Solemnidad de la Ascensión del Señor B: Comentarios de Sabios y Santos II - Preparemos con ellos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada en la Misa de la Solemnidad
A su disposión
Párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica sugeridos por Directorio
Homilético
EXÉGESIS: Manuel de Tuya - Aparición a los Once Mc 16,14-18
SANTOS
PADRES: San Agustín - La ascensión del Señor
APLICACIÓN: P. José A. Marcone, IVE - Tiempo de misión y lucha (Mc 16,15-20)
APLICACIÓN: Papa
Francisco - Ascensión
Párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica sugeridos por
Directorio Homilético
Solemnidad de la Ascensión del Señor
CEC 659-672, 697, 792, 965, 2795: la Ascensión
Artículo 6 "JESUCRISTO SUBIO A LOS CIELOS, Y ESTA SENTADO A LA DERECHA DE
DIOS, PADRE TODOPODEROSO"
659 "Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al Cielo y
se sentó a la diestra de Dios" (Mc
16, 19). El Cuerpo de Cristo fue glorificado desde el instante de su
Resurrección como lo prueban las propiedades nuevas y sobrenaturales, de las
que desde entonces su cuerpo disfruta para siempre (cf.Lc 24,
31; Jn 20, 19. 26). Pero durante los cuarenta días en los que él come y bebe
familiarmente con sus discípulos (cf. Hch 10, 41) y les instruye sobre el
Reino (cf. Hch 1, 3), su gloria aún queda velada bajo los rasgos de una
humanidad ordinaria (cf. Mc 16,12; Lc 24, 15; Jn 20, 14-15; 21, 4). La
última aparición de Jesús termina con la entrada irreversible de su
humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube (cf. Hch 1, 9; cf.
también Lc 9, 34-35; Ex 13, 22) y por el cielo (cf. Lc 24, 51) donde él se
sienta para siempre a la derecha de Dios (cf. Mc 16, 19; Hch 2, 33; 7, 56;
cf. también Sal 110, 1). Sólo de manera completamente excepcional y única,
se muestra a Pablo "como un abortivo" (1 Co 15, 8) en una última aparición
que constituye a éste en apóstol (cf. 1 Co 9, 1; Ga 1, 16).
660 El carácter velado de la gloria del Resucitado durante este tiempo se
transparenta en sus palabras misteriosas a María Magdalena: "Todavía no he
subido al Padre. Vete donde los hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro
Padre, a mi Dios y vuestro Dios" (Jn 20, 17). Esto indica una diferencia de
manifestación entre la gloria de Cristo resucitado y la de Cristo exaltado a
la derecha del Padre. El acontecimiento a la vez histórico y transcendente
de la Ascensión marca la transición de una a otra.
661 Esta última etapa permanece estrechamente unida a la primera es decir, a
la bajada desde el cielo realizada en la Encarnación. Solo el que "salió del
Padre" puede "volver al Padre": Cristo (cf. Jn 16,28). "Nadie ha subido al
cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre" (Jn 3, 13; cf, Ef 4,
8-10). Dejada a sus fuerzas naturales, la humanidad no tiene acceso a la
"Casa del Padre" (Jn 14, 2), a la vida y a la felicidad de Dios. Solo Cristo
ha podido abrir este acceso al hombre, "ha querido precedernos como cabeza
nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente
esperanza de seguirlo en su Reino" (MR, Prefacio de la Ascensión).
662 "Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí"(Jn 12,
32). La elevación en la Cruz significa y anuncia la elevación en la
Ascensión al cielo. Es su comienzo. Jesucristo, el único Sacerdote de
la Alianza nueva y eterna, no "penetró en un Santuario hecho por mano de
hombre, ... sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante el
acatamiento de Dios en favor nuestro" (Hb 9, 24). En el cielo, Cristo ejerce
permanentemente su sacerdocio. "De ahí que pueda salvar perfectamente a los
que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su
favor"(Hb 7, 25). Como "Sumo Sacerdote de los bienes futuros"(Hb 9, 11), es
el centro y el oficiante principal de la liturgia que honra al Padre en los
cielos (cf. Ap 4, 6-11).
663 Cristo, desde entonces, está sentado a la derecha del Padre: "Por
derecha del Padre entendemos la gloria y el honor de la divinidad, donde el
que existía como Hijo de Dios antes de todos los siglos como Dios y
consubstancial al Padre, está sentado corporalmente después de que se
encarnó y de que su carne fue glorificada" (San Juan Damasceno, f.o. 4, 2;
PG 94, 1104C).
664 Sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración del reino del
Mesías, cumpliéndose la visión del profeta Daniel respecto del Hijo del
hombre: "A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos,
naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca
pasará, y su reino no será destruido jamás" (Dn 7, 14). A partir de este
momento, los apóstoles se convirtieron en los testigos del "Reino que no
tendrá fin" (Símbolo de Nicea-Constantinopla).
RESUMEN
665 La ascensión de Jesucristo marca la entrada definitiva de la humanidad
de Jesús en el dominio celeste de Dios de donde ha de volver (cf. Hch 1,
11), aunque mientras tanto lo esconde a los ojos de los hombres (cf. Col 3,
3).
666 Jesucristo, cabeza de la Iglesia, nos precede en el Reino glorioso del
Padre para que nosotros, miembros de su cuerpo, vivamos en la esperanza de
estar un día con él eternamente.
667 Jesucristo, habiendo entrado una vez por todas en el santuario del
cielo, intercede sin cesar por nosotros como el mediador que nos asegura
permanentemente la efusión del Espíritu Santo.
Artículo 7 "DESDE ALLI HA DE VENIR A JUZGAR A VIVOS Y MUERTOS"
I VOLVERÁ EN GLORIA
Cristo reina ya mediante la Iglesia ...
668 "Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y
vivos" (Rm 14, 9). La Ascensión de Cristo al Cielo significa su
participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo.
Jesucristo es Señor: Posee todo poder en los cielos y en la tierra. El está
"por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación" porque el
Padre "bajo sus pies sometió todas las cosas"(Ef 1, 20-22). Cristo es el
Señor del cosmos (cf. Ef 4, 10; 1 Co 15, 24. 27-28) y de la historia. En él,
la historia de la humanidad e incluso toda la Creación encuentran su
recapitulación (Ef 1, 10), su cumplimiento transcendente.
669 Como Señor, Cristo es también la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo
(cf. Ef 1, 22). Elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así su
misión, permanece en la tierra en su Iglesia. La Redención es la fuente de
la autoridad que Cristo, en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la
Iglesia (cf. Ef 4, 11-13). "La Iglesia, o el reino de Cristo presente ya en
misterio", "constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra"
(LG 3;5).
670 Desde la Ascensión, el designio de Dios ha entrado en su consumación.
Estamos ya en la "última hora" (1 Jn 2, 18; cf. 1 P 4, 7). "El final de la
historia ha llegado ya a nosotros y la renovación del mundo está ya decidida
de manera irrevocable e incluso de alguna manera real está ya por anticipado
en este mundo. La Iglesia, en efecto, ya en la tierra, se caracteriza por
una verdadera santidad, aunque todavía imperfecta" (LG 48). El Reino de
Cristo manifiesta ya su presencia por los signos milagrosos (cf. Mc 16,
17-18) que acompañan a su anuncio por la Iglesia (cf. Mc 16, 20).
