructura política del mundo actual ya no está más regida por los principios de la fe en Dios.
7 "La veemenza della negazione di Dio che c'investe da ogni parte" (FABRO, C., Idem, p. 151; traducción nuestra).
8. Fabro, C. idem
9 FABRO, C., Ibidem; traducción nuestra.
10 FABRO, C., Idem, p. 52; traducción nuestra. El fundador del ateísmo moderno en su modalidad de a-gnosticismo es Emanuel Kant. Al afirmar que la inteligencia aferra solamente lo que aparece del ser (el fenómeno), y no el ser mismo, cierra la vía de acceso a Dios. Hay una condena clarísima del agnosticismo en cuanto ateísmo en SAN PIO X, Encíclica Pascendi, sobre la doctrina de los modernistas, nº 4.
11 O también "cuando se pretende que una verdadera demostración de la existencia de Dios no ha sido dada hasta ahora, y que
jamás podrá ser dada" (FABRO, C., Idem, p. 29.30; traducción nuestra).
12 Decía C. Fabro en 1974: "El marxismo político combate la religión y está decidido a ir hasta el fondo: el marxismo teórico ignora la religión (…), y es esta 'ignorancia' sistemática y metodológica la que está en la base de la destrucción de la religión perseguida por la política" ((FABRO, C., Idem, p. 143; traducción nuestra).
13 MEINVIELLE, J., Iglesia y Mundo Moderno, Ediciones Theoria, Buenos Aires, 1966, p. 208-9. 213. 226.
14 Una condena clarísima del Magisterio de la Iglesia a la masonería la encontramos en LEÓN XIII, Encíclica Humanus genus, condena del relativismo filosófico y moral de la masonería, Roma, 1884
14. C. Fabro
15 AGUER, H., en AICA (Agencia Informativa Católica Argentina, dependiente de la Conferencia Episcopal Argentina) n. 2574, 19 de Abril de 2006, 85.
16 "Così la filosofia si è esorcizzata dall'Assoluto" (FABRO, C., Idem, p. 143; traducción nuestra).
17 FABRO, C., Idem, p. 45 - 46; traducción nuestra.
18 SAN ALBERTO HURTADO, ¿Es Chile un país católico?, Editorial Los Andes, Santiago de Chile, 1992, p. 91; cursiva nuestra.
19 "L'ateismo, qualunque sia la maschera che lo nasconde, è condannato dalla stessa legge naturale" (FABRO, C., Idem, p. 44; traducción nuestra).
20 FABRO, C., Idem, p. 142; traducción nuestra.
21 FABRO, C., Ibidem; traducción nuestra
22 Fabro, C. ídem 49 traducción nuestra
.

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Aplicación: P. Jorge Loring S.I. - Domingo de la Santísima Trinidad

1.- San Juan dice que Dios es AMOR.

2.-A Dios no puede faltarle nada que le sea esencial.

3.- Si Dios es AMOR necesita ALGUIEN a quien amar.

4.- Y esto desde toda la eternidad.

5.- Por eso Dios es TRINO.

6.- Esto ilumina el misterio de LA SANTÍSIMA TRINIDAD.

7.- El misterio consiste en que siendo un sólo DIOS VERDADERO, en Él hay tres personas distintas: EL PADRE, EL HIJO Y EL ESPÍRITU SANTO.

8.- Aunque no pretendemos entender a la perfección el misterio, hay comparaciones que que lo iluminan.

9.- Es tradicional lo del triángulo: en el triángulo cada ángulo abarca completamente el triángulo entero, lo mismo que cada persona de la SANTÍSIMA TRINIDAD es el mismo Dios.

10.- También es bonito lo de las tres cerillas: tres cerillas unidas y encendidas, cada cerilla posee la misma llama que las otras dos.

11.- Cada vez que nos santiguamos honramos a la Santísima Trinidad. Así empezamos las oraciones, la Santa Misa, los sacramentos y muchas obras. Y al persignarnos hacemos una cruz en la frente refiriéndonos al Padre que está sobre todo, otra en la boca indicando al Hijo que es la Palabra del Padre, y otra sobre el corazón simbolizando al Espíritu Santo que es Amor.


(Cortesía: NBCD e iveargentina.org)

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