... esperando que todo le sea sometido
671 El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está
todavía acabado "con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; cf. Mt 25, 31) con el
advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de
los poderes del mal (cf. 2 Te 2, 7) a pesar de que estos poderes hayan sido
vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido
sometido (cf. 1 Co 15, 28), y "mientras no haya nuevos cielos y nueva
tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus
sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este
mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de
parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios" (LG
48). Por esta razón los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía (cf. 1
Co 11, 26), que se apresure el retorno de Cristo (cf. 2 P 3, 11-12) cuando
suplican: "Ven, Señor Jesús" (cf.1 Co 16, 22; Ap 22, 17-20).
672 Cristo afirmó antes de su Ascensión que aún no era la hora del
establecimiento glorioso del Reino mesiánico esperado por Israel (cf. Hch 1,
6-7) que, según los profetas (cf. Is 11, 1-9), debía traer a todos los
hombres el orden definitivo de la justicia, del amor y de la paz. El tiempo
presente, según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio (cf Hch
1, 8), pero es también un tiempo marcado todavía por la "tristeza" (1 Co 7,
26) y la prueba del mal (cf. Ef 5, 16) que afecta también a la Iglesia(cf. 1
P 4, 17) e inaugura los combates de los últimos días (1 Jn 2, 18; 4, 3; 1 Tm
4, 1). Es un tiempo de espera y de vigilia (cf. Mt 25, 1-13; Mc 13, 33-37).
Los símbolos del Espíritu Santo
697 La nube y la luz. Estos dos símbolos son inseparables en las
manifestaciones del Espíritu Santo. Desde las teofanías del Antiguo
Testamento, la Nube, unas veces oscura, otras luminosa, revela al Dios vivo
y salvador, tendiendo así un velo sobre la transcendencia de su Gloria: con
Moisés en la montaña del Sinaí (cf. Ex 24, 15-18), en la Tienda de Reunión
(cf. Ex 33, 9-10) y durante la marcha por el desierto (cf. Ex 40, 36-38; 1
Co 10, 1-2); con Salomón en la dedicación del Templo (cf. 1 R 8, 10-12).
Pues bien, estas figuras son cumplidas por Cristo en el Espíritu Santo. El
es quien desciende sobre la Virgen María y la cubre "con su sombra" para que
ella conciba y dé a luz a Jesús (Lc 1, 35). En la montaña de la
Transfiguración es El quien "vino en una nube y cubrió con su sombra" a
Jesús, a Moisés y a Elías, a Pedro, Santiago y Juan, y "se oyó una voz desde
la nube que decía: Este es mi Hijo, mi Elegido, escuchadle" (Lc 9, 34-35).
Es, finalmente, la misma nube la que "ocultó a Jesús a los ojos" de los
discípulos el día de la Ascensión (Hch 1, 9), y la que lo revelará como Hijo
del hombre en su Gloria el Día de su Advenimiento (cf. Lc 21, 27).
965 Después de la Ascensión de su Hijo, María "estuvo presente en los
comienzos de la Iglesia con sus oraciones" (LG 69). Reunida con los
apóstoles y algunas mujeres, "María pedía con sus oraciones el don del
Espíritu, que en la Anunciación la había cubierto con su sombra" (LG 59).
2795 El símbolo del cielo nos remite al misterio de la Alianza que vivimos
cuando oramos al Padre. El está en el cielo, es su morada, la Casa del Padre
es por tanto nuestra "patria". De la patria de la Alianza el pecado nos ha
desterrado (cf Gn 3) y hacia el Padre, hacia el cielo, la conversión del
corazón nos hace volver (cf Jr 3, 19-4, 1a; Lc 15, 18. 21). En Cristo se han
reconciliado el cielo y la tierra (cf Is 45, 8; Sal 85, 12), porque el Hijo
"ha bajado del cielo", solo, y nos hace subir allí con él, por medio de su
Cruz, su Resurrección y su Ascensión (cf Jn 12, 32; 14, 2-3; 16, 28; 20, 17;
Ef 4, 9-10; Hb 1, 3; 2, 13).
EXÉGESIS: Manuel de Tuya - Aparición a los Once Mc 16,14-18
14 Al fin se manifestó a los Once, estando recostados a la mesa, y les
reprendió su incredulidad y dureza de corazón, por cuanto no habían creído a
los que le habían visto resucitado de entre los muertos. 1S Y les dijo: Id
por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. '6 El que creyere
y fuere bautizado, se salvará; mas el que no creyere, se condenará. '7 A los
que creyeren les acompañarán estas señales: en mi nombre echarán los
demonios, hablarán lenguas nuevas, 18 tomarán en sus manos serpientes, y, si
bebieren ponzoña, no les dañará; pondrán las manos sobre los enfermos, y
estos recobrarán la salud.
Resucitado Cristo, se apareció varias veces a los Once. En Lc (24:36-42) hay
una escena que pudiera evocar ésta. Pero allí los apóstoles, si no "creen"
aún en el resucitado, es en "fuerza del gozo y la admiración." Se piensa
mejor en las primeras apariciones, en las que, al anuncio de las mujeres, no
creyeron (Mar_24:10-11; Jua_20:25).
Luego se da la orden de predicar el Evangelio a todas las gentes, junto con
el bautismo. Es la enseñanza que aparece en Mt. Se observa ya el
universalismo cristiano en acción entre los gentiles. En el Comentario a Mt
(c.28) se estudia el valor de estas expresiones.
A esto se añaden una serie de carismas, no directamente para confirmar la fe
que se anuncia, sino como un don a los creyentes, aunque con un valor
secundario apologético.
Las señales tienen un valor global, que no exigen que se vayan a cumplir en
todos y cada uno de los creyentes. Estos carismas se realizarán "en mi
nombre." Ya los apóstoles habían recibido estos carismas (Mt 10:1 par.).
Hasta se lee: "Yo os he dado poder para andar sobre serpientes y escorpiones
y sobre toda potencia enemiga, y nada os dañará" (Luc_10:19). En la
primitiva Iglesia se han visto muchos de estos casos: expulsión de demonios,
el don de lenguas; San Pablo, a la mordedura de una serpiente, no le
afectará; a San Juan en
Patmos le darán una bebida envenenada sin causarle daño. Y hasta se pensaría
si la imposición de manos no podría estar relacionada aquí con los efectos
de la unción con que se curaban los enfermos (Mar_6:13). En toda la larga
historia de la Iglesia, el milagro ha tenido su realización en los fieles.
(…).
La ascensión del Señor
Mc 16:19-20
19 El Señor Jesús, después de haber hablado con ellos, fue levantado a los
cielos, y está sentado a la diestra de Dios. 20 Ellos se fueron, predicando
por todas partes, cooperando con ellos el Señor y confirmando su palabra con
las señales consiguientes.
Mc termina su evangelio afirmando que el Señor resucitado está en los
cielos. Recuerda su lenguaje la "ascensión" de Elias (2Re_2:11; Eco_48:9).
La proclamación de su gloria se expresa con el Sal_110:1, en que se reconoce
a Cristo "sentado a la diestra de Dios". Es estar en su misma esfera divina
y participando de sus poderes.
La expresión "Señor Jesús" es muy rara en los evangelios (Luc_24:3). En
otros pasajes neotestamentarios se usa con frecuencia en Hechos y Pablo. Y
tanto en varios de estos pasajes como en la Iglesia primitiva, el título de
Señor, el ??????, aplicado a Cristo, era una confesión de su divinidad. Que
es la confesión con que comienza el evangelio de Mc.
Un relato más detallado de la "ascensión" de Cristo se refiere en el
evangelio de Lc (Luc_24:50.51 y
Hec_1:9-11).
El final del evangelio reconoce la obra misionera de los apóstoles y la
confirmación de ella que
Cristo les hacía con milagros. Es ya la predicación y extensión de la fe,
vista desde la perspectiva histórica de
la Iglesia con unas decenas de años.
(DE TUYA, M., Evangelio de San Marcos, en PROFESORES DE SALAMANCA, Biblia
Comentada, Tomo Vb, BAC, Madrid, 1977)
3. COMENTARIO TEOLÓGICO
San Juan Pablo II
Los frutos de la Ascensión: el reconocimiento de que Jesús es el Señor
1. El anuncio de Pedro en el primer discurso pentecostal en Jerusalén es
elocuente y solemne: "A este Jesús Dios lo resucitó; de lo cual todos
nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del
Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha derramado. (Hch 2, 32-33). "Sepa,
pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y
Cristo a este Jesús a quien vosotros bebéis crucificado" (Hch 2, 36). Estas
palabras ?dirigidas a la multitud compuesta por los habitantes de aquella
ciudad y por los peregrinos que habían llegado de diversas partes para la
fiesta? proclaman la elevación de Cristo ?crucificado y resucitado? "a la
derecha de Dios". La "elevación", o sea, la ascensión al cielo, significa la
participación de Cristo hombre en el poder y autoridad de Dios mismo. Tal
participación en el poder y autoridad de Dios Uno y Trino se manifiesta en
el "envío" del Consolador, Espíritu de la verdad el cual "recibiendo" (cf.
Jn 16, 14) de la redención llevada a cabo por Cristo, realiza la conversión
de los corazones humanos. Tanto es así, que ya aquel día, en Jerusalén, "al
oír esto sintieron el corazón compungidos" (Hch 2, 37). Y es sabido que en
pocos días se produjeron miles de conversiones.
2. Con el conjunto de los sucesos pascuales, a los que se refiere el Apóstol
Pedro en el discurso de Pentecostés, Jesús se reveló definitivamente como
Mesías enviado por el Padre y como Señor.
La conciencia de que Él era "el Señor", había entrado ya de alguna manera en
el ánimo de los Apóstoles durante la actividad prepascual de Cristo. Él
mismo alude a este hecho en la última Cena: "Vosotros me llamáis el Maestro
y el Señor, y decís bien porque lo soy" (Jn 13, 13). Esto explica por qué
los Evangelistas hablan de Cristo "Señor" como de un dato admitido
comúnmente en las comunidades cristianas. En particular, Lucas pone ya ese
término en boca del ángel que anuncia el nacimiento de Jesús a los pastores:
"Os ha nacido... un salvador que es el Cristo Señor" (Lc 2, 11). En muchos
otros lugares usa el mismo apelativo (cf. Lc 7, 13; 10, 1: 10, 41;
11, 39; 12, 42; 13, 15; 17, 6; 22, 61). Pero es cierto que el conjunto de
los sucesos pascuales ha consolidado definitivamente esta conciencia. A la
luz de estos sucesos es necesario leer la palabra "Señor" referida también a
la vicia y actividad anterior del Mesías. Sin embargo, es necesario
profundizar sobre todo el contenido y el significado que la palabra tiene en
el contexto de la elevación y de la glorificación de Cristo resucitado, en
su ascensión al cielo.
3. Una de las afirmaciones más repetidas en las Cartas paulinas es que
Cristo es el Señor. Es conocido el pasaje de la Primera Carta a los
Corintios donde Pablo proclama: apara nosotros no hay más que un solo Dios,
el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo
Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos
nosotros" (1 Co 8, 6; cf. 16, 22; Rm 10, 9; Col 2, 6). Y el de la Carta a
los Filipenses, donde Pablo presenta como Señor a Cristo, que humillado
hasta la muerte, ha sido también exaltado "para que al nombre de Jesús toda
rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua
confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre" (Flp 2,
10-11). Pero Pablo subraya que "nadie puede decir: 'Jesús es Señor' sino
bajo la acción del Espíritu Santo" (1 Co 12, 3). Por tanto, "bajo la acción
del Espíritu Santo" también el Apóstol Tomás dice a Cristo, que se le
apareció después de la resurrección: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20, 28). Y
lo mismo se debe decir del diácono Esteban, que durante la lapidación ora:
"Señor Jesús, recibe mi espíritu... no les tengas en cuenta este pecado"
(Hch 7, 59-60).
Finalmente, el Apocalipsis concluye el ciclo de la historia sagrada y de la
revelación con la invocación de la Esposa y del Espíritu: "Ven, Señor Jesús"
(Ap 22, 20).
Es el misterio de la acción del Espíritu Santo "vivificante" que introduce
continuamente en los corazones la luz para reconocer a Cristo, la gracia
para interiorizar en nosotros su vida, la fuerza para proclamar que Él ?y
sólo Él ? es "el Señor".
4. Jesucristo es el Señor, porque posee la plenitud del poder "en los cielos
y sobre la tierra". Es el poder real
"por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación... Bajo sus
pies sometió todas las cosas" (Ef 1,
21-22). Al mismo tiempo es la autoridad sacerdotal de la que habla
ampliamente la Carta a los Hebreos, haciendo referencia al Salmo 109/110, 4:
"Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec" (Hb 5, 6). Este
eterno sacerdocio de Cristo comporta el poder de santificación de modo que
Cristo "se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le
obedecen" (Hb 5, 9). "De ahí que pueda también salvar perfecto lamente a los
que por El se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su
favor" (Hb 7, 25). Así mismo, en la Carta a los Romanos leemos que Cristo
"está a la diestra de Dios e intercede por nosotros" (Rm 8,
34). Y finalmente, San Juan nos asegura: "Si alguno peca, tenemos a uno que
abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo" (1 Jn 2, 1).
5. Como Señor, Cristo es la Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo. Es la
idea central de San Pablo en el gran cuadro cósmico histórico-soteriológico,
con que describe el contenido del designio eterno de Dios en los primeros
capítulos de las Cartas a los Efesios y a las Colosenses: "Bajo sus pies
sometió todas las cosas y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia, que es
su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en todo" (Ef 1, 22). "Pues Dios
tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud" (Col 1, 19): en Él en el
cual "reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente" (Col 2, 9).
Los Hechos nos dicen que Cristo "se ha adquirido" la Iglesia "con su sangre"
(Hch 20, 28, cf. 1 Co 6, 20). También Jesús cuando al irse al Padre decía a
los discípulos: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo" (Mt 28, 20), en realidad anunciaba el misterio de este Cuerpo que de
él saca constantemente las energías vivificantes de la redención. Y la
redención continúa actuando como efecto de la glorificación de Cristo.
Es verdad que Cristo siempre ha sido el "Señor", desde el primer momento de
la encarnación, como Hijo de Dios consubstancial al Padre, hecho hambre por
nosotros. Pero sin duda ha llegado a ser Señor en plenitud por el hecho de
"haberse humillado 'se despojó de si mismo' haciéndose obediente hasta la
muerte y muerte de cruz" (cf. Flp 2, 8). Exaltado, elevado al cielo y
glorificado, habiendo cumplido así toda su misión, permanece en el Cuerpo de
su Iglesia sobre la tierra por medio de la redención operada en cada uno y
en toda la sociedad por obra del Espíritu Santo. La redención es la fuente
de la autoridad que Cristo, en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la
Iglesia, como leemos en la Carta a los Efesios: "Él mismo 'dió' a unos el
ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a otros,
pastores y maestros, para el recto ordenamiento de los santos en orden a las
funciones del ministerio, para edificación del Cuerpo de Cristo... a la
madurez de la plenitud de Cristo" (Ef 4, 11-13).
6. En la expansión de la realeza que se le concedió sobre toda la economía
de la salvación, Cristo es Señor de todo el cosmos. Nos lo dice otro gran
cuadro de la Carta a los Efesios: "Este que bajó es el mismo que subió por
encima de todos los cielos, para llenarlo todo" (Ef 4, 10). En la Primera
Carta a los Corintios San Pablo añade que todo se le ha sometido "porque
todo (Dios) lo puso bajo sus pies" (con referencia al Sal 8, 5). "...Cuando
diga que 'todo está sometido', es evidente que se excluye a Aquel que ha
sometido a él todas las cosas" (1 Co 15, 27). Y el Apóstol desarrolla
ulteriormente este pensamiento, escribiendo: "Cuando hayan sido sometidas a
él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha
sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo" (1 Co 15,
28). "Luego, el fin, cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber
destruido todo Principado, Dominación y Potestad" (1 Co 15, 24).
7. La Constitución Gaudium et spes del Concilio Vaticano II ha vuelto a
tomar este tema fascinante, escribiendo que "El Señor es el fin de la
historia humana, 'el punto focal de los deseos de la historia y de la
civilización', el centro del género humano, la alegría de todos los
corazones, la plenitud de sus aspiraciones" (n. 45). Podemos resumir
diciendo que Cristo es el Señor de la historia. En Él la historia del
hombre, y puede decirse de toda la creación, encuentra su cumplimiento
trascendente. Es lo que en la tradición se llamaba recapitulación ("re-
capitulatio", en griego: anakephalaiopoíese). Es una concepción que
encuentra su fundamento en la Carta a los Efesios, en donde se describe el
eterno designio de Dios "para realizarlo en la plenitud de los tiempos:
hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que
está en la tierra" (Ef 1, 10).
8. Debemos añadir, por último, que Cristo es el Señor de la vida eterna. A
Él pertenece el juicio último, del que habla el Evangelio de Mateo: "Cuando
el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles,
entonces se sentará en su trono de gloria... Entonces dirá el Rey a los de
su derecha: 'Venid, benditos de mi Padre. recibid la herencia del Reino
preparado para vosotros desde la creación del mundo'" (Mt 25, 31. 34).
El derecho pleno de juzgar definitivamente las obras dé los hombres y las
conciencias humanas. pertenece a Cristo en cuanto Redentor del mundo. El, en
efecto, "adquirió" este derecho mediante la cruz. Por eso el Padre "todo
juicio lo ha entregado al Hijo" (Jn 5, 22). Sin embargo el Hijo no ha venido
sobre todo para juzgar, sino para saldar. Para otorgar la vida divina que
está en Él. "Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha
dado al Hijo tener vida en sí mismo, y le ha dado poder para juzgar, porque
es Hijo del hombre" (Jn 5, 26-27).
Un poder, por tanto, que coincide con la misericordia que fluye en su
corazón desde el seno del Padre, del que procede el Hijo y se hace hombre
"propter nos homines et propter nostram salutem". Cristo crucificado y
resucitado, Cristo que "subió a los cielos y está sentado a la derecha del
Padre". Cristo que es, por tanto, el Señor de la vida eterna, se eleva sobre
el mundo y sobre la historia como un signo de amor infinito rodeado de
gloria, pero deseoso de recibir de cada hombre una respuesta de amor para
darles la vida eterna.
(SAN JUAN PABLO II, Los frutos de la Ascensión: el reconocimiento de que
Jesús es el Señor, Audiencia
General, Miércoles 19 de abril de 1989)
SANTOS PADRES: San Agustín - La ascensión del Señor
1. Después de resucitar de entre los muertos, nuestro Señor Jesucristo,
queriendo mostrar con un testimonio seguro y digno de toda fe que había
resucitado en el mismo cuerpo con el que colgó de la cruz, vivió cuarenta
días con sus discípulos, entrando y saliendo, comiendo y bebiendo. Así
convenía, en efecto, que fuesen afianzados los vacilantes y que se predicase
la verdad del Evangelio a la posteridad, que se mostrase a los creyentes la
incorrupción e inmortalidad futura de su carne en aquella bienaventuranza
eterna y se contradijese a los hombres perversos que piensan y enseñan
acerca del Señor cosa distinta al contenido de la verdad. Efectivamente, una
vez resucitado, subió al cielo en el mismo cuerpo en el que muerto visitó
los infiernos. Colocó en el cielo la morada de su carne ya inmortal, que él
mismo se había construido en el seno de la virgen madre.
2. A algunos les extraña lo que dice el Señor en el evangelio: Nadie ha
subido al cielo sino el que ha bajado del cielo: el hijo del hombre que está
en el cielo. ¿Cómo, dicen, descendió del cielo el hijo del hombre, si fue
asumido aquí en el seno de la virgen? Quienes así hablan no han de ser
despreciados, sino enseñados; pienso, en efecto, que ellos buscan
piadosamente, pero aún no pueden comprender lo que buscan. Ignoran que la
divinidad misma tomó aquella humanidad, de forma que Dios y el hombre
constituían una sola persona y que
aquella humanidad de tal forma se unió a la divinidad, que el único Cristo
era Palabra, alma y carne. Y por eso se dijo: Nadie ha subido al cielo sino
quien ha bajado del cielo: el hijo del hombre que está en el cielo.
3. Una y otra sustancia se comunican los nombres que son de su propiedad: la
divina a la humana y la humana a la divina, de modo que al Hijo de Dios se
le llama hombre, y al hijo del hombre Dios, siendo en ambos casos el mismo e
idéntico Cristo. En efecto, nuestro Señor Jesucristo se dignó tomar al
hombre de manera que no desdeñó el llamarse hijo del hombre, como leemos en
muchos textos evangélicos. El mismo dice al bienaventurado Pedro: ¿Quién
dicen los hombres que es el hijo del hombre? Pedro, inspirándoselo el mismo
Cristo, la piedra, le respondió: Tú eres Cristo, el Hijo del Dios vivo. He
aquí presente aquel citarista simbolizado en David; ahora se manifestó, pues
tocó los corazones de los suyos y produjo el sonido deseado y conocido por
todos. Y en su pasión, llenando de terror a los judíos, dijo respecto a su
última venida: Un día veréis al hijo del hombre venir sobre las nubes del
cielo. Y en otro lugar: Veréis a los ángeles subir y bajar hasta el hijo del
hombre. Al decir subir manifestó estar en el cielo; al decir bajar mostró
que tampoco faltaría nunca de la tierra, como lo prometió también a sus
discípulos al subir al cielo con estas palabras: He aquí que yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo.
4. Tanto amó Dios al género humano que entregó a su hijo unigénito por la
vida del mundo. Si el Padre no nos hubiese entregado la vida, no tendríamos
vida. Si la vida no hubiese muerto, no se hubiese dado muerte a la muerte.
El mismo Cristo el Señor es la vida de la que dice el evangelista Juan: Este
es el Dios verdadero y la vida eterna. El mismo dice a la muerte por boca
del profeta, amenazándola con la muerte: ¡Oh muerte!, yo seré tu muerte;
seré mordedura para ti, ¡oh infierno! Como si dijera: "Muriendo, yo te daré
muerte, te destruiré, te privaré de todo poder y daré libertad a los que
tienes cautivos. Quisiste apoderarte de mí, que soy inocente; justo es que
pierdas a los demás, que quisiste tener en tu poder."
5. Así, pues, la vida murió, la vida permaneció, la vida resucitó, y, dando
muerte a la muerte, con su muerte nos aportó la vida. Por tanto, la muerte
fue absorbida por la victoria de Cristo, que es la vida eterna; como dice el
Apóstol: Devoró a la muerte para que seamos herederos de la vida. Por Cristo
nos hemos convertido en herederos de la vida eterna, pues hemos sido
librados de la muerte eterna por él, de quien no dudamos ser también sus
miembros. A los cuarenta días, es decir, hoy, el Señor Jesús subió al cielo
en presencia de sus discípulos, llenos de admiración. Estando ellos en pie y
hablando entre sí, repentinamente lo arrebató una nube y fue llevado al
cielo.
(SAN AGUSTÍN, Sermones (4º) (t. XXIV), Sermón 265B, 1-5, BAC Madrid 1983, p.
697-700)
APLICACIÓN: P. José A. Marcone, IVE - Tiempo de misión y lucha (Mc
16,15-20)
Introducción
El NT relata en tres lugares el hecho histórico (y a la vez trascendente) de
la Ascensión de Cristo a los cielos: Mc 16,19; Lc 24,50-52 y Hech 1,9-11. En
San Marcos, además de narrar el hecho, se da una interpretación teológica.
En efecto, San Marcos, después de narrar el hecho de la Ascensión, agrega:
"Se sentó a la derecha de Dios" (Mc 16,19). Esta expresión bíblica pasará
textualmente al Credo de la Iglesia Católica, en su sexto artículo:
"Jesucristo subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios Padre
todopoderoso".
¿Qué significa 'la derecha' del Padre? La 'derecha del Padre' significa,
fundamentalmente, la gloria de la divinidad del Padre y la potestad judicial
o regia del Padre1. ¿Y qué significa 'sentarse' a la derecha del Padre? Es
una expresión metafórica que significa que Jesucristo, en cuanto hombre,
pasa a participar de esas dos prerrogativas del Padre recién mencionadas.
"Por lo cual, estar sentado a la derecha del Padre no es otra cosa que
compartir junto con el Padre la gloria de la divinidad (…) y la potestad
judicial; y esto perpetuamente y como rey"2.
Es importante subrayar que se trata de la participación de Cristo 'en cuanto
hombre' de esas dos prerrogativas. Y esto es así porque, en cuanto Dios,
siempre participó de ellas. Respecto a esto el Catecismo de la Iglesia
Católica es taxativo: "La Ascensión de Cristo al Cielo significa su
participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo"
(CEC, 668)3.
En cuanto al plan de salvación, la Ascensión es la coronación final de toda
la obra redentora. De esta manera se consuma y llega a su perfección toda la
misión de Cristo sobre la tierra. Además, de esta manera el mundo del hombre
entra en su última etapa. "Desde la Ascensión, el designio de Dios ha
entrado en su consumación. Estamos ya en la 'última hora' (1Jn 2,18; cf. 1P
4,7). 'El final de la historia ha llegado ya a nosotros'" (CEC, 670).
En estas palabras introductorias hemos presentado, muy brevemente, toda la
realidad teológica de la Ascensión del Señor. Veamos ahora dos consecuencias
importantes de la Ascensión.
1. Tiempo de misión…
Cada uno de los tres relatos de la Ascensión del Señor en el NT tiene un
matiz especial. San Lucas resalta la labor sacerdotal que Cristo sentado a
la derecha del Padre ejercerá a favor de los hombres. Esto queda de
manifiesto en la bendición que imparte a sus discípulos extendiendo las
manos hacia ellos, en un gesto eminentemente sacerdotal, que el evangelista
señala dos veces4. Los Hechos de los Apóstoles insisten en el hecho que
Cristo ascendido a los cielos enviará el Espíritu Santo. En la narración que
se hace en ese libro hay, de una manera más patente, una tensión hacia
Pentecostés. En San Marcos, en el evangelio que hemos leído hoy, se subraya
con intensidad el hecho de que, con la Ascensión de Cristo a los cielos,
comienza la misión de la Iglesia.
Es verdaderamente notable cómo el breve versículo donde San Marcos narra la
Ascensión (Mc 16,19) está como incrustado en un contexto de misión. En
efecto, en Mc 16,15-18, se expresa con claridad un doble mandato: 1. 'Id'
(poreuthéntes, un participio con valor de imperativo). 2. 'Anunciad el
evangelio' (kerýxate tò euangélion) (Mc 16,15). Luego se expresa el
resultado que debe tener esa misión (creer - salvarse; no creer -
condenarse) (Mc 16,16). Y luego, en dos versículos, se expresan cinco
señales que acompañarán a los misioneros (Mc 16,17-18). Todo esto antes de
la narración de la Ascensión del Señor.
Después de la narración de la Ascensión del Señor se relata que los
discípulos efectivamente cumplieron con la orden de misionar dada por
Jesucristo. Y se señala la exactitud con que los discípulos cumplieron esta
orden. En efecto, retomando las mismas expresiones del mandato de Jesucristo
se dice: 'fueron' (corresponde al 'id') y 'anunciaron' (ekéryxan;
corresponde al 'anunciad', kerýxate).
"La Ascensión es el retorno definitivo de Cristo hacia el seno del Padre.
(…) Con la Ascensión inicia el tiempo de la Iglesia. (…) El tiempo de la
Iglesia se desenvuelve entre la Ascensión y la Parusía, cuando el Señor
vuelva en forma visible y gloriosa. (…) Precisamente con la Ascensión de
Jesús se inicia la actividad misionera de los discípulos y de la Iglesia"5.
Por eso dice el Concilio Vaticano II: "El tiempo de la actividad misional
discurre entre la primera y la segunda venida del Señor, en que la Iglesia,
como la mies, será recogida de los cuatro vientos en el Reino de Dios. Es,
pues, necesario predicar el Evangelio a todas las gentes antes que venga el
Señor (Cf. Mc 13,10)"6.
El Cristo natural sube al cielo, pero el Cristo místico, que es la Iglesia,
debe llenar esa ausencia predicando el evangelio a todos los hombres. El
Leccionario en uso en Argentina y en otros países de Latinoamérica expresa
el mandato de Jesús de esta manera: "Anuncien la Buena Noticia a toda la
creación" (Mc 16,15). El término del original griego traducido como 'Buena
Noticia', es una sola palabra: euangélion. Sería mejor, a nuestro parecer,
traducirla directamente como 'Evangelio': "Anuncien el Evangelio a toda la
creación".
Si traducimos así queda de manifiesto el contenido mismo del Evangelio. ¿Por
qué? Porque el mismo San Marcos, en el primer versículo de su obra, expone
cuál es el contenido del evangelio. En efecto, él dice: "Inicio del
evangelio de Jesús, Cristo, Hijo de Dios" (Mc 1,1). Estas palabras quieren
decir que el contenido mismo del Evangelio es Jesús, que significa 'Yahveh
salva'. Y que Jesús es el Mesías (= Cristo); y que es, al mismo tiempo, la
Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo de Dios. Podríamos
parafrasear ese primer versículo de San Marcos de la siguiente manera: "El
contenido del Evangelio, lo cual es una muy buena noticia, es Jesús, el
Salvador. Ahora bien, Jesús es el Mesías y es Dios. Es Dios porque es el
Hijo de Dios, es decir, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad". Por
eso, es mejor traducir la frase de hoy por: "Anuncien el Evangelio a toda la
creación", porque de esta manera queda más claro que se está diciendo:
"Anuncien a todo el mundo que Jesús es el Salvador, que es el Mesías y que
es Dios".
Además, en esta profesión de fe se asentará la fundación de la Iglesia
Católica. En efecto, cuando Pedro confiese a Jesús diciendo: "Tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16), Cristo le responderá: "Tú eres
Pedro y sobre esta piedra (que eres tú) edificaré mi Iglesia" (Mt 16,18).
Así se entiende mejor el versículo que sigue inmediatamente: "El que crea y
se bautice, se salvará; el que no crea, se condenará" (Mc 16,16). Podemos
parafrasear ese versículo de la siguiente manera: "El que crea que Jesús es
el Salvador, el Mesías y es Dios, y, de acuerdo a esto, reciba el Bautismo a
través de la Iglesia Católica, se salvará y gozará de la vida eterna. El
que, por culpa suya, no quiera creer en la divinidad de Cristo y en el
origen divino de la Iglesia Católica, se condenará, es decir, irá al
infierno por toda la eternidad".
Con la solemnidad que hoy estamos celebrando llega a nuestros oídos aquel
apremiante llamado de San Pablo: "Predicar el Evangelio no es para mí ningún
motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no
predicara el Evangelio!" (1Cor 9,16).
Esta labor misionera se hace con el acompañamiento cercanísimo de Jesucristo
para con sus misioneros. Dice el evangelio de hoy: "Ellos salieron y
anunciaron por todas partes, colaborando el Señor con ellos" (Mc 16,20). La
palabra que tradujimos por 'colaborando', en el original griego es
synergoûntos, un participio del verbo synergéo. El verbo synergéo está
compuesto por la preposición syn, que significa 'con'; y por el verbo
ergádsomai, que significa 'trabajar', 'laborar'. Por lo tanto, syn-ergoûntos
significa 'co-laborar', en el sentido de 'laborar con', 'trabajar con'.
Quizá la mejor palabra castellana para traducir este término griego sea el
verbo 'coadyuvar', que significa 'contribuir, asistir o ayudar a la
consecución de algo' (DRAE). Literalmente habría que traducirla:
'Coadyuvante el Señor'.
Como lógicamente podía esperarse, este término se aplica tanto a la acción
que hace Dios 'colaborante' o 'coadyuvante' con nosotros (Mc 16,120), como a
la acción que hace el hombre 'colaborante' o 'coadyuvante' con Dios. En
efecto, dice textualmente San Pablo: "Somos colaboradores (syn-ergoí) de
Dios" (1Cor 3,9). Por este motivo, y con razón, Swanson dice que syn-ergéo
significa 'ser colega', 'ser compañero de trabajo'7, en el sentido de
'trabajar juntos', 'hacer juntos una sola y misma acción, alcanzando un
único y mismo fin'8. En nuestra labor misionera somos 'compañeros de trabajo
de Dios'. Cristo se hace nuestro 'compañero de trabajo'9.
2. …en lucha contra el 'antagonista'
La Constitución Dogmática Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II, sobre la
Iglesia, dice que esta actividad misionera se da "en una lucha cuerpo a
cuerpo 'contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus
del Mal' (Ef 6,12)"10.
Precisamente, es la misma Ascensión de Cristo la que nos proporciona el
mejor auxilio para esta lucha contra el demonio. San Pablo, en la segunda
lectura de hoy, interpreta la Ascensión en ese sentido y en esa misma línea.
Dice San Pablo: "Este es el mismo poder que Dios manifestó en Cristo, cuando
lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo,
elevándolo por encima de todo Principado, Potestad, Virtud y Dominación" (Ef
1,20-21).
Santo Tomás explica con precisión y profundidad el significado de este texto
y pone en evidencia la enorme repercusión práctica que tiene en nuestras
vidas para esa 'lucha cuerpo a cuerpo' con el demonio para poder anunciar el
Evangelio. Presentamos aquí la doctrina de Santo Tomás11. En primer lugar,
los términos 'Principado', 'Potestad', 'Virtud' y 'Dominación' denominan
cuatro distintos Órdenes de esos espíritus puros llamados genéricamente
'ángeles'. Esos cuatro nombres denominan a distintos tipos de ángeles.
La segunda verdad importante es que "todas las cosas que se hacen en las
creaturas se hacen por el ministerio de los ángeles"12. Por lo tanto,
ordinariamente, Dios no hace nada en relación con los hombres o con el mundo
de los hombres sino a través de sus ángeles. El gobierno del mundo Dios lo
hace siempre, como norma ordinaria, a través de esos seres que son puro
espíritu. Ahora bien, Dios le asigna a cada Jerarquía y a cada Orden dentro
de su Jerarquía una misión particular. La Primera Jerarquía y sus tres
Órdenes (Serafines, Querubines y Tronos) ejercen el gobierno del mundo en
las cosas referentes a Dios. La Segunda Jerarquía y sus tres Órdenes
(Dominaciones, Virtudes y Potestades) ejercen el gobierno del mundo en las
cosas referentes a las causas universales. La Tercera Jerarquía y sus tres
Órdenes (Principados, Arcángeles y Ángeles) ejercen el gobierno del mundo en
las cosas referentes a los efectos particulares y concretos. San Pablo, en
este texto de Ef 1,21, nombra los tres Órdenes de la Segunda Jerarquía y el
primer Orden de la Tercera Jerarquía.
La tercera verdad importante consiste en conocer un poco más específicamente
cuál es la función de los
Órdenes de la Segunda Jerarquía, que es la que nombra principalmente San
Pablo. "Los Órdenes de esta Segunda Jerarquía son denominados con nombres
que designan poder, porque las causas universales (sobre las que ellos
tienen influencia) tienen fuerza y poder sobre las cosas inferiores y
particulares"13. Por lo tanto, estos Órdenes son los que rigen el gobierno
del mundo influyendo sobre las causas universales, que son las que, después
de Dios, tienen más poder sobre las cosas particulares y concretas. Las
Dominaciones ejercen su influencia sobre las causas universales mandando e
imperando, y no reciben misiones exteriores. Las Virtudes ejercen su
influencia sobre las causas universales quitando los impedimentos que puedan
surgir para que se cumplan las órdenes o mandatos dados por las
Dominaciones. Las Potestades ejercen su influencia sobre las causas
universales obedeciendo y cumpliendo las órdenes y mandatos, normalmente
emanados por las Dominaciones. Esto explica el gran poder que Dios ha puesto
sobre los Órdenes de esta Segunda Jerarquía. Ellos gobiernan el mundo e
influyen sobre la vida particular y concreta del hombre, pero influyendo en
las causas universales.
Además, San Pablo nombra a los Principados, el Orden superior de la Tercera
Jerarquía. Veamos cuál es el rol que Dios ha asignado a la Tercera
Jerarquía. "Como dijimos, la Tercera Jerarquía está ordenada a la
administración y gobierno de las cosas en relación con los efectos
especiales, particulares y concretos. El Orden de los Ángeles, el más bajo
de los tres, se llama así porque ejecutan aquellas cosas que tienen que ver
con la salvación de los individuos singulares. El Orden de los Arcángeles se
llama así porque ejecutan aquellas cosas que tienen que ver con la salvación
y el aprovechamiento de los gobernantes, jefes o señores. Los Principados,
el Orden superior de esta Tercera Jerarquía (el que nombra hoy San Pablo),
se llama así porque son los que gobiernan las regiones singulares,
provincias o reinos"14.
Finalmente, digamos que esos ángeles que nombra San Pablo hoy en Ef 1,21 son
especialmente (aunque no únicamente) los ángeles caídos, es decir, los
diablos. Esto queda de manifiesto en el versículo siguiente, Ef
1,22, donde dice que 'todo', incluidos esos Órdenes, 'lo sometió bajo sus
pies'. El verbo 'someter' se usa especialmente para aquellos que no quieren
sujetarse voluntaria y libremente, y, entonces, deben ser sometidos por
Dios. Los ángeles buenos se someten voluntaria y libremente; los ángeles
malos deben ser sometidos. Éste es el caso.
La consecuencia de todo esto que acabamos de decir es que, gracias a la
Ascensión de Cristo y por la unión con Cristo a través del Bautismo, el
cristiano-misionero vence al diablo en todos los niveles donde éste puede
ejercer su influencia: en las causas universales, en el gobierno de los
países o regiones, en los gobernantes y poderosos de la tierra y en los
individuos singulares. Esto es un gran consuelo para el cristiano y una gran
consecuencia práctica de la Ascensión del Señor.
Sin embargo, este triunfo se da en una 'lucha cuerpo a cuerpo'. Si bien, por
la Ascensión de Cristo, ha quedado desactivado el poder del diablo, sin
embargo, la vocación dada por Dios a esos Órdenes para que influyan en esos
ámbitos determinados, no se anula. Ellos, por su misma naturaleza, se ven
inclinados a querer influir en esos ámbitos. Pero ahora, después de su
caída, lo hacen de una manera autónoma de Dios. No lo hacen para enseñorear
todas las cosas para Dios, sino todo lo contrario: para tratar de sustraer
del dominio de Dios todas esas realidades.
El diablo, que, en lo que depende de su voluntad y libertad, es un ser
autónomo de Dios, de todas maneras, quiere seguir ejerciendo el poder que
Dios le dio originariamente. Y lucha contra Dios. Las Dominaciones, las
Virtudes y las Potestades diabólicas, de la Segunda Jerarquía, quieren
seguir ejerciendo su influencia sobre las causas universales en contra de
Dios. Los Principados diabólicos quieren seguir ejerciendo su influencia
sobre los reinos y países para ordenarlos y organizarlos en contra de Dios.
Pero la Ascensión puso a Cristo por sobre todas estas intentonas
desesperadas del demonio.
H. Schlier hace una exégesis detallada de los Órdenes diabólicos en el NT15.
Queremos resaltar lo que este autor dice respecto a la influencia del diablo
en el ámbito histórico y en el ámbito del Estado. Respecto al ámbito
histórico dice: "Aquel espíritu se ha apoderado también de la vida
histórica, y así situaciones e instituciones históricas se convierten en
lugar y espacio, medios e instrumentos de aquellos poderes. (…) Por eso la
constelación de determinadas circunstancias y relaciones se demuestra como
satánicamente determinada. Por ellas y en ellas actúa Satanás"16. Esas
'situaciones históricas' o 'constelación de circunstancias y relaciones
determinadas' correspondería con lo que Santo Tomás llama 'causas
universales', que influyen muchísimo en la vida del hombre singular y
concreto.
Respecto al ámbito del Estado dice: "El espíritu estatal anticristiano, que
es absolutista, nivela todas las diferencias de los hombres. De esta manera,
sólo queda la diferencia entre amigos y enemigos del sistema dominante.
Tratan de establecer una distinción y separación neta entre los que llevan
la marca de la esclavitud satánica (la cual marca toca el ser más profundo
de ellos), y los que se niegan a llevar esa marca poniendo en juego su
propia vida. La élite del partido estatal, que es esclavista y esclavizante,
busca quitar los más profundos fundamentos, tanto espirituales como
materiales, de los que son abiertos opositores y enemigos del dominio
satánico. Esa élite está al servicio de la dominación de ese aparato estatal
diabólico que, supuestamente al menos, se va fortaleciendo cada vez más. El
diablo quiere ser como Dios: 'Todo en todo' (cf. 1Cor 15,28; Ef 1,23). El
poder satánico puede apoderarse también de lo político. Esto lo hace
insuflando su voluntad de poder en los que ejercen efectivamente el poder, e
inspirándolos mediante su naturaleza espiritual, hasta hacerlos llegar a una
efectividad asesina"17. Esto es, precisamente, lo que Santo Tomás dice que
les corresponde a los Principados: influir sobre los reinos, regiones o
países.
Conclusión
Si la Ascensión puso a Cristo 'por encima de todo Principado, Potestad,
Virtud y Dominación' (Ef 1,21), también nosotros, que estamos unidos a
Cristo, en nuestra lucha por predicar el Evangelio, nos ponemos 'por encima
de todo Principado, Potestad, Virtud y Dominación'.
Pidámosle esta gracia a la Santísima Virgen.
Notas
1 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III,
q. 58, a. 2 c.
2 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q.
58, a. 2 c.
3 Dice también el Catecismo: "Cristo, desde
entonces, está sentado a la derecha del Padre: 'Por derecha del Padre
entendemos la gloria y el honor de la divinidad, donde el que existía como
Hijo de Dios antes de todos los siglos como Dios y consubstancial al
Padre, está sentado corporalmente después de que
se encarnó y de que su carne fue glorificada' (San Juan Damasceno, f.o. 4,
2; PG
94, 1104C)" (CEC, 663).
4 La Iglesia percibió este matiz sacerdotal en la
narración del evangelio de San Lucas. Por eso, en el Ciclo C, que es en el
que se lee el evangelio de San Lucas, como segunda lectura la Iglesia pone
un texto de la carta a los Hebreos donde se presenta a Cristo como Sumo
Sacerdote de la liturgia del cielo (Heb 9,24-28;10,19-23).
5 MARCHESI, G., Il Vangelo della Speranza, Città
Nuova Editrice, Roma, 1987, p. 214.215.209; traducción nuestra.
6 CONCILIO VATICANO II, Decreto Ad Gentes, sobre
la actividad misionera de la Iglesia, nº 9.
7 SWANSON, Multiléxico del NT.
8 El DRAE dice que la palabra española 'colega'
viene del latín, collega. La palabra collega en latín significa:
'compañero', 'camarada'. Collega en latín proviene de cum-ligo, es decir,
'ligar junto con'. Por eso el verbo colligo significa 'atar', 'unir'. De
aquí viene la palabra collegium, que significa 'el hecho de ser colegas'; y
también 'colegio', 'asociación' (cf. Dicc. Vox). Todo esto debe aplicarse a
nuestra relación con Cristo en nuestra labor misionera.
9 De syn-ergéo proviene también la palabra
española 'sinergia' (con acento prosódico, no gráfico sobre la 'e'). Esta
palabra significa: "Acción de dos o más causas cuyo efecto es superior a la
suma de los efectos individuales. 2. En Biología se dice del concurso activo
y concertado de varios órganos para realizar una función" (DRAE). Bien
podríamos decir que, en el trabajo misionero, se da, entre Cristo y
nosotros, una verdadera syn-ergia. Y esto, sencillamente, porque con Dios
somos syn-ergoí (1Cor 3,9).
10 CONCILIO VATICANO II, Constitución Dogmática
Lumen Gentium, sobre la Iglesia, nº 35. En la traducción española oficial
dice "en un
forcejeo 'con los dominadores, etc'". Sin
embargo, en la Editio Typica en latín dice: "Colluctatione 'adversus mundi
rectores, etc'". El Diccionario Vox latino - español dice: "Colluctatio,
-onis: lucha cuerpo a cuerpo". "Colluctator: antagonista".
11 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Super Epistolam B.
Pauli ad Ephesios lectura, Caput 1, Lectio 7.
12 "Omnia quae fiunt in creaturis ministrantur
per Angelos" (SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción nuestra).
13 "Ad mediam hierarchiam pertinet rerum
administratio per comparationem ad causas universales. Unde denominantur
ordines hierarchiae illius nominibus ad potestatem pertinentibus, cum causae
universales sint virtute et potestate in inferioribus et particularibus"
(SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción nuestra).
14 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción
nuestra.
15 SCHLIER, H., Poderes y dominios en el Nuevo
Testamento, EDICEP, Valencia (España), 2008.
16 SCHLIER, H., Idem, p. 24.
17 SCHLIER, H., Idem, p. 26 - 27.
APLICACIÓN: Papa
Francisco - Ascensión
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, en Italia y en otros países, se celebra la Ascensión de Jesús al cielo,
acaecida cuarenta días después de la Pascua. Contemplamos el misterio de
Jesús que sale de nuestro espacio terreno para entrar en la plenitud de la
gloria de Dios, llevando consigo nuestra humanidad. Es decir, nosotros,
nuestra humanidad entra por primera vez en el cielo. El Evangelio de Lucas
nos muestra la reacción de los discípulos ante el Señor que "se separó de
ellos y fue llevado al cielo" (24, 51). No hubo en ellos dolor y
desconsuelo, sino que se postraron "ante él, y se volvieron a Jerusalén con
gran gozo" (v. 52). Es el regreso de quien no teme ya a la ciudad que había
rechazado al Maestro, que había visto la traición de Judas y la negación de
Pedro, había visto la dispersión de los discípulos y la violencia de un
poder que se sentía amenazado. A partir de aquel día para los apóstoles y
para todo discípulo de Cristo fue posible habitar en Jerusalén y en todas
las ciudades del mundo, también en las más atormentadas por la injusticia y
la violencia, porque sobre todas las ciudades está el mismo cielo y
cualquier habitante puede alzar la mirada con esperanza. Jesús, Dios, es un
hombre verdadero, con su cuerpo de hombre está en el cielo. Y esta es
nuestra esperanza, es nuestra ancla, y nosotros estamos firmes en esta
esperanza si miramos al cielo.
En este cielo habita aquel Dios que se ha revelado tan cercano que llegó a
asumir el rostro de un hombre, Jesús de Nazaret. Él permanece para siempre
el Dios-con-nosotros -recordemos esto: Emmanuel, Dios con nosotros- y no nos
deja solos. Podemos mirar hacia lo alto para reconocer delante de nosotros
nuestro futuro. En la Ascensión de Jesús, el crucificado resucitado, está la
promesa de nuestra participación en la plenitud de vida junto a Dios.
Antes de separarse de sus amigos, Jesús, refiriéndose al evento de su muerte
y resurrección, les había dicho: "Vosotros sois testigos de estas cosas" (v.
48). Es decir, los discípulos son testigos de la muerte y de la resurrección
de Cristo, ese día, también de la Ascensión de Cristo. Y, en efecto, después
de haber visto a su Señor subir al cielo, los discípulos regresaron a la
ciudad como testigos que con gozo anuncian a todos la vida nueva que viene
del Crucificado resucitado, en cuyo nombre "se predicarán a todos los
pueblos la conversión y el perdón de los pecados" (v. 47). Este es el
testimonio -hecho no sólo de palabras sino también con la vida cotidiana-,
el testimonio que cada domingo debería salir de nuestras iglesias para
entrar durante la semana en las casas, en las oficinas, en la escuela, en
los lugares de encuentro y de diversión, en los hospitales, en las cárceles,
en las casas para ancianos, en los lugares llenos de inmigrantes, en las
periferias de la ciudad... Este testimonio nosotros debemos llevarlo cada
semana: ¡Cristo está con nosotros; Jesús subió al cielo, está con nosotros;
Cristo está vivo!
Jesús nos ha asegurado que en este anuncio y en este testimonio seremos
"revestidos de poder desde lo alto" (v. 49), es decir, con el poder del
Espíritu Santo. Aquí está el secreto de esta misión: la presencia entre
nosotros del Señor resucitado, que con el don del Espíritu continúa abriendo
nuestra mente y nuestro corazón, para anunciar su amor y su misericordia
también en los ambientes más refractarios de nuestras ciudades. Es el
Espíritu Santo el verdadero artífice del multiforme testimonio que la
Iglesia y cada bautizado ofrece al mundo. Por lo tanto, no podemos jamás
descuidar el recogimiento en la oración para alabar a Dios e invocar el don
del Espíritu. En esta semana, que nos lleva a la fiesta de Pentecostés,
permanezcamos espiritualmente en el Cenáculo, junto a la Virgen María, para
acoger al Espíritu Santo. Lo hacemos también ahora, en comunión con los
fieles reunidos en el Santuario de Pompeya para la tradicional súplica.
(PAPA FRANCISCO, Regina coeli, Plaza de San Pedro, Domingo 8 de mayo de
2016)
(cortesía: iveargentina.org